A dios rogando...

Todos los hechos y personajes de estos relatos eróticos (incluida yo misma) son ficticios, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia… ¿O quizá no?

Esa mañana Daniela se había levantado temprano. Normalmente le costaba horrores madrugar y cuando no tenía nada que hacer se quedaba acostada hasta las diez o diez y media. Le encantaba remolonear en la cama con el clásico “un ratito más” o “a la de cien me levanto”. Huelga decir que antes de llegar a contar cincuenta se había vuelto a quedar dormida…

Se dirigió al cuarto de baño y tras asearse encendió la cafetera. La mañana era hermosa y despejada, una mañana de cálida de julio, de un julio que se había presentado caluroso como pocos.

Acabó su café y pensó que le vendría muy bien tomar un rato el sol, hoy no tenía demasiada energía para arreglar la casa o cualquier otra cosa que transformara en actividad su letargo, así que se deshizo de sus braguitas y fue a la terraza a tumbarse. Siempre le había gustado tomar el sol desnuda, le proporcionaba una sensación de libertad muy especial, aunque en público, en la playa, no acababa de sentirse cómoda del todo. Allí en su terraza, rodeada de árboles y con muy pocos vecinos, tomar el sol se convertía en rutina para ella desde marzo hasta casi noviembre, si el tiempo lo permitía.

Anduvo un rato entre sus pensamientos más superficiales, pensando sin estar, estando sin pensar. Reparó en que a su terraza le iría muy bien una manita de pintura e intentó planificar lo que haría en los próximos días… sin éxito. Un impulso, un calor inesperado centraba su atención en la parte baja de su cuerpo. Mucho más abajo del manojo de pensamientos inútiles que la asaltaban, se encontraba el presente, el ahora y advirtió que le apetecía enormemente masturbarse como había hecho muchas otras veces mientras tomaba el sol.

Sus pezones, ya duros y enormes, cobraban vida mientras ella se acariciaba y seguía el camino, mil veces recorrido, topándose con su humedad. En estas estaba cuando alguien tocó el timbre de la puerta de entrada. Por un momento pensó en no acudir pero se le quitó de la cabeza cuando insistieron un par de veces más, “quizás alguien necesite mi ayuda” pensó. Y con todo su pesar, se rodeó de su toalla de baño, se calzó sus chanclas y salió al jardín para abrir la puerta.

Como no podía ser de otra manera en una mañana de sábado, quien estaba fuera era un “enviado de dios” uno de esos hombres que reparten información dejándote pocas posibilidades de explicar que, en realidad, tú no crees en dios, ni en el suyo, ni en ningún otro. Siempre había pensado que el dejar el destino en manos de dios era una excusa “humana” más para evitar la responsabilidad que supone el ser dueño de nuestro propio destino. Dani creía en las personas, en la capacidad de ser y hacer felices a los demás sin que el mañana dependiera de entidades divinas. Inmersa en estos pensamientos andaba mientras se dirigía hacia la puerta. Le sorprendió ver que sólo había un chico, normalmente solían ir en parejas o en grupos.

Saludó pretendiendo no ser desagradable, aunque se maldijo por haber acudido a abrir la puerta.

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Hola.

-¡Hola, buenos días! - dijo el chico.

Tendría unos 30 años, moreno, atractivo. Llevaba camisa con una corbata granate y parecía estar pasando bastante calor.

Los labios hinchados de Dani, los colores en sus mejillas y sus pezones aún erguidos tras la toalla, hicieron ver al chico que había sido un tanto inoportuno. Él se puso tenso y dijo:

-Siento molestarla, si está usted ocupada me marcharé enseguida.

-

No obstante –añadió– ¿puedo dejarle este folleto informativo? Me gustaría que le echara un vistazo.

Dani no dijo nada y alargó el brazo para recogerlo. Le divirtió tener en su “pecaminosa” mano un folleto religioso. Pensando en esto su toalla resbaló dejando al descubierto uno de sus pechos, que el chico no tardó en mirar al tiempo que tragaba saliva. Dani se tapó y se disculpó.

En otra ocasión podía haberse sentido avergonzada en la misma situación, pero había algo en aquel chico, la forma de mirarla, quizás, o el inminente bulto que emergía, segundo a segundo entre sus piernas, bajo el pantalón, que estaba haciendo subir la temperatura en aquella ya muy calurosa mañana de julio...

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¿Querrías entrar y me explicas con detalle? Prepararé café - Invitó Dani.

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¡Cómo no! Dijo él. Un placer.

Dani caminaba hacia la casa pensando, irónica, que el placer estaba por llegar...

Le invitó a acomodarse en el sofá y él se aflojó la corbata, el calor era asfixiante. Dani fue a vestirse con una camiseta de tirantes y un pantalón corto que dejaba al descubierto sus muslos, evitó ponerse sujetador. Se vestía entre impaciente y nerviosa, expectante como un niño ilusionado el día de su cumpleaños, mientras la cafetera hervía en la cocina. El aroma a café invadía ya toda la casa.

Repartió los cafés y el chico empezó a hablar mientras azucaraba el suyo. Ella miraba con atención pero no estaba escuchando. Se fijaba en los labios, las manos masculinas, hermosas, captaba su olor y se sentía aún más caliente que cuando estaba disfrutando de su baño de sol. La humedad empezaba a empapar sus braguitas...

El chico iba a dejar la cucharilla sobre la mesa mientras conversaba pero hizo una pausa pues se percató de que ella no estaba muy atenta. Pensando en si seguir o dejarlo ahí y marcharse, la cucharilla resbaló de entre sus dedos y se le cayó al suelo. Daniela se apresuró a recogerla.

Su cabeza quedaba muy cerca de la entrepierna del “milagro” que por obra divina había irrumpido en su casa y, medio incorporándose, se olvidó de la cuchara y le susurró al oído: “No sé si debería hacer esto o no, en cualquier caso, que tu dios te perdone”. Para cuando el chico hubo interpretado sus palabras, Daniela ya tenía su enorme miembro, erecto, en la boca y lo lamía y sorbía, hambrienta de sexo, como si fuera lo último que le quedaba por hacer en esta vida terrenal…

Como pudo, el “enviado de dios” se deshizo de su corbata y se desabrochó la camisa, Dani le ayudó a quitársela, estaba algo sudado, lo suficiente como para despertar en Daniela las ganas de lamerlo, de probar el sabor de su cuerpo. Dani bajó del todo sus pantalones, su polla, dura y poderosa, seguía pidiendo a gritos ser devorada.

Ella se quitó rápidamente su camiseta de tirantes y el chico observó los maravillosos pechos que tenía, redondos, hermosos. Se deshizo también del pantalón corto que, junto con sus bragas, estaba ya empapado, tan húmedo le resultaba el deseo por aquél desconocido.

Piel contra piel se besaron, se acariciaron, se mordieron. Él la tumbó en el sofá separando sus piernas, empezó a recorrer con su lengua aquel tesoro, rosado y pegajoso, que mostraba su deseo de una forma tan contundente. Lamió y recorrió su clítoris con tal experiencia que Daniela nunca hubiera imaginado la abstinencia sexual como forma de vida de su deseado informador…

La lengua tibia y húmeda del chico llevó a Daniela al orgasmo, perdió las fuerzas, le faltaba el aire pero, aún exhausta, no quería dejar pasar la oportunidad de sentirle dentro, de probar si realmente encajaban. Se incorporó y se sentó encima de él, haciendo desaparecer su miembro, cabalgando lasciva y sin tregua hasta casi asfixiarlo con sus pechos, que golpeaban en su cara extasiándolo y volviéndolo loco… Cuando el placer ya era insoportable, casi doloroso, cuando su pene explotaba, latiendo acelerado, el chico de unos 30 años, moreno, atractivo y ahora sin camisa ni corbata granate gritó: Dioooooooooooooooooooossss!!

Y ambos rieron durante un rato. Al fin y al cabo es posible que dios hubiera tenido mucho que ver en esto…