A la venta (3)

La última parte de esta entrega. El señor Hernandez obtiene por lo que pagó. Mi virginidad ya es cosa del pasado.

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Parte 2 ---> http://www.todorelatos.com/relato/118704/

El señor Hernandez retiró su mano de mi entrepierna. Sus dedos estaban empapados con mis jugos y con su semen. Al separarlos, los fluidos formaban telarañas viscosas entre ellos.

-¿Te gustó la bebida? –preguntó.

-Estaba un poco ácida.

-A mi me pareció deliciosa. –limpió su mano en mi cara, embarrándome toda. –De hecho tengo ganas de beber un poco más de ese néctar. ¿Sabes como lo prepararé?

-Va a correrse dentro mi.

-Que lista eres, Elisa. –me acostó otra vez sobre la cama y se recostó sobre mi. Su cuerpo estaba sudoroso, igual que el mío. –Creo que ha llegado el momento de que tu coño conozca a mi verga. –apretó mis pechos y pellizcó los pezones haciéndome gemir. Después su mano bajó hasta mi coño para abrir los labios con sus dedos en un par de ocasiones. –Voy a abrirte ese agujero de una vez por todas.

Lamió mi cara, limpiando el desastre que nuestros jugos habían dejado. Su boca se posó sobre la mía y forzó su lengua dentro. Besarlo se sintió raro. Su boca había estado en los rincones más profundos de mi cuerpo, pero jamás en un beso.

Nunca dejó de acariciarme. Exprimió mis tetas con las manos. Las chupó e incluso se atrevió a morderlas.

-¡Con cuidado! –grité. Al día siguiente aún tendría las marcas de sus dientes sobre la piel.

-Son tan suaves. –después mordisqueó el pezón. –Podría pasar el día chupándotelos.

Yo solo me retorcía entre sus manos. Sus caricias eran toscas y brutales, pero ya estaba acostumbrada a su trato. Siempre había pensado que mi primera vez sería diferente. No esperaba tanta rudeza, ni tampoco esperaba que esa rudeza terminara por gustarme.

Comenzó a frotar su falo a lo largo de mis labios vaginales. Fue excitante. El movimiento nos masturbaba a ambos. Era la primera vez que mi raja y su verga de tocaban.

-Mmmm…-gemimos a la vez cuando la velocidad del roce aumentó.

-Tienes una puchita deliciosa. Sus labios son carnosos y suaves. Se sienten riquísimos contra mi verga.

-Frótelos más… por favor.

-¿Quieres más?

-Si.

-Te daré más.

Se levantó y me obligó a hacer lo mismo. Me puso en cuatro sobre la cama con las piernas bien separadas, y se colocó detrás de mi. Escupió sobre su pene y esparció la saliva para humedecerlo bien. Después volvió a pasarlo una y otra vez sobre mi vulva, dando golpecitos sobre mi clítoris.

Yo empiné el culo deseando que el contacto fuera más directo de ese modo. Su verga estaba durísima y al golpear contra mi clítoris me enloquecía. Su cabeza gorda añadía fricción al pasar por encima de toda la raja.

Mi vagina empezó a chorrear de nuevo. Las caricias la habían despertado y estaba ansiosa de recibir esa verga en su interior.

-Estás lista. –me dijo. –Follaré ese agujero hasta que no puedas más. Prepárate para convertir en hembra.

Yo estaba tan excitada como asustada. Sabía que el señor Hernandez iba a hacer su mejor esfuerzo no solo por desvirgarme, sino por romperme. Usaría mi coño hasta que no pudiera recibirlo más. Iba a estrenarlo y también a gastarlo. Había pagado por él.

En posición de perra en celo, me acercó a él. Apretó mi cabeza contra la cama, empinándome más. Mi vagina quedó expuesta para él.

-Esto es incómodo. –me quejé.

-Para ti tal vez, para mi es perfecto así. Pareces una perrita hermosa que desea una verga bien gorda en su coñito. –me pegó en el culo. –Además así tienes las manos libres para ayudarme. Ábrete las nalgas tanto como puedas.

-¿Así? –con la cabeza como apoyo sobre la cama, estiré las manos hacia atrás y jalé de mis nalgas en sentidos opuestos. No podía verlo, pero sentía mis dos agujeros abriéndose para él. Lo escuché reír y adiviné que la visión de una mujer expuesta de ese modo le gustaba.

-Así. Muy bien. –escupió sobre mi raja abierta y su saliva resbaló hasta mi coño. Embadurnó muy bien mi orificio para que su entrada fuera más fácil. –No te muevas.

Puso su falo en la entrada de mi vagina. Lo meció un par de veces alrededor y después empezó a empujar.

Yo me mordí los labios. Tensé todo el cuerpo conforme lo sentía intentando entrar. A pesar de que sus dedos me habían ensanchado un poco, su pene no conseguía meterse.

-Ah… ah…  –gemí dolorosamente mientras abría mi interior.

-Estás muy apretadita. Tu agujero esta bien chiquito. Pero está entrando… está entrando… Ya está. Mmmm…. -La cabeza de su verga violentó lo que quedaba de mi himen y se abrió paso dentro de mi vagina. Yo solté un grito de la impresión. La piel alrededor mi agujero ardía al abrirse. Pensé que lo peor había pasado pero estaba equivocada. El señor Hernandez continuó empujando. Conforme su verga partía mi coño por primera vez, todo mi interior ardía y dolía. Su verga era tan ancha que lo sentía estirándome. Si continuaba entrando iba a romperme.

-No tan adentro. –me quejé. Pero él no dejó de empujar hasta que todo su falo estuvo en mi interior y sus bolas chocaron contra mi coño. -¡Ah! –gemí.

-Que rica, Elisa, que rica. Estás hirviendo por dentro, putita. Caliente, ajustada y mojada. Tu coño se ve hermoso así, lleno de polla. Voy a darte durísimo.

-No, por favor… -pero no me escuchó. Sacó la verga de un jalón y con un nuevo y potente empujón, me penetró violentamente. -¡Ay! ¡No! ¡No! –grité. Sentía que algo dentro de mi se rompía. Su glande chocó con mi cervix y conocí una nueva clase de dolor y también de placer.

Las embestidas fueron brutales. Me perforaba con una fuerza descomunal, como si intentara que incluso sus bolas se metieran en mi vagina. Su cuerpo empujaba al mío. Mi rostro chocaba contra la cama y yo sentía que me ahoga. Quise empujarlo tambien con mis manos, para que las penetraciones fueran menos profundas, pero no pude. Sin mis manos, me ahogaba contra la cama.

-¿Te gusta? ¿Te gusta? –preguntaba el viejo mientras me taladraba. –Eres mía. Tu coñito de puta es mío.

-¡No más! ¡Por favor! –supliqué. Una de sus manos me nalgueó con fuerza varias veces. La otra buscó mi clítoris y lo pellizcó. Lo apretó tan fuerte que grité de nuevo. Sin soltarlo, tiró de él y volví a gritar. Así empezó una tortura que terminó por convertirse en una delicia.

Apretaba, tiraba, golpeaba y masajeaba mi clítoris sin descanso. Mientras, su verga desgarraba mi recién estrenada vagina. Mis jugos resbalaban por la raja. Estaba empapada. Él bombeaba duro y sin parar, sacando y metiendo por completo. Entre sus manos y su polla sentí que me volvía loca de dolor y de placer. Gritaba como poseída. Gemía y jadeaba como un hembra en celo perforada por su macho. De pronto, empecé a correrme.

-¡Ah! ¡Te estás corriendo, puta descarada! ¡Tu primera polla y te estás corriendo! –se rió.

-¡No! –intenté mentir.

-¡Si! ¡Tu coño intenta ordeñar a mi verga! ¡Quiere toda mi leche!

Yo estaba roja del esfuerzo y también del gusto. Traté de morderme los labios para no gritar cuando me vino el orgasmo, pero no pude. Grité y grité mientras mi coño y mi clítoris eran destruidos por el placer mas absoluto.

Desfallecí sobre la cama pensando que el viejo también había terminado. Lo sentí salir de mi interior que escocía por el bestial embate de pollazos. Pero ni siquiera me dio tiempo de respirar.

-¡Uf! ¡Mira como te has corrido! –frotó mi entrada llena de mis mocos. –Has sido tan buena hoy, que te daré un poco más de verga. Ven.

Se tumbó en la cama y me pidió que me agachara sobre él con las piernas abiertas. Desde esa posición su falo se veía duro y bien parado. Estaba completamente cubierto de la lubricación blancuzca de mi concha. Se notaba que me había corrido como loca sobre él.

-Súbete. –pidió. –Quiero ver como te ensartas tu solita en mi polla. Pero hazlo despacio. Iré tomando algunas fotos mientras lo haces.

-Esta bien.

Montada sobre él fui bajando poco a poco. La posición hacía que mis labios vaginales estuvieran por completo abiertos y que el agujero de mi coño, que empezaba a marcarse quedara a la vista sin problemas.

La cabeza de su pene quedó apenas dentro de mi entrada y él tomó una foto. Después bajé un poco más. El glande se hundió por completo en mi vagina. El señor Hernandez tomó una foto más. Me mordí los labios y forcé a mis caderas a descender. El tronco de su polla fue perdiéndose en mi oficio y él tomó varias fotos. Al fin, todo su falo entró dentro de mi.

-¿Te ha dolido metértela? –me preguntó.

-Un poco menos.

-Es porque ya has comenzado a dilatarte. Tu coño ya no es nuevo. ¿Cómo te sientes ahora?

-Me siento… llena. –respondí.

La presencia de ese trozo de carne en mi interior me hacía sentir repleta. Lo quisiera o no, empezaba a disfrutar de la sensación de ser ensartada.

-Eres una putita muy linda. –palmeó mi mejilla. –Empieza a moverte. Móntame.

-Esta bien.

Empecé a subir y a bajar sobre él. Traté de ir despacio, dándome tiempo para acostumbrarme. La sensación de ser penetrada en esa posición era diferente a la primera. Mis gemidos no tardaron en aparecer. Conforme más confianza tomaba, mejor se sentía.

Poco a poco fui tomando velocidad. Cuando me di cuenta, a pesar del escozor, estaba balanceadote sin problemas sobre el miembro del señor Hernandez.

-Lo haces muy bien. –dijo jadeando. –Pero quiero que te masturbes.

-¿Qué?

-Tócate el clítoris mientras me montas. Sóbalo fuerte.

No fue necesario que lo repitiera. Nunca me había masturbado delante de nadie, pero no tuve reparo en tocarme delante de los ojos del señor Hernandez. Lo hice más suavemente y con menos saña que con la que él me tocaba. Al igual que mi vagina, mi pobre clítoris estaba adolorido de tanto salvajismo. Pero a pesar de todo, respondió y mi excitación creció.

-¿Quieres que te ayude un poco? –preguntó.

-¡Si! –grité.

Pensé que usaría esos dedos grandes y gordos para mastúrbame de nuevo, pero no fue así.

En vez de eso, buscó mis pechos, que rebotaban con cada salto que yo daba. Empezó a jugar con ellos. Los palpaba, los tocaba, los acariciaba y los apretaba uno contra uno. Tiró de mis pezones también. Los torció, arrancándome un gemido de placer. Los frotó entre sus dedos con firmeza.

El sonido de mis nalgas golpeando contra él y el chapoteo de mi coño excitado se escuchaban a la perfección. Me sorprendí de la facilidad con que ese trozo de carne resbalaba en mi interior. Entonces, miré hacia abajo y vi como el flujo de mi vagina resbalaba por su polla. No podía creer que fuera capaz de lubricar tanto. De verdad era una hembra en celo.

-Ya veo que te gusta montar. Mmm… Eres una visión cuando estas así.

-Su verga es perfecta para mi. –me sorprendí diciendo. Estaba disfrutando de meterla y sacarla a mi ritmo.

-¿Ya la quieres?

-Si, señor.

-¿Dónde te gusta más? ¿En tu boca o en tu panocha?

-En mi panocha. Bien adentro.

-Pues la tendrás. -me agarró de las caderas y me obligó a detenerme. Por un momento me sentí frustrada, porque mi orgasmo empezaba a hacerse mas palpable. Pero no sabía lo que el viejo planeaba para mi. –Quédate quieta y mantén las piernas bien abiertas.

Entonces empezó a bombear como un animal salvaje. Abrí los ojos con incredulidad ante la potencia con que sus caderas arremetían contra mi concha. El constante mete y saca hizo que lubricara más. Sentía mi jugos corriendo por mis piernas.

-¡Ah! ¡Ah! ¡Así! ¡Más duro! –vociferé, mientras mis dedos enloquecidos arremetían contra mi clítoris. -¡Me corro! ¡Me corro! ¡Ay!

-¡Ah, que puta! ¡Que rica concha! –gritó también el señor Hernadez.

Me ensartó por última vez y en la profundidad de mi coño, sentí el calor de su leche disparándose. Mi vagina se contrajo a su alrededor exprimiendo hasta la última gota de su semen. Me dejé caer hacia atrás, sin sacar su falo de mi. La lecha caliente chorreó por mis labios y yo estaba en el cielo. Me sentí realmente llena. Ya era una hembra inseminada por su macho.

Apenas podía respirar de lo fuerte que me había venido. Tendida sobre él, sentí su polla abandonando mi orificio.

Por inercia, llevé la mano hacia mi coño. Pasé los dedos suavemente por la entrada de mi vagina. Todavía pulsaba por el orgasmo brutal, pero había algo más que llamó mi atención. A pesar de dolor y el ardor de mi primera vez, el calor de la leche del señor Hernandez se sentía delicioso.

-Me he corrido como nunca. –le escuche decir. -¡Mira lo llena que te deje! ¡Toda la leche que una verdadera puta merece!

-¿Tomará la última foto ya? –pregunté. El viejo me miró raro. –La de mi coño abierto y lleno de semen.

No me respondió.

Me tomó del pelo y me obligó a acostarme boca arriba. Su polla estaba erecta y dura otra vez. Vio mi cara de terror al saber que no había terminado y sonrió.

-Todavía no terminamos. Esta panochita no está lo suficientemente abierta y todavía le cabe mucha más leche.

-¡¿Qué?! Ese no era el trato.

-Uno más. Como recompensa por haberte dado tantos orgasmos, ¿si?

No puede negarme. Antes de que dijera cualquier cosa, separó mis piernas y las puso por encima de sus hombros. Aseguró su verga dentro de mi coño y se tendió sobre mí, doblándome a la mitad. Su peso me aplastaba, pero no era eso lo que me preocupaba.

El señor Hernandez levantó las caderas y las dejó caer con todo su peso contra mi pobre panochita. La penetración fue tan profunda que ni siquiera pude gritar. Mi boca se abrió pero no me salió la voz. Cerré los ojos en espera del siguiente embate. Él repitió la acción con más fuerza que la primera vez. Yo lo sentí golpear contra mi fondo. Si seguía así, lo rompería.

-Que linda cara tienes cuando te sorprendes, Elisa. –me dijo. –Estoy en lo más profundo de ti. ¿Lo sientes? Tu agujero tiene un agarre magnífico y es muy hondo, a mi verga le encanta.

-Esta muy adentro. –susurré soportando el malestar.

-Mientras más adentro esté, mejor será la inseminación. –volvió a levantar las caderas y a perforarme con todo su peso.

-¡Ah! –grité. Me taladró una vez más. Sus bolas chocaban contra mi culo y mi vagina escupía jugos y semen con cada penetración. -¡Ah! ¡Ah! –gemí a cada golpe de su polla.

Intenté liberarme, pero pesaba demasiado para mi. No me quedaba más que soportar los pollazos. Mi coño se quejaba. Era más fuerza de la que podía soportar.

Me estaba dando durísimo. Abría todo mi canal al ensartarse de un solo golpe. Sentía el glande cabezón abriéndose paso y luego el grueso tronco que terminaba la faena. Sus bolas rebotaban contra mis nalgas. Yo me imaginaba la escena. Mi raja estirada al máximo, con el orificio de mi culo respondiendo también a la taladreada de mi coño. Por la raya de mis nalgas mis jugos fluían junto con los restos de leche de la follada anterior. Todo esto mientras mi enrojecido y abusado agujero vaginal se extendía al máximo alrededor del primer pollón de mi vida.

Con la esperanza de que el señor Hernandez se corriera pronto, empecé a contraer mi coño. Cada vez que su verga estaba dentro, la apretaba como podía. Él empezó a jadear como el macho que sabe que su hembra le recibe.

-¡Hazlo otra vez! –gritó. -¡Apriétame más fuerte!

-Ya no puedo más. ¡Quiero su leche! –dije. Y no estaba mintiendo.

Cada contracción que daba me acercaba también al orgasmo. Mi vagina succionaba a su polla, porque la quería más adentro. Su fondo ya había conocido a ese macho y no quería olvidarlo. Necesitaba su semen rebosando dentro.

-¡Córrete! –ordenó mientras me penetraba lo más fuerte que pudo. Grité al sentirlo presionar contra mi cervix. Él gimió conmigo.

El primer chorro de leche hizo que me corriera. El espasmo de placer me hizo temblar, mientras la verga del señor Hernandez se hundía hasta lo más profundo de mi. Ahí descargó todo el semen que yo tanto quería. Mi interior estaba en llamas. La leche calientita era algo a lo que me había vuelto adicta.

-Que rica, que rica, que rica, que rica. –susurró mientras salía de mi.

Yo quedé tendida sobre la cama, muerta de cansancio. Todo el cuerpo me dolía. Mis pezones ardían, el clítoris me punzaba y la vagina me quemaba. Había sido abusada como un juguete sexual y usada como una puta. Pero había sido muy rico.

Empezaba a dormirme cuando las manos del señor Hernandez me despertaron. Me hizo separar las piernas y sonrió.

-La última foto. –dijo. –Se una buena puta, Elisa, y ábrete el coño una vez más. -sin ánimos de quejarme más, lo hice. El click de la cámara sonó en más ocasiones de las que recuerdo. Cuando se sintió satisfecho, me mostró la foto que consideró mejor. -Mira.

Tal como había dicho, y fiel a su promesa, su verga había abierto mi coño. En la foto podía ver perfectamente como mi agujero antes pequeño, ahora era enorme. Veía la mucosidad blanca de su leche, mezclada con mis propios jugos saliendo del orificio dilatado. Él metió su dedo y hurgó en mi interior. Estaba tan sensible que jadeé al sentirlo dentro de mi otra vez. Cuando su mano salió, sus dedos estaban pegajosos. De inmediato los metió en mi boca y me obligó a comer su semen. Estaba amargo pero el morbo hizo que su sabor fuera delicioso.

-¿Te gusta, putita? –No pude responderle. Pero él sabía que era así. –Tu interior esta muy rojo e inflamado. Mañana no podrás caminar de lo bien rota que te he dejado. Te has corrido como perra hoy. Pero te ha gustado, ¿no? –Yo sonreí.

-Mucho.

Me dio un par de palmaditas en la panocha y se fue al baño a orinar. Yo tuve que quedarme un rato más acostada. Sentía que no podía caminar.

Me marche de ahí poco después, con el coño tan feliz como adolorido. Cumplió su promesa de comprarme las píldoras del día después, así que la inseminación fue solamente recreativa.

Una semana después recibí un paquete en casa. Era un álbum pequeño con las fotografías que me había tomado. Mi desfloración estaba ahí para cuando quisiera recordarla.

El señor Hernandez y yo tuvimos varios encuentros sexuales más que les contaré otro día. Pero todavía miramos juntos las fotos de mi coño abierto. El agujero de mi vagina sigue teniendo la forma redonda y gorda de su polla. Soy toda suya.

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La última parte. Agradezco todos por sus comentarios.