A Chambear - Con la Ley fuiste a cojer episodio 07

En Ciudad Santiago el sexo gay está a la orden del día. Estos son los relatos cruzados de varios de sus ciudadanos y el como disfrutan de sus vergas y culos todos con todos.

Varias horas atrás, mientras Carlo estaba todavía inconsciente y alcoholizado en su casa con Ricardo empujándole los frijoles y llenándolo el orto de mecos, en la comisaría del distrito de Rosaura el detective Andecochea estaba reunido con el teniente Perez Mendosa. El cabo Miguel Kentaro había sido pillado en los baños de la comisaria teniendo sexo con Claudia, la hija del teniente, una cría de apenas dieciséis años. Pero el Señor Perez no quería limitarse a las vías oficiales para castigar una actitud que, pese a ser impúdica no era formalmente ilegal, pues la joven lo hacía de forma consciente y voluntaria.

Aún le venían las imágenes a la cabeza. El cabo desnudo, un macho peludo y musculoso de metro setenta y cinco, con una verga no muy larga pero si bastante gorda entrando en la estrecha vagina de su niña, la cual gemía como poseída. Estaban de pie. Él la sujetaba de los muslos y se la clavaba desde detrás, viéndose claramente el bulto de su vergota en el delgado vientre de la muchacha.

Luis Enrique necesitaba quitarse eso de la cabeza, así que se bajo la bragueta, se sacó su propia pija y se dirigió al detective, el cual le era leal y obediente con todo.

-Señor Andecochea, antes de tratar el tema espero esté dispuesto a dejarse las rodillas por su jefe.

No hubo más palabras, el joven y apuesto detective, de metro sesenta y cinco de estatura, bien musculoso y de rasgos aniñados, a pesar de contar con veinticinco años, se arrodilló frente a su cincuentón, barrigudo y vergón superior y se llevó el glande de este, del tamaño de una mandarina, a la boca, lamiendo con ansias todo el precum. El teniente disfrutaba de la mamada, pero el teléfono sonó, rompiendo la magia del momento.

Andecochea estuvo a punto de dejar su trabajo, pero la mano en la nuca de Luis Enrique le indicó que no parara mientras que con la otra respondía a la llamada. Era la esposa de este.

-Hola, cariño... si, aquí todo bien. No, no te preocupes. Si, la niña dijo quería ir al zoo de mi hermano, creo que quiere ver los gorilas que nos regalaron de la embajada de Uganda. Bueno, cielo, se me acumula el trabajo.

Pese al gran placer de la boca del pequeño españolito que tenía entre sus piernas de chacal mexicano no exteriorizó gemido o sonido alguno durante la llamada. El detective se sintió sucio por lo que hacía, pero no le quedaba otra. En el pasado tuvo una serie de problemas cuya solución vino de la mano del entonces cabo Perez Mendosa. Le debía gratitud y tragar con lo que este le dijera. Y con sus mecos, si hiciera falta, tal como era el caso, pues Luis Enrique agarró al distraído muchacho de la nuca, le dio dos buenas metidas a fondo y se corrió con tanta fuerza que un pequeño chorro de mecos salió a presión por sus fosas nasales.

El detective Andecochea se puso en pié en lo que el teniente se guardaba el arma no reglamentaria y se subía la cremallera del pantalón.

-Tome asiento, por favor.

Le indicó con formalidad mientras le tendía un pañuelo de papel para que se limpiara los restos de la corrida, que le manchaban todo el hocico. Este lo aceptó y se lo pasó por la nariz y la boca.

-¿Que deseaba, mi teniente?

Continuará...