A la luz de la luna
La oscuridad inundaba la habitación mientras yo esperaba la llegada de mi luna particular.
A la luz de la luna
Apagué la luz de la habitación y me metí desnudo en la cama. Me quedé allí estirado mirando por una gran ventana mientras esperaba. Era una plácida noche de verano y la ventana estaba abierta de par en par, por ella, entraba una nítida y tenue luz lunar que llenaba de luces y sombras toda la habitación.
Esperé alrededor de veinte minutos, un rato que se me hizo eterno, pues tenía los nervios a flor de piel. Al fin oí el sonido que tanto ansiaba. Escuché como ella apartaba los setos y trepaba rápidamente hasta el alfeizar. De pronto, la vi aparecer en mi ventana. Mientras se colaba en mi habitación solo pude ver su oscura silueta recortada contra el marco de la ventana.
Una vez dentro, se situó enfrente de mi cama y se quedó quieta mirándome. Ahora la luz de la luna solo me permitía ver la mitad de su cuerpo que estaba frente a la ventana.
Únicamente llevaba encima un velo semi-transparente que me dejaba adivinar su estilizada figura. Su pelo negro parecía aun más oscuro con la noche y le caía suelto sobre los hombros. Sonrió y sus ojos emitieron un leve destello mientras dejaba caer el velo al suelo. Pude apreciar que llevaba un sujetador negro muy ceñido que le alzaba los pechos y un tanga a juego.
Se subió a la cama y se colocó de rodillas encima de mis muslos. A continuación, se llevó las manos a la espalda y se desabrochó el sujetador. Lo cogió por un extremo y alargó el brazo hasta que el sujetador quedó extendido en vertical más allá de la cama, y a continuación lo soltó. El sujetador cayó a un lado de la cama y ella recuperó su pose estática enfrente de mí. Para entonces, yo ya hacía rato que había dejado de mirar el sujetador, ya que estaba admirando sus voluptuosas tetas con sus respectivos pezones erguidos. Hice ademán de levantarme para acariciárselas, pero ella me empujó y volví a quedar estirado sobre la cama. Posó sus manos sobre mi pecho, y empezó a bajarlas por mi cuerpo con un movimiento muy sexy, hasta que encontraron sin dificultad mi polla erecta. Sin pensárselo dos veces, con una mano comenzó a masturbarme y con la otra se fue acariciando los pezones. Mi cuerpo comenzó a moverse nerviosamente sin que mis ojos pudieran apartarse de sus tetas. Cuando notó que mi capullo ya estaba húmedo, se inclinó sobre mí, y comenzó a lamerme la punta con sumo cuidado con la lengua, mientras con las dos manos continuaba masajeándomela. Luego, se introdujo mi polla en la boca, y sentí como me la chupaba con todas sus fuerzas.
Al fin, dejó de masturbarme, se quitó el tanga; y se metió mi polla en su interior adoptando la postura del misionero. Comenzó con breves acometidas, pero pronto aceleró el ritmo más y más a la vez que los dos empezábamos a emitir agudos gemidos. Sus tetas botaban sobre su cuerpo tras cada acometida y yo la agarré con las dos manos por el culo para sentirla más cercana a mí. Nuestra excitación fue en aumento hasta que por fin alcanzamos el límite.
Los dos nos corrimos el uno dentro del otro a la vez, logrando un orgasmo simultáneo. Nuestros gemidos fueron tales que se escucharon hasta la luna