A cenar
Pía y su novio invitan a Mariela a cenar.
Me dijeron: "Mariela, nos gusta tus jeans, nos gusta como te aprietan el trasero" Siempre me gustó usar los jeans ajustados y a la cadera. No se exactamente por qué, pero me sentía segura. Hasta ese momento: Pía y su novio me desvestían con la mirada y se habían atrevido alabarme de una manera tan vulgar que me dejó paralizada. Yo no tenía dónde sentarme así que me quedé parada frente a ellos, mientras me observaban. Pía le comentó a su novio: "tócala por debajo, a ella le gustará ahí". Él se acercó a mí y pasó su mano gruesa por entre mis piernas y dijo: está caliente por aquí abajo. Pía respondió: "está completamente caliente, idiota. ¡Mírala!, es una morena delgada, de piernas largas, de cabello largo, ondulado y castaño; ojos de chocolate". Yo me sonrojé ante la descripción que hacía Pía sobre mí, pero mi reacción fue menos notoria que los suspiros de placer que solté al sentir una mano robusta acariciándome la vulva. Sentía que el clítoris me explotaba por dentro; a través de mi bóxer y la áspera tela del jeans. ¡Mmm! En ese momento, el novio de Pía agregó: "olvidaste mencionar sus caderas. Sus caderas son exquisitas".
El novio de Pía siguió acariciándome. Yo cerré los ojos y lancé mi cabeza hacia atrás y mi cabello resbaló por mis hombros. Dejé la boca abierta para respirar. Necesitaba más aire. Mi corazón latía muy rápido. De pronto, y cuando parecía que no iba a aguantar más, sentí unos dedos sobre mis mejillas que bajaban, recorrían mi cuello y se deslizaban por mis pechos y pasaban por el medio hasta meterse por la abertura del escote de mi blusa y encontrar mi brasiere. Eran los dedos de Pía. Abrí los ojos y la vi: Linda chica, 19 años, a penas un par menos que yo. Era un poco gordita. Sin embargo, tenía unos senos enormes, tan grandes que parecían reventar su polito. Se notaba el relieve de sus pezones. Su novio hacía lo suyo por abajo. Y, en un momento me desabotonó el jeans y con algo de dificultad, por la estrechez, consiguió arrancármelo de las piernas. Quedé indefensa. Sólo mi bóxer me protegía de la intemperie.
Como estaba muy distraída mirando lo que me hacían abajo, Pía me tomó de las mejillas y me besó con sus labios gruesos y húmedos. No tuve que esperar mucho para sentir su lengua larga dentro de mi boca, como una serpiente, buscando la mía para frotarse y compartir saliva. Cuando los labios de Pía se separaron de los míos se estiró aquel líquido desde nuestras bocas, acaso una mezcla oral que, a la vista del novio de Pía, causó un temprano derramamiento de semen. Entonces él dejó de masturbarme y se tendió sobre el piso quejándose. Ahí lo vi bien: A través del pantalón mojado se le veía apretado un pene grande como una trompa de elefante.
En ese momento Pía se molestó conmigo: "¡eres una perra, Mariela, una perra... mira lo que le hiciste!". Yo no comprendí bien su actitud pero, como estaba entrando a un orgasmo, decidí no parar y seguir la corriente: "¿Qué puedo hacer para remediarlo?" Ella respondió: "Tú calzón, dame tu calzón". Entonces me quité mi bóxer de licra, y lo hice resbalar por mis piernas. Cuando lo tomé para dárselo a Pía la encontré chupándole el pene a su novio. Lo hacía muy rápido. Parecía una máquina. Ella gemía atragantada. Su novio también lo hacía. Yo estaba confundida. Pero de pronto Pía lanzó la orden: "Oye, putísima, ¿Qué haces ahí parada? Dale tu calzón a mi novio ¿no ves que lo quiere?" Se lo di. Inmediatamente él se lo llevó a la boca y comenzó a lamerlo, a buscar con su lengua algún rastro de mi excitación previa. Parece que lo consiguió; porque entre la mamada de Pía alcanzó a decir: "Mmm, esto está buenísimo". Pía, entonces, se detuvo y me cogió por mi cabello: me hizo ponerme a gatas y frente al falo de su novio. Me dijo que continuara lo que ella había estado haciendo. Lo intenté y me gustó. Eran dos cosas que se combinaban: una carnosidad larga, gruesa y caliente; y la saliva y el olor de la boca de Pía. Chupé ese pene como quise, hasta adentro, hasta que llegó a mi garganta. A la par, Pía se sentó atrás mío y, con la delicadeza que sólo una mujer tiene, buscó entre mi vagina el clítoris. Con sus dedos lo acomodó y de pronto... de pronto...
Grité. Grité de placer.
Pía, con su lengua, había tocado una de mis teclas. Y no una vez, sino varias. De pronto me sentí como su novio se hubiese sentido en plena felación. Había alcanzado la cúpula de mi orgasmo. Ya nada me detenía. Pía se dio cuenta inmediatamente. Así, le comentó a su novio: "Esta perra ya está lista. Ponla sobre la mesa". Yo no sé cómo lo hicieron, o preferí no saberlo. Lo cierto es que en un abrir y cerrar de ojos estaba tendida sobre el tablero del comedor mientras el novio de Pía me tomaba por las piernas, me las abría y me jalaba hacia él. De pronto, con sus manos acomodó su pene dentro de mí. Al comienzo me dolió, porque era demasiado grande pero, con las entradas y las metidas llegué a soportarlo y a disfrutarlo. Gritaba de placer. A él le gustaba que lo hiciera. Cuando me escuchaba pisaba el acelerador y me cogía más y más rápido. Pía ¿Dónde estaba Pía? No la veía. No podía. Tendida sobre la mesa, me iba desbaratando. Todo rebotaba en mí: mis pechos, mis brazos, mi cabello. Comencé a sudar. La mesa empezó a mojarse, a lubricarse y ha hacer que me mueva a través de ella más fácilmente.
De pronto, sobre mi cara apareció Pía. Quería que le devuelva el favor. Se estaba colocando a gatas para que le pase la lengua por su concha. Traté de compensarla, entonces. Entre sus vellos, descubrí que sabía a sal. Ella comenzó a mostrar placer; inclinó su cuerpo hacia el mío y, cogida de mis caderas desnudas, se atrevió a lamerme por encima de mi vagina. Fue en ese momento que, no me explico cómo, me volví a empapar: mi vagina escupía más lubricante. Entonces no me pude contener. Grité lo más fuerte que pude. Pía hizo lo mismo. Pero, como estaba encima e mí, derramó su líquido en mi cara. Nunca pensé en hallarme ahí: con la boca abierta, tratando de probar ese elixir femenino.
Pía, entonces se levantó. Estaba muy molesta. Se puso frente a mí y me lanzó una cachetada: "¡Cállate, perra, que vas a despertar a mis papás!". Entonces volteó mi cuerpo hasta que quedé boca abajo, luego se sentó sobre mi espalda y me tapó la boca con sus manos sudorosas. Con mi sudor esparcido sobre la mesa mi piel se deslizaba como en mantequilla. Entonces, en mi trasero desnudo, entre mis glúteos, sentí un líquido caliente y espeso. Era el esperma del novio de Pía que se deslizaba por un camino angosto rumbo a mi orificio. Pía instó a que su novio siguiera, que derrame hasta la última gota en mí. Después, como niña abalanzándose sobre una torta de chocolate, se lanzó hacía mi culo y metió su lengua para explorar; degustar cómo sabía el semen de su novio en una tierra extranjera. Así me limpió.
Pía y su novio se vistieron rápidamente. Yo, por acabar con mi orgasmo, me quedé desnuda unos minutos más; momento en el que la pareja, tras darse unos besos babosos comentaron ante mí: "buena chica". El novio de Pía se despidió: "Tu amiga estuvo rebuena, ojalá nos la podamos tirar otra vez juntos. Vuelve a invitarme a cenar así". Entonces, tomó mi bóxer abandonado en el piso y se lo llevó.