A los pies de mi Ama 2

Sus palabras, el vislumbre en ellas de una eyaculación, hacen que mi pene se encabrite aún más; a estas alturas debe de estar del todo congestionado y supurando líquido preseminal

-Aquí está –oigo la voz del Ama por encima de mi cabeza al tiempo que por el rabillo del ojo cuatro pies femeninos prácticamente desnudos y alzados sobre sendos tacones se paran ante mí.

-Delicioso. Simplemente delicioso –su voz suena musical, algo profunda.

-Saluda a nuestra invitada como es debido –hay enojo en su tono, y detecto un poco de nerviosismo, algo que me confunde, no va con su carácter.

Sin alzar la cabeza me muevo e inclino la cabeza hasta que mis labios besan uno de sus pies; percibo el calor de la piel, su suavidad y tersura, el aroma que me embriaga; luego beso el otro pie.

-Muy obediente, me gusta.

Los pies se alejan de mi visión. Permanezco inclinado, a cuatro patas, con mi trasero elevado, sé que es una postura que satisface al Ama.

-Vaya, veo que es un perro muy salido –la invitada debe haberse fijado en mi pene que permanece duro, terriblemente excitado, supongo que en gran parte por la situación aunque también por todo el tiempo de cautiverio impuesto por su dueña.

Sin que pueda evitarlo, mi pene se agita ante la expresión, jamás el Ama me ha llamado “perro”, para ella soy simplemente algo suyo, le pertenezco y me posee y dirige en consecuencia, sin embargo, esta mujer me degrada, me animaliza y, de una forma aún incomprensible para mí, eso me estimula aún más, si cabe.

-Lo he tenido bastante tiempo sin eyacular –la voz del Ama suena más relajada, como si pisara un terreno más firme-. En mi opinión su comportamiento mejora notablemente con la insatisfacción, se vuelve más dócil.

-Pobrecillo, ¿no te da pena? Mira cómo se le bambolea, incluso te está goteando ese líquido tan pegajoso sobre la alfombra. Habrá que hacer algo si no quieres que te la deje perdida.

Sus palabras, el vislumbre en ellas de una eyaculación, hacen que mi pene se encabrite aún más; a estas alturas debe de estar del todo congestionado y supurando líquido preseminal como en otras ocasiones en las que el Ama me ha mantenido así, al borde del alivio, haciendo gala de un sadismo que no concuerda con su rostro.

Unas risas femeninas algo contenidas suena sobre mí. La situación parece divertirles.

-¿Puedo?

-Claro que sí, todo tuyo –la frase me deja helado, mi Ama acaba de cederme a una extraña, bueno, una extraña para mí, es obvio.

-Anda, trae un vaso largo, por favor. Tú, perro, acércate a aquí –de una frase a otra su tono ha cambiado notablemente, pasando de la suavidad al dejo estricto de quien se sabe superior y no admite discusión.

Sin alzar la vista me acerco hacia la voz. La mujer se ha sentado en el sofá. Puedo ver sus piernas desnudas, preciosas por cierto, ya que me parece que lleva una falda hasta la rodilla.

En unos segundos vuelvo a notar unas manos sobre mi pene. Lo acarician de forma continua como si ambas trabajaran en una cadena de montaje, deslizándose a lo largo, desde el glande hacia la raíz, una y otra vez; es increíblemente placentero, cierro los ojos y me concentro en la sensación.

-Eso es, muy bien, perrito, así me gusta, que disfrutes –su voz me excita aún más, ahora suena dulce, casi cariñosa. Me empieza a temblar todo el cuerpo, el placer va en aumento en tanto sus manos no se detienen, siguen recorriéndome desde la punta a la base, una tras otra alternándose de forma continua gracias al lubricante-. Eso es, así, muy bien. Levanta el culo, no querrás que luego me duela la espalda, ¿verdad? –como si tuviera un resorte en mis piernas elevo mi grupa todo lo que puedo intentando acercar más mi pene a sus manos, si ello es posible.

-Gracias, cuando te diga se lo colocas en la punta –no habla conmigo, obviamente, sino con mi Ama que debe haber vuelto de la cocina.

-Veo que estás hecha toda una experta.

-No creas, antes lo hacía más a menudo, pero de un tiempo a esta parte estoy probando técnicas nuevas.

-¿Técnicas nuevas?

-Sí, ya te contaré. Estate preparada –sus palabras vienen acompañadas de un cambio en mi entrepierna. Ahora me masturba con una mano, encapullándome y descapullándome el glande, cada vez más deprisa.

Los temblores de mi cuerpo aumentan, empiezo a perder la noción de todo lo que me rodea, toda mi consciencia se concentra en mi pene, en su punta, para ser más preciso, que es acariciada con fuerza una y otra vez, con una esquirla de dolor, debido a la falta de roce acumulada, que me enloquece y colapsa. Me da la sensación de que con cada movimiento de su mano me voy cargando eléctricamente. En un último latigazo de cordura consigo pronunciar las dos palabras imprescindibles para mí, más allá de todo retorno posible.

-¿Puueeddo, Aaammmaaa?

Un “córrete” lejano llega a mi cerebro a través de la niebla de placer absoluto que me envuelve justo en el momento en que todo mi ser se convulsiona herido por un rayo que se ha descargado sobre mi pene y me atraviesa hasta salir por mi garganta, mis ojos, mi nariz, dejando mis músculos inertes, desmoronándome sobre la alfombra con la sensación de sufrir una muerte diminuta y plácida.

Sin la más mínima gota de raciocinio, de mi garganta sale un farfullo que pretende ser un agradecimiento.

Cuando empiezo a recobrarme noto punzadas de dolor en mi nalga.

-Vamos, espabila. Vamos –sin que necesite verlo sé que es la punta del talón de aguja de uno de los zapatos del Ama.

El dolor va a más con cada envite, recalcando la importancia de que vuelva a mi posición natural de sometimiento. Como puedo me incorporo hasta estar de nuevo a cuatro patas. Me siento extenuado y relajado por igual.

-Me parece que después del regalo que te ha hecho mi invitada merece una recompensa, ¿verdad?

-Sólo si es la voluntad del Ama –respondo de forma automática; intento no volver a caer más en el viejo truco de dar a entender que soy yo el que decide. Oigo una carcajada.

-Anda que no sabe este perro tuyo. Menudo elemento.

-Sí, cuando quiere es muy ladino. ¿A qué esperas?, empieza.

Sé perfectamente a qué se refiere, o al menos eso creo. Así que me muevo para ponerme delante de las piernas de la mujer y comienzo a lamer sus pies con suavidad. Lamo sus dedos, deliciosos, y mi lengua se entretiene en cada uno de ellos, pasando de un pie a otro una y otra vez. Luego sigo con los empeines y me deslizo hasta los tobillos. Separa las piernas dándome más espacio para trabajar, así que me animo y mi lengua fluye por sus espinillas hacia las pantorrillas. Es increíble, jamás pensé que pudiera excitarme tanto al ser el instrumento de placer de otra mujer que no fuera mi Ama, sin embargo, mi pene está recobrando su dureza, simplemente no puedo controlarlo, la exaltación me domina, en tanto estiro el cuello para que mis labios besen una de sus corvas, tan suave, tan deliciosa.

-Tu sumiso sabe cómo comportarse –su voz suena entrecortada, invadida por la excitación. Soy hábil con mi lengua, lo sé, mi Ama me ha entrenado a conciencia en sesiones maratonianas de placer, su placer, recorriendo toda su piel hasta conseguir que el placer la inundara y la venciera, dejándome a mí por toda recompensa sus estertores durante el éxtasis.

Paso a besar y lamer suavemente sus rodillas mientras éstas se separan aún más abriéndome paso hacia sus muslos; de repente llega hasta mi olfato el olor, ese olor tan diferente en cada mujer y a su vez inconfundiblemente de hembra, de hembra ofrecida, de hembra hambrienta de placer. Sin elevar la vista más allá de mi objetivo miro hacia el nexo de sus muslos y contemplo su sexo humedecido; su falda está arremangada a la altura de la cintura y, obviamente, la lencería simplemente nunca ha existido. Me he entretenido demasiado en la admiración porque un par de azotes caen sobre mis nalgas, duros y exigentes como son propios de mi dueña.

-Sigue, no me hagas quedar mal o te arrepentirás.

Prosigo besando sus muslos, moviendo mis labios de una pierna a otra, para luego dar pequeños mordisquitos, casi raspando esa piel tan delicada y tierna lo que genera convulsiones en las piernas y unos jadeos suaves, señalándome que estoy en la senda correcta.

Estoy de rodillas, con los brazos apoyados en el sofá para poder sostenerme mientras mi cabeza se adentra en la entrepierna de la mujer; la posición es algo incómoda pero, a su vez, hace que el glande de mi pene roce a intervalos contra la tela del forro, aumentando mi desesperación; sin embargo, quiero hacerlo bien y la postura no es la adecuada, así que paso mis brazos por debajo de sus muslos y, agarrándoselos, acerco su sexo a mi boca, desplazando sus nalgas sobre el cojín. Es algo que suelo hacer con el Ama, así que no me lo he pensado y ahora tengo los labios jugosos de su hendidura delante de mí boca ávida de su goce.

Y entonces comienzo a lamer los labios vaginales, separándolos con mis dedos para acceder al orificio, introduciendo todo lo que puedo mi lengua al tiempo que de tanto en tanto la paso por el clítoris que se ha erectado como un diminuto pene fisgón. Su excitación va en aumento, su respiración acelerada y sus jadeos  se acompasan con los movimientos de mi lengua; intento conservar el ritmo, ensalivando la zona para mantenerla húmeda, concentrándome cada vez más en su clítoris, notando como su cuerpo comienza a envararse alrededor de mi cabeza y sus muslos me la aprisionan asegurándose mi labor continua y dedicada.

Vuelvo a ser un objeto, algo que es utilizado para el goce ajeno y así complacer al Ama, en esta ocasión a través de su invitada. La tensión de mi prisión crece y procuro no minorar los movimientos de mi lengua, a estas alturas ya dolorida. Toda la vulva se ha amoratado, hinchado; lo dedos de la mujer hacen presa en mi pelo, lo retuercen apretando mi cabeza contra su sexo, exigentes, y sus caderas se revuelven alrededor de mi boca; los jadeos se han convertido en grititos casi como lamentos estrangulados, me cuesta respirar, la presión me atormenta, mi nariz diría que se ha fundido con su pubis rasurado y me invade la angustia ante la falta de aire, lamo enloquecido consciente de que es mi única escapatoria antes del desvanecimiento; de repente su cuerpo se detiene, se tensa aún más a mi alrededor si eso es posible y estalla con un bramido brutal, animal, mientras un chorro de líquido surge de su vagina y me baña el rostro aumentando mi sensación de ahogo. En un instante sus piernas aflojan su presa y retrocedo tomando aire, contemplando cómo su cuerpo aún convulsiona y, por primera vez, veo su rostro, bellamente deformado por las contracciones del orgasmo que menguan lentamente.