A Chambear - Examen Anal episodio 09

En Ciudad Santiago el sexo gay está a la orden del día. Estos son los relatos cruzados de varios de sus ciudadanos y el como disfrutan de sus vergas y culos todos con todos. / Este es independiente... de momento.

Un lunes cualquiera. Los exámenes habían comenzado hacía un par de semanas y desde entonces Rolando no había tenido ni un solo minuto de descanso. Y no era precisamente por ser un estudiante aplicado y obediente, sino más bien por lo contrario. Sabía que iba a suspender al menos cinco asignaturas, pero ni la idea de repetir parecía afectarlo. Su padre ya lo había amenazado, que como suspendiera una sola no vería la luz del día. Y, tras la muerte de su madre en un terrible accidente de auto, su padre era la única familia que les quedaba a Rolando y a su hermano Marco, dos años mayor que él.

Marco, pese a ser el joven de las rastas, los piercing y los tatuajes, era el estudiante aplicado. Salía de fiesta, pero solo cuando los estudios se lo permitían. No había ninguna mina en su vida, ni ningún chacal. En lugar de eso había descubierto que era mucho mejor esperar a que llegara su hermano de esas borracheras que se pegaba con sus amigos, colarse en su cuarto y darle por el orto.

Él nunca recordaba las violaciones nocturnas de su hermano a la mañana siguiente, y tampoco recordaría las de sus amigos si no fuera porque estos siempre le tomaban el celular para filmarlo y tomar fotos. Marco no se atrevía a decírselo, pues él era su hermano y bien le hacía lo mismo, pero consideraba que los amigos de su hermano no lo querían como camarada sino como muñeca hinchable.

Rolando bajó a desayunar. Marco estaba en el cuarto de baño, meando, cuando vió pasar a su hermano a toda prisa hacia la cocina. Sabía que algo tramaba, y no era bueno. Se subió la cremallera y bajó tras su hermano. El padre los esperaba en la cocina, vestido únicamente con un delantal y haciendo pancakes. Rolando cogió un par, le echó sirope y las tomó a toda prisa. Marco se quedó embobado mirando el trasero de su cuarentón padre. Unas nalgas firmes, sin apenas vellos, con forma cuadradita, un ano... se fijó que su padre se estaba separando las nalgas con ambas manos y lo miraba.

-¿Al señor le gusta lo que ve o se va a tomar el desayuno?

-Si, papá... diiigo... ¡no, papá! Esto... que me tomo el desayuno pero tu culo...

-Hijo, si tienes dudas con tu sexualidad sabes que podemos hablar.

Dijo el padre, ya caminando hacia su hijo y sin exhibir nada de forma obscena. Marco se dio cuenta que su hermano se había ido, se tomó el desayuno a tosa prisa, abrazó a su padre, agarrándole inconscientemente las nalgas y se marchó a toda prisa. No llegó a ver como a su padre se le había formado una gran erección ni el como este, con cara de fastidio, volvía a ponerse frente al ordenador a masturbarse para saciar su apetito sexual. Otra vez.

Rolando corría al punto de encuentro, en un parque a un par de cuadras de la escuela. Había descubierto el gusto de su profesor de latín por la carne de hombres jóvenes y habían llegado a un acuerdo. Miró el reloj, iba bien de tiempo. A las doce debía estar en unos urinarios públicos que había en dicho parque, ponerse una máscara que le había dado el otro día y quitarse los pantalones. La máscara no tenía aperturas para ver y llevaba incorporado un tubo corto que insertaba en su boca y no le permitiría cerrarla, pero no la veía tan incomoda.

El maestro llegaría con unos amigos, los cuales le cogerían el orto y la boca. Si lo hacía bien aprobaría latín. Si lo hacía muy bien era posible que sacara varias matrículas de honor en varias asignaturas. El sonido de una rama chascándose, como si alguien la hubiera pisado, le hizo volverse de inmediato, pero no había nadie. Siguió caminando, preguntándose quienes serían los demás invitados a la fiesta y como se valoraría su actuación. A lo lejos ya se veía la entrada a los mignitorios, unas escaleras que se hundían en una colina entre los árboles. Ahí el profesor, fumando un puro. No había nadie más, o aguardaban a se pusiera la máscara para que no supiera quienes eran.

Marco, que se había escondido tras unos árboles para evitar ser visto, aguardaba en silencio, preparando la cámara de fotos de su móvil. Algo de todo lo que estaba por acontecer no le gustaba ni un pelo.

Continuará...