A Chambear - Gorilas en tu Orto episodio 01
En Ciudad Santiago el sexo gay está a la orden del día. Estos son los relatos cruzados de varios de sus ciudadanos y el como disfrutan de sus vergas y culos todos con todos.
Ricardo Mahón había pasado una mala etapa de varios años sin trabajo, sin apenas dinero y viéndose forzado a prostituirse para poder comer. Al principio las llamadas de hombres para contratar sus servicios las rechazaba con brusquedad, pero pasaba el tiempo y cada vez menos mujeres solicitaban sus servicios. Que fuera un hombre de metro setenta y ocho, de complexión normal, rasgos atractivos, aunque sin nada que destacar, y una verga de tamaño medio tampoco le daba ventaja alguna en un mercado tan saturado de exóticas bellezas de veintiopocos años, algunos hasta menores.
Gradualmente fue cambiando con las llamadas de hombres. Pasó de una respuesta borde a declinar amablemente. De esto cambió a pedir cifras abusivas de tres ceros detrás. Y, finalmente, un buen día, aceptó ofrecer sus servicios a un hombre, aunque solo como activo. Este día cambiaría su vida de una forma que nunca hubiera imaginado Ricardo. Y si lo hubiera echo habría mandado a la mierda a Raul Munioz Mendosa, su primer cliente masculino y el gran jefe de todo el crimen organizado de Ciudad Santiago.
Ricardo sabía muy poco del sexo con hombres, así que, tras darle vueltas durante varias horas, se armó de valor y fué a visitar a un conocido suyo gay. No se llevaban tan bien ni tenían tanto trato como para llamarse amigos, pero sabía que podía confiar en que ninguna de sus preguntas acabara convirtiéndose en rumores dispersos a los cuatro vientos.
Fue un domingo a primera hora de la mañana. Ricardo fue sin avisar, pensando que lo mandarían a la mierda mientras daba al telefonillo. La puerta se abrió, sin pregunta ni saludo alguno. Era extraño, pues aún no habían hablado del tema. Ricardo pasó al edificio, subió hasta el piso y volvió a llamar.
Le abrió Carlo Vela, un hombre de unos treinta, como él, en calzoncillos, con el pelo revuelto y una botella de vodka casi vacía en una mano. Tras abalanzársele para darle un beso en los labios, casi tirando a ambos al suelo, Carlo se dio la vuelta, diciendo unas palabras apenas ininteligibles, se volteó, quitó la ropa interior y fue a su cuarto.
Ricardo lo siguió, encontrándolo tirado bocabajo en la cama y con varias botellas más de bebidas alcohólicas vacías desparramadas por el suelo. La primera idea era preguntarle, pero al verlo inconscienste sobre la cama, desnudo y desvalido cambió de táctica. Se desnudó, dejando la ropa sobre el sofá del salón, se masturbó para ponérsela erecta, pensando en el incidente en la casa de playa de Marta unos años atrás, y regresó al cuarto, pensando en venganza.
Se puso sobre Carlo, dispuesto a follárselo, pero vio algo que ya ocupaba su culo. Lo sacó, viendo un consolador con un grabado donde ponía “de tu amigo Richi, así podrá gozar mi nabo sin yo volverme trolo”, con algunos pegotes de caca. Pero le dio igual. Lo arrojó a un lado y, sin lubricar ni nada, metió su verga de una hasta que sus huevos dieron contra el culo de Carlo. Este apenas dio un leve gemido, pero ni se movió.
Ricardo aumentó el ritmo, haciendo que el sonido de sus huevos chocando resonara en las estancia casi tanto como su respiración agitada. Se corrió dentro entre espasmo de placer y un gemido de macho dominante. Le había gustado la experiencia, con lo que decidió quedarse hasta que Carlo recuperara el conocimiento. Y, en lo que eso pasara, cada vez que recuperara la erección volvería a follar el orto al que se había convertido, sin saberlo, en su muñeco sexual.
Estuvo cinco horas, durante las cuales debió correrse lo mismo cinco veces en el orto del borracho. Cada vez que la sacaba le metía el dildo para que no saliera ni una sola gota de su semilla. Incluso, cuando le entraron ganas de mear, aún pese a tener la pija tiesa, la metió de nuevo entre esas ricas y calientes carnes y dejó escapar todo su oro líquido dentro de esos calientes intestinos.
Carlo despertó sintiendo unas enormes ganas de cagar, y con el peso de Ricardo encima suya, que volvía a la carga. No saber quien lo estaba montando lo hizo sentir miedo, pues ya le pasó una noche de llegar a casa, olvidarse la puerta abierta y a la mañana siguiente despertar con las pijas del vecino y un amigo de este dentro de su orto. Intentó gritar, pero Ricardo le tapó la boca con ambas manos, y dijo, tratando de calmarlo.
-Calma, no grites. Sabes quien soy y lo mucho que me deseas desde lo de la casa de Carmen.
-¡¿Ricardo?!
Giró la cabeza para mirar al semental que lo montaba, ahora con más intensidad. Ahí estaba él, un macho hetero clavándole hasta que sus huevos chocaban en su culo. Las ganas de cagar persistían, pero se dejó hacer. No tardó mucho en sentir los chorros de leche caliente dentro de su ya saturado intestino. Tras sacarle el miembro su violador, ahora consentido, le metió el dildo y le dijo al oído.
-Ahora haz lo que tengas que hacer.
Se retiró, a lo que Carlos dio un salto, se puso de pié y entro al cuarto de baño, donde echó todos los mecos, los meaos y algún que otro tropezón.
Continuará...