A medio camino
A mitad de camino han abierto un hotelito, una cosa pequeña, moderna, funcional, una vieja fonda de camioneros reconvertida, he parado a veces, se come bien, me dijiste, e inmediatamente yo pensé en otro tipo de comidas...
A mitad de camino han abierto un hotelito, una cosa pequeña, moderna, funcional, una vieja fonda de camioneros reconvertida, he parado a veces, se come bien, me dijiste, e inmediatamente yo pensé en otro tipo de comidas. Ahora estamos aquí, en esta habitación de aquel hotel, seguramente las imágenes de la web no se corresponden con la realidad, pero su cama amplia, sus sábanas blancas y su moderno aseo son más que suficientes para este encuentro ni en tu casa ni en la mía. De hecho el horario de la cena se está agotando y ni tú ni yo tenemos ganas de bajar; para eso tendríamos que vestirnos, que dejar de tocarnos, de acariciarnos, de estar siempre alerta.
Yo me levanto de la cama en el momento en que tú sales del baño con una toalla enrollada tapando tu cuerpo y corró el cortinón que cierra la ventana. No hay peligro de que nos vean, nos han dado una habitación trasera, con vistas al monte, pero a estas horas de la tarde la luz del sol ya no ilumina y el paisaje se ve negro como la noche. Se supone que es mi turno para ducharme, pero cuando tú dejas caer la toalla displicentemente sobre la cama, no tengo ninguna gana de dejarte sola. Me acerco a tu espalda y beso tu hombro, tú ladeas un poco la cara y sonríes, es nuestra manera de decir que lo estamos pasando bien. Mi nariz se pasea por tu nuca, se humedece con algunos de tus cabellos, esos que ha sido imposible no mojar cuando has pasado la alcachofa de la ducha por tu espalda. Estás limpia, fresca, pero mi nariz sabia todavía reconoce el olor a sudor y hormonas que nos envolvía minutos atrás. Mis manos se posan en tus caderas, te atraigo hacia mí, quiero que sientas mi desnudez contra tu piel. Aparto tus cabellos y beso tu cuello, siguiendo una línea imaginaria que termina detrás de tus orejas; tú gimes y estiras la mano hasta sentir mi cuerpo.
Estás relajada y te sorprende el momento en que mis manos decididas elevan tu cuerpo hasta subirlo encima de la cama revuelta. Ríes. Yo me siento en el borde del colchón y sigo manejando tu cuerpo desnudo. Cuando poso delicádamente mis labios sobre la piel de tus muslos no sé si tú imaginas que segundos después mi cara correrá frenética arriba y abajo, de la redondez matemática de tu trasero al calor de tu vientre hasta apoderarse de tu cintura. Después, cuando te giro con cuidado y sitúo frente a mi cara tu pubis imberbe, ya sí, ya sabes que voy a querer devorarte de nuevo, y anticipas el momento colocando la palma de tu mano sobre mi frente, como si quisiera medir los tiempos, aunque inmediatamente, cuando mi lengua comienza a aletear sobre tus labios, acabas moviendo los dedos y enredándolos entre mi pelo.
Sin poder evitarlo tu cuerpo se va venciendo, cayendo de espaldas. Yo retengo tus movimientos con mis manos abrazando tu culo sin dejar un momento de jugar con mi boca sobre tu sexo. Al final, irremediablemente, te tiendes sobre la cama. Las manos acariciando tus pechos, el vientre nuevamente agitado, las piernas flexionadas, ligéramente abiertas y mi cara entre ellas. Trepo por tu cuerpo sin separar mi lengua de tu piel, dejando en tu ombligo, entre tus senos, un rastro de la humedad que vuelve a mojar tu coñito, hasta llegar a tus labios. Me besas e inmediatamente musitas un sigue que me invita a descender de nuevo, trazando curvas entre los lunares que adornan tu piel. Elevo tus piernas hasta pasarlas sobre mis hombros mientras con mis manos mantengo elevadas tus caderas, dejando tu monte de Venus siempre accesible para mi boca. Me gustaría pensar que son mis dedos comenzando a rondar tu sexo y no esta postura en diagonal los que hacen que la sangre se te concentre en la cabeza hasta colorear tu rostro.
Observo tu cuello moverse cuando el primer dedo entra en tu cuerpo. Despacio, con cuidado pero decisión. Lo saco girándolo levemente. Te muerdes el labio inferior y esperas que vuelva a hundirlo en tu coño para dejar caer pesadamente la cabeza contra la almohada. Te follo suavemente con mi dedo índice, sin prisas, dejando que el calor y la humedad te ganen progresivamente. Después, cuando incorporo un segundo dedo y me reclino sobre tu cuerpo hasta que mis labios se apoderan de tus pechos, le doy algo más de brío al movimiento de mi brazo. Mis dedos se curvan, se mueven, buscando en cada viaje por tu vagina encontrar ese resorte que, apenas un rato atrás, cuando follábamos, te ha hecho sentir tanto.
- Me corro - anunciaste, e inmediatamente tus dedos se desplazaron hasta tu pipa para, frotándola, acelerar el momento. Yo no dejo de penetrarte con mis dedos centrales ni siquiera cuando trepo por tu cuerpo y llevo mi boca a jugar en tus pechos. Ahí, cerquita de tu boca asisto al momento en el que la respiración y las ganas se te van descontrolando, los gemidos tornan en jadeos, y al final, cuando la descarga del orgasmo se ha apoderado de todo tu cuerpo, tu mano cae pesadamente sobre la cama con la tranquilidad de haber cumplido con su trabajo.
Te dejo reposar unos segundos, luego, mientras nos besamos, mi mano va dejando sobre tu piel rastro de los flujos con los que me has bañado. Me encaramo sobre tu cuerpo, reposando mi frente sobre la tuya, mirándonos a los ojos, leyéndonos el deseo que enseguida se transforma en juegos de nuestras lenguas traviesas. Guío mi polla ya crecida. Quizás esperas que te la meta, pero no, me limito a delizártela sobre los labios, terminando en un choque entre mi glande y tu clítoris. Sonríes pidiendo más, yo vuelvo a repetir el gesto unas cuantas veces. Tu cuerpo se revuelve bajo el mío, acomodándose, y yo golpeo mi polla dura contra el capuchón que encierra tu pipa. Varias veces, hasta que los dos sentimos la necesidad de algo más.
Entro en ti despacio. Nuestros sexos se reconocen nuevos viejos amigos en este reencuentro. Poco a poco vamos cogiendo velocidad, cada vez me adentro más en tu cuerpo, hasta despegar. Mis manos te yerguen, levantan tu espalda hasta terminar sentados y enroscados. Me detengo un instante, lo justo para apartar los pelos rubios de tu cara y poder mirarnos, besarnos o mordernos, lo que exija el momento, con facilidad. Luego mis manos se vuelven a poner en marcha, a recorrer tu espalda y terminar abrazando esa zona de incasto nombre pero carnosa textura. Empujo tu cuerpo, lo acompaso a mis movimientos. Trotamos juntos unos minutos, luego me dejo caer de espaldas y tú montas sobre mí. Arrancas y paras, galopas y te detienes en seco a dibujar órbitas con tu cintura, siempre insertada en mi polla. Cuando juzgo que tus pausas son demasiado largas me muevo, martilleo tu coño unas cuantas veces, y entonces tú te vences, hasta apoyar las manos en mi pecho y jadear cansada. Tú decides cuándo y en un momento dado te dejas ir de nuevo. Los párpados se te caen, la boca se te abre para no pronunciar palabra, el vientre se te agita y yo impulso con fuerza tus caderas en el sentido contrario a mis golpes de riñón. Te corres y es como un vahído.
- ¿Puedo...? - pregunto cuando vuelvo a estar encima tuyo. Tras la descarga de flujos fuiste tú la que caíste sobre mí. Rodamos por la cama hasta hacer caer al suelo las almohadas y ahora soy yo el que te monta. Tengo la polla dura y en mi mano. Tu coño todavía boquea como un pez sacado del agua y tu ano se ve, contraído y rosáceo, tan irrechazable que quiero probarlo. Así, sin terminar la frase, te cuesta entender lo que quiero decir. Sólo eres consciente cuando aprieto los dientes y mi capullo contra el esfinter. Tengo un dilatador en mi bolsa, me dices, y no niego que miro por la habitación buscándola. Pero no puedo esperar ni quiero causarte dolor, lo dejaremos para otra vez, lo dejaremos así, a mitad de camino, como este hotelito. Apunto de nuevo al coño y ahí sí me acoges gustosa.
Te follo un poco más, siempre un poco más. Un minuto, y otro, entre gestos de cadera y golpes de riñón, como un ciclista que no quisiera quedarse descolgado, trato de aguantar, hasta que siento que no puedo más. Entonces doy cuatro o cinco empujones más, para dejarte el mejor recuerdo posible, antes de salir impetuoso. Me acomodo entre tus piernas, mi mano comienza a sacudir frenéticamente la polla, la dirijo a tu vientre plano, y allí, quizás también a medio camino, me corro echo un ovillo, con la cara refrescándose en tus pechos y tu mano acariciando mi nuca.