A casa - Jaime - El Amo novato 4
En el papeleo se descubre el engaño de Rocío. Con consecuencias para ella
Se levantaron y preguntó al camarero dónde era los del papeleo. Este le señaló una puerta que ponía «Privado». Jaime abrió la puerta y ofreció pasar a maría siguiendo sus costumbres y caballerosidad vainilla. Ella se extrañó.
— Fefegía entgag ustef frimego , Amo —susurró María—, es el fgofogolo .
—Pasa —replicó él en voz alta, cayendo en el fallo de su papel de dominante de otro lugar que había dicho antes—. Tengo algo que hacer. —Se giró hacia Rocío—. Tú perra. ¿Por qué nos has seguido si aún no te han llamado? —Y sin esperar respuesta—. Ya que estás aquí espera arrodillada fuera. Cuando te llamen ya entraras.
Entró en la sala suspirando para sí, pensando que había arreglado el error de protocolo. Pedro estaba sentado en una silla y María arrodillada al lado de la otra. Detrás de la mesa una mujer rubia de exuberantes pechos y ojos azules vestida de látex los miraba.
—¿Problemas domésticos? —dijo la desconocida.
—No. Creo que aún no. La otra sumisa subastada. Me da la idea que es más novata de lo que dice.
La mujer apartó la carpeta que tenía y abrió otra. La cerró.
—Debe serlo. Apenas hace un mes que cumplió los dieciocho años. Nadie de este mundillo se habría arriesgado con una menor.
María miró a Pedro, su antiguo Amo. Este parecía que con él no iba la conversación, pero ella sabía que había comprado a dos chicas de Europa del este una de doce y otra de catorce años.
Volvió a la carpeta inicial.
—Ana María Moruno Cruz, socia 969, sumisa estable de Dom Pedro Orgaz, socio 389, ha sido subastada por este y adquirida de forma permanente por Don…
—Jaime Danzi —contestó él.
—Jaime Danzi —continuó la mujer—, por la cantidad de cinco céntimos que han sido abonados en el mismo momento de cerrarse la subasta según atestigua nuestro subastador socio número 11.
»Ana María, ¿das tu consentimiento al resultado de la subasta?
—Sí Ama. Siemfgegue el nuevo Amo aceffe los límifesfijafos .
—Él era conocedor de ellos y por lo tanto los ha aceptado.
— Guiego que lo haga aguí y ahoga . Exflícifamenfe .
—Bien. Señor Jaime Danzi, ¿acepta someter a Ana María con el único límite de que no podrá abandonarla uy deberá matarla o traspasarla a otra persona que acepte dichos límites?
—Por supuesto que no voy a matarla —replicó Jaime—. Y si no pudiera quedarme con ella le buscaría un nuevo dueño.
—Bien. Aceffo el gesulfado de la sufasfa —dijo Maria.
—¿Sabes que en el momento que acabemos el papeleo no veras más a tu antiguo Amo salvo que coincidáis y deberás servir sin límites al señor Jaime Danzi?
—Sí. Lo estoy feseanfo .
—Bien. Si hacen el favor de firmar cada uno en su lugar, en las cuatro copias. —Les entregó cuatro hojas con espacios para firmar etiquetados como «Cedente», «Adquiriente» «Mercancía» y «Árbitro» Cada uno firmo en el suyo haciéndolo al final la mujer en el de árbitro—. Trasferencia aceptada y así queda registrada en el audio. Fin de la grabación —Pulsó un botón—. Queda la cuestión de la ropa y otros efectos personales de la esclava. Pero antes cada uno se quedará su copia. —entregó una a Pedro y otra a Jaime—. ¿Te llevas la tuya o la guardo en tu expediente de socia?
— Megog guágfelaustef .
—Bien —Metió dos copias en la carpeta y la cerró—. En cuanto a los bienes de uso de la esclava…
—Si desea cualquiera de ellos son tres mil euros —espetó Pedro—. Sueltos o en paquete. —Se giró a la mujer—. Es lo que habría sacado si su subastador no me hubiera hecho la bicicleta poniendo una subasta detrás.
—No creo que hubiera llegado a tres mil euros —replicó Jaime. De hecho si no se hubiera puesto nervioso habría pujado cien, pero dudaba que aun sin la subasta de después el resto hubieran pujado algo—. Y por una cantidad moderada, cien o doscientos, habría aceptado comprar la dentadura —propuso a ver si aceptaba—… más que nada porque se le entendiese mejor hasta que busque una solución. No me gustan los postizos.
—Tres mil. Es mi última oferta.
—Declino.
—Bien en ese caso hemos terminado Dom Pedro.
Él se levantó. Abría la puerta cuando la mujer lo interrumpió:
—¡Espere! Se olvida los efectos personales de la esclava.
—¡Quémelos!
—Bien le remitiremos el vídeo. —él acabó de salir y Rocío trató de entrar—. Aun no. cierra a puerta por fuera y espera —se dirigió a la mujer y esperó a que cerrase para hablar con Jaime—. Para culminar realmente la subasta debe formalizar su inscripción en el club. Puede pujar pero con el compromiso de inscribirse si adquiere algo.
—Lo sé.
—Este es el formulario. —Le tendió un papel—. Debe rellenarlo y necesito una fotocopia de su documento de identidad.
Rellenó el formulario. En cuanto al tratamiento percibió que había dos apartados: uno para dominante y otros para sumisos. Algunos eran comunes pero ostros no estaban en el apartado de los dominantes. No teniendo clara la diferencia entre Master y Míster, pese a que estaba seguro que ambos eran en inglés, y pareciéndole menos común el primero lo escogió, ya que además estaba disponible en ambos, seleccionando el nombre como opción. Consultó su móvil para la domiciliación de cuota (600 euros anuales los dominantes y 100 por cada sumisa inscrita), firmó y entregó el documento. La mujer lo leyó.
—Bien una última cuestión: —Sacó su móvil y se lo enfocó a la cara—. Mire a la cámara para la foto Master Jaime.
Hizo tres disparos. Jaime esperó que tomase la mejor.
—Puede llamarme Jamie, simplemente. Y por favor tutéame.
—Solo llamo por su nombre de pila a los sumisos… aunque si lo desea. Y lo mismo respecto al tuteo. Solo nos dirigimos así a los sumisos.
»Le enviaré al correo el manual de protocolo junto con el acceso a la app de identidades. Con ella puede saber cómo debe dirigirse a cualquier dominante del club.
—Gracias. ¿Y cómo debería dirigirme a usted?
—Domina Paloma, es suficiente. O Ama Paloma si es switch y en algún momento quiere que le domine. —Le entregó una tarjeta del estudio BDSM que era su otro negocio—. También alquilamos mazmorras si desea probar algún contacto nuevo y no quiere ir a su casa.
»Además como socio del club tiene descuento en varios paquetes en estos tres laboratorios. —Le entregó tres tarjetas—. Accederá a ellos con el código bidi de la app.
—¿Laboratorios?
—Sí. Para los análisis de sangre. ETS y esas cosas, bueno también para ver el estado de salud general.
»Además disponemos de los servicios de estas clínicas. —Le pasó un puñado de tarjetas aunque se las dio una a una mientras las iba nombrando—. Ginecología. Urología, Otra de urología. Dermocosmética, incluido eliminación de tatuajes y otras marcas así como cirugía estética o depilación con láser. Aparto digestivo. Dentista y por último podólogo.
—Interesante. Supongo que amortizaran la cuota.
—No es que haya mucha diferencia en precios… pero todas están gestionadas por socios y la privacidad es completa. Puede solicitar lo que no haría a otro profesional del sector para sus sumisos y no tendría ningún problema legal, aunque en teoría no pudiera hacerse. Siempre naturalmente que la persona afectada aceptase. El consentimiento es vital, claro.
»Y por último algunos servicios no médicos. —Le pasó un nuevo puado de tarjetas—. Aunque no lo crea todos estos comercios tienen su utilidad sexual.
Jaime los miró por encima. Entendía clara la utilidad del sex shop, incluso de la tienda de productos para mascotas o la ferretería, pero dudaba de parafarmacia o de la carnicería.
—Por último aquí tiene la documentación de sus nueva sumisa. —Le entregó un documento nacional de identidad y un permiso de conducción.
En ambos figuraba con la peluca pelirroja, pero nada de ropa sobre la parte visible de su cuerpo, que no era mucha. Le extrañó ver que el permiso de circulación estaba renovado de apenas hacía un par de años. También que efectivamente tenía 45 años, cinco menos que él. Parecía unos quince más mayor.
—Y ahora si llamaremos a la pequeña intrusa. —Se acercó a un micrófono, pulsó el botón—. Marta Moreno Moreno.
Se abrió la puerta y entró la joven.
—Creía que te llamabas Rocío —se dirigió a ella Jaime.
—Ese es mi nombre de sumisa. El otro el que me han impuesto mis padres. —Se sentó en la silla libre—. ¿Podemos hacer el papeleo ya?
—Así es pequeña —dijo Domina Paloma. Tomó el fajo de dinero y se lo entregó a Jaime—. Esto es suyo.
—Creía —intervino Rocío—, que el club me lo guardaría hasta que fuese libre de nuevo.
—Si hubiera cumplido los requerimientos de la subasta sí. Pero no lo hizo, así que esta es nula. —Le entregó un documento de identidad a Rocío—. Esta es tu documentación Marta. Y ahí está tu ropa. —Señaló un vestido túnica azul cobalto—. Espero no volver a verte por aquí porque se te ha vedado la entrada al club. Si vienes serás expulsada.
»Engañaste al camarero diciéndole que eras socia, pero que no traías el móvil. Entraste sin pagar entrada, pese a que estabas obligada a ello al no ser socia y, además, participaste en la subasta en la que solo podían participar socios.
—Un momento —dijo Jaime—, si solo pueden participar socios, ¿por qué a mí sí me han dejado? No he completado mi inscripción hasta ahora.
—Solo pueden ofertar a subasta y ser subastados socios. Pujar puede cualquiera con el compromiso de inscribirse como socio y permanecer al menos un año si obtiene la puja.
—¡Ah! Gracias por la aclaración.
—Bien. Pues con esto hemos terminado. Son las once y media y vamos a cerrar. Que en un rato empieza el toque de queda. —Se levantó y se acercó a Jaime que también se estaba levantando. Le susurró al oído—. Por cierto un dominante siempre pasa delante. Puede ser galante con otras dominas, o con su sumisa en ambientes vainilla, pero no aquí. —Elevó el tono a la vez que le tendía la mano—. Encantada de conocerle Master Jaime. Esperemos verle pronto por aquí de nuevo. —Se giró hacia Rocío—. ¿Qué haces aun aquí niñata? ¿Tengo que llamar a seguridad?
Rocío se levantó como un resorte y salió de la habitación sin despedirse. Jaime la abandonó con parsimonia seguido por una desnuda Ana María. Mientras hacían el papeleo el club había quedado despejado y apenas los dos chicas y el camarero quedaban en la sal realizando la limpieza. Jaime hizo un gesto a Rocío para que esperase mientras él salía. La calle parecía desierta y el coche estaba cerca.
—Sígueme a unos diez metros. —Sacó el móvil y lo puso en grabación colocándoselo en el bolsillo derecho trasero del pantalón. No sabía si saldría algo útil de ello.
Llegó al coche y abrió el portón trasero Poco después llegaba Maria y la hacía entrar en el maletero. Se sentó a los mandos y desaparcó iba a indicar la marcha cuando una chica vestida de azul se paró frente al coche obligándole a pisar el freno. Era Rocío, bueno Marta.
—¿Qué haces aquí? —preguntó él saliendo del coche.
—Por favor… por favor… —Dio dos pasos hasta ponerse delante de él y se arrodilló cogiéndole de las perneras—. Por favor , tómame como tu sumisa.
—La subasta ha sido anulada.
—Lo sé. Pero no tengo a dónde ir. Seré Buena. Aceptaré todas tus órdenes… todo lo que me hagas… Por favor.
Jaime no dejó de pensar que aunque bastante falta de otros encantos era guapa de cara y muy joven y a fi de cuentas María tampoco era exactamente su ideal de esclava, demasiado gorda y avejentada. Si bien las tetas eran grandes también estaban completamente caídas y quizá a Rocío, no, a Marta, le crecieran en un futuro.
—Vale Marta, sube al coche.
—Por favor ¿me puedes llamar Rocío?
Mientras ella subía al coche , por el lado derecho, Jaime se quedó mirándola y luego él entró por el izquierdo. Puso una mano en el volante y la otra sobre la rodilla de Marta… bueno de Rocío. A fin de cuentas qué más da como se llame.
—Si vienes conmigo tendrán que cumplir algunas normas, Rocío. —Le acarició en la parte interna del muslo y ella separó las piernas—. La primera es que nada de tutearme. De hora en adelante me llamaras de usted y me dirás Master. —Ya que era el título que había elegido en el club le convenía ir acostumbrándose a él—. Estoy dispuesto a disculpar algunos fallos, pero otros no. Y estas primeras normas son imprescindibles ¿está claro?
—Sí, Master.
—Bien. A partir de ahora no hablaras si no te pregunto. Para pedir permiso para decir algo levantaras un dedo y esperaras el permiso. Y hasta nueva orden tienes prohibido masturbarte, de cualquier forma que lo hagas.
—Sí Master. ¿Me violará esta noche?
—No. No te violaré. Nunca. Quizá llegue a follarte duro. Muy duro, Pero será porque tú lo aceptaras, lo desearas y me lo pedirás.
—¿No debería ordenármelo usted si es el Amo?
—No. Yo controlaré vuestra vida hasta el punto de hacer que me lo pidáis. Cada uno tiene su estilo.
María en el maletero lo oía también. Pensaba que no tenía muy claro a manos de quien había ido a parar.
—De momento serás mi invitada. Hasta que llegue el momento en que decidas si te conviertes en mi esclava o no. Eso quiere decir que apuntaremos tus faltas pero no se aplicaran los castigos.
»Puedo permitirme gastar unos cientos de euros en ti… A fin de cuentas tus trampas me han ahorrado los tres mil euros que me iba a gastar en tu compra. Serás sometida a las mismas pruebas y análisis que Maria. Y al final si estás sana podrás decidir si te conviertes en mi esclava o no.
—¿Y ella? —Señaló al maletero—. ¿Qué pasará con ella?
—Ella es mi esclava.
—¿Y si no está sana?
—Dejará de serlo.
—¿Seguro? Vi lo que pasó en la subasta. No conseguirías que nadie se la quede.
—Primer fallo. No me has tratado de usted. He permitido tus preguntas porque entiendo que debes ser muy nueva en esto y tienes que tener dudas. Pero hasta aquí hemos llegado por ahora. Podrás volver a preguntar cuando yo te deje.
»Ahora te toca responder a ti. ¿Cómo llegaste hasta el club?
—Andando.
—¿Y a saber dónde estaba?
—Supongo que como todo el mundo. A través de internet.
—¿Por qué quieres ser esclava?
—Porque no me gusta mi cuerpo. Estoy gorda. Y tengo que ser castigada por mi gula.
Jaime la miró de reojo. Así a ojo le echaba unos cuarenta y cinco kilos como mucho, la mitad que él y mediría apenas diez centímetros menos que él, quizás no llegase a esos diez menos. Se le podría decir muchas cosas, pero gorda no era una de ellas.
—¿Cuánto pesas?
—Ahora cuarenta kilos, la última vez que me pesé.
—¿Cuarenta? ¿Y eso te parece mucho?
—Sí. Tengo lorzas.
—¿Y qué tiene que ver el peso con ser esclava?
—Es la solución. Al menos eso es lo que pone en los blogs de Ana y Mia.
—¿Ana y Mia? ¿Son amigas tuyas o influencers ?
—Podíamos decir que influencers .
—¿Ellas también son esclavas?
—Algunas sí. Otras se castigan a sí mismas. Pero yo no puedo. Me falta voluntad y odio el dolor.
—Sabes que si eres mi esclava acabaré castigándote por los fallos y eso dolerá.
—Sí lo sé.
—¿Eres religiosa?
—No.
—¿Y tus padres?
—Ellos no pintan nada aquí. Son unos dictadores que solo quieren anularme.
—Eso es como ser su esclava. ¿No te sirve? Seguro que ellos se preocupan por ti.
—No. Ellos solo se preocupan de follar a todo lo que se le pone a tiro. Pero no a mí.
—¿Por eso crees que no eres guapa? Créeme lo eres.
—¿Qué tiene que ver ser guapa con follar?
—¿Todo se reduce a follar? ¿No sabes que una de las cuestiones que yo decidiré como tu amo es si te corres o no y tendrás que controlarlo. Aguantarte y no llegar al orgasmo aunque te apetezca si yo no te lo digo o correrte aunque no lo sientas si yo te lo ordeno.
—No sé si podré. —«Nunca he tenido un orgasmo —pensó».
—Posiblemente al principio no. Pero con práctica iras controlándolo. Por lo pronto no te podrás masturbar, para que cuando estemos juntos tengas más ganas.
—Ya tengo muchas ganas.
Una luz arriba y abajo hizo que detuviera el coche. Un guardia civil se acercó.
—Documentación , por favor.
Él sacó su carnet. El agente lo miró movió el haz de luz y la enfocó a ella.
—No llevan mascarilla. ¿Son convivientes? Su carnet por favor.
—Ves como teníais que hacerme el carnet. Pero no. Mama y tú solo sabéis discutir y ya tengo catorce años.
—Como oye mi hija no tiene carnet de identidad. ¿Podremos seguir? Me he retrasado por culpa de su madre y me gustaría llegar a casa cuanto antes.
—Siga. Pero procure no alejarse de la ruta más corta.
—Sí agente. En cuanto lleguemos a la ronda norte la cogemos hasta la autovía… pero es que de casa de su madre a la mía sin pasar por la ciudad hay que dar mucha vuelta.
Les dejaron pasar. Quedaba atravesar la ciudad y salir de ella.
—Te has salido del guion… aunque has salvado la situación. Así que apunta un segundo castigo y una medida de gracia.
Jaime cayó en que en el club casi nadie llevaba mascarilla. Claro que solo a las doce de la noche empezaban las medidas, pero el temor era cada vez menor. Este nuevo brote traído por un inmigrante africano parece que afectaba más los foráneos que a los nativos, por eso las medidas restrictivas eran cada vez más contestadas. En la radio hablaban ya de enfrentamientos en zonas céntricas y manifestaciones anti confinamiento. Por suerte él solo tenía que entrar por la ronda de la ciudad.
Al final de la avenida se encontró un nuevo control. Esta vez se puso la mascarilla mientras identificaban al coche de delante.
—Documentación —exigió esta vez un policía nacional.
Jaime sacó su carnet.
—Le ruego que me disculpe pero mi ex mujer me ha entretenido y hasta que no han llegado sus compañeros y el perito judicial no me ha entregado a mi hija.
Rocío con una mascarilla usada de Jaime saludó tímidamente.
—¿Qué edad tiene?
—Trece. Aunque si esto sigue así tendremos que pasar por sus dependencias para obtener un documento de identidad para ella.
—Es extraño que no lo hayan gestionado. Habría simplificado los tramites del divorcio.
—¿Cree que no le sé? Y la puta de mi mujer también que lo único que quiere es ponerme las cosas difíciles. Pero la custodia la tiene ella.
—Pase. Y lleve cuidado.
Tomaron la autovía y en el mismo tiempo que les había costado llegar al segundo control recorrieron cuatro veces más distancia. Llegaron a un bonito chalet en una urbanización de las afueras, dentro de la zona montañosa.