A la venta (2)

El señor Hernández empieza a disfrutar de lo que compró: una virgen para convertirla en puta.

El señor Hernandez me tomó de los brazos y me obligó a sentarme sobre su pecho, con mi espalda hacia él. Después me empujó, de tal forma que quedé en cuatro. Mi culo estaba a centímetros de su cara. Sentí sus manos sobre mis glúteos. Los abrió y cerró varias veces. Pasó la lengua por toda mi raja, desde mi clítoris hasta mi culo. Yo me retorcí. Mi ano estaba a su alcance y a él le gustaba.

-Tienes un bonito agujero aquí atrás. –dijo. –Lo que daría por perforártelo con la verga.

-Nada anal. –repetí. Sin embargo, él tenía unos planes diferentes.

-Dijiste que no podía metértela, pero no dijiste que no podía jugar con él un poquito.

Sentí miedo ante la idea de que mi culo fuera maltratado como mi vagina. Si las primeras embestidas de sus dedos en mi coño había sido dolorosas, no imaginaba como sería de salvaje con mi culo.

Entonces sentí la punta de su dedo presionando suavemente contra mi agujero trasero. Intenté alejarme, pero el viejo me tomó de las caderas y me obligó a permanecer quieta.

-No te muevas o te lo clavaré de un solo golpe. –dijo.

De tan solo pensar en el dolor, preferí obedecer. Su dedo hizo círculos alrededor del hoyo. Volvió a presionar contra él y mi ano se cerró por instinto. Yo apreté los dientes y contuve la respiración esperando que lo introdujera.

Pero de pronto se detuvo. Estiró la mano y buscó la caja de madera que había dejado sobre la cama. Vi con terror como la abría y sacaba un frasco de lubricante de ella. Mojó su dedo corazón y lo embadurnó bien para dejarlo resbaloso. Después volvió a acomodarse entre mis piernas. Con una mano comenzó a acariciar mi clítoris. De nuevo empecé a excitarme. Antes de que me diera cuanta, mis caderas se movían al ritmo de su dedo en busca de más contacto.

-Alguien quiere otro orgasmo. –se burló de mi. Mis mejillas se sonrojaron de que él descubriera que sus caricias me gustaban. –No te preocupes. Te daré muchos esta noche. Pero primero, quiero que vuelvas a mamarme la verga.

-¿Otra vez? –la primera vez me había excitado mucho. Pero no quería volver a hacerlo. Tenía miedo de que intentara forzarla otra vez dentro de mi garganta. Además, tampoco quería sentir el sabor de su leche en mi boca de nuevo.

-Otra vez. Cómete todo mi rabo, Elisa.

-Pero…

Antes de que pudiera quejarme, hundió la punta de su dedo en su ano. Yo grité, en parte por el dolor y en parte por el susto.

-Vas a mamármela todo el tiempo que yo quiera. Si te detienes sin que te lo indique, meteré más mi dedo dentro de tu culo. Cuando haya metido todo mi dedo, comenzaré a meter otro. ¿Entendiste?

-No, por favor. –Pero lo sentí hundirse más y supe que no tenía más remedio.

Tomé su falo medio erecto con una de mis manos y pasé mi lengua por él tantas veces como pude. Escupí un poco sobre la verga para poder acariciarla. Besé la punta cabezona y le di un par de lamidas y chupetones. Las primeras gotitas de precum aparecieron. Yo pasé por mi lengua sobre ellas, bebiéndolas y dejando mi saliva a cambio. Metí el glande en mi boca. Encerrado entre mis labios, dibujé círculos sobre él con mi lengua. El señor Hernandez comenzó a gemir. La velocidad de sus dedos sobre mi clítoris aumentó.

-¡Ah! Tus juguitos ya están saliendo de tu vagina, Elisa. Eres toda una putita. Mis dedos están bien mojados.

No dudaba que fuera cierto. Podía sentir como sus dedos resbalaban más fácilmente sobre mi clítoris. Mi lubricante natural ayudaba a la faena.

Entendí que mientras más empeño pusiera en su miembro, más empeño pondría él en mi coño. Así que ansiosa por correrme otra vez, me animé a meterme el falo a la boca, tanto como pudiera.

A pesar de las arcadas, empujé la verga hasta tragarla casi por completo. Volví a sacarla y a meterla. Lo hice varias veces seguidas, cada vez más rápido. Mientras lo hacía, sentí como se ponía más dura con cada penetración oral. Pero, en una de esas, él levantó la cadera y su pene se hundió en mi garganta con más violencia de la que yo pude soportar. Tuve que detenerme, porque sentía que me ahogaba.

-¡No te detengas!

-¡No! –grité cuando su dedo se hundió por completo en mi ano. Las lágrimas que me salieron al atragantarme empeoraron con el dolor de mi culo. Su dedo era gordo. No podía imaginarme como me sentiría cuando me metiera dos.

-Dije que no te detuvieras.

-Es que no puedo.

-Si puedes.

Sacó el dedo y yo pensé que me daría un descanso. Sin embargo, pronto sentí como la punta del primer dedo volvía a hundirse y la punta de un segundo dedo empezó a empujar para meterse también.

Supe que no estaba mintiendo. Me apuré a seguir con la mamada lo mejor que pude.

Lo dejé embestir mi boca. La saliva comenzó a correr por su falo, hasta resbalar por sus bolas. Por fin consiguió lo que quería y con un gran empujón de su cadera logró que su verga entera me entrara. Se mantuvo quieto. Imaginé que disfrutaba del calor de mi boca en todo su pene. Hice un esfuerzo sobrehumano por no vomitar. Pero también empezaba a sofocarme.

Salió de mi boca y me puse a toser sin evitarlo. De inmediato su segundo dedo se hundió en agujero anal. El culo entero me ardía. Sentía que iba a romperme si tiraba más de él.

-¡Uf! Te han entrado dos dedos, Elisa. ¿Quieres que sean tres?

-No, por favor, no. –susurré.

Rápidamente retomé el trabajo. Abrí la boca para que él me penetrara a su antojo. Con la mano libre que tenía masajeé sus bolas. Solo quería que se corriera de una vez.

Mi clítoris ardía tanto como mi culo. Sentía lo duro que estaba cada vez que los dedos del señor Hernandez pasaban sobre él. Yo también necesitaba un orgasmo, Tenía la impresión que al correrme, me olvidaría del dolor que sentía en el ano.

Entonces el viejo cambió la estrategia. Mientras el dedo corazón y el índice de su mano derecha estaban dentro de mi culo, metió el pulgar por mi coño. Gemí a pesar de tener su verga bien ensartada en la garganta. Su mano izquierda estaba encaprichada con mi clítoris. Lo tocaba con tanta fuerza que sentía que lo arrancaría.

De pronto comenzó a bombear con su mano. Sus tres dedos entraban y salían de mis dos agujeros a la vez. Yo podía sentirlos chocando a través de la membrana que separaba mi vagina de mi ano.

Aumentó también la fuerza con que embestía mi boca. Los dos gemíamos como locos, disfrutando de mi primera triple penetración. Para mi era una sensación completamente nueva. Dolía un poco, pero mi clítoris ayudaba a que se sintiera delicioso.

-¡Trágate la leche! –le oí decir.

Justo en ese instante, su verga disparó leche en mi boca. No tuve tiempo de reparar en el sabor, porque yo también me corrí de inmediato. Mi orgasmo fue poderoso. Mis piernas no pudieron sostenerme y caí con el coño sobre la cara del señor Hernandez.

-Eso ha estado muy bien, Elisa. Aprendiste a mamar muy rápido. –dijo. –Pero tienes la panocha hecha un desastre. –me dijo. –Voy a limpiartela.

Abrió mis labios vaginales y metió la lengua en mi agujerito, ansioso de comerse todos mis jugos. Mi clítoris todavía estaba muy sensible y la presencia de su lengua era incomoda. Pero no me quejé. Estaba exhausta.

Mi cuerpo estaba flácido sobre él, así que no pude resistirme cuando me quitó de encima, me tiró sobre la cama y se puso sobre mi, con su cara entre mis piernas abiertas. Su falo empapado en saliva y semen quedó contra mi rostro. Sentía como los fluidos resbalaba por mi mejilla.

Me lamió sin detenerse, sorbiendo el líquido que brotaba de mi concha. Introdujo su lengua en mi vagina sacando toda mi humedad. Succionó mi clítoris con fuerza. Yo gemía y gemía. No me creía capaz de correrme una vez más, pero él estaba dispuesto a volverme loca de orgasmos. Dos dedos resbalaron en mi panocha. Mi interior estaba escocido por la fricción y por la  potencia de las penetraciones. Y todavía me faltaba que esa verga gorda que apenas cabía en mi boca, terminara de abrirme el coño.

-Chorreas como un grifo, Elisa. Estás mojando toda la cama. –me dijo. Cuando volteó a verme vi como los líquidos blanquecinos de mi vagina estaban pegados en toda su cara. –Adoro comer coño. Mucho más si es un coñito joven y dulce como el tuyo. –sonrió, se lamió los labios y volvió a clavarse entre mis piernas.

-Déme más duro. Más fuerte. –susurré, al borde del placer. Necesitaba tanto aquel orgasmo que no me importaba que él creyera que era una puta. Ya lo era.

No tuve que repetirlo. Entre su lengua bestial y sus dedos, mi vagina parecía ahogarse en sus propios jugos. Era un agujero sucio y escandaloso.

Mientras tanto su verga empezó a endurecerse otra vez. La sentía presionar contra mi rostro. Yo comencé a masturbarlo. Mis manos la apretaban con firmeza, subiendo y bajando por ella. Metí sus bolas a mi boca. Las chupe y las lamí sin dejar de acariciar su falo. Mis manos no podían apartarse de ese trozo de carne dura. Su excitación hacía que fuera más salvaje con mi raja y a mi me gustaba.

Grité cuando me corrí. El orgasmo fue largo y fuerte. Pero el señor Hernandez no estaba dispuesto a detenerse. Seguía chupandome y penetrándome con sus dedos. Así que tuve otro orgasmo y uno más. Por mucho que intenté cerrar mis piernas, él no me dejaba.

Cuando por fin me dejó, su propia verga estaba a punto de estallar. Se giró rápidamente, de modo que mi cabeza quedara bajo su culo. Con una mano apretó mi mandíbula obligándome a abrir la boca. Con la otra continuó masturbándose.

-Me correré en tu boca. Esta vez, no te tragues la leche, ni la escupas.

Asentí como pude. Apenas podía respirar después de esa sucesión de orgasmos, así que lo dejé hacer como quisiera.

Con un gran gemido, se vino dentro de mi boca. Tal como pidió, me esforcé por no tragar. Él sacó un vaso pequeño de su sorpresiva caja de juegos y me la dio para que escupiera su semen en ella.

-¿Qué hará con eso? –pregunté.

-Espera y verás.

Se hincó junto a mi y me jaló de modo que mis piernas quedaron sobre sus hombros y me espalda tendida sobre su cuerpo. Mi coño estaba a su merced.

En esa posición yo alcanzaba a ver como mi rajita calva estaba pegajosa y cubierta de saliva y flujo. Mi vulva estaba enrojecida de tanta fricción. Imaginé que la entrada vaginal también debía estar irritada después de ese manoseo feroz. Pero descubrí también que estaba completamente tranquila. Había descubierto que por muy repulsivo que ese encuentro sexual fuera al principio, también era placentero como nada.

-Voy a meterte esto aquí. –dijo. Tomó un pequeño embudo e introdujo la parte más agosta en mi vagina, tan profundo como pudo. Yo solo miraba con curiosidad. El señor Hernandez había demostrado su punto. Mi cuerpo era suyo, porque lo había comprado. En especial mi coño. –Ahora que eres una hembra en celo, voy a inseminarte. –vertió el vaso con su semen sobre el embudo, viéndole escurrir hasta mi interior. Tomó una fotografía de la escena. Yo retuve la respiración. –La próxima vez, te inseminaré con mi propio pene. Pero eso será en un rato más. –retiró el embudo. –Ayúdame. Ábrete los labios que quiero otra foto. –hice como dijo y oí la cámara sonar una vez más. –Listo. Ahora hagamos un experimento más. -metió su dedo índice y revolvió los fluidos dentro de mi vagina. Lo sacó y lo probó. –Delicioso. ¿Quieres probar un poco?

-Si.

-Toma. –dedeó una vez más y me dio a lamer su dedo. -¿Está bueno?

-Mucho.

-Te daré más.

Volvió a tenderme sobre la cama con cuidado. Puso una almohada debajo de mi cadera y evitó que cerrara las piernas. Puso el pequeño vaso bajo mi entrada y con ayuda de su dedo fue sacando mis jugos entremezclados con su semen, su saliva y la mía.

Para entonces yo había comenzando a mojarme de nuevo. El nivel de morbo de lo que estaba haciendo me había puesto a mil.

Consiguió sacar suficiente líquido como para un trago pequeño. Me mostró el vaso y sonrió con lujuria. Apartó la almohada y me ayudó a sentarme. Descubrí que su verga estaba parada de nuevo. Mi coño estaba mojado y mis pezones tan duros que podían sacarle los ojos a alguien.

-Saca la lengua. –dijo. Yo obedecí. –No vuelvas a meterla hasta que te diga. -el señor Hernandez vertió la mezcla sobre ella. Mi coño ardía de tanta excitación y él lo notó. Su leche y mis babitas estaban juntos en mi boca. Sería el sabor más morboso que tuviera que probar jamás. –Ahora, quédate quieta.

Metió su mano en mi raja para masturbarme. Después, tomó una foto de mi boca antes de sacar su propia lengua y untarla contra la mía. Volví a correrme en ese momento.