A la venta

Para terminar mis estudios tuve que vender mi virginidad a mi jefe. Esta es la historia de como me hizo su mujer.

Había sobrevivido a duras penas a mi primer año en la universidad. Estudiaba medicina, aún lo hago. Las asignaturas eran difíciles; los horarios, ajustados, y lo que era peor, el dinero era escaso, por no decir inexistente.

Ser médico era el sueño de mi vida. Desde que tenía memoria, había contado a todo el mundo que algún sería una gran cardióloga. Sin embargo, ahora que tenía la oportunidad, la crisis económica y mi mala suerte conspiraban contra mi. Por mucho que amara mi carrera, sin importar las horas de estudio y lo buena que fuera en ello, si no conseguía el dinero para pagar mi matrícula, me echarían de ahí para finales del curso.

Durante todo el año había concursado en un sinnúmero de convocatorias para conseguir una beca. Desafortunadamente, mi familia no era la única a la que la economía estaba ahogando y mis notas no fueron lo suficientemente buenas para conseguirme el dinero que tanto necesita.

En otras palabras: estaba acabada.

Con mis recién cumplidos dieciocho años, cuando la vida debería comenzar para mi, mi futuro se terminaba. Quizás conseguiría cualquier empleo por ahí, pero ninguno bastaría para conseguir las elevadas cantidades que suponía continuar mi formación académica. Nunca fue mi intención darme por vencida, pero sucedió.

Así que cuando el verano llegó, resignada a no volver a la universidad, tomé el periódico local, dispuesta a encontrarme un medio de subsistencia, a como fuera lugar.

Entonces, el destino llamó a mi puerta.

Lo primero que encontré al abrir el diario fue una nota con el encabezado más bizarro de ese día: “Universitaria estadounidense vende su virginidad por US$50,000”.  Algo en mi cabeza sucedió.

Hasta ese momento, yo era virgen también. Había tenido varios novios, pero habiendo crecido en una familia ultraconservadora y muy religiosa, me había resistido a entregarme a cualquiera de ellos, con la esperanza de que mi futuro esposo fuera el primer hombre en mi vida. Yo seguía soltera y mi virginidad seguía intacta.

Al principio me pareció una locura pensar siquiera en acostarme con un desconocido por dinero. No me imaginaba a merced de un hombre sin nombre, permitiéndole entrar en mi y entregándole mi primera vez. No podría besarlo, ni tampoco disfrutaría sus caricias. Además, sabía que al final terminaría sintiéndome sucia y deshonrada. Sopesando todo aquello, si en algún punto la idea me pareció factible, decidí deshacerme de ella.

Pero mi razón y mis deseos eran algo completamente distinto. Llegó el punto en que a cada momento que mi mente quedaba en blanco, el pensamiento regresaba, al igual que la enorme lista de ventajas y desventajas.

El primer paso de la decisión llegó un par de semanas más tarde. Después de varias entrevistas fallidas, terminé consiguiendo un empleo como asistente en una firma de abogados. Mi jefe era un hombre de unos cincuenta años, que siempre se mostró amable y sumamente simpático conmigo. Con todo lo frustrante que podía ser un empleo como aquel para mi, no podía quejarme que me fuera mal. Incluso pensé que algún día podría terminar por gustarme el empleo. Lo importante era que estaba cómoda.

No tardé mucho en darme cuenta que estaba equivocada, pues en un parpadeo, todo cambió. Sucedió una de esas múltiples noches, en que me quedaba en la oficina con trabajo extra. Esas horas de más eran bien remuneradas y el trabajo nunca se agotaba en ese lugar.

Estaba entretenida en mi archivero, catalogando el sinfín de expedientes que parecían revolverse cada vez. Tenía el iPod puesto, mientras tarareaba mi canción favorita. Fue entonces cuando lo sentí. Las manos de mi jefe sujetaron mi trasero, apretando mis glúteos una y otra vez, abriéndolos y cerrándolos. Mi primera reacción fue quedar completamente paralizada, pero mis instintos no tardaron en aflorar.

Brinqué, volteando a toda prisa y estrellé mi mano contra su cara. El corazón me latía con fuerza. La expresión en mi rostro dejaba en claro lo que pensaba: miedo, frustración y vergüenza.

-¡¿Qué hace?!-pregunté.

-Proponiéndote una tarea extra especial. –dijo, con esa mirada que me desnudaba. El golpe no le había bajado la calentura en lo absoluto.

No recuerdo que respondí, o si alcancé a decir cualquier cosa. Solo recuerdo que salí disparada de ahí para nunca volver.

Los siguientes días fueron de completa depresión. Me sentía estúpida por haber permitido que el acoso sucediera. Pero eso no era todo. Conforme las vacaciones avanzaban y los días de verano se hacían menos antes del inicio de clases, me sentía peor.

La llamada de la universidad llegó una semana más tarde. Avisaban que el límite para inscribirme al siguiente curso terminaría pronto y preguntaban si regresaría a los estudios, o me volvería una baja más. Responderles fue el momento más duro de mi vida. Fue tanto que no pude decirles que renunciaría. Les dije que tenía problemas para reunir el dinero, pero que lo conseguiría dentro del tiempo límite.  Tan pronto lo tuviera, iría a pagar la matrícula. Aquella era una enorme mentira.

Al colgar, me derrumbé en medio de lágrimas. Mi sueño de estudiar medicina se había ido a la mierda.

Esa noche me fui a la cama pensando en lo miserable que era mi vida. No podía dormir, dando vueltas a mis dilemas sin parar. Pensé en lo mucho que deseaba un futuro brillante y en lo poco que podía hacer para conseguirlo. Era mi vida la que estaba en juego, y ni siquiera tenía el control sobre ella. Entonces, reparé en que si había algo que podía hacer. Me moría de miedo, pero si conseguía superarlo, tendría solucionados mis problemas económicos por un largo rato.

Está de más decir que tuve pesadillas. Dormí apenas unos minutos y al día siguiente me sentía horrible. Pasé el día entero haciendo consideraciones, pero para cuando dieron las seis de la tarde, estaba decidida. Cogí mis cosas y salí de casa a toda prisa. Mis padres me miraron, completamente fuera de lugar. De ningún modo iba a darles explicaciones de la locura que estaba a punto de cometer.

Fui volando hasta el despacho, donde estuve trabajando unos días atrás. Cuando llegué, ya había pasado la hora de salida, pero las luces aún estaban encendidas. Supuse que, igual que como sucedía conmigo, alguien más estaba trabajando horas extras.

Golpeé a la puerta y esperé que me abrieran. No me sorprendió que una mujer joven y guapa fuera quien respondiera a mi llamado. Yo misma no era fea. Podía no ser una modelo, pero tenía un par de lindas caderas, un trasero bonito y unos pechos acordes para mi cuerpo delgado. Lo que me sorprendió fue el hecho de que, al igual que yo, la nueva chica era castaña y de piel tostada. Sus ojos eran verdes, y no oscuros como los míos, pero tenía aquella expresión vivaracha en la cara que alguna vez también tuve.

-Hola. Busco al señor Hernández.-le dije.

-¿Eres un cliente? –me respondió. Por la forma en que habló, supuse que no sabía nada del lado oscuro del viejo abogado.

-Si. Soy Elisa. ¿Está aquí?

-Claro. Adelante.

Mientras esperaba, nunca me sentí más nerviosa. Esperaba que el viejo pervertido saliera hecho un demonio de su oficina y me sacara a puntapiés. Sin embargo, para mi sorpresa, el regordete hombre apareció unos minutos después, tan amable y atento como era con todo el mundo, y como si el desagradable incidente entre nosotros no hubiera sucedido jamás.

Para mi, solo verlo era repulsivo.

Tenía sobrepeso, mal disimulado por el traje caro que ocultaba su protuberante estómago. Era calvo, con las cejas parcialmente teñidas de blanco. No llevaba barba o bigote que disimularan las mejillas protuberantes y la sonrisa pervertida, y sus ojos eran un par de canicas llenas de lujuria. No me gustaba, pero era mi única esperanza.

-¡Elisa, que sorpresa! –tragué saliva y sonreí del mejor modo que pude.

-Buenas noches. Disculpe la molestia. ¿Podemos hablar?

-Por supuesto, por supuesto. –me tomó de la mano y me arrastró consigo hacia su oficina, como si se tratara de un querido amigo.- No quiero interrupciones. –dijo a su secretaria. Ella asintió.

Cuando estuvimos dentro, me senté en una de las butacas de visita. Él se sentó en la otra, en lugar de tomar su asiento tras el escritorio. Me acomodé, sintiéndome espantosamente nerviosa. Él sabía que lo estaba, así que esperó con paciencia porque me animará a decir lo que tuviera que decir.

-Yo quería ofrecerle una disculpa por mi reacción del otro día.-dije. Esperaba no arrepentirme.

-No hay nada de lamentar. –sonrió y me tomó la mano con cuidado. Estaba segura de que, si se lo hubiera permitido, me saltaría encima a la primera oportunidad.- ¿A eso has venido?

-Si… bueno, no.

-¿Qué más puedo hacer por ti, querida Elisa? –Él lo sabía. Sabía por que estaba ahí.

-Yo… quería hablar algo con usted.

-¿Qué es? –sonrió otra vez y, de nuevo, sentí la mirada lasciva sobre mi.

-El trabajo extra.

-¿Te interesa?

-Si. –me esforcé por ser firme. El viejo señor Hernández no podía estar más complacido.- Pero será caro.

-¿Qué tan caro?

-Mucho. Yo soy virgen. –la confesión hizo que los ojos le brillaran. Si ya estaba interesado en mi, ahora lo estaba más.- Puede tener mi virginidad, a cambio de pagarme la universidad. –le tendí un papelito con la cantidad que según mis cálculos sería suficiente para permitirme continuar con mis estudios. El hombre era rico, así que bien podía pagarlo.

El señor Hernández abrió el trozo de papel y entrecerró los ojos. No dijo nada por un largo rato. Por un momento creía que se negaría. Si lo hacía, quedaría como una pobre zorra. Todo habría sido en vano.

-Me parece justo. –dijo, por fin. Yo suspiré con alivio.

-Quiero el dinero en efectivo.

-No lo tengo aquí. Pero puedo tenerlo para mañana.-respondió rápidamente. Creo que tenía miedo a que yo me arrepintiera.- ¿Estaría bien si lo programamos para mañana por la noche? Tengo el lugar perfecto.

-Esta bien. Pero hay ciertas reglas. –había pensado en un par de cosas que eran importantes.

-¿Cuáles? –la observación no le vino en gracia.

-Me penetrará por la vagina y solo será hasta la primera vez que se corra. No habrá una segunda sesión.

-Está bien, pero tengo derecho a juegos previos.

-¿Qué?

-Quiero jugar un poco contigo antes de penetrarte. Y sexo oral. Quiero que me lo hagas y quiero hacértelo. Me muero por ver tu cara mientras me lo chupas y por saborear tu vagina. También tendrás que tragarte mi leche. –la risa en su cara me erizó la piel. Pero no había marcha atrás.

-Ok. Lo haré. Tampoco haremos nada raro, como sadomasoquismo o algo así. Y tendrá que usar condón.

-Sin nada raro, pero sin condón, o no hay trato. –lucía tan determinado que dudé. Me sentí intimidada, y temí echarlo todo a perder.- Y voy a correrme en tu estrecho coñito. Pagaré las pastillas de emergencia si quieres. Quiero que mi leche sea la primera que tengas dentro de ti. Quiero verla goteando por tu agujero abierto.

No supe que responder. Me quedé congelada por un largo rato, con miedo a aceptar o a rechazar la oferta. La imagen de mi agujero vaginal abierto, con el espeso líquido seminal del viejo saliendo de él, me dio escalofríos. Además, siempre estaba la posibilidad de que todo saliera mal. Tenía miedo de quedar embarazada, pero tampoco quería perder la oportunidad de conseguir el dinero tan rápido.

-¿Aceptas? –El viejo insistió. Por algo era un maldito abogado.

-Acepto. –dije al final.- Pero quiero todo el dinero mañana mismo… y comprará las pastillas.

-Bien. –Se levantó y fue hacia su escritorio, donde rebuscó en uno de sus cajones. Sacó una llave, escribió una dirección en un papelillo y me los entregó un momento después.- Tengo un departamento en esta dirección. Te veré ahí mañana, a las ocho de la noche. –después, sacó un billete y lo colocó en mis manos también.- Asegúrate de comprar ropa interior sexy y de depilarte bien ese lindo coñito. No quiero un solo pelito.

Nunca me sentí más sucia que en ese momento. Pero, a pesar de todo, lo acepté. Solo quedaban un par de días para pagar la escuela o renunciar a ello. Lo único que tenía que hacer era abrir mis piernas y dejarlo meter su verga en mi. Después, tendría el futuro que tanto había deseado.

-Le veré mañana.

Salí de ahí tan rápido como pude. Esa noche tampoco dormí, entre los nervios y el asco. Solo podía pensar que, al día siguiente, a esas horas, mi virginidad ya habría desaparecido. Pasé la noche en la computadora, leyendo todo lo posible sobre “primeras veces”. Lo que encontré en línea solo incremento mi ansiedad.

La gran mayoría de las chicas hablaban de dolor y de sangrado. Decían cuanto les dolía la primera vez que un pene entraba en ellas, sobre todo cuando eran grandes. Yo supuse que conmigo será aún más doloroso, pues en el fondo no deseaba entregarme. Pero ya no había marcha atrás, solo me quedaba rezar porque el miembro del señor Hernandez no me partiera en dos con su tamaño.

A la mañana siguiente, estaba de pie a primera hora. Fui a buscar la ropa que el pidió, comprando lo que me pareció más apropiado. Me decidí por un sujetador de encaje negro, y tela roja, y unas bragas a juego. Cuando la tarde comenzó a caer, empecé con el largo ritual de preparación.

Me rasuré, tal como él había pedido. Mi vello púbico no era abundante, pero habiendo sido una petición suya, no tenía más remedio. Así que me afeite, dejando mi vulva sin un solo vello. Mientras lo hacía, no resistí la tentación de abrir mis labios y mirar mi sexo con ayuda de un espejo. Mi vagina me pareció bonita: rosada y húmeda. Mi clítoris lucía diminuto, pero con solo pasar mi dedo encima de él, comenzó a inflamarse lentamente. Un poco de fricción bastó para que me mojara. Mi virgen agujero se humedeció, aumentando un poquito mi morbo. Pensé en masturbarme, pero no lo hice. No quería usar al viejo como fantasía de placer.

Cuando dio la hora estaba lista. Me perfumé bien, empaqué lo que consideré adecuado, me puse la ropa interior, y me fui al esperado encuentro.

Al llegar al departamento, el señor Hernández ya estaba ahí. Entré tímidamente, temblando. Sus ojos siguieron todos mis movimientos, mientras su mano palmeó el sofá, invitándome a sentarme a su lado.

-Buenas noches.-le saludé.

-Pensé que te arrepentirías. –me dijo.

-Tenemos un trato, ¿no?

-Si. –sacó un maletín y lo puso sobre mis piernas antes de abrirlo. Lo que había dentro era todo el dinero que había solicitado.- ¿Quieres contarlo o confiarás en mi e iremos a la parte interesante de una vez?

-Confío en usted. –lo cerré y lo metí con mucho trabajo a mi mochila. Sentía que me ahogaba mientras lo hacía. Al guárdalo, estaba aceptando acostarme con él.

Apenas dejó que acomodara mi dinero antes de tomarme de la mano y jalarme a la habitación. La cama que encontré adentro era enorme, aunque el resto de la decoración era austera. Solo había un pequeño tocador, con una caja de madera encima y un ramo de flores artificiales viejas. Por lo visto, lo único que le importaba era quien se acostaba ahí. Estaba más que claro que yo no sería la primera, aunque seguramente era la primera virgen.

-Vamos a divertirnos, Elisa. –le oí decir. Cuando volteé, le vi quitándose la corbata.  Caminó hasta mi y, sin mayor aviso, desabotonó mis jeans.- Quiero ver tus tetas. –dijo después. Yo le dejé despojarme de la camiseta y luché contra mis instintos para no cubrirme cuando me dejó solamente el sujetador.- Bonitas. –las apretó, por encima del corsé, sin ninguna consideración. Dolió, pero no hice ningún comentario. Después, me bajó el pantalón. Las diminutas bragas capturaron su atención de inmediato. Fue ahí cuando supe que no tendría ninguna sutiliza conmigo.

-¿Le gustan? –susurré.

-Quiero verlas de cerca. -me tiró sobre la cama y terminó de arrancarme el pantalón. Tendida sobre mi espalda, me hizo separar las piernas. Su rostro se acercó peligrosamente a mi sexo. Pasó sus dedos por mis ingles, haciendo que yo me respingara con su solo toque.- ¿Te has depilado?

-Si.

-¿Todo?

-Todo.

-Perfecto.

De pronto, me dejó ahí y fue hacia el tocador. Tomó la caja de madera que había encima y la llevó a la cama, poniéndola a mi lado. Mientras la abría, mis nervios enloquecieron. Estaba segura de que violaría el acuerdo de no hacer nada raro.

-Quedamos que no sería nada raro.

-Y no es nada raro. Solo jugaremos un poco antes de lo “bueno”. –sonrió. Sacó una tijera y la abrió y cerró delante de mi, un par de veces.- No te muevas.

Palpó mis pechos por encima del sujetador y pellizcó los pezones, hasta dejarlos duros y parados. Gemí cada vez los tocaba. Entonces, pellizcó la tela y, con sus tijeras, cortó dos agujeros por donde mis pezones bien erectos asomaron. Sin desperdiciar tiempo, los apretó entre sus dedos. Al escucharme jadear, no resistió y pasó su lengua sobre ellos. Los mordisqueó suavemente, a lo que yo respondí con un nuevo gemido. Aprovechó y los chupeteó, succionándolos, llenándolos de saliva. Cada reacción mía le excitó más y más.

Después, fue a concentrarse en mi entrepierna. Hizo que abriera mis piernas de nuevo para acariciar mi rajita por encima de las bragas y, con su característica prisa, tomó sus tijeras. Al igual que la hiciera con mi sujetador, cortó un agujero, por donde mi vulva depilada quedó a su disposición. Lo que vio, le gustó.

Acercó su nariz y me olió. Su aliento hizo que me tensara. Nadie había estado tan cerca de mi jamás. Sentí que la sangre me subió a la cabeza y me colgué de las sabanas, esperando que él comenzara a jugar conmigo.

-Hueles rico. –dijo. –Veamos ese coñito virgen de cerca.

No me hizo esperar demasiado. Sus dedos abrieron mis labios, buscando confirmar lo que yo le había ofrecido. Fue por el agujero de mi vagina y miró con atención por mi himen intacto. Su dedo rozó la membrana y yo contraje las caderas, esperando que lo rompiera. Pero no lo hizo. Dejaría que fuera su polla la que hiciera el trabajo sucio. Sus manos solo le servirían para atormentarme un largo rato más.

-Quiero una foto. –me dijo.

-No, no fotos.

-No hablamos nada de eso. Quiero una foto y la tomaré. –buscó la cámara de fotos instantáneas y forzó mis piernas, para abrirlas aún más.- Ábrete los labios.

-No.

-Ábrete o terminamos. –No me quedó más remedio que obedecerlo. Bajé mis manos y, con mis dedos, abrí los labios, dejando mi orificio vaginal completamente expuesto.- Ábrete más. –exigió. Tomó mis manos y las separó, dejándome aún más abierta.

El click de la cámara sonó una y otra vez, mientras él permanecía sumido entre mis piernas. Las primeras fotos salieron y él no perdió oportunidad de restregármelas en la cara. Yo miré absorta como mi rincón más privado quedaba inmortalizado en los trozos de papel, para que el viejo lo degustara cada vez que quisiera.

-Míralo bien. –me dijo otra vez.- Después de follarte, tomaré otra foto para que puedas ver como te dejo bien abierta. Ese agujero tuyo tendrá la forma de mi polla para cuando termine contigo.

No le respondí, sino que aparté el rostro, tratando de no pensar en nada. El tomó unas cuantas fotografías más, antes de abandonar su cámara para retomar el juego. Con mi conchita expuesta para él, pasó su dedo por la entrada de mi cuerpo. Yo estaba tan nerviosa, que la rústica caricia dolió.

-Estás seca. –eran mis nervios.- Tendremos que humedecerte un poquito.

Se chupó el dedo índice y lo frotó contra mi clítoris. El contacto directo fue terriblemente incómodo, pero a él no le importó. Apretó aquel punto mágico una y otra vez. Lo pellizcó, haciéndome gritar de dolor y lo apretó con fuerza, esperando que eso me hiciera reaccionar.

A pesar de todo, me sorprendí cuando comencé a disfrutar de ello. Sus dedos rozaban mi clítoris con frenesí y, de a poco, mi cuerpo respondía.

Su lengua participó también. Al sentir el calor de su boca en mi coño, gemí con fuerza. Sentía su lengua áspera lamiendo incasablemente mi clítoris. Lo chupaba y succionaba, como hiciera con mis pechos. Incluso lo mordió con suavidad.  Después la sentí  intentando penetrarme. Entraba tan dentro como podía y se movía alrededor de mi abertura. Yo sentía mi orgasmos construyéndose poco a poco. Grité al sentir uno de sus dedos hundiéndose en mi vagina. Había resbalado fácilmente dentro de mi coño empapado por jugos y su saliva. Lo dejó hundido en mi interior, moviéndolo en círculos mientras su boca seguía succionando mi clítoris. No podía creer lo bien que se sentía.

Después comenzó a meterlo y a sacarlo. Primero fue despacio, pero conforme mis gemidos aumentaban, su velocidad también.

-Estás muy mojada, Elisa. –me dijo.- ¿Te gusta?

Yo me negué a responderle. Pero la insistencia de su dedo que entraba y salía con una fuerza devastadora, me obligó a responderle entre gemidos.

-Me gusta. –lo escuché reír.

-Entonces esto te gustará más.

Forzó un segundo dedo en mi orificio. Retuve la respiración sintiéndolo estirarme. Lo único que había tenido dentro de mi habían sido los tampones, y sus dos dedos gordos superaban por mucho el ancho.

Esta vez no fue sutil conmigo. No empezó despacio como la vez anterior, sino al contrario. Violentó mi vagina con un mete y saca duro y profundo. Descubrí que a mi coño le gustaba ese salvajismo. El sonido húmedo de succión cada vez que se movía se escuchaba con claridad. Mi raja no estaba solamente mojada. Chorreaba de gusto.

-Gime más fuerte. –me exigió.

Volví a sentir su boca sobre su clítoris y sentí que flotaba en el aire. Mis manos se aferraron a las sábanas. Gemí como loca con cada toque. Mis caderas comenzaron a moverse al ritmo de sus dedos, ayudando a que la penetración fuera más profunda. Poco después sentí mi primer orgasmo a manos de alguien ajeno. Convulsioné de placer con sus dedos aún dentro de mi.

-Tu coño quiere tragarse mis dedos. –dijo. –Te has corrido muy fuerte. Siento las contracciones. Estás muy apretadita.

-¿Qué? –Yo no entendía nada. Todavía estaba muy confundida por la fuerza del orgasmo y mi cabeza no pensaba.

Boqueé por aire, pero al abrir la boca, el señor Hernandez metió sus dedos empapados de mi flujo. Abrí los ojos y lo miré espantada. Toda su cara estaba embarrada con mis jugos.

-Chúpalos. Son tus mocos. Tienen un sabor muy especial.

Yo obedecí. Tenían un sabor ligeramente amargo y ácido, pero no era desagradable. Estaban sumamente pegajosos, así que la textura fue nueva para mi.

-Elisa, eres una virgen muy puta. Te has corrido como una bestia, niña. Dime. ¿Te masturbas seguido?

-A veces. –respondí jadeando.

-¿Te habías dedeado antes?

-No.

-¿Te habías metido algo en la puchita?

-Nunca. Solo los tampones.

-Entonces mis dedos son muy afortunados. Son los primeros invitados dentro de tu coñito. –sonrió con ese gesto repulsivo. –Ahora que te has corrido, tendrás que agradecerme con una buena mamada. ¿Has mamado una verga antes?

-No. Solo he tocado una.

-¿A quién? –Estaba interesado en mi experiencia previa.

-A un exnovio. Me pidió que lo masturbara.

-¿Y lo hiciste?

-Más o menos.

-Pues ahora, tendrás que sobarmela y chuparmela como puta. ¿Entendiste?

Alcancé a ver el bulto en su pantalón y me sentí asustada. Me quedé sentada en la cama, sin quitarle los ojos mientras se desnudaba. Se quitó la camisa y su estómago prominente quedó a la vista. Después se quitó el pantalón. El paquete se hizo más evidente a través de sus calzoncillos. Por último, se los quitó.

Una verga gorda y peluda quedó libre. Estaba inflamada y dura. Sus venas se marcaban por todo el tronco, mientras sus bolas colgaban por debajo.

-¿Te gusta? ¿Es más grande que la de tu antiguo novio? –preguntó.

-Es más gorda.

-¿Quieres probarla? -Yo no quería, pero sabía que no tenía escapatoria. –Ven aquí. Híncate en el piso frente a mi. -hice como me ordenó. El falo quedó a la altura de mis ojos. –Ahora quiero que tomes con tu mano lo que quedó de tus juguitos y los untes por todo mi verga. –Titubeando me toqué la vagina y sacando mi propia humedad, la esparcí por su miembro. Estaba caliente y unas gotitas de leche salían por la punta. –Frótalo.

Comencé a masturbarlo con las dos manos, una arriba de la otra. Subía y bajaba, acariciándolo cual largo era. Con la punta del índice tocaba el glande, grueso y cabezón como un hongo. Gracias a mis fluidos, la fricción era suave y agradable. El señor Hernandez soltó los primeros gemidos.

Dudé en hacerlo. Pero sin pensarlo más, di un lametón desde la base hasta la cabeza de su verga. Lo hice varias veces, asegurándome de ensalivarla muy bien. Jugué el agujerito en la punta con la lengua. Su precum tenía un sabor fuerte, mucho más ácido que los jugos de mis vagina. Por fin me animé a meter la cabeza de su pene y a chuparla entre mis labios. La lamí, la chupé y succioné como a una paleta. Lo estaba haciendo bien, porque la verga del viejo se ponía más dura a cada lamida y sus gemidos se volvían más fuertes.

-Métela toda a la boca. -Suspiré y me atreví. Abrí la boca e inserté cuanto pude del falo del señor Hernandez. Con mi lengua lo acaricié sin sacarlo. Pasé la lengua por arriba y abajo. La froté alrededor de su pene y lo chupeteé. El gemía y gemía. Después tomó mi cabeza entre sus manos y me guió para que lo metiera y sacara al gusto de él. Estuvo a punto de ahogarme un par de veces, cuando su verga fue más profundo de lo que yo podía soportar. Las lágrimas se me salieron. Pero a él no le importó –Juega con mis pelotas, Elisa. –dijo. Las tomé con cuidado y las acaricié entre las puntas de mis dedos, sin dejar de mamarle la verga. Después puse mis manos en el tronco de su miembro y dejé que subieran y bajaran al ritmo de mi boca, embarrándolo todo con una mezcla de mi saliva, mis jugos y su precum. –Me voy a correr. Trágatelo todo.

Entré en pánico, pero no pude librarme. Sujetó firmemente mi cabeza, de manera que no pudiera sacarme la pija de la boca. La sentí vibrar entre mis labios y unos segundos después, sentí los disparos de leche caliente y viscosa en mi boca. Cinco disparos de leche espesa que resbalaron con trabajo por mi garganta. Las lágrimas se me salieron del esfuerzo que hice para bebérmela. Pero no desperdicié ni una gota de su semen.

-Aaaaah... –suspiró el señor Hernandez.

Me dejó ir, dándome tiempo de recuperar la respiración. El sabor y la textura de su semen invadía mi boca. El cuello también me dolía, así como los maxilares. Me quedé sentada en el suelo por un instante, hasta que él me tomó de los brazos y me obligó a ponerme en pie. Su cara estaba enrojecida por la gran corrida que acababa de darse.

Me miró de arriba abajo. Pellizcó mi pezón con una mano y la otra la metió en medio de mi raja.

-¿Lo hice bien? –pregunté. Sus dedos se metieron más adentro.

-Muy bien. Tienes lengua de puta. Y coño también. -me sentí muy avergonzada cuando al sacar la mano, sus dedos estaban llenos de mis jugos. Yo también me había mojado mientras le daba la mamada. –Sigamos jugando. –dijo.

Me despojó rápidamente de la ropa rota y me aventó contra la cama. Estaba completamente desnuda, solo para él.

-¿Qué haremos ahora? –pregunté.

-Un 69. Quiero que me la dejes dura otra vez, porque todavía tengo algunas sorpresas para ti.