A los pies del emperador

El joven emperador domina con sus olorosos pies al gobernante de una nación autónoma dentro de su reino hasta imponer totalmente su gobierno. Relato basado parcialmente en hechos reales.

Corría el mes de enero de 1961. En noviembre del año anterior, el príncipe Frank, de apenas 18 años, en complot con la mayoría del alto mando militar, había derrocado a su padre, quien era el emperador de Etiopía desde 1930. Aun teniendo poco tiempo en el poder estaba claro de sus objetivos. Lo primordial para él en ese momento era conquistar completamente el control de Eritrea y criticaba a su padre lo que él consideraba su lento accionar en este caso. Eritrea estaba unida en una federación con Etiopía desde 1952. En su mente el nuevo emperador Frank anhelaba, como muchos otros de sus connacionales, recuperarla totalmente, tal como había sido hasta 1896, cuando Italia la invadió y la colonizó, perdiéndola hasta que en 1952 se logró la federación; solución no satisfactoria para ninguna de las partes, pues muchos eritreos deseaban la independencia.

Eritrea tenía en ese entonces sus propios gobierno y asamblea, estructura judicial independiente, su bandera, y el control sobre sus asuntos internos, tales como la policía, la administración municipal y la recaudación de impuestos. La mayor parte de los eritreos hablaban incluso su idioma autóctono. Todo ello enfurecía al emperador, a quien ambas naciones tenían como soberano, y esto último no gustaba a los eritreos.

Por su parte, Frank era un chico moreno oscuro, cabello ensortijado, delgado, estatura media, rasgos faciales algo gruesos, pero guapo. Vestía uniforme militar y le encantaba usar botas altas de cuero negro. Su trato era arrogante y sometía a maltratos a la servidumbre de palacio. Una de sus maldades preferidas era poner a cualquiera de sus siervos, cuya condición era la de esclavos, a limpiarle las botas, pero para ello los hacía lamerlas hasta dejarlas relucientes. Sin embargo, no era esta la peor de las humillaciones, ya que, luego de la limpieza de las botas, les hacía descalzarlo y lamerles sus pies. Aquello era una pesadilla para ellos, debido a que el emperador tenía siempre los pies muy sudados y malolientes, todo ello sin dejar de lado que sus humillaciones verbales eran muy duras.

Desde inicios de su reinado había enviado espías a Asmara, la capital de Eritrea, a vigilar al jefe ejecutivo, de nombre Mikael. Luego de indagar descubrieron que el gobernante era homosexual y tenía un amante de nombre Davide (se pronuncia Dávide, en forma esdrújula), de 20 años, un moreno claro descendiente de un colono italiano con una nativa eritrea. Ese chico tenía estatura media, rasgos faciales finos, ojos verdes y contextura robusta. Era un chico bastante guapo y además cantaba y componía muy bien canciones en italiano y tigriña, idioma bastante hablado en Eritrea.

Los agentes de su majestad le contactaron y le ofrecieron más dinero de lo que le pagaba Mikael, por tanto, aceptó servir de carnada para dar información sobre el jefe ejecutivo.

Muy pronto fueron llegando noticias alentadoras, conseguidas por la experiencia de Davide y su entrenamiento para obtener más información. Resulta que su amante gustaba mucho de chicos jóvenes y también era muy fetichista con los pies y las botas de cuero. Su fetichismo era tal que se excitaba al máximo con los olores fuertes, derivados del sudor masculino, especialmente el de los pies.

Davide había capturado mucho la atención de Mikael, pues no era amante del baño diario. Sus pies tenían un olor muy fuerte y por ello exigía al chico venir a sus encuentros sin bañarse y mucho menos lavarse los pies. De ello se percató la primera que lo llevó al palacio de gobierno, para pasar la noche con él y el chico se notaba nervioso cuando le pidió que se quitara sus botines de cuero negro. Lo hizo con mucha vergüenza y al descalzarse un fuerte olor inundó la habitación. Su cara era un poema, pero el gobernante le tranquilizó, confesándole que le encantaba que sus pies olieran así y que le pagaría por tener contacto con ellos, siempre que él mantuviera el secreto, lo cual aceptó.

Los encuentros entre ambos se fueron haciendo habituales y el gobernante gustaba de desvestir a Davide, lamerle todo su cuerpo sudado y luego bajaba hasta sus pies, muy transpirados y olorosos, lo descalzaba de sus botines de cuero negro y chupaba sus pies. Sin duda alguna, el fetichismo era otro avance, pero Mikael seguía siendo autónomo en su accionar político. Era vital encontrar su punto débil.

El entrenamiento proporcionado por los agentes del emperador a Davide le permitió el manejo de ciertas drogas, con las cuales Mikael le fue contando más intimidades, hasta llegar a la más importante de todas: estaba enamorado del nuevo emperador desde que era príncipe y sabía de sus malolientes pies, cosa que le excitaba al máximo. Frank se molestó aún más al saber que había sido investigado por Mikael y decidió actuar de inmediato.

Sin dudarlo, en el mes de junio invitó a Mikael al palacio imperial, en la capital de Etiopía, Addis Abeba. Ya para ese mes el emperador había alcanzado la mayoría de edad. Cuando fue hecho entrar al salón del trono se dieron los tratamientos protocolares usuales. Frank vestía uniforme militar de color gris y calzaba botas negras altas que casi le alcanzaban las rodillas. Posteriormente, se dio un banquete para el invitado y la corte y Frank se arrellanó en su sillón, colocó una de sus piernas sobre la otra y con ello mostraba constantemente sus botas a Mikael, quien estaba sentado lateralmente al soberano, para provocarlo.

Al finalizar el banquete el emperador convidó a su invitado a un salón íntimo, con la excusa de hablar en privado asuntos de Estado importantes y ordenó no ser interrumpidos por ninguna circunstancia. Mikael no quitaba la vista de las botas del emperador.

Luego de un rato conversando asuntos oficiales el emperador se dirigió a Mikael en forma más íntima:

  • Disculpe la interrupción, pero a esta hora de la tarde me dan mis masajes en los pies. Tendremos que seguir conversando en la noche, si no tiene usted inconveniente.

  • ¿Masajes en los pies? Por favor, explíqueme eso majestad.

  • Pues, todas las tardes un siervo que yo escojo me quita las botas y me da masajes en los pies.

  • Curiosa costumbre majestad, pero debe ser muy placentero.

  • Muchísimo, en todos los sentidos, no solo el físico. Verá, no solo descanso los pies con los masajes, sino que también demuestro mi poder, mi dominio sobre mis súbditos. Todo ello me da un placer infinito.

  • ¿Qué piensan los siervos que utiliza en esas acciones?

  • Me tiene sin cuidado, están para servirme, soy su soberano.

La cara de Mikael mostraba un interés total en la conversación y eso lo detectó el emperador.

  • Disfruto mucho eso, pero exijo que sea algo íntimo, que solo estemos mi siervo y yo.

  • Qué lástima, quería presenciar tal acción.

  • Imposible, a menos que usted mismo quisiera hacerlo, pero no creo que se atreva.

  • ¿Por qué lo dice?

  • Por varias razones, es algo muy humillante y asqueroso.

  • Lo primero creo entenderlo, pero lo segundo, ¿por qué?

  • Pues, no acostumbro a bañarme diariamente y me gusta calzar botas todo el día, eso sin contar que uso los calcetines varios días seguidos; se podrá imaginar cómo huelen mis pies. Además, es humillante porque los pongo a limpiarme las botas antes de descalzarme.

  • Seguro es algo humillante.

  • Sí y más porque la limpieza es usando sus lenguas.

  • ¡Dios¡ es algo muy duro.

  • Sí, por eso creo que usted no se atrevería.

Mikael sudaba copiosamente, sus músculos faciales estaban contraídos, no sabía qué responder. Por una parte, deseaba al máximo ser su siervo en ese momento, por la otra, ¿cuáles serían las consecuencias de todo ello? El emperador notó todo eso y Mikael también sentía que ya no podía ocultar sus sentimientos.

  • ¿Cuál es tu miedo Mikael?

  • ¿Cómo dice? -Respondió algo balbuciente, se dio cuenta que estaba en evidencia, pues, por primera vez el emperador le hablaba de tú-

  • Haz lo que quieres hacer, déjate llevar.

  • Yo… ¿qué locura es esa?…

  • Sabes que lo deseas, que te mueres por hacérmelo.

  • No… eso no es así…

  • Serás mi siervo, quieras o no.

  • No…no lo seré.

Las respuestas de Mikael progresivamente perdían fuerza. El emperador se levantó de su sillón y buscó en una cómoda un par de guantes de cuero negro y un látigo y volvió a sentarse, dirigiéndose a su acompañante en manera más desafiante:

  • ¿Quién te ha dicho que puedes desobedecer a tu soberano?

  • Yo..no.. señor… es solo que…

Mikael estaba confundido, tenía una mezcla de emociones, miedo, pero sobre todo placer. Antes que tuviera tiempo para reaccionar, la voz del emperador resonó como un trueno:

  • ¡Arrodíllate maldito gusano! ¡ya!

Ante la estupefacción de su invitado continuó retumbando la voz del soberano

  • ¿Qué esperas cerdo inmundo?

Mikael, movido por una fuerza interior desconocida por él hasta ese momento, se levantó de su sillón y se arrodilló, con ambas piernas apoyadas completamente en el piso, y se quedó mirando hacia arriba y con expectación el rostro de Frank. Éste, ya puestos con los guantes, le mostró el látigo en manera amenazante diciendo:

  • ¡Baja la mirada imbécil! ¡Mírame solo cuando te lo ordene malnacido!

Ya no podía hacer nada, era evidente que disfrutaba del momento y Mikael se dejó llevar por sus instintos, cada vez más primitivos.

  • De ahora en adelante seguirás mis reglas, sin discutir, no importa cuán difíciles o irracionales te parezcan. Si desobedeces te castigaré como me plazca, pero tu peor castigo será perderme y con ello la capacidad de cumplir tus fantasías. Sabes que soy con quien más deseas materializarlas.

  • Sí claro…

  • Otras dos cosas muy importantes, solo hablarás cuando te lo ordene y terminarás tus frases diciéndome amo, señor, dueño o maestro, ¿entendido?

  • Sí señor.

Dicho esto, Frank se sentó y se recostó en el sillón de manera que quedó semiacostado con sus piernas (y sus botas altas de cuero negro) cerca de Mikael.  Su mirada era penetrante, inspiraba miedo y placer.

  • Ya sabes qué debes hacer esclavo, suena bien llamarte así, ¿cierto?

  • Sí señor.

  • ¿Entonces por qué no empiezas a hacer tu trabajo?

  • ¿Qué debo hacer señor?

  • ¡Imbécil! -Y halándole los cabellos con fuerzas le espetó- ¡limpia mis botas cabrón de mierda!

  • Sí señor.

Tomó la tela de su saco y empezó a pasarla por su bota derecha. Ni bien empezaba a disfrutar de su labor, fue interrumpido por su amo.

  • ¡Con tu lengua estúpido! ¿acaso no te lo expliqué ya? Quiero que lamas mis botas hasta dejarlas completamente limpias, ¿entendido?

  • Sí señor.

El contacto de su lengua con el cuero de las botas fue una maravilla, su sabor, olor y textura superaron el rechazo que sentía al polvo que tenían adheridas. Comenzó por las puntas, luego los empeines y poco a poco fue subiendo por las cañas. Al llegar a la parte más alta de la primera, sintió el aroma, muy leve, que salía por la rendija entre el cuero y el pantalón. Aquella era la prueba que lo que vendría después sería el éxtasis. Abrió los ojos levemente y vio a su amo con los suyos cerrados y respirando más profundamente, signo inequívoco que también estaba disfrutando. Cuando hubo dejado las botas limpias, levantó un brazo para solicitar a su dueño el derecho de palabra.

  • ¿Qué quieres idiota?

  • ¿Puedo tomar agua mi señor?

  • Si claro, quiero que hagas bien tu trabajo, lo que viene es lo mejor. Entonces, vas a ir arrodillado hasta la habitación de al lado, allí está un cuenco con agua fresca.

  • Mi señor…podrían verme de alguna parte y estaré arrodillado.

Un fuerte bofetón fue la respuesta, seguido de un latigazo en la espalda. El cuerpo de Mikael se contrajo por intenso dolor, pero antes que él pudiese gritar, el emperador le cubrió la boca con su mano fuertemente mientras con la otra le halaba los cabellos con vigor diciéndole:

  • ¡A mí no me lleves la contraria perro, harás lo que yo ordeno y punto!

Humillado y, por el mismo hecho, lleno de placer, Mikael se dirigió de rodillas hasta la habitación contigua, avistó el cuenco de agua y tomó toda la que su estómago le permitió. Menuda tarea le tocaría después.

Volvió de rodillas, saciado y dispuesto a seguir la sesión que tanto goce estaba disfrutando. Nunca había tenido una experiencia tan gratificante en todos los sentidos. Al entrar al salón su dueño le increpó:

  • ¿Por qué tardaste tanto esclavo?

  • Disculpe amo, me costó desplazarme en esta posición.

  • ¡No quiero excusas! no me interesan esclavos negligentes, indecisos o rebeldes.

  • No volverá a pasar señor.

  • Claro que no volverá a pasar, haré que te arrepientas si vuelve a ocurrir.

Dicho esto, el emperador asió fuertemente a Mikael por los cabellos y le apretó el cuello hasta dejarlo unos segundos sin aire para respirar. El esclavo confirmó que, aunque físicamente podía liberarse del yugo que el soberano le aplicaba, su conciencia le detenía y le impelía a estar bajo el dominio del déspota chico. Definitivamente había adquirido el rol de sumiso ante la autoridad que le sometía. A los pocos segundos pudo respirar de nuevo y Frank le dijo:

  • Te conviene seguir manso conmigo y lo sabes.

  • Lo sé mi señor.

  • Si, pero esa mansedumbre, esa entrega, debe ser total, sin dudas ni negativas.

  • Así será mi amo.

  • Estoy seguro de ello. Vamos a oficializarlo.

El emperador se levantó de su sillón y buscó dentro de la gaveta de una cómoda un documento manuscrito elaborado en papel pergamino. Éste decía que Mikael se entregaba totalmente a su dueño y señor a cambio de recibir contacto fetichista con los pies y botas de aquél. El chico dio a su esclavo una pluma de oro para que firmara y sin dudar lo hizo. Estaba cumpliendo su sueño dorado. Al final de la escritura colocó también su firma el soberano y entre ambas rúbricas el sello de la corona etíope. Se había consumado oficialmente la relación entre ambos.

  • Esto no ha terminado cabrón.

  • Usted manda y yo obedezco mi amo.

  • Muy bien, así me gusta. Quítame las botas, empieza por la derecha.

Cuando Mikael movió las manos en señal que las usaría para descalzar a su dueño, éste le detuvo y le especificó la orden.

  • No, no, lo harás con tu boca, pero sin dañar el cuero de mis botas. No te explicaré cómo, sé creativo.

Entonces, Mikael, con mucho cuidado, mordió lo mejor que pudo la parte delantera de la suela de la bota derecha y comenzó a halar con fuerza, el emperador arqueó su pie para facilitar la acción. El rostro del esclavo dibujó una expresión de dolor por el esfuerzo que hacía. Sin embargo, al poco rato la bota comenzó a moverse y a salir de su sitio.

Lo que siguió fue la mayor gratificación y placer que Mikael hubiere recibido jamás. El muy fuerte olor de los pies del emperador invadió la habitación y también el olfato de Mikael. Aquel aroma era más fuerte que el de Davide y de cualquier otro que antes hubiera conocido.

  • Bien hecho esclavo. Irás poco a poco. Ahora olerás mi calcetín hasta que te canses. Pon tu nariz en la parte donde están los dedos.

Esa era precisamente la parte de donde emanaba el hedor con mayor fuerza. A pesar de su excitación, le era un poco difícil soportar tal nivel de fetidez. Debía adaptarse, pero no tenía tiempo y estaba obligado a cumplir con las órdenes de su soberano. Como pudo aguantó el embate del arma más letal del emperador.

Luego de un rato, el emperador le ordenó que chupara la parte del calcetín que había estado oliendo y que lo hiciera hasta dejarlo bien limpio. Así lo hizo. Ya estaba totalmente adaptado al olor y sabor de aquel majestuoso pie.

Cuando el emperador consideró que había hecho bien su trabajo, le ordenó que le quitara el calcetín con la boca, tarea que le resultó mucho más fácil, dada la experiencia que había adquirido con la bota.

Ahora lucía ante sí el mayor de todos sus deseos y fantasías: el pie oloroso de su majestad. Dios, ¿cuántas veces había deseado ese momento?

  • Ahora lame imbécil, ¿no era eso lo que tanto habías deseado?

Como si de ello dependiera su vida comenzó a lamer y chupar la extremidad sudada de su dueño y no podía hacerlo de otro modo que con los ojos cerrados. Mil pensamientos pasaron por su mente en esos instantes. Se sentía en una especie de limbo, su nivel de éxtasis no tenía fin. El sabor y olor fuertes del pie no le daban tregua y seguía chupando los dedos como si de ello dependiera su vida.  Una bofetada del emperador le despertó de ese placentero sueño.

  • Lame las plantas, idiota y luego ve subiendo hacia el talón y el empeine. Quiero que lamas todo el pie.

Y así lo hizo. Tal tarea le mantuvo ocupado un buen rato y cuando la hubo terminado el emperador le ordenó hacer la misma operación con el pie izquierdo.

A pesar que ya estaba sediento de nuevo, la hizo con el mayor de sus empeños y sin chistar.

En todo el proceso transcurrieron alrededor de dos horas, quizá, las mejores de su vida. Pero, como todo tiene su final, fue el propio soberano quien dio por terminado aquello, no sin antes felicitarlo por la extraordinaria labor que según él había hecho. Y finalizó con el mejor de todos los elogios:

  • Eres el mejor de mis siervos.

  • Gracias mi amo y señor.

Los meses fueron transcurriendo y los encuentros entre amo y esclavo se regularizaron. Una vez el emperador le dijo que la próxima sesión sería en Asmara, en el palacio de gobierno. Mikael abrió los ojos, ya que sabía lo que emblemáticamente significaría aquello para el pueblo eritreo, de quien algunos de sus ciudadanos estaban enfrascados en una creciente guerra contra los etíopes desde 1961, pues era evidente la amenaza de pérdida de independencia. Sin embargo, fue incapaz de contradecir a su amo. La sesión fue muy gozosa debido a que el emperador esa vez había ido con sus pies aún más olorosos, fruto de mayor tiempo sin asearse.

El emperador exigió, como tributo de sumisión, que las tropas etíopes fueran ocupando posiciones geográficas cada vez mayores en territorio eritreo, con lo cual pudieron presionar a la asamblea local y lograr, con mucho rechazo popular, el fin de la federación ente ambas naciones el 15 de noviembre de 1962, cuando Eritrea se transformó en una provincia más de Etiopía.

La independencia eritrea retornaría luego de casi 30 años de lucha del bravo pueblo eritreo, precisamente en 1991, año en que se puso fin a la guerra civil, teniendo como colofón el nacimiento del Estado de Eritrea, el 24 de mayo de 1993.

Mikael se trasladó a Addis Abeba, luego de finalizar forzadamente su gobierno. Estaba muy avergonzado al contribuir a ese destino, pero como recompensa continuó disfrutando del placer de los pies sudados de su amo hasta que éste fue derrocado en 1974.

Sin duda alguna, el poder de fetichismo es infinito.