8 El diario de Fernando.

¿Como te enteraste de la infidelidad de tu pareja? Relatos basados en hechos reales que fueron contados por sus propios protagonistas y tienen un denominador común: cómo se enteraron que su pareja les estaba siendo infiel.

El diario de Fernando.

5 de abril: entrada del diario de Fernando.

Son las 4 de la mañana no puedo dormir

Hace ya un mes que termine mi novela y la entregué a la editorial para que la corrigieran y revisaran, el paso previo siempre antes de la publicación. Cuando estoy en pleno proceso creativo, me suele pasar que se me alteran el sueño y todos mis hábitos vitales.

Es como un frenesí dónde constantemente se me ocurren ideas, líneas argumentales, giros del guion; de alguna forma, cuando estoy trabajando en un libro, estímulo la inspiración y esta llega en cualquier momento y a cualquier hora. Entonces, ya no tengo horarios fijos ni unas pautas de comportamiento, simplemente, cuando algo viene a mi mente, lo escribo de forma compulsiva, lo valoro, lo analizo, trato de hacer que encaje en el cuerpo completo de la historia.

Me aíslo para que nada interfiera y soy casi insensible a cualquier estímulo externo.

Ahora debería haber recobrado mi vida normal: ya no estoy escribiendo. Terminé el trabajo y sin embargo, hoy, estoy en una situación parecida.

En este caso, no se trata de una historia, sino de mi historia, y creo que lo único que puede hacer que me calme, lo único que puede conseguir poner un poco de orden en mi mente y en mi corazón, es poner por escrito en mi diario, como si de una novela se tratara, todo lo que me ha pasado. Escribiéndolo, hallo un lugar común. Un refugio. Me siento seguro poniendo las cosas negro sobre blanco, es mi trabajo y ahí parece que controlo la situación. Soy capaz de direccionar los sentimientos al describirlos, al narrarlos. Es la única forma en la que puedo adquirir cierta distancia para asumirlos, sin que el dolor sea insoportable.

Que hoy haya sabido guardar las apariencias y mantener la compostura, no significa que no haya estado en un tris de romperme internamente.

Yo, que manejo las emociones, que invento situaciones, que llevo los personajes al extremo, sin embargo, no estaba preparado para algo tan prosaico como una vulgar y simple infidelidad de manual. De las que cualquiera puede ver venir; de las que pasan a menudo a tu alrededor y a nadie le extrañan.

Una situación de infidelidad, que si la hubiese puesto en alguna de mis novelas, habría resultado hasta aburrida y previsible, pero que sin embargo, me ha pasado a mí y en la vida real, provocándome tal terremoto de sentimientos que todo el edificio de lo que soy, amenaza con venirse abajo.

Ella me lo ha confesado este mediodía. Llevaba un tiempo notándola extraña y distante, pero era lo normal siempre que escribo una novela, sobre todo, durante el período final: me aíslo; me cierro sobre mí mismo; me dedico en cuerpo y alma a hacer mi trabajo; al texto; a lo que quiero transmitir; vivo a través de los personajes… mi vida real no cuenta, no tengo familia, ni esposa, ni amigos, solo vivo para mi historia, es la única manera, es la única forma de obtener un resultado bueno, por el que alguien esté dispuesto a pagar. El arte tiene un precio: para el que lo compra y para el que lo crea.

Igual que los mineros se dejan sus pulmones en la mina, yo me dejo mi vida en cada libro que escribo. Por eso no me resultó extraño su distanciamiento, su enfado. Su nerviosismo era lo habitual, ante un esposo que se vuelve intratable e inaccesible.

Confundí este último mes, su inquietud con enfado y su temor con resentimiento, ante el marido ausente.

Pensé, que una vez más, se cuestionaba el haber emprendido una relación y el haberse atado a un escritor. Pero era otra la guerra que se libraba en su interior: la guerra del remordimiento; de la culpa; hasta que no ha podido más; hasta que hoy, sus compuertas han cedido y han volcado sobre mí toda su vergüenza, que es también la mía.

Porque con cada detalle que me relataba, con cada explicación que me daba, con cada perdón que me reclamaba, surgía un reproche mudo hacia mí. Por haberla abandonado, por no haber estado pendiente de ella, por ignorar hasta los más evidentes signos de alarma que deberían haberme alertado de lo que sucedía.

Pero ¿cómo podía yo darme cuenta, si mis sentidos estaban cegados? ¿Si toda mi atención estaba dirigida a otros menesteres?

¡La culpa, la culpa! ¿De quién es la culpa?

¿Qué reproches puedo lanzarle sin que reboten y caigan de nuevo sobre mí?

Sobre el papel, de cara a los demás, el asunto está claro: ella es la infiel, la indigna, la puta… ¡ella es la que ha cometido el pecado!

Pero entre nosotros, sabemos que yo la abandoné. Y puedo tratar de justificarme, porque es mi forma de ganarme la vida, mi forma de crear, mi forma de ser yo mismo, de escribir… pero esa justificación, es una cortina para los que puedan asomarse desde el exterior, y apenas, sirve de algo entre ella y yo.

Han sido demasiadas veces y, en esta ocasión, no se encontró sola. Esta vez no estaba viuda, como ella tantas veces me decía: me dejas viuda cada vez que escribes .

En esta ocasión encontró a una persona en quién apoyarse, alguien con quien conectó.

Puede ser que ese alguien se aprovechara, que supiera de la situación y se diera cuenta de la oportunidad que tenía, pero no me ha dejado incriminarlo, ni siquiera me ha revelado quién es. Ella asume toda la culpa

Y eso me obliga a mí también a asumir la mía.  No podemos buscar el consuelo de que alguien externo vino a romper el idilio, a interferir en nuestro amor. No podemos buscar la culpa fuera, todo esto nos obliga a mirarnos, a hacer examen de conciencia. Es algo que solo nos atañe a nosotros, lo que vino de fuera, fue solo el detonador que hizo estallar toda la tensión acumulada en cada pliegue de nuestra relación.

No podemos desviar la atención, tenemos que buscar la penitencia de nuestro pecado, porque solo a nosotros nos corresponde lavarlo.

Los detalles, los detalles… la maldición de los detalles, ¿cómo puede un narrador de historias no crees caer en el vicio de preguntar, de conocer hasta el más pequeño pormenor, hasta la más íntima motivación?

La misma deformación profesional, que me impulsa a conocer el cómo y el porqué de cada conflicto sentimental de los demás, para poder luego emplearlo en mis historias, para poder inspirarme, hace que la escuche, mientras ella me narra no solo sentimientos, sino también fechas, lugares e incluso como iba vestida ¿Por qué no callarla? ¿Por qué no obviar toda información? ¿No sería mejor pasar directamente a la ruptura o al perdón, ahorrándonos el daño de los malditos detalles?

Pero ella necesitaba contar, necesitaba liberarse, necesitaba purgar su pecado, y yo no podía silenciarla. Al menos, eso, se lo debía. Necesitaba desahogarse, confesármelo todo o se quebraría y yo, no podía permitir que se hundiera, porque entonces me ahogaría con ella.

Así pues, de forma atropellada, fue amontonando los recuerdos, echándolos unos encima de otros en un montón delante de mí, como si temiera dejarse algo sin contar, como si tuviera miedo a que yo pudiera reprocharle una sola mentira más.

Un desbarajuste inmenso, que ahora puedo recolocar y que me permite reconstruir todo lo sucedido. Desordenado, pero ahí estaba todo: como, primero intrigada y luego, atraída por el descaro de él, consintió en iniciar el juego. Cómo recibió aquella atención que tanto necesitaba. Cómo pudo encontrar a alguien que supiera escucharla. O quizás, simplemente, bastaba con que quisiera escucharla. Cómo hubo algo más que empatía mutua. Como ella se sintió, halagada primero y excitada después, al sentirse de nuevo deseada por un hombre. A saberse objeto de sus sueños y fantasías. A verse cortejada... A sentirse otra vez joven, bella y viva.

Me explicó como entró al juego, pensando que podía controlarlo, como esa droga a la que crees que nunca te vas a enganchar.

Y también, cómo hizo sus primeras concesiones en forma de besos, de contacto físico limitado, pequeños regalos que ella consideraba inocentes, para que no parara aquella fantasía que la hacía sentir de nuevo como una adolescente.

Y como fue que, una tarde, simplemente sucedió. Como una montaña de naipes que de repente se derrumba sin que nadie pueda detenerla. Así cayó ella en la cama de su amante.

Y quedó aturdida, aunque satisfecha. No quise que me explicara en todos sus detalles, en qué consistía ese “satisfecha”. No era necesario. Puedo imaginármelo perfectamente, dado que repitieron dos veces más, antes de que el aturdimiento se transformara en malestar y el malestar, en remordimiento.

Una vez satisfecha la fiebre, la aventura se desinfló como la espuma bajo la lluvia. La culpa lo invadió todo y ella se ha despertado del sueño, tremendamente consciente de la responsabilidad de sus actos. O al menos, eso quiere aparentar. Me dice que su amante ha intentado ponerse en contacto, pero afirma, que se ha negado a volver a verlo.

No hago más que pensar y darle vueltas a esta situación. ¿De verdad ha sido arrepentimiento?

De eso estoy seguro: la conozco y sé que lo está pasando mal. Pero ¿No habrá venido ese arrepentimiento dado porque ha sido él, el que se ha echado atrás, una vez obtenido lo que quería? ¿No se habrá visto ella, sola, en ese salto al vacío y se habrá asustado? ¿No será, en fin, por una causa ajena a su voluntad, qué algo tan intenso se apagara nada más nacer y por eso viene a contármelo?

Me pregunto si todo esto importa. Escribo porque es necesario, porque el ordenar mis pensamientos me ayuda a aferrarme a algo, para no ser arrastrado por la riada de sentimientos, pero la decisión ya está tomada: sé que no puedo vivir sin ella. Si las circunstancias hubieran sido otras; si me hubiera colocado una situación de falta de respeto mayor en público; si hubiera habido crueldad manifiesta sus acciones; si no me hubiera pedido perdón y no me lo hubiera contado, quizás entonces, el orgullo habría superado al miedo a perderla y le habría pedido que se alejara de mí.

Pero la quiero y la necesito demasiado. Me asusta pensar si este es el orden correcto, si lo que siento, no será más bien la necesidad de alguien a quien anclar mi vida para no ir a la deriva, en vez de amor.

Pero como digo, ya nada de esto importa.

Esta tarde, decidí no dramatizar, con ella llorando desconsolada ya era suficiente, así que la atraje hacia mí y le dije que la perdonaba, siempre y cuando, no se volviera a repetir. Ella me juro solemnemente, mirándome a los ojos, que jamás volvería a suceder.

Pero: ¿se puede jurar sobre el amor?