A la luna de valencia vii

Agriel agrede a sofia y la deja herida de muerte, mientras carmen le ruega que no la deje

A LA LUNA DE VALENCIA

Escrito por: Atramentum et pergamen

  • "Y no me quieres ni ver/ y no lo puedo entender/ ahora sé que has llorado/ no ha sido por mi amor./ Anoche vi a Lucifer/ y el alba bailé con él/ ahora sé que a su lado/ va gente como yo." (OBK)

Bajo la lámpara azul que está sujeta en el cabezal de mi cama, una luz amarilla me rodeaba la cabeza, apoyada en el gran almohadón, plano, como a mí me gusta.

Me rodeaba la cabeza y me recogía los pocos pensamientos que merodeaban y bullían por ella, desde hacía ya varias horas; estaba saliendo con Jaume, Carmen estaba saliendo con Jaume.

A mí lado, en la mesilla, un plato con helado de fresa derretido y mi respiración sobre mi pecho, pausada y tambaleante, como si no fuera mía, llevaba ya mucho rato fuera de mí, mirándome desde algún plano superior de la habitación.

Esa respiración extraña, y un dedo ausente apretando los canales de televisión que en realidad no veía, eran las únicas muestras de que hubiera vida dentro de mí.

Me habían matado, lo repito como antes, aquella que me daba la vida, aquella que tenía que salvarme, me había decapitado, degollado, acuchillado por la espalda, sin llegar a ser traición, ahorcado y disparado, pam pam, a bocajarro. Y lo peor de todo, es que, como la primera vez, no podía culparle, no podía odiarle, no simplemente por llevar su vida adelante, al contrario de lo que estaba haciendo yo con la mía.

Sentía como moría poco a poco, mientras veía salir el sol por mi ventana, no, el sol no salía por mi ventana, como mucho se reflejaba vagamente en ella, nada salía por mí, de mí o para mí, era lo que estaba pensando, cuando el teléfono, como tantas otras veces, me sacó del extraño mundo en el que vagaba, para traerme de vuelta al real, que no por real era menos doloroso.

La voz emocionada de Antonio me hizo recordar que día era, y que teníamos que llevar a cabo ese día.

  • "Castillos de arena/ huellas de pasión/ en el fondo del espejo./ Golpes de viento/ astillas de dolor/cada historia tiene un precio" (Alejandro Parreño)

"¿Por qué absolutamente todo el mundo usa el coche para ir a absolutamente todos los sitios? ¿Es qué nadie recuerda que tenemos dos extremidades que van del final del cuerpo hasta el suelo, llamadas piernas, muy útiles para desplazarse por el mundo?"

Recuerdo que era justo en eso en lo que pensaba, dentro del Mégane de Jaume, por Guillem de Castro a rebosar de coches que parecían llevar, además, la misma dirección que nosotros; a recoger a Manolo a la Estación de Autobuses.

Habíamos ido a comer a un bar de tapas cualquiera, como una pareja cualquiera, y ahora íbamos dentro de un auto cualquiera, escuchando la Kiss FM, por una calle cualquiera de Valencia, lo único que alegraba la desidia de mi mirada eran los Jardines del Antiguo Hospital, al lado de la Biblioteca y las esculturas, piedra blanca en contraste con el asfalto de la ancha calle. Era extraño, delante de ellas, una parada de autobús de cristal y hierro, y en ella, gente esperando a que ese medio llegara, sin preguntarse que historias querrían contar las manos que esculpieron esas figuras, muchos siglos atrás, ni me sé cuantos. Bueno, esperaba que esa pregunta no cayera en el examen...

Miré de refilón a mi supuesto novio, si cualquier chica estaría en el cielo en mi mismo lugar, pero yo, ni por asomo.

Una suave melodía de Toquinho salía por la radio, tal vez Acuarela, no sé, no conseguía distinguir cual.

Me miró Jaume, y me pareció algo irreal, ver la pasión y el sentimiento que sus ojos irradiaban, no sentía capacidad para corresponderle, no podía creer que todo eso fuera por mí y hacia mí. Me sentía una mala actriz dentro de una extraña función, en la que en realidad, ni siquiera actuaba. No era más que una mera espectadora de una relación en la que Jaume era el protagonista, el único intérprete sobre el extraño escenario en el que se estaba convirtiendo mi vida.

Le sonreí levemente, y giré a mirar el intenso azul del cielo, recordándome a como se puso la mirada de Sofía cuando le conté que estaba saliendo con Jaume, sin entender todavía que había querido decir, ni porque me había acabado a todo prisa el famoso kebab de su madre, y me fui de allí con el tiempo justo de agradecerle la cena, y salir por la puerta, con los ojos empapados de lágrimas, desbordantes de una sensación de traición hacia ella, y hacia el sentimiento que vi en sus ojos, que no lograba entender ni abarcar.

Se quedó sentada, mirándome con extrañeza, y yo cerré la puerta de mi piso tras de mí, arrastrando mi espalda por ella, acurrucada en mí misma, hecha un ovillo humano, me arranqué a llorar, por enésima vez en pocos días.

Ya no sé si Sofía salió tras de mí, si lo que sentí sobre mi brazo fue el roce de su mano persiguiéndome en el rellano, o simplemente la eterna corriente de aire frío que corría por la escalera de nuestra finca.

Me estremecí al recordarlo, y al sentir el aire acondicionado que me daba directo a la cara, desde el salpicadero, yo entendía que Lorenzo estaba apretando esta tarde, pero por favor, no era como para llevar la refrigeración tan fuerte. Cerré de un manotazo el pequeño ventilador, y noté como Jaume me miró extrañado, pero me negué a volver a enfrentar sus ojos castaños.

Después de un eterno paseo por las congestionadas calles, llegamos a la fría, gris, y eternamente inacabada Estación de Autobuses. Me pregunto si algún día se decidirán pintarla, o darle algo de color, algo de vida a este inerte edificio, que parece estar todo hecho del asfalto por el que circulan los autobuses.

Buscamos la calle por la que el autobús de Manolo debía entrar.

Aún no entendía como había cedido en que Jaume me acompañara a buscar a mi hermano, cuando éste bajara del autobús y me viera junto a mi nuevo novio, se quedaría de piedra, ya veríamos como le explicaba este cambio tan repentino.

Pero es que el chico mira que se había empeñado en acompañarme, que quería conocer a mi hermano... que terror me daba aquello, eso empezaba a sonar que quería conocer a mi familia, sobre todo cuando me preguntó todo ilusionado cuando volvían a ser las fiestas en Bolbaite, eso implicaba ya no sólo familia, sino amigos, cuadrilla, conocidos, pueblo, tradiciones... compromiso.

Pero bueno, ¿qué quería? Si no le paraba los pies, si le decía que sí a todo, si no me aclaraba, si hasta le entregaba mi cuerpo y me acostaba con él... Dios mío ¿en qué incongruencia de persona me estaba convirtiendo?

Encontramos el lugar, la número nueve, el coche aún no llegaba, nosotros habíamos sido demasiado puntuales, demasiado tiempo más a solas y aburrida con Jaume.

Me abrazó por detrás, y me besó en la oreja, interiormente agradecí que no hubiera nadie por alrededor, que la estación estuviese prácticamente vacía, no me hacía gracia alguna pensar que alguien podía vernos, verle, verme con él, porque en esto nunca usé el "nos", porque nunca lo hubo, porque no le quería, y era incapaz de reaccionar.

  • ¿Quieres un café, o algo? Yo voy a por un té, me apetece.

Miré hacia la cafetería, las luces apagadas, las sillas apiladas sobre las mesas, las puertas de cristal cerradas, en una de ellas podía verse el cartel negro con letras plateadas (ni siquiera ahí había una nota de color), indicaban lo que ya se notaba sin necesidad de leerlo; estaba cerrada.

  • Jaume, la "cafeta" está "chapá" - me descubrí malamente hablando, como si hubiera adoptado el "dialecto" de Bea-.

  • Vale, no pasa nada - miró a las escaleras a nuestra izquierda-, creo que arriba había una máquina de café, ¿tú quieres algo?

  • Sí - rebusqué en el pequeño monedero con una luna que una amiga del pueblo me regaló, y saqué una moneda de cincuenta céntimos, se la tendí-, sácame un capuchino, por favor.

Sonrió con algo de suficiencia, y me cerró suavemente el puño con la moneda dentro, bajando mi mano hasta la altura de mi muslo.

  • Yo te invito mujer. Ahora bajo.

Y se puso a subir los escalones de granito de dos en dos.

Que me invitaba, decía. Pues anda que ya podría, con 35 míseros céntimos que valía un capuchino de máquina... bueno, tranquilidad, abre el diafragma, relájate y respira Carmen, deja la sangre fluir y no espesarse. Que el chico anoche te pagó el cine, y hoy te ha invitado a comer, y ahora el capuchino, y después quiere llevaros a tu hermano y a ti a cenar... mi mente se bloqueó ante tantas invitaciones, si algún día acabábamos, si algún día tenía que devolverle todo lo que me estaba pagando, si algún día me reclamaba tantos favores, no tendría dinero suficiente en la cuenta para pagar todo eso, y todo el engaño al que le estaba sometiendo.

Bajó enseguida, haciendo equilibrios para no derramar el té, que rebosaba en su vaso de plástico, y me lo entregó con una sonrisa viva, desquiciada de viva que estaba, que yo correspondía con una mueca a medio camino entre alegría y agradecimiento, pero que se quedaba en la senda de la desidia.

Apenas lo removí, y me lo bebí sin casi saborearlo, jugando con la cucharilla de plástico con el azúcar marrón del fondo, sin darme cuenta de que Jaume me miraba todo tierno. Cuando me percaté, no pude por menos que preguntarme a mí misma de donde sacaba tanta ternura y tanta devoción, si yo en nada le correspondía, y más seca no podía estar siendo.

  • Perla, te has dejado toda la azúcar en el vaso - bajó la cabeza hasta mi altura, y me miró como si fuera su niña pequeña-, ¿te pasa algo Carmen? Es que estás ausente, o... no sé, ¿tal vez enfadada, he hecho o dicho algo que te haya molestado?

  • No, yo... es sólo que estoy cansada, anoche... estuve estudiando hasta tarde, y ya sabes, no me sienta bien - suspiré al recordar el verdadero motivo de no dormir la noche anterior-, no me sienta nada bien trasnochar... - la llegada del autobús de mi hermano me salvó de no saber qué seguir diciendo-, ¡Mira, ahí llega el coche!

Me zafé disimuladamente de su brazo y me fui a recoger a mi hermano, bajó de los últimos, seguramente se habría quedado dormido, y habría tenido que despertarle su compañero de asiento, o el conductor o algo, como siempre. Vi asomar su cara somnolienta y algo menos redonda que la mía, a pesar de estar adormilado, sus ojos verdes, que ambos habíamos heredado de mi abuelo Paco, tenían un brillo distinto a cuando se marchó de Valencia.

Inmediatamente me siguió Jaume, insistente él en demostrar y hacer ver siempre que yo era suya (o al menos eso se pensaba el pobre), me tomó de la cintura, ante la extrañeza de mi hermano.

Manolo me dio un beso y un abrazo, y pude sentir el interrogante a través de su contacto. Cuando se separó, Jaume no me dio tiempo apenas de cumplir con las formalidades, y abalanzó su mano contra la de mi hermano.

  • Buenas Manolo, soy Jaume, tu cuñado - le espetó a Manolo todo sonriente y decidido-.

Mi hermano y yo nos miramos a la vez, vi que a Manolo se le había pasado todo el sueño de golpe, y tanto en su mirada como en la mía, pude notar la sorpresa, el cuestionamiento, el interrogante, lo mismo que sentí en Sofía. Normal, si no entendía yo que hacía con Jaume, como lo iban a entender los demás.

Creí, y creí bien, que esa noche no habría cena con mi novio y mi hermano, que esa noche iba a haber terapia familiar en casa.

Oí como Manolo salía de la ducha primero, y de su cuarto después, su pelo rizado cayéndole mojado por toda la cara, y el pijama de rayas y patos que le regalé como cinco años antes, para su cumpleaños.

  • Tete, por mucho que lo intentes, no te parecerás a Bisbal. Córtate ese pelo, no cometas el error de dejarte tirabuzones infinitos como él.

  • Calla, Bisbal nunca podrá parecerse a tu hermano - se sentó junto a mí con un vaso de leche caliente en la mano-.

  • No, ni tendrá el gusto de conservar durante cinco años un pijama como ese, ni el valor de llevarlo a los veintisiete.

  • Es que el rizitos no tiene, seguro, una hermana con tan buen gusto para los regalos como yo la tengo.

  • Vale - le estampé un beso de lo más sentido y sonoro en la mejilla-, gracias. ¿Harán algo bueno por la tele esta noche?

  • Supongo que lo de siempre, alguna peli yanqui maleja, Noche de Fiesta, otra peli maleja... nada hermana mía - me miró solemne, dejando el mando de la tele sobre la mesa de madera-, que no te libras de contarme qué es eso de que ahora tienes novio, y además afirma ser mi futuro cuñado.

  • Ay, pues... eso, que ahora tengo novio, Jaume, ya lo has conocido.

  • No, si eso ya, ya se ha encargado el chico de presentarse, y bien presentado.

  • Pues ya está, ¿qué más quieres saber?

  • Carmen, por favor, ¿tú no estabas que no respirabas por tu vecina la griega?

  • Bueno - desvié la mirada hacia mi mano, que jugaba con el pico de uno de los patos de su pijama-, tal vez las cosas han cambiado...

  • Teta... - envolvió mi mano con la suya, todavía algo huesuda, todavía quedaban restos de su enfermedad y de la quimioterapia-, yo no he visto el brillo en tus ojos, el mismo brillo que veía cuando hablabas de Sofía, o estabas con ella, cuéntame la verdad hermana, confía en mí, que siempre lo has hecho.

  • Siempre - repetí con un suspiro-, oye "Nolo" - le llamé como cuando era pequeña y no me salía su nombre entero-, ¿te acuerdas de cuando, en Bolbaite, nos escapábamos y escalábamos la cañería de casa de Francisco el boticario, hasta el tejado, y allí nos contábamos todo?

  • Claro, era la casa más alta del pueblo, el boticario siempre fue el más fanfarrón de todo Bolbaite y de toda La Canal...

  • Sí, tete, se veían muy bonitas las noches desde ese tejado, siempre tan estrelladas...

  • Y con la Sierra recortada al fondo.

  • Así es. - Hice un silencio, para ver si captaba lo que estaba pidiendo, pero me di cuenta de que no-, "Nolo", desde esta terraza hay unas vistas muy bonitas. A lo mejor las noches no son tan estrelladas... pero podemos ver el Barrio del Carmen, o Ciutat Vella... ¿subimos como hacíamos antes, y allí te cuento?

Mi hermano me sonrió, mostrándome sus dientes blanqueados para disimular el rastro que en su tiempo dejó el tabaco.

  • Claro que subimos Carmen - me levantó el índice-, pero nada de escalar cañerías ¿eh? La última vez te recuerdo que me partí el brazo.

  • Y no quisiste subir más - me puse de pie, y cogí la chaqueta que reposaba en el perchero-, cobardica, ¿a que ahora no te atreves a subir por la cañería de la finca hasta la terraza?

  • ¿Estás loca, enana? Y que vuelvas a ganarme como hacías antes... espera, que voy a ponerme el batín y subo contigo.

Salí y le esperé mientras llamaba al ascensor, entre nerviosa y triste, por todo lo que estaba pasando y por todo lo que le tenía que contar a Manolo, pero feliz a la vez de ir recuperando a mi hermano, y de volver a tener una terraza como confesionario.


Daban las nueve de la mañana en el reloj electrónico de la farmacia, frente a mi portal, cuando vi aparcar el Mercedes de Antonio en la acera de enfrente, seguía, sigo y seguiré sin entender, de donde sacaba dinero ese hombre para comprarse y mantener tal coche, aunque bien podía imaginarlo.

Salió vestido de riguroso negro, como lucía cuando aún estaba activo en sus buenos tiempos, me saludó con la mano antes de cruzar la calle, y cuando la fila de coches que estaban esperando a que el semáforo se pusiera en verde pasó por delante de él, se dirigió hacia donde yo estaba.

  • Buenos días nos de Dios, buen hombre - me atreví a saludar como había leído en un libro la noche anterior-.

  • Buen día, Sofía. Que castiza te veo ya, que boca dijera que tú no eres española de Castilla o Aragón, herrara pues si lo negara.

Parpadeé un par de veces.

  • Tampoco te pases Antonio, que porque sepa decir una frase no quiere decir que pueda hablar como en El Quijote.

  • Ya sabía yo, que por algún lado te tenía que coger - me dijo apoyando su mano en mi hombro- no era normal que de repente hablaras así. Bueno que, ya nos vamos ¿no? Falta media hora para que comience la acción.

Le miré, los ojos le brillaban, tenía una expresión nueva en la cara, parecía haber rejuvenecido diez años. La ilusión de cumplir con un trabajo que gusta, de hacer algo que se lleva en las venas, se le notaba en la mirada, y tenía las ansias corriéndole a borbotones por la sangre, soltaba adrenalina por cada poro de su cuerpo. Desde luego, Antonio estaba listo, no iba a fallarme.

De camino al hotel donde Agriel se alojaba, me dio por mirar las rayas de sol traspasando las hojas de los árboles que decoraban las calles.

Y me perdí en un dulce recuerdo; cuando aún vivía en mi finca griega con mi familia feliz y completa, me escapaba con mi hermano y mi prima a robar frutas a las fincas de alrededor, con las primeras luces del día que entraban por entre las ramas como en ese momento, tan pardillos éramos, que robábamos en los campos a la hora que sus amos salían a faenarlos.

El aire del mar cercano, salado, removía las ramas de los viejos pinos, y secaba el rocío caído de madrugada sobre los olivos, las hortalizas, las flores y los frutales.

Y nos sentábamos en una gran piedra, de espaldas al camino mal asfaltado y desayunábamos las frutas robadas, eso sí, nos dimos cuenta más tarde, con la complicidad y el consentimiento disimulados de sus dueños. Les debíamos hacer gracia, y éramos felices.

La mano de Antonio sobre mi hombro me sacó de la ensoñación. Entendí el mensaje de su mirada.

  • Sí Antonio, estoy bien - me fijé en él, siempre galante y orgulloso al volante de su deportivo-, sólo recordaba.

  • ¿Cosas buenas?

  • Sí, muy buenas, mucho.

  • Está bien tener buenos recuerdos - acabó de aparcar y salimos del coche-, aunque sólo sea para que la cordura se aferre a ellos.

Sentí como se me alzaba una ceja.

  • ¿Me llamas loca?

  • No Sofía, sólo falta de cordura.

  • Loca entonces.

  • Puede ser.

  • A veces pienso que de verdad me estoy volviendo loca.

  • Amiga greca mía, ¿y quién no? Pero ahora... ahora necesitas mantener la compostura, jefa, que tienes que manejarme bien, ¿vale?

  • ¿Manejarte bien Antonio? Pero por favor, si tú sólo montaste el plan con cada detalle, si tuyas han sido todas las ideas, tú podrías hacer todo esto sin mi ayuda, eres un genio. Pero - alcé mi mano izquierda-, no pienso renunciar a volver a sentirme como jefa de alguien, menos de un empleado como tú.

  • Así me gusta Sofía. Vamos dentro entonces.

Entramos al edificio, en la sala de recepción, el mismo encargado tras la barra de reservas, impolutamente vestido, alguien debería haberle dicho que un mal peinado puede estropear un traje entero, por muy perfecto que sea y que quede.

Tal y como imaginaba, no me reconoció, no sólo tenía mal gusto entonces, andaba también mal de memoria. Aunque la coleta completamente estirada y el corte del flequillo, las gafas graduadas falsas y la ropa algo más holgada bien podían esconder mi apretada, alterada y mojada imagen de aquella mañana.

Y las cosas comenzaron a salir rodadas tal y como nunca habríamos ni soñado. Las identificaciones como inspectores de la Asociación de Consumidores colaron, y pronto pudimos pasar al almacén de carga y descarga de ropa, donde Sento, el botones que conocí en mi primera visita a aquel lugar, nos esperaba, ya puesto al día como un sub-contratado de todo aquel asunto. Le dio a Antonio las llaves de la habitación de Agriel, y lo dejamos subiendo por la escalera de servicio, sigilosamente, como lobo por el monte de noche, casi parecía deslizarse por los escalones, en vez de subirlos. La cámara que llevaba en la chaqueta del traje transmitía con total nitidez las imágenes ante las cuales Antonio se movía, en la pantalla del portátil que yo llevaba conmigo. Aquella tienda de material de espías que tanta risa me había causado en su día, resultó ser muy útil.

Vi como Antonio sacaba una copia de la llave del cuarto de Agriel, y la metía suavemente, cerrando a sus espaldas con un leve "clic", y andaba un poco por ella, para ubicarse y recordar donde se encontraba cada objeto a buscar.

Desde el centro del cuarto, se dirigió primero hacia la caja fuerte, y luego al resto de cajones y armarios, fotografió, registró, abrió los cajones indicados y buscó en ellos lo indicado, dejándolo todo tal y como lo había encontrado. Tal y como su estilo, costumbre y código de ladrón de guante blanco le obligaban a hacer. Le ví salir de la habitación, y tan sólo tres minutos después estaba entrando en el cuarto de servicio donde Sento, muy nervioso, y yo, muy expectante, le esperábamos.

La sonrisa y la chispa de los ojos le brillaban aún más de lo que lo hacían antes de empezar, y me entregó orgulloso un sobre acolchado marrón, en cuyo interior estaban los carretes de fotos, los documentos, cartas, mapas, facturas y papeles suficientes como pare inculpar a Agriel y a toda su banda en el crimen que estaban cometiendo y que iban a cometer.

Pagamos a Sento lo acordado, y no hicieron falta palabras entre Antonio y yo, sólo una mirada y un abrazo, se montó en su coche y yo cogí el autobús que me llevaría a la comisaría donde debía culminar mi plan. Que poco esperaba yo que ese abrazo, fuera a ser peor que el beso de Judas.


  • (Bueno, vale, lo confieso, esta escena no ha sido idea mía... pero igual va dedicado a quien tuvo la idea y a quien se empeñó en que la pusiera... (aay, dale un poco de emoción a la historia...) jejeje, va pá ti amor.

Creo que nunca supe que eran en realidad los celos, hasta aquella vez en que Antonio me contó la relación que Sofía había tenido con Agriel, pero tampoco había sabido, o sentido al menos, que era que alguien te celara, que se pusiera rabioso e incluso grosero por ti, hasta aquella en la tasca donde Jaume y yo comíamos tapas vascas y vinos riojanos.

Y fue entonces cuando mi vecina y amante por una noche, cruzó la puerta con un chico a quien no reconocí, y se sentaron en una mesa justo frente a nosotros, por la dirección de su mirada noté que no me había visto, incliné para adelante mi cuerpo y casi alcé la mano para saludarle, pero la mirada cuestionadora de Jaume me paró en seco, y le ofrecí la explicación que me estaban pidiendo.

  • Es Sofía, mi vecina de la finca, ¿te acuerdas?

Frunció el ceño para pensar y recordar, ¿cómo podía alguien olvidar la existencia de semejante mujer?

  • Sí, ya me acuerdo - me sonrió como si sintiera que de verdad a mí me gustaba su sonrisa- es la griega que estudiaba en nuestro campus, ¿verdad amor?

  • Así es Jaume - porque mira que tener que llamarle amor...-, estudiaba Antropología Social. Voy a saludarle, ¿me esperas un minuto? - le pegunté mientras me levantaba, cual fue mi sorpresa y mi desesperación, cuando ví que, como novio ejemplar, lo hacía a la vez que yo.

  • Voy contigo, y me la presentas ¿vale?

Mientras pensaba en lo desbordantemente cansino y gomoso que era el chico con el que salía y del que no lograba despegarme, asentí con la cabeza intentando mirar hacia otro lado que no fueran los ojos de Jaume, y caminé hacia donde Sofía se comía una tapa de bacalao con pimiento junto a su anónimo acompañante, el aceite que los pimientos asados soltaban le hacía brillar aún más esos labios carnosos que un día me llevaron durante tres horas hasta el Paraíso, y me di de golpe con su helada mirada, que por un momento pareció derretirse de algo que semejaba ternura, pero que en cuanto se percató la presencia de mi novio al lado se volvió fría y dura, como si ningún tipo de vida hubiera existido nunca en el hielo, ni siquiera en el de sus ojos, y la voz se me cortó entre la garganta y la lengua.

  • Hola Sofía... que... casualidad vernos por aquí... - tremenda estupidez, como si nunca nadie de nuestra edad pisara ese local-.

  • Así es Carmen, parece que tú y yo estamos destinadas a encontrarnos o en escaleras o en lugares que impliquen comida.

Miró entonces hacia Jaume, y me sentí en la obligación de presentarles, al fin y al cabo, ambos habían compartido lecho conmigo.

  • Sofía, este es Jaume. Te hablé de él la otra noche.

Mi vecina se levantó poco a poco, cuan alta era, marcando cada movimiento, rebasando los límites establecidos en las medidas femeninas, y quedó frente a frente, imponente, con Jaume, levantando el mentón fría y dura, exponiendo su perfecta anatomía ante mi novio, que pareció empequeñecer por la visión. Sofía le tendió la mano.

  • Es un placer Jaume, conocer por fin - bajó al suelo la mirada e hizo un silencio-, al novio de mi vecina - me lanzó un vistazo en el que su heladez parecía derretirse, y luego volvió a levantar el rostro hacia mi pareja- cuídamela ¿vale? - le pidió con una voz que por un segundo pareció romperse- no sabes tú la joya que te llevas, y eso, por desgracia, sólo lo valoramos cuando lo perdemos.

Jaume le miró entre enternecido por la actitud de Sofía y orgulloso de la revelación que esta le acababa de hacer.

  • Sí que sé lo que me llevo, y lo cuido, y lo aprecio.

  • Me alegro entonces. Que os vaya bien.

Nos dirigió una rápida sonrisa a los dos y se sentó de nuevo, dejándome extrañada y ofendida; ni un beso, ni dos más formales, ni nada más de conversación, ni siquiera dignarse a presentarnos a su acompañante, que asistía desde su silla a la escena, al parecer bastante divertido, al menos eso pensé que quería decir su risa contenida en una sonrisa mal disimulada. Iba a decirle a Jaume que volviéramos a nuestra mesa cuando mi chico, tan sociable e ingenuo él, tuvo una brillante idea.

  • ¿Os importa que compartamos mesa con vosotros?

  • Pues claro que no Jaume - abrió por primera vez la boca el amigo de Sofía-, para algo hay dos sillas libres.

Se sentó al lado del chico y a mí me tocó a la izquierda de Sofía, que había aprobado nuestra presencia con un simple movimiento de cabeza, y que apenas nos miraba, concentrada como estaba en los montaditos de su plato.

Un incómodo silencio se tendió sobre nosotros durante unos pocos segundos, hasta que el castaño amigo de Sofía habló de nuevo:

  • Bueno, ya que aquí la seria de mi amiga no me hace los honores... soy Pedro, un compañero de clase de ella.

Nos tendió la mano a ambos y se la estreché con mucho menos entusiasmo que Jaume.

Sofía se comía en silencio y calma otra tapa.

  • ¿Tú también estudias Antropología como ella? - quiso saber mi acompañante-.

  • Así es, vamos a la misma clase. Esta tarde nos encerramos en su piso a corregir un trabajo y si nos lo aprueban, nos volcamos ya en la tesis.

  • ¿En serio? - siguió Jaume, entusiasta de cualquier tipo de conversación-, que ganas tenemos nosotros ya de que llegue el último curso y poder hacer lo mismo, ¿verdad que sí amor?

Me tomó de la mano pero no le miré, volví a ver como Sofía levantaba la cabeza como un resorte, ante la palabra "amor", y miraba con la mandíbula tensa la falsa unión de nuestras manos.

  • Amor... - volvió a llamarme, apretando mis dedos. Era inútil, nunca me sentiría identificada con esa palabra mientras sonara de su boca-.

  • ¿Qué? ¡Ah! Sí... ya, unas ganas horribles de acabar y hacer la tesis.

  • ¿Sabéis que vamos a hacerla juntos?

  • ¿El qué? - preguntaron Sofía y yo a la vez.

  • Mi vida... la tesis, vamos a hacerla juntos, ¿no te acuerdas?

  • ¿Vais a hacer la tesis juntos? - preguntó mi vecina incrédula-.

  • Así es.

  • ¿Una tesis en parejita? - ahí ya empezaba a haber algo de sorna y de burla-, eso sí que es nuevo, ¿no sois capaces de hacerla individualmente?

  • Vaya - le apoyó Pedro-, ¿estáis seguros de que eso puede hacerse? - se rió para sí-, luego que haréis, ¿partiros el diploma y la orla por la mitad?

Ambos dos, él y Sofía, arrancaron a carcajadas, mientras que Jaume, confuso, no entendía porque se tomaban a sorna su idea (que al fin y al cabo, y como todo, era suya, no nuestra), y yo sentía como la sangre comenzaba a hervirme y a colorearme la cara ante la actitud de Pedro que, sin conocernos ni tener confianza, se burlaba de esa manera. Estaba enfurecida, y al mismo tiempo, una gran tristeza y decepción me inundaban el alma, todavía enamorada de Sofía, al ver el cambio que esta sufría, había sufrido, ante la presencia de mi novio. Y la burla continuaba, además por su parte:

  • Si llegáis a tener una cátedra, ¿qué haréis, compartirla? ¿Os sentaréis juntos los dos en ella, como buena y melosa pareja?

  • Eehh... no, bueno - contestó todavía diplomático Jaume-, quería decir que nos ayudaremos el uno al otro.

  • Que buenos samaritanos - fue la última burla de Sofía, que entre broma y broma había reído tanto que las lágrimas le saltaban ya de los ojos y se le había enrojecido la cara-, me vais a perdonar, pero debo ir al baño a lavarme la cara.

Jaume me miró atónito y, a pesar de a penas tener sentimiento por él, una especie de instinto maternal me hizo salir detrás de Sofía, en dirección a los baños, para defender de alguna manera a ambos y hacer saber a mi vecina que acababa de ofendernos. Llegué cuando Sofía ya empezaba a secarse la cara.

  • Sofía, creo que no está nada bien lo que tu amigo y tú acabáis de hacer.

  • ¿A qué te refieres?

  • A como os habéis burlado de nosotros dos. No me esperaba algo así de ti.

  • Venga... Carmen - se apoyó levemente en el lavabo-, si han sido unas bromas, nada más...

  • Me da lo mismo, os habéis ensañado y el tono ha sido muy ofensivo.

  • ¿Os ha ofendido? - me preguntó sorprendida pero indiferente. Afirmé con la cabeza-, vaya, y habiéndoos ofendido, ¿tienes que venir tú a pedir explicaciones? ¿Dónde está tu novio el machito?

Con la boca abierta, incrédula ante lo que oía, tuve que centrarme antes de contestar.

  • ¿Pero qué barbaridades estás diciendo? - una pobre mujer intentó abrir la puerta del baño. Se la cerré en la cara de un manotazo-, ¿a qué viene esa gilipollez ahora?

  • Sabes bien a que viene Carmen, te has hecho novia de un pardillo, un inútil, un niño pijo, buenazo e inocentón. Esperaba algo mejor de ti.

  • No te consiento ni te tolero que hables así de Jaume. Es muy buena persona, muy trabajador y tú no eres quien para juzgarle.

  • Ya - se cruzó de brazos y de nuevo levantó el mentón-, y es incapaz de defender a su chica.

  • Óyeme bien, si he venido yo, es porque el pobre se ha quedado clavado en la silla, flipando ante vuestro alarde de cinismo.

  • Haz el favor de no exagerar, ya te he dicho que no ha sido para tanto.

  • ¿Y tu amiguito? ¿Quién se ha creído él que es para cachondearse así de la gente? ¿De dónde ha salido?

  • Ya te he dicho que es amigo mío y compañero de clase. Y déjalo en paz, no está pasando por un buen momento, no te metas con él.

  • ¡Anda! ¿Y cómo es que ahora eres tú quien tiene que salir a defender a Pedro? ¿Tan poco machito es?

  • No tiene nada que ver, él no tiene porque defenderme. Ya te he dicho que sólo es un amigo.

  • ¿Seguro que es sólo un amigo y no hay nada más? - parecía que tuviera celos de Pedro, pero no eran más que celos por otra mujer...

  • Que tontería Carmen, sabes bien que soy lesbiana.

Y una duda y unos celos tremendos, me hicieron preguntar algo tan absurdo, que al menos al principio, no tuvo respuesta.

  • ¿Y quieres a Agriel?

Sofía frunció el ceño, y cubrió los dos pasos que nos separaban para, apoyada de nuevo en el lavabo, bajar su cabeza hasta casi mi altura. Me volví a perder en su perfume, volví a sentir el aliento cálido en mi rostro, y a olvidarme la cordura en su mirada.

  • ¿Y tú, Carmen, quieres a Jaume?

Una ola de frío, que ni la cálida cercanía de Sofía amainaba, me recorrió el cuerpo al darme cuenta de que Sofía parecía percibir lo que en realidad pasaba entre Jaume y yo.

No hubo respuesta, para ninguna de las dos preguntas, si en el fondo las dos las conocíamos.

Y Sofía salió cerrando suavemente la puerta del baño.


Viernes por la tarde, no quería salir con Jaume y sus amigos por la noche, y le había convencido para ir antes al cine los dos solos.

Dejé las llaves en el colgador y fui a la cocina. La noche estaba destemplada, o al menos así seguía yo, desde el encuentro cuatro días antes con mi vecina en aquel bar.

Tiré a la basura las entradas de la insulsa película que habíamos visto, sin importarme los descuentos que había en la parte de detrás, y puse a calentar leche al fuego, mientras me ponía el pijama.

Noche relajada, pijama de algodón suave y limpio, un vaso de leche con cacao, mirar el correo electrónico, y escribir o dar forma a un par de ideas que se me habían ocurrido durante la película, y a la cama. La leche todavía no se había calentado, así que decidí encender mientras tanto el ordenador, y miré el móvil, que había dejado esa tarde en casa.

Cinco llamadas perdidas, y las cinco, para mi extrañeza, de Sofía. Y un mensaje nuevo en el buzón de voz, también de ella.

Por orgullo puro, pues ya no me duraba el enfado, estuve tentada de borrarlo sin oírlo, pero la curiosidad, y algo mucho más fuerte que esta, me llevó a escucharlo...

"Hola Carmen, soy Sofía, tu, me imagino, odiada vecina. Tal vez no quieras escucharme... - un suspiro-, te he llamado varias veces al fijo y al móvil, sólo quería decirte que estoy avergonzada de cómo nos comportamos Pedro y yo el otro día... sé que no estuvo bien, y mucho menos la actitud que luego tuve contigo... de verdad que no estoy pasando por un buen momento... en fin, sólo quería pedirte que por favor me perdones. Me caes demasiado bien y te tengo demasiado cariño, como para tenerte a malas conmigo ¿vale? Te volveré a llamar mañana... buenas noches"

Mi vecina, mi griega, mi Sofía... si era tan dulce y encantadora cuando quería... si en el fondo, entre todo lo que le amaba, y lo poco que me gustaban los rencores, ella ya estaba perdonada. Porque además, pensándolo bien... ¿y si esa actitud fueron celos, tal y como Bea había opinado?

Me hizo sonreír tanto y sentirme tan bien, que decidí llamarle yo. A los tres tonos me contestó su voz vacilante, con un ruido de jaleo de fondo, estaba de cena con el club de natación. Se alegró tanto de que le perdonara... que no pude evitar quedar con ella al día siguiente, por la tarde en su casa, a pasear, o ir al cine, o lo que fuera... todo para volver a reconciliarnos.

Aquella noche, las tétricas historias que se me habían ocurrido durante la aburrida tarde con Jaume pasaron a ser cuentos luminosos y alegres, hasta con final feliz. Igual que en mis sueños perdidos.


Una pesadilla perdida hace tiempo, y reencontrada de nuevo en sus oscuros ojos, en la traición de un amigo, en la aspereza de una voz y una sangrante realidad. Eso fue aquel día para mí, de todo lo que recuerdo, y que tal vez mi mente haya agrandado, son los dos negros y odiosos ojos de Agriel sobre mi cuerpo, segundos antes de intentar acabar con mi tiempo, lo que aún me causa desvelos y estremecimientos.

Acababa de comer, iba a ducharme para salir con Carmen, cuando llamaron a la puerta, y me encontré de cara con la mirada inquisidora de su hermano, Manolo.

  • ¿Sabes dónde está mi hermana?

  • Buenas tardes, Manolo, ¿qué tal te va todo? Te veo muy recuperado, ¿quieres pasar? - pregunté cínicamente, para que sintiera lo mal que él me acababa de hablar.

  • No, quiero que me digas si sabes donde está Carmen.

  • Pues no tengo ni idea - respiré profundo y me crucé de brazos, para que mi paciencia se apoyara en ellos-, yo he quedado dentro de dos horas con ella, pero de donde anda ahora, no sé nada.

  • ¿Y se puede saber para qué has quedado tú con mi hermana? - me preguntó con un desprecio que me llegó hasta el alma-.

Iba a contestarle una barbaridad, pero algo peor me cortó la respiración, cuando vi un brazo rodear con fuerza el cuello de Manolo, y otra mano apuntarle una pistola en la cabeza. Tras esto, apareció el odiado cuerpo de Agriel. Manolo, que no entendía nada, intentó zafarse, con la respiración acelerada, del agarre, hasta que oyó como saltaba el seguro del arma, y comprendiendo sin comprender en que situación estaba, sus ojos parecieron salirse de las órbitas e intentó gritar. Agriel, que me miraba sonriendo sarcásticamente, le tapó la boca con la mano y le susurró al oído algo que yo no alcancé a escuchar.

  • Eso mismo te pregunto yo Sofía, ¿para qué has quedado con tu vecina? - me habló esta vez a mí-, pensaba que serías más inteligente y te alejarías de aquellos a los que quieres - fue entrando poco a poco a mi piso, llevando a Manolo delante suyo, de escudo humano, la guarra, para que yo no pudiera hacer nada-, más si te comportas como te estás comportando.

  • ¿Y cómo me estoy comportando, si puede saberse?

  • Ay Sofía - puso cara de cansada-, no te hagas la tonta ahora, ni me quieras hacer pasar a mí por eso también. Sabes bien a que me estoy refiriendo... te creía más inteligente y menos temeraria, como para pensar que fueras a traicionarnos.

La única forma que tuve de soltar los nervios y la tensión, fue apretar los puños y clavarme las uñas en las palmas de mis propias manos... si Agriel se había enterado de eso... ¿qué podía pasar? ¿Y cómo lo había sabido? Si todo estaba pensado, calculado y medido... a no ser que...

  • ¿Y cómo piensas tú que yo he podido hacer algo así?

  • Tengo mis buenas fuentes de información, querida.

  • ¿Quién? ¿Esos sicarios de pacotilla que me persiguen dejándose ver como si llevaran colgando luces de neón?

  • No... gente más profesional, más fiable, más... como te diría yo... más cercana, sobre todo a ti. Te sorprendería saber lo fácilmente corrompibles que son algunas personas... - suspiró- mira vida, tus horas, ya sea libre, ya sea viva, están contadas, así que, no me importa ya decírtelo... Antonio, Sofía, tu entrenador, tu amigo, tu cómplice... también es mío. Trabaja para mí desde hace tiempo.

Me pareció que el piso se hundía bajo mis pies, y el techo sobre mi cabeza, y un pinchazo en el estómago me llevó a ponerme la mano en él, y a intentar recuperar la respiración, no podía, el nudo de la traición y el desengaño me apretaban la garganta, sentía desbordado de decepción y rencor el pecho. Y empezaba a perder la compostura, la frialdad, todo, ante la revelación de Sofía... ¿sería verdad? Si lo pensaba encajaba... ¿me podría haber defraudado de esa manera Antonio, al que yo tenía casi como a un padre? Las paredes me giraban, y yo lo hacía con ellas, con la sonrisa de Agriel y sus duros ojos de fondo, de fondo eterno. Un pequeño quejido de Manolo me hizo volver a la realidad.

  • Agriel, por favor, suelta a Manolo, que él no tiene nada que ver con todo esto.

  • ¿Qué lo suelte? Ni de broma, sé lo importante que es para Carmen, y también lo importante que esa rubia desaborida lo es para ti. No, no - apretó algo más el cañón de la pistola contra la frente del pobre chico-, es un recurso demasiado valioso. Sofía, escucha lo que te digo, tú me das, pero ya, todo lo que sacaste de mi habitación del hotel y dejas todo contacto y acción con la policía, y yo, acabo mi operación, y antes que nada, dejo libre a este pobre desgraciado, que me tiembla entre los brazos, y a su hermana en paz.

  • Suéltale primero, Agriel, déjale que se vaya, y te doy yo todo lo que me pides.

  • ¿Y qué me hace pensar que lo vas a cumplir? Ya me has fallado a la palabra una vez... no quiero seguir confiando en ti.

  • No te lo puedo garantizar de ninguna manera pero... de verdad, suéltale, y yo te entrego todo lo que saqué de tu cuarto para implicarte en el caso. Mira - señalé hacia donde estaba mi habitación-, voy ahora a por el paquete donde lo tengo todo guardado, tardo medio minuto, cuando vuelva, tú le dejas ir, y yo te lo entrego - decía esto, mientras que con la otra mano palpaba mi viejo móvil en el bolsillo trasero, esta vez mi puntería debía ser igual de buena que siempre, que antes-.

  • No te creo, no tengo porque creerte, y no lo voy a hacer, no le soltaré hasta que no tenga ese paquete en mis ma... - su voz se cortó cuando mi móvil salió volando de mi bolsillo a su cabeza, y le dio en la frente, cerca del ojo-.

Apenas le dio tiempo a reaccionar, agachó la cabeza y se tapó el ojo con la mano que empuñaba el arma, y antes de volver a levantar la mirada, ya me tenía encima, con mi puño cerrado dirigiéndose con rabia a su estómago. Del impacto se hizo hacia detrás, y aturdida por el dolor y la sorpresa, aproveché para lanzarle una patada a la mano donde llevaba la pistola, que salió disparada hacia el sofá. Desarmada y confusa, se me quedó mirando llena de odio, tanto que casi me dolía su mirada.

Manolo ya había conseguido soltarse, y miraba la escena asustado desde un rincón. Agriel se abalanzó corriendo contra mí, y me tiró de un empujón contra la pared, caí al suelo de lo fuerte que me había empujado, y ví como se dirigía contra mi cuerpo, la punta de acero de su boca. Reaccioné para pararla con la mano, girarle la pierna y hacerle caer al suelo. Me coloqué a horcajadas sobre ella, "como en los viejos tiempos" me dijo la zorra, y justo cuando iba a golpearle en la cara, me lanzó ella un puñetazo en el vientre, y otro en mi rostro, que me tiró al suelo a su lado. Ambas nos levantamos a la vez, sangrantes y magulladas, con el ojo latiendo de dolor, ví como Manolo cogía un pesado jarrón de encima de una mesa, y empezaba a correr con este levantado hacia Agriel, que no le veía venir al estar de espaldas. Se lo estampó en la cabeza, y una parte de él se rompió contra su cráneo, pero lo que Manolo no sabía era como de dura tenía Agriel la mollera, y en cuanto la sorpresa se le pasó, lo que tardó unas centésimas de segundo, se giró hacia el hermano de Carmen, y desde atrás, con todas las fuerzas que la humillación que acababa de sufrir le provocaban, le lanzó tal golpe que cayó unos dos metros de espaldas, volando por el aire hasta dar con sus huesos en el suelo.

Y entonces ocurrió algo que yo debería haber previsto, pues yo fui quien tiempo atrás, le regaló a Agriel, cuando estábamos juntas, la pequeña daga que sacó del interior de su boca, y con la que, enfurecida, iba a intentar acabar con la vida de Manolo.

Corriendo y gritando, me lancé a las espaldas de Agriel para evitarlo, ella se giro para soltarse de mi agarre, y cuando volvimos a dar otra vuelta, pude ver que Manolo ya no estaba, que había escapado, que había desaparecido. Agriel me lanzó al suelo, y sin que yo hiciera nada para evitarlo, me clavó la daga en el estómago, una sola vez, sabedora de que tenía poco tiempo para huir de allí. Sentí como el frío acero se colaba en mi cuerpo rasgando mi interior, como del dolor me quedaba sin aire, mientras que veía como por la hoja del arma corría algo de mi sangre. Y los ojos de Agriel se clavaron en mí de nuevo, teniendo el mismo efecto sobre mi alma, que la daga lo estaba teniendo sobre mi carne. Sacó la hoja de mi estómago, y se fue corriendo, dejándome tirada en el suelo, boqueando, aterrorizada, sintiéndome desfallecer, retorciéndome de dolor... lo último que recuerdo, son unas voces a mi alrededor, entre las cuales una destacaba por su dulzura, porque me acariciaba los oídos y el corazón, igual que las manos que me sujetaban suavemente el rostro... los dos, manos y voz a la vez, rogando que por su vida, por la de las dos, no me muriera, no le dejara...