A la salida de la Disco

Orgía en casa de Ángeles.

A la salida de la Disco

Más mareadas que un trompo, mi amiga Ángeles y yo, salimos de la Disco. Al echar el carro en reversa, confirmé que me era imposible manejar en estado de ebriedad. Una de mis tantas recomendaciones personales es no manejar cuando me sienta mal. Sin lugar a dudas, Ángeles estaba más peda que yo, era imposible que le cediera el volante. El estacionamiento poco a poco se fue quedando vacío, y a los pocos minutos quedamos solas en el lugar.

¿Y ahora qué hacemos?... -, me arrepentí de haber preguntado, pues Angy sólo contestaba sandeces. -¡Ni modo!... -, le dije a mi amiga, -ponte cómoda, pues hasta que nos sintamos mejor, nos largamos-

Ni tarda ni perezosa, ella se acomodó a sus anchas y al poco tiempo ya estaba roncando. El cansancio y sueño también me invadieron, más los insistentes toquidos en el parabrisas me obligaron a abrir los ojos.

¿Están bien?... -, nos preguntaba un joven.

-Eh... oh, sí... Bueno, eso creo... -

Fue evidente que el hombre notó mi estado y sonrió burlón.

Bueno, la verdad no estamos, digamos, en perfectas condiciones… -

Lo estoy viendo… -, volvió a sonreírse.

¿Y qué?... -, respondí haciéndome la digna.

Les aseguro que no quisiera incomodarlas, pero... –

¿En qué te estamos molestando, pendejo?... –

A mí en nada; pero soy el encargado del estacionamiento y la verdad… -, bostezó, -ya es muy tarde. Tengo mucho sueno y por lo tanto tienen que sacar su auto… -

¿Qué sucede, manita?—torpemente interrogó Angy.

El muchacho la puso al tanto y no me acuerdo que técnica utilizó la Ángeles para convencerlo de que nos llevara a casa. Y en menos que dura un rechinar de llantas, el chico ya estaba al frente del volante. Llegamos al departamento de mi amiga y tampoco recuerdo como fue, pero el muchacho de nombre Marcelino ya estaba bien sentadito en un sillón y Ángeles, torpemente ofreciéndole un café. Fue cuestión de segundos y cuando volteé, mi amiga y él, hasta entonces desconocido, ya estaban bien prendidos de los labios.

Quedé anonadada, ellos comenzaron a acariciarse sin ningún pudor. « ¿Qué onda?», repetía mi cerebro una y otra vez. No podía moverme, estaba estática, hecha una idiota. No había duda, ¡se habían olvidado que yo estaba ahí!... « ¡Me vale madre!», murmuré, me recosté en el sofá, y cerré los ojos. Sinceramente no me importaba su acción, yo tenía mucho sueño. Los ruidos de sus besos me arrullaron... Perdí la noción del tiempo, pero desperté sobresaltada, pues estoy segura que mi inconsciente estaba al tanto de la escena. Sus gemidos y jadeos, involuntariamente comenzaron a inquietarme, mi cuerpo comenzó a temblar. No abrí los ojos, fingí seguir dormida y eso fue muy emocionante.

¡Cállate, vas a despertar a tu amiga!... -, musitó Marcelino.

No te preocupes, esa cabrona cierra los ojos y se clava hasta el siguiente día-, aseguró Ángeles.

Bueno, pues ábrete de piernas, mamacita… -, exclamó él.

El ambiente se tornó sugestivo, ya no intercambiaban frases, todo era jadeos, suspiros y respiraciones entrecortadas. Mi corazón palpitaba aceleradamente, amenazando con salirse de mi pecho. Entreabrí los ojos y… « ¡Oh, que monumento de verga!»… Se me hizo agua la boca cuando Angy se la sobaba pausadamente. « ¡Quita la mano, pendeja, déjame verla bien!», quería gritarle a mi amiga, pero eso hubiera sido delatarme. ¡Conformarme, sólo eso me quedaba!...

Claramente vi como Marcelino, entre beso y cachondeo, la iba despojando de la ropa, mi amiga se movió como gata en el agua. Justamente cuando saltaron sus poderosos senos, mi cuerpo sintió una triple descarga eléctrica… Mirarlos me excitó sobremanera y aún más cuando las grandes manos del tipo comenzaron a sobarlos. Por lo tanto acción, el pene del chavo quedó a mi vista, pero ese churro carnoso ya no me interesaba, sólo quería deleitarme con los melones de la Ángeles.

Aún haciéndome la dormida y sabiendo que ellos no repararían en mí, tomé mis senos y comencé a sobarlos y a pellizcarlos, al mismo ritmo que él lo hacia con los de Ángeles. Unos minutos más y ella ya estaba en cueros, mientras que yo, morbosa y fascinada, admiraba sus antojables curvas. Marcelino, a pesar que nada más tenía liberados el miembro y los huevos de toro, no necesitó de más; colocó a mi amiga de tal manera que quedó casi inclinada en el sofá (ambos de espaldas a mí) y de un sólo golpe la penetró. Mi amiga aulló de placer, y yo, al mirar el meneo de sus tetas colgantes, sentí como se humedecía mi pantaleta. Ya no me interesó si me veían, pues una de mis propósitos es, mientras se pueda, no quedarme con el antojo de nada.

Al mismo tiempo abrí ojos, piernas y, así, por encima de mis prendas, comencé a pajearme a la par de las embestidas que Ángeles tan gustosa recibía. Desabotoné la blusa, bajé las copas del brasier, me embadurné de saliva el brazo izquierdo y esa humedad la utilicé para despertar a mis pezones, los cuales respondieron de inmediato, erectándose deliciosamente. A pesar de estarme sobando la pepa, no estaba conforme, tenía necesidad de más. Así que, utilizando mi ingenio, hice a un lado el resorte de mi pantaleta, y comencé a gozarme y a escasos segundos, mi vagina ya estaba ensartada por dos de mis delgados y largos dedos.

A la par se escuchaban un trío de gemidos, pero ellos aún no advertían que yo también estaba participando y eso ponía más calor al asunto. En uno de tantos mete y saca, Marcelino volteó a verme y sorpresa que se llevó. De inmediato puso al tanto a mi cuatacha, quien, totalmente extasiada y en medio de calenturientos sollozos, suplicó que me les acercara.

Me levanté y temblando de pies a cabeza, me dirigí a ellos, no perdí tiempo, pues me metí debajo de los dos cuerpos y más rápido que pronto, mi boca ya disfrutaba golosamente los carnosos globos de Ángeles, que no porque le colgaran, habían perdido su circunferencia y dureza. Cabe aclarar, que nunca había tocado a una mujer, pero dicen los expertos que todos llevamos un grado de bisexualidad en los genes, y por lo tanto, lo estaba sacando a flote.

Mientras mamaba las chiches, también aproveché para acariciar y apretujarle los testículos a Marcelino y Ángeles se las ingenió para clavar certeramente uno de sus dedos, logrando que mi vagina se lo tragara completamente.

Y así estábamos los tres ardiendo, ya no necesitábamos nada, una caricia más salía sobrando, lo único que necesitábamos era desfogarnos.

¡Nelly, oh, mamita chula, no dejes de mamármelos!... -, suplicaba Angy.

¡Ni tú de darme dedo!... -, le ordené.

Arrójame tus líquidos-, impulsó Ángeles a Marcelino. - Estoy a punto de vaciarme y quiero que se junten con los míos.

Yo escuchaba, mamaba, tocaba, observaba, ¡en fin! No solamente mis cinco sentidos estaban participando, ¡era algo más!... Ángeles comenzó a gritar y lloriqueando pedía más, más y más. Obviamente que entre el del estacionamiento y yo, complacimos sus deseos. Cuando dijo no poder aguantar... tanto las embestidas como las mamadas, aceleramos, procurándole a nuestra preciosa mujer que obtuviera un increíble y prolongado orgasmo. Aun en medio de los espasmos, la condenada pedía, y ordenaba que no paráramos y a causa de ello gozó una serie de orgasmos múltiples, pero lo más chingón fue que, en ningún momento su dedo dejó de motivarme a mi gatito, por lo tanto yo también estaba más para allá que para acá.

Nelly, deja que este pinche mono cabrón, te la clave y así, yo tenga la oportunidad de chupar tus tetas… -, propuso sofocada.

Fue tan rápido el cambio de posición, que cuando lo advertí, ya estaba bien ensartada de cueva y culo, sí, porque Ángeles no sacó su dedo para nada y Marcelino no quiso quedarse con las ganas de que su verga fuera aprisionada por mi culito. Todo estaba bien sincronizado pero, ¡madre mía!, sentir esa lengua femenina titilándome los pezones, ¡puta, madre!, juro no poder describir tan esplendida sensación.

Mis manos reposaron en los hombros de Angy y gracias a ese soporte, yo tenía la facilidad para menearme a mi antojo, dando tremendas zarandeadas en el aire. Todo mi fabuloso goce se lo transmití a Marcelino, quien impulsándome a que se la apretara todavía más, ya no pudo resistir y me inundó el chiquito. Era tanto su semen, que mi culo lo eructó y el esperma me escurrió por las nalgas.

Instantes después, yo arrojé lo mío, pero... ¡en los labios de Ángeles, quién con mi previo aviso, reemplazó su dedo por la lengua y, vaya mamada que me dio!... Mi culo fue desensartado y Marcelino, después de depositarme en el sillón, se dejó caer de bruces en la alfombra.

Ángeles se acercó a mí y me dijo:

¡Pinche Nelly, siempre juntas y, cuánto tiempo perdido a lo pendejo!... –

Nelly J.

Aguascalientes, Ags.; Méx.