A mi amigo lo sedujo su hija

Un hombre sucumbe a lis encantos de su hija

Ayer, en la taberna del Calvo, estaba hablando con mi mejor amigo, Toño, un cuarentón, obsesionado con el gimnasio, de ahí su cuerpo, que comparado con el mío es el de un Adonis ... En fin, que entre gin tonic y gin tonic, nos confesamos. Yo le conté mi historia con "la sobrina de mi mujer", y el me contó lo que le pasara con su hija, que es una jovencita rubia, alta y con un cuerpo de infarto. Empezó así:

-"Como ya sabes, hace seis meses que me casé en segundas nupcias con una enfermera. El pasado sábado, mi mujer, estaba haciendo el turno de noche en el hospital. Su hija, que me llamá papá, se había ido a dormir a casa de una amiga. Después de darme una ducha, puse por encima  una bata de casa, sin calzoncillos ni leches, para lo que iba a hacer me sobraban. Me fui a la sala de estar y puse en el reproductor una cinta de sexo de hombre maduro con jovencita. Me acomodé en un sillón, y poco más tarde me estaba masturbando, despacito, ya que me gusta que me tarde en llegar. El volumen de la televisión estaba alto y no la sentí llegar. No sé el tiempo que llevaba detrás de mí, lo que si sé es el susto que me metió, al decirme:

-Tienes un pene precioso, papá.

Me revolví como una serpiente. Tapé la polla con las dos manos, y le dije:

-Lo siento, hija. Dijiste que ibas a dormir fuera de casa...

-Sigue, sigue. Yo me voy a dar una ducha.

Se fue, sonriendo. Quité la peli del DVD, y en la televisión quedó uno de esos programas de mierda. Guardé la peli. Me fui al mueble bar y me eché un lingotazo de Hundred Pippers. Lo mandé de un trago. Eché otro y hice lo mismo. Después me volví a sentar en el mismo sitio en que estaba.

Mi hija, volvió, descalza,  con una bata de casa blanca que parecía una minifalda. Sus largas piernas eran mas hermosas que muchas de las modelos que había visto en las revistas. Las uñas de los pies las tenía pintadas del mismo color que el de las manos, azul.  Se sentó a mi lado, y me preguntó:

-¿Y la pelicula?

-La quité. No era el caso de seguir viéndola.

-¿Ya echaste la leche?

Yo no quería, pero mi polla no entiende de ciertas cosas, y al oír aquellas palabras, se empezó a levantar. Mi cuerpo pedía una cosa y mi boca decía otra.

-Que me pillaras haciendo una tontería no te da derecho a hablar como una guarrilla.

-Vuélvela a poner. Quiero verla contigo.

-¡Ni harto de vino!

-Si no la pones le digo a mamá lo que te vi haciendo.

-Eso se llama chantaje.

-Llámalo como quieras, pero ponla, o me desnudo  y hacemos nosotros la película. ¿No te gustan jovencitas, papá?

Me dije a mi mismo, ojalá lo haga, y le dije a mi hija:

-¡No te atreverás!

Se levantó. Quitó el cinto de la bata. La bata se abrió. No llevaba bragas ni sujetador. Sus tetas eran pequeñas y triangulares. Parecían diminutas pirámides. Su vello púbico era rubio, su vientre plano  y su cintura de avispa. Miró para mi entrepierna. Vio en mi bata el bulto de mi polla empalmada, y sonriendo, me dijo:

-Ya no hace falta que la pongas.

Se sentó en mi regazo, con mi polla subiendo de su pelvis hasta su ombligo.  Me besó. Saboreeé su lengua, pero mirando para sus grandes ojos azules,  le dije:

-Esto no está bien, hija.

-Tu pene no dice lo mismo y mi almejita le da la razón, papá.

Me dio las tetas a chupar. Estaban duras como piedras y tenían el tacto del terciopelo. Se las acaricié, se las lamí, se las mamé. Poco después, se arrodillaba en la alfombra de la sala de estar y me hacía una mamada. No sabía hacerla, pero por eso mismo me gustó más.

-¿Te gusta, papá?

-Mucho, hija, mucho.

Unos minutos más tarde, me eché en el sillon, y  le dije:

-Dame tu almejita que te voy a hacer cositas.

Se quitó la bata. Se sentó sobré mí. La cogí por su cinturita y llevé su almejita a mi boca.

Fue una delcia saborear su anito y su almejita mojada. Una almejita, que no paraba de soltar flujos y un anito, que con sus contracciones, apretaba la puntita mi lengua cuando se la metía dentro. Me estaba apretando la puntita de la lengua con su anito, cuando me dijo:

-Papá, estoy sintiendo algo que nunca había sentido. Creo que me voy, que me voy, que me voy...

Acaricié sus tetitas. Lamí su clítoris con celeridad, y mi hija exclamó:

-¡¡¡Me muero!!!

Se corrió entre convulsiones y dulces gemidos. Fue una corrida tan sensual que mi polla latía como si fuese a hechar la leche. Al acabar de llenar mi boca con el flujo mucoso de su corrida, me preguntó:

-¿Qué me pasó?

-Que te corriste. Has tenido un orgasmo.

-¡Un orgasmo! Creía que el orgasmo femenino era un mito. ¡Quiero tener otro!

-¿Te acostaste con algún chico?

-No.

La volví a coger de la cinturita. La llevé hasta que su chochito se encontró con la punta de mi polla, y le dije:

-Cógela con la mano y vétela metiendo de manera que no te duela.

La fue metiendo, despacito. Entraba tan apretada, que cuando tenía la mitad dentro, tuve que sacarla y correrme en la entrada de su culo. Se limpió con la bata. La siguió metiendo hasta que entró toda... Comenzó a follarme, suavemente, muy muy suavemente. Diez o quince minutos más tarde, después de cientos de besos y de jugar mis manos y mi boca con sus tetitas, se puso tensa. Me miró a los ojo, sin decir nada. Sus ojos se entornaron. Se cerraron,  y entonces dijo:

-¡¡¡Me viene otra vez, papa, me viene otra vez!!!

Busqué sus tetitas con mi boca. Mi hija buscó mi boca con la suya y la encontró. Sintiendo sus convulsiones en mi cuerpo, y la fuerza de su corrida al chuparme la lengua, sentí que no me podía aguantar. Me iba a correr sin remedio. Intenté quitarla. Mi hija se apretó contra mi.  La metió hasta e fondo y supo por primera vez como era que la llenaran de semen.

Después de esto, sobre la alfombra de la sala de estar, hice que se corriera en la posición del perrito, de pie y  en la posición del misionero, y en esta posición, en la del misionero,  me volví a correr  dentro de mi hija. Al acabar, limpió con la bata el semen que salía de su chochito. Luego nos volvimos a sentar en el sillón, y le dije:

-Mañana tienes que tomarte la pildora del día después.

-Sí, papá, mañana, pero hoy. ¿Me vuelves a hacerme lo del principio?

-¿Lo qué?

-Jugar con mi almejita.

Quería volverse  a correrse en mi boca, y se corrió, no una, si no dos veces.

Esta fue la confesión de mi amigo. Espero que le gustara.