A los pies de mi Ama 3

Mi hombría ha reaccionado brutalmente al estímulo de la visión de dos hembras preciosas y dominantes totalmente desnudas

­-Me parece que te convendría una buena ducha –la voz del Ama me saca de mi ensimismamiento; obviamente, por el tono cordial que emplea, deduzco que se dirige a su invitada.

Ésta tarda en reaccionar un poco ante la sugerencia, sumida como está en un sopor placentero.

-Sí, creo que sí.

-Ven, sígueme –le dice el Ama alargándole la mano para ayudarle a levantarse.

Ambas empiezan a caminar lentamente, aún cogidas de la mano, en dirección al pasillo que conduce al cuarto de aseo principal, el que comunica con el dormitorio de mi Ama. De repente ésta se vuelve y me mira.

-¿A qué esperas?, síguenos.

Voy a levantarme para obedecerle, cuando ella me mira concierto disgusto.

-En cuclillas.

Vuelvo a inclinarme y adopto la postura ordenada, con los brazos a la espalda para mantener el equilibrio, lo que parece que la complace y se gira para seguir conduciendo a la otra mujer, que sonríe ante mi obediencia, hacia la ducha prometida.

Ir en cuclillas es francamente costoso y me exige mucho esfuerzo para no terminar cayendo, aunque lo peor es el efecto que tiene sobre el dildo que llevo incrustado en el culo y que se mantiene bien fijo gracias al arnés; por su diseño, las sensaciones que el dildo genera en esta posición al presionar la próstata son placenteras, muy placenteras, pero las cinchas del arnés hacen que se incruste aún con mayor fuerza en mis entrañas lo cual de placentero no tiene nada, así que cada movimiento de mis caderas al avanzar me produce los dos efectos contrapuestos llevándome a un estado de excitación dolorosa tan del gusto de mi dueña. Otro efecto, colateral podría decir, es el tintineo de las campanillas, por lo general bastante silenciosas, pero que con las sacudidas suenan marcando el ritmo de mi avance. El conjunto es devastador y me recuerda a cada metro que no soy más que un esclavo, algo de lo que mi Ama dispone, incluso cuando, como ahora ni tan siquiera me observa; sin más voluntad que la suya, sin más sexualidad que la que Ella me permite y sin más vida que la que tengo programada. A medio camino me doy cuenta que mi pene cuelga flácido y encogido, una prueba más de mi degradación, si lo pienso bien.

Para cuando llego al cuarto de aseo las dos mujeres están aguardando mi entrada. El Ama golpea rítmicamente el suelo con la punta de uno de sus zapatos, en un gesto de impaciencia que reconozco como el preludio de algo nada bueno para mí.

-Vaya, por fin apareces –de echo habré tardado tan sólo un minuto más que ellas-. Me parece que te estás poniendo muy fondón, te tengo muy consentido, pero no te preocupes ya iré pensando cómo poner remedio, más adelante.

La amenaza implícita en sus palabras me atemoriza y en un gesto automático paso de estar en cuclillas a ponerme a cuatro patas y corro a besar sus pies intentando apaciguar su enfado con una exhibición de humillación total a su voluntad.

-Ahora haz algo útil. Desviste a nuestra invitada. Empieza por los zapatos.

Me arrastro hacia los pies de la mujer y comienzo a deslizar la finísima tira el cuero a través de la hebilla que sujeta el zapato a su pie izquierdo a la altura del tobillo. Los aromas de su piel inundan mis fosas nasales. Es tan perturbador, tan embriagador que la excitación empieza a fluir por mi epidermis. Instintivamente separo aún más mis rodillas y me inclino, para notar cómo la punta de mi pene, ahora ya semierecto, roza con las frías baldosas del cuarto.

-No te entretengas, no tenemos toda la tarde. Aunque… -un corto silencio como sí los sopesara-, pensándolo bien, ya verás que tenemos mucho más que la tarde –la carcajada de mi Ama hace que mi pene vuelva a su estado natural de recogimiento.

Sigo con el zapato de su pie derecho y cuando termino me dispongo a levantarme para quitarle el vestido de la forma más aséptica que pueda conseguir ya que estoy seguro que el más mínimo roce de mi cuerpo con el suyo será objeto de castigo.

-Aún no. Quítame los zapatos. Creo que también me apetece ducharme.

No me atrevo a elevar la vista pero escucho unas risitas y lo que me parece, aunque me resulta tan perturbador que me niego a creerlo, unos besos, como si se estuvieran dando unos piquitos muy suaves.

Justo cuando termino de quitarle los zapatos que tan bien sabe emplear para subyugarme algo me cae sobre la cabeza. Sin más levanta una de sus piernas y la falda se desliza hacia el suelo, luego la otra pierna y ya está libre de la prenda. Como he sido enseñado la doblo con cuidado y me arrastro a depositarla en un pequeño banco que hay en una esquina.

-Sigue –el imperativo me obliga a ponerme en pie, si bien procuro mantener la mirada baja, no al suelo ya que debo desvestirlas y me sería imposible, pero sí lo suficientemente humillada para no perturbar al Ama.

-Primero ella.

Me acerco a la invitada y sujeto el vestido por abajo y lo voy subiendo, ella colabora elevando los brazos para que pueda sacarlo por arriba, si bien los levanta mucho más de lo necesario obligándome a enderezarme, como si quisiera a toda costa que la mirara. Consigo desviar la mirada hacia un lado al tiempo que el vestido, impregnado de su aroma corporal y aún caliente del contacto con su cuerpo, termina en mis manos y lo deposito en la banqueta.

La visión que de sus senos desnudos de pezones erectos me ha proporcionado me da entender que ya he terminado con ella, así que ahora me dirijo hacia mi dueña y empiezo a desabotonar su blusa de arriba abajo. En cuanto saco del ojal el último botón con un gesto de sus hombros la blusa se desliza hacia atrás, lo que me obliga a correr para cogerla y dejarla en su sitio.

Tampoco ningún sujetador cubre los pechos del Ama, así que tan sólo queda una prenda por quitar de su espléndido cuerpo: las braguitas.

-De rodillas y despacio, ya sabes que no me gustan las brusquedades –su voz ha sonado dulce pero, aun así, es una orden, así que me arrodillo delante de sus piernas y coloco mis manos en sus caderas.

La prenda interior es sencilla, sorprendentemente unas braguitas de niña buena, de un blanco inmaculado salvo por una manchita justo en el punto donde está su vulva, lo que me da a entender que ella tampoco es inmune a la carga sexual de la situación; comienzo a deslizarlas muy despacio, sujetándolas por los lados y dejando al descubierto su pubis rasurado. Cierro los ojos. No puedo evitarlo, siempre que estoy a la altura de su sexo cierro los ojos un instante para percibir mejor su aroma. Si pudiera empezaba ahora mismo a saborearla, a sorberla y degustar en el paladar la salobre destilación de su excitación; sin embargo he de conformarme con la fragancia y seguir con mi labor. Se apoya en mi cabeza un instante y las braguitas ya están fuera.

El cuarto de baño dispone de una ducha sin obstáculo alguno, que utiliza un desnivel del suelo creado ex profeso hacia una de las esquinas donde está el sumidero, así que un par de pasos y ambas mujeres están bajo una cascada de agua tibia. Yo me he quedado en el mismo lugar donde estaba, con las braguitas en la mano, totalmente embobado contemplándolas sin el más mínimo decoro. Mi hombría ha reaccionado brutalmente al estímulo de la visión de dos hembras preciosas y dominantes totalmente desnudas que se alternan para empaparse bajo el agua. De repente nuestra invitada se fija en mí.

-Uy, me parece que alguien se está regalando la vista con nosotras; animalito, míralo, si está totalmente empalmado como un perro salido.

-Pero bueno… –el tono de mi Ama me ha devuelto del todo a la realidad-. ¿Pero tú qué te has creído? No puedo estar tranquila contigo. De está también te vas a acordar. Tú ve sumando puntos que te estás ganando una buena.

-Pobrecillo, pero si no puede evitarlo –hay un tonillo de burla en su voz que no hace más que agravar la situación.

-Haz algo útil. Ven aquí y enjabónanos.

Obedezco raudo ante la orden. Tanto entusiasmo parece divertirles ya que ambas se sonríen. Cojo la esponja, la mojo y la cubro generosamente con gel de baño, luego la deslizo por los hombros del Ama, su espalda, sus nalgas, delicioso cuello, sus senos, su vientre, su pubis, sus piernas. Lo hago de la forma más mecánica y profesional, por así decirlo, que puedo, intentando en todo momento no tocarla con nada que no sea la esponja. Repito la operación con la otra mujer y cuando termino me postro a sus pies con la cabeza inclinada hacia el suelo como una muestra de mi sometimiento a sus deseos, pero también porque mi miembro no ha perdido ni un ápice de su dureza, de hecho palpita embravecido, torturándome dolorosamente con sacudidas que repercuten en el dildo que ocupa mi recto.

Puedo ver como el agua jabonosa se va por el sumidero mientras se aclaran bajo el chorro. Al menos no me han obligado a volver a enjabonarlas, lo que me genera cierto alivio; no me gustaría defraudar de nuevo a mi Ama con mi más que evidente excitación.

-Puede que ahora nos seques como es debido, ¿no te parece, perrito?

Otra sacudida de mi pene y un latigazo eléctrico recorre mi columna. Me acerco a los colgadores y, con las toallas en las manos, me encamino hacia mi perdición.