8. El amante de la Domina. El placer y el dolor.

Wolfgang cumple 18 años y la Domina prepara 3 regalos muy especiales. El esclavo sexual de la dama más celebrada de Roma comprenderá que el placer y el dolor resultan inseparables...

Capítulo 8

El placer y el dolor

Ese invierno Wolfgang cumplió los 18 años. No tenía certeza de la fecha de su nacimiento, pues a diferencia de los romanos, su pueblo medía la vida de un hombre contando las estaciones; y no los días con matemática precisión. Llevaba casi dos años viviendo entre los enemigos de su pueblo y ya dominaba su idioma, aunque su corazón seguía prendido de su tierra.

La lluvia que hacía temblar a los habitantes de la domus le parecía templada y poco respetable para la temporada. Por primera vez añoraba las tormentas de nieve, esas que dejaban agujitas de hielo en el cabello y sobre la ropa de lana y pieles. Extrañaba el agua fría del lago, el verde profundo de los bosques que rodeaban la aldea, el olor de la leña ardiendo en el fuego del hogar y el sonido del caldo de conejo, preparándose en el fogón. Sabía limpiar un conejo y cocinar aves de corral. Todos lo hacían, así como mantener la casa en orden y asear los pisos. Gudrun, su madre, pensaba que si una mujer era capaz de tomar las armas, no había ninguna razón por la que sus tres muchachos no aprendieran a llevar una casa o preparar su propia comida.

Extrañaba a sus hermanos y sonreía al recordar sus discusiones infantiles y las bromas mientras compartían la carne y la cerveza junto al fuego. Echaba de menos la voz profunda de Baldur y la risa alegre de Plechelm. Y añoraba horriblemente a su madre. Una y otra vez la rememoró antes de dormirse, usando el yelmo del lobo y ordenándole que se escondiera, mientras los romanos arrasaban la aldea.

-       Si ella hubiese adivinado que me volvería esclavo, me habría cortado la garganta – Pensaba constantemente – Un hijo de Gudrun y Hagen jamás habría obedecido las órdenes de los romanos.

Y sí: a veces lloraba. Cuando Diana se dormía y los ruidos de la casa se apagaban para dejar espacio solo a las canciones de los grillos, lloraba y se convencía de que era mejor que su madre se hubiera ido al Walhalla con sus hermanos y sin él.

-       Quizás el ojo de Odín no alcanza a ver estas tierras – Procuraba consolarse – Así no les dirá a ellos en lo que me convertí…

No obstante, el asunto no era tan simple. Soñaba con su hogar y con volver a empuñar las armas para defender su bosque y su aldea; pero luego Diana Marcia Vespia lamía su miembro y toda su voluntad se convertía en placer y el deseo de poseer el sexo de aquella mujer venenosa. Wolfgang llegó a pensar que cada vez que inyectaba su esperma en la boca, la matriz o las entrañas de la Domina, ella robaba un poco más de su voluntad y su identidad de guerrero… Pero, ¿Cómo dejar de hacerlo?

-       Te compró un caballo… Un potro de Hispania – Murmuró Illithia en su oído, una tarde, mientras él la penetraba contra el muro del establo – Akeem negoció con el comerciante… Lo oí hablando con Helios.

-       ¿Un caballo? – Preguntó él entre jadeos, mientras la sostenía y taladraba en la profundidad de su vagina.

-       Para verte cabalgar en Salerno… Te llevará en la primavera… Ahhh… – Gimió Illithia, aferrándose al cuello del muchacho y sintiendo que el glande se incrustaba en su cuello uterino – En nombre de Afrodita… ¡Eres un Dios!

La cópula debía ser breve, pero no menos intensa. Wolfgang sabía cómo encenderla rápidamente, de modo que el orgasmo fuera inevitable y fácil de provocar. Habría sido perfectamente capaz de prolongar el deseo de la chica durante una noche completa y hacerla gritar el nombre de todos los dioses del Olimpo; pero sabía que en una villa con tantos habitantes, disponían de pocos minutos para la transacción. Illithia se había vuelto adicta a aquellos efímeros momentos de placer y Wolfgang tenía dos cosas en mente: Obtener información de calidad por parte de la chica y mantenerla satisfecha, para asegurar nuevos reportes.

-       Un caballo… – Habló para sí mismo, mientras acomodaba el subligar y bajaba el borde de la túnica, luego de la eyaculación.

Illithia arreglaba su peplo y lo observaba, adivinando sus pensamientos.

-       Si tienes intención de usarlo para escapar, olvídalo – Recomendó la chica, ordenando su cabello – Ella movería sus influencias y en cada puesto de vigilancia, desde la vía Apia hasta Egipto, estarían buscándote. Le traerían tu cabeza mucho antes de que avances unas cuantas leguas. ¿Sabes qué debes hacer? Esperar a que Domino Gneo Marcio regrese. Yo seré su favorita, así que intercederé por ti. Mientras tanto, reúne oro, joyas, lo que tengas a mano. Ella te hace valiosos regalos. ¡Puedes comprar tu libertad! Como hizo Fontus, un antiguo cocinero de la familia Vespia. Dicen que pagó lo suficiente y se volvió un liberto. Ahora tiene su propia taberna en Herculano.

Wolfgang la oyó en silencio. Creía poco probable que aquel hombre accediera amablemente a venderle su libertad, considerando que había ocupado por largo tiempo la cama de su esposa.

-        Ese Gneo Marcio… El esposo… ¿Volverá pronto? – Preguntó.

-       No lo sé bien, pero lleva años en Judea. Tiene un cargo importante y oí que le va muy bien – Explicó Illithia, mirando por una rendija y cerciorándose de que nadie los había visto – Dicen que tiene un palacio en una ciudad llamada Jerusalén y montones de sirvientes que lo atienden. A ella le encantaría que no regresara, pero tarde o temprano el Emperador podría llamarlo de vuelta a Roma.

-       Entiendo…

Illlithia oteó nuevamente fuera del establo, asegurándose de que no había nadie. Una de las esclavas cruzó el patio con un cántaro sobre la cabeza.

-       ¡Mierda…! Esa perra de Vivia siempre aparece cuando no debe. Si no compartiera cuarto con ella y la chismosa de Mucia, te permitiría venir a mi cama por la noche – Señaló la griega, observando a la chica entre las tablas de la caballeriza.

-       Por la noche estoy en su cama…

-       Es cierto… – Se lamentó Illithia – ¿Cuándo volveremos a hacerlo? Helios me ha buscado varias veces, pero lo he rechazado. No está mal fornicar con él, cuando no hay nada mejor a la mano; pero tenerlo encima solo para que se descargue como un animal desesperado, no es muy divertido… Por suerte, aprendí que una mujer puede gozar más con un hombre preparado en el arte de Afrodita y que sepa usar su miembro con habilidad – Sonrió y acarició la mejilla de Wolfgang. El muchacho permaneció impasible – Por suerte no llegué virgen a esta casa, pues Helios me habría desflorado ese mismo día. ¡Adora a las vírgenes! Pero es una bestia cuando toma alguna. Las desgarra y las lastima, pues se descontrola como si fuera el Minotauro de Cnossos. Cuando desvirgó a Mucia, la pobre sangró durante días. El imbécil se ganó unos azotes por su descuido. ¡A ti te odia! Supongo que son celos, pues la Domina lo llamaba a su cama de vez en cuando, antes de tu llegada. Siempre ha sido un arrogante y no conoce su lugar. Cuando sea la favorita de Domino Marcio no hablaré a su favor. No lo merece… ¡Ahora podemos salir! ¡No hay nadie!

Illithia abandonó primero el establo. Wolfgang aguardó unos minutos, pensando. De acuerdo a la información de la muchacha, Gneo Marcio Vespio se acostaba impunemente con sus esclavas sin que eso molestara a Diana. Sin embargo, era muy posible que se enardeciera al enterarse que su mujer no solo abría las piernas a un bárbaro, sino que lo agasajaba, como hacen los viejos senadores con las prostitutas jóvenes que les roban la voluntad. Había visto la reacción de Marco Sempronio Glauco, un simple amante despechado, pero era lo suficientemente astuto como para entender que las condiciones eran muy diferentes en el caso de un Domino y su esposa legítima.

Debía abandonar la casa Vespia antes de que ese tal Gneo Marcio regresara de Judea.

-       Tengo algo para ti – Susurró Diana, luego de morderle el labio inferior y apretándose contra su cuerpo desnudo.

Habían fornicado durante toda la mañana y ahora descansaban con la piel ardiendo y perlada de sudor.

-       ¿Qué vas a darme, Ubil Huora…? – Preguntó él, apretando sus nalgas.

-       Ya lo sabrás…

La Domina saltó alegremente del lecho y aplaudió para que entraran las esclavas que la ayudaban con su baño. Una hora más tarde, ambos aguardaban en el jardín, perfectamente vestidos. Zenobia los acompañaba con un gesto severo.

-       Me dijiste que cumplías años en invierno y sé que en estos días tendrás dieciocho – Señaló la Domina, acariciando la línea de la mandíbula del muchacho – Creo que ya es tiempo de que tengas lo que voy a obsequiarte… ¡Akeem!

El egipcio apareció, sosteniendo las riendas de un potro negro, lustroso y de patas interminables. El animal sacudía la cabeza, algo rebelde, agitando un penacho azabache y majestuoso.

-       Es algo indómito, Domina – Comentó Akeem, acariciando el hocico del caballo.

-       Como su amo, sin duda – Sonrió Diana – Pero aún el potrillo más desafiante y soberbio termina cediendo, cuando lo montan las piernas adecuadas – Agregó, girando hacia Wolfgang – Anda, tócalo… Es tuyo…

A pesar de que ya sabía lo que Diana preparaba para él, Wolfgang se sintió impactado por la belleza del animal y el gesto de la Domina. Jamás le habían obsequiado algo tan valioso y, de hecho, pocas veces vio una bestia tan impresionante. Ninguno de los caballos de su tribu competía con la gallardía y majestuosidad de aquel potro. Se trataba, sin duda, de una raza diferente de las que conocía. Los romanos los criaban para los hombres más poderosos o los hijos de los nobles. Wolfgang alargó el brazo y tocó suavemente el hocico del animal.

-       Tranquilo – Murmuró en Alto germano – No soy una amenaza… Tranquilo…

Le habló con calma, casi entre susurros. Sujetó las riendas de forma casi imperceptible y acercó la mejilla a la piel del animal. Para sorpresa de todos, el caballo no se sobresaltó y permitió el contacto.

-       Así es… Tranquilo – Repetía el bárbaro en su lengua, con el rostro pegado a la cabeza del potro.

Cerró los ojos y se imaginó galopando velozmente por los senderos del bosque y a campo abierto, cerca del río que en Roma llamaban Rhin. Imaginó el viento en la cara y la violencia con la que se revolvería su cabello, mientras la sangre fluía furiosa por las venas de su potro, suyo, el mismo que un día lo llevaría lejos de Roma y de vuelta a su tierra. Les había pedido a los dioses que lo sacaran del Imperio. Él sería su fuerza, la señal de Odín…

Abrió los párpados y acarició la nariz de la potente bestia.

- Answald – Murmuró, solo para el oído del caballo – “El poder de los dioses”. Ese será tu nombre.

Zenobia clavó las uñas en sus palmas. Sabía que aquel regalo había costado una fortuna. Deseó con todas sus fuerzas que pateara al germano y ojalá en esas gónadas que habían hecho a la Domina perder la razón.

-        Lo trajeron desde Hispania, especialmente para ti. Ni un cónsul tiene uno mejor – Presumió Diana – Anda, ¿Por qué no intentas montarlo?

-       No creo que sea buena idea, Domina – Comenzó Akeem – El animal es bastante arisco… Febo tendrá que entrenar primero o podría…

Se interrumpió cuando vio que Wolfgang trepaba sin ninguna dificultad al lomo del potro y sujetaba hábilmente las riendas. Sus largas piernas se adaptaron al cuerpo del animal y en pocos segundos, toda la Domus comprendió que era un jinete avezado. Los esclavos retrocedieron cuando Answald levantó las dos patas delanteras y Wolfgang se mantuvo tranquilo y gallardo, como si hubiese sido su potro de toda la vida.

-       Él está perfectamente entrenado, Akeem. Aprendió de su padre, en su tierra – Replicó Diana, con orgullo.

Illithia sonrió junto a un pilar del peristilo, mientras observaba la escena a cierta distancia. Helios la acompañaba, apoyando el codo en la columna.

-       Mira a ese bastardo – Se burló – Se cree Aquiles , todo rampante. Se ve como un imbécil…

-       Se ve hermoso. Y creo que ni siquiera Aquiles era tan apuesto – Discutió Illithia, enfatizando su gesto de complacencia.

-       Oye, borra esa risita de tu cara, que te ganarás unos azotes si la Domina la nota – Observó Helios, pellizcando la barbilla de la chica – Recuerda que con la mascota de la señora no se juega…

Illithia cambió el gesto enseguida. No le preocupaba que Helios le hiciese comentarios, pero la mirada fija de Zenobia le heló la sangre de inmediato.

Mientras comían a la hora del prandium , Diana sonreía enternecida al oír a Wolfgang comentando eufórico las cualidades de su nuevo caballo. El muchacho enfatizaba aún más su acento del norte al exponer con entusiasmo casi infantil las maravillas que Answald podría hacer.

-       ¡Seguro es capaz de correr más veloz que los caballos de las valkirias! – Exclamaba, casi para sí mismo – ¡Lo montaré a campo abierto…! Aquí no, aquí no hay espacio… Quizás en una batalla, o en el claro del bosque… ¡ Answald será el mejor de todos!

-       ¿ Ans…wald …? – Preguntó Diana, con dificultad.

Wolfgang la miró, como despertando de su ensueño.

-       Así se llama: Answald … “El poder de los dioses” – Explicó.

Diana volvió a sonreír.

-       Me gusta. Es un nombre adecuado para tu primer regalo – Opinó.

-       ¿Mi primer regalo?

-       Así es: Serán tres – Diana se apoyó en su codo, recostándose en el diván, mientras mordía un trozo de pollo caramelizado – Tu caballo es apenas el primero… El segundo regalo llegará cuando la primavera entibie un poco el aire. Iremos a Salerno, a mi villa junto al mar.

-       ¿Sal…arno? – Preguntó Wolfgang.

Diana soltó una carcajada.

-       ¡Salerno, tontuelo! Es una ciudad al sur de Roma, frente al océano…Te encantará el mar – Diana empujó un trozo de carne en la boca del muchacho – Te dije una vez que tus ojos eran más azules que la Bahía de Neápolis … Pues, verás que tengo razón. Quiero verte desnudo, nadando en la costa de Amalfi

-       ¿Y cuál será el tercer regalo? – Preguntó Wolfgang con la boca medio llena.

-       Lo sabrás esta noche – Sonrió la Domina, maliciosamente – Saldremos de visita a la domus de una amiga. Helios y Zenobia nos acompañarán. Viajarás conmigo, en mi litera.

-       ¿Y Answald ?

-       Permite que Answald descanse, para que puedas volar con él cuando estemos en Salerno – Recomendó.

Calpurnia Décima Junia había sido amiga de Diana, prácticamente desde la infancia. Junto con Marcela Domitia Apia, habían crecido compartiendo chismes y confidencias, especialmente las de índole sexual. Ambas mujeres estaban casadas con senadores con edad para ser sus abuelos y, por tanto, se las arreglaban para saciar los apetitos que sus maridos no estaban en condiciones de satisfacer. Curiosamente, ambos ancianos venerables estaban conscientes de sus bríos perdidos, así que de tanto en tanto permitían que sus mujeres fornicaran con algún esclavo robusto, contentándose con observar.

Esa noche, el senador Amancio Décimo Junio pernoctaría en el puerto de Ostia, pues debía cerrar un importante negocio a la mañana siguiente. Era la ocasión ideal para que su esposa invitara a algunas de sus amigas más cercanas para una reunión íntima. Y en aquella oportunidad, las damas serían cuatro: Además de Calpurnia y Marcela, el evento contaría con Diana Marcia Vespia y Caecilia Octavia Ezia; esposa del principal tribuno erario de Roma. A pesar de ser una de las mujeres más ricas de la ciudad y contar con un marido poderoso, Caecilia Octavia era notablemente más tímida que las otras. Para compensar su inseguridad, llevaba una enorme peluca rojiza salpicada de polvo de oro y piedras preciosas. Una vez que las tres invitadas halagaron su peinado, la esposa del tribuno erario se sintió más confiada.

Zenobia, como la esclava más cercana de la dama Vespia, aguardaba a un costado del mismo salón. Por su parte, Diana había pedido a Wolfgang que permaneciera en el peristilo , el jardín contiguo al tablinum en donde las damas se hallaban reunidas. Entre las columnas que se comunicaban con el exterior, Wolfgang podía observarlas y oír sus charlas.

Pero no estaba solo.

A pocos metros, una mujer aguardaba. Ni siquiera era una mujer en el concepto convencional. Casi parecía una niña y su fino rostro presentaba los rasgos más extraños que el muchacho había visto en su vida: Su piel era muy clara, de un leve tono amarillo y de una tersura casi imposible. Sus ojos eran oscuros y rasgados, aún más que los de un gato. La nariz era pequeña, los labios, carnosos y muy bien delineados; y su pelo – brillante y lacio – era de un negro absoluto: más oscuro que cualquier cabellera que el bárbaro hubiese visto antes. La muchacha era de talle fino y figura grácil. El peplo parecía flotar en su cuerpo. Le pareció extrañamente bella y le sorprendió su gesto de infinita tristeza.

Wolfgang le susurró un saludo en latín. La chica se volvió hacia él e inclinó levemente la cabeza, como respuesta. Luego volvió a concentrarse en las mujeres reunidas en el salón y no volvió a mirarlo.

-       Es una suerte que tu marido te permitiera asistir a mi reunión, Caecilia – Comentó la anfitriona, levantando la copa hacia su invitada – Eres públicamente conocida como una mujer virtuosa y resulta extraño que te presentes en algún evento, sin tu ilustre esposo…

-       …Sobretodo en alguno en donde estemos presentes, dada nuestra reputación – Bromeó Marcela.

Todas soltaron una carcajada, pero la esposa del tribuno erario apenas sonrió con algo de timidez.

-       Silvio se encuentra camino a Lucania, para organizar los estipendios del ejército en Siracusa – Explicó Caecilia con su suave voz.

-       ¡Excelente! Y aquí estamos todas, libres al fin del yugo marital – Calpurnia elevó los brazos, repletos de brazaletes – El marido de Diana Marcia Vespia lleva años en Judea; el mío, tratando de estafar a algún comerciante fenicio en Ostia… ¿Y el tuyo Marcela? ¿Cuál fue el destino del senador Fabulio Domitio Apio, querida?

-       Su cama. Está dormido – Respondió Marcela, muy ufana – Y no tiene idea de que abandoné el lecho para estar aquí. Por la mañana regresaré e inventaré algo. Ya soborné a los esclavos.

Las carcajadas se oyeron por toda la casa.

-       Confías bastante en los esclavos de tu casa, Marcela – Observó Diana, sorbiendo un poco de vino español – ¿No hay dudas de su lealtad?

-       Ninguna, querida Diana. La mayoría de ellos llegó a la casa como parte de la dote que mi padre le dio a Fabulio y, por cierto, me aseguro de ser bastante generosa para fortalecer su devoción. ¡Como tú y la esclava vieja que trajiste de la casa de tu padre! ¿No la nombraste jefa de la familia en tu domus? No dudo que cuentes con la abnegación de esa mujer – Respondió la aludida, con un gesto de satisfacción, como si Zenobia no estuviese en la misma habitación – Y hablando de esclavos, ¿Trajiste hoy a ese germano exquisito que nos regaló tan glorioso espectáculo en el banquete del César, hace algún tiempo? ¡Cuánto ha crecido! Puedo ver que se hace hombre en tu casa…

-       Y en tu cama – Completó Calpurnia – Con ese cuerpo y aquella verga, naturalmente no lo pusiste a recoger el agua del impluvium…

Risas, nuevamente.

-       ¿Es el bárbaro que mató al gladiador nubio? – Preguntó Caecilia, casi con un hilo de voz.

-       ¡El mismo! – Replicó Marcela – ¿No lo viste en la orgía?

-       No estuve en aquella fiesta, solo oí los rumores – Respondió la esposa del tribuno, bajando los ojos – …A Silvio no le agrada que asista a aquellos eventos…

-       Claro, por supuesto – Marcela le dio una mirada maliciosa a Calpurnia – Pero sabías bien la historia sobre la pelea entre el germano y el nubio. ¿Te contaron todo?

-       Lo principal…

-       Y entre lo principal está la verga de ese muchacho, por supuesto – Replicó Calpurnia, ordenando a una esclava que llenara la copa de su interlocutora – Como el tribuno no te permite asistir a banquetes, pobrecilla mía, puedo asegurarte que el falo de ese esclavo fue la causa de la enemistad entre Diana y Lucio Quinto Estrabón. Nuestro querido obeso no resistió la tentación de chupar aquel glande prodigioso y terminó con la nariz torcida, por mano del propio bárbaro.

Todas rieron.

-       ¡Y no solo eso! ¡Las malas lenguas dicen que aquel pene divino también alejó a Marco Sempronio Glauco de la casa de los Vespios! – Replicó Marcela, eufórica con el chisme – ¿No es así, Diana querida?

-       Marco comprendió un par de cosas – Aseguró la dama, enigmática – Eso es todo.

-       Comprendió que su miembro no podía competir con el del dios Febo ¡Y ahora se consuela con la reseca y triste vagina de Livia Publia Severa! ¡Esa ramera barata! – Remató Marcela, al borde del ataque de risa.

Volvieron a reír de forma estruendosa.

-       ¿Pero qué tiene el miembro de ese esclavo? – Preguntó Caecilia, casi con ingenuidad.

La pregunta les pareció muy interesante a las tres risueñas damas.

-       ¿Quieres averiguarlo, querida Octavia? – Preguntó Diana, insinuante, volviendo a llenar la copa de Caecilia – Rara vez te presentas en banquetes nocturnos, así que mereces que esta reunión sea memorable. ¡Wolfgang! – Llamó de pronto – ¡Ven aquí!

-       ¿Qué dijiste? – Preguntó Calpurnia, tentada de risa – ¿Su nombre no era Febo?

-       Lo llamo por su nombre germano – Explicó Diana

-       ¡Pues los orgasmos que te da deben ser dignos de los dioses, como para que termines hablando en la lengua de los bárbaros! – Bromeó la anfitriona.

Diana no alcanzó a responder. Wolfgang apareció, entre las risotadas de Calpurnia y su mejor amiga. Algo confundido, inclinó la cabeza y saludó a las damas presentes, que lo observaron atentamente, como aves de presa.

-       Hummm… Creo que está más alto que la última vez – Comentó Marcela, dándole una mirada de pies a cabeza – Y sus hombros parecen más anchos.

-       Se ha marcado la línea de su mandíbula – Agregó Calpurnia – Sí, ha crecido. Tu vulva ha hecho buen trabajo, Diana. Lo estás convirtiendo en un hombre realmente hermoso. Definitivamente los bosques del Rhin producen bocados exquisitos. ¿A ti qué te parece, Caecilia? – Preguntó la anfitriona, girando hacia la dama de la peluca escarlata.

-       Sí, sus facciones son agradables… – Opinó la aludida, levantando las cejas – Pero es apenas un crío y no puedo verlo como un hombre.... ¡Además es un germano!

-       ¿Y qué? Nadie espera que cases a alguna de tus hijas con él – Rió Calpurnia – ¡Es un esclavo de placer y nada más!

-       No me parece muy higiénico – Replicó la esposa del tribuno erario – Los bárbaros de Germania se cubren con pieles de animales, huelen a sudor y, además, tienen pulgas y piojos…

-       Yo lo veo bastante aseado – Opinó Marcela – Diana dice que efectivamente parecía un animal salvaje cuando lo trajeron del mercado de esclavos, pero se ha encargado de domarlo ¡Y con bastante éxito!

-       Te aseguro que está más limpio que muchos de los patricios con los que te has acostado, Caecilia querida – Remató la Domina Vespia.

-       Soy una mujer casada, Diana Marcia – Replicó Caecilia Octavia Ezia, con un leve tono de irritación – No me acuesto con patricios y mucho menos con bárbaros que apestan a sudor.

-       Claro… Eres una matrona virtuosa y jamás te involucrarías con un esclavo sudoroso – Concedió Diana, sonriendo e indicándole a un sirviente que llenara nuevamente la copa de Caecilia.

-       Pues yo creo que no se valora debidamente el sudor. ¿Acaso no saben que tiene propiedades curativas? – Indicó Calpurnia con tono erudito – De hecho, el sudor de gladiador cuesta una fortuna. El médico se lo recetó a mi padre, cuando había perdido bríos en la cama. Solo así pudo engendrar a mi hermano menor... Es cuestión de contactarte con el dueño de alguna ludus para que te sea proveído.

-       Pues yo prefiero recolectarlo directamente – Aseguró Marcela – Sobretodo cuando lo lames del pecho o el abdomen de un gladiador atractivo, como Áureo

Calpurnia rió. Diana levantó una ceja.

-       ¿Áureo? – Preguntó Diana.

-       Querida, ¡Has estado tan ocupada fornicando con tu cachorrito delicioso, que te has perdido las noticias deportivas de Roma! – Exclamó Marcela – ¡ Áureo es la sensación de la temporada! Ascendió luego de que tu bárbaro matara a Ulpio , el nubio. ¡Combate con la modalidad de Murmillo y se ha vuelto el gladiador más cotizado del Anfiteatro Imperial! Fabulio ha ganado una fortuna, apostando por él.

-       No había oído sobre ese tal Áureo – Declaró Diana – Hace mucho que no voy al Anfiteatro Imperial o al Circo Máximo. No he visto ni gladiadores ni carreras de cuadrigas en mucho tiempo…

-       Pues deberías. Toda Roma está en el Anfiteatro y, además, el guerrero es algo digno de ver – Replicó Calpurnia – Ha abierto en dos a leones gigantescos cuando peleaba como bestiarii; y decapita a oponentes como si cortara una rama seca, desde que se volvió Murmillo … ¡Ese germano es magnífico!

-       ¿Germano? – Preguntó Diana.

-       Sí, es germano. ¿No lo había dicho…? Y ahora que miro a tu esclavito, creo que hasta se parecen – Respondió Calpurnia, cogiendo el brazo de Wolfgang y haciendo que girara – …El cabello como el oro, los ojos del color del mar y un cuerpo de hijo de Júpiter…

-       Todos los germanos se parecen, al igual que los perros – Opinó Caecilia, con desdén.

-       ¡No es cierto! – Rebatió Marcela, soltando una carcajada – Tengo un caballerizo germano que es feo y contrahecho

-       Y ese tal Áureo … ¿Cómo es? – Preguntó Diana.

-       Marcela puede decírtelo. Pagó por acostarse con él hace poco – Señaló Calpurnia, con malicia – ¡No pudo sentarse en dos días!

-       Es aún más alto que tu bárbaro, Diana – Explicó Marcela – Rubio y con la musculatura más desarrollada. Obviamente ya es un hombre y no un adolescente como el tuyo… Y es fuerte, brutal y fornica como una bestia poseída. ¡Deberías aprovechar y probarlo, antes de que lo maten! Ya sabes que un gladiador no dura demasiado…

-       Quizás asista al Anfiteatro Imperial uno de estos días – Declaró Diana y luego se volvió hacia la esposa del tribuno erario, ofreciéndole más vino – Y tú, Caecilia… ¿Te rendirías por el placer de un hombre hermoso, como ese tal Áureo ?

-       No me compete buscar placer en otra cama que no sea el lecho conyugal – Señaló solemnemente la mujer del tribuno erario.

-       ¿Y si aparece un muchacho bello como un Dios, con una verga portentosa y que te haga sentir el placer que jamás conociste con tu marido? – Insistió Diana, acercando la copa a la mano de la dama de la peluca escarlata – ¿No quisieras probar?

-       No estoy interesada en probar nada – Aseguró la aludida – Y mucho menos a algún esclavo del norte. Ya estoy bastante mareada, Diana Marcia. Por favor, no me ofrezcas más bebida…

Calpurnia y Marcela lanzaron exclamaciones de decepción. Diana miró fijamente a la recatada esposa del tribuno erario, antes de girar lentamente hacia Wolfgang que continuaba de pie y en silencio, junto a ella.

-       Quítate todo – Ordenó – Te quiero desnudo.

El muchacho frunció el ceño, algo confundido.

-       ¿Qué?… – Murmuró

-       Ya me oíste. Quiero que mis amigas aprecien la belleza de tu cuerpo. ¿Vas a desobedecer a tu Domina? – Preguntó la dama, con una dura mirada.

El bárbaro las miró por turnos. Calpurnia y Marcela lo observaban con un gesto rapaz. La mujer de cabello rojo parecía algo incómoda. Zenobia contemplaba la escena con severidad y en primer plano, Diana insistía con aquellos ojos oscuros que poseían su voluntad.

Lentamente se despojó de la capa, la túnica y el subligar. Se incorporó, altivo, exhibiendo las hermosas líneas de su cuerpo y la musculatura de sus extremidades. Cuando el miembro quedó expuesto, las mujeres casi ovacionaron; salvo Caecilia Octavia Ezia, quien desvió la mirada, aunque sus ojos se dirigían disimuladamente hacia el bárbaro de vez en cuando.

-       ¡Tu muchacho crece cada día, así como su falo! – Exclamó Marcela – ¡Mira ese tamaño y aún en reposo!

Wolfgang recordaba perfectamente la primera ocasión en la que vio a aquellas mujeres. Eyaculó en su presencia y bebieron su esperma, como si degustaran un fino licor. Las miradas lascivas sobre su cuerpo hicieron que la sangre fluyera hacia el falo. De pronto se sobresaltó. Diana había atrapado el órgano y lo frotaba con lentitud, endureciéndolo.

-       Ha entrenado su cuerpo y sus habilidades, además de probar las prodigiosas hierbas de Alejandría – Explicó la dama Vespia, atrayendo a Wolfgang hacia ella y depositando un beso en la cabeza del sexo ya erecto del muchacho – Un poco de dedicación y convertí a mi animalito salvaje en un dios de los placeres.

-       ¡Qué delicia! – Opinó Calpurnia, inclinándose un poco hacia él – ¿Puedo verlo de cerca?

Diana le ordenó aproximarse a la anfitriona. La mujer palpó los músculos del abdomen y luego bajó, hasta atrapar el falo que ya se elevaba, rígido.

-       Tiene la piel fresca y las líneas de un atleta… ¡Debiste traerlo mucho antes a mi casa, Diana! – Exclamó la señora Décima Junia, justo antes de atraer al muchacho y meter en su boca los primeros centímetros del pene.

Wolfgang contuvo la respiración.

-       ¡Por Júpiter, Calpurnia! – Rio Marcela – ¡Ni siquiera le preguntaste a Diana si podías probar a su esclavo!

-       Déjala, es nuestra anfitriona – Corrigió Diana, de buen humor – Permítele degustar a mi bárbaro. No siempre se disfruta de un ejemplar de esta calidad.

Reían, mientras la dueña de la domus introducía el órgano completo en su boca. Lentamente retrocedió, hasta retirar el glande y darle una lamida final.

-       ¡Soberbio! – Exclamó con tono lascivo – Pruébalo ahora tú, Marcela…

Wolfgang dio un paso hacia la dama aludida, quien atrapó las nalgas del bárbaro y movió la cabeza adelante y atrás, estimulando el bálano con sus labios y su lengua. El muchacho emitió un jadeo. Cuando retiró el falo de su boca, le dio al germano una palmada en uno de sus glúteos.

-       Exquisito, en verdad – Opinó.

La esposa del tribuno erario observaba, apretando su copa más de lo necesario. Diana notó la tensión en los músculos de su cuello y su rostro.

-       ¿No quieres probarlo, Caecilia? – Preguntó la Domina Vespia.

-       ¡Por Juno! ¡Claro que no! – La dama apartó la mirada, con un gesto ofendido y la voz levemente titubeante.

En verdad estaba mareada. Diana sonrió perversamente.

-       Nadie le contará a Silvio Octavio Ezio lo que hagas aquí, por supuesto – Insistió la Domina Vespia, indicándole a Wolfgang que se ubicara frente a la interpelada.

Caecilia apartó la mirada, una vez que tuvo el miembro erecto de Wolfgang a pocos centímetros de su rostro.

-       ¡No lo repetiré, Diana Marcia! – Recalcó la dama, enfatizando su gesto con un ademán – ¡Aleja a este bárbaro de mí!

La dama Vespia lanzó una carcajada y llamó al muchacho.

-       Es una lástima que rechaces lo que te ofrezco, Caecilia. Ni te imaginas las habilidades que tiene este germano – Aseguró la Domina, acariciado con pereza los testículos de su esclavo – Es capaz de hacer gritar a una virgen como la puta más escandalosa de Subura

-       Mi primera vez fue un desastre. ¡Solo me dolió! – Se lamentó Marcela – Y no conozco a ninguna que lo haya pasado mejor, así que no creo demasiado en lo que dices, Diana Marcia Vespia… A menos que tu bárbaro lo demuestre aquí y ahora…

-       ¿Una demostración? – Preguntó Diana, divertida.

-       Así es. ¡Que desflore a una virgen, pero dándole placer! – Marcela soltó una carcajada – ¿Pero, en dónde encontraremos una virgen a esta hora?

-       Caecilia es tan virtuosa, que probablemente el himen volvió a crecerle… – Comentó Diana, sonriendo con ponzoña.

La aludida respondió algo, pero las risotadas apagaron su voz.

-       ¡Yo puedo proveer a esa virgen! – Anunció Calpurnia, tratando de recuperarse del ataque de risa – Y está aquí mismo, en mi casa…

-       ¿Te quedan esclavas vírgenes? – Preguntó Marcela, jocosa – ¿¿Acaso pretendes traer a una niña de 6 años??

-       ¡No seas tonta! – Replicó la anfitriona, con el mismo tono hilarante – Haremos las cosas bien y el bárbaro tendrá la oportunidad de demostrar si el entusiasmo de Diana tiene fundamento o bien, obedece a una mera exageración… ¡¡PORTIA!! ¡VEN AQUÍ!

La dueña de la domus llamó a la muchacha que aguardaba en la penumbra del peristilo. La chica dudó, con los ojos aún bajos. Las tres mujeres se incorporaron en sus divanes, atentas.

-       Maldita perra asiática… ¡Casi no habla nuestra lengua! – Reclamó Calpurnia, profundamente irritada –¡¡TE LLAMÉ, PORTIA!! ¡VEN AQUÍ!

La chica avanzó, quedando completamente iluminada por las antorchas. Wolfgang pudo observarla en detalle. Efectivamente poseía rasgos que le parecieron extraordinarios, sobre todo sus ojos: profundamente negros y que parecían esconderse entre los párpados. La muchacha temblaba levemente.  El bárbaro recordó lo que él había sentido en la tarima de la subasta de esclavos, a su llegada a Roma.

-       ¡Pero es una mocosa! – Se lamentó Marcela, algo desilusionada – ¿Tendrá unos 12 años?

-       No te engañes. Tiene unos 16 por lo menos – Corrigió la anfitriona – La trajeron unos comerciantes de la ruta de la seda y Amancio pagó una fortuna por ella. Supuestamente es la hija de un jefe tribal de las estepas, a cientos de leguas de Partia o de Judea… Así se ven las mujeres de esos páramos alejados de los dioses: la piel es pálida, el cabello lacio y esos ojos como si se los hubieran hecho de un cuchillazo.

-       Es extrañamente hermosa, lo admito – Comentó Diana – ¿Pero estás segura de que es virgen?

-       Ya la examinó mi médico: intacta – Respondió Calpurnia – Se supone que la conservaban para convertirse en la mujer de un poderoso señor en sus tierras, pero fue capturada y traída a Roma. Los piratas fenicios que la trasladaron se cuidaron de no tocarla. Bien sabían lo que vale una virgen exótica para un senador libidinoso…

-       ¿Y tu marido la compró para desvirgarla? – Preguntó Marcela, al borde de la risa.

-       Es su intención y pretende hacerlo una vez que regrese de Ostia – Replicó Calpurnia – Pero bien sabemos que hay dátiles de Numidia con más carne que el falo de mi marido; de modo que esta chica seguirá doncella de aquí a las Saturnales … A menos que esta noche alguien le desgarre placenteramente el himen…

-       ¡Pero tu marido se dará cuenta del engaño! – Observó Caecilia Octavia Ezia, algo escandalizada.

-       Estará borracho y la chica actuará su papel de desflorada sufriente – Aseguró la anfitriona – Amancio jamás ha sido bueno en la cama: o se duerme u olvida lo poco que logró hacer, de modo que da igual si la asiática abre las piernas frente a nosotras, para que el germano demuestre que su Domina no lo halagó en vano. ¿Qué dices, Diana Marcia Vespia? ¿Podrá tu bárbaro desvirgar a la asiática y darle placer?

-       ¿Cuánto quieres apostar? – Preguntó la Domina, con aplomo.

-       ¿Unos 5.000 sextercios?

-       ¡No le tienes fe a mi esclavo, puedo verlo! – Exclamó Diana, sonriente – ¡Que sean 10.000!

-       Y tú confías demasiado en sus habilidades – Observó la anfitriona – Muy bien. Te pagaré 10.000 sextercios si la perra de Asia grita como una ramera de burdel barato… O bien… Me ayudarás a costear un collar persa que estoy regateando, además de rentar al gladiador germano por algunas horas…

-       Te quedarás con las ganas, te lo aseguro.

Marcela aplaudió, entusiasmada, mientras la dama Octavia Ezia guardaba prudente silencio.

Diana ordenó a su esclavo que se aproximara.

-       Estoy apostando por ti, así que da un buen espectáculo – Murmuró la Domina, con tono firme.

Wolfgang volteó hacia la muchacha de las estepas orientales. Debía desvirgarla. La chica temblaba como una hoja. El bárbaro pensó que seguramente tenía otro nombre y los romanos también se lo robaron para llamarla Portia. Sintió lástima por ella. En ese momento, la joven levantó la mirada y clavó las pupilas en las del germano. Diana notó el titubeo en los ojos del muchacho.

-       ¿No quieres hacerlo? – Preguntó la Domina– Te dije una vez que no fornicarías con nadie que no desearas. Si prefieres declinar, puedo pedirle a Helios que la desflore, aunque me harás quedar pésimo con mis amigas…

Recordó las palabras de Illithia: Helios era un animal cuando se trataba de una virgen. Seguramente la lastimaría, como si fuera una daga rasgando un papiro.

-       Lo haré, Domina – Acató el bárbaro.

Diana tomó el rostro del muchacho y lo acercó, para hablarle al oído.

-       Escúchame bien: Haz lo que sabes hacer mejor con aquella cachorrita asiática; y no creo que sea necesario advertirte que tu semen me pertenece – Advirtió. Wolfgang asintió levemente. Diana apegó aún más su boca en la oreja del muchacho – … Y quiero que hoy seas un sátiro talentoso, pues esa zorra de cabello rojo es una ramera que finge ser virtuosa como una Vestal . La conozco bien… Y espero que te luzcas de tal manera, que aquella perra termine con la vulva como una ciénaga, solo por observarte… ¿Entendido?

Soltó el rostro del bárbaro. Él se incorporó.

-       Entendí, Domina – Respondió el chico con su acento brusco.

-       Muy bien. Ahora ve con aquella cervatilla de ojos alargados…

Calpurnia y Marcela aplaudieron, acomodándose en sus divanes. Diana volvió a ofrecer más vino a Caecilia, quien no parecía tan resuelta para rechazarlo.

-       Solo disfruta lo que verás – Aconsejó la domina Vespia a la esposa del tribuno erario – Te aseguro que tu opinión sobre los germanos podría cambiar esta noche…

Wolfgang estaba frente a Portia. La coronilla de la chica apenas le llegaba a la base del cuello. Era menuda y estaba aterrada ante la proximidad del cuerpo desnudo del bárbaro. El muchacho pensó en tranquilizarla con algunas palabras, pero no estaba seguro de darse a entender. Probablemente ella no hablaba latín. Recordó los días en que aún no dominaba la lengua de los romanos y se sentía confundido y asustado. Cuando Illithia lo masturbó frente a las mismas mujeres que ahora bebían en el salón, no comprendió nada de lo que allí se dijo. Wolfgang intuyó que debía ser cuidadoso y preciso, para no lastimarla. En verdad, la fragilidad de la muchacha lo conmovía.

-       No quiero lastimarte – Le susurró, para que solo ella lo oyera – Trataré de ser gentil…

La chica levantó la vista hacia él, pero no dejaba de temblar.

Sin dejar de mirarla a los ojos, el germano abrió los broches que sujetaban el peplo en los hombros de la muchacha y deslizó suavemente la prenda hasta agolparla en sus tobillos. Tomó la mano de la chica y la ayudó a salir de la tela acumulada a sus pies. Ella llevaba los pechos cubiertos por el mamillare , una delgada banda de cuero flexible, y también un subligaculum , el taparrabos femenino. Decidió tomarse su tiempo para no alterar a Portia más de lo necesario.

-       Me han contado que los bárbaros del norte asaltan las villas de la frontera con el Rhin y se arrojan como lobos sobre las mujeres, para violarlas – Comentó Calpurnia – Tu muchacho la desviste casi con dulzura… ¿Estás segura de que es un germano?

-       Lo es. Y también es un hombre que sabe lo que hace… – Respondió Diana, con aire satisfecho.

Una vez que la despojó de todo, Wolfgang contempló la desnudez de la chica. Los pechos eran más bien pequeños, pero erguidos. Su cintura era estrecha y sus caderas no estaban pronunciadas. Tenía el pubis afeitado y la pálida piel resplandecía, como la de un bebé. Parecía el cuerpo de una niña que apenas se ha desarrollado; pero los ojos revelaban una historia compleja y las vivencias de una mujer que ha madurado por la fuerza. Wolfgang sabía que lo obligaban a violarla y no tenía escapatoria. Acosado por el recuerdo del abuso sufrido en la Domus Transitoria, cuando el gladiador nubio lo ultrajó frente a los nobles romanos; se propuso evitar a toda costa que el recuerdo de esa noche llenara el sueño de aquella chica con pesadillas.

-       ¡Tómala de una vez! – Exigió Marcela – ¿Qué tanto le observas?

-       ¿Acaso no eres un hombre? – Insistió Calpurnia.

-       No sé qué esperan que haga. Es solo un bárbaro – Puntualizó Caecilia, antes de beber un trago.

-       Déjenlo actuar… – Apaciguó Diana.

Wolfgang atrajo lentamente a la muchacha y acercó la boca a su oído. A pesar de no tener la certeza de una comunicación efectiva, le susurró:

-       No las escuches, no hay nadie más aquí… Solo tú y yo…

La respiración de la esclava se aceleró.

Enseguida levantó el mentón de Portia y la besó lentamente. Diana alzó una ceja cuando notó que el bárbaro era cuidadoso y abría sutilmente los labios de la muchacha con la lengua. Poco a poco, la chica siguió el ritmo, aunque aún temblaba. Se trataba apenas de un beso, el simple contacto húmedo de las bocas; pero ambos estaban desnudos, eran jóvenes y lo hacían de una forma tan lúbrica, que las cuatro mujeres que observaban sintieron que los pezones se les erizaban.

“Es la forma más inmediata de contacto sexual, pero no la más simple. Si sabes manejar la intensidad, la respiración y el movimiento de tus labios y tu lengua; puedes hacer que tu amante se abra como una flor y destile rocío por el sexo…”

Wolfgang recordaba las palabras de Nidia, mientras asaltaba la boca de la muchacha, quien había cerrado los ojos como si hubiese recibido una instrucción. El bárbaro, entonces, cogió las nalgas de la chica y las apretó, arrancándole un gemido.

-       Se ve prometedor… – Opinó Calpurnia.

Caecilia Octavia Ezia estrechó inconscientemente los muslos.

Cuando Wolfgang se apartó de los labios de la chica, ella aún permaneció unos segundos con los ojos cerrados. Entonces, el bárbaro la giró, haciendo que le diera la espalda. Ella podía sentir la proximidad de la piel del muchacho, así como la presión del pene erecto contra el quiebre de su cintura. El germano se inclinó nuevamente en el oído de Portia.

-       Quiero que cierres los ojos y que sientas… No escuches nada más que mi voz… No sientas nada más que mis manos – Instruyó suavemente.

“La voz tiene poder, Wolfgang… Puede causar alegría en quien la oye, puede volverse aterradora; o bien, es un instrumento de excitación… Elige el tono para hablar en el oído. Que tu voz se vuelva profunda y sedosa, como un soplo cálido de verano. Haz que tu amante te oiga y te necesite dentro de su cuerpo…”

Las manos del bárbaro atraparon cada pecho de la chica y amasaron con suavidad, mientras continuaba susurrando en su oído. Diana se incorporó en su diván, tratando de oír; pero solo pudo escuchar la respiración de la muchacha, cada vez más evidente. Luego de sostener ambos pezones entre el pulgar y el índice, Wolfgang los frotó rápidamente, arrancándole el primer gemido de evidente placer.

-       ¡Sus tetas se inflaman! – Observó Marcela – Ha comenzado a excitarla…

Caecilia contemplaba la escena con los labios entreabiertos. Su pecho subía y bajaba, aumentando el ritmo de la respiración. Bebió su copa de golpe y Marcela se apresuró a llenarla nuevamente. Diana contactó con la mirada a Calpurnia y ambas sonrieron.

“Los dioses te dieron dedos para cazar, empuñar las armas y darle placer a una mujer. Úsalos sabiamente, sin prisa. Interpreta la lubricidad, cada temblor en la piel. Palpa, enloquece, pero a la vez recoge información. Sabrás qué tocar y con qué intensidad. Aplica roces tenues, cuando corresponda; pero vuélvete intenso y llega profundo con ellos, para provocar el éxtasis…”

Mientras los dedos de la mano izquierda continuaban frotando el pequeño y rígido pezón, la mano derecha acarició el Monte de Venus, sin palpar de inmediato los labios mayores de la vulva que comenzaba a lubricar. El calor próximo de la mano del bárbaro provocaba una terrible ansiedad en la chica. Echó la cabeza hacia atrás y miró a Wolfgang a los ojos, suplicante. En ese momento, el dedo medio del germano había hecho contacto con el clítoris y comenzaba a acariciarlo en círculos suaves, rozándolo apenas. Luego, inesperadamente, aplicaba mayor presión y después volvía a la sutileza. Los labios mayores comenzaban a brillar por los jugos que escurrían lentamente. Portia gemía en voz alta.

-       Estoy impresionada – Admitió Marcela – No esperaba que un lobito salvaje fuera refinado en el arte del placer…

-       Hay cosas que no nos has contado, Diana, ¿Eh? – Comentó Calpurnia – ¡Mira como la acaricia! Trata la vulva de la asiática como un poeta a su lira…

“Si sabes hacerlo bien, las puertas se abrirán… Debes palpar con calma, jugando con los ritmos. Deja que ella se entregue poco a poco, que te permita avanzar. Una caricia bien aplicada puede abrir un apretado capullo y volverlo una flor que despida néctar”

Caecilia había cruzado las piernas. Sus pezones erectos se marcaban en el peplo.

Una vez que la vulva se volvió viscosa y los labios se inflamaron, Wolfgang presionó sus dedos y los deslizó dentro de la vagina. Fue prudente, tanteando terreno, despacio, sin dejar de estimular el pezón y aún murmurando en el oído de la chica. Se detuvo cuando encontró la barrera. Calpurnia no había mentido: Portia era virgen; y por mucho que el muchacho consiguiera que la vagina se empapara, debía ser cuidadoso.

-       Está manejando su propia respiración – Observó Diana – Así puede controlar sus impulsos.

-       Creo que empezaré a pagarte a ti y no al dueño de la escuela de gladiadores, Diana Marcia – Rió Marcela.

La vulva de Portia se había empapado a tal punto, que los dedos de Wolfgang hacían un sonido enloquecedor al acariciarla. Las mujeres podían ver el clítoris erecto, asomándose en el capuchón de piel hinchada. Los labios, que antes parecían delgados y compactos, ahora se abrían y destilaban un líquido viscoso que caía en hilos por entre los dedos del muchacho.

“Todo tu cuerpo es un órgano sexual, incluso tus ojos. A los romanos les gustan nuestros ojos. Los comparan con el color del océano y creen que Neptuno habita en ellos. Utilízalos. Una mirada puede cargar la intensidad necesaria para empapar el sexo de una mujer y volverla tu esclava”

Fue entonces cuando el germano levantó la cabeza y clavó las pupilas en las de Caecilia Octavia Ezia. Ella contuvo la respiración. Entonces, el bárbaro untó sus dedos en el lubricante que se deslizaba por las ingles de la chica asiática y lo llevó a su boca. Chupó el néctar, sin dejar de observar a la esposa del tribuno erario a los ojos. Ella se mordió los labios y apartó la mirada.

-       Dile a ese esclavo que se detenga, Diana – Musitó, girando la cabeza y apretando los párpados.

-       ¿Por qué lo haría? No ha sido irrespetuoso contigo – Replicó la Domina, tranquilamente.

Wolfgang levantó a Portia en los brazos y la depositó sobre un diván próximo. La chica jadeaba y agitaba las caderas, como si buscara en el aire algo que le proporcionara alivio. El muchacho se inclinó sobre su cuerpo. Era mucho más grande que ella, de modo que la abarcaba por completo.  La asiática abrió los ojos y levantó la cabeza, intentando besarlo. Le dio una lamida en los labios. El bárbaro se apartó y acarició la boca de la chica con el pulgar. La muchacha comenzó a chupar su dedo y a darle mordidas suaves.

-       ¡Está hirviendo! ¡Nunca imaginé que esa mocosa frígida pudiera sentir algo! – Rió Calpurnia – Siempre trae el mismo gesto adusto. Pensé que se quedaría lánguida, como un pez, cuando alguien la fornicara…

-        Las que se quedan lánguidas son solo las que fornican con pésimos amantes. ¿No estás de acuerdo, Caecilia? – Preguntó Diana, girando hacia la dama de cabello escarlata.

Pero la esposa de tribuno erario no la oyó, ya que se encontraba embelesada y con una de sus manos sobre su escote.

Wolfgang untó nuevamente sus dedos en el lubricante que ahora chorreaba por los muslos y empapaba la seda del diván. Extrajo una generosa cantidad y embadurnó con él ambos pechos de la chica. El líquido se movió como ámbar sobre la piel de las puntas. Enseguida, se inclinó y comenzó a chupar los pezones, mientras sus dedos volvían a estimular la entrada de la vagina, frotando en círculos. Portia comenzó a gemir con voz aguda.

-       Mira como prepara su cuerpo… ¿Acaso todos los bárbaros fornican de este modo? – Preguntó Calpurnia, aflojando su escote.

-        No todos. Áureo es una bestia en el sexo y tiene su encanto – Replicó Marcela, quien ya había sacado ambas tetas fuera del peplo – Pero creo que compraré a un germano la próxima vez que vaya al mercado de esclavos… Uno que sepa el arte del placer, como este lobezno del Rhin…

Diana sonrió y observó a Caecilia, que se acariciaba los pechos casi de forma imperceptible. La Domina se incorporó lentamente y se acercó a la dama por detrás, sobresaltándola.

-       ¿Te gusta lo que ves? – Murmuró cerca del oído de la dama Octavia Ezia.

-       Tu bárbaro es hábil, lo admito – Musitó como respuesta.

Las manos de la Domina Vespia aparecieron desde atrás y apretaron ambas tetas de la señora del tribuno erario. Antes de que pudiera protestar, Diana le había abierto el escote y comenzaba a acariciarla, frotando lentamente los pezones rosados.

-       Tienes razón, es muy hábil. Fue entrenado para complacerme y ahora puede darte ese placer, Caecilia querida – Estimulaba más rápido las puntas – Sabes bien que lo deseas…

-       Basta, Diana… – Suplicó la dama Octavia Ezia, pero no tenía fuerzas para apartar las manos de la Domina.

-       Solo observa a mi esclavo y pregúntate si no quieres sentirlo entre tus piernas – Le susurró, justo antes de darle una lamida lenta en la oreja – Míralo y dime si no lo deseas… Puede ser tuyo y nadie tiene que saberlo. Estamos entre amigas…

“La lengua puede ser tan efectiva como tu miembro, Wolfgang. Puede ser un instrumento de tortura o de éxtasis. Puedes elevar a una mujer hasta el Walhalla, solo si sabes usarla. Aprende y aplica los diferentes movimientos. Comprenderás que ese músculo procederá diferente dentro de una boca, sobre la pepita del clítoris o en la profundidad de una vagina empapada. Toma decisiones y úsala con inteligencia…”

Wolfgang había separado ambos muslos de la chica asiática y ahora lamía pausadamente los labios mayores y menores. Jugaba con los ritmos. A ratos casi inmóvil, a ratos frenético. Mamaba esporádicamente el mínimo pezón del clítoris y hundía la lengua en la vagina, acercándose al himen. La muchacha, por su parte sujetaba el pelo dorado del bárbaro, mientras él la elevaba al éxtasis con una boca hábil y glotona. El sonido de la lengua agitándose en la piel viscosa era embriagante. El germano nuevamente dirigió los ojos hacia Caecilia Octavia Ezia, que ahora jadeaba, mientras Diana sacudía sus tetas con ambas manos. La chica había comenzado a gritar.

-       ¡Diana ganó! – Rió Marcela – ¡La hizo gritar como una puta!

-       Aún no termina. Si logra hacerla gritar de placer, incluso cuando le desgarre el himen, Diana será la vencedora – Dictaminó Calpurnia, algo inquieta.

Wolfgang seguía devorando el sexo de la chica de las estepas orientales, sin dejar de observar a la esposa del tribuno erario.

-       Puedes sentir lo mismo que esa zorra de Asia, Caecilia – Murmuró Diana nuevamente, mientras deslizaba la mano bajo los pliegues del peplo y comprobaba, in situ, que la esposa del tribuno erario llevaba largos minutos con la vulva empapada – Puedes disfrutar de su cuerpo sin remordimientos…  Solo pídelo.

La muchacha asiática comenzó a agitarse. Sus caderas se estremecían entre las manos del germano, mientras su sexo se derretía en aquella boca que succionaba sin misericordia. Cuando los gritos de Portia se volvieron más agudos y a un mayor ritmo, Wolfgang se apartó unos centímetros y frotó el clítoris con frenesí. Fue entonces cuando las mujeres pudieron contemplar un orgasmo brutal y perfecto: los labios mayores palpitaban, el clítoris latía, el orificio anal se contraía rítmicamente y la vagina parecía escupir minúsculos chorritos de un líquido transparente.

-       ¡Lo logró! – Exclamó Marcela.

-       Esa perra sigue virgen. Aún no ha ganado – Dictaminó Calpurnia.

La esposa del tribuno erario gemía. Diana continuaba amasando sus pechos hinchados y Caecilia sentía que en cualquier momento estallaría.

Wolfgang se incorporó. La esclava languidecía, agónica, aún jadeante. El bárbaro abrió las piernas de la muchacha, apoyó el glande en la entrada de la vagina, pero antes de empujar, se inclinó sobre ella. La chica lo miró a los ojos. Ambos rostros estaban a milímetros de distancia.

-       Levanta las caderas un poco y respira profundo – Murmuró él – Lo haré despacio…

Cuando Portia alzó la pelvis y cruzó las piernas alrededor de su cuerpo, Wolfgang supo que la chica era capaz de comprenderlo. De hecho, era muy probable que hubiese entendido cada palabra que le susurró durante el proceso. Le sonrió y Portia le devolvió la sonrisa. Sus ojos se reducían a dos líneas cuando lo hacía.

“Tu falo puede ser un instrumento de dolor y de placer. Ambas cosas pueden complementarse, en dosis balanceadas. Cuando penetres a una doncella, cuídate de que el dolor sea pausado, tan leve, que se vea opacado por el placer que le darás paulatinamente. Penétrala con calma, siguiendo su ritmo. Avanza en oleadas, como la crecida de un río. Invádela con tu miembro y muévelo dentro de su cuerpo, estimulándola hasta el delirio…”

El pasaje estaba tan empapado, que el glande se deslizó en la carne hasta toparse con la membrana virginal. Wolfgang miró fijamente a la chica y ella supo que debía respirar hondo. El muchacho empujó; levemente primero y luego, con mayor presión, provocando un gemido. Entonces, el bárbaro retiró lentamente el falo, para luego regresar y empujar de golpe, desgarrando el himen. Portia abrió la boca para gritar de dolor, pero él la calló con un beso. Permaneció unos segundos dentro de ella, sin dejar de besarla. Finísimas estrías de sangre escurrieron del orificio asaltado.

-       Ojalá así hubiese sido mi primera vez… – Suspiró Marcela.

El germano se incorporó un poco. No la embestiría como lo hacía con Diana. Portia necesitaba otro tipo de placer. El torso y la pelvis de Wolfgang comenzaron a serpentear lentamente, moviendo el pene dentro de la vagina que se abría por primera vez. Estaba consciente del tamaño de su miembro y que el conducto era estrecho, por lo que la invasión debía ser pausada, cadenciosa. Acarició las tetas de la muchacha, mientras su pelvis ondulaba, haciendo que la verga se abriera camino sin lastimar.

-       Sublime… – Murmuró Caecilia, cerrando los ojos.

-       Y puede ser tuyo… – Insistió Diana en su oído.

Portia gemía, arqueando la espalda y dando cortos gritos. El pene había desaparecido por completo dentro de la vagina y los testículos se apretaban contra los labios brillantes de fluidos. Wolfgang ya podía cambiar de estrategia y la embistió a un ritmo ascendente. Comenzó a bombearla progresivamente, dándole velocidad a sus movimientos.

-       Me estoy quemando – Confesó Calpurnia, recostándose sobre el diván para luego levantar el peplo y frotar su vulva.

Marcela se acercó a ella y comenzó a chupar una de sus tetas, sin dejar de observar al bárbaro y la asiática.

También Diana estaba ocupada, masajeando ahora el clítoris de Caecilia, que había perdido el recato y ahora gemía en voz alta.

Wolfgang se recostó de lado en el diván, ubicado a Portia delante de él, dándole la espalda y de frente a las damas romanas. Levantó un muslo de la muchacha. En esa posición, ellas podían contemplar el cuerpo completo de la asiática y, además, el bárbaro podía acariciar una de sus tetas y penetrarla a la vista de las espectadoras. No perderían detalle. El pene del germano exhibía una erección en su máximo esplendor, con el prepucio retraído y la piel brillante por los jugos de la vagina de Portia. Los testículos se habían hinchado, repletos de semen hirviendo.

-       ¡Por Hades! ¡Qué verga! – Musitó Caecilia.

Guiándolo con los dedos, Wolfgang ubicó el bálano en la entrada de la vagina y la deslizó dentro. La vena principal se había inflamado y cruzaba como un acueducto el miembro, de la raíz a la cabeza. Portia lanzó un jadeo. Fue entonces cuando el bárbaro comenzó a penetrarla a un ritmo mayor. Febril, la verga emergía una y otra vez, empapada y viscosa; pero lo hacía a tal velocidad, que era apenas un destello, pues parecía taladrar la profundidad del sexo que invadía. Las damas exclamaron y la chica comenzó a dar alaridos.

-       ¿La quieres dentro de ti? – Susurró Diana, directo en el oído de Caecilia – ¿En tu boca? ¿En tu culo? ¿Empujando tu útero?

Ninguna de las damas dudaba del triunfo de Diana. Había ganado. La chica asiática aullaba de placer, gozando de un orgasmo tras otro, mientras el falo del germano la penetraba frenéticamente, haciendo que sus testículos se sacudieran. El aroma de los fluidos sexuales flotaba en el ambiente, enloqueciendo a las asistentes a la reunión.

Wolfgang sintió que el magma subía desde sus gónadas hasta recorrerlo por completo. Respiraba velozmente y sentía la tensión en cada músculo y tendón. Cerró los ojos, sin dejar de mover su sexo y oyendo únicamente los gritos de la chica. “Tu semen me pertenece… No lo olvides” … Era solo un esclavo. Ni siquiera su semilla era de su propiedad. No era dueño de su esperma, ni de su cuerpo, ni de su miembro. Había oído que hasta el sudor y la sangre de los gladiadores terminaba en manos de otros.

No era nadie, solo un órgano sexual…

Abrió los ojos y se encontró con los de Diana. Fue entonces cuando comenzó a jadear y a apretar los dientes. Su Domina frunció el ceño, a modo de advertencia, pero fue en vano. Finalmente echó la cabeza hacia atrás y se derramó de golpe en la profundidad de la vagina de la muchacha. Una y otra vez sintió las contracciones de placer, mientras inyectaba su semilla en la matriz de Portia.

Marcela aplaudía y Calpurnia sonrió, derrotada. Hizo una señal a una de sus esclavas, quien trajo un pequeño cofre de donde la anfitriona extrajo una bolsa de monedas tintineantes. A una orden de Diana, Zenobia recogió el premio de la apuesta y lo contó rápidamente.

-       Está en orden – Señaló la jefa de los esclavos de la casa Vespia.

-       Decías la verdad, Diana Marcia de los Vespios – Admitió Calpurnia – Tu bárbaro es un dios del placer. No te ofreceré medio millón de sextercios por él, como hizo Quinto Estrabón, pero como tu amiga, imagino que de vez en cuando podrás traerlo a mi casa…

-       Eventualmente, querida – Replicó Diana y luego giró hacia los esclavos, con una mirada dura – Aunque primero deba domarlo un poco. Al parecer aún le quedan resabios de su rebeldía salvaje.

Portia descansaba con los ojos cerrados, agotada por el placer y la experiencia. Wolfgang retiró lentamente su pene del sexo de la muchacha, provocando que un hilo espeso de semen se deslizara desde el interior de la vulva. Se incorporó, recogió el peplo de la esclava y se lo ofreció. Ella también se puso de pie y lo miró a los ojos. Ya no temblaba.

-       ¡Mírala! – Observó Calpurnia – ¡Esta zorrita se tocará por las noches, pensando en tu bárbaro, Diana!

-       Instrúyela para que finja el mismo placer cuando tu marido la penetre con su dátil seco – Replicó la Domina Vespia.

Las carcajadas volvieron al salón. La anfitriona le ordenó a la esclava asiática que se retirara. Antes de salir, volvió a darle una mirada a Wolfgang e incluso le sonrió levemente.

El bárbaro sabía que sería castigado. Había eyaculado dentro de Portia y no tenía claro de si lo hizo por placer o franco desafío hacia su Domina. Permaneció desnudo y avanzó hacia su ama. La dama cogió el pene y lo atrajo con firmeza. Él ahogo un gemido.

-       Sé que sabes usar muy bien tu arma, Febo – Le dijo con los ojos en llamas. Wolfgang frunció el ceño. Había vuelto a llamarlo por su nombre romano – Y también sé que sabes controlarte perfectamente… ¿Por qué no le demuestras a mi amiga por qué pagué una fortuna para convertir a un animal del Rhin en un Dios del sexo?

Wolfgang titubeó. La mirada de Diana volvía a ser perversa, como antes. No era la mujer gentil que le había obsequiado a Answald . Comprendió que estaba furiosa por haber descargado en Portia. La Domina lo masturbaba, buscando una nueva erección.

-       ¡Es demasiado pronto, Diana! – Observó Calpurnia – Ningún hombre recupera su brío en tan poco tiempo.

-       Este no es un hombre… Es un lobo de los bosques helados, un animal que nació para darle placer a una mujer – Rebatió la dama Vespia – Y acá tienes la prueba…

Soltó el falo que masajeaba y el órgano se sostuvo, trémulo y repleto de sangre. Nuevamente estaba listo para otro ataque.

-       ¡Admirable! – Exclamó Marcela.

-       ¡Qué verga, por todos los dioses! – Agregó Calpurnia.

-       Aquí lo tienes, Caecilia – Musitó Diana Marcia Vespia, abriendo los broches de los hombros y deslizando el peplo de la esposa del tribuno erario hasta la cintura – Solo pruébalo…

La Domina se apartó, ubicándose en otro diván y cogiendo una copa rebosante de vino.

-       Procede… – Indicó a su esclavo.

Wolfgang alargó la mano y acarició los pezones de la dama de cabello escarlata, aún sentada en el diván. Ella gimió. El muchacho aproximó su falo a su rostro. Caecilia cerró los ojos por unos instantes. El vino invadía su sangre y el deseo le quemaba el sexo. Estaba derrotada. Necesitaba el cuerpo del bárbaro y ya no era posible controlar su desesperación. Abrió los párpados. El glande perfecto, redondo y húmedo temblaba a milímetros de su rostro. Incapaz de dominar sus impulsos, la dama Octavia Ezia aferró el bálano y lo llevó a su boca.

Diana y sus amigas ahogaron una risotada.

-       La virtud de una matrona romana se acaba cuando tiene un buen pene al frente – Susurró Marcela a sus amigas.

-       Es una zorra hipócrita. Se acostó con Marco Sempronio Glauco en más de una ocasión, e incluso hace que uno de sus esclavos le empale el culo, según cuentan los rumores – Agregó Diana en voz baja – No soporto a las que fingen decencia y no actuarían distinto de la libertina de Mesalina.

Wolgang se apartó de la boca de la dama. De un manotazo, derribó vasos y fuentes de la mesa central. Las frutas rodaron por el piso de mosaicos y las jarras de oro se derramaron bajo los divanes. Las mujeres se sobresaltaron. Enseguida, el bárbaro cogió en sus brazos a Caecilia Octavia Ezia y la depositó bruscamente sobre la mesa, a centímetros de las espectadoras. Con un movimiento rasgó el peplo de la esposa del tribuno erario, hasta abrirlo del escote al pubis. Sujetó las muñecas de la mujer contra la mesa y se inclinó para chupar sus tetas. Esta vez no aplicaba la gentileza que dedicó a Portia. Ahora succionaba con furia, mordiendo y estirando los pezones de una matrona con apetitos. La devoraba con el hambre de un lobo y los gritos de la dama llenaron el salón de la casa de los Junios.

-       Harías una fortuna si cada mujer insatisfecha del Imperio te pagara por acostarse con tu bárbaro, Diana Marcia – Observó Calpurnia – ¡Este mocoso infeliz me ha hecho lubricar toda la noche!

No habría preámbulos ni preparación. No era necesario. Caecilia Octavia ardía y su vulva se abría con el apetito de una planta carnívora. Su cuerpo era muy diferente del de Portia. Era un cuerpo de hembra, lleno de curvas y redondeces. Wolfgang se incorporó y aferró los muslos generosos de la esposa del tribuno erario, para hundir sin piedad su verga enhiesta en las profundidades jugosas de su vagina. La dama se arqueó. Fue entonces cuando Marcela y Calpurnia bajaron de sus divanes y se inclinaron para chupar cada una los pezones de la afortunada que recibía los embistes del joven semental del Rhin.

Caecilia agonizaba. Sus gritos se oían por toda la casa y Wolfgang le dio lo que deseaba. Empujó dentro de su sexo durante una eternidad, provocándole una oleada de orgasmos que sacudieron completamente su cuerpo. Estimuladas por la escena, Calpurnia y Marcela se besaban, alternando lamidas en las bamboleantes tetas de la esposa del tribuno erario.

Solo Diana permanecía en su diván, bebiendo con tranquilidad. Comprendía que seguramente la anfitriona y sus amigas continuarían las diversiones en el dormitorio, a solas o acompañadas por alguno de los robustos esclavos de la casa Junia. Sonrió. No solo había doblegado la virtud de la esposa del tribuno erario, sino que ahora tenía la posibilidad de chantajearla eventualmente con el episodio. Ya vería de qué forma obtener beneficios de la situación.

Caecilia Octavia Ezia no recordaba cuándo había sido la última vez que disfrutó tanto del falo de un hombre. Diana tenía razón: en algún momento tuvo un encuentro con Marco Sempronio Glauco y de tanto en tanto buscaba alivio con uno de sus esclavos. Su matrimonio no se distinguía particularmente por la pasión y las esporádicas ocasiones en que su marido decidía copular con ella, el asunto ocurría de forma mecánica y sin ningún placer para la dama. El éxtasis que le reportaba la verga de aquel muchacho que efectivamente podía ser su hijo, había superado cualquiera de sus experiencias en la cama. Se abandonó al placer del órgano que frotaba sin misericordia las paredes de su vagina voraz y al contacto con sus libidinosas amigas.

Diana ya conocía a Wolfgang. Luego de obsequiarle a Octavia Ezia más orgasmos de los que había experimentado en veinte años, el muchacho dio señales de su propio y próximo clímax. Se tensó, contrajo los músculos del rostro y controló la respiración para un final glorioso. Esta vez arrancó el sexo del cuerpo de la esposa del tribuno erario y echó la cabeza hacia atrás, frotando el prepucio con frenesí. El semen saltó a presión, salpicando el rostro, las tetas y el vientre de Caecilia. Diana consideró que, dado que Calpurnia había perdido tanto dinero con la apuesta, bien podía compartir con ella algo del néctar de su propiedad. Marcela, por lo demás, era su amiga de infancia. Por qué no…

Una vez que el coito concluyó, ambas damas lamieron angustiosamente el semen que se deslizaba por el torso y el rostro de la esposa del tribuno erario.

Diez minutos después de la escena, Wolfgang esperaba a su ama en el atrium . Los esclavos de la casa Junia lo observaban a cierta distancia y cuchicheaban. Habían oído los gritos femeninos y estaban impresionados de saber que el causante era aquel bárbaro parado junto al impluvium . Era prácticamente un mocoso. El muchacho fingía no verlos, aunque los oía perfectamente.

En algún momento sintió que alguien se le acercaba por la espalda y giró velozmente, alerta. Era Portia, la muchacha asiática que había desvirgado en el tablinium , frente a las romanas. Le sonreía levemente. Wolfgang se concentró en sus ojos rasgados y notó una ternura que no había visto desde que pisó el Imperio.

-       Gracias… Por gentileza… – Dijo ella con un hilo de voz.

Su pronunciación del latín era peculiar y dulce.

El muchacho inclinó la cabeza y también le sonrió. Confirmó lo que sospechaba: ella había comprendido cada instrucción que le dio al momento de tomarla, además de sus intentos por evitarle cualquier dolor.

-       Soy Wolfgang… – Se presentó, tocando levemente su pecho.

-       Wol… Fang – Intentó pronunciar la chica.

-       Sí. ¡Wolfgang! – Soltó la risa él – Lo dices bien.

La chica señaló su propio pecho.

-       Zi Yi… – Dijo – Soy Zi Yi…

-       Zi Yi… – Repitió el muchacho, con su lengua dura.

Ella rio abiertamente. Wolfgang tenía razón: su nombre le había sido robado y ahora la llamaban Portia, como si fuera cualquier romana. El bárbaro se preguntó si venía de un lugar más lejano que su tierra y su lago. Seguramente. Había visto hombres de piel clara, bronceada e incluso negra, como la del gladiador que había asesinado; pero nunca antes estuvo frente a una muchacha de cutis amarillo y con ojos que se convirtieran en dos líneas brillantes al sonreír. Se enterneció.

La chica se acercó a él y tomó su mano. Dejó algo en su palma, un objeto pequeño, le cerró los dedos y retrocedió un paso. Wolfgang lo miró. Era un pequeño disco metálico con un extraño símbolo tallado en el centro. Líneas que parecían herramientas cruzadas. Una delgada tira de cuero pasaba por un minúsculo orificio en el disco. Debía colgarse al cuello.

-       Te protege – Dijo Zi Yi – Kun Fu Tsé

El muchacho parpadeó, tratando de entender.

-       Confucio… Te protegerá – Aseguró ella.

Wolfgang miró nuevamente el símbolo. No tenía idea de quién era Confucio, pero creyó que las líneas le eran familiares.

-       ¿Es una runa? – Preguntó para sí, en su lengua…

-       ¿Luna…? – Secundó Zi Yi, sin comprender.

-       Ru…na… – Corrigió Wolfgang

-       ¡Luna! – Repitió ella

El muchacho soltó una carcajada en el momento en que Diana aparecía en el atrium junto a Calpurnia y Zenobia. Cambió su gesto e instintivamente ocultó el puño que contenía el objeto que Zi Yi le había dado. Por su parte, la chica retrocedió y desapareció rápidamente entre los esclavos que observaban a distancia.

-       ¡Mira, qué pajarillos de primavera! – Exclamó Calpurnia – Nos damos la vuelta y la parejita ya está charlando y riendo. Quizás te debo más dinero, Diana. ¡No solo hizo que la asiática gritara de placer, sino que logró enamorarla…!

-       Así parece… – Comentó la Domina Vespia, dándole una mirada gélida a Wolfgang. Enseguida giró hacia la anfitriona – Ha sido una velada magnífica, Calpurnia. Lamento tu pérdida, pero ya sabes las reglas de las apuestas.

-       No te preocupes, querida. Me he divertido y el espectáculo bien valía lo que pagué – Le besó la mejilla – Por lo demás, ya sabes que jamás me ha dolido echar mano a las arcas de mi marido…

Diana soltó una carcajada.

-       ¿Y nuestra querida Caecilia Octavia? – Preguntó.

-       Descansando. Marcela se quedará esta noche y si despierta, la invitaremos a arruinar lo que queda de su reputación, uniéndose a nosotras en la cama – Anunció alegremente.

Wolfgang guardaba silencio en la litera, de vuelta a la casa Vespia. Diana lo miraba fijamente. Él sintió el análisis.

-       Lo hiciste bien hoy – Dictaminó – Y me hiciste ganar un buen dinero.

Él inclinó la cabeza.

-       Y al parecer, desflorar a esa chica de las estepas fue una tarea que no te molestó cumplir en lo absoluto – Observó la Domina.

-       Hice lo que me dijiste – Replicó él – Por eso ganaste las monedas.

-       Claro…

Guardaron silencio por algunos minutos. Diana seguía observándolo. El muchacho sentía su mirada intimidante, aunque no parecía abiertamente indignada. En el banquete se mostró irritada porque él había desobedecido, eyaculando dentro de Zi Yi. Ahora hablaba con calma y sin asomo de rencores. ¿No le molestaba ya? ¿Lo había olvidado?

Se acercaba la medianoche. Al lado del palanquín, Helios y algunos guardias privados custodiaban la comitiva. No era seguro transitar por las calles de Roma a esa hora.

-       Dijiste que esta noche me darías el tercer regalo – Se atrevió a decir Wolfgang, sonriendo – ¿Mi obsequio es lo que pasó hoy?

-       No… Eso te lo daré cuando lleguemos…

El muchacho parpadeó, intrigado.

Una vez en el Atrium de la casa Vespia, Diana se acercó al oído de Zenobia para darle algunas instrucciones. Al llegar al dormitorio, Wolfgang ocultó el pequeño colgante que Zi Yi le había dado y se desnudó, dispuesto a acostarse. Dos manos aparecieron sobre su pecho y lo acariciaron.

-       Es pronto para dormir, mi pequeño bárbaro – Ronroneó Diana – Y aún no te he dado el obsequio final…

Wolfgang sonrió y volteó. La besó con intensidad. Ella lo atrajo de las nalgas y posteriormente acarició sus genitales, provocando que el muchacho gimiera suavemente. La Domina interrumpió el beso y lo miró a los ojos, mientras deslizaba suavemente el prepucio hacia atrás y acariciaba el frenillo del glande con el pulgar.

-       Estuviste magnífico hoy… ¡Soberbio! – Señaló ella, sin dejar de masturbarlo – Hiciste que mojara hasta mis muslos… ¡Verte fornicar es un placer divino! ¡Es un poema!

Él la miró, jadeante.

-       Me gusta que sepas usar el cuerpo que los dioses te dieron… Y hoy lo hiciste como un maestro…

Diana descendió lentamente, besando tramos de la piel del tórax, el abdomen y el bajo vientre; hasta ponerse de rodillas. Finalmente chupó cuidadosamente el pene ya erguido. Mordió con suavidad los testículos y recorrió con la lengua la línea que los separaba, desde el perineo a la raíz del falo.  Levantó los ojos hacia el muchacho, que respiraba con la boca abierta.

-       Y sé que disfrutaste lo que hiciste – Observó ella, alternando besos en el glande. Él sonrió con los ojos cerrados – Lograste enloquecer a esa zorra hipócrita de Caecilia y le diste placer a la muchachita de las estepas de Asia – Lo miró fijamente ahora – Te gustó aquella ratita, ¿Verdad?

El muchacho abrió los ojos y cambió el gesto.

-       Diana… – Comenzó él.

-       ¡Está bien! ¡No te culpo! – Chupaba cadenciosamente el bálano, sin dejar de mirarlo a los ojos – Era menuda, pero agraciada. ¡Y ustedes son tan jóvenes! Fue una delicia verlos copular…

La Domina se incorporó inesperadamente. Arrancó algunas agujas de plata que sostenían su peinado, liberando gran parte de sus cabellos ensortijados. El muchacho se arrojó sobre su cuello y comenzó a besarlo. Sus manos se deslizaron dentro del escote y acariciaron las tetas erguidas.

-       ¿Sabes cuál será tu próximo regalo? – Musitó ella, mientras él comenzaba a chupar sus pezones.

-       ¿Qué…? – Jadeó él, devorando sus pechos.

-       El placer más perfecto que has sentido… El más intenso…

-       ¿El más intenso…? – Preguntó él, bajando el peplo hasta las caderas y lamiendo el ombligo de la Domina.

-       Algo que jamás experimentaste antes… – Indicó Diana, deteniéndolo con una mano en su coronilla.

El muchacho levantó la vista y ella acarició su mejilla.

-       Sé cuánto te gustó la chica asiática… ¿La quieres? ¿Quieres estar con ella toda la noche, sin miradas y sin interrupciones? – Preguntó la Domina, insólitamente – ¿Recorrer con la lengua ese cuerpecito amarillo y penetrar cada pequeño orificio que pueda ofrecerte…?

Él dudó. Se puso de pie, vacilante.

-       Hablé con Calpurnia antes de salir de su domus – Susurró la Domina, rozando el pecho de Wolfgang con sus uñas – Me prestará a su esclavita asiática por el resto de la noche. ¿Qué dices? ¿La quieres?

El bárbaro sonrió nerviosamente. Aún dudaba.

-       ¿Ella será mi tercer regalo? – Preguntó, titubeante.

-       Te prometí el placer más perfecto que hayas sentido, ¿No? – Replicó ella, acariciando nuevamente su pene – Y yo cumplo mis promesas, mi hermoso y salvaje Dios del deseo… Sé que la quieres y la traeré para ti… ¡Zenobia!

La jefa de los esclavos entró a la habitación y se inclinó.

-       Trae a la chica, como acordamos – Ordenó.

-       Como gustéis, Domina…

Wolfgang levantó una ceja. Diana no solo había olvidado su desobediencia en la domus Junia, sino que se mostraba alegremente dispuesta a complacerlo. El muchacho miró la puerta con una mezcla de intriga y ansiedad. No esperaba que la noche terminara de esa forma.

Estaba tan sumido en sus pensamientos, que no notó que Diana se ubicó a sus espaldas para luego cubrirle los ojos con un oscuro vendaje.

-       Que esta vez sea diferente… Una sorpresa – Le murmuró, anudando la venda con fuerza en su nuca.

Y acto seguido, tomó ambas muñecas de Wolfgang y comenzó a atarlas en la espalda.

-       ¿Qué haces? – Preguntó él, algo confundido.

-       ¡Preparándote para el placer! – Le respondió sedosamente la Domina, mientras lo guiaba junto a la cama – Y debo advertirte que mis hermanos mayores me enseñaron desde muy pequeña a atar nudos del ejército. No podrás liberarte tan fácilmente… Ahora solo debes esperar…

La puerta se abrió. Wolfgang contuvo la respiración. Imaginó el gesto de Zi Yi al verlo atado, vendado, desnudo y erecto junto a la cama. Lo que fuera que Diana planeara para ellos, lo excitaba horriblemente. Respiraba profundo y sentía que su glande comenzaba a gotear.

-       Pasa, querida… – Invitó Diana – Entra y disfruta de este cuerpo que seguramente deseas con ansias.

El muchacho sintió los pasos sobre el mármol del piso. Diana lo había vendado hábilmente. No podía distinguir más que una densa oscuridad.

-       ¿Zi Yi? – Llamó, vacilante.

-       ¡Ah!...  ¡Ese es tu nombre original! – Exclamó la Domina, luego de lanzar una carcajada – Muy bien, “Zi Yi”… Puedes acercarte y tocar…

Wolfgang sintió dedos cálidos palpando su abdomen y bajando hasta sus genitales. La mano se cerró en el pene y comenzó a frotar con lentitud. El germano gimió levemente.

-       Hermoso, ¿Verdad? – Preguntó Diana – Los dioses esculpieron este cuerpo y crearon este falo magnífico… ¡Tómalo! ¿Lo quieres en tu boca, pequeña Zi Yi?

El bárbaro contuvo la respiración. Recordó a la chica en el salón de Calpurnia, temblorosa y aterrada. Ahora, sin ningún tipo de entrenamiento, le daría placer con la boca. Pensó que quizás debía guiarla. Trató de soltar sus muñecas. Diana aferró su brazo.

-       ¡Tranquilo! – Advirtió – Ya te dije que no te será fácil liberarte.

Pensaba pedirle que lo soltara, pero enseguida sintió la lengua húmeda y caliente girando sobre su glande. Jadeó.

-       Eso es… Lo haces muy bien – Celebró Diana – Continúa… Puedes comerlo.

La boca chupaba hábilmente el pene, mientras ambas manos amasaban los testículos. Los labios recorrían la piel tensa del prepucio y daban pequeñas mordidas al tronco y el glande empapado. Wolfgang estaba sorprendido del talento de la muchacha. No esperaba tales habilidades.

-       Excelente… Mira como brilla la cabeza – Musitaba Diana – ¡Ah! Expele pequeñas gotas… Puedes beberlas…

La lengua limpiaba el bálano, torturando horriblemente al muchacho.

-       Zi Yi… – Jadeó él.

La boca continuaba con su tarea mientras Diana acariciaba las nalgas del germano.

-       ¿Te gusta lo que hace? – Preguntó suavemente en su oído.

Él asintió.

-       Entonces llegó el momento de la perfección del placer – Replicó ella.

Y acto seguido, le dio un empujón en el pecho que lo arrojó de espaldas sobre la cama. Como aún tenía las muñecas atadas, la posición le resultaba incómoda y hasta dolorosa.

-       No hay placer sin algo de sufrimiento – Señaló Diana – Imagino que Nidia te lo enseñó…

Nuevamente sintió las manos y la boca de la muchacha sobre su sexo. Ahora alternaba una precisa masturbación y lamidas sobre el bálano. Wolfgang quería verla, observar cómo chupaba su miembro. Se sentía horriblemente excitado y ansioso.

-       Zi Yi, por favor… – Pidió, angustiado de deseo.

Quería que la chica lo montara. Lo necesitaba angustiosamente. Su verga se erguía como una estaca y sentía que en cualquier momento la sangre estallaría en las rígidas venas. Pero la muchacha no respondía. Continuaba lamiéndolo en silencio y llevándolo al delirio.

De pronto, otro estímulo lo sobresaltó. Las manos de alguien más comenzaron a untar su ano con aceites. Comprendió que era Diana.

-       Ubil Huora… Qué haces – Jadeó.

-       Silencio… Solo disfruta…

Y al estímulo incomparable de la boca chupando su pene, se unió el impacto de recibir los malignos dedos de Diana, penetrando suavemente el lubricado orificio anal. Arqueó la espalda, jadeando.

-       Te gusta, ¿Verdad? – Susurró Diana, soltando una perversa risa, mientras movía suavemente un dedo dentro del conducto – Sí… Te encanta... Es placentero cuando alguien juega con tu culo en circunstancias muy diferentes…

Diana penetraba el pasaje, mientras la boca de Zi Yi no dejaba de chupar el glande y el tronco del miembro. Wolfgang temblaba y gemía.

-       ¡Ahhh…! Un poco de estímulo en ese culito adorable, y mi semental del Rhin comienza a jadear como una pequeña prostituta – Comentó Diana, hundiendo profundamente dos dedos en el ano y provocando que el muchacho ahogara un grito – Y lo estás gozando, mi precioso salvaje, como nunca antes…

-       Por favor… Por favor, Domina… – Pidió él.

-       ¡Sshhht! Tranquilo… Recién comenzamos…

Tanto la muchacha como Diana se apartaron de él. Borracho de deseo, Wolfgang se retorcía, tratando de liberar el nudo que le aprisionaba las manos en la espalda. La verga temblaba con sus desesperados movimientos. No sabía dónde estaban ambas mujeres y por qué lo abandonaron sobre la cama con una erección monstruosa y el semen quemándole los testículos; pero tenía claro que debía desatar sus muñecas y quitarse la maldita venda que lo mantenía ciego y desorientado.

Afortunadamente para él la venda siguió en su lugar; o se habría aterrado de ver lo que en realidad sucedía: a un costado de la cama, y luego de hacerle sexo oral por orden de su domina, Illithia aguardaba nuevas instrucciones. Zi Yi jamás estuvo en la habitación. Por su parte, la hermosa Diana Marcia Vespia se había despojado de todas sus prendas y; ayudada por su esclava, acababa de ajustar a su pelvis su nueva adquisición: un pene de tamaño aceptable y magistralmente tallado, adosado a un arnés de cuero, cuyas hebillas una vez cerradas, la convertían en una portentosa amazona con un falo amenazante y listo para penetrar.

La Domina se incorporó junto a la cama. Realmente se veía intimidante con semejante miembro saliendo de su pubis; pero Wolfgang ni siquiera lo sospechaba, pues continuaba vendado y tratando de liberar sus muñecas.

Cuando el muchacho se puso de lado, creyendo que faltaba poco para desatar el nudo, Diana le dio un puntapié que lo puso de boca sobre las sábanas. Acto seguido, embadurnó el falo del arnés y nuevamente lubricó con los dedos la abertura anal del muchacho.

-       ¿Zi Yi? – Preguntó Wolfgang, sacudiendo la cabeza, con la esperanza de soltar la venda de los ojos.

-       Portia no está aquí – Afirmó Diana con voz dura.

-       Pero…

-       Aquella ratita insípida continúa en la casa de Calpurnia y jamás saldrá de allí – Aseguró la Domina – El único contacto que tendrás con ella será aquella cópula que me reportó 10.000 sextercios, pues ustedes dos jamás volverán a verse.

Y dicho esto, Diana empujó con fuerza el falo tallado en el ano lubricado de Wolfgang, arrancándole un alarido.

-       ¿De verdad creíste que podías desafiarme, muchacho estúpido? – Rugió ella, bombeándolo como si se tratara de un legionario fornicando con una prostituta.

Wolfgang se retorcía, tratando de liberar sus muñecas. Illithia sentía que su vulva se derretía y que sus pezones estaban a punto de estallar.

-       ¡¡TE DIJE QUE TU SEMEN ERA MÍO!! ¡¡MÍO!! – Gritó ella – ¡Y aún así te atreviste a derramarte dentro de esa perra de Asia!

El pene tallado frotaba sin misericordia el esfínter de Wolfgang, haciendo que lo sintiera hasta las entrañas. A diferencia de lo que ocurrió en la Domus Transitoria, el roce feroz comenzaba a proporcionarle un placer tan brutal, que sus piernas temblaban y lo obligaban a gruñir con los dientes apretados.

-       Puedo ser amable contigo… Puedo obsequiarte ropa, joyas, un caballo español y un lugar en mi cama… – Advirtió Diana con furia – Pero métete bien esto en tu hermosa cabecita rubia: YO SOY TU DOMINA, YO SOY TU DUEÑA Y SI RESPIRAS Y SIGUES CON VIDA ES PARA DARME PLACER, PARA HACER LO QUE YO QUIERA… ¿Está claro?

Wolfgang solo gemía.

-       ¿ESTÁ CLARO?? – Repitió Diana, empujando el aparato hasta la próstata.

-       Sí… Dom…ina – Musitó el bárbaro, cuando logró sacar la respiración.

-       De modo que comienza a olvidar a esa mocosa asiática, así como a cualquier otra perra que hayas fornicado desde que llegaste a esta casa… – Enfatizó la dama – Si quiero, puedo entregarte a todas las zorras que habitan Roma. SI LO HAGO ES PORQUE YO QUIERO, PORQUE A MÍ ME COMPLACE Y CADA MOVIMIENTO QUE HAGAS CON ESA VERGA DE SÁTIRO IRÁ DEDICADO A MI PLACER, PARA MI DISFRUTE… Y CADA GOTA QUE ESCUPA TU FALO ES DE MI COMPLETA Y ENTERA PROPIEDAD. ASÍ QUE TE ADVIERTO: HARÉ QUE ABRAN DE UN CUCHILLAZO A CUALQUIER RAMERA QUE RECIBA TU SEMEN EN SU VAGINA, EN SU CULO O EN SU BOCA, SIN MI EXPRESO PERMISO. ¿ENTENDISTE?

Preguntó finalmente, taladrando hasta las entrañas. Esta vez el muchacho solo pudo asentir.

-       Muy bien… – Señaló ella, sombríamente.

Inesperadamente, Diana cortó el nudo de las muñecas con una daga. Wolfgang trató de incorporarse, pero la Domina seguía embistiéndolo. Logró arrancarse la venda y sujetarse con manos y rodillas de la cama. Sentía que los testículos estaban a punto de explotatr, al igual que su glande y las venas que cruzaban su verga. El falo tallado lo estimulaba desde el interior, dándole un placer tan insoportable, que ni siquiera intentó defenderse o detener a su Domina.

-       ¡ILLITHIA! – Llamó la dama Vespia.

La esclava corrió y se puso de rodillas. Aferró el falo de Wolfgang y comenzó a frotarlo. En la otra mano llevaba una copa de vidrio fenicio.

Al sentir al mismo tiempo los dedos que lo masturbaban y el objeto que empujaba sin piedad su próstata en llamas, el muchacho comenzó a rugir.

-       ¡Sus bolas están muy hinchadas! – Advirtió Illithia, sin dejar de ordeñar el pene que casi estallaba, rojo y congestionado.

-       ¡Ahora conocerás la perfección del placer! – Anunció Diana.

Y dicho esto, dio las últimas y más profundas embestidas, provocando que el muchacho se arqueara y diera un grito visceral, mientras su glande escupía chorros de semen ardiente dentro de la copa que la esclava sostenía.

-       ¡Es mucho! – Anunció Illithia, impactada por el surtidor que chocaba contra el cristal.

-       ¡Que no se desperdicie una sola gota! – Advirtió la Domina.

La dama arrancó el falo del ano, cuyo orificio continuaba palpitante. Wolfgang temblaba, mientras su glande agonizaba con la última muestra de esperma. Respiraba con la boca abierta y los ojos cerrados. Finalmente se desplomó de lado sobre la cama, jadeante y agotado. Diana desabrochó el arnés y el falo, brillante de fluidos, cayó estrepitosamente sobre el mármol del piso.

Luego de despedir a Illithia, Diana también se recostó en la cama, de lado, mirando al muchacho. Llevaba la copa rebosante de semen en la mano. Bebió un lento trago, lo degustó con los ojos cerrados, se relamió y enseguida sonrió.

-       Sé que lo disfrutaste – Le dijo con voz sedosa, acariciando su mejilla – Lo sé, porque te conozco. Ha sido la más placentera eyaculación de tu vida y no será la última. Te daré todos los placeres que puedas desear y tendrás de mí cada recompensa que quieras; pero no olvides lo que te dije esta noche: eres mío y ni tu sangre ni tu semen te pertenecen.

Se inclinó sobre él y lo besó. Wolfgang sintió el sabor de su propio esperma.

-       No te negaré nada si eres obediente y me complaces. Lo tendrás todo – Agregó la Domina, recorriendo con la punta del dedo los labios del muchacho – Pero no vuelvas a desafiarme como lo hiciste hoy o cambiaré el placer que te di por un dolor que ni siquiera imaginas. ¿Entendido?

Wolfgang no respondió y respiró profundamente.

-       Ahora quiero que te duermas. Estás agotado, pero por la mañana necesitaré de tu cuerpo. Tendrás sexo conmigo apenas despierte – Indicó la Domina, antes de beber el resto de su copa.

Por la mañana, Wolfgang fingía dormir. De boca sobre la cama, oía el movimiento en la alcoba. Diana se había dado un baño y dos de las esclavas la vestían y acicalaban. La dama le permitió descansar, pues a primera hora lo había despertado para hacer el amor y el muchacho había cumplido con sus expectativas. Satisfecha y ufana, la Domina era ataviada y enjoyada, mientras su esclavo sexual la observaba discretamente con los ojos entrecerrados.

-       Sé que no estás dormido, pero puedes quedarte en el lecho un poco más – Dijo Diana, sin mirarlo, al tiempo que una esclava frotaba sus manos con pomada de rosa y la otra, ajustaba los rizos en el peinado – Lograste complacerme hoy. Tuve mis dudas, considerando tus intensas actividades de anoche; y no me decepcionaste, Febo…

El muchacho no respondió. Volvía a llamarlo por su nombre romano. Wolfgang comprendió que hubo un retroceso, una involución en la relación. La forma como ella lo tomó durante la madrugada dejó muy en claro que la Domina estaba lejos de ser sometida por la pasión que el bárbaro le provocaba. Ella seguía siendo su dueña, su ama. Era quien decidiría su vida y su eventual muerte. En algún momento de ingenuidad pensó que ya la había atrapado y, tal como Sieglind le indicó, la había atado a su pene y a su cuerpo. Gran error. Él continuaba siendo un esclavo, a pesar de las consideraciones, los costosos regalos y el trato preferente. Además, el germano comprendió que debía ser muy precavido. Si se descubrían sus encuentros con Illithia, ambos pagarían muy caro aquel atrevimiento.

Alguien tocó a la puerta. Era Illithia.

-       Domina, un mensajero ha traído una carta para vos – Anunció la muchacha, alargando una pequeña bandeja de plata con un rollo de papel.

Al ver el sello, el buen humor de la dama se desvaneció enseguida. Luego de romperlo, abrió nerviosamente la carta y procedió a leer. Después de revisar rápidamente algunas líneas, llamó a Zenobia a gritos y echó a las esclavas de la alcoba. Illithia le dio una disimulada mirada a Wolfgang antes de salir.

-       ¿Sabes de quién es? – Preguntó Diana a la jefa de las esclavas, mientras agitaba el papel arrugado en su mano – ¡Es de mi padre! ¡Dice que quiere visitarme en primavera! ¡En primavera! ¡Desea ver a su hija y piensa instalarse en la Casa Vespia durante una temporada!

-       Es natural, Domina. El general Sabino Fausto no os ha visto en años… – Opinó Zenobia, con los ojos bajos.

-       ¡¡Y pretendía que así continuara hasta que me avisaran sobre su muerte!! – Rugió Diana, antes de arrojar la carta arrugada a un rincón.

Se paseaba furiosa por la alcoba.

-       …Es vuestro padre, Domina – Se atrevió a indicar Zenobia.

-       ¡Y yo no lo elegí! – Gruñó Diana – ¡Ese fue un capricho de los Dioses, por lo que no estoy obligada a alegrarme por su absurda visita!

-       Quizás es bueno que él se instale en esta Domus durante un tiempo… – Zenobia dio una disimulada mirada a Wolfgang.

El muchacho no movió un músculo, pero seguía atentamente la escena.

-       ¡Lo soporté por suficientes temporadas durante mi vida! – Continuó vociferando la Domina – ¡Y guardo por el General Lucio Sabino Fausto tanto afecto como él por su hija! No olvido lo que le hizo a Fabio… Y a mí…

-       Eso ocurrió hace mucho – Replicó suavemente Zenobia – Ya debéis olvidarlo.

-       ¿¿OLVIDARLO?? – Diana giró hacia ella con los ojos en llamas – ¿Olvidar lo que me hizo? ¡Cada día que pasa recuerdo ese día, Zenobia, y mi padre quedó descartado para cualquier tipo de afecto de mi parte! – Zenobia miró a Wolfgang y luego a la Domina, pidiéndole discreción con la mirada – ¡Qué importa que escuche! ¡Lo gritaría a toda Roma, si fuera necesario! ¡Mi padre está hecho de la misma materia podrida que hombres como Gneo Marcio Vespio e incluso Marco Sempronio Glauco! ¡Prefiero mil veces tener cerca a un bárbaro salvaje que a cualquiera de esos miserables!

Diana se sentó frente al espejo, procurando calmarse. Su pecho se agitaba y sus labios temblaban. Wolfgang comprendió que si había algo que perturbara profundamente a la dama, era todo lo relacionado con aquel General y los nefastos recuerdos de su pasado.

La dama apretó los párpados. Estaba furiosa. Abrió los ojos y vio a Wolfgang observándola desde la cama. Luego de una prolongada pausa en que esperó a que su Domina se calmara, finalmente Zenobia se decidió a hablar.

-       Si lo ordenáis, comenzaré con los preparativos para la visita – Señaló la jefa de las esclavas, sutilmente – Prepararé una recámara adecuada y…

-       No estaremos aquí – Cortó la Domina, levantando la barbilla con altivez – Cuando mi padre llegue, estaré muy lejos, disfrutando del mar en la Villa de los Vespios, en Salerno.

-       ¡Pero debéis recibirlo…! ¡Os avisó que visitaría vuestra casa! – Replicó Zenobia.

-       ¡No me importa! Cuando llegue, que lo atiendan. Que se quede aquí hasta que el Tíber se seque, si se le da la gana – Indicó la Domina, muy resuelta. Caminó hacia la cama y comenzó a besar la espalda del muchacho, siguiendo la línea de la columna vertebral, hasta las nalgas – Si quieres, puedes quedarte en Roma para recibirlo “como se merece”. Si no, puedes venir conmigo a Salerno y dejaré a Akeem a cargo de la casa. Planeo disfrutar de la brisa del océano y de los placeres que mi bárbaro pueda darme. No vendrá un anciano mezquino y perverso a arruinar mis deseos...

Wolfgang se volteó lentamente. Diana ahora lamía los músculos de su abdomen.

-       Pero, Domina… – Rebatió Zenobia, dándole una mirada de odio al muchacho.

-       Es mi última palabra – Respondió la señora Vespia – Ahora vete…

La jefa de los esclavos comprendió que era mejor guardar silencio. Ya vería con calma la forma adecuada de proceder. Salió, cerrando suavemente la puerta.

El pene del bárbaro volvía a erectarse.

-       No es el momento – Indicó Diana, sonriendo y tratando de bajarlo con su palma, en vano – Ahora necesitas un baño, pues tu piel está cubierta de sal y sudor. Vendrás conmigo esta tarde.

La dama se incorporó y volvió a su tocador.

-       ¿Dónde iremos? – Preguntó el bárbaro, apoyándose en un codo.

-       Al Anfiteatro Imperial – Indicó ella, poniendo unas gotas de perfume egipcio detrás de sus orejas – Veremos algunas peleas de gladiadores y al famoso guerrero germano que encantó a Marcela. Tengo curiosidad…

Wolfgang la miró en silencio. Estaba bellísima, como siempre.

-       ¿Por qué odias a tu padre? – Le preguntó de pronto – Cuéntame…

-       Ese es un tema que no te concierne, querido Febo – Respondió ella, calmadamente – Solo debes preocuparte de mantenerte hermoso y de complacerme en la cama. Esos son tus deberes. No tienes por qué saber nada más de mí.

El muchacho la contempló por algunos minutos.

-       …Ya no me llamas por mi nombre – Se atrevió a observar.

-       Porque te tomaste ciertas libertades y quiero que las cosas queden claras – Giró hacia él para mirarlo directamente – Te lo dije anoche y te lo repito: puedo atenderte como a un príncipe, pero sigues siendo un esclavo como cualquiera de esta Domus. Así como Helios es el jefe de mi guardia o Zenobia se encarga de organizar mis asuntos, tu deber está entre tus piernas. Mientras puedas satisfacerme y no confundas tu papel, continuarás disfrutando de mi favor. Si no, tendré que recordarte quien es la que da las órdenes en esta casa.

Dicho esto, la dama dio algunas palmadas y dos esclavas ingresaron a la habitación.

-       Báñenlo y prepárenlo para esta tarde – Ordenó – Lo quiero deslumbrante. Estaremos en el pabellón Imperial con el César y su esposa.

A lo largo del Imperio había cientos de anfiteatros en donde se exhibían combates de gladiadores. Además de las carreras de cuadrigas, celebradas en el Circo Máximo, las batallas cuerpo a cuerpo eran las favoritas de los romanos desde hacía siglos. Se trataba de un negocio redondo que hacía ricos a los empresarios de la muerte y apasionaba a la plebe. Organizar un buen espectáculo podía garantizar el éxito político y los contactos adecuados.

Miles de prisioneros de guerra iban a parar a las ludus , las escuelas de gladiadores en donde eran entrenados cruelmente para morir con honor en la arena del anfiteatro. Los más débiles eran elegidos para matanzas menores. Los más fuertes se volvían famosos, eran agasajados, e incluso rentados por las damas aristocráticas, por una noche de placer con los campeones. Pero el éxito era fugaz. Un gladiador podía entrar a la arena como un Dios con armadura de plata, llevando una espada reluciente y recibiendo las rosas de las doncellas; y luego, salir de ella arrastrado por un gancho de hierro y dejando un reguero de sangre y tripas en su camino.

El Anfiteatro Imperial solo ofrecía los mejores espectáculos. El propio César, entusiasmado con las luchas, había ordenado en una ocasión que cuatrocientos osos se enfrentaran con toda una ludus. La masacre fue brutal. Los sobrevivientes recibieron oro y propiedades por parte del Emperador. Los muertos alimentaron a las bestias guardadas para otra función.

Al llegar al recinto deportivo, Wolfgang descendió de la litera y sintió que su cuerpo se paralizaba. Se hallaba frente al edificio más impactante que había visto en su vida. Elevó los ojos hasta el punto más alto, en donde esculturas de caballos rampantes estaban a punto de despegar y estandartes del Imperio ondeaban al viento. Los pájaros cruzaron el cielo cubierto de nubes.

-       Al parecer, lloverá – Comentó Helios, mirando la altura – Mejor. Es más divertido verlos morir en un lodazal.

Las esclavas que prepararon a Wolfgang se habían esmerado. Llevaba una túnica oscura y cáligas de invierno del más fino cuero. Con su imponente estatura, lucía maravillosamente una capa de púrpura y ribetes de armiño. A su paso, tanto las mujeres de la plebe como las esposas de los patricios giraban para verlo. Vestir a un bárbaro con aquel lujo era una provocación que Diana disfrutaba. Quería exhibir al muchacho y jactarse de su belleza ante las matronas de la ciudad. Sabía que lo desearían y hablarían mal de ella. No sería la primera vez.

Los pasillos que conducían al palco del César eran muy diferentes de los que utilizaba el bajo pueblo. Había esculturas y toda clase de decorado. Diana avanzaba con su guardia, seguida por Zenobia, Helios y su esclavo favorito, mientras los patricios y senadores le abrían el paso, inclinándose y murmurándole cumplidos.

El pabellón Imperial era el único que contaba con columnas y techumbre adecuada. Los nobles de la ciudad competían por el honor de ser invitados a acompañar al César y su divina esposa en el palco más importante del Anfiteatro. Cubierto de alfombras, cómodos asientos y toda clase de manjares y bebidas; los privilegiados de Roma disfrutaban del espectáculo de la muerte, sintiéndose los amos del mundo.

Diana había recibido hacía mucho una invitación de Popea para acompañarla en el pabellón imperial. Ese día solo bastó una nota para que la Divina Augusta le reservara un lugar a su lado. Orgullosa y espléndida, Diana Marcia de la Casa de los Vespios esperaba a los amos del Imperio, siendo observada por los otros nobles y sus mujeres. De pie, a su lado, Wolfgang miraba expectante a su alrededor.

-       Es el esclavo germano que mató a Ulpio, la bestia de Nubia – Murmuró alguien.

-       Ese día combatió desnudo. ¡Está vestido como si fuera el hijo de un rey! – Replicó otro.

-       Dicen que es un esclavo de placer – Observó un tercer susurro – Lucio Quinto Estrabón ofreció una fortuna por él…

-       Tiene porte de gladiador. El bastardo fue afortunado. Pudo morir en la arena en vez de disfrutar del favor de una noble romana, por sus servicios en la cama…

Diana fingía no oírlos. Sabía que toda Roma envidiaba a su pequeño semental. Disfrutaba en sumo grado esas atenciones. Le hizo a Wolfgang una señal con los dedos para que se inclinara.

-       ¿Te gusta? – Le preguntó – Me refiero a este lugar.

-       Nunca vi algo así – Respondió él.

-       Por supuesto…

Estaba abrumado. Sus ojos recorrieron las graderías. Miles de espectadores rugían como una sola bestia ansiosa por ver una masacre. Pisos y pisos de una masa humana ardiente y cruel. Ya sabía lo que era un gladiador y tenía claro que la muchedumbre disfrutaría de la muerte de decenas de esclavos y sin ninguna clase de compasión. Quizás sí había sido afortunado, como dijeron los romanos. Vivir con la incertidumbre diaria de morir para la diversión de una multitud despiadada, era aún peor que vivir para complacer a una Domina. Sobre sus cabezas, el cielo amenazaba con un aguacero. Abajo, la arena resplandecía, lista para absorber la sangre.

Las trompetas sonaron solemnemente. Toda la concurrencia se puso de pie y se inclinó de inmediato. Wolfgang siguió prudentemente el ejemplo. Las cortinas púrpura y dorado del fondo del pabellón se abrieron y Nerón entró con toda su opulencia. Popea Sabina iba prendida de su mano. Ambos iban tan engalanados como reyes orientales. Una vez que ingresaron y se ubicaron en sus asientos, el resto de los asistentes pudo acomodarse.

-       ¡Querida Diana de los Vespios! – Saludó el César, alegremente – …Adornas mi pabellón con tu belleza.

-       Divino Emperador – Saludó la Domina, inclinando levemente su cabeza – Os agradezco el cumplido y extiendo mi gratitud a la Augusta Popea, por invitarme a disfrutar de vuestra presencia en el palco Imperial.

-       Puedes hacerlo cuando quieras – Nerón levantó su famosa esmeralda y examinó a Wolfgang con ella – Veo que tu esclavo germano finalmente sobrevivió a sus heridas. ¡No lo había reconocido con ropa y en posición erguida!

El hombre lanzó una estúpida carcajada.

-       El vigor del bárbaro parece otorgado por los dioses – Observó Popea, dándole una maliciosa mirada al muchacho.

-       Agradezco, igualmente, la gentileza que tuvisteis ese día, César – Indicó Diana, bajando sutilmente los ojos – Debido a vuestra misericordia mi esclavo sigue con vida…

-       Es cierto. Pero debiste oírme y venderlo a alguna ludus – Opinó Nerón – Desperdicias a este animal robusto, vistiéndolo como un príncipe y paseándolo por la ciudad…

Las trompetas sonaron nuevamente para anunciar el ingreso de los primeros gladiadores a la arena. Aprovechando la distracción, Diana se acercó al oído de Popea.

-       Todo está listo. Pronto me iré a Salerno y uno de mis hombres de confianza quedará a cargo de mi casa – Le susurró – Podrás enviar a tus esclavos a la Domus Vespia para ser entrenados por Nidia.

-        Eres asombrosa, Diana Marcia – Agradeció Popea – Y me vas a decir qué le haces a tus esclavos… ¡El bárbaro está hermoso!

-       Lo mantengo ocupado en mi cama…

Los primeros en salir a la batalla fueron los Paegniarius , los luchadores no expertos que se enfrentaban con armas de madera y servían como aperitivo para los combates más importantes. La multitud se cansó pronto de ellos y comenzó a corear el nombre de los guerreros más célebres.

El segundo espectáculo incluía un enfrentamiento entre animales salvajes y los bestiarius, los gladiadores especializados en este tipo de combates. Era la primera vez que Wolfgang veía leones africanos y tigres de Asia. Fue testigo de una batalla impactante, en donde los guerreros trataron de doblegar a felinos monstruosos que repartían zarpazos y mordidas con una precisión brutal. El público rugía, aullando de euforia cada vez que la sangre saltaba o un miembro era arrancado. Al terminar la presentación, dos de los gladiadores habían muerto despedazados, el último león fue rematado mientras trataba de huir con un brazo en las fauces y el único sobreviviente apenas se sostenía, cubierto de sangre, mientras elevaba las armas para saludar al Emperador.

-       Tuvo suerte – Comentó Nerón, mordiendo una golosina – La última vez no quedó ninguno con vida.

Un grupo de esclavos entró a la arena. Engancharon los cadáveres de hombres y leones, para luego arrastrarlos fuera del escenario del combate. El público abucheó a los caídos.

-       Son animales – Pensó Wolfgang – Nada más que eso. E incluso un caballo recibe mejores atenciones que estos hombres…

La segunda batalla enfrentó a un Retiarius contra un Secutor. El primero llevaba un tridente y una red. Su hombro izquierdo y su brazo iban protegidos por placas metálicas, además de una pequeña daga o pugio . Llevaba el rostro descubierto y los tatuajes de su rostro sugerían un celta. El segundo llevaba un casco redondo y liso que le cubría toda la cara. Cargaba una gladius, o espada corta, y un escudo pequeño. La piel de su cuerpo era morena y probablemente se trataba de un egipcio o un sirio. Wolfgang pronto comprendió por qué les llamaban Secutor a ese tipo de gladiadores, pues el hombre se dedicó a seguir, rodear y hostigar a su contrincante, que trataba en todo momento de atraparlo con la red que llevaba atada a su muñeca. El juego felino se extendió por largos minutos, mientras la plebe alentaba a gritos e incluso Nerón aplaudía en más de una ocasión

-       Qué lástima que Petronio no esté hoy – Comentó Nerón – Siempre le gano cuando apostamos por algún gladiador…

-       Siempre ganáis en todo, Caesar – Aduló Popea.

Los nobles parloteaban y bebían, haciendo apuestas o lanzando risotadas. Abajo, en la arena, dos hombres trataban desesperadamente de mantenerse con vida. Algunos ni siquiera prestaban atención cuando el Secutor abrió el vientre del Retiarius y las vísceras se derramaron pesadamente a sus pies. El guerrero cayó sobre sus rodillas para luego desplomarse de boca sobre la arena. El populacho lanzó un rugido.

-       Lo merecía – Opinó Diana, con cierto desdén – No dio un buen espectáculo.

-       Eso lo veremos en la pelea principal – Indicó Popea – Cuando Áureo entre en combate.

-       ¡Marcela y Calpurnia hablaron de él! – Replicó Diana – Al parecer, está de moda…

-       Así es. Pudo ascender, debido a que cierto germano adolescente ensució el piso del Palacio Imperial con la sangre del poderoso Ulpio. Eliminada la competencia, Áureo se alzó como el gladiador más importante – Rio la Emperatriz, dándole una mirada pícara al muchacho, aprovechando la distracción de su marido – Y sería sublime ver nuevamente a tu bárbaro usando una espada, aunque creo que sus talentos se aprovechan mejor en otras áreas…

-       Definitivamente, Divina…

Las trompetas pregonaron la pelea principal. Nerón se acomodó en sus cojines de seda y esta vez los nobles prestaron atención. Un hombre gordo anunció a gritos el enfrentamiento entre Bitinio de Tracia , en la modalidad Thraex y Áureo de Germania , en modo Murmillo . Al oír el nombre del segundo guerrero, el Anfiteatro Imperial casi se vino abajo por las ovaciones. Realmente era el gladiador de moda. Se abrieron las puertas de salida de los luchadores, bajo una lluvia de pétalos de rosas que caían desde las graderías. Cientos de muchachas extendían los brazos, llamando a Áureo a gritos. Algunas se abrían el escote, ofreciendo sus pechos.

Los gladiadores ingresaron a la arena. El ovacionado levantó ambos brazos, disfrutando de la adoración del público. Wolfgang sonrió. Estaba impresionado. Llevaban armaduras similares y protectores de hombros con forma de placas. Ambos traían pesados cascos que les cubrían el rostro; pero el germano lucía un pez estilizado en la cresta, además de un protector en el brazo, un cinturón con aplicaciones de plata y una gladius afilada. Bitinio, por su parte, llevaba un grifo en vez de penacho, un escudo pequeño y una sica : la espada tracia curva. Aunque la estatura de Áureo era impresionante, el tracio le ganaba por poco. Ambos giraron hacia el pabellón Imperial para el saludo oficial.

-       ¡¡AVE CAESAR!!  ¡¡QUI MORITURI TE SALUTAMUS!! – Exclamaron ambos con voz grave.

Nerón levantó la mano, autorizando el inicio del combate.

Las espadas chocaron, retumbando con su sonido metálico por todo el Anfiteatro. Con cada golpe, como un eco, se oían las exclamaciones y el bramido monstruoso de la multitud. Los gritos eran ensordecedores y Wolfgang pensó que en cualquier momento el edificio se desmoronaría por el escándalo desmesurado. En las graderías se apostaban monedas, hogazas de pan y vasijas de vino. En el pabellón imperial se jugaban cantidades obscenas de oro, esclavas hermosas e incluso Villas heredadas. Nerón había empeñado una cantidad considerable a favor del gladiador germano, por lo que lo animaba constantemente.

-       ¡Es Aquiles encarnado! – Exclamó el Emperador, eufórico, luego de un par de golpes impresionantes de su gladiador favorito.

-       ¿ Aquiles ? ¿Un bárbaro, César? – Preguntó Popea.

-       ¡Es una forma de decir, querida! – Rebatió Nerón, de buen humor – ¡Y si logro quedarme con todo el oro que Séneca apostó en su contra, lo proclamaré Hércules y me lo llevaré a Capri en primavera, para ofrecer un banquete en su honor!

Wolfgang miraba absorto el combate. El tracio era rápido, pero el germano poseía una fuerza extraordinaria. Sus golpes contra el escudo de Bitinio sacaban chispas y la multitud enloquecía con cada giro.

-       ¿Te diviertes? – Le preguntó Diana – Es muy diferente ver un combate en la arena del Anfiteatro a presenciarlo en el salón de un palacio.

Era cierto. El rugido del público volvía el momento irreal y épico.

-       Pelea muy bien – Comentó el bárbaro, casi para sí mismo.

-       ¿Quién? ¿Áureo?

-       El germano…

-       Así es.

El muchacho se sintió orgulloso. El gladiador pertenecía a alguna de las tribus que habitaban a lo largo del río y en los bosques de los mil lagos. Hablaba su lengua, seguramente invocaba a Thor antes de combatir y esperaba que las valkirias vinieran por él, si caía en la arena. Era uno de los suyos y, a pesar de ser un esclavo, era aclamado por todos los romanos. Los hombres lo vitoreaban y las mujeres lo deseaban en sus camas. Quería hablar con él y mirarlo a los ojos, apenas ganara la pelea y se quitara el casco de Murmillo . Sonrió, fascinado por la situación; pero algo que notó cambió su expresión alegre por una de sorpresa absoluta. Diana notó el asombro en sus ojos.

-       ¿Qué ocurre? – Le preguntó

-       Nada… – Respondió el muchacho, sin despegar los ojos del enfrentamiento.

Esos movimientos… Conocía esos movimientos. Los giros, la forma de golpear, el modo en que se agachaba como un gato y atacaba desde abajo. El corazón de Wolfgang estaba a punto de estallar y sentía que el aire no era suficiente.

-       Lo rematará con su famosa estocada final – Anunció Nerón, sumamente satisfecho ante su inminente triunfo.

Efectivamente. Luego de repeler varias veces los golpes del tracio, Áureo se apoyó velozmente en la rodilla de su contrincante, dio un salto espectacular y descendió con la espada quirúrgicamente dirigida al hombro de su oponente. La hoja se deslizó en la carne, hundiéndose hasta rematar órganos vitales. Al retirarla, un surtidor de sangre manó del cuerpo de Bitinio, quien cayó de bruces sobre la arena. El germano se incorporó con gallardía junto al cadáver, levantando los brazos.

Fue un movimiento perfecto. La ejecución fue precisa y el remate, soberbio. Tío Walramm habría estado orgulloso. Era su estilo, la técnica que les enseñaba a sus sobrinos en el bosque. El mismo golpe que Wolfgang intentó con el nubio en la Domus Transitoria y del que se salvó por un milímetro…

La multitud se alzó con un rugido animal que hizo retumbar a la ciudad. Como un autómata, Wolfgang descendió los peldaños hasta la barandilla del Pabellón Imperial. Aferró el borde, creyendo que su corazón explotaría en cualquier momento. Diana lo llamó, pero la ignoró. El Emperador, enloquecido por el triunfo, aplaudió efusivamente al gladiador victorioso.

-       ¡SALVE, ÁUREO DE GERMANIA! – Saludó el César – ¡Hoy te has convertido en el Dios de Roma y serás agasajado como tal! ¡Quítate el casco para que podamos honrarte!

El guerrero tomó el pesado yelmo y lo quitó de su cabeza. Calpurnia tenía razón. Wolfgang y el gladiador se parecían: el mismo cabello dorado, los mismos ojos azules, la misma sonrisa infantil. Sí, era muy similares. Demasiado…

Áureo agradeció en latín, pero antes de concluir la frase, se quedó mudo. Sus ojos se desorbitaron al ver al muchacho elegante que lo observaba desde el borde del Palco Imperial.

Wolfgang temblaba.

Era Baldur, su hermano mayor.