A los pies de mi tía. Cap. 2

Me había convertido en el esclavo de mi tía, mi prima y mi hermana. Ahora tendría que servir a sus pies. Sin embargo, mi tía me compensaría con un footjob.

Una vez que me había adaptado como el sirviente de la familia, las cosas nunca volverían a ser como antes. Primero que todo, mi hermana comenzó a tener una relación mucho más cercana conmigo, me contaba de sus amigas en la escuela y sobre las cosas que le gustaba ver en televisión, claro, siempre mientras yo le lamía sus pies estando de rodillas o similar.

Sin embargo, mi prima adoptó una posición más ruda y demandante sobre mí, me pedía que hiciera varios de sus deberes o le prestara mis cosas, que después no cuidaba y regresaba en muy mal estado, además, cuando regresaba de jugar en el parque o una zona verde, con sus tenis llenos de barro y tierra, me obligaba a quitarle toda la mugre con mi propia lengua, generalmente junto con insultos y un par de patadas leves sobre mi rostro.

—Vamos, recuerda que eres como mi perro —me decía —Debes hacerlo mejor, que no sabes quitar un poco de lodo, sirviente —y luego restregaba su suela por toda mi cara llenándola de mugre.

La mejor parte de esta época de mi vida fue el hecho de que mi tía parecía gustarle mucho el tema del fetichismo y la dominación, y cumplió tales fantasías con su propia hija y sus sobrinos. Por ello, era justo ella la que nos motivaba a cada vez llegar a un punto más alto en el tal “juego”, a sabiendas de que apenas teníamos unos diez años.

—¿Dónde estas Marquito? —decía la señora al entrar en la casa.

Yo dejaba lo que sea que estuviera haciendo y corría hasta el pasillo principal.

—¿Me darás mi bienvenida? —decía mi tía, acto seguido me postraba ante mi tía, me arrodillaba frente a la puerta y comenzaba a lamer el cuero de sus zapatos negros, siempre dejándolos relucientes con mi saliva.

—Que alegría me da verte de esta manera, lo estás haciendo realmente bien.

Mi tía caminó hacia la cocina y la seguí a cuatro patas como el perro que era. La mujer saco una ensalada del refrigerador, tomo un tenedor, se sentó en la pequeña mesa que se encontraba ahí y comenzó a comerla. Mientras yo la veía desde abajo esperando sus órdenes.

—¿Qué pasa perrito, tienes hambre?

—Sí, tía, un poco —le dije yo a cuatro patas bajo la mesa.

—Entonces has como si fueras un perro hambriento —me dijo ella.

En ese momento comencé a ladrar como si en serio fuera su fiel perrito, así mismo, acurrucaba mi cabeza sobre sus piernas desnudas.

—Ay, un pequeño perrito hambriento —dijo mi tía con una voz muy infantil.

Volví a ladrar y saqué mi lengua repetidamente para enfatizar el hambre que tenía. Mi tía coloco el plato con las sobras de su ensalada en el suelo.

—Espera un momento perrito, aun le falta el toque especial —me dijo con una gran sonrisa en la boca.

—Quítame los tacones que me están matando —con mi boca logre quitárselos y entonces logre notar el olor a sudor que recorrían sus pies.

—Ay, espero que no te moleste el olor, ha sido un día realmente largo —luego, coloco sus pies empapados en sudor sobre la ensalada y la empezó a pisar sin piedad.

—Ya verás como te gustara —y yo le volví a ladrar en confirmación. Mientras veía como remojaba sus pies con la lechuga y como aplastaba las fresas de la ensalada con sus pequeños deditos.

—Ahora sí, disfrútala perrito —entonces me abalancé sobre el plato y comencé a comer de sus divinos pies. Ella agarra los frutos con sus dedos y yo los comía directamente, mientras parecía que ella leía un periódico.

Luego de varios minutos de comer logré acabar todo el plato, sin embargo, el aceite había dejado sus pies pegajosos, así que tuve que lamer todas sus plantas repetidamente para dejarlos bien limpios, lamí y relamí con la lengua entera mientras ella posaba los pies sobre sus talones y los movía de lado a lado de vez en cuando. En un momento mi tía levanto su pie derecho y lo metió entero en mi boca, y una vez dentro movió los dedos continuamente, lo saco y vi como estaba lleno de saliva mía, no me pude resistir y como un buen perro, lo chupé otra vez.

—Parece que te a gustado mucho comer de mis pies, ¿te gustaría repetirlo, perrito? —me pregunto luego de un rato.

—Sí, me encanto ama —y volví a chupar sus deliciosos deditos.

Ella se levantó, vio como había dejado sus pies y se alegró por el satisfactorio resultado, los había dejado totalmente limpios y sin rastros pegajosos. Se puso sus tacones negros y se fue a ver la televisión en la sala. Yo la seguí como su perro y una vez llegue a la sala, le prendí la tele, sintonice su programa favorito y le serví de reposa pies a cuatro patas.

—Eres un verdadero amor —me premio ella mientras descansaba sus pies en mi espalda.

Luego de casi media hora de ver su novela, mi tía movió repentinamente sus pies y me dijo:

—Oye, perrito. ¿Quieres que te enseñe algo nuevo?

—Sí, ama, sí quiero —ella dejo incorporo sus plantas en el suelo.

—Necesito que te quites la ropa.

La obedecí al instante y después de quitarme mi camiseta y los shorts me reprimió.

—Debes de desnudarte completamente —dijo ella. Y el pequeño yo de diez años hizo justo lo que pidió la señora. Me quite mi ropa interior y mi diminuto y lampiño pene quedo al descubierto.

Acto seguido me acosé boca arriba y mi tía-ama coloco sus divinos pies sobre mi estómago, lo aplasto como si fuera un tambor y se reía cada que mi penecito se movía al ritmo.

—¿Algunas ves te has tocado tus partecitas? —me dijo con una sonrisa de morbo en la cara.

—Nunca, ama.

—En ese caso esto te va a gustar mucho.

Movió su par de pies hasta mi pene y comenzó a masajearlo lentamente. Al principio no sentía nada en especial, pero en cuanto comenzaron los movimientos rápidos pude sentir como el placer inundaba mi cerebro, sentía que mi entrepierna se prendía fuego.

Una vez mi pene se puso erecto, alcanzando un largo de a lo sumo cinco centímetros, mi tía tomo su pie izquierdo y coloco la base de mi miembro en su empeine, mientras que con su pie derecho subía y bajaba cada vez más rápido. Me estaba dando mi primera paja.

—Falta algo muy importante, perro —acerco su cara un poco y le dio dos escupitajos a mi pene, ahora estaba completamente lubricado.

Cambio de técnica, con sus dos ásperos y maduros pies comenzó a frotar uno con el otro, estando mi miembro en medio de los dos, era como si sus plantas fueran rodillos y mi pene la masa que deben apretar. Estaba en el éxtasis y jadeaba y gemía a cada instante. Mi tía tan solo me veía y se reía de mis expresiones.

—¿Te gusta tu pajita pequeño perro?

—Sí, ama, me gusta, me gusta.

Finalmente hizo su último movimiento y me vine en sus pies, deje sus plantas llenas de mi pegajoso liquido blanco, era un total desastre.

—No olvides el final.

Me acerco sus pies y los poso sobre mi pecho, justo a unos centímetros de mi cara.

—¿Qué estás esperando, perro?

Saqué mi lengua y la pase una vez sobre sus pies, el sabor de mi propio semen me era extraño, pero siendo un niño no sabía que era aquello que mi tía me daba a probar, tan solo sentí el sabor salado en mi boca. Volví a lamer sus pies una y otra vez, pasando mi lengua por todo el líquido que brotaba de sus plantas.

—Eso, perro, estás limpiando mis pies de maravilla.

—Gracias, ama —le dije mientras pasaba me metía sus arrugados dedos dentro de la boca succionando todo al paso.

Cuando termine sus pies parecían relucir, ella los levanto uno por uno para poder ver como los había dejado, con su sonrisa pude comprobar su satisfacción con mí trabajo. Aunque quedaron algo pegajosos, sin duda alguna me había comido todo el líquido que broto de mí.

Se paro del sofá y se fue a su habitación, cuando regreso estaba arreglada y lista para salir.

—Iré a recoger a tu hermana y a tu prima del recital, más te vale no volver a vestirte. Prefiero verte de esa forma —saco unas risitas mientras me veía arrodillado y desnudo ante ella.

—No lo haré, lo prometo.

—Que buen chico. No olvides despedirte de mí —con su dedo apunto hacía las botas de tacón que traía.

Caminé a cuatro patas hasta sus pies y comencé a lamer la oscura piel de las botas, lamí cuando pude de su calzado. Mientras, mi tía solo sonreía al ver como había domesticado a su pequeño sobrino, desnudo y humillándose cual perro, me había convertido en su esclavo.