A 120 km/h

Hay veces en los que la mejor medicina para un hombre es conducir.

Las cenas de clase es algo que he odiado y odiaré durante toda mi vida. Cuando llegaban las vacaciones de Navidad o de verano, siempre había alguien que proponía hacer una cena de despedida para así juntarnos todos. Lo más gracioso, es que siempre la solía organizar esa persona que creía llevarse bien con todos los compañeros de clase, pero que luego en verdad no lo soportaba nadie.

Este tipo de cenas parecían estar pactadas por los propios estudiantes, los cuales no habían cruzado palabra entre ellos durante todo el año, pero que aquella noche se habían puesto de acuerdo para ser simpáticos e importales todo aquello que se contaban, en resumidas cuentas, un grupo de hipócritas que se reían las gracias por si el día de mañana necesitasen algo los unos de los otros.

Hacía un par de semanas que no dormía bien, tanto los parciales de diciembre como la gripe, me habían dejado K.O, por lo que mi único pensamiento el último día de clase era; llegar a casa, ducharme y pasarme todas las vacaciones tirado en el sofá viendo series de terror, dejando que la mugre y los restos de comida basura me fuesen devorando lentamente.

Así que cuando llegó el tan ansiado día, salí de la Universidad con ese pensamiento y no con otro. Cuando llegué a casa, me di cuenta que había recibido un mensaje de Brayan;

-Ey, has leído el grupo de clase, han organizado una cena para esta noche, ¿Vienes?

-Sabes perfectamente lo que pienso de esas cenas, respondí.

-Venga ya, no seas aburrido, he hablado con el resto del grupo y vendrán todos, nos lo pasaremos bien; cenamos, nos reímos un poco de la gente de clase y luego nos tomamos unas copas en el garito de Carlos, seguro que nos invita a una copa. Además, he hablado con Andrea y está deseando verte, no puedes desaprovechar la oportunidad.

Después de un par de minutos y unos cuantos mensajes, Brayan terminó convenciéndome de ir a esa dichosa cena. Así que en cuanto pude, tiré el móvil sobre la cama y empecé a pensar qué me pondría esa noche.

Carla y yo llevábamos casi tres años juntos, nos conocimos justamente en la Universidad, en primer año para ser más exactos, pero a los pocos meses Carla se dio cuenta de que se había equivocado de carrera y decidió cambiarse, pero eso no fue un impedimento para que siguiéramos viéndonos y continuar con nuestra relación.

Las chicas de mi clase parecían morirse por los tíos que tenían novia, la mayoría de veces solo querían calentarnos la polla y dejarnos con las ganas, pero en otras ocasiones te encontrabas con Andrea, ella iba más allá, le excitaba el hecho de calentarte al máximo hasta tal punto de tenerte comiendo de la palma de su mano, era entonces cuando te follaba y minutos más tarde de tiraba como un pañuelo usado al suelo. Lo peor de todo no era que pasase de ti, sino que toda la carrera se enterase y más tarde tu pareja, por lo que aparte de coger fama de cabrón, te quedabas sin novia. Muchas veces mis amigos y yo llegábamos a la conclusión de que a Andrea le excitaba más el mero hecho de provocarte, que el de follarte en sí. El llevarte a la cama era ya una facilidad para ella, con eso le demostrabas que te tenía dominado al cien por cien, por lo que lo divertido era ponerle difícil el asunto.

Y después de contaros todo esto, allí estaba yo como un imbécil frente al espejo de mi cuarto, probándome la tercera americana que había encontrado en el armario. Así que tras un par de minutos y habiéndome probado todo lo habido y por haber en mi habitación, salí de casa con una camisa blanca y unos pantalones chinos de color negro, los cuales hacían juego con la corbata y los zapatos que llevaba. De camino al restaurante no hacía otra cosa que pensar en Andrea, yo tenía totalmente claros mis sentimientos hacia Carla, pero ¿Y sin darme cuenta caía en las redes de Andrea? Mi idea era vacilar a esta, mostrándole que no todos los tíos somos iguales, pero el pensamiento de que existía un límite y todos teníamos uno, me hacía replantearme la idea de jugar cara a cara con esa mujer.

Tardé unos treinta minutos en llegar al restaurante, la autovía había sido un trayecto fácil y rápido, pero el centro de la ciudad…estaba abarrotado por el tráfico, la gente apurando los pasos de peatones, etc. Cuando aparqué y llegué al restaurante, en la puerta estaban Marcos, Diego y Brayan tomándose una cerveza.

-Ey David, qué pasa tío, gritaron al unísono al verme, que elegante vas hoy.

-La ocasión lo merece ¿No? Dijo Brayan al mismo tiempo que sonreía y me guiñaba un ojo.

La gente fue viniendo poco a poco, hasta tal punto de estar todos en la puerta esperando. El camarero jefe no tardó en salir y preguntarnos si éramos los que habíamos reservado la mesa de treinta para las diez, así que tras responderle que sí, fuimos entrando todos poco a poco.

Ya fuese por cosas del destino o porque ella misma lo decidió así, Andrea se sentó enfrente mía. Todo podría haber terminado ahí y deciros que la cena transcurrió sin mayor grado de interés, pero eso no sucedió. Aquella noche, Andrea gastó todas sus energías en llamar mi atención, ya fuese; gastando bromas con mis amigos, tirándome bolas de papel que ella misma arrancaba del mantel para acto seguido disimular, dejando claro que ella no había sido, dándome pequeñas patadas por debajo de la mesa, las cuales en algunas ocasiones se convertían en ligeras caricias, etc. Podría haber soportado todo aquello durante la cena, pero hubo un momento en el que aquellas caricias pasaron a algo más. A su pie le pareció interesante la idea de ir escalando mi pierna de abajo a arriba, hasta llegar a la cima y clavar sus dedos en forma de bandera sobre mi sexo, el cual no dudó ni un segundo en comenzar a masajearlo.

Fue entonces cuando decidí que la mejor opción sería ir al baño y echarme un poco de agua por la nuca, no sé si eso conseguiría bajarme el calentón, pero escaparía durante unos minutos de la presencia de aquel ser diabólico. Cuando llegué al baño lo primero que hice fue abrir el grifo con todas mis fuerzas, dejando  que al agua cayese por sí sola, el simple sonido de aquel líquido impactando contra el frío mármol del baño me relajó por un momento. Durante unos segundos coloqué la cabeza bajo el grifo, dejando que el agua cumpliese su misión y bajase la temperatura de mi cuerpo, maltratado por las altas temperaturas que aquella mujer había provocado.

Pero cuando levanté la cabeza y me miré en el espejo, pude ver en él el reflejo de Andrea. Sin poder creérmelo me giré para asegurarme de que todo era fruto de mi imaginación, pero desgraciadamente no lo fue. Andrea se abalanzó sobre mí, devorándome la boca sin aviso y permiso alguno, sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo como si yo tuviese algo que ella ansiaba…y así era.

Aquella mujer no tardó en encontrar lo que quería, mi polla, la cual comenzó a frotar tanto por fuera, como más tarde por dentro de mi ropa. Así que sin entender cómo mi cuerpo no sucumbió ante tremenda tentación, metí  aquellos 25 centímetros de carne erecta como pude en los calzoncillos, me subí la bragueta y tras dar un pequeño salto para lograr abotonar el botón superior del pantalón y ajustarme de nuevo el paquete, salí de aquel bar como alma que lleva al diablo.

-¿Adónde vas David? Eh…Eh…empezaron a vociferar mis amigos, hasta que la puerta del bar se interpuso entre ellos y yo.

Habían pasado apenas cinco minutos cuando ya había llegado al coche, me costaba correr con la erección, pero estaba dispuesto a cualquier cosa  antes de que alguien me viese con tremendo bulto por la calle. Cuando alcancé las llaves del coche, abrí la puerta, me senté en el asiento y tras colocarme el cinturón, arranqué el motor y aceleré con todas mis fuerzas.

Siempre dicen que la noche es el mejor momento para pensar en todo lo que te ha sucedido a lo largo del día, viendo así lo bueno que has hecho y también lo malo, sobre todo lo segundo, para así poder corregirlo y no volver a hacerlo. El problema era que yo no quería recordar todo lo que me había sucedido aquel día, sobre todo durante la cena. Intenté poner música para distraerme un rato y conseguir así nublar mis pensamientos, pero conforme más alta sonaba la música, más fuertes retumbaban los recuerdos en mi cabeza.

La luz que rodeaba las calles de la ciudad pronto despareció, quedando todo reducido a la oscuridad que reinaba en la autovía. Hubo un segundo en el que todo pareció pararse; el tiempo, la carretera, el coche, la música, todo excepto una cosa…el latir de mi polla. Aquel trozo de carne erecta latía de tal manera y con tanta fuerza que por momentos parecía estar viva. Sin saber muy bien cómo sucedió aquel pacto, mientras mi mano izquierda sujetaba el volante, los dedos índice y pulgar de mi otra mano se convirtieron en cómplices, teniendo la misión de ir desabrochando uno por uno los botones de mi pantalón. En un primer momento, todo parecía haber acabado ahí, pero asegurándose mis ojos de que no había ningún coche que pudiese ser testigo de lo que en escasos segundos iba a suceder, mi mano izquierda volvió a la carga, dejando a un lado los calzoncillos y estando ahora cara a cara con mi sexo.

Intenté detenerme, pero un cartel que me avisaba que todavía faltaban quince kilómetros para mi pueblo, me hizo retractarme y seguir con todo. Cada vez que mis dedos, junto con la palma de mi mano agarraban mi sexo fuertemente y lo masajeaban de arriba abajo, llegaba a experimentar una satisfacción nunca antes había tenido, tal vez fuese por el propio calentón del momento, la experiencia de hacerme una paja mientras conducía o cualquier cosa, pero de lo único que estaba seguro es que no podía…ni quería parar.

Aquella sensación se manifestaba en pequeños acelerones de velocidad, mis pies descontrolados por el placer del momento se iban clavando si bien en el embrague, freno o acelerador, según se diese.

La excitación iba creciendo por momentos, hasta tal punto en el que la luna delantera del coche se transformó en una ventana a mi mente. Follarme a Andrea en aquel baño hubiese sido la peor decisión de todas, no solo porque le habría dado la razón a Andrea de que todos los hombres perdemos la cabeza por un coño, sino porque también perdería la relación con Carla, pero…¿Quién dijo que no pudiera hacerme una paja imaginándome que me follaba a Andrea? Eso eran cuernos legales, más que nada porque ni Carla ni Andrea se enterarían, por lo que escudándome en ese pensamiento, proseguí con mi labor.

Si mi voluntad me lo hubiese permitido, no me habría follado a aquella mujer en el baño, la habría destrozado a pollazos hasta conseguir que rogase clemencia por su vida. Andrea había decidido ponerse un vestido de raso, de color rojo para ser más exactos, el cual conjuntaba con su pintalabios. Cualquier otro en mi posición le habría quitado el vestido a Andrea, pero aquella tela lo dejaba todo al descubierto, con tan solo una mirada te dabas cuenta de que aquella Diosa no llevaba ni sostén ni bragas. Me di cuenta de aquello cuando en medio del estruendo formado por nuestras respiraciones entrecortadas, se llegaba a escuchar cierto goteo de un líquido viscoso sobre el suelo.

Tal era el nivel de realismo que mi mente había alcanzado, que el hecho de estrujar y sentir la rugosidad del volante con la yema de mis dedos, evocó en mí la sensación de que los pezones de Andrea debían ser igual de duros y rugosos, por lo que empecé no solo a arañar el volante, sino que por un momento le escupí en signo de desprecio, como si el volante de aquel coche tuviese la culpa de que Andrea fuese tan guarra. Mis manos siguieron recorriendo su cuerpo, al mismo tiempo que lo hacían mis labios, todo aquello se había convertido en una carrera por ver quién hacía que esta se corriera antes. Si en ese momento hubiese estado Andrea conmigo en ese coche, creo que le hubiese metido la bola de marchas por el mismísimo coño hasta desgarrarlo.

Sin pensarlo dos veces, empujé a Andrea haciendo que esta escupiese mi miembro de su boca, el cual llevaba varios minutos felándome. Rodeándola con mis brazos, la recogí del suelo y la puse de pie contra el lavamanos. Así que una vez que mi reflejo estaba junto al suyo en el espejo, levanté ligeramente su vestido y estando seguro de que mi capullo estaba sobre la boca de su vagina, comencé a follármela con todas mis ganas.

Andrea gemía, yo sin embargo le pedía que guardase silencio pero ella en verdad deseaba que nos descubriesen en el baño para así mantener la corona de la guarra de clase. Seguimos follando hasta que hubo un momento en el sentí que me corría…fue entonces cuando un haz de luz me despertó del trance. Con la polla en la mano eché la vista hacia el retrovisor, parecía que algo o alguien había explotado tras de mí pero en ese instante me daba igual, me acaba de correr en medio de la autovía, teniendo uno de los mejores orgasmos de mi vida.

Pasaron varias semanas hasta que un día cuando llegué a casa y abrí la puerta, mi padre me sorprendió con una bofetada en la cara.

-Mira esto, estás enfermo me dijo tras tirarme una hoja de papel a la cara.

Estando todavía en el suelo, agarré aquel papel y pude darme cuenta de que no solo se trataba de una multa de tráfico por exceso de velocidad, me habían pillado a 150 km/h por la autovía, sino que aquel documento iba acompañado de una foto mía; donde se me veía con la polla en la mano en el momento exacto en el que me estaba corriendo. Sin hacer memoria, supe que aquella foto era la mejor que me habían hecho en la vida, y después de aquel día, estaba dispuesto a tener más fotos como esa.