A los pies de mi ex (2)

Continúa mi transformación en esclava.

El despertador sonó a las siete. Amanecí entumecido y Marta me ayudó a ducharme, dar unos retoques a mi depilación, rehacerme la coleta y pintarme las uñas de rojo. la falda de tubo de mi exesposa me obligaba a caminar con pasos cortos y torpes, por lo que la criada me enseñó el truco para andar garboso: un pie delante y otro detrás siguiendo una línea imaginaria en lugar de pasos largos con las piernas en paralelo. Con tacones debía hilar más fino, procurando pisar con el tacón antes que con la puntera, pero casi a la par.

En esas estaba, practicando con unos mules viejos de mi exesposa, cuando llegó Elisa. Me ordenó que me pusiera una gabardina entallada que me traía y que montara en su coche. Como sabía que sería incapaz de darme a la fuga travestido, no le hizo falta que Carlos nos acompañara por si me ponía desobediente.

Llegamos a la ciudad en pocos minutos y aparcó en un cuidado callejón. Allí, una puerta metálica daba acceso a un extraño taller de confección, donde cinco empleadas y un jefe sarasa nos esperaban.

-Quiero un conjunto completo de sirvienta francesa –recordó mi instructora al jefe-. Tómale las medidas a mi criada y ve enseñándome esos arneses de castidad que dices que son el no va a más.

El marica me puso en pelota picada, de pie sobre una alfombra, y tomo cuantas medidas quiso de mi cuerpo tocándome más de lo necesario. Se excitó mientras me tomaba medidas de los genitales pero, por más que quería medir mi pene erecto este se negaba a reaccionar a sus manuales estímulos, de modo que pidió ayuda a una joven y bella empleada que con caricias precisas en mi miembro y amenazándome con un consolador pegado a mi trasero, se las arregló para ponérmelo tieso y duro. Su jefe no perdió la ocasión para medírmelo y exclamar: "¡Talla pequeña; me lo temía!".

Chasqueó los dedos tras indicar las tallas de mis uniformes de chacha y las cinco señoritas acudieron a buscar las prendas solicitadas.

El conjunto completo incluía dos uniformes de faena de bata corta gris con delantal del mismo color y unas parisinas negras, un uniforme de gala con blusa escotada y minifalda negras y unos zapatos negros y escotadísimos de tacón alto de aguja, con pulsera al tobillo. El uniforme de gala se complementaba con delantal blanco de puntilla y cofia a juego. El liguero y las medias de rejilla solo podría usarlas con el de gala, pero los tangas y los sostenes bra que Elisa me compró a discreción debería usarlos siempre.

Respecto a los arneses, mi instructora eligió un par de ellos por tener un color similar al de mi piel. Tenían aspecto de tangas, pero en lugar de elásticos tenían correas que, mediante cierres metálicos enganchaban en una cerradura con combinación de tres dígitos. Al colocarme el arnés, el marica dirigió mi pene hacia un tubo estrecho y mis huevos a otro compartimento donde quedaban levemente oprimidos. Después ajustó la medida de las correas y cerró el arnés. Para terminar, me hizo probar el mecanismo de aros que permitía dejar expedito el acceso a mi ano, bien para que pudiera defecar o para ser sodomizado. Viendo que yo no podía manipularlo, porque también se controlaba desde la cerradura, Elisa quedo satisfecha, pero para asegurarse de que aquella sería una excelente compra necesitó que las empleadas me sobaran el paquete que, mirado desde mi ángulo de visión, se asemejaba al inicio de un pubis femenino, liso y depilado. No pude sentir el tacto de las manos de aquellas mujeres en mis genitales, pero a cambio me excité cuando Elisa me hizo lamer los empeines de sus deliciosos pies. Mi pene fue creciendo aprisionado por el estrecho tubo en vez de hacia arriba, en dirección al perineo y, estando a medias la erección la opresión pasó de darme placer a hacerme sentir un dolor insoportable que me retorció por completo.

Los allí presentes se partían de risa viéndome sufrir y más cuando Elisa comentó que yo era una fetichista de los pies y zapatos femeninos al servicio de su exmujer y de su nuevo novio. El marica me previno: "No tendrás problemas para mear con el arnés puesto si meas sentadita; se limpia el agujerito de evacuación con papel higiénico y no deja humedad ni olor. Pero como te pongas cachonda, se te irá quedando irritada y despellejada tu pollita, lo cual tiene mal arreglo". La advertencia sobraba.

Cargué las compras en el automóvil y entré en el chalet con el uniforme de faena puesto. Marta me esperaba con una larga lista de faenas para la jornada: colada, limpieza de las habitaciones y baños, cristales, planchado de ropa, colocar las tumbonas de la piscina, ayudarle a preparar canapés y bebidas para una fiesta que tendría lugar por la tarde y lustrar el centenar largo de zapatos de la señora, así como los del señorito y mi criada jefa que era ella misma. Para todo eso tenía cuatro horas.

Puse manos a la obra temiendo un castigo de mi ama Sonia si fallaba. Empapado en sudor, remate las faenas a tiempo y, seguido de Marta entré en el salón donde Sonia recibía un sensual masaje de pies de su novio Carlos, tumbada en un sofá.

-Su humilde esclava le informa de que las tareas que encomendó a su aspirante a criada han sido realizadas por ella de modo irregular –me sorprendió que Marta me pusiera en evidencia, porque hasta ese momento, creí tener en ella a una confidente de fiar-. La colada la hizo sin suavizante, quedaron rincones sin limpiar en las habitaciones y las camas hechas de modo deficiente, tuve que dar un repaso a los cristales, plegar bien la ropa, poner en su sitio las tumbonas y ordenar de nuevo el zapatero. En cuanto a los canapés, no dejé que esta inútil pisara la cocina para no estropearlos.

-Hiciste bien, Marta –respondió mi ama Sonia-. Mereces un premio a tu labor: elige entre lamérsela al señorito o comerme el coño. Pero antes, prepara a tu ayudante para su debido escarmiento.

Marta me dejó en sostén, arnés y parisinas, sacó cadenas y grilletes de un arcón de la sala y me los colocó en muñecas y tobillos. Después me enganchó con las cadenas a una recia argolla oculta tras el arcón en la que nunca había yo reparado. Cumplida su tarea, la señora decidió que fuera ella misma quien, con una fusta que había entre los cojines de otro sofá, me infligiera el castigo.

Recibí sus fustazos por todo el cuerpo. Sonia y Carlos se reían de mis gritos de dolor."Chilla como una nenaza –comentaban-. Así que, Marta, no dejes de fustigarla hasta que reconozca que merece el castigo y se porte como una criadita sumisa que acepta el dolor en silencio".

Los últimos minutos de azotes los pasé callado apretando los dientes. Cuando Marta recibió la orden de parar fue a por su recompensa: el coño de su señora, sin dudarlo. De haber elegido la polla de sus deseos, tal vez habría sido castigada por deslealtad y habría ocupado mi lugar.

Como Sonia disfrutaba de la lamida de Marta, Carlos se quedó con la polla fuera, sin saber qué hacer después de que la criada la tuviera que rechazar. Excitado por la visión de las dos mujeres en pleno cunilingüis se vino hacia mí a frotarse contra mi piel desnuda y dolorida. Su pollón era descomunal y con él trató de penetrarme por el culo, pero al desconocer el código de apertura de mi arnés y no querer distraer a su novia mi señora, tuvo que conformarse con un peting, follándome entre las nalgas prietas, palpándome el bra y el paquete, este insensible y reducido al tamaño de un coño sin orificio. Note su pene enorme y húmedo entre mis nalgas y supe que, aunque mi exesposa me rehabilitara como su marido, mi pene ya no volvería a entrar jamás entre sus piernas mientras tuviera a Carlos como semental o, quizá, a otro joven robusto y guapo a su alcance, dotado de un miembro hermoso y potente como aquel. Con su gigantesco aparato bombeando en mi trasero y mi pene anulado por el arnés de castidad, me sentí por vez primera como una mujer deseable y bella. Aquella que veía al fondo del salón, de cara dulce y cuerpo sexy montada por un buen mozo, era yo misma reflejada en el espejo. No me extraño que, de rabia por no haberme desvirgado el ano, Carlos me buscara la boca para correrse en ella, cosa que hizo cuando su novia llegó al orgasmo con su criada. Yo atrapé como pude entre mis labios aquel pene que me inundo de leche hasta la garganta. Era la primera vez que probaba semen ajeno y, debo reconocerlo, no me dio asco. Además era el único alimento que había probado en todo el día.

Marta y yo nos retiramos a arreglarnos. Debíamos ponernos los uniformes de gala pues los invitados a la fiesta no tardarían en llegar. De la fiesta orgiástica que dio mi ama daré cumplida cuenta en otra ocasión.