84 en Zamba

Un poco de historia no viene mal. Ahora que es un privilegio y una particularidad. Es bueno recordar que hubo otras épocas y otros pioneros menos dispuestos a descubrir el lado trans del amor. Hubo que deconstruirse.

Lo llamábamos Zé Sergio.

No porque fuera brasilero. Ni por sus constantes subidas por el lateral izquierdo de nuestro equipo. Tampoco por su alegría y expresividad, era más parco que un montañés. Pero entre todos nosotros a él le había tocado un color de piel un poco más oscuro y, aunque no era negro, tenía un tono más que bronceado. Ni siquiera se llamaba José para que ese prefijo “Zé” se le pegara al nombre, pero le gustaba y se lo quedó. Así lo conocimos. Ze Sergio aparecía siempre antes de la hora de nuestras reuniones y se iba último. Muy bien acompañado cada vez que descuidadamente lo encontrábamos, jamás contaba nada, jamás preguntaba nada. Por eso nos extrañó la visita de esa mujer en el bar.

--“Buenas tardes. Soy la esposa de Sergio. Y me permití molestarlos porque hace 3 noches que no vuelve a casa””.

¡La esposa de Sergio!

¿Y quién es Sergio?

Todos se dieron vuelta a mirarme como si realmente yo supiera quién era ese huidizo esposo. Pero se me hizo la luz y relacioné a Sergio con Zé Sergio y traté a la Señora como si la conociera de toda la vida.

--“No sabemos nada, desde el sábado que no lo vemos.”

No mentí. Esa semana nadie lo había visto y apenas unos minutos antes hablábamos de su extraña ausencia sin aviso.

Claro, el drama lo tenía la pobre mujer. Muy linda mujer.

El sábado a la tarde, en el medio del festejo por el cumpleaños de la suegra, Sergio salió por cigarrillos, no se llevó el auto, solamente los documentos, (incluido el pasaporte y la tarjeta de crédito), y ya no volvió.

Nos mirábamos extrañados, Zé Sergio nunca había dicho que era casado y jamás lo habíamos visto 2 veces con la misma compañía.

Éramos testigos de algunos “levantes” imposibles.

Como la tarde en la pileta de Edu, cuando tuvimos que salir a comprar desinfectante y cloro líquido, y mientras la dueña del negocio abría fuera de horario y nos atendía de mala gana, el estaba pegado al oído de la hija de aquella mujer. En el tiempo que tardamos en buscar los 2 bidones y pagar, el llevó a la joven hasta el auto.

Se bajaron antes de llegar de nuevo a la casa de Edu. Sólo con el short, la remera y las ojotas. Apareció 4 horas después a buscar su otra ropa justo antes de irnos.

Otra vez, durante el festejo del campeonato, dejamos de verlo en el medio de un montón de novias y amigas en común para encontrarlo 3 horas después a la salida del vestuario de damas. Prudentemente acompañado.

Sin necesidad de hablar pudimos conocer su principal virtud. Meses de vestuario en común nos sugerían evitar agacharnos frente a él. En cuclillas, y en total reposo, su tronco arrastraba largamente el glande por el piso. No era una pija, era un Monumento al Pedazo. Desde nuestro primer encuentro en las duchas, yo sentí que perdía para siempre la admiración de mis compañeros sobre mis, otrora prestigiosos veinte centímetros.

La esposa de Sergio lloraba. Y lloraba sin compasión posible. Un accidente, un asesinato, un secuestro. Todo lo peor se le ocurría para aquella desaparición inexplicable: “si el nunca faltó de casa y no puede vivir sin nosotros”.

Amigos al fin, desarrollamos un consuelo parecido a la lástima y acompañamos a la buena mujer hasta esa casa que compartía con él, procurando tranquilizarla. Seguí sorprendido por esta realidad hasta que el viernes lo encontré muy desmejorado, con barba de una semana, olor rancio y la mirada desencajada.

Parado enfrente de mi auto estuvo esperando, (supuse y acerté), mi llegada.

--“¡Que hacés boludo acá! ¡Y la reputa madre que te parió! ¡Hace una semana que me banco a tu mujer llorando en mi teléfono y ahora te me aparecés de la nada!”

Le descargué el enojo para sentirme relajado.

--“¡Ayudame Martín, sos el único que puede salvarme!

Me contó desde ahí para atrás y con todo detalle la historia que relato.

--“Que las mujeres son mi perdición, no es ninguna novedad, pero nunca creí que me animaría a llegar a este límite y cruzarlo. Vos sabés que no me cuesta nada levantarme a una mina, pero lo que no sabés es lo que me cuesta dejarlas. No quieren que las deje. Ninguna acepta el final de la relación y jamás están conformes con mis motivos.

Aquella chica de la tienda de cloro sólo aceptó mi ausencia después que la convencí de que portaba un herpes que deformaba mi pija y la volvía cada vez más grande. El miedo al contagio la alejó. Con las chicas, las amigas y novias de nuestros amigos comunes, no es muy distinto, todas aceptan compartirme pero no que desaparezca.

Aceptan mis pretextos, mis excusas y mis desplantes, pero no mi ausencia.

No me mirés así. No me juzgués. A ninguna la obligué y ninguno de ustedes es realmente mi amigo como para sentirme con culpa. O deberles algo de respeto.

La novia de Edu se queja de que él está siempre dispuesto para juntarse con sus amigos y nunca acepta a sus amigas. Y ni te cuento lo que le gusta chuparme la pija. Es una verdadera experta.

Se deshace en cumplidos y agradecimientos mientras que con la mano te va abriendo el pantalón. No para de tocarte ni de hablar procaz y lascivamente. Recostada sobre mi regazo, me mira la pija como si contemplara una obra de arte. Los ojos se le iluminan y no hay una vez en que antes de ponerla en la boca no la bese con gratitud. Después, inclinada como está, sigue usando la boca como si fuera una concha húmeda moviéndose a un ritmo vertiginoso. Parece que no se cansa jamás de mamar. En las primeras chupadas no soportaba más que mi cabeza dentro de la boca, pero ahora ya llega hasta engullirse más de la mitad. No para de chupar hasta que siente mi leche golpeando contra su campanilla.

Pero no quiere coger, dice que Edu no merece tanto cuerno. Que mía es su boca, lo demás no.

Así la hermana de Luis, (el arquero, ¡20 años!), está cansada de ser la que le lava la ropa, y que él la trate como si fuera realmente su sirvienta. Ella me entrega el culo porque tiene miedo a quedar embarazada y quiere seguir virgen hasta casarse. Pobre el humano que se lo crea. Le falta solamente meterse una pija en la concha porque desde que le acaben en las tetas y hasta que le caguen en la cara ya pasó por todo.

Pero es tan sumisa y delicada que no lo podés creer. Si la vieras desnuda pensarías como yo. Siempre dispuesta. Siempre atenta, siempre caliente. Le ponga la mano donde se la ponga enseguida pide más, no le tiene miedo a nada.

No es común que una mina se coma en el culo mi pedazo y ella se lo tragó desde la primera vez. Con dolor y un poco de sangre, pero entero. Hasta las bolas, y desde ese día para acá quiso probar de todo. Hasta me pidió que te convenciera de hacer, con vos y yo, un trío.

¿Querés más?

Puedo contarte todo con descripciones y testigos. Fechas y lugares. Puedo confesarte cada una de las cosas que quieras y hasta puedo dejarme culear por vos si se te ofrece, pero me tenés que ayudar”.

Hasta acá su relato.

Más allá de haberme dejado helado, me intrigaba cómo quería que lo ayudara. Además yo tampoco lo veía un amigo, así que con mis dudas y elogiando mi conducta célibe para con las amigas comunes, (zafé de los cuernos), pude expresarle mi desconfianza. También le dije que no me interesaba su culo, que buscara otra manera de pagarme porque a mi me gustaron siempre las mujeres. Y lindas; que para feo estoy yo. Por lo que conocíamos y sin tomar en cuenta la belleza de su esposa, a él le gustaban todos los agujeros, si era linda mejor. Sino, no preguntaba, cerraba los ojos y: ¡Viva la patria!

Entonces llegó su última historia.

--“Era hermosa, Martín. Era hermosa.

Nunca conocí a nadie así. Solamente fue tocarla y desapareció el mundo. Me tuvo al borde del delirio durante muchas semanas.

La busqué, la perseguí. Estuve haciendo el papel de novio durante 4 semanas. Le pedí la mano al padre. La llevé a cenar. Le entregué todo lo que a ninguna mujer le di. La respeté, la entendí.

Y no se entregó. Me manejó como quiso. Y me hizo jurarle amor eterno y dedicación total.

Le fui fiel.

Me estuvo prometiendo que llegaría virgen a nuestro matrimonio y con eso más me enloqueció.

¡Cómo no le iba a creer!

Si su boca me parecía el quinto cielo cada vez que me la chupaba, si con sus manos me tocaba y yo sentía que mi tronco se transformaba en un potrillo entregado a su caricia. ¡Cómo no le iba a creer!

Seguí buscando la manera de acomodar mi vida anterior a sus deseos. Mentí en mi casa. Le mentí a mi mujer. La engañé. Le dije cualquier cosa para que me dejara y se volviera con sus padres. Por eso no tuve alternativas. No me las dio. ¡Mi hembra se iba a España!

El viernes a la noche me lo dijo, no pude hacer otra cosa. Tenía los pasajes para los dos. En avión, el sábado a las 19.00 hs.

¿Qué iba a hacer?

La seguí. Como sigue el perro faldero a su amo. Como la noche al día. Me prometió entregarme el culo esa noche en el hotel. En Madrid. Y al casarnos iba a ser totalmente mía. ¿Cómo le decía que no?

Dejé mi casa, mi mujer, mi suegra, mis libros, la camiseta del equipo y todos los cassettes del Flaco. Escondí el pasaporte con mi billetera y cuando sentí su bocina en la calle bajé sin saludar. ¡Si total no los volvería a ver! Que pensaran que había muerto era mejor que el desengaño.

Ella manejaba con una mano el auto y con la otra me repasaba la pija, a conciencia. Subía y bajaba meticulosamente, arrastrando el prepucio casi para que me duela, pero con amor. Con un infinito deseo. Con un total y absoluto deseo.

Yo estaba tan entregado a sus caricias, que no conté los minutos, ni las horas. Pasamos el pre embarque, el embarque y el despegue. Me la mamó en pleno vuelo oculta bajo la manta de viaje. Sus ojos brillaban y reflejaban lujuria, casi perversión, cuando se tragó toda mi leche.

El aeropuerto ni lo vi. Madrid es un recuerdo vago. El hotel un lugar extraño con gentes que preguntan boludeces.

La habitación en el 5° piso un hermoso recuerdo, mientras la veo salir del baño envuelta en un sugerente camisón. Toda su ropa interior blanca y con puntillas de encaje. Ligas, portaligas y medias. Sus tetas cónicas, perfectas, desafiando cualquier ley. Y su boca como un manjar dispuesto para mi satisfacción.

Decidí corresponderla y ducharme para cambiar mi transpiración todavía mezclada con tierra argentina.

Al salir de mi ducha rápida la encontré hincada sobre una almohada en la cama. Levantando su hermoso culo y exponiéndolo, desnudo, a mi criterio.

Me preguntó si me gustaba.

¿Qué le iba a contestar? Si mi pija al aire daba miedo y el morbo de poseerla ya me había cortado la respiración.

Me abalancé sobre ella como un desesperado. Yo, que conozco las conchas más impensadas, que he visto los culos más ocultos, estaba desesperado por una mujer que supo como manejarme.

Enceguecido acepté su deseo y con mucho esmero y cuidado, le puse saliva y un poco de crema hidratante en el agujero. Paso a paso comenzamos la difícil tarea de explorar su orto con mi pija.

Me llamó la atención la facilidad con que pude ingresar media pija y el ruido pastoso y casi flatulento que entregaba ese agujero.

No le di importancia y seguí. Cuando pude embocarla toda; mi nivel de leche era solo comparable a la necesidad de vivir al lado de esa mujer toda la vida.

Empecé a bombearla con suavidad y a un ritmo cadencioso y vigilado, no quería romper el encanto hasta que la oí gemir. Y hablar.

Desde sus labios partían las más calientes frases que había escuchado jamás. Todas certeras y todas precisas. Todas me levantaban la calentura y cada una me llevaba un escalón más arriba, hasta el placer total.

Acabé, extenuado, dándole litros de leche en pago a tanto placer. A tanto amor.

Tan extenuado quedé que me dormí.

¡Toda la noche dormí!

¡Y la reputa madre que me parió! No me desperté en toda la noche. Soñé su cara. Su culo, su boca. Soñé con nuestros hijos.

¡Y la reputa madre que me parió! ¡Con nuestros hijos, míos y de ella!

La vi entre sueños. En mi despertar feliz.

La distinguí parada, familiarmente, frente al inodoro. Algo no cerraba en su actitud. Seguí despertando, ahora con violencia.

Sus mejillas estaban tapadas por crema de afeitar y en su mano “Gillette ATRA”, para afeitadas más al ras.

Ahí entendí la familiaridad frente al inodoro, estaba meando.

¡Cómo vos y yo!

¡Meando de parada! ¡Pija en mano y piernas abiertas!

No tuve tiempo de otra cosa.

Agarré la ropa, el pasaporte y la tarjeta y salí. Caminé como un ciruja, hasta que llegué al aeropuerto. Me tomaron por ilegal. Investigaron mi pasaporte. Me preguntaron como podía ser casi negro y argentino. Revisaron todos los prontuarios de INTERPOL y comprobaron mis diez huellas digitales. Así y todo no me dejaron salir sino en el vuelo más directo a Buenos Aires. Acá estoy, el resto ya lo sabés

Me tenés que ayudar.

Puedo contarte todas mis historias con descripciones y testigos. Fechas y lugares. Puedo confesarte cada una de las cosas que quieras y hasta puedo dejarme culear por vos si se te ofrece, pero me tenés que ayudar.

Tenés que inventarme algo para que vuelva a mi casa y te prometo que nunca más salgo con otra mujer que no sea mi esposa.