A Marta (1)
Luis se muda y pronto descubre que lo mejor de su nuevo piso no es la zona. Por Insomne (galaxiapar@yahoo.es), si quieres que la historia siga envíame un e-mail y a lo mejor me convences... ;-)
Nunca pensó que Marta tuviese aquel instinto tan animal. Desde hacía tres meses se había mudado a aquel piso en un inmueble a punto de derrumbarse cuya única virtud era su envidiable localización en el centro de la ciudad. Eso, y Marta por supuesto. Recordaba como, sudoroso, tras descargar las últimas cajas tocó el timbre de su piso, y allí apareció ella. Con la respiración entrecortada, en parte por el esfuerzo que acababa de hacer, en parte deslumbrado por el cuerpo de su joven vecina, se presentó y le explicó que acababa de instalarse en el piso de al lado.
Desde aquella primera visión, Luis había alimentado en secreto su pasión por cada rincón del cuerpo de Marta. Apostado en su ventana observaba clandestinamente como ella salía de la ducha completamente desnuda. Tantos años sin vecino le hacían ser extremadamente descuidada, aunque alguna vez él creía adivinar una mirada de reojo, como buscando la confirmación de que allí había algún espectador que gozaba de la turgencia de sus senos y la plenitud de su espléndido culo.
Pero si había algo que volviese realmente loco a Luis era aquellas tardes en las que ella tendía su ropa. La inclinación de la cuerda de tender hacía que ella se tuviese que abalanzar casi literalmente sobre la ventana, dejando que sus pechos se bamboleasen como fruta madura al capricho de la gravedad. Poco a poco iba colocando su colada procurando siempre que su delicada ropa interior quedase al alcance de la ventana de Luis, como si aquel lenguaje de cortejo fuese una invitación a un algo más que nunca parecía se iba a concretar.
Y nunca se concretaría, pensaba Luis, a juzgar por el desdén con el que le trataba Marta. Raras veces coincidían en el ascensor, y cuando lo hacían apenas si ella le gruñía algún tipo de saludo desganado. Desde luego aquella no actitud no concordaba con el baile de seducción que Luis creía adivinar en los movimientos de Marta.
Sin embargo su relación experimentó un giro radical aquella tarde que Luis decidió no volver a la oficina víctima de una molesta jaqueca. Una de las razones para su traslado había sido el acortar la distancia entre su trabajo y su casa para poder aprovechar la cercanía y comer en casa. Habitualmente comía algo rápidamente y volvía al edificio de su empresa bajando las escaleras donde, rutinariamente, se encontraba a Marta que regresaba de su facultad y que siempre subía andando, casi forzando sus casuales encuentros.
Mientras bajaba la persiana pudo ver como Marta llegaba de la calle y se disponía a tomar una ducha. Aquel espectáculo bien merecía no cerrar completamente la ventana, así que dejó una pequeña rendija desde la que satisfacer su curiosidad como mirón mientras su vecina, confiada en la ausencia de Luis, abría de par en par la ventana de su cuarto de baño entallada en una pequeña toalla que dejaba más bien poco a la imaginación.
Conocía el rito de su ducha, aquella esponja embadurnada en jabón con la que frotaba todo su cuerpo. Su especial manía en recorrer hasta tres veces ciertas zonas del cuerpo como las axilas y las rodillas. Aquella delicadeza sutil en su forma de lavar su coñito. Siempre se deleitaba con los detalles y con las furtivas imágenes que se colaban detrás de la cortina de la ducha de Marta. Conocía su cuerpo, pues al salir de la ducha su extraordinaria figura quedaba completamente a disposición de sus ojos y conocía los movimientos (la traslucida cortina ocultaba pocos secretos) y sin embargo nunca había disfrutado de la combinación de tan deliciosas imágenes.
De repente algo mágico ocurrió ante sus ojos. Marta entró en la ducha y abrió el grifo del agua caliente, regulando la temperatura hasta alcanzar un punto deseado. Luis no podía creer lo que estaba sucediendo ante sus narices. Marta había olvidado un detalle. No había corrido la cortina de la ducha y su cuerpo desnudo quedaba a la entera disposición de su vecino. Luis supuso que ella daba por supuesto que él estaba en su oficina. Aquel dolor de cabeza iba a ser mucho más productivo de lo que él creía.
Las manos de Marta frotaban su cuerpo de manera despreocupada llenando de espuma todos los rincones de su cuerpo. Ella entraba y salía de la cortina de agua que formaba su ducha eliminando el jabón para, acto seguido, volver a cubrir su piel con gel. De pronto su esponja resbaló hasta el suelo de la bañera y ella se inclinó para recogerla sin flexionar las piernas. Aquella postura dejaba indefenso su tesoro, una vulva redondeada y rasurada que descubría unos labios carnosos y apetecibles. Permaneció apenas un segundo en esa postura lo que impidió que Luis pudiese seguir disfrutando de tan hermosa vista.
Lo peor era que el espectáculo estaba a punto de acabar. Ella había descolgado la ducha para el último aclarado, preludio que anunciaba el final de su ducha. Siempre recorría su cuerpo con el chorro de la ducha antes de cerrar el agua y abrir la cortina así que Luis se olvidó de su mano mientras se masturbaba, frotando con fruición su polla deleitándose en el recuerdo de la visión del espléndido coño de Marta. Sin embargo decidió esperar su orgasmo al observar otro cambio de rutina. Marta estaba cerrando el grifo pero no completamente. El agua salía casi sin fuerza pero no paraba de brotar.
Ella volvió a inclinarse y de nuevo apareció ante sus ojos aquella dulce rajita. El líquido preseminal manchó sus manos como anticipo de lo que parecía inevitable. Luis, sin embargo, detuvo su mano. No quería correrse antes de que concluyese aquella escena en la que su vecina orientaba el chorro de la ducha hacia su coño mientras abría y separaba sus labios para que el agua hiciese su trabajo sobre su clítoris. Ella dejaba su cuerpo cada vez más vencido ante la inminencia de un orgasmo lo que mejoraba la calidad de la perspectiva de Luis. Al tiempo cerraba más el agua, así hasta que finalmente el grifo quedó cerrado sin agua.
Luis estaba un poco confuso, pues ella seguía en aquella posición tras el fantástico orgasmo que acababa de procurarse. Tal vez no hubiera concluido su acto pues se giró suavemente mientras introducía el pequeño mando de la ducha dentro de su coño. Suavemente el aparatito se perdió dentro de ella conectando su vagina con la manguera de la ducha. Al tiempo, ella, que ya no necesitaba mano alguna para sujetar la ducha, había abierto sus labios con dos dedos mientras se hacía una paja en toda regla.
El orgasmo no tardó mucho en llegar. También para Luis, cuya excitación hizo que llenase las sábanas con su esperma con apenas un par de caricias. Su leche salió en tres o cuatro borbotones y en una cantidad que le hizo recordar su primera adolescencias y aquellas masturbaciones semanales en las que el esperma se acumulaba en cientos de erecciones previas a sus corridas.
Lo más sorprende fue cuando, al segundo de su orgasmo, Marta elevó la mirada hasta su ventana y sonrió con malicia a aquella persiana bajada. Era imposible que ella pudiese verle (la rendija era muy pequeña y sólo ofrecía visión desde su ángulo sobre la cama). Era imposible que ella supiese que él estaba en casa. ¿O no?