A la luna de valencia ix

Sofi y carmen comparten una de las mejores tardes

A LA LUNA DE VALENCIA

Escrito por: Atramentum et pergamen

He muerto y he resucitado

con mis cenizas, un árbol he plantado

su fruto ha dado

y desde hoy, algo ha empezado.

He roto todos mis poemas

Los de tristezas y de penas

Y lo he pensado

Y hoy sin dudar, vuelvo a tu lado.

Ayúdame y te habré ayudado

Que hoy he soñado

En otra vida, en otro mundo

Pero a tu lado.

Ya no persigo sueños rotos

Los he cosido con el hilo de tus ojos

Y te he cantado, al son de acordes

Aún no inventados

Ayúdame y te habré ayudado

Que hoy he soñado

En otra vida, en otro mundo

Pero a tu lado.

(Los Secretos)

Por entonces me preguntaba si la vida era acaso una ruleta, al menos la mía, y el destino de cada avatar, de cada momento, era acabar siempre en el mismo punto, en un punto por cierto nada deseado; alcohol y conversaciones noctámbulas con Bea, y la cama de Jaime, una cama que a veces, cuando me despertaba en ella, me llegaba a provocar arcadas, y no porque el físico, el olor, la presencia del chico fueran desagradables, (cuantas veces había repetido que cualquier chica, hetero claro, habría pagado por estar en mi sitio), sino la mía, me propia presencia, tan incongruente y tan fuera de lugar... me sentía a veces tan corrupta por mi propia cobardía e indecisión, por el deseo retenido, enquistado ya en el centro de mi cuerpo y mi alma, de estar en otra cama, en la cama de Sofía, esa mujer que me traía de cabeza, y a la que me veía incapaz de revelar mis sentimientos.

Si de verdad mi vida era una ruleta, necesitaba ya alguien o algo que detuviera su giro, y consiguiera, ya que yo no era capaz, que comenzara a rodar en sentido contrario...


  • No me puedo creer todo lo que me acabas de contar - me contestó Ponce, con los ojos y la boca aún abiertos-.

  • Y yo - contesté riéndome para mí-, que acabe de contártelo.

  • ¿Pero de verdad todo eso es cierto?

  • Que sí mujer, ¿o es qué no has leído los periódicos?

  • Sí, sí... pero la sección de sucesos me la suelo saltar, la verdad - seguía hablándome sin dejar de mirarme, sin dejar de rodear con el índice el borde de su copa-.

  • Bueno - me encogí de hombros, con gesto inocente intencionado-, sólo espero no haber alterado mucho mi imagen, ni darte miedo.

  • Para nada - sonreía sin sonreírme-, si en realidad me encanta el peligro...

Era terriblemente sensual cuando quería, y con clase. Una sensualidad elegante que sin duda era en parte innata, pero que, sin duda también, ella misma se había trabajado hasta llegar a rozar la perfección.

La noche anterior me besó, en el portal de mi finca, hasta donde llegamos paseando después de la prometida cena en el exquisito Gargantúa.

Disfruté mucho, aunque me daba vergüenza aceptar una invitación de tal altura... sin embargo, todo remordimiento se me pasó al observar con que ligereza dejaba caer la tarjeta de crédito sobre la bandejita de la cuenta; sin lugar a dudas, un catedrático de la Universidad de Valencia, tenía un buen sueldo.

El beso... el beso fue caliente, mucho, hasta el punto de ponerme a mí en ebullición. Y ella no debió quedarse fría tampoco, tal y como me revelaron sus pechos erectos contra los míos.

Pero la cosa quedó ahí, estaba claro que quería aumentar la tensión sexual entre las dos.

Eso me gustaba, y decidí seguirle el juego.

La observé echarse azúcar en el café que había pedido, esta vez a la comida invitaba yo, aunque desde luego el lugar sería algo más asequible.

Ángeles Ponce me gustaba, y yo le gustaba a ella, de eso no había duda. No había un torrente de sentimientos, más allá de la atracción, como sentía hacia Carmen.

El beso, a pesar de haber sido genial, no llegaba ni a la mitad de aquel, que todavía recuerdo, que me dio Carmen, borrachas frente a la Luna de Valencia.

Pero, ah, Carmen seguía su vida con su adorado chico perfecto, y yo podía pasar un buen rato con Ángeles, así que en realidad, no veía problema alguno en todo esto.

  • Por cierto, Sofía, el beso de anoche... fue... uuf.

  • Sí, yo opino igual. Sabes algo Ángeles - ahora iba a atacar yo-, creo que eres muy sensual, y... no tienes idea de cómo me dejaste anoche con ese beso, Srta. Ponce... dado mi estado corporal... ¿qué le parece seguir esta noche con lo dejado la anterior?

  • Mmm - sonreía, y la lívido salía a borbotones de la mesa que ambas ocupábamos-, me gustan las proposiciones directas... y para ser sincera, yo también estoy deseosa por acabar lo de ayer. Déjame invitarte esta noche a mi casa, Sofía - miró el reloj-, vaya... debo irme o no llegaré a una clase... dime, ¿te parece bien esta noche, a las diez en mi casa?

  • Me parece perfecto, pero... dime dónde vives.

  • Ah, claro - se palmeó suave la frente-, que despiste. Si es que... sólo de pensarte en mi casa, se me va todo Sofía - sacó una tarjeta suya y escribió algo en ella-, ahí la tienes, te espero a las diez.

Se levantó y me levanté yo, cortés. El restaurante estaba casi vacío, y me tomó de la cintura discretamente, para darme un suave beso. Se marchó de allí sin decir nada más. Miré la tarjeta:

Ángeles Ponce

Lcda. en Antropología Social

Nº 1047

c/Quart nº 58 pta. 3

Esto último estaba escrito por ella, guardé esa tarjeta en el monedero, y pagué.

Cogí la mochila, me iba a nadar un rato al club, y salí de allí, pensando en que ponerme esa noche. Me sonreí de mi pensamiento... que más daba, no esperaba estar vestida mucho rato.


No sabía a cual de las dos puertas de Sofía llamar... el ron y el llanto nublaban y doblaban mi vista.

Estuve incluso a punto de dar la vuelta y meterme mejor en mi casa, en mi cama, a llorarle las penas a mi almohada, como tantas veces.

Pero sin darme tiempo a reconsiderarlo, ví mi propia mano pulsar el timbre de mi vecina; la primera vez no pasó nada, en el segundo intento ya lo oí, ese debía ser el bueno.

Mierda, ¿qué iba a pasar si al abrirme, veía a dos Sofías?

Tardaba, aunque no sé cuanto, cuando estoy ebria no tengo noción del tiempo.

Pensé en que tal vez no estaba, aunque sería raro, miércoles y buen día, a las nueve y media de la noche... entonces oí su voz al fondo de su casa, avisándome de que enseguida abría.

Y me abrió, no había dos Sofías, eso era imposible... Sofía era única. Sólo vi sus ojos, azules envolventes como siempre, y sin miramiento alguno, entré cual torbellino en su casa, llorando y sollozando.

  • No puedo más Sofía, de verdad que no puedo más... mi vida es una mierda, ¿por qué no me aclaro?, eh ¿a ver por qué coño no me aclaro de una puta vez? - lanzaba preguntas, con gran contenido de tacos, retóricas al aire, estaba casi histérica, destrozada, sentada en su sofá, sumida en mi propio dolor. Sofía me miraba asustada, todavía con la puerta abierta en la mano-, de verdad, ¿por qué soy tan inútil, por qué ostias no me aclaro?

Sofía cerró la puerta, con cara preocupada se acercó a mí, se acuclilló frente a mí y me tomó suavemente las manos, apartándomelas de la cara. Solo con ese roce logró tranquilizarme. Un poco.

  • Carmen... ¿estás...?

  • Borracha, - sí no le dejé continuar la pregunta.

  • Ya,... pero... quiero decir... ¿has llorado?

  • Aún estoy llorando.

  • ¿Qué te pasa Carmen?

Sofía me miraba con una ternura y una preocupación sobrecogedoras, como sobrecogedor era, al menos para mí, que en vez de preocuparse porque yo estaba ebria, se preocupara por mi llanto, y por la tristeza que yo misma notaba que destilaban mis ojos.

Me fijé en ella, por primera vez desde que irrumpí en su casa. Estaba recién duchada, su pelo, más liso de lo normal, olía a un suave acondicionador, y su piel emanaba ese delicioso olor a limpio que siempre le acompañaba.

Vestía unos chinos blancos impolutos y un suéter azul.

Estaba claro que Sofía iba a salir, seguramente justo cuando yo le llamé a la puerta.

Seguramente estaba interfiriendo en alguna cita o algo... ¿pero cuál? Si Agriel ya estaba en prisión...

La rabia mezclada con la vergüenza me invadió; en mi egoísmo ciego había querido buscar refugio en los brazos de alguien que, simplemente, seguía con su vida, y yo no quería en realidad permitirlo.

  • Perdona Sofía - me agaché avergonzada, y una leve arcada me llegó hasta casi la garganta-, veo que ibas a salir... no quería molestar, lo siento...

Hice amago de levantarme, pero ella me lo impidió, y se sentó a mi lado, sin soltarme las manos, sin dejar de mirarme

  • No me importa, Carmen - me habló casi con un susurro-, lo que fuera puede esperar, pero tú no, y estoy contigo.

Quise volver a protestar de nuevo, pero me cerró los labios con su índice.

  • Me da igual lo que me protestes y me digas ahora. Si necesitas cobijo, sabes que en mí lo tienes. Y ahora dime, con calma, que es lo que pasa.

  • Es... Jaume - intenté continuar, pero no podía. Me sacudía una marea de pena e incomprensión, y apenas podía respirar, llevaba casi una hora llorando y estaba agotada. El malestar me aumentaba con las arcadas del alcohol revuelto con la rabia en mi estómago. Se me quebró la voz , y rompí de nuevo a llorar.

Cerré los ojos y noté como ella suspiraba, y acto seguido me rodeaba con sus brazos, haciendo que mi cabeza reposara en su pecho, templándome de nuevo con la calidez de su cuerpo y sus gestos..., me besó en el pelo, me empecé a tranquilizar.

  • Dime, cuéntame qué te ha pasado con Jaume.

  • Que me ha dejado, eso me pasa.

Aún abrazada a ella, sentí como su cuerpo se envaraba un poco ante la noticia.

  • ¿Cómo que te ha dejado?... ¿Por qué?

  • Porque dice - seguí la historia, otra vez en pleno berrinche, sorbiendo mocos y lágrimas-, dice que en realidad yo no le quiero. Que cuando acabo con él siempre acabo o ausente o bebida, que finjo, que en verdad pienso en otra persona...

Me estremecí en brazos de Sofía, porque alguien ajeno a mí, a mis sentimientos, hubiera sido el único valiente para sacarme de una patada a la realidad. Mi vecina no hablaba, sólo sentía su respiración acompasada junto a mi pecho. Y pensar que unas semanas antes, estuve a punto de perder esa fuente de calidez y serenidad...

Unas arcadas aún más fuertes me sacudieron entera.


Estaba abrazada a mi cuello, con un berrinche y una borrachera históricos, la sentía temblar de pena y frustración.

Que en realidad Carmen no estaba enamorada de Jaime, no era ninguna novedad para mí, sólo había que recordar el nulo sentimiento que había visto en sus ojos, en la única vez que coincidí con ellos dos.

Pero que Jaime fuera el que dejara a Carmen, eso sí que me dejó sorprendida, dado que toda la emoción que le faltaba a Carmen, se le salía de la mirada a Jaime, que prácticamente parecía venerarla.

Supongo que el chico se dio cuenta, e hizo lo que cualquier persona con orgullo haría.

Sentí sus sacudidas más fuertes, como si subieran del estómago a la garganta, que comenzó a hacerle ruidos guturales. Se separó repentinamente de mí, y con las manos tapándose la boca corrió fuera del salón.

Fue al baño, así enseguida adiviné a qué iba. Se arrodilló y levantó la tapa. Llegué justo cuando ella empezaba a arrojar, me senté a su lado y le sujeté la frente, acariciándole la espalda. Cuando paró me miró, con gesto de agradecimiento y dolor.

Se levantó y le ayudé a llegar al lavabo, estaba muy destemplada. Abrí el grifo y ella se lanzó a por el agua. Le retuve un poco, y cogí una toalla pequeña. La mojé y se la pasé por la cara y el cuello, tembló.

Se agachó y bebió del chorro que salía del grifo. Entonces comprendí en que verdadera situación me encontraba, y como estaban de necesitados Carmen y su cuerpo.

Así que abrí el grifo de la bañera, buscando el agua templada, más bien caliente, y eché un poco de gel dentro, para que hiciera algo de agradable espuma.

Me giré y estaba mirándome fijamente, parecía tan desvalida, tan echa polvo... Dios mío, no tendría que desnudarla y ducharle yo... ¿verdad? Eso sería demasiado...

  • Oye Carmen... ¿crees que podrás desnudarte y meterte en la bañera tú sola?

  • Sí...- se puso roja cual tomate-, yo creo que sí.

  • Vale, pues... voy un momento a la cocina, ¿vale? Dejo la puerta abierta por si necesitaras algo.

Asintió con la cabeza, y la dejé desabrochándose la camisa. Me dolía en el alma dejarla sola para eso, pero es que ya sería muy difícil para mí retenerme... aunque fuera retenerme de mirarla.

Miré el reloj, faltaban diez minutos para las diez, Ángeles debería pensar que yo estaba al caer en su casa... bien sabía yo lo que lo deseaba, pero esto era algo de fuerza mayor... Carmen necesitaba ayuda, se le veía realmente apurada, y era mi amiga... y además, que narices, yo seguía enamorada de ella.

Descolgué el teléfono de la cocina, después de poner agua a calentar para prepararle a mi vecina una infusión, y marqué el número de mi cita.

  • ¿Sofía? - me preguntó directamente al descolgar. Se ve que había grabado mi número y también tenía pantalla...-, ¿eres tú?

  • Sí, soy yo Ángeles... mira... lo siento mucho, pero no puedo ir esta noche...

  • ¿Y eso? - me cortó, parecía algo alterada

  • De verdad lo siento mucho, pero me ha salido un imprevisto... una amiga se ha puesto mal... está sola en Valencia, y me quedo a cuidarla...

  • Oh, vaya...- tintes de decepción en su voz-, lo entiendo... bueno, lo dejamos... ¿para el fin de semana tal vez?

  • Sí... me parece bien, yo creo que el viernes o el sábado podré... ya te llamaré y te lo diré seguro, ¿vale?

  • Claro...

  • Oye, Ángeles, de verdad que lo siento mucho... tenía muchas ganas de estar esta noche contigo, en serio.

  • Y yo Sofía... pero bueno, para el fin de semana será. Quédate tranquila, que de verdad lo entiendo.

  • Vale... gracias Ángeles. Bueno, debo colgar - el agua casi se salía del cazo, desde luego, si que iba a estar caliente la manzanilla... ¿o mejor le hacía tila? Carmen estaba nerviosa y alterada, pero también debía tener el estómago revuelto... perdida en esos pensamientos, de repente me di cuenta de que aún seguía con el teléfono en la mano, pegado en la oreja. Pero a la otra línea ya no había nadie. Ángeles Ponce había colgado ya.

Apagué el fuego, abrí el armario y saqué un sobre de tila... mejor dos, que no era muy fuerte. Los metí en el agua caliente y los apreté hasta que el agua tomó su color y su sustancia. Tapé el cazo con un plato, y volví al baño, a ver como andaba Carmen.

Toqué a la puerta del baño suavemente, pero no recibí respuesta. Me asusté, y entré en él... Carmen estaba dormida dentro de la bañera, se había puesto una toalla en el cuello, para apoyar la cabeza, y descansaba tranquilamente, con los ojos cerrados. No le veía el cuerpo, estaba cubierto por la espuma, pero igual, estaba preciosa con el pelo mojado, los rasgos ya relajados... me deleité un momento en su cuello, y su escote, fuera de la bañera... tenía la piel de gallina... era tan exquisita... suspiré y decidí despertarle.

  • Carmen... Carmen... - abrió un poco los ojos-, deberías salir ya de la bañera, antes de que se enfríe el agua...

  • Está bien, tienes razón.

Abrí un armario pequeño y saqué mi albornoz azul... tenía suerte, lo había lavado esa misma mañana, y estaba suave y calentito. Lo abrí y me lo puse delante de mí, esperando que entrara en él... preferí no mirar, aunque ya por los recuerdos lo sabía... era tan hermosa... no pude evitarlo, y yo misma le cerré el albornoz y se lo até, sintiendo el contorno de su figura entre mis manos, a través del rizo, la calidez de su piel lo atravesaba y a mí me estremecía. Alargué el brazo sin dejar de encararle, pues ella tampoco dejaba de mirarme, con una expresión en los ojos que me turbaba y me hacía casi temblar. Cogí una toalla pequeña y le sequé un poco el pelo... de repente ella me rodeó la cintura y me abrazó, acercando la cabeza a mi pecho, apretándose contra mí...

  • El agua estaba muy bien... y templaba... pero nada para templarme como tu cuerpo...

Me puse nerviosa, no esperaba eso, y sin saber que más podía hacer, le abracé también, dejándome llevar por la placidez que eso me provocaba.

  • Oye Sofía - me habló sin soltarme, y pude sentir como aún tenía tintes de ron en su voz, y su aliento cálido sobre mi pecho-, estoy pensando, que no tengo nada que ponerme...

Por mí, pensé, como si te quedas así toda la noche... si quieres ya te visto yo con mi piel...

  • Pues no sé, Carmen... si quieres te dejo algo mío, aunque te quedará algo enorme...

  • Tienes razón - levantó la cabeza y me choqué de frente con la maravillosa humedad verde de su mirada, más tranquila-, llevo las llaves de mi casa en el pantalón... si pudieras ir a mi piso, y traerme algo... por mi habitación debe haber cualquier cosa de las que me pongo para estar cómoda...

  • Claro mujer... yo voy, pero... suéltame, que estoy muy a gusto, pero necesito mi cuerpo para poder traerte lo que me pides.

Rió suavemente, y me soltó. Se echó atrás, intentó apoyarse en el lavabo con una mano, pero aún andaba desorientada, y herró, se apoyó en el aire y perdió el equilibrio. Tuve los reflejos suficientes como para sujetarle antes de que cayera...

  • Dios... perdona Sofía... esto es avergonzante, estoy tan borracha...

  • Ya... no te preocupes Carmen, ven.

Le tomé de un brazo y le llevé a la cocina, se sentó en la mesa, tal y como le indiqué, y le puse delante el vaso con tila caliente, y un par de magdalenas.

  • ¿Y esto?

  • Bueno... has venido bastante nerviosa, así que he pensado que después del baño, esto te haría bien.

  • ¿Y las magdalenas? - me preguntó sonriéndome.

  • Pues... para llenarte el estómago, mujer... te recuerdo que hace nada que has echado al váter todo lo que llevabas...

  • Ay... Dios, no lo recordaba - agachó de nuevo la cabeza avergonzada, y se la tomó entre las manos-, me duele tanto la cabeza... - volvió a levantarla-, perdona todo esto, en serio, me jode tanto estar molestándote de esta manera.

  • Que no me molesta... ya deja de marearte con eso, ¿vale? - le acaricié una mecha despuntada de su cabello-, voy a tu casa a por algo para vestirte, antes de que te enfríes...

Salí de mi piso, y cerré la puerta. Entré al suyo, levanté la mirada cuando abrí su puerta, y me topé de frente con una realidad que no recordaba.

El salón... el salón donde casi muero a manos de mi muerte negra y persecutoria, el hueco donde estaba el jarrón que Manolo partió sin resultado en la cabeza de Agriel, y el suelo donde caí... aún podía sentir la daga partiéndome la piel y las entrañas, aún tenía tan presente ese dolor... no debí haber entrado a casa de Carmen... ¿cómo podía ella vivir en un lugar donde había ocurrido algo así?

Fui a su cuarto, y sobre la cama, deshecha, estaba su pijama. Abrí el cajón de la mesita, deduciendo, bien deducido, que ahí estaría su ropa interior... había de todo, sonreí al verlo, desde tangas apenas inexistentes, a bragas de simple y cómodo algodón... cogí unas de esas, pensando que sería lo que se pondría para estar por casa... aunque realmente habría preferido que en mi casa estuviera sin nada, sólo con mi albornoz...

Saqué una de esas de algodón, y justo debajo de ellas, vi otras que me sonaron de algo... unas pequeñas, casi, casi tanga... verdes con un hada... eran, Dios mío, las mismas que llevaba la noche en que ella y yo nos acostamos juntas, que yo le quité antes de poder llegar a ese tierno y secreto lugar que me dio vida...

Estas estaban siendo demasiadas emociones para un solo rato, y además, tenía a la causante de ellas, semidesnuda y con riesgo de enfriarse en mi cocina... así que cogí también una bata y salí de allí, intentando fijar mi vista en la puerta, y no volver a mirar más a esa habitación donde Agriel casi me robó la vida.

Crucé el rellano y llegué de nuevo a mi hogar... la casa de Carmen siempre fue más acogedora y cálida que la mía, pero ahora ese piso tenía tintes de odio, acero y sangre para mí... ya no lo recordaba, y volver a entrar allí había sido como una terapia de choque con no muy buenas resultados.

Cuando entré en la cocina, Carmen ya se había comido las magdalenas y bebido la tila, y se había quedado dormida sobre la mesa, con la cara escondida entre los brazos. Por enésima vez en esa noche, tendría que despertarla.

De nuevo me miró con los ojos húmedos y algo enrojecidos, había vuelto a llorar, y todavía veía los surcos del alcohol en las venillas de sus iris verdes, ¿cuánto alcohol se había metido esta chica esa noche?

  • Ven, vamos al cuarto, allí te vestirás mejor.

Asintió y allí fuimos. Se sentó y se quitó el albornoz, sin apenas darme tiempo a decirle si quería hacerlo sóla, si creía que podría vestirse ella.

Y su desnudez volvió a presentarse ante mí, en todo su esplendor, nunca mejor dicho, pues la piel de Carmen brillaba, y llamaba a gritos que alguien le acariciara, tan suave, tan limpia y perfecta, le miré a los ojos y de nuevo ví en ellos el brillo que ya viera cuando me abrazó en el baño, un brillo que parecía el cristalino normal de alguien borracho, pero que sin embargo me indujo a recorrerla entera con mis ojos, jolgoriosos de lo que se les ofrecía después de meses deseando volverlo a ver, cobraron vida propia, y podía sentir como no cabían en sí de satisfacción, al ver de nuevo el cuerpo desnudo de Carmen, y como esa pasión la compartían conmigo.

Me deleité en toda ella, sin lograr esconderme ni contenerme... hasta que llegué a sus piernas, unas piernas llenas de pequeños arañazos, sobre todo por la zona de los gemelos... arañazos que aún parecían frescos.

  • ¿Y esto?

  • Nada... no quiero hablar de eso ahora... aunque me pican...

  • Espera - recordé que tenía un tubo de crema en la mesita de noche, lo saqué, me eché en la mano, y comencé a extendérselo por la pierna, haciendo círculos en los huesos de sus tobillos, y subí acariciando y apretando suavemente los gemelos, hasta llegar a las rodillas, donde volví a dibujar círculos, sorprendida levanté la mirada, Carmen había emitido un gemido, le miré y parecía sumida en un pequeño pero profundo éxtasis. Hice las caricias más lentas, y ella empezó a respirar al mismo ritmo, mordiéndose el labio.

  • ¿Te encuentras bien, Carmen?

  • Sí... estoy de maravilla... ese masaje... Sofía, me acaricias, como aquella noche... sígueme acariciando como la noche en que hicimos el amor...

Paré las caricias, no podía creer haber oído lo que había oído. ¿Se acordaba de aquella noche? ¿Acababa de decir que habíamos hecho el amor?

Y me acababa de pedir que siguiera acariciándole... borracha, me recordó mi molesta vocecilla interior, estando borracha, me había pedido que siguiera haciendo lo que le hice, estando borracha también... me acordé de la repugnancia que sentí hacia mí misma el día en que Ángeles Ponce se me insinuó en su despacho a cambio de un aprobado.

Ya dije aquella tarde que bastaba, que nunca más así, y nunca más así sería.

  • Estás borracha Carmen, igual que lo estabas aquella noche. - me levanté y le miré seria y dolida-, ponte el pijama y acuéstate.

Abrió los ojos, con expresión de no entender que era lo que estaba pasando, y yo me di la vuelta, dispuesta a ponerme el pijama y vestirme aquella noche también con el control y la dignidad. Cuando volví a mirarle, ella ya estaba en pijama y metida en la cama, tapada hasta la barbilla.

  • ¿Tienes frío?

  • Mucho.

  • Debes tener el cuerpo destemplado, afuera la gente pasea en mangas de camisa. Espera - abrí el armario, buscando la manta que ya hacía días que había guardado, y se la dí-, ponte esto por encima, es muy caliente.

  • ¿Y tú, Sofía?

  • ¿Yo? Yo no tengo frío, me taparé con la colcha del sofá, y ya está.

  • ¿Del sofá? - se incorporó en la cama-, ¿no pensarás acostarte en el sofá?

  • Pues... sí, es lo que iba a hacer. No quiero molestarte.

  • Sofía, si aquí alguien molesta soy yo... que soy quien ha entrado en tu casa sin preguntar, y te ha cortado el rollo. Además, si estoy aquí, es porque necesito compañía... necesito tu compañía... aquel día, cuando discutimos en el baño del bar, te diste cuenta de mi verdad, de la verdad de mis sentimientos y de la gran mentira que era mi relación con Jaime... tú me descubriste, pero sé que también me comprendiste. Sofía, quédate aquí, por favor... necesito un alma con quien compartir, necesito un ser cuerdo al que aferrarme, sé que soy egoísta, pero ese ser, eres tú.

Se alzaron mis cejas, extrañada y enternecida, cogida por sorpresa y sin armadura que me defendiera de su voz y su rostro, me metí en la cama y me tapé. Carmen se acercó a mí y me abrazó. Sentí el agradable peso de su cabeza en mi pecho, y la calidez de su brazo sobre mi vientre.

  • Gracias Sofía...

No le contesté nada, como respuesta, dejé deslizar mi mano por su cara.

  • Parece antigua esta manta... ¿no?

  • Sí... así es. Era de mi abuela.

  • ¿En serio? - asentí y me miró-, entonces seguro que debe tener historia, ¿eh? ¿a qué sí? - me miró-, va... no me lo niegues Sofía Caulous, y cuéntamela...

  • Bueno... está bien, si tienes razón, la manta tiene su historia; mi bisabuelo paterno se la regaló a mi abuelo cuando cumplió 16 años, aunque parezca un regalo tonto, era muy preciado. Esta manta es realmente muy buena, sólo tienes que ver lo mucho que calienta y lo bien que se conserva después de tanto tiempo. Y... bueno, la gracia de la historia, es que cuando mi abuelo tenía 19 años, conoció a mi abuela, y la noche en que se besaron por primera vez... fue sobre esta manta, en un acantilado que hay cercano a nuestra finca. Le tenían los dos mucho cariño, decían que esta manta era el pilar de nuestra familia, y cuando mi abuelo murió, en su testamento, dejó bien claro que quería que esta manta pasara a mi abuela, como recuerdo de su unión, de su primera vez... porque, decía, la esencia de su amor estaba en ella.

  • Que bonito - acarició la manta, como si en ella se hubiera destapado una nueva dimensión.

  • Sí... y cuando mi abuela falleció, se la pasó a mi padre, para que la compartiera y apreciara igual que ellos lo habían hecho, pero con mi madre. Al morir mi padre, se la legó a ella. Luego, al ocurrir... todo lo que me ocurrió, que ya te contó Antonio, y venirme yo a España, para de alguna manera escapar, mi madre decidió que yo me la llevara conmigo, para no olvidarme de mis raíces, y tener algún anclaje a mi origen... lloré como una idiota el día en que me la dió, significó mucho para mí. Es como una barrera de protección, hay veces, que siento el calor de mi tierra y de los míos en ella...

  • Eso que acabas de decir es precioso - Carmen tenía los ojos somnolientos, muy somnolientos-, debes extrañarles.

  • Mucho, la verdad es que sí. Pero...- respiré resignada-, así es la vida, y este es el camino que decidí tomar... oye Carmen.

  • Mmmm...

  • Estás cayéndote de sueño. Duérmete mujer, y descansa.

  • Pero, si todavía es muy temprano - se removió un poco sobre mi pecho y me erizó la piel. Su voz se la llevaba poco a poco Morfeo.

  • ¿Y qué vamos a hacer? ¿Nos vamos al cine en pijama? - rió-, duérmete, que te hace falta. Yo me quedo aquí, velando por tu borrachera.

  • "Na nit", Sofía.

  • Buenas noches Carmen.

Apagué la lámpara de noche, y dejé que la luna y la luz dorada de la noche valenciana entrasen en mi cuarto, reflejando en el cuerpo que tenía abrazado a mí, alterando mis sentidos, complaciendo mi conciencia.

Me dormí junto a ella.


Es algo que me cuesta comprender, pero me pasa, y no creo que sea yo la única.

Te despiertas a la par (o tal vez a causa de) que un golpe de luz incide en tu cara, levantando como una cortinilla interior de tus ojos, que se hallara tras los párpados, y con estos aún cerrados, sientes el sol entrando en tu habitación, esta vez el cálido sol de mayo. Primeros días de mayo, ya no más frío, bendita primavera.

Y bendita almohada que me había acogido y en la que me seguía apoyando, me dije a mí misma al despertar por completo, y ver donde me hallaba.

Toda la noche anterior volvió a mi cabeza, pero esta vez, liberada de aquella absurda conciencia que me aplastaba, ya no sentía vergüenza alguna.

Si en realidad estaba donde quería estar para siempre, protegida por Sofía, que aún dormida resultaba ser tan acogedora como protectora.

Mi reloj me dio la alegría de saber que aún era temprano, y decidí seguir disfrutando de la situación, sobria esta vez. Seguir abrazando a mi vecina, con la plena conciencia de lo que eso significaba. Volví a apoyarme en su pecho, y cerré los ojos.

  • Ahora no te hagas la dormida - me pinchó entre las costillas, haciéndome cosquillas.

  • ¡Sofía! Me has asustado. Pensé que estabas dormida.

  • Que va, llevo ya un rato despierta.

Sin cambiar de postura, seguíamos hablando igual, abrazadas, ella me acariciaba con un dedo el cuello.

  • Como te he visto con los ojos cerrados...

  • Eso es porque... los tenía cerrados, claro.

  • ¡¡No!! ¿En serio? - respondí con sorna fingida-, ¡claro! ¡se me acaba de hacer de día! ¡ahora entiendo porque te los he visto abiertos!

  • ¡Oye! ¡No te pases!

Y sin apenas darme cuenta, la tenía a horcajadas sobre mí, me sujetaba que una fuerza que, increíblemente le salía de las rodillas, dedicándose a hacerme cosquillas por todo el cuerpo, consiguiendo estremecerme.

Repentinamente se detuvo.

  • ¿No piensas defenderte?

  • ¿Estás de broma? No tengo ni la mitad de fuerza que tú, ¿para qué voy a gastarme?

  • Bah - volvió de nuevo a su lado, sentada-, entonces no tiene gracia alguna.

  • Pues a mí estaba haciéndome mucha...

  • Tú, lo que estabas, era aprovecharte de mí...

  • Aahh... venga - me arrodillé delante de ella-, más quisieras tú, que yo me aprovechara de ti.

Algo debió de provocarle lo que acababa de decir, cuando me apartó la mirada turbada, y no volvió a mirarme hasta que no hubo respirado como el que respira para contener algo.

  • ¿Tienes algo que hacer hoy?

  • Aparte de estudiar para esos exámenes que se nos acercan, no. Y hoy no pienso hacerlo, con la resaca que llevo encima.

  • Cierto, tu resaca. Y tu disgusto, ¿qué tal estás?

  • Liberada.

  • ¿Cómo?

  • Liberada, Sofía, y tranquila. Apenas me acuerdo del dolor, y por eso preferiría no tocar el tema.

  • Como quieras. Pero si en algún momento quieres...

  • Ya, ya, ya. Quédate tranquila. Bueno, tú, ¿tienes algo que hacer hoy?

  • Aparte de estudiar, nada de nada.

  • ¡Que bien! - veinticuatro horas para gastarlas enteras junto a ella, en ella-, ¿qué te parece si hacemos... nada, juntas?

  • Estupendo...

Ante tal avalancha de ideas para pasar el rato, nos tumbamos y nos quedamos en silencio, mirando las musarañas.

Al cabo de un rato, se giró.

  • Carmen, yo creo que sería mejor que hiciésemos algo, aunque fuera algo insustancial.

Me reí.

  • Tienes razón. Déjame pensar...- tuve una idea, que creí que a ella le gustaría-, ¡ya está! Tú me dijiste que eras creyente,¿verdad?

  • Verdad.

  • ¿Cristiana?

  • Sí señorita.

  • ¿Sabes que hoy es el día de la Virgen de los Desamparados? La patrona de Valencia...

  • Sí, lo sé... algo me comentaron Pedro y María.

  • Bueno... cuando es este día... se arma una buena en el centro histórico. Si te apetece ir... la Plaza de la Virgen se llena de gente, pero llena, llena, que no cabe un alma. Y la llevan en procesión de la Basílica a la Catedral, pero la gente que la lleva no anda... está tan lleno, que simplemente se pasan el "anda" de mano en mano, hasta que completa el recorrido... y se le tiran pétalos, se le canta... es bonito, al menos es curioso.

  • Mmmm... parece interesante, sí. Bueno, - se encogió de hombros-, nunca me han gustado esas muestras tan... esperpénticas de fe... pero puede ser un buen experimento, interesante como antropóloga social...

  • Sí, eso sí. No lo había mirado por ahí. En fin, entonces ¿te apetece? ¿vamos?

  • ¡Claro! - se levantó de un salto de la cama-, nos vestimos y marchamos - se me quedó mirando-, bueno, si es que no falta mucho para que empiece...

  • Creo que no...- miré de nuevo el reloj-, en realidad lleva en marcha toda la noche, seguro que si vamos hay algo. Voy a mi piso, me visto y nos vamos.

  • Vale, ¿te invito a desayunar por el camino?

  • No, te invito yo - le guiñé un ojo-, voy a cambiarme y nos vemos.

Me miró un poco sorprendida.

  • ¿Vas a salir al rellano en pijama?

  • Sofía... son dos pasos... enseguida vengo.

  • Anda que...- se rió-, gente sin complejos ¿eh?

  • Claro que sí. Date prisa.

  • Bueno... tú no tardes.


Quince minutos más tarde, la tenía de nuevo en mi hogar, vestida, primaveral y bonita... guapa, bella.

Unos piratas de algodón rojos, y una camiseta fina de manga larga, amarilla clara, que le combinaba con las zapatillas de esparto del mismo color...

  • Hija, pero que patriótica vas hoy.

Se extrañó y me miró. Luego se miró a sí misma.

  • Ostras, ni me había dado cuenta.

  • No importa, Carmen. Te quedan genial esos pantalones, vas muy guapa - se puso un poco roja-, ey, que te lo digo en serio.

  • Tú también Sofía... ¿nos vamos?

  • Sí, claro - cogí las gafas de sol, metí el monedero, el móvil y las llaves en el bolso y salimos de allí-, ¿dónde me has dicho que era eso? - le pregunté mientras íbamos en el ascensor.

  • En la Plaza de la Virgen... ¿te acuerdas? En el Barrio del Carmen...

  • Me acuerdo, mujer. Como iba a olvidarme, después de la maravillosa guía turística que tuve.

De nuevo se puso encantadoramente roja, y me sonrió como agradecimiento. La que debía estar agradecida era yo, por lo que acababa de regalarle a mis ojos.

El camino lo hicimos en silencio, un silencio agradable, bendito, de estos que nacen entre dos personas con tal complicidad, que no pasa nada si no hablan, porque se tienen la una a la otra, y ya se llenan solo de eso, sin necesidad de palabras que rompan la comodidad de un hermoso silencio.

Caminábamos un poco separadas, una al lado de la otra, y al rato, también sin decirme nada, giró la cabeza y me miró, y sonriéndome con la misma complicidad que se palpaba en nuestro silencio, metió la mano en el bolsillo izquierdo donde reposaba la mía, y me la tomó suavemente, entrelazando sus dedos con los míos. Le sonreí, rebosante de alegría y ternura, y seguimos caminando hasta llegar a la plaza, cuando pasábamos por delante de los escaparates nos miraba a nosotras mismas... oye, hacíamos buena pareja.

Llegamos a la Plaza de la Virgen, bueno, a una de las calles circundantes, porque estas ya estaban a rebosar, ni pensar en como estaría la propia plaza.

Le dije que no importaba, que nos quedábamos ahí mismo, y me contestó que de eso nada. Agitó su rubia cabeza y decidida y tenaz comenzó a caminar entre la multitud que se agolpaba e intentaba llegar al mismo lugar que nosotras.

Tardamos lo que se dice un siglo, y un siglo que hubiera pasado así, cerca de ella, cogida de su mano.

Sí que era verdad que en la plaza no cabía ni un alma, ni una pestaña de dicha alma tampoco, apenas podía ver el suelo, no llevaba ni un minuto allí, y a pesar de que realmente era impresionante, y curioso, estaba empezando a agobiarme un poco.

Estaba atestado de gente realmente eufórica y entregada con la patrona de su ciudad, cantaban al unísono una canción en lo que parecía valenciano, Carmen me dijo que era el himno a la Virgen... yo no sé si aquello era fe o no... pero desde luego, algo se contagiaba. Muchos de los presentes estaban sudando, el "anda" con la imagen acababa de pasar por ese lugar, había gente que le había arrancado flecos al traje para quedárselos como "amuleto" (manda huevos...) y los había que alzaban a niños (sus hijos, quise pensar) en los brazos, para que pasaran cerca del manto y los bendijera (manda huevos más aún... con lo peligroso que podía resultar para el niño). Me resultaba realmente impresionante aquello, estaba observando la situación, memorizando para luego analizar con calma, cuando la avalancha de gente que nos rodeaba se movió, empujando a Carmen, que estaba dándome la espalda, contra mí. Perdió un poco el equilibrio, y le sujeté contra mi vientre, rodeándole la cintura y apretándole para hacerle ver que no caería. Me lo agradeció cogiendo mi mano, la que le rodeaba, y acariciándola. Pensé que tal vez, al recuperar pie, volvería a su posición original, pero no; se quedó ahí, junto a mí, concediéndome disfrutar del contacto más dulce y el roce más cálido que jamás sentí. Sus dedos empezaron a dibujar círculos en el dorso de mi mano, y yo le besé el cabello, los minutos pasaron, o los segundos, a mí que más me da, los coros de aleluyas e himnos pasaron a segundo plano, solo oía en mi mundo el respirar de mi vecina junto a mi brazo, los pétalos de rosas rozando y rompiendo el aire al caer, los oía, podía oírlos caer sobre nosotras.

Carmen se apretaba cada vez más contra mí, empezando a provocarme algo más que la felicidad de tenerla cerca y, o se separaba y salíamos de ahí pronto, o yo no sabría que hacer con la calentura que me estaba empezando a subir por todas las venas y arterias. Yo estaba sudando, y no precisamente de puro fervor y casta devoción.

  • Carmen, perdona, pero... estoy empezando a encontrarme mal, todo esto me agobia un poco.

  • ¿Quieres que nos vayamos? - me hablaba sin girarse, tan apiñados estábamos todos, que ni un paso podía dar para darse la vuelta.

  • Por favor...

  • Pues... tira tú, Sofía, porque la salida esta en tu dirección, no en la mía. Deberás abrir pasillo tú...

  • Joooo...- eso sí que me hacía menos gracia todavía.

Así que como pude di media vuelta y comencé a caminar entre aquella masa incandescente de gente, y cuando al fin, tras unos 10 minutos aquello empezó a despejarse, empecé a caminar más rápido aún, por una calle por la que la gente, sabedora de que la imagen de la Virgen pasaría por allí, estaba ya tirando pétalos desde los balcones de sus casas.

Sin ser tanta como más atrás, todavía había algo de aglomeración de gente, y al pasar rápido, con Carmen cogida de mi mano detrás de mí, empujé, en cuanto apenas, nada, y además sin querer, a una mujer mayor, que se giró repentinamente hacia mí, y comenzó a increparme y a gritar que habíamos intentado robarle, o tirarle al suelo, o no sé que barbaridad... sólo sé que de repente tuve a una abuela corriendo detrás de mí, bolso amenazante en mano, y a Carmen corriendo también de mi mano, gritándome que me diera prisa, aunque no hubiera hecho nada, no fuera que nos quisieran coger... corrimos, al final riéndonos de nosotras mismas, y dejando que los pétalos nos fueran cayendo por la cabeza, hasta que al final paramos al doblar una esquina, escondidas en una callejuela donde las mujeres seguían lanzando pétalos desde sus pequeños balconcitos, alfombrando la calle para cuando pasara su patrona.

Paramos riéndonos a carcajadas, bajo la lluvia de pétalos, si la felicidad existe, yo la estaba sintiendo en ese momento.

Invadidas por la risa tonta y contagiosa, cogidas de las manos, sin darnos cuenta de que cada vez nuestros cuerpos se atraían más, más cerca, involuntariamente, y ella levantó su mano, acariciándome el pelo me quitó los pétalos que llevaba por la cabeza... ¿me creerán si digo que lo hizo a cámara lenta?, yo me arrimé aún más, y le acaricié el rostro, gesto que llevaba meses deseando hacer, y le quité a ella un pétalo que empezaba a escurrírsele por el puente de su nariz...

No pude evitarlo, y alargué la caricia por toda su mejilla, bajando al cuello, al llegar allí ella me la retuvo con su propia cara, e imitó mi gesto, con su mano, con mi cara, después de tanto... de nuevo sentía su roce, y esta vez, divino sea el cielo, sobre todo cuando llueven pétalos de rosa, era un roce mutuo.

Abrió los ojos, que los tenía cerrados desde que empezara mi caricia, y a la vez abrió un poco sus labios. Sentí su respiración agitarse, su ser acercarse al mío, un segundo más, otro pétalo más a cámara lenta, y sus labios estaban a milímetros de los míos, rogando con el tacto, con el gesto, con el aliento que los uniéramos, por segunda vez en nuestra vida.

Ya no quería seguir esperando más, ya llevaba demasiado tiempo, ya todo me daba igual... le acaricié el cabello, y le tomé de la nuca, acercándole a mí, tanto... que nuestras bocas se rozaron... tan suave, tan dulce, que yo no sabía si mis labios acariciaban los suyos o una nube. Presioné un poco, y ella gimió, se acercó todavía más, profundizando, cuando mi mano bajó de su nuca a unirse con la otra rodeando su contorno, y ella seguía sin soltarme el rostro, besando cada segundo más decidida, encendiéndome toda... ¿Qué la felicidad era estar corriendo y luego riendo con ella?... mentira, la felicidad era estar besando a Carmen Ferrer... y quería más felicidad aún, no pensaba soltarle los labios, aunque me quedara sin aliento, si ella me lo daba... toda la vida que había estado perdiendo, robada o entregada, me estaba siendo devuelta en el beso que de ella recibía...


Me atreví, de nuevo, como aquella noche.

Me atreví, me dejé llevar, y gemí. De pura alegría y completa felicidad, besarle y que Sofía me besara, era en sí un hecho que me completaba.

Yo no creo que quedaran dudas de que estaba enamorada de ella, pero en el momento en que sentí ese roce, ese tacto sobre el mío, desde que me envolvió y me apretó contra sí, supe que me estaba envolviendo en un sentimiento mucho más fuerte del que yo creía tener.

Nos separamos y miré a aquellos dos hielos que me derretían, y que a su vez me miraban a mí, rasgados de algo que sin duda llevaban tiempo escondiendo. Suspiró.

  • Te quiero Carmen - y cerró los ojos, apretando los labios, estaba claro que esperaba una respuesta, o eso me pareció, pero aún hubo más-, me gustas, y te quiero, te quiero mucho...

Me dio un vuelco el corazón, se me atenazó, pero de alegría, el alma, con un agradable nudo cosquilleante en el estómago, no podía hablar, solo tragar saliva, porque no podía creerme lo que acababa de oír, y ante mi silencio ella se asustó.

  • Perdona, yo... no quería... bueno, sí... en fin - se rascó la nuca como hacía siempre-, mira lo que he dicho es verdad... y lo siento, pero es así... tampoco quería molestarte, yo... espero que no te lo tomes a mal Carmen...

Le sonreí, que estaba tan tierna viéndose apurada... y decidí cerrarle esos labios que tan bien besaban, pero que ahora no hacían sino soltar incongruencias, besándolos de nuevo. Se quedó parada y sorprendida, pero enseguida me respondió, y volví a separarme de ella.

  • No tienes que disculparte por nada Sofía...- acaricié la piel que me enloquecía-, si yo también te quiero...

  • ¿De verdad? - sonrió incrédula, y yo me reí de esa escena-, oye... pero de que te ríes tú ahora...

  • Mujer, claro que te quiero de verdad... y me río porque... se te ha puesto una cara de ilusión...

  • ¿Te burlas de mí?

Me reí y le dí un pico.

  • Pero... ¿cómo voy a burlarme de ti... cariño? - y le di otro pico, que ella capturó y convirtió en otro beso largo y cada vez más apasionado.

  • Me parece... que me está gustando esto de besarte... y eso de que me llames cariño aún más... - me sonrió pícara y a mí se me encendió todo (lo poco en realidad) que me quedaba sin encender.

  • Pervertidas... además de ladronas y mal educadas...

Nos giramos las dos sorprendidas, la abuela que nos perseguía había conseguido alcanzarnos... y al parecer había visto toda, o casi toda la escena, a juzgar por sus palabras, y además siguió.

  • Que descaro, caballeros, que poca vergüenza, para exhibirse así, y más un día como hoy... que la Cheperudeta nos ampare... donde vamos a ir a parar...

Sofía giró los ojos impaciente, y yo sonreí divertida y le tomé la mano.

  • ¿Nos vamos a casa mejor? O... a algún sitio donde estemos tranquilas...

  • Me parece una idea genial...

  • Pero... démonos prisa, por favor Sofía...

  • ¿Prisa? ¿por?

  • Por... - suspiré de pensar en lo que podía esperarme-, cuando lleguemos lo sabrás...


  • A tu casa... - me susurró entre mis labios, ya en nuestro rellano.

  • Sí... a mi casa, mejor a la mía - respondí yo. La verdad, no estaba preparada para estar aún en la casa de Carmen.

Abrí a tarantos la puerta, se coló en mi casa y me agarró del cuello de la camisa, abalanzándome contra su boca y devorando la mía. Yo me aferré a sus pequeñas pero deliciosas caderas y me dejé arrastrar hasta mi habitación, encontrándome de repente sobre mi cama, con mi rubia amiga (ahora por fin amante) encima de mí, sonriendo y besándome sin cesar.

Rompió de repente el contacto, se separó de mí, y gateó hasta la cabecera de la cama. Con el índice me indicó que me acercara, metió las manos bajo la tela de mi camisa, dándome escalofríos y me chupó el lóbulo de la oreja.

  • Hazme el amor...

Le miré sorprendida, iba a preguntarle si estaba segura, pero su expresión, completa de deseo, me contestó sin que yo abriera la boca.

  • No.

Su semblante cambió, dando paso a la decepción.

  • ¿No quieres hacerm... ? - esta vez fui yo quien le calló de un beso.

  • Lo que quiero es hacértelo y que tú me lo hagas... que las dos nos lo hagamos, que sea mutuo.

La sonrisa más hermosa que jamás iluminara la Tierra se dibujó en ella, y nos besamos, nos desnudamos sin apenas separarnos, sin dejar de besarnos.

Me desabrochó la camisa poco a poco, la sacó de mi cuerpo y me devoró el cuello. Bajó su lengua por el escote, y desabrochó mi sujetador, dejando libres mis pechos ya erectos, se agachó un poco, y tomó con su boca uno de mis pezones, succionándolo con sutileza primero, y una vez cogió confianza, con una fuerza apasionada, que conseguía que casi me desgarrara de placentero dolor, suavizado cuando recorrió con su lengua, suavemente mi aureola.

Sus manos, mientras, habían desabrochado mi pantalón, e intentaban colarse bajo la tela, para llegar a mi trasero.

Ella me había pedido que le hiciera el amor, y sin embargo, era ella quien estaba amándome a mí, derritiéndome con cada caricia, me debatía entre dejarme amar, por primera vez en mi vida, o participar con ella y disfrutarlo ambas. Al final opté por esto segundo, no quería renunciar a su piel y a su sabor, que por los borrosos recuerdos se me antojaban ambrosía.

Así que suavemente levanté su cabeza, y volví a besarle. Le acaricié bajo la camiseta del algodón, el contorno de la cintura, y se la saqué por la cabeza, y sin dejar de besarle cuello, le rodeé y me coloqué tras ella.

Fue mi turno de quitarle el sujetador, y dejé apoyar mis senos en su espalda, le retiré el pelo, le lamí el cuello, le comía el lóbulo de sus orejas, mientras dejaba a mis manos reconocer libres su torso desnudo, y jugar con esos pezones que tanto habían ansiado.

Su respiración se estaba agitando por momentos, y sentía su espalda subir y bajar, al ritmo de sus pulmones, y acariciar involuntariamente mis pechos, apoyados en ella.

Llegó un momento en que no pudo aguantar más, y se liberó de mi abrazo para abrazarme, de frente, me besó fugazmente, y comenzó a devorarme la clavícula, de nuevo los pezones, aumentando la humedad en mi centro, recorrió con su lengua mi estómago, y me empujó suavemente, para que yo me recostara.

Me sacó los pantalones poco a poco, acariciándome conforme apartaba la tela de mi piel, y una vez fuera, me besó desde los tobillos hasta la cara interior de los muslos.

Pensé que tal vez me sacaría entonces las bragas, pero no lo hizo, y me coloqué yo sobre ella, a horcajadas, le acaricié las mejillas, rojas de placer y de ansia, con los dos índices bajé por su cuello, sus hombros y su pecho.

Querían escalarlos, y solo Dios sabe la necesidad que mi boca sentía de probarlos, pero quería disfrutarla, por tanto tiempo que no la había disfrutado. Cuando volví a jugar con sus pezones, recorriendo la aureola, pellizcando la erecta punta, su vientre comenzó a agitarse bajo el mío, casi rozando mi sexo, que en realidad estaba a punto de estallar ya de placer. Quería desesperarla, pero Carmen había decidido dejarse llevar, no controlar lo más mínimos sus sensaciones, y sus movimientos eran cada vez más rápidos, así que me aparté ligeramente de ella, y le quité de un tirón los pantalones. Le acaricié y le besé las piernas punto por punto, oyendo sus cada vez más fuertes suspiros, y cuando llegue hasta su sexo, le miré.

Me detuve, y ella abrió los ojos. Como en la vez anterior, una solo mirada me bastó, y supe que tenía permitida la entrada en ella. Así que con sumo cuidado, le desnudé ya por completo, y me quedé observando extasiada su centro de placer, que para mí iba ser como una joya, que yo veneraba y respetaba, a la par que deseaba. Le di suaves besos, arrancándole así los primeros gemidos claros, y de nuevo me separé de ella, para quitarme yo mi ropa interior, y quedar totalmente desnuda frente a ella.

Se incorporó, se arrodilló ante mí, y me abrazó, me envolvió con sus brazos, con su pecho, con sus labios, su piel, su lengua, sus besos. Ya estábamos la una expuesta a la otra, y nos acariciábamos y saboreábamos con ansia, como quien redescubre el placer de respirar o del agua fresca, recorrí todo su cuerpo, ella recorrió el mío, caímos abrazadas, rodando enlazadas por mi cama, luchando por deshacernos de amor y por deshacer las sábanas.

Tanto era el deseo, tanto era el placer de la una con la otra, tal conexión había, que en una de esas vueltas, en el enésimo roce que nuestros sexos sentían, estallamos juntas, alcanzando el clímax, ahogando gemidos en labios amados y colmándonos la una de la otra...

La sentí respirar agitada bajo de mí, abrazarme con fuerza, besarme el cuello, me miró y vi la felicidad en su cara, sus ojos reflejando los míos como nunca otros lo hicieran. Cuan enamorada estaba de esta mujer, cuanto parecía quererme y desearme también ella, que volvimos a besarnos y acariciarnos, y así, sin darnos cuenta, se nos pasó entre placeres y gemidos el día.


(esta escena va dedicada a mi amiga María (Gaia) Fos, que si no la escribo revieeeenta. ¡Pues oye! A ver cuando quedamos "R.M" y m'onem a fer-nos una orxateta a Alboraia como Carmen y Sofía)

Desperté cuando el sol estaba ya relativamente alto, cuando inundaba en su totalidad mi habitación, y con la agradable sensación de una compañía deseada, compartiendo colchón.

Me giré y la vi, perfilada por los rayos que penetraban sin miramiento los cristales. Vi a Carmen a mi lado.

La sonrisa se instaló voluntaria en mi boca, deleitada de lo que mis ojos veían, y sin que yo se lo mandara, mi mano se dirigió a su rostro, deslicé mi índice por su perfil, desde su frente hasta sus labios, sintiendo su suavidad.

Debí despertarla, porque sonrió. Me incorporé un poco y la besé.

Carmen abrió los ojos y me miró somnolienta. Ya era tarde por la mañana, pero se le notaba todavía cansada. La noche había sido... ¿dura? No, dura no, pero sí muy, muy larga.

  • Buenos días, Sofía.

  • Tengo hambre - espeté yo sin más. Me miró con indignación fingida.

  • ¡Buenos días, Sofía!

  • ¡Ay, perdona! Era mi estómago el que hablaba, no yo. "Bon día", Carmen.

Me acarició un mechón de pelo.

  • ¿Tienes hambre? - asentí-, desayunemos entonces.

  • ¡Vale! - salté de la cama, ya estaba casi en la puerta cuando me acoré de algo-, espera... mi nevera está vacía.

  • ¿Vacía?

  • Claro... - me acerqué a la cama, me senté y le besé-, ¿es que no recuerdas nada de anoche?

  • Uy, sí. Como iba a olvidarme... si fue genial.

  • Tú - le toqué la punta de la nariz-, estuviste genial.

  • Tampoco tú te quedaste corta Caulous...

  • Sí... lo sé - simulé ser una amante sobrada-, en fin... ¿qué esperabas?

  • De ti, menos no, por supuesto.

  • Uy... peligro Carmen.

  • ¿Por?

  • Mi ego, recuerda como se llega a hinchar.

Volvió a reír, volvió a embelesarme.

Verla reír, sonreír, estar feliz gracias a mí, parecía ser la causa última de mi vida.

  • Pues a mí no me mires... hace como una semana que no hago la compra.

  • Vale... ¿y qué hacemos? Mi estómago se retuerce, amor...

  • ¿Qué hora es?

  • Casi las doce del mediodía.

Resopló

  • A estas horas antes nos dan a comer, que a desayunar, en cualquier sitio al que vayamos - se quedó pensativa. Yo no sabía que decir, estaba centrada en que mi estómago no me devorara a mí misma-, tengo una idea.

  • Dímela, ya.

  • ¿Te gusta la horchata?

  • Ni idea, nunca la he probado, aunque recuerdo que a Antonio le encantaba...

  • ¡Pues ya está! ¡A Alboraia que nos vamos, a desayunar horchata!

Le miré desganada.

  • ¿A Alboraia? ¿Ahora?

  • Que sí mujer, si en un momento con el EMT llegamos. Va, vístete y "m'onem", que te voy a llevar a la mejor horchatería de la zona.


En poco más de media hora estábamos en la playa, en la Avenida de la Horchata... ¿o era de las chufas? ¿o de las horchaterías? Que más daba, nos plantamos delante de un local ya legendario en la zona, la Horchatería Daniel.

  • Carmen... cariño... - Sofía estaba protestona-, es casi la una... porque no vamos a comer algo como Dios manda...

  • Sí señora, tú lo has dicho. Como Dios manda. Vamos a atiborrarnos de horchata fresca y "fartons", venga para dentro.

Estiré a Sofía del brazo y le obligué a entrar en el local, una construcción que venía a ser una casa típica Mediterránea, con arcos en el porche, y toda encalada, con ventanas de madera oscura y dos plantas. Cogidas aún de la mano nos plantamos delante de un camarero.

Las paredes, recubiertas de azulejos de colores, estaban ocupadas por percheros que parecían hechos de la misma madera que las ventanas, y fotos y firmas de personajes ilustres que visitaron la horchatería, la más famosa de toda la Avenida, de toda Alboraia, probablemente de toda Valencia.

El chico nos acompañó hasta una mesa que había en un rincón, al lado de una ventana que daba al patio, terraza de verano del local.

Pedí dos horchatas grandes y líquidas, bien frías, (Dios sabe que en mayo, en Valencia, el sol puede apretar como si fuera julio) y dos raciones de "fartons", que, según me asaeguraron, estaba recién horneados... sí, desde la cocina podía sentir salir el olor de la masa aún caliente y del azúcar recubierto sobre ella.

Estábamos curioseando desde nuestros asientos los retratos de famosos, cuando nos trajeron lo pedido.

Le plantaron un vaso enorme a Sofía, que miró extrañada el líquido blanquecino y dulzón de su interior.

  • ¿Esto es la horchata?

  • Sí señorita. Leche de chufa... las chufas también están buenas crudas.

Olisqueó la bebida un poco por encima.

  • Al menos huele bien...

  • Claro que sí, ya verás que buena está. Pero tómatela con calma, o te empachará.

  • De acuerdo...- yo ya había mojado mi primer farton en la horchata, y decidí sorber un poco con la pajita, para verificar que estaba, como realmente estaba, deliciosa. Sofía masticó un farton sin mojarlo. Parecía que le diera algo de reparo, o que estuviera pensando en algo-, oye Carmen...

  • Dime.

  • ¿Tenías pensado algo en especial para este verano, para después de los exámenes?

  • Pues... pasaré algo de tiempo en mi pueblo, pero si te refieres a viajes y eso... no, la verdad es que no. ¿Por?

  • No... por... estaba pensando...

  • Ya, pues deja de pensar, y prueba de una vez!!

Pegó un leve sorbo al vaso, saboreó y se relamió, pero no dijo nada. Iba a preguntarle, impaciente, cuando ella habló.

  • Yo... es que lo decía por si te apetecía venir a Grecia unos días... - me quedé boquiabierta, mientras ella seguía bebiendo-, la verdad es que está deliciosa, sí.

  • A Grecia...

  • Sí, a Grecia, ¿quieres?

Irme a Grecia con ella... a una de las dos cunas de la cultura occidental, al alma del Mediterráneo, Atenas, el Partenón, Olimpia, Creta, las Islas Griegas, el Mare Nostrum azul y cálida, las casitas redondas y encaladas en los bordes de los acantilados... la tierra seca llena de olivos, Sócrates, Platón... a Grecia...

  • ¡Carmen! ¿Te pasa algo? Todavía no me contestas...

Es que no me lo acababa de creer, a su hogar, con Sofía, a Grecia...