A los pies de mi Ama Miriam
Míriam llegó un día enfadada del trabajo y se desahoga en la complaciente Sandra, su fiel sumisa.
Las ganas que tenía Miriam ese día de hacerme sufrir eran verdaderamente grandes. Hacía ya un mes que prácticamente vivía con ella, siendo su esclava y sumisa las 24 horas del día. La historia de cómo llegué a esto es larga y será contada a su debido tiempo, pero lo que ahora importa es que servirla era para mí un placer.
Ella era una chica no excesivamente guapa, no destacaría entre un grupo medio de chicas. No muy alta, buen cuerpo, pelo rubio, piel blanca... lo mejor de ella eran sus tetas, muy bien puestas, y sus ojos azules, de mirada gélida... tan gélida como lo era en ocasiones su carácter. Ella había nacido para mandar... yo para obedecer.
No quiso explicarme qué le había sucedido ese día. Pocas veces me consideraba digna de darme explicaciones por nada. Simplemente llegó y se sentó en el sofá, como siempre hacía. De inmediato acudí a descalzarla para limpiar sus pies, como siempre quería que hiciera cuando llegaba a casa... pero esta vez era distinto. No tardé en darme cuenta de que algo iba mal, porque me miró y me ordenó friamente:
- Sandra, antes de quitarme las botas límpialas bien con la lengua. Especialmente la suela.
Procedí a hacerlo, claro. Arrodillada ante ella comencé a lamer la bota alta, de piel. Iba a lamer la suela cuando quitó su pie de mis manos, me hizo estirarme en el suelo y puso su pie derecho sobre mi cara.
- Saca la lengua, puta.
La saqué, y empezó a frotar la suela contra mi cara, sobretodo por mi lengua. Noté la suciedad y el polvo de la calle entrando en mi boca, además de un fuerte dolor en la lengua, donde Miriam restregaba su bota sin piedad. Pasaron unos 30 minutos antes de que cambiara de pie. Todo volvió a empezar. Traté de rogarle que me hiciera parar... para entonces casi no sentía mi lengua, no pude más que farfullar.
Me ignoró. Y además pisó mi largo pelo castaño con su otro pie. Al fin paró y me ordenó quitarle las botas y los calcetines. Entonces inicié la habitual limpieza de sus pies. Esto era algo diario. Cada día limpiaba sus pies, los lamía largamente, desde los tobillos a la punta de los dedos. Miriam tenía unos pies bonitos. Yo estaba orgullosa de ellos, porque eran resultado de mis cuidados. Calzaba un 38, sus dedos eran cortos y se curvaban deliciosamente. Sus uñas estaban especialmente bien cuidadas, siempre cortas y rectas... me encargaba de ello con atención cada día. Ella siempre revisaba mi trabajo y se encargaba de castigarme duramente si algo no le gustaba.
Lamí. Le gustaba especialmente entre los dedos, así que procedí a ello, esperando retomar la normalidad y disfrutar del momento... pero enseguida introdujo todos sus dedos en mi boca de manera violenta.
- Lame, puta, lame como nunca.
Lo hice, algo atemorizada, casi ahogándome. El tiempo pasó lentamente, Miriam cambiaba de un pie a otro, pero siempre mantenía uno dentro de mi boca, con sus cinco dedos dentro... A veces cambiaba, me pasaba el talón por la lengua, o la planta, o me hacía chupar su dedo gordo como si fuera un pene... pero la mayor parte del tiempo tenía la mitad de su pie en mi boca. Al fin, se levantó y con pasos rápidos, sin mirarme, se dirigió hacia donde guardaba su vara.
- Puta, levanta las piernas.
Las levanté. Sabía lo que venía ahora. Miriam iba a azotar las plantas de mis pies. No siempre lo hacía, pero era de sus castigos preferidos. Presentí que el castigo esta vez, además de injusto, sería largo y duro. No me equivoqué. Los azotes empezaron... fuertes, sin piedad... no tardé en comenzar a llorar, cada azote era un calambrazo que subía por mis piernas. Mi instinto me hacía bajar las piernas y cada vez que lo hacía Míriam indicaba que recibiría 50 azotes extra. Le supliqué como nunca, era la primera vez que la veía tan desbocada y tuve miedo. Entre lágrimas y gritos le suplicaba... seré tuya de por vida!!, te obecederé en todo!!, seré la puta más guarra de la ciudad!!, te daré todas mis ganancias!!, limpiaré todos tus zapatos con mi lengua!!... y mil súplicas más salieron de mí... pero Miriam no paró. Siguió azotando mis pies como nunca lo había hecho, dejando marca en ellos, aumentado 50 azotes cada vez que sin darme cuenta bajaba las piernas... Al final, llorando, no hacía más que decir por favor, para..., no podía decir nada más, estaba destrozada, entregada...
Finalmente lo hizo. Paró. Sabía que tendría que caminar coja unos días... Mis pies estaban rojos e hinchados, escocían y dolían. Míriam me miró fríamente y una vez más puso uno de sus pies en mi cara.
- Mañana vas a trabajar como la puta que eres, Sandra... vas a chupar pollas y a tragar semen, y vas a dejar que te enculen.
- Sí, Miriam, lo que quieras...
- Ahora vete.
Derrotada, humillada y resignada, me fui a la cama a descansar. Pese a lo duro del castigo y a no saber a qué se debía, pese a saber que al día siguiente iba a prostituirme una vez más, no pude evitar sentir una gran satisfacción. Fuera lo que fuera lo que preocupara a Míriam, yo le había servido para desahogarse. Y la dureza del castigo dejó en mí una sensación placentera... una vez más había superado mis propios límites.