A la carta más alta
Me ganó la apuesta y yo debía obedecerla en todo...
A la carta más alta
-Apostemos por algo que duela- dijo ella cuando ya me había ganado como cuatro veces al poker. No respondí de inmediato, fantaseé un momento con jugar a una prenda, a es que en ciertos momentos me dolía en el alma ese cuerpo suyo, negro y lustroso a veces, oscuro y suave en la noche. Afuera llovía y ella no quería que me fuera a casa. Era viernes, faltaban dos días para el examen, estábamos exhaustos de estudiar y habíamos comido un sándwich de jamón y queso, su hermana había salido con el novio y el cuartucho que ambas alquilaban estaba apenas iluminado por una vela artística de esas que hacía su hermana entonces apagón y tormenta, en fin eran tiempos felices, yo apenas tenía mi bohemia de poeta pueblerino y el sueño de ser abogado alguna vez, ella, pues para resumir diré que su estudio tiene una placa de bronce que dice Jazmín E. de Estévez, Abogada, y que quince personas trabajan para ella cosas de la juventud, me moría por besarla y tenía que conformarme con ser su confidente, depositario de sus penas de amor con otros tipos
-A veces confío tanto en ti que me da miedo, tiemblo de solo pensar cómo me sentiré si llegaras a traicionar mi confianza- dijo una vez mientras estudiábamos, casi a las tres de la mañana, ella en su cama y yo sentado a su lado, yo leía en voz alta el tratado de finanzas de Vilfredo Pareto, ella se daba vuelta cada tanto y tomaba apuntes, y ese culito redondito, hermoso como una tentación, me desconcentraba a cada rato apostar por algo que duela, ¿qué podía dolerme más que desearla y tener que mantenerme a distancia, sin esperanza?
-De acuerdo- dije sin demasiada convicción.
Cuando quise barajar las cartas ella me quitó el mazo.
-A la carta más alta, si ganas tú pones el premio o la prenda que quieras, si yo gano pues tendrás que hacer lo que yo diga y sin chistar
Vi el lavaplatos lleno de trastos e imaginé por anticipado mi castigo la lluvia y los truenos ponían al mundo a temblar saqué del mazo el 6 de trébol y me quedé expectante, ella dio vuelta su carta con aire de triunfo en la mirada, una jota de diamante. M dirigí hacia el lavaplatos. Esa no es tu prenda, tonto dijo ella.
-Siéntate- me ordenó y se puso a buscar en un cajón de la cómoda. Sacó un pañuelo de seda, negro, me vendó los ojos, me hizo poner de pie y dar varias vueltas.
-Ahora tienes que tocarme- dijo. Yo avancé a tientas, con los brazos extendidos, tropecé varias veces con la mesa, con el borde de la cama, toqué la puerta, mientras ella se despanzurraba de la risa, hasta que dijo Estoy aquí ven me guié por el olor de su perfume, extendí un brazo, ella me tomó una mano, la guió por su hombro derecho, la bajó lentamente, mi palma se encontró con un seno palpitante, tanteé el pezón durísimo, ahora usé mi otra mano para recorrer su piel, supe entonces que mientras se reía de mi ciega torpeza se había estado desnudando, se dejó abrazar, acaricié su espalda, mis manos bajaron hasta esos glúteos redondos, carnosos, mientras ella me seguía besando, dejé que mi lengua jugueteara en su cuello cuando ella comenzó a descorrer cierres, a desprender botones, y luego de una dulce eternidad, estuvimos sobre la cama, sus pezones se alternaban en mi boca, me besó el pecho, su boca llegó hasta debajo de mi ombligo y, en una fracción de segundo, sus dedos me bajaron el prepucio y sentí que mi bastoncito erguido entraba en esa cuevita deliciosa y tibia, la sentí cabalgar sobre mi pelvis, enloquecido de placer y de pasión, su boca se abría para tragar aire y el meneo de sus senos me enloquecía como si una tempestad se apoderara de mi sangre traté de calmarme, de controlar mi orgasmo que estaba a punto de estallar, ella se seguía moviendo mientras yo tragaba aire, -Oooohhh, vente ya ya -pidió ella y la escuché gemir y ronronear como una gatita y solo entonces me dejé diluir en un espasmo que parecía fundir mi piel con su piel.
-¿Te sientes bien?- preguntó ella después de un ratito de silencio. Le respondí con un beso y cuando descubrió que mi erección había regresado tironeó de mi brazo y me colocó encima de ella, le di un beso mientras sentía cómo su mano guiaba mi pene hacia el interior de su almejita mojadita y cálida