A la luna de valencia viii

Sofia sobrevive al atentado que le hizo agriel. pero aun no se decide a rehacer su relacion con carmen

A LA LUNA DE VALENCIA

Escrito por: Atramentum et pergamen

Como un presagio del desastre con el que iba a encontrarme, una extraña esencia se coló por mi nariz nada más pasar la puerta de mi finca. Decidí seguirla, y para eso comencé a subir las escaleras en vez de coger el ascensor. Todavía no había llegado a mi segundo piso, cuando me choqué con un acelerado manojo de nervios y miedo que resultó ser mi hermano, bajando los escalones de dos en dos, como alma que lleva al diablo.

Le sujeté por los antebrazos y le agité suavemente, llamándole por su nombre hasta que se dio cuenta de que era yo, y se calmó, aunque cuando me miró pude ver el terror tatuado en su mirada y el sudor que parecía salirle del alma empapando su rostro.

  • Pero Manolo, ¿estás bien? ¿qué pasa? ¿qué te ha pasado? - le pregunté preocupada y tomándole un lado de la cara para tranquilizarle-.

  • Ella... Sofía, yo estaba con Sofía, y ella, esa oscura, me... - se rodeó el cuello con su propia mano-, por detrás, me acojoné, tuve que salir corriendo... - apenas entendía nada de las frases inconexas con las que mi hermano intentaba explicarme que era lo que estaba pasando, así que le tranquilicé con la mirada, se calló, tomó aire, y convirtió su perorata en una historia con sentido, con un terrible sentido-, yo, Carmen, fui a casa de Sofía, a preguntarle por ti, por si sabía donde estabas. Nos... pusimos a discutir, y cuando estábamos hablando, una mujer, muy... rara, toda de negro, como muy tenebrosa, entró al piso, me cogió por detrás y me encañonó - se me abrieron los ojos tanto como la boca de la impresión, pero Manolo siguió hablando igual-, hablaron algo de un sobre, de que Sofía había traicionado a esa mujer, y de que un tal Antonio, que al parecer se hacía pasar por amigo de tu vecina, estaba en realidad contratado y trabajando para esa, para la que me ha encañonado, se han... puesto a pelear, la cosa pintaba muy mal, yo he intentado ayudar a Sofía, pero no había manera... al final he tenido que salir de allí corriendo...

  • Para, para tete, dices... - le interrumpí ahora acelerada y doblemente preocupada yo-, que ¿Sofía estaba peleándose con otra mujer?

  • Sí, sí. Peleándose y como. Cuando salía de ahí, me ha parecido ver que la otra, esa tipa tan rara, se sacaba una daga de la bota...

  • ¡¡¿¿Una daga??!! - pregunté, estando ahora yo fuera de mí, sólo de pensar en lo que podría haberle pasado a Sofía... - Tiene que ser Agriel... Manolo, escúchame, sube a mi piso y llama ya al teléfono de urgencias y les explicas todo. Yo voy al piso de Sofía...

  • ¡Espera Carmen! - mi hermano fue ahora el que me retuvo por los brazos-, no debes ir allí, si aún está la tal Agriel... a saber el panorama que habrá, y lo que te puede pasar...

  • ¡¡Nolo!! - le grité, tal vez pasándome en el tono-, ¡Haz el favor de hacerme caso, y sube a nuestra casa para llamar a emergencias!

Mientras oía los pasos acelerados de Manolo subir hasta mi casa, escuché también como el ascensor bajaba, y alguien salía a toda velocidad de él y del edificio, dando un portazo.

Imaginándome quien sería, subí poco a poco, uno a uno los escalones, negando la existencia del tiempo y del espacio, intentando evitar que pasaran, ralentizando mi propia vida, no quería encontrarme aquello que cuando crucé el umbral de Sofía me encontré.

Mi vida, ahí tirada en el suelo, desangrándose, la puñalada que se le veía en el estómago me dolía ahora a mí, y sin darme cuenta, comencé a respirar al ritmo que goteaba la sangre de su herida. Caminé hacia ella, con un enorme sollozo retenido en la garganta, que se hizo incontenible cuando ví su rostro con una mueca de dolor y agonía en él, me arrodillé y comencé a llorar, sin atreverme a tocarle hasta que los servicios de emergencias llegaron acompañados por la policía; entonces un fuerte impulso me llevó a tomarle la cara y acariciársela, suplicando por la vida de Sofía, de la de las dos al final.

Así estaba cuando una mano firme pero cuidadosa me agarró del hombro y me hizo girar la cabeza y levantar la mirada, a un rostro redondo pero fuerte, que me miraba tristemente, igual de triste que sonaba su voz que me hablaba intentando consolarme.

Articuló palabras sin que yo las oyera ni las entendiera, y por el movimiento de su cuerpo y de su brazo, entendí que me estiraba para apartarme de allí. Me llevó hacia la mesa del salón, y nos sentamos en las únicas dos sillas que no habían quedado destrozadas tras la pelea. Me alargó un pañuelo de algodón, gesto que parecía perseguirme desde hacía unas semanas, y esperó a que me hubiera tranquilizado un poco.

  • ¿Se encuentra ya mejor? - asentí con la cabeza-, bien. Soy Jesús Heras, inspector jefe de... la Policía de Tráfico - me enseñó la placa, ante mi extrañeza por el puesto que decía ocupar-. Ya le explicaré eso más adelante, el caso es que yo conocía a Sofía Caulous, y estaba avisado de que algo así podía pasar, teniendo en cuenta el lío en el que andaba metida...

  • ¿En qué lío andaba metida? - le interrumpí, harta ya de no entender de la misa la mitad.

  • ¿No lo sabía? ¿Pero no es usted Carmen Ferrer?

  • Sí.

  • Entonces, usted debe estar al corriente del pasado de Sofía como policía en Atenas, de su relación con Agriel Gianponoka... todo eso, ¿no?

  • Sí, sí. Bueno, lo sé en parte. Sabía que Agriel había venido a España y que estaba intentando implicar de nuevo a Sofía en alguno de sus trapicheos.

  • Así es, y de hecho la implicó. Pensaba que usted sabía algo más.

  • Pues la verdad es que no, y le agradecería bastante si me lo explicara todo usted, ahora.

Unos minutos después, la ambulancia del SAMUR partía hacía el Clínico con Sofía inconsciente y grave dentro, y yo aguardaba en la calle, a que Jesús Heras bajara de ultimar unos detalles de la investigación y de interrogar a mi hermano. Sabedora ya de todo por lo que Sofía había estado pasando en los últimos días, deseaba hablar con él, para saber exactamente que le iba a pasar a mi vecina después de recuperarse, si es que se recuperaba.

Salió del edificio, acompañado de mi hermano, quien, aunque menos, seguía tembloroso y nervioso, y se dirigió a mí.

  • Srta. Ferrer, ¿sabe si Sofía tenía algún familiar o ser cercano en Valencia?

  • Familiares no, están todos en Grecia. Aquí... seres cercanos, pues tiene un par de amigos de la facultad, los compañeros del Club de Natación, que tampoco tiene una relación muy estrecha, su entrenador, Antonio, aunque después de lo de hoy, ya no se le puede considerar, y... bueno, tal vez yo.

  • Tal vez, no, señorita - me puso de nuevo su mano sobre el hombro y me miró con ternura-, créame que, con toda seguridad, es usted un ser cercano e importante para Sofía.

  • ¿Ah sí? ¿Y cómo sabe usted eso?

  • Pues porque se le notaba, cuando vino a comisaría a hablar con nosotros, y puso encarecida insistencia en que cuidáramos de usted, porque pensaba que tal vez pudiera correr peligro, y era importante para ella que estuviera bien.

  • ¿En serio dijo eso? - me sentí invadida por una repentina ola de orgullo y ternura-.

  • Claro, y la verdad, pensaba que se habría dado cuenta. La verdad es que en su mirada y en su voz se le notaba bastante.

  • ¿De qué se supone que tendría que haberme dado cuenta?

  • Venga Srta. Ferrer, pase conmigo al coche y acompáñeme al hospital - abrió la puerta delantera del coche de policía-, y no se preocupe, que ya se dará cuenta. A veces hay que ver las cosas desde fuera para darse cuenta de ellas.


* "Y no me dejo ir/ a morir sin intentar/ que la sangre que perdí/ me ayude a respirar" (Alejandro Parreño)

Volvía a ver a mi hermano, sonriéndome con la travesura típica de sus rasgos, confiado, tendiéndome una mano, me miraba sin embargo con una calma que no era normal en sus ojos, acordes siempre con la picardía que desvelaba su eterna sonrisa rota y blanca.

Desde que muriera años atrás en Atenas, había soñado varias veces con él, pero nunca con tanta claridad, y jamás le pude sentir como en ese momento, como si de verdad me estuviera tocando y acariciando la mano.

La placentera serenidad en la que estaba sumergida irradiaba sin duda de su mirada, y quería quedarme allí con él, para siempre, para volver a jugar, a salir de juerga, a nadar y escalar en el acantilado, pero los mismos ojos que me calmaban, parecían hablarme y decirme, sin que él abriera la boca, que todavía no, que no era mi momento, y me quedaban aún varios asuntos, dos de ellos muy importantes, por resolver aún en vida.

E impulsada por una última mirada suya, abrí mis ojos de golpe, y los pobres recibieron una puñalada de luz blanca cegadora, que se me clavó hasta el último rincón de mi aturdido cerebro. Respiré profundo para aliviar el dolor que me había causado, y dejé que esta vez se abrieran poco a poco, para que las pupilas se acostumbraran mejor al haz deslumbrante situado justo encima.

La cabeza me dolía como si una banda de cornetas y tambores estuviera tocando dentro de ella, y un desagradable olor llegó hasta ella, enseguida reconocido como algo que para mí resultaba ser una peste odiosa, olía a hospital. La sensación de tener la espalda desnuda, recostada boca arriba sobre unas sábanas blancas y algo rasposas confirmó la sospecha.

Maldita sea, estaba ingresada en un hospital, sentía un vendaje rodeando mi estómago, y un leve quemazón bajo las gasas y al lado del ojo izquierdo me ayudaron a recordar, a atar cabos; la pelea con Agriel, sus puñetazos, la daga que le regalé, su puñalada trapera y sucia en mi estómago, y mi cuerpo inconsciente y desangrante tirado en mi comedor, sintiendo como las suaves manos de Carmen me acurrucaban mientras me susurraba algo...

Carmen, que habría sido de ella, si me encontró en ese estado, estaría preocupada, tenía que hacerme con ella, salir de ese hospital y hacerle saber que yo estaba por fin bien. Intenté moverme, pero era imposible, todos y cada uno de mis músculos estaban atenazados, tal vez por algún tipo de anestesia o calmante, ya que tenía el paladar reseco y amargo.

Sin darme cuenta, dejé escapar un gemido de dolor e incomodidad, y oí como alguien se removía a mi lado. Entonces oí su voz, llamándome y acariciándome como siempre los oídos y el alma. Giré la cabeza y vi su rostro, la dulzura de sus rasgos y de su mirada alegrándome el alma y curando de golpe todos mis males, con una sola caricia suya en mi mejilla.

  • Carmen... - fue todo lo que atiné a decir, deleitándome en la belleza de su nombre-.

  • Buenos días Sofía, ¿qué tal te encuentras?

  • Mmmm, créeme que me he sentido mejor en infinidad de momentos.

  • Me lo imagino. ¿Sabes? Nos has tenido tan preocupados - me pareció ver como sus ojos se inundaban de lágrimas emocionadas-, pero ahora ya está, ¿verdad? - y rompió a llorar definitivamente-.

  • Oye... - le tomé la mano y se la besé-, a ver si ahora voy a tener que consolarte yo a ti... pero sí, Carmen, ya está. Ya estoy bien - la herida de la puñalada me dolió y dejé escapar un gemido-, al menos eso creo.

  • Será mejor que vaya a llamar al médico - se separó de mí, y el vacío que dejó se me hizo intenso y frío, se dio cuenta y me sonrió, aún entre lágrimas-, oye, valentona, ¿te va a dar miedo que te deje sola en la habitación?

Giré los ojos con pesadez, aunque en el fondo... sí. O no, no era miedo, simplemente, como a cualquier ser humano, no me gustaban los hospitales, y quería su presencia a mi lado siempre, con las siete letras de la palabra, s-i-e-m-p-r-e. Aturdida como estaba, fui incapaz de contestar nada, solo le miré suplicante y ella me entendió.

  • Vale Sofía, tranquila que no tardo - ando unos pasos y al llegar a la puerta, se giró y me miró bromista, dedo índice en alto-, y tú quietecita ahí ¿eh? Que te conozco bacalao...

  • De acuerdo, yo de aquí no me muevo, total, tengo que esperarte. Sin ti no me voy... a ningún lado - ahí conseguí que se pusiera roja y sonriera, con lo adorable que estaba-.

  • Bueno - se había atorado un poco, se le notaba -, ahora vengo.

Cerró la puerta, y a mí me invadió una calma parecida a cuando unos minutos antes soñaba a mi hermano... ¿lo soñé o realmente le ví?... eso era algo de lo que ya me ocuparía, ahora estaba cansada, cansada y feliz, aún sabiendo que no todo estaba resuelto, estaba viva, viva y con Carmen, y Carmen me había estado velando en el hospital, con un sentimiento extraño y conmovedor en su mirada y su tacto que me habían removido de nuevo por dentro, llenándome de esperanza.

Cerré los ojos y me dejé sumir en un sopor dulce, tanto, que no me di cuenta de que alguien, que no era Carmen, entraba a la habitación y atrancaba la puerta. Hasta que una risa suave y cristalina, pero no transparente y aterciopelada, me hizo abrir los ojos sobresaltada.

Agriel, allí estaba, en pie junto a mi cama. ¿Qué más puedo decir? El susto que me llevé fue memorable, y la rabia y el odio no tardaron en sustituirle, al recordar que eran ella y la maldita daga que le regalé tiempo atrás, quienes me habían llevado a esta postración en una cama.

Esos mismos pensamientos fueron los que me hicieron aterrorizarme, al darme cuenta de mi situación, de mi gran desventaja en ese momento frente a ella, y de las intenciones que ella podría tener. Pero no, no perdería la compostura, ni le haría ver que estaba literal y totalmente acojonada, aunque ella pudiera oler el miedo.

  • Tú, aquí - fue todo lo que se me ocurrió decir. Muy bien Sofía, en tu línea, ¿para qué malgastar palabras?-

  • Muy observadora - muy bien Agriel, en tu línea, tan cínica como siempre-.

  • ¿Y qué quieres ahora? ¿No has tenido suficiente con lo que me hiciste? Esa puñalada me va a dejar una cicatriz muy fea...

  • A mí me encantan las cicatrices... más si son tuyas - una mirada de intensa lascivia cruzó su rostro, sin ningún disimulo-, más si las he provocado yo.

  • Me das asco - le espeté con la mayor sinceridad, que me salió del alma. Pero a ella pareció no importarle, no borró para nada su gesto-.

  • Pues tú a mí me encantas Sofía - ahora se atrevió a pasar su maldita mirada por mi pobre cuerpo, indefenso bajo las sábanas y el camisón-, guau Caulous, jamás pensé que estarías tan provocativa en este estado.

  • No te permito que... ni se te pase ese pensamiento por la cabeza, menos conmigo, cerda.

  • Llegas tarde Sofía. Vengo a acabar un trabajo, y pienso hacerlo, te guste o no.

  • ¿Vas a matarme? - ya, si total se veía venir, que más daba, que me lo dijera y así al menos no me cogería sin hacer testamento, aunque fuera testamento mental-.

  • ¿Matarte? Sí, con esa intención venía, pero antes... - volvió a mirarme y se mordió el labio-, Dios, es que matarte sin disfrutarte, aunque sea una vez más... es pecado.

  • Agriel... no - el miedo y el asco me atenazaban la garganta, no sería capaz de...-, ni se te ocurra, ya te lo he advertido. Mátame si quieres, pero no... no seas depravada.

  • No es ser depravada, es cumplir mis deseos, nada más. Y sabes Sofía, sabes bien que te deseo... siempre lo hice y ahora lo sigo haciendo... - empezó a desabrocharse la camisa, y su piel morena asomó bajo ella. Dios, si era apetecible, pero era tan... surrealista, asqueroso y tan en contra de mi voluntad lo que pretendía hacer, no podía creer que esa loca quisiera aprovecharse de mí de verdad-, no te pongas estrecha ahora Sofía, si sé que lo deseas también... - con la camisa desabrochada comenzó a quitarme la sábana-, yo puedo darte lo que esa pardilla de Carmen no se atreve a darte...

  • Hija de puta, para ya, no sigas, y no nombres a Carmen, no mancilles con esto el nombre de la mujer a la que amo. No te atrevas a tocarme, ¡Para ya he dicho! - le grité, pero no me hacía caso, y con la daga me estaba rasgando la bata verde del hospital, el dolor y la rabia me impedían moverme, pero debía sobreponerme a ellos, si quería seguir digna-, ¡Para maldita!, mira que ahora mismo están al venir Carmen y el médico, ella ha ido a avisarle...

  • No seas tonta, ¿crees que no me he encargado ya de eso?

El miedo por Carmen cruzó ahora mi pecho, acallando el dolor de la puñalada, me levanté de golpe y de un manotazo aparté las sucias manos que ya iban a empezar a acariciarme los pechos.

  • ¿Qué has hecho con ella? ¿Qué le has hecho a Carmen?

Sentada sobre la cama, bufando de rabia, veía a Agriel sonreír sarcástica y tranquila, se acercó a mí, me sujetó los brazos y se acercó para besarme, mientras que por el camino me hablaba.

  • No pienses ahora en Carmen... déjala en paz, está donde debe estar ahora, sin estorbarnos a ti y a mí.

No le permití que se acercara ni un centímetro más, y de pura rabia conseguí arrancarme el gotero de la muñeca, ignorando la herida y el dolor que eso me producía, y le di con todos mis nudillos en su nariz, mandándola hacia atrás, con algo de sangre goteando ya de sus fosas.

  • ¿Dónde está Carmen? Zorra... como le hayas tocado un solo pelo... - me levanté, Dios sabe con qué fuerzas, y me dirigí a ella llena de tensión y amenazadora-, más te vale que me digas donde está y que le has hecho, y que luego te largues de aquí, o acabarán por cogerte...

  • A mí no me amenaces, Caulous, ni me digas lo que debo hacer. Tu Carmen de las narices está tranquilita y viva, pero en un sitio donde no molesta. Ven aquí, Sofía... - su voz se puso aún más grave y volvió a tomarme de las muñecas, quise hacerme hacia atrás, pero la tensión y el esfuerzo anteriores habían sido demasiado, estaba hecha polvo, y no daba más de mí. Y ante mi repugnancia comenzó a besarme, me sentía tan débil e inútil, que solo me retorcí un poco, pero no me quedaban fuerzas para defenderme. Debía haber estado muy al borde de morir, porque ahora no tenía fuerza para nada-, no te retuerzas ni te resistas... en el fondo siempre has sido mía... esto no es más que poner las cosas en su lugar.

  • No... Agriel, nunca he sido tuya, ni siquiera cuando me tenías engañada y enchochada detrás de ti... nunca he sido tuya, suéltame, no quiero nada contigo, suéltame o te...

  • O me que, Sofía - de un empujón me lanzó contra la cama, sentí como la herida de su puñalada volvía a abrirse, se arrodilló sobre mí en la cama-, ni se te ocurra moverte ni resistirte, o te la clavo y esta vez si que no fallo.

Me acarició por encima de las vendas, sus labios volvieron a acercarse a los míos, y cuando ya volvía a sentir su aliento sobre mi boca, unos fuertes golpes sonaron en la puerta de la habitación, y entre ellos la voz desesperada de Carmen gritando mi nombre, Agriel se sobresaltó, y se retiró de encima de mí, sacando una pistola de la parte de atrás de sus pantalones, apuntando hacia la puerta.

  • ¡Cuidado Carmen! - grité-, ¡Va armada!

  • ¡Tú te callas, perra traidora! - berreó Agriel apuntándome, pero sin disparar-.

  • ¡Agriel, Agriel Giankanopaulos! - una cuarta voz se agregó ahora a la batalla de las nuestras. Al principio no la reconocí, luego sí, era Jesús Heras-, soy el comisario Heras, escúcheme bien; no tiene salida, está usted atrapada, así que lo mejor será que colabore, deje a Sofía libre, y luego salga usted, despacio, sin armas y con las manos en alto.

  • ¡No! - y para reafirmar su respuesta lanzó un disparo al aire que provocó algo de alboroto fuera-, ¡No pienso soltar a Sofía, y mucho menos dejarme coger!

  • ¡Sofía! - volví a escuchar a Carmen aporrear la puerta, no decía nada más-, ¡Sofía!

  • ¡Carmen! - no nos dábamos cuenta de que los gritos estaban alterando aún más a Agriel, pero Heras sí, y escuché como apartaba a Carmen de la puerta y le advertía que se tranquilizase-.

Pero Agriel ya había sobrepasado su autocontrol. Seguía apuntando hacia la puerta, resoplando como una fiera acorralada, sabía que así era como en verdad estaba, sin alternativa ni salida, sudaba, al igual que yo, y con los labios entreabiertos, debería tener reseco el paladar, como yo también lo tenía.

Yo, mientras, intentaba mantener la compostura, sentía como la herida, tras los empujones de Agriel, estaba volviendo a sangrar, y un leve mareo estaba invadiéndome, pero quise unirme a las serenas y sabias recomendaciones del comisario, me acerqué por detrás a ella, hablándole con la poca voz que me quedaba de tranquilidad y negocio, de salir las dos vivas y dignas.

En ese momento le toqué el hombro, suavemente, pero sus nervios aprovecharon el roce para estallar, y se dio la vuelta bruscamente, la rabia y la impotencia impresas en sus ojos, fue lo único que necesité ver, la única y fugaz señal de aviso, me agaché como buenamente pude, lo justo para esquivar un balazo que iba sin duda dirigido a mí, y que recibió la bolsa de suero que colgaba al lado de mi cama.

Ante ese nuevo disparo, los hechos se precipitaron, Jesús Heras derribó la puerta de una patada y entró como un vendaval en el cuarto. Desde mi posición, en el suelo, medio ida del dolor y del mareo, pude distinguir un pequeño tiroteo, un breve fuego cruzado, y a Agriel escurriéndose entre Jesús y un par de agentes más, huyendo fuera al pasillo.

Corrió cuanto pudo, que fue hasta el final del corredor, donde un enfermero cruzándolo con una camilla vacía le cerró el paso. Quiso saltarla, pero las centésimas de segundo que necesitó para reaccionar, fueron las que los policías necesitaron para caer justo encima de ella, quitarle de un manotazo el arma, esposarle, y registrarle para encontrarle algo más. La daga, tal vez una navaja, seguro que algo más llevaba.

Mientras yo volvía a yacer en el suelo, la herida ya prácticamente abierta, Carmen había entrado en la habitación, olvidándose del peligro al que se exponía por estar allí dentro, y de nuevo estaba arrodillada a mi vera, de nuevo allí preocupada por mí, velando por mí y acariciándome... ¿cuántas veces más? ¿cuánto más tendría que hacer padecer a esta criatura que había tenido a bien cruzarse en mi vida para enamorarme?


* "Gira el mundo, gira/ en el espacio infinito/ con amores que comienzan/ con amores que se han ido/ con las penas y alegrías de la gente como yo" (El Efecto Mariposa)

La vida pasó extraña y lenta después de todo eso. La cicatriz que llevo en el estómago así lo demuestra, tardó semanas en cerrarse, muchas de las cuales tuve que estar tumbada en aquella cama del Clínico, despertando poco a poco de un largo letargo, provocado por la debilidad, la tensión que acumulé en aquellos momentos, y que comenzó en el mismo momento en que una sollozante Carmen me acariciaba de nuevo el rostro, como hiciera poco antes en mi casa, tras la pelea con Agriel.

Agriel... a esa pesadilla, borrón de mi pasado, la entregaron a la INTERPOL, que andaba tiempo detrás de ella, y de ahí pasó a ingresar a una prisión de alta seguridad griega. Ahí está bien, el tiempo es sabio y pone a todos en su lugar, y desde siempre, ese fue el de Agriel Giankanopaulos, acusada de malversación de fondos, homicidio, tráfico de armas, drogas y personas, intento de asesinato (conmigo) y corrupción del cuerpo policial. Encontrada culpable de todos los cargos, ingresada en prisión bajo pena de cadena perpetua, ya no solo por los crímenes cometidos, sino por los que sabían que podía seguir cometiendo. Hay gente que merece segundas oportunidades, y Agriel no era de esas. A Agriel el mal le corría por la venas en forma de la sangre que todos tenemos, si hubiera salido de la cárcel, hubiera seguido delinquiendo. Así que, aunque suene extremista, ruego al cielo todos los días porque no vuelva a pisar la calle libremente.

Antonio vino a verme un día, esposado y acompañado por dos policías, uno de cada brazo, a él también se le sabía peligroso. Me pidió perdón, al menos eso creo recordar, pues vino cuando yo aún me encontraba muy débil. También creo recordar que sus disculpas sonaban realmente sinceras, "me embaucó", me dijo, falsas promesas, mucho dinero y halagos de pega, todo muy típico de Agriel. Y Antonio siempre había estado al borde de la recaída, siempre, eso solo fue la gota que le colmó.

Carmen, estuvo todos y cada uno de los días en el hospital conmigo, ya que a mi familia le era imposible viajar desde Atenas para verme. Pobre madre mía, me llamaba llorosa y preocupada por teléfono día sí y día también... con lo que se gastó en conferencias, podría haber venido a verme acompañada de alguien más.

Pero a pesar de brindarme su compañía, la vida seguía decidiendo no brindarme su amor. Seguía saliendo con Jaume, todos los días me contaba algo sobre ellos, pero eran nimieces, tonterías insulsas y aburridas... si de verdad toda su relación era así, entendía porqué le faltaba el típico brillo en los ojos y la sonrisa de idiota, típicos de cualquier enamorado que habla de su amor.

Constantemente me venía a la cabeza la conversación mantenida con ella en el baño, cuando me preguntó tajante si yo amaba a Agriel, y como única respuesta yo le pregunté si acaso ella amaba a Jaume; in albis, así se quedó su rostro, pálida como si la hubiera cogido robándole el caramelo a un niño. Me preguntaba si ese caramelo sería el corazón del pobre Jaume, aunque Carmen no parecía en absoluto disfrutar del objeto robado. No contestó, no fue capaz. En esa relación había gato encerrado, y las veces que Carmen me tomaba de la mano, o me hablaba al oído, con esa mirada tan... suya, mi cuerpo entero se cuestionaba si ese gato encerrado no sería en realidad un sentimiento escondido hacia mí.

Pero ella seguía hablando y hablando de su noviazgo, (como cínicamente le llamaba) con el chico de La Costera.

Y la vide sigue, o eso dicen. El caso es que tienen razón, sigue y sigue, es un enorme puzzle que se va componiendo continuamente, aunque falte alguna pieza, tiene esa capacidad, o las regenera y las sustituya, o sigue su curso sin ellas, el caso es que no se detiene porque alguna ficha no cuadre o esté defectuosa. Así que yo no podía quedarme al margen otra vez, viendo como el mundo seguía girando y transformándose, y sin poder o querer formar parte de él. Ya no más.

Al menos eso fue lo que decidí, cobardemente, o erróneamente.

Los gestos y las miradas de Carmen me llevaban a intentar de nuevo algo más, pero ahora su alma era un misterio para mí, se estaba volviendo casi más cerrada que yo, en cuanto a sus sentimientos. Me rendí a la falsa evidencia de que, aunque todo indicara lo contrario, mi vecina realmente era feliz con su chico, y decidí retirarme del juego, no volver a sufrir ni ha hacer el ridículo.

Estando aún en el hospital, a punto de recibir el alta, vino a verme Pedro, nervioso, emocionado. La profesora Ponce había decidido ponernos la nota que nos merecíamos, y no solo eso, sino que le había pedido mi número de teléfono.

Parecía seguir interesada después de todo en tener algo conmigo, y él le dio el número de mi casa, mintiéndole le dijo que yo había estado en Grecia de visita, y que me llamara en unos días.

Así lo hizo, cuando llegué por fin a mi piso, sola, porque Carmen estaba con Jaime, Bea y Visent, saqué los pocos sobres que esta no había retirado de mi buzón, y los dejé junto al resto, en la mesa del comedor. Solté la mochila encima de la cama, y yo seguí su camino, retozando sobre mi colcha azul como un gato en su almohada, feliz de estar de nuevo en mi casa, tranquila, renovada, libre, y con una firme determinación. El parpadeo rojo del DOMO avisándome de que tenía mensajes nuevos captó mi atención, escuché por encima todos, excepto los dos que Ponce me dejó.

Su voz grave, pero más atractiva que la de Agriel, sonaba menos agresiva e intimidadora que la última vez que hablé con ella en su despacho. Me dejó su número de teléfono, y los deseos de que lo hubiera pasado bien y de que le llamara a la vuelta. Me gustaría volver a verte, ahora que todo se ha aclarado, y ya habéis acabado la carrera, ya entiendes, y tal.

Busqué su número en la pantalla del teléfono, en el registro de llamadas entrantes, y lo marqué, emocionada por un lado, y resignada por otro.

Pero no me quedaba otra, si aquí todo el mundo echaba para adelante y hacía su vida, yo no iba a ser menos.

Y la profesora Ponce contestó mi llamada.