A los pies de mi ex (3)

Me hicieron esclava en una orgía. Culmina mi transformación.

Marta me quitó el arnés de castidad para que me duchara. Yo le miraba con el ceño fruncido, disgustado porque había informado negativamente a nuestra ama Sonia sobre mis tareas domésticas. "No te equivoques conmigo –me dijo mientras me duchaba- . No soy tu amiga ni tu protectora. Soy tu inmediata superior y debo dar cuenta de todo lo que hagas bien o mal en tus tareas de criada. Así que no pongas esa cara o yo misma te aplicaré un castigo. Debes saber que tengo licencia para usarte a mi capricho, lo que me convierte en ama y señora tuya mientras mis superioras no te reclamen. Si no te follo es para no darte ese gusto, porque como macho quedas escaso, algo menos que como mujer".

Tras la ducha, ambas nos vestimos el uniforme de gala y salimos a recibir a los invitados. Marta me iba dando instrucciones mientras saludábamos a la concurrencia agachando la cabeza y flexionando las rodillas. Nos estaba prohibido mirar a la cara a los invitados, hablar con ellos sin permiso y debíamos mantener la compostura si se propasaban tocándonos mientras les servíamos las consumiciones. Obedecer, soportar y callar era nuestra obligación. Si algún invitado deseaba un masaje, una mamada o darnos un sobeteo debíamos ser solícitas y si quería penetrarnos o masturbarnos debíamos informar a nuestra dueña para que decidiera si nos prestaba o no.

Marta fue perdiendo su uniforme según iba sirviendo copas a los invitados y no tardo en quedarse sólo con la cofia y los zapatos. A mi me pasó lo mismo sirviendo canapés. Era una situación extraña, porque las invitadas se quedaban en lencería sin ningún pudor y los invitados ponían en forma sus vergas toqueteándonos a las criadas y frotándose contra cualquier parte de nuestros cuerpos.

Mi ama permanecía vestida de látex negro, con unas botas de cuero de caña alta y tacones de aguja de vértigo. Elisa le pasó un látigo de cintas de cuero y le colocó un arnés de consolador; un inmenso consolador también negro. Delante de los treinta invitados me llamó a su presencia y, entre carcajadas del público, movió los dígitos de la cerradura de mi arnés para que se abriera el resorte del ano. "Este era el capullo de mi maridito y ahora es mi criada –dijo en voz alta-. Vais a ver como lo preparo para el servicio completo". Me puso a cuatro patas, propinándome unos latigazos innecesarios y fui lamiendo desde la punta de sus botas hasta el falo de látex largo y duro con que, sabía yo, me desvirgaría el ano. Pronto se dejó de preámbulos y me ensartó su polla postiza hasta el fondo. Ese debió ser el disparo de salida para que los invitados dieran rienda suelta a una orgía donde valía todo: intercambio de parejas, chicas haciendo boyos, tríos de chicos y chica o de chicas y chico. Polvos sobre la hierba, en las tumbonas, en la piscina. Marta penetrada en todos sus agujeros y yo con el pene irritado en el conducto del arnés de castidad, recibiendo una embestida tras otra de mi exmujer.

"No me digas que no te gusta –me decía con sarcasmo-. Lloras como una putita novata, pero tu cosita seguro que está tiesa, aunque castigada dentro de tu braguita, señal de que te sigue yendo la marcha".

Carlos y Elisa me sujetaban mientras Sonia me machacaba el recto. Cuando se cansó de darme por el culo, me vendaron los ojos y me ataron los pies y las manos. Me dieron de beber en abundancia y me sacaron el arnés. Tenía las piernas separadas y seguía en posición de perrita. "Ahora vas a ser una criadita dócil y complaciente – me dijo Sonia-. Mis invitados son gente importante y, si te portas bien con ellos, daré por terminada tu instrucción. Para tu tranquilidad, sólo hay cuatro señores interesados en usarte, están casados y quieren probar una chica con pene. Eso puede que de celos a sus esposas, así que igual te toca también atenderlas a ellas".

Me metieron cuatro vergas seguidas hasta que se corrieron en mí, afortunadamente todos se corrieron con el condón puesto, salvo uno que se vació sobre mi espalda.

Sus mujeres jugaban con mis bolas y mi pene, me daban puntapiés o taconazos en los muslos para que me moviera como una yegua mientras me cabalgaban sus maridos. Lamí las vergas recién corridas y caté los coños de las cuatro mujeres. Cuando terminaron de satisfacerse al menos dos mujeres y un hombre se mearon sobre mi cuerpo dolorido y exhausto.

Atada, con los ojos vendados, el culo taladrado, desnuda sobre la hierba, no pude ver el fin de fiesta. Marta se había revelado como una máquina sexual, una esclava perfecta que había llevado al orgasmo a más de la mitad de los invitados, sin distinción de sexos.

Mi ama Sonia había decidido subastarla al doble de precio de partida establecido en las invitaciones. Nadie debió poner reparos, porque sacó tres veces más de lo que esperaba.

Los invitados, tras la subasta, fueron desapareciendo.

Elisa me desató y me obligó a incorporarme, me puso de nuevo el arnés de castidad y me hizo recoger el uniforme desperdigado por el jardín para vestírmelo de nuevo. "Ahora eres la única criada de esta casa –me dijo-. Sigue el ejemplo de Marta y algún día podrás compensar a tu dueña en una subasta de esclavos".

Coincidí con Marta por última vez en lo que había sido su habitación y ahora sería la mía. Mientras hacía su equipaje, todo de uniformes de servicio, me felicitó: "Sin duda ama Sonia te conoce bien. Estaba más segura que yo de que no abrirías la boca y aguantarías como una esclava sumisa que te usaran sexualmente. Me permiten decirte que has dejado satisfechos a Paula, tu antigua amante, y a su marido, a los dueños de la empresa X, que son gays y a Mónica, la hija de Elisa y a una amiguita suya del colegio, que se entienden entre ellas. Por último, tus antiguos suegros no han podido resistirse a darte un escarmiento por lo que le hiciste a su hija, tu ama Sonia. Yo seré su nueva criada, puede que nos volvamos a ver. Por cierto, lo más asombroso es que no te hayas corrido con tanto trajín como te han dado. Por eso me permiten hacer un último servicio en esta casa".

Marta me acostó en el catre, me levantó la falda y me sacó el arnés. Se puso a horcajadas sobre mí y se metió mi verga flacida en su vagina, que fue creciendo en el dulce vaivén de su cuerpo y se corrió en pocos minutos. "Bueno, bonita –me dijo-, esto es lo que hay: como semental no vales nada, de modo que vas a tener suerte como esclava".

Marta cogió su equipaje y se fue, dejando olvidados sus bragas recién usadas y un par de zapatos de tacón bajo la cama. Los mismos que me hizo calzar Carlos esa noche mientras me sodomizaba. Debo reconocer que mi sustituto con Sonia me dejó contenta.

Por vez primera vez note placer aunque el ano lo tuviera muy resentido. Esa noche me propuse ser una digna sustituta de Marta.