A la que salta

Víctor, soldado retirado y sin más ilusión que coleccionar porno, conoce a una chica que no le ve como a un bicho raro, ¿por qué no aprovechar la ocasión?

-Ten, muchas graaacias por… hah… tu compra. – La joven tenía los ojos brillantes, las mejillas muy coloradas y una sonrisa muy dulce. Le miraba fijamente, y el comprador se la quedó mirando unos segundos, hasta que “aterrizó”.

-¡Ah, sí… gracias a ti! – logró decir, y la joven sonrió más y un temblorcito sacudió sus hombros. El comprador se marchó con sus revistas y ligeramente excitado, por no por su compra precisamente. Si no fuera porque sabía que era imposible, hubiera podido pensar que la chica estaba poco menos que teniendo un orgasmo.

72 horas antes.

-Recuerda que iremos a buscarte temprano – recalcó Raji –  A eso de las cinco de la mañana, estaremos allí; si nos damos prisa, no cogeremos tráfico, y estaremos en la aeropista antes de las seis, ¿podrás conducir?

-¿Tu cacharro? Con la punta del nabo. – le contestó Víctor. Raji se volvió, para comprobar que su mujer y su cuñada no le escuchaban, y contestó.

-Yo no me pondría tan pavo, ¡es para lo único que te sirve! – se rio, y Víctor, mal que le pesase, devolvió la risa. Se despidieron y cortó la comunicación. A oscuras en su modesta vivienda de protección del ejército, el veterano pensó que el maldito ratón tenía demasiada razón. A su alrededor, estanterías repletas de revistas y viejas películas le rodeaban; algunas tenían más de doscientos años y aún se seguían viendo, unas estaban impecables, otras tenían zonas rayadas hasta que la vieja cinta magnética casi se había quemado. En lo que a revistas se refiere, algunas estaban aún metidas en su bolsa plástica original, otras tenían las páginas acartonadas y hasta pegadas… También tenía muchos discos y hasta los primeros programas de sueño erótico, de los sellos productores independientes como Secretos o Braguitas Húmedas, de antes de que las comprase todas DreamScience Erotica. Tenía cintas en formato ocho milímetros y Superocho, de 36 milímitros, de vhs, beta, betamax y Vídeo2000. De formatos como SuperVideo, .avi, .mpeg, y hasta .gif. Tenía cómics, desde los hentai con su dibujo cuidado hasta el detalle, hasta el underground más desagradable y el diseño minimalista, pasando por los autores norteamericanos que dibujaron para la Playboy… tenía juguetes sexuales de todo tipo, la mayoría embalados y sin estrenar, desde dildos a muñecas hinchables, pasando por todo tipo de parafernalia sado, ropa interior y disfraces. Ya no recordaba cuándo había comenzado a coleccionar cosas así, pero sí recordaba cuándo se dio cuenta que podía sacar provecho de ello, pero sin duda era algo que Raji recordaba mejor que él.

-¿Viene entonces, verdad? – preguntó Tasha,la chica de Raji .

-Sí, nenita. – Raji se volvió, y en la cara redonda y gordita de su compañera, vio una expresión de disconformidad – Ya sé que no te cae simpático, pero es buen tío en el fondo.

-No es que no me caiga simpático. Ya sabes que apenas le hablo más que lo imprescindible… lo que me preocupa es mi hermana. No puede viajar con nosotros en la cabina, tendrá que ir detrás con él, ¡y no me fio un pelo de ese tío! Yo creo que es un enfermo.

-Bueno, muy normal, muy normal, no es… aunque yo siempre digo que cada uno, es como es. Tampoco hace daño a nadie coleccionando retroporno.

-No hace daño a nadie, pero a mí no me hace ninguna gracia que se quede solo con mi hermana durante todas las horas que dura el viaje. Es un tío muy raro… Casi nunca dice nada, se queda ahí, mirando las esas viejas revistas horas y horas hasta que se le acerca algún otro tío raro como él y se ponen a rajar durante horas.

-Bah, eso es porque no quiere incomodarte, conmigo sí habla. Y tu hermana está completamente a salvo… Víctor tiene tantos complejos encima,  que no quiere acercarse a una mujer ni pagando. – Tasha resopló - ¡En serio! Precisamente empezó a coleccionar porno por eso, ¡tiene un miedo espantoso a que le vean quitarse o ponerse los refuerzos! Lo más fácil es que la única vez que se dirija a tu hermana, sea para saludarla, y basta. No se acercará a ella ni para pedirle la hora. Puedes estar tranquila.

Natasha convino. A decir verdad, Raji tenía razón; Víctor podía parecer un tío raro con su obsesión por coleccionar porno de Tierra Antigua, su introversión y su mutismo continuo salvo cuando se encontraba junto a otro coleccionista, pero la verdad es que, por raro que le pareciera, no podía imaginarle no ya molestando a su hermana, sino ni siquiera dirigiéndole la palabra.

Faltaba casi media hora para la cita convenida, y Víctor ya estaba preparado y sentado en los escalones de su vivienda, junto a las cuatro grandes cajas de material diversos que llevaba para vender y que flotaban blandamente cerca de él, a poca distancia del suelo. Hacía mucho frío y estaba bien abrigado, era fácil que nevase. Cuando parasen en algún motel, mucho se temía que no hallarían mejor tiempo; por más que el viaje fuese de casi dos días y medio, no atravesarían zonas de cambio de estación, e irían casi todo el tiempo hacia el noroeste, de modo que se llevaba ropa térmica para protegerse; el frío no le sentaba nada bien a las piernas.

Víctor llevaba retirado casi diez años. Desde lo de las playas de Xaú-Biget, cuando le volaron las dos piernas y le colocaron las malditas prótesis. El trasplante de miembros biónicos era completamente seguro, le dijeron. Se trataba de piernas que parecían completamente reales e idénticas a las que había perdido, le dijeron. En cuestión de pocos días, estaría de nuevo corriendo, le dijeron. Pero nadie le dijo que había una posibilidad, remotísima, pero posibilidad al fin y al cabo; una entre doce millones, pero ahí estaba la maldita una, de que su cuerpo rechazase el trasplante. Y le tocó la una. El rechazo le ocasionó una infección que estuvo a punto de conseguir lo que no habían logrado un tirador y una trampa mina, de milagro sobrevivió. Pero las maravillosas piernas biónicas quedaron dañadas, y ni los médicos ni él quisieron saber nada de un nuevo intento de trasplante. Así que Victor se quedó con unas piernas en apariencia, normales, pero en realidad, demasiado débiles para sostenerle, y que siempre se quedaban torcidas hacia fuera, como un puto paréntesis. Para poder caminar y mantener una postura algo más digna, usaba lo que llamaban un “esqueleto externo”.

Se trataba de un dispositivo de material plástico que se mimetizaba de tal modo con el ambiente que no se veía a no ser que uno se fijase mucho o supiese que estaba allí. El esqueleto le abrazaba las piernas y estaba sujeto a la cadera, de modo que le permitía estar de pie y caminar, y aún correr un poco si fuera preciso… pero los médicos le dejaron claro que aquello, no eran piernas funcionales que pudieran permitirle entrenar, o correr durante largo tiempo, ni siquiera hacer largas marchas caminando durante muchos días seguidos: ni el esqueleto interno ni el externo podrían soportar un abuso de esfuerzo. De modo que el continuar sirviendo en el ejército se terminó para él y, dada su hoja de servicios, le licenciaron con honores. Le concedieron una pensión, no excesiva, pero sí digna, y el rango honorario de capitán.

Víctor compró una casita no muy grande, con desván y garaje, y un pequeño terreno trasero en el que plantar un jardín. Pronto descubrió que cultivar florecitas era entretenido, pero no le ocupaba todas las horas libres de sus días interminables, pero eso no fue lo peor. Mientras estuvo en el ejército, siempre rodeado de compañeros de ambos sexos, de amigos y camaradas, nunca lo había notado, pero al retirarse, tuvo que darse de narices contra lo solo que estaba. Y no le gustó, pero hacer amigos fuera del ambiente militar en el que llevaba viviendo desde su adolescencia, no era tan fácil como pudiera parecer. Frecuentaba bares, sitios públicos, salía… pero descubrió que no tenía nada en común con nadie, y que las mujeres le hacían sentir incómodo. Apenas notaban su esqueleto, la que no le miraba con asco, le miraba con lástima. Sabía que eran reacciones normales en un mundo que no estaba acostumbrado a las heridas ni a las imperfecciones, pero no por eso dejaba de molestarle. Sentía que le miraban como a una rareza. Harto de buscar lo que sabía que no iba a encontrar, empezó a comprar programas de DreamScience Erotica, pero también esto le aburrió al poco tiempo. Era todo… perfecto, demasiado ideal. Hasta allí le recordaban que era un fenómeno y se sentía fuera de lugar, de modo que empezó a buscar otro tipo de erotismo, y un día cayó en sus manos una viejísima cinta X, y de pronto, todo cambió.

Se trataba de una película de Tierra Antigua, de finales del siglo XX. Víctor nunca hubiera podido pensar que en una película porno saliesen hombres o mujeres sin tono muscular, sin depilar, ¡los hombres hasta tenían vello en las axilas y el pecho! ¡Y las mujeres tenían pechos caídos, y celulitis! Eran… eran… como él. Casi sintió ganas de llorar de emoción, y aquélla noche perdió la cuenta de las veces que se acarició hasta el éxtasis; cada vez que lo alcanzaba y creía quedarse a gusto, veía a una nueva mujer de pubis lleno de vello, caderas anchas y trasero generoso, gozando con un hombre peludo, bigotudo y con tripa, y su cuerpo pedía guerra de nuevo, no se saciaba. Fue estupendo. Y entonces, empezó a interesarse por aquél tipo de porno, y empezó a coleccionarlo. Desde eso hacía más de nueve años y un montón de dinero, pero desde hacía relativamente poco tiempo, algunos sectores estaban interesándose también en lo que se había dado en llamar “retroporno”, y Víctor había empezado a hacer dinero donde antes lo había gastado. Los números repetidos de revistas, o aquéllas que ya había visto demasiadas veces, o las películas más cotizadas, eran el género que vendía, y con lo que sacaba, iba ahorrando, aumentaba su pensión, e incluso – por qué no – compraba más porno.

Con un bocinazo, el viejo cacharro de Raji hizo su aparición por el final de la calle, y el chatarrero-perista-comerciante de todo, se asomó por la ventanilla para saludarle, haciendo que la cola de la espesa bufanda que llevaba, se balancease por el viento. Víctor se puso en pie y devolvió el saludo sonriendo, pensando en lo hortera que podía ser aquélla bufanda amarilla, rosa y azul, pero también sintiendo un poco de envidia: sabía que Tasha la había tejido para él. El otrora soldado sabía que le caía a Tasha como una patada en el culo, pero él no estaba a la recíproca; la mujer era gordita, muy guapa y trabajadora, tenía una personalidad fuerte y decidida, y adoraba a Raji… Cuando éste se la presentó y se conocieron, Víctor tuvo que hacer un esfuerzo para felicitar a su amigo. Hubiera dado cualquier cosa por haberla conocido antes él, y aunque sabía que era imposible, la pequeña parte de su corazón que aún no había muerto del todo, murmuró: “tengo que buscarme una chica como ésta”.

Conforme la furgoneta se acercaba, Victor distinguió a tres personas en lugar de a dos, y cuando frenaron junto a él, miró con algo de sorpresa a la tercera persona; se trataba de una mujer, y era muy parecida a Tasha, apenas algo más delgada, pero también llenita, de grandes ojos verdeazulados como los de Tasha y cabello espeso y claro, cortado a pico casi a la mitad de la espalda. Raji le estrechó la mano con las dos y se la presentó.

-Esta es Sonya, la hermana de Tasha. Nos ayudará con la cocina. – Víctor sonrió e intercambió dos besos con la joven, que le miraba con curiosidad. Él dio una orden a las cajas, y éstas flotaron solas hacia el interior de la camioneta, y todos procedieron a montar; la cabina era demasiado pequeña para que viajaran los cuatro, y aunque Víctor declaró que no tenía ningún inconveniente en viajar solo, Sonya insistió en viajar con él en el remolque. Es cierto que era pequeño y no excesivamente cómodo, pero la joven dijo que ya se turnarían. Dentro del remolque, ya con la carga bien sujeta y ambos sentados, Sonya le señaló las piernas y sonrió:

-Por mí no te cortes; para estar sentado tanto rato, quítatelo si estás más cómodo. Yo sé bien lo molesto que es llevar ese trasto todo el día. - Victor se asombró, ¿cómo se había dado cuenta del esqueleto externo? ¡No se veía! La única manera de verlo sin saber que estaba ahí, era que lloviese o soplase viento con polvo que pudiera hacerlo visible – Tuve que llevar uno de niña. Al levantarse, una persona sin prótesis, suele echar hacia delante el tronco y tirar de las piernas. Tú has echado hacia delante la cadera y has tirado de la espalda. Yo lo hacía igual. Tuve que llevarlo porque nací deforme de una pierna. Intentaron operarme para corregirlo, pero resulté ser alérgica a la anestesia, así que me pusieron esqueleto externo para forzar a mi pierna a recolocarse.

A Víctor le asombró con qué naturalidad hablaba de ello, y le asombró más aún cómo él mismo se puso también a hablar de ello, del ejército, de su fallido trasplante…

-Gracias a esto puedo caminar, pero te reconozco que lo odio. A veces pienso si no hubiera sido mejor morirme en medio de la batalla.

-No hubiera sido buena idea. – La joven sonrió, y le alcanzó una cerveza – No hubieras sabido quién ganó. – Víctor sonrió y bebió – Yo también odiaba el mío. Los niños en el colegio me llamaban robot, monstruo y todo el mundo se reía de mí. En los críos me molestaba, pero me defendía, y Natasha siempre estaba conmigo; nadie se reía de mí si iba con Tasha, ella es un año mayor, y bueno… ¡que nadie se metiera con su hermanita! No, en los críos, no me molestaba mucho. Lo peor, eran las miraditas de lástima de los adultos. De las maestras… “no, no, cariño, tú no juegues a eso, que te puedes lastimar. No, cielo, no te levantes. No, mi vida, no hagas tal cosa, ni tal otra, ni respires fuerte siquiera, tú quédate ahí sentadita, sin moverte, sin parpadear y sin hacer nada, no sea que te caigas y te rompas, porque eres de cristal”. Mierda de compasión.

Sonya bebió un trago largo de su cerveza, y Víctor se la quedó mirando, y por primera vez desde que perdió las piernas, sintió algo que, precisamente por llevar tanto tiempo sin sentir, le costó un poco identificarlo. Y era la sensación de considerarse afortunado. Sí, él se había quedado sin piernas, sin carrera y tenía que llevar una prótesis para hacer algo tan simple como poder orinar de pie… pero le había pasado siendo adulto, a fin de cuentas. La maldita lastimita que también él detestaba, las miradas, los cuchicheos y hasta los insultos, le habían llegado cuando ya era bastante maduro como para mandarlo todo a la mierda, y no siendo un crío. Pulsó el botón de liberación del esqueleto y éste emitió un silbido y se soltó de su cintura. Como iba atado al sillón por el cinturón de seguridad, no tenía importancia. Con cuidado, porque era pesado, retiró el armazón de sí, lo plegó en un cilindro y lo dejó a su lado, en el suelo.

-Mierda de compasión – repitió, y le ofreció su botellín para brindar. Sonya lo chocó con el suyo, y bebieron.


-De verdad que no me gusta nada que mi hermana viaje con él. – Refunfuñó Tasha, en el asiento delantero, dando la vuelta a las agujas. Casi nadie tejía a mano ya, era un arte tan olvidado como el cardado, o el escribir a mano, pero Raji vendía con frecuencia artículos de Tierra Antigua, lo que no era muy legal, y uno de ellos, había sido una viejísima enciclopedia de labores, donde venían artes tan variopintas con el punto de cruz, el ganchillo y el hacer punto. A Natasha le había parecido una cosa la mar de práctica y había aprendido a hacerlo. Decía que le resultaba relajante, pero tal como entrechocaba las agujas esa mañana, nadie lo hubiera jurado. Raji suspiró. Tenían por delante dos días de viaje hasta llegar a Zoco Centro, y por norma general, le gustaba conducir y viajar con Tasha, pero como ella hubiera decidido pasarse los dos días hablando de lo poco que le gustaba que su hermana y Víctor viajasen juntos, menudo viajecito le esperaba.

-Nenita, ya lo sé que no te gusta, pero no teníamos otra forma de viajar… coger un sónico nos hubiera salido por una pasta gansa, y hubiéramos tenido que pagar exceso de equipaje.

-Lo sé, sé que era carretera y manta, pero al menos tenía la esperanza de que Sonya no quisiese viajar con él… en cuanto ha visto el esqueleto externo, le ha caído simpático.

-¿Y qué tiene de malo eso?

-¡Todo! – contestó Tasha – Sólo porque una persona conozca algo que tú has pasado también, no significa automáticamente que sea bueno y amable, o que sea de fiar. ¡Dentro de una hora, paras donde sea, y voy a hablar yo con la niña!

-Pero, mujer…

-¡Sólo para prevenirla! Sólo quiero quedarme tranquila, ver que todo va bien, que no… ¡Bueno, que no se pone a enseñarle las cosas raras esas que él ve! Sonya es tan inocente…

-Amor, que Sonya ha tenido tres novios en el año y medio que llevamos juntos…

-¿Qué pretendes insinuar de mi hermana, Rajad ben Sallah? – contestó Natasha lentamente, y Raji supo que pisaba hielo delgado.

-Yo no insinúo nada, nenita, sólo quiero decir que tu hermana, aunque sea tu hermanita pequeña, es ya toda una mujer, es responsable, es inteligente… Si Víctor hace algo que no le convence, ella misma le partirá la cara. – Su mujer se aplacó y sonrió. Raji a fin de cuentas tenía razón, su hermana sabía cuidarse sola. Es sólo que ella sabía que sí era inocente, un poco ingenua. Si Sonya se enterara de todas esas vetustas perversiones que llevaban en la furgoneta, seguro que la pobrecita hasta se pondría colorada.


-…con el boom de internet, el porno se viralizó. – explicaba Víctor – Ya la llegada del vídeo doméstico había supuesto una lluvia de cine porno al abandonar el viejo formato de 36 mm., en pro de la cinta magnética, muchísimo más barata de producir, pasando en un año de poco más de cien películas al año, a más de un millar al año siguiente, y aquello había sido para bien; aumentó la demanda, y el porno empezó lentamente a dejar de ser considerado un producto para inadaptados o “guarros”, a empezar a ser visto como un entretenimiento más. Desde luego, no era algo de lo que uno presumiese por la calle, pero empezó a asumirse que era algo que, en mayor o menor medida, pero todo el mundo veía de vez en cuando. Pero cuando llegó internet, como te decía, el porno estalló, y esta vez no fue tanto para bien.

-El porno que yo conozco es sobre todo de esa época, de los primeros siglos del 2000, antes del Cataclismo. – convino Sonya, que escuchaba con gran interés - ¿Por qué no fue para bien?

-Bueno… se perdió el romanticismo del porno. Antes, una actriz era famosa por saber actuar, y por hacer alguna práctica determinada. Había actrices que eran “la reina de…”, “la reina de la doble penetración, la reina del anal”… Cuando llegó internet, las chicas no sabían actuar, pero tenían que hacer de todo. Se perdió el argumento, el pretexto que daba sal y vidilla a las historias, y se cambió por bombeo. El público era impaciente y demandaba productos de consumo rápido; todo se medía por velocidad y cantidad de clics, si alguien ponía un vídeo y se tardaba más de treinta segundos en llegar a la parte X, el espectador cerraba la ventana y se iba a otro vídeo que le diese el calentón rápido que buscaba.

-En parte tienes razón, pero yo creo que hubo algunas cosas en ese porno que no estaban mal, y tenían su argumento. “El apartamento de Mike”, tenía un argumento muy pobre, de acuerdo, era sólo sexo a cambio del alquiler, pero era algo… - Víctor bebió otro sorbo de su cerveza, y asintió. - ¿Y qué me dices de Papá Noel Naughty? ¡Ese tipo me encantaba!

A Víctor se le atragantó la cerveza a medio sorbo. Papá Noel Naughty, o Papá Noel Pillo, como le llamaban en la versión traducida, había sido un actor porno de cierto éxito en la época de internet, era bastante parecido a él y lo sabía: de aspecto mayor de lo que en realidad era, perilla redonda, cabello gris, algo esmirriado de piernas, pero robusto de torso y brazos y con algo de barriga.

-¿Te gusta Papá Noel Pillo? – preguntó, sin poder dejar de sonreír.

-Le adoro. – reconoció la joven – Vi por primera vez un video suyo cuando era adolescente, de casualidad. Estaba en un terminal Googlevac sin protección infantil, busqué vídeos navideños y me salió aquello, ¡casi me da un infarto, pensé que vendrían a detenerme! Fue el primer vídeo porno que vi en mi vida… pensé que todos los géneros serían igual, y cuando vi que no, me llevé una buena desilusión.

-¿Desilusión por qué? – quiso saber Víctor.

-Porque… había mucho porno desagradable. Muchos insultos, muchos “chupa, zorra; traga, puta de mierda”, muchos vídeos donde las chicas parecían sufrir más que gozar, donde eran más violadas que folladas… Papá Noel Pillo trataba bien a las chicas. Había sexo por un tubo y se las follaba por todas partes, sí… pero también las besaba. No sé, las trataba con cariño, les hablaba, había risas, complicidad y picardía. Se notaba que sentía respeto por las actrices. Hace tiempo, pensaba que no había nada peor que un hombre que se creía el porno, pero sí lo hay: el hombre que se cree SÓLO un tipo de porno. Supongo que a ti te pasará encontrarte chicas que se piensen que todos los hombres tienen que ser millonarios, altos y superguapísimos, y a mí me pasa encontrarme con tíos que se piensan que abrir la cama es suficiente como juego previo, que pegarme tortazos en el clítoris me va a volver loca de pasión, que me encanta que me insulten o que me peguen, pero eso sí, no lubriques demasiado, que les da asco…

-Joder, ¿es eso lo que se lleva ahora? Ahora comprendo bien a la última chica con la que estuve. Se trataba de una lilius, ya sabes que para ellas, el sexo es su religión, fue hará cosa de cuatro o cinco años, y prácticamente me suplicó que lo hiciéramos. Cuando terminamos, me dijo que pediría por mí todos los días, y me dio las gracias, según ella, “por revolcarnos entre las flores sin arrancarlas”. – Víctor miró a Sonya a los ojos mientras ella sonreía y suspiraba.

-El sexo debe ser algo estupendo cuando se hace bien, y no a lo salvaje, como si pretendieran vapulearla a una. Entiéndeme, me gusta la pasión como a cualquiera, me gusta que me den un buen azote en el culo, que me pongan a cuatro patas y me embistan, ponerme encima y hacer sentadillas… todo eso me encanta. Pero, ¿tan difícil es combinar eso con un algún beso que otro, una caricia, y un par de palabras amables? – Su mirada se fijó en el vacío – Si encontrase a un hombre capaz de darme eso, me parece que todo lo demás, iba a importarme bien poco.

Víctor estuvo tentadísimo de alargar la mano y decir “me ofrezco voluntario”, “a lo mejor yo te sirvo”… pero se contuvo. Sonya parecía una gran chica, y era mucho más joven que él. Se merecía algo mejor que un cuarentón jubilado con piernas torcidas, pensó mientras cogía otros dos botellines, los destapaba y le ofrecía uno a ella, acariciándole la cara con dos dedos para sacarla del ensimismamiento. La joven le miró y devolvió la sonrisa y en un acto puramente reflejo, le besó los dedos al tiempo que cogía el botellín.


-Bueno, ya oyéndote eso, me quedo más tranquila – Tasha habló con su hermana en una de las paradas, y Sonya se rio de lo que ella llamaba “el complejo de clueca” de su hermana mayor. Por favor, no tenía que preocuparse en absoluto, Víctor era un tío genial, y durante el viaje ya se habían hecho colegas. “Colegas” remarcó Sonya, a fin de que a su hermana le quedase claro qué tipo de relación habían entablado. Tasha se relajó. Su hermana pequeña era un poco chicazo, y con frecuencia se comportaba como otro tío más en presencia de tíos, por eso tenía tantos amigos y Raji se sentía tan cómodo con ella, y según parecía, Víctor también. Era la primera vez que Tasha le veía sonreír tanto rato y hablar tanto.

De eso hacía ya varias horas, y ahora habían vuelto a detenerse, esta vez para pasar la noche. Raji había frenado junto a un motel de carretera más o menos decente (al menos eso parecía), y estaban en la recepción.

-Bueno, necesitaremos tres habitaciones, una doble y dos sencillas. – dijo Raji, pero Sonya le frenó.

-¿De verdad pensáis pagar tres habitaciones? La sencilla cuesta casi tres cuartos de lo que vale la doble… ¡pide dos dobles y ya está, ahorramos!

-¡Sí, buena idea! – apostilló Víctor.

-¿Habitación doble?

-Oh, por favor, somos adultos, Tasha – contestó su hermana – Podemos compartir una cama, ¿Quieres dejar de pensar que tengo trece años?

“Colegas” había dicho Sonya. En fin, tenía razón, no se trataba de dos niños, no iba a pasar nada. Les dieron las llaves de las habitaciones y cada pareja se retiró a la suya, prometiéndose acostarse cuanto antes, para mañana salir temprano. Habían hecho muy buen promedio hoy, si mañana seguían igual, podrían llegar al tercer día aún temprano.

La habitación del motel era pequeña, pero coquetona, con una gran cama doble en la que brillaba un grueso edredón térmico y que, Víctor se dio cuenta, Sonya se esforzó por no mirar. Las lamparitas indirectas que flotaban cerca de la pared daban una luz dorada a toda la estancia, decorada con un estilo algo recargado en lo referido a adornos, lacitos, cojines… un poco artificioso, pero con un resultado acogedor. Daba la sensación de estar dentro de una cajita de caramelos.

-Bueno… ¿Quién se cambia antes? – preguntó Víctor – Sólo hay un baño.

-Te propongo un trato: te dejo cambiarte el primero, si a cambio, mientras yo me desnu… me mudo, tú te metes en la cama y me la vas calentando, ¿hace?

-Vale. – Sonrió, y cogió su bolsa, en la que llevaba su ropa y sus cosas. Sentía una especie de temblorcillo en la barriga, pero agradable. “Debo de estar loco” pensó mientras se soltaba el pantalón y lo dejaba caer por entre los huecos de la prótesis. “Sonya no quiere nada conmigo, y yo me estoy emocionado como un crío”. Se lavó los dientes, se puso el calzón de media pierna que usaba para dormir, y al hacerlo, pensó que se había pasado el día entero sentado sobre un sillón calentito y con un pantalón abrigado… no sería de buen gusto compartir la cama con alguien oliendo a perro recalentado, así que se sentó en el bidé, y se lavó con jabón. Cuando se secó y se puso el calzón limpio, se sintió muy cómodo, y pensó que, ya que estaba, podía darse también un lavado de sobacos y pies. Salió del baño con el calzón azul y la camiseta gris, pero oliendo a esencia de robaigas salvajes.

-¡Hum, qué bien hueles! – comentó Sonya al pasar por su lado, antes de encerrarse en el baño. Oyó correr el agua apenas ella entró, era indudable que se estaba duchando, y se le escapó una sonrisa que su sentido común no consiguió reprimir. Abrió la cama y se sentó en ella, soltó el esqueleto y lo plegó, y enseguida se metió en la cama, tendiéndose en el lado más cercano a la puerta del baño, que era el que pensaba dejarle a ella, para calentarlo. Cuando Sonya salió del baño, llevando un pijama corto y envuelta en una nube de vapor perfumado, se hizo a un lado y ella casi saltó a la cama- ¡Qué frío hace aquí fuera! ¡Brrrrr! – La joven sonrió, arrebujándose en la cama cálida, y, por puro reflejo, Víctor le frotó los brazos bajo la colcha y la apretó contra sí.

-¿Mejor? – preguntó, frotándola.

-Mmmmmmh… sí. Eres un gran calentador de cama. – se rio. Sonya permaneció pegada a él, acurrucada, pero Víctor tuvo que parar de frotarla y tenderse boca arriba cuando notó que su cuerpo le iba a delatar.

-¿Te apetece ver algo de tele antes de dormir? – preguntó, y ella asintió, muda, junto a él. – Programación televisiva – ordenó Victor, y la imagen salió del aire y formó un cuadro tridimensional frente a ellos, mostrando un aburrido magazín nocturno, de esos donde la gente cuenta sus penas privadas. – Buf… ¿busco a ver si dan alguna peli?

-Sí, mejor – Víctor pulsó el aire para descubrir la barra de canales, y fue pasándolos. Noticias, tostonazos dramáticos, concursos insulsos, reallity-shows, teletienda… y al fin, una película. Víctor se detuvo al ver actores, pero al segundo siguiente, la actriz se arrodilló y empezó a sobar la entrepierna del actor, y estuvo a punto de pasar de nuevo, pero la joven se lo impidió - ¡No, déjalo!

-¿Aquí? ¿En el porno?

-Sí,  ¿por qué no? ¿No me irás a decir que te da corte, verdad?

-…No, claro que no. – mintió Víctor y echó una mirada hacia la colcha. Bien, no se notaba. Intentó pensar en otra cosa, pero no era nada fácil conservar la calma teniendo a una chica encantadora, preciosa y que te gusta mucho, pegada a ti, tu brazo en su nuca, y encima una peli porno delante. En la pantalla, la actriz se metía el pene de su compañero hasta la garganta, y enseguida se soltó el vestido, dejando ver un pecho operado perfectamente redondo. Había un corte de cámara y enseguida estaban los dos desnudos, él sentado mientras ella le mamaba. Estaba completamente depilado, era musculoso y estaba recién peinado. – Siempre digo que el porno actual es demasiado perfecto.

-Sí, ¿quién se deja los tacones para follar y no se le corre el pintalabios? ¡Es absurdo! – la chica se volvió de lado, con la espalda hacia él, pero aun mirando la pantalla.

-¿Quieres ponerte más cómoda? Espera, moveré la imagen. – Victor extendió la mano y arrastró la imagen al lateral, para que ella pudiera verla estando de lado, y enseguida se volvió él también. Su brazo libre pensó solo y la tomó de la cintura. Estaban abrazados en cuchara, y Víctor sabía que si no había notado ya que estaba presentando armas, lo tendría que notar en breve, pero Sonya no hizo ningún comentario al respecto. De aquello en particular, pero sí de otra cosa.

-Hmmmmmmmmm… qué calor tan grande das, eres tan cómodo… - Víctor tenía la sensación de que su corazón iba a salírsele del pecho de un momento a otro. Le parecía que su mano, en el vientre de la joven, se quemaba, necesitaba moverla. Los dedos le picaban, tenía un antojo tremendo de acariciar y apretar su carne. Le costaba trabajo respirar acompasadamente. – Ya que estás así, ¿no te importaría darme un masaje en la cadera, aquí? – le llevó la mano. – Creo que es de estar todo el día sentada, pero me duele un poco.

Víctor tuvo que contentarse con decir “ajá” a modo de asentimiento. Una parte de sí mismo quería salir de la cama y de la habitación; fuera hacía sólo un par de grados, si con eso no se le bajaba el calentón, con nada. Otra parte de sí mismo quería preguntar si de verdad, DE VERDAD quería ella que la tocase. Otra parte no quería preguntar, le daba miedo estar haciéndose ilusiones. Decidió que lo más juicioso, era intentar disimular. Lo más juicioso, y lo más agradable. Empezó a frotar la cadera de la joven y a dar apretones, y Sonya sonrió un gemido. La tela del pijamita corto era fina y suave, y apenas cubría unos centímetros de muslo; enseguida sus dedos notaron el tacto de la piel, y Víctor tuvo que abrir la boca para soltar aire. Sus dedos subían la tela de la prenda cuando acariciaba el final de la misma, e intentaban bajarla un poquito o meterse bajo ella cuando llegaban al inicio. Tenía que saberlo, tenía que comprobarlo o estallaría.

-Con el pantalón de por medio, no me apaño bien – logró decir del tirón – ¿Quieres, no pienses mal, que meta la mano, sólo para hacerlo mejor?

-…Sí, por favor. Por favor. – musitó Sonya, y ella misma se bajó un poquito la prenda. Víctor notó la piel desnuda de su nalga haciendo contacto contra él, y también que ella estaba coloradísima. Su mano se coló bajo el pantaloncito y empezó a acariciar la cadera, pero casi enseguida sus dedos se estiraron hacia el culo, gordito y suave, y lo apretaron. Sonya se le agarró al brazo en el que apoyaba la cabeza y tiritó. La mano de Víctor, dejando un reguero de cosquillas abrasadoras, se deslizó hacia el pubis. Y cuando tocó el inicio del vello, un suspiro infinito se escapó del pecho de ambos.

Muy despacio, los dedos de Víctor empezaron a acariciar aquél vello fino y suave, de tacto extraño y cosquilleante. La joven no llevaba ningún tipo de ropa interior, y la mano de su compañero bajaba más a cada caricia. Al notar la elevación que hacía su Monte de Venus, Víctor ya no aguantó más, y la atenazó contra sí también con el otro brazo, y empezó a besarle la sien y la cara entre gemidos. Sonya volvió el rostro y la miró a los ojos, pícaros y algo tímidos, pero plenos de deseo.

-No quites la tele… - susurró – Mi hermana duerme ahí al lado. – Víctor la besó, y al mismo tiempo que metía la lengua en su boca, su dedo corazón se metió en su sexo y ambos acariciaron algo muy húmedo y sensible; Sonya se estremeció tiernamente entre sus brazos, y le abrazó con una pierna, para dejarle sitio para acariciar. Víctor no podía dejar de pensar que si la hiperprotectora Tasha se enteraba de aquello, y se acabaría enterando, le iba a sacudir con el rodillo de amasar hasta que éste pidiera socorro, pero no pensaba parar. Sus dedos, empapados de humedad, cosquillearon el travieso clítoris entre ellos, mientras su compañera le agarraba la camiseta e intentaba torpemente subírsela o acariciarle de algún modo. Entre caricias de su lengua, logró hablar.

-Luego, eso luego… ahora deja que te haga mimitos a ti. Deja que te dé calorcito también aquí. – Sonya le miró con arrobo y se subió su camiseta. La mano de Víctor se guio por el calor que desprendían sus pechos y los apretó mientras sus dedos acariciaban el punto más sensible del cuerpo de la joven. Se lo acariciaba con el dedo corazón en círculos, y luego lo rascaba muy suavemente de arriba abajo, y más tarde lo pescaba entre dos dedos y lo cosquilleaba… Sonya se movía en espasmos contra el pecho de Víctor, superada por el placer eléctrico. Olas de gusto la torturaban, y estaba empezando a sudar mientras se le escapaban a la vez los gemidos y las sonrisas.

“Por Lemmy, qué guapa es, ¡es preciosa!” logró pensar Víctor sin dejar de mover los dedos que le resbalaban en la humedad. Cada caricia que le daba, la hacía gemir dulcemente y mirarle con arrobo. Empezó a hacerle cosquillas más rápidas y la joven boqueó en una expresión graciosísima que le hizo sonreír, y acto seguido pasó a hacer caricias circulares más lentas, pero más intensas, y Sonya puso los ojos en blanco en una sonrisa abandonada que le robó el alma y le obligó a besarla sin poderse contener. Los gemidos de la joven se hacían más hondos y cuando Víctor cosquilleó de nuevo, tembló de tal modo que supo que iba a acabar, pero no paró.

-No… ¡no puedo más! – su voz parecía casi llorosa – Por favor, ¡te quiero dentro! – Si lo pedía así, había que dárselo, y Víctor intentó sólo abrirse el calzón para liberar su miembro, pero apenas retiró la mano del coño de la joven, ella misma le bajó la prenda y le abrazó con las piernas; antes de que Víctor pudiera frenarla, Sonya le estaba montando y le metió dentro de ella. - ¡Aaah….! – La joven se mordió los labios para no gritar, pero el placer era inmenso, estaba muy excitada, necesitaba sentirse llena y la polla de Víctor lo conseguía, ¡qué deliciosa sensación de plenitud! Víctor quiso dirigir su pulgar de nuevo al clítoris de la joven, pero ella empezó a brincar sin darle tiempo, sentía un picor rabioso en las entrañas, y sólo aquél miembro ardiente se lo saciaba. Un placer maravilloso nació en su pared vaginal, y Sonya se movió arriba y abajo para estimularlo, y apenas a la tercera embestida, Víctor la vio ponerse roja hasta el pecho. Una ola dulcísima de bienestar pareció romper en el interior de la joven y colmarla. El placer se liberó y la hizo gemir, un gemido profundo, mientras su cuerpo se estremecía de gusto, asombrado por la intensidad de lo que sentía, y las olas la acariciaban en ráfagas de calidez hasta dejarla en la gloria. Víctor, debajo de ella, la miraba con la boca abierta y el cuerpo tenso, intentando por todos los medios no cerrar los ojos ni sucumbir al impulso de moverse. Si lo hacía, acabaría, y no quería hacerlo en medio del orgasmo de ella, lo que quería era verlo.

Sonya se dejó caer sobre él y Víctor la abrazó, gozando aún de las contracciones rítmicas de su vagina en torno a su miembro. La joven le besó la cara y le miró con apuro.

-Lo siento... Estaba tan a punto, y me sentía tan bien, que… - Víctor le sonrió y la tomó de la cara, negando con la cabeza.

-No, no, nada de “lo siento” – le besó la nariz – Tú no tienes que sentir nada, ¡me encanta que te corras! Quiero que lo hagas siempre que quieras, quiero darte placer y que te corras de gusto siempre que te dé la gana, quiero que te corras en mí… - la acarició de los muslos y casi enseguida empezó a subir hacia las nalgas y a moverla sobre su cuerpo erecto – Que te corras en mi polla… en mis dedos, en mi boca, ¡donde tú quieras!

Sonya gimió algo que parecía un sollozo, se sentía increíblemente feliz, y Víctor rodó sobre ella en la cama; necesitaba empujar, quería dirigir él, follársela, tomarla… hacerla suya. Puede que sus piernas casi inútiles no le sirvieran de mucho, pero se apoyó sobre los puños y empezó a mover la pelvis como un pistón. Sonya gimió. El cuerpo de la joven quemaba por dentro, era húmedo, era suave, le abrazaba la polla como si pretendiera no dejarle salir jamás, y una parte de él mismo quería que eso fuera posible, que pudieran estar siempre así, gozando de esa manera, viendo cómo ella se corría una y otra vez. Pensando en aquello, se dejó caer sobre los codos y le preguntó al oído, en medio de una sonrisa de picardía casi infantil:

-¿Quieres ver cómo lo suelto?

-¡Si! – contestó ella de inmediato - ¡Por favor, sí! – Víctor sintió que Sonya le acariciaba los brazos y la espalda, dejando surcos de placer en su piel, pero nada era comparable a entrar y salir de ella, a notar su polla dulcemente aplastada por su estrecha calidez y regodearse en el dulce cosquilleo que le empezaba en el glande y se expandía por todo su cuerpo, haciéndose más fuerte y agradable a cada empujón, hasta que notó que ya no podía parar, que el picorcito se cebaba en su polla y no podía detenerlo, y en ese preciso momento, la sacó, y en medio de gemidos roncos se acarició a toda velocidad, y el orgasmo le sobrevino entre corrientes de gusto, jadeos esforzados y un espeso chorretón de esperma que cayó en el vientre de Sonya y que ella recibió con un gemido de sorpresa y una carcajada. - ¡Quema…! – Ella nunca lo había visto en vivo, los fluidos se habían ido volviendo algo cada vez menos aceptado, hasta convertir el porno en algo perfecto y aséptico, y sus parejas se habían comportado de acuerdo a ese precepto. Ahora veía el semen por primera vez, veía a un hombre dándoselo, corriéndose para ella y encima de ella. Víctor había temblado como un flan, había sonreído y puesto una carita encantadora al gozar… y había sido ella quien le había hecho sentirse así de a gusto. Le miró. Aún temblaba, con la mano todavía sujetándose la polla que le palpitaba, y la respiración agitada.

-Eres precioso. – dijo con voz desmayada – Eres guapísimo, eres… - Pero Víctor no supo qué más era, porque Sonya le atrajo hacia sí y le besó de nuevo. Víctor devolvió el beso abrazándola con fuerza, y poniéndola sobre él. Su polla encontró el camino ella solita, sin que ni uno ni otra se dieran mucha cuenta, y mientras Víctor le recorría la espalda en caricias hasta llegar a las nalgas y un par de dedos traviesos empezaban a acariciar el agujerito trasero…


-¿Qué tal? ¿No dormiste bien? – preguntó Raji al día siguiente; mientras Tasha y Sonya terminaban de desayunar en el bar, ellos dos habían salido a fumar un poco. El aire estaba frío y amenazaba nieve, pero Víctor estaba amodorrado aún bajo la gélida mañana.

-Incluso demasiado bien. Raji… ¿Le has contado ya a Tasha lo de… bueno, lo tuyo? – el perista palideció bajo sus rizos oscuros y negó con la cabeza. – Sabes que vas a tener que hacerlo tarde o temprano. Y sabes también que ella te quiere, seguro que no le concede demasiada importancia. Siempre pienso que deberías decírselo personalmente, antes de que alguien bienintencionado pudiera, bueno…

-¿No pensarás decírselo tú, cabronazo? – atacó Raji muerto de miedo.

-¿Yo? ¡No, claro que no! Raji, yo soy tu amigo, jamás haría algo semejante. Los amigos están para guardar secretos, ¿verdad?

-¡Verdad!

-Genial, porque yo también necesito que me tapes en uno. – Raji le miró y estuvo a punto de preguntar cuál, pero la mirada del antiguo soldado era tan elocuente como urgente.

-Ay, no… ¿Sonya?

-Sí.

-¿Tú y Sonya?

-Sí.

-¿Anoche?

-Sí.

-¿…Hasta el final?

-Las cuatro veces, sí.

-¡Oh, mamá! – se lamentó el vendedor - ¡Valiente amigo estás hecho! ¡Si Tasha no me da la patada por mi secreto, me capará por el tuyo!

Víctor intentó quitar hierro al asunto, decir que si él no decía nada, él también se callaría, que Tasha se enteraría pero más tarde, cuando no tuviese que saber que su hermanita pequeña había follado salvajemente con él apenas doce horas después de conocerse… Pero el temor de Raji era más fuerte y tenía razones para quejarse. Tenía ganas de darle una buena patada a su amigo, pero cuando su mujer y Sonya salieron al fin del bar y vio cómo su cuñada miraba a Víctor, no pudo guardarle rencor… cuando Tasha le miraba así a él, sabía que no tenía escapatoria. La pregunta era si eso, ella lo iba a comprender.

(continuará)