A las seis de la tarde de cada día...

Cuidado con lo que deseas

A las seis de la tarde de cada día le espero en el salón. Preparo café, pongo música, me arreglo ante el espejo, y le espero sentada en el sofá, en ropa interior bajo la bata de seda que me regaló. Es como una segunda piel preciosa, hasta las rodillas, con un estampado floral de grandes flores marrones y anaranjadas. Le espero en el sofá y cuando entra se acerca para besarme los labios y se sienta a mi lado. Sirvo dos tazas y las bebemos sonriéndonos y preguntándonos por el día, contándonos las rutinas de la jornada. Nada: pequeñas anécdotas. Me cuanta que ha discutido con tal o con cual, y yo le respondo con el relato de una conversación trivial en la frutería, con la descripción de un queso de oveja que he descubierto y he comprado para cenar. Dejamos caer la tarde sin encender la luz hasta que la penumbra nos hace comprender que es la hora de terminar el ritual, y enciendo las luces.

Hoy noto algo extraño. Tras el sonido familiar de la puerta al abrirse, percibo otro de pasos y una breve conversación en susurros. Entra con cinco hombres más. No me lo puedo creer. Lo hablamos el sábado, mientras follábamos. Nunca pensé que se atrevería. Hablamos de hombres tomándome ante sus ojos, follándome, y sentí una gran excitación. Me corrí mientras susurraba junto a mi oído la escena que imaginaba. Sentí que estallaba llenándome de su lechita tibia mientras narraba el modo salvaje en que me rompían. Nunca imaginé que se atrevería.

Me pongo de pie entre curiosa y asustada y me rodean sin pronunciar palabra. Carlos me sonríe. Huele mi miedo cuando noto una mano en el culo y uno de ellos me muerde la boca. Sucede en un instante: desatan mi bata, me soban, me besan, me muerden los labios, magrean mis tetas, mi culo. Gimo al sentir una mano, no sé de quien, metiéndose bajo mis bragas. Me rodean, tiran de mí para atraerme cada uno hacia sí. Tengo la bata en el suelo, el sostén en el suelo y las bragas en los tobillos. Carlos se desnuda y se sienta en el sillón para observarnos. Tiene la polla dura, y una primera gota de fluido preseminal brilla en el extremo de su capullo enrojecido.

Son jóvenes. No muy jóvenes, pero más que nosotros. Deben tener treinta, o casi treinta, o treinta y pocos. Apuestos y fuertes. Me cuesta seguirlos. Me dejo hacer confundida y excitada. Diez manos, cinco bocas que me comen la boca, que me muerden el cuello, que lamen mis pezones duros. Manos en el culo, manos en las tetas, dedos en el coñito, chapoteándome en el coñito empapado. Apenas hablan. Comentarios cortos, valoraciones sobre mi cuerpo como si fuera una yegua, pequeños insultos: “zorrita”, “putita”, “me muero por metértela” …

Se van desnudando. Les ayudo. Agarro sus pollas a medida que salen a la luz. Me dejo empujar hacia el suelo, hacia la alfombra, y me encuentro arrodillada, rodeara de sus pollas. Alguno termina de quitarse la camisa mientras me trago su polla. Pugnan por mis labios, por mi garganta. Noto en el paladar el roce de sus capullos, el flujo ligero y sedoso. A veces, empujan mi cabeza con las manos y me fuerzan a tragármelas. Se me llenan los ojos de lágrimas y babeo sobre mi pecho ligeramente mareada por la hipoxia.

Uno, no sé quién, arrodillado a mi espalda me masturba primero con delicadeza, en pocos minutos casi con furia. Hace resbalar sus dedos alrededor de mi clítoris, chapotea con ellos en mi coño empapado. Me enerva. Siento su capullo resbalándome en la espalda, en las nalgas. Me produce una excitación eléctrica, un placer violento que me lleva a gritar, o a intentarlo, a disparar a veces pequeños chorritos de pis. Me dejo llevar por la violencia hacia la que van evolucionando los acontecimientos. Pelean por mi boca. Me sujetan por el pelo para meterme sus pollas duras en la boca, en la garganta. Casi me ahogo. Apenas veo la escena borrosa entre las lágrimas que me provocan sus pollas follándome la boca. Un cachete en la cara, palmadas en el culo, dos palmetazos fuertes entre los muslos, en el coño empapado, y otra vez esos dedos clavándoseme, haciéndome daño y volviéndome loca. Chillo como una zorra enloquecida.

Mientras que uno de ellos se sienta en el sofá y tira de mi pelo para atraerme hacia la suya, al inclinarme, noto cómo me penetran por detrás. Lloriqueo de placer y de dolor. Me folla como un animal, como si quisiera romperme. Puedo escuchar el ruido de su pubis golpeándome en el culo muy deprisa, con fuerza, mientras aquella otra polla gruesa y dura se me clava hasta que mi nariz se entierra entre su vello. Me ahoga, y me mareo. Me duele. Me corro con los ojos en blanco, casi perdiendo la conciencia, y siento que me estalla en la garganta, que la leche me brota por la nariz, que mi coño se llena también de ese fluido viscoso. Me corro como una perra, como una loca. Toso cuando puedo sacármela. Todavía escupe su leche en mi cara. Toso, babeo y regurgito leche tibia. Mi cuerpo se convulsiona con violencia. Me imagino tirada en la alfombra, sacudiendo la pelvis. Me corre esperma entre las nalgas.

Apenas veo por el rabillo del ojo a Carlos que, sentado, nos observa con los ojos desorbitados. Su polla cabecea frenéticamente. Un instante apenas. Enseguida, antes de que haya podido recuperar el ritmo de la respiración, cuando todavía me estremezco entre calambres de placer tumbada boca arriba, noto la del que se ha arrodillado entre mis piernas. Sujetan mis muslos en alto, la siento, grito que no, que no la quiero ahí. Me sujetan uno más a cada lado. Estrujan mis tetas con sus manos y la noto atravesándome, clavándose en mi culo como un hierro candente. Chillo, me desespero de impotencia. Me folla como si me rompiera. Siento un dolor inenarrable y unos dedos en el coño empapado, hipersensibilizado, lubricado… Me masturban frenéticamente. Los gritos de dolor se van convirtiendo en un balbuceo. Estoy agotada, exhausta. Me barrena el culo deprisa, con fuerza. Frotan mi clítoris como con rabia. Me llaman puta. Pellizcan mis pezones y siento que mi cuerpo se estremece otra vez, que me corro otra vez en medio de un marasmo de dolor y de placer electrizante. Palmetazos en el culo, en las tetas, la sensación cálida del esperma en mi interior, del esperma que salpica mi cara. Me corro a gritos. Culeo incapaz de contener mi cuerpo, que parece responder a un deseo sorpresivo. Les llamo cabrones temblando.

Me llevan en volandas casi inconsciente. En volandas, me sientan sobre otro de ellos en el sofá dándole la espalda y mirando a Carlos, que le mama la polla a otro sin dejar de mirarme de reojo. Ni siquiera me quejo cuando me dejan caer sobre uno que vuelve a clavarla entre mis nalgas. Es como si no me doliera, o como si el dolor hubiera traspasado un umbral a partir del cual se da la vuelta. “Fóllame, cabrón”, murmuro. Uno más, frente a mí, entre mis muslos, me mete la suya en el coño. Me zarandean, me estrujan, me aplastan. Me follan primero de una manera anárquica, hasta que parecen sincronizarse y sus pollas se alternan en penetrarme deprisa. Me empujan con sus cuerpos. Tengo una polla en la boca y otro de los hombres magrea mis tetas, muerde mis pezones, me frota el clítoris con las yemas de los dedos entre el cuerpo que me folla y el mío, que ya sólo tiembla y se deja zarandear. Gimo, jadeo, lloriqueo, me ahogo, tiemblo.

A veces, a través de un hueco en la marea de carne que me envuelve, puedo ver a mi marido inclinado, agarrado a las caderas del tipo que se la mete en la boca. Me corro. Me estremezco violentamente y me corro chillando. Trago leche, me dejo salpicar. Me agarro a la polla del que me muerde las tetas como si temiera caerme. Palmadas en el culo, cachetes en la cara, palmetazos en los muslos, en las tetas. Tiemblo a veces y me corro casi en silencio, emitiendo un gemido lastimero mientras el mundo se oscurece a mi alrededor.

Recupero la consciencia sentada a horcajadas sobre uno de ellos. No los distingo. Otro parece estar follándome el culo de nuevo y vuelvo a tener una polla en la garganta. Ya no lo deseo, ni me lo niego. Me dejo llevar jadeando, lloriqueando más que por dolor por inercia. Me escurre esperma por el coño y por el culo y me zarandeo literalmente derramada sobre el que está tumbado en el suelo bajo mi cuerpo. Noto que mis tetas, aplastadas en su pecho, se deslizan cuando me la clavan en el culo como si las amasaran. Me manosean, me follan sin parar, y me corro casi sin noción de la realidad de cuando en cuando.

Abro los ojos caída de espaldas en la alfombra. Escucho las voces de los cuatro que me han follado comentando entre bromas mis virtudes. Me llaman puta, hablan de cómo me corría, de cuánto me gustan las pollas, de lo zorra que es la mamaíta, de las tetazas que tengo, de cómo movía el culo…

Rezumo esperma. Lo chorreo. Arrodillado frente a mí, entre mis piernas, el tipo a quien se la ha estado mamando mi marido se deja masturbar. Todavía siento espasmos a intervalos irregulares, pero ya no tengo fuerzas, apenas sacuden mi cuerpo más allá de algún golpe de pelvis esporádico. Carlos lo masturba despacio, haciendo resbalar lentamente su mano su mano a lo largo del tronco grueso y brillante, congestionado, casi amoratado. Gime y tiembla. De repente, se la suelta, cabecea, el hombre jadea, gime, y su polla comienza a lanzar golpes secos al aire hasta que a cada uno acompaña un estallido de leche que me salpica. Alcanzan mi cara, mis tetas, la mata oscura de mi pubis. Recojo con la lengua un chorretón que se desliza por mi mejilla y todos ríen observándolo.

Cuando recupero la consciencia se han ido. Mi marido, ocupando el lugar del último a quien vi, se masturba lentamente mirándome a los ojos. Extiendo el brazo y apoyo mi mano en su capullo en el preciso instante en que se corre emitiendo un gemido apenas audible. Siento su esperma resbalarme entre los dedos.

  • Habría que encender la luz.
  • Anda, llévame hasta el baño.
  • ¿Te ha gustado?
  • Sí…