A los pies de mi Ama 1

Mi Ama jamás me ha exhibido, jamás he estado “vestido como es debido”, es decir, desnudo y enjaezado, delante de nadie que no fuera ella. Pero hoy será distinto.

Abro la puerta de casa con algo de nerviosismo. He llegado un poco antes de mi hora habitual porque mi esposa, mi Ama, me ha llamado al despacho y me ha ordenado que así lo hiciera. Cuando cierro la puerta oigo su voz desde el fondo del pasillo.

-Ya era hora. Hace un buen rato que te espero –su tono es de enojo.

-Perdón, Ama –le respondo los suficientemente alto para que me oiga, temeroso-, el tráfico esta imposible a esta hora de la tarde.

Una vez dejo mi cartera con la documentación me dirijo rápidamente hacia la sala de estar y, nada más entrar, puede verla, de pie, con los brazos en jarra y la mirada endurecida.

-¿Es así como me obedeces?

-No, Ama. Perdón, Ama –mi voz tiembla sin que pueda hacer nada para evitarlo.

-Acércate.

Doy unos pasos hacia ella, quedando como a un metro de distancia.

-Acércate más, coño –el tono de su voz hace que me recorra un escalofrío, aun así me adelanto hasta quedar muy cerca de ella.

¡Zas! La hostia que me da hace que se me bambolee la cabeza.

-Esta por no llegar antes.

¡Zas! En la otra mejilla

-Y esta por no obedecerme como es debido.

-Gracias, Ama –contesto, con lágrimas en los ojos, no tanto por el dolor como por la humillación-. No volverá a pasar, Ama.

-Claro que no volverá a pasar, porque como vuelva a pasar este par de tortas te parecerán una caricia. Ahora ve a cambiarte y vístete como es debido.

-Sí, Ama. Gracias, Ama.

Entro en mi cuarto, por así decirlo, ya que es la habitación más pequeña de la casa, con un ventanuco y la apariencia de una celda más que otra cosa, el mobiliario consiste en un espejo de cuerpo entero en la pared del fondo, una colchoneta en el suelo, un par de estantes para mi ropa y unos colgadores para las americanas; según mi Ama eso mucho más de lo que merezco.

Me desvisto delante del espejo, tal como se me ha ordenado que lo haga siempre, hasta quedar tan sólo con en “ropa interior”, como le gusta decir al Ama. Ésta consiste en tres elementos con los que paso la mayor parte de mi vida desde que mi mujer se convirtió en mi dueña: un dildo anal, un arnés que mantiene el dildo en su sitio y una restricción para mi pene que le imposibilita cualquier erección, puede jurarlo, y que tan sólo deja un orificio para poder orinar. Obviamente las llaves de los diminutos candados que mantienen el arnés y la restricción en su sitio son propiedad del Ama, eso hace que, por ejemplo, algo tan elemental para cualquier ser humano como es defecar en mi caso queda a la voluntad de Ella y, en ocasiones puede ser francamente cruel.

Vestirme como es debido es un eufemismo, obviamente, ya que consiste en colocarme unos grilletes de cuero reforzados con láminas de metal y unas argollas tanto en las muñecas como en los tobillos. Todos los grilletes se cierran con candados cuyas llaves también pertenecen al Ama. Luego cuelgo unas campanillas en los aros que atraviesan mis pezones. Por último me coloco el collar en el cuello. Un aro metálico rígido de unos cinco centímetros de ancho que se cierra tras mi nuca con un clic seco y al que están engarzados tres aros más pequeños, uno a cada lado y otro delante.

Vuelvo a la sala de estar esperando que el Ama esté más calmada para descubrir que se ha cambiado de ropa. Ahora viste con elegancia, zapatos de tacón, falda larga y una blusa vaporosa y algo traslúcida bajo la que se pueden vislumbrar sus senos desnudos, todo en tonos cercanos al negro. Sus labios y uñas contrastan al lucir un color rojo vivo, casi candente.

-Esperamos visita, así que habrá que espabilar. Vete a la cocina y limpia los platos, luego vuelves que te pondré a tono para recibir a mi invitada. Y no te encantes, que tenemos poco tiempo.

“Una mujer” pienso en un instante. Luego reacciono y me voy raudo a la cocina. Mientras friego le doy vueltas a la situación. Mi Ama jamás me ha exhibido, jamás he estado “vestido como es debido”, es decir, desnudo y enjaezado, delante de nadie que no fuera ella. Pero hoy será distinto, ha decidido mostrarme. Me pregunto quién será esta mujer y por qué ahora. No sé hasta qué punto estoy preparado para esto, pero lo que sí sé es que no tengo ni voz ni voto, soy una propiedad sin derechos y el Ama puede disponer de mí a su voluntad, así pues no tengo alternativas.

Al parecer la situación me excita en el fondo, ya que noto como el dolor empieza a manifestarse en mi pene que intenta endurecerse. Cierro los ojos, respiro profundamente e intento relajarme antes de que el dolor me imposibilite y el Ama me descubra retorciéndome en el suelo de la cocina. Termino de fregar y vuelvo a la sala de estar.

-¡Qué rápido! –dice en un tono de sorpresa al verme entrar-. Vaya tendré que tener invitados más a menudo para espabilarte, por lo que veo –la situación parece divertirle.

-Ponte a cuatro patas aquí –y señala el espacio delante del sofá; obedezco de inmediato-. Bien, muy bien. Veamos.

Se sienta en el sofá y empieza a hurgar en la restricción. En unos segundos noto como mi pene se libera de su cautiverio casi perpetuo. La sensación me resulta increíble después de tanto tiempo, pero mi incredulidad aumenta cuando noto una mano del Ama amasándome los testículos mientras la otra me empieza a masajear el miembro. Debe usar algún lubricante pues mi pene se desliza con facilidad entre sus dedos y en poco segundos una erección crece entre ellos.

-¿Te he dado permiso para ponerte erecto?

Su voz se clava en mi cerebro atravesando las oleadas de placer que me llegan desde mi entrepierna y de inmediato entro en pánico. No, no me ha dado permiso. Y noto como mi pene se desinfla.

Una carcajada sale de su boca. Efectivamente, la situación le divierte.

-Bien, ahora te lo doy. Quiero verte bien duro, y no quiero que se te baje. ¿Entendido?

La masturbación prosigue y sus palabras hacen que mi pene recupere su dureza.

-¿Entendido? –repite, y me doy cuenta de que no le he contestado la primera vez.

-Sí, Ama. Entendido, Ama –logro balbucear, extasiado por la sensación de estar siendo masturbado por mi dueña.

Estoy totalmente perdido en las sensación de notar sus manos recorriendo la piel de mi pene, acariciando mi escroto, arañándolo con sus uñas y apretando sin piedad mi glande, infringiendo placer y algo de dolor por igual, en una combinación que de seguir al mismo ritmo me hará eyacular en muy poco, sin su permiso, por cierto, algo que en estos momentos casi no me importa, casi. Sin embargo, suena el timbre de la puerta y sus manos desaparecen.

-Vaya, la visita ya ha llegado. Sobre todo ni se te ocurra perder la erección mientras voy a abrirle.

-No, Ama –contesto.

-Y baja la cabeza, no quiero que mires otra cosa que no sea el suelo.

-Sí, Ama –y de inmediato mis ojos se quedan clavados en la alfombra.

Sólo puedo escuchar el sonido de sus tacones sobre las baldosas cuando se dirige hacia la puerta de la entrada por el pasillo, y el latido fuerte y rápido de mi corazón repleto de ansiedad por la situación que se avecina. Mientras tanto mi pene reacciona con una sacudida de excitación como nunca había tenido antes.