7 La desequilibrada.

¿Como te enteraste de la infidelidad de tu pareja? Relatos basados en hechos reales que fueron contados por sus propios protagonistas y tienen un denominador común: cómo se enteraron que su pareja les estaba siendo infiel.

La desequilibrada.

Julia dejo la taza de té humeante sobre la mesa, justo al lado del portátil.

Tenía un ritual que seguía todas las tardes que trabajaba en casa. Primero, apuraba media taza, sorbito a sorbito, casi quemándose por la infusión recién hecha. Luego, se comía dos pastas de sabor a coco, y finalmente, se terminaba el té, una vez que éste se había templado.

Siempre igual.

A su novio, José, a veces lo desesperaba. Según él, era una maniática.

Para ella, lo que él llamaba manías eran orden y método. Dotar de estructura todo lo que hacía, la ayudaba a concentrarse y a dirigir su esfuerzo. Con el trabajo pasaba igual. Habían montado una empresa hacía ya tres años, y aunque la idea había sido de él, como buen emprendedor que era, lo cierto es que ambos coincidían en que la aportación de Julia había sido fundamental para que el negocio saliera adelante.

Estudiando el mercado, valorando los productos que colocaban y el beneficio de cada uno en relación al coste, descubriendo nuevos nichos de negocio y dirigiendo hacia ellos una oferta personalizada… en fin, como decía un anuncio: la potencia sin control no sirve de nada… solo para estrellarte. Pues ella pensaba que con el esfuerzo pasaba igual. Su novio era muy trabajador, muy lanzado y tenía muchas ideas, pero también muy disperso. Ella era la que estudiaba la situación, analizaba todos los datos y decidía en qué dirección remar.

Y lo cierto es que, tras un primer año un poco complicado, a partir del segundo ya obtuvieron beneficios y ahora la empresa iba o razonablemente bien, tanto, que habían tenido que contratar una tercera persona cuando tuvieron su hijo.

Desde entonces se turnaban: ella trabajaba por la mañana y él por la tarde, lo que no era óbice para que Julia ayudara también desde casa.

Su madre, que vivía cerca, también echaba una mano. Se acababa de llevar al niño en el carrito, a dar un paseo al parque, lo cual le dejaba un par de horas para revisar balances y cuentas. De los números se encargaba ella, su novio era relaciones públicas y el que negociaba. Su novio… que curioso, todavía lo llamaba así a pesar de que llevaban tres años juntos y ya tenían un hijo en común. No estaba acostumbrada a llamarlo de otra forma, quizás porque no se habían casado. Se habían registrado como pareja de hecho, pero no habían oficializado su pareja de ninguna otra forma.

Volvió a llevarse la taza a los labios para un segundo sorbo, pero en ese momento sonó el timbre de la puerta. Dejó la taza sobre la mesa y se acercó a abrir. Quizás fuera su madre que se había dejado algo olvidado, pero lo dudaba. Como en todo lo demás, ella se aseguraba que el carrito y el niño fueran completamente equipados cada vez que salían.

Observó por la mirilla y vio que se trataba de una chica desconocida. No era nadie que ella recordara, ni tampoco ninguna de las vecinas del edificio, así que durante un instante dudo si abrir o no. Posiblemente sería una comercial que querría venderle algo, y ella, no deseaba interrupciones. Entonces, sorprendentemente, como si hubiera detectado sus dudas y supiera que estaba detrás de la puerta, la chica dirigió su mirada a la mirilla, esbozó una sonrisa y sin apartar los ojos, volvió a pulsar el timbre.

De forma mecánica, al oír la campana, Julia abrió la puerta casi sin pensar lo que hacía. Fue como un acto reflejo. Bueno daba igual (pensó), así se la quitaría de encima más rápidamente.

- Hola.

  • Hola, contestó ella, invitándola a iniciar el probable discurso de venta, con la intención de cortar a continuación con un: perdona pero no tengo tiempo, o no me interesa, o ahora no te puedo atender.

- Soy amiga de José ¿podemos hablar un momento?

Julia se quedó descolocada.

- ¿Perdón? ¿Conoces a José?

  • Sí claro ¿te importa si paso un momento?

Julia, se hizo a un lado otra vez en un movimiento casi reflejo, sin pararse demasiado a pensar. La chica encaró decidida el camino a lo largo del pasillo y al ver el salón, entro en él. Julia cerró la puerta y la siguió a toda prisa. Todo era muy raro y esa chica no le gustaba un pelo. Quizás había cometido una equivocación dejándola entrar, todo había sucedido tan deprisa...

Ella se sitúo en medio de la habitación, de pie, y esperó a que Julia tomará la iniciativa de preguntar, mientras la miraba de arriba abajo. La sonrisa que en un principio parecía amigable y destinada a inspirar confianza, ahora se contraía, en una especie de mueca entre burlona y agria. Seguramente, porque había conseguido su propósito de colarse hasta el fondo de su casa. Una cara agradable, para que bajes tus defensas y ahora es cuando viene el ataque.

Se supone que, en este momento, es cuando debía empezar a venderle lo que quiera que sea que venía a vender, aunque la chica no tenía pinta alguna de comercial. Antes de abrir la boca, Julia le hizo una radiografía rápida. Detalles que a una mujer no se le escapan. Más alta que ella, bastante mona y más joven, aunque no mucho: quizás entre 5 y 7 años, posiblemente recién cumplida la treintena. Maquillada con mucha atención. Se ve que se había pasado un buen rato delante del espejo antes de salir. Peinado de peluquería y de los caros: un buen corte y con mechas salteadas, posiblemente un tinte claro. De los que requieren pasarse un buen rato en la peluquería. Llevaba un conjunto de chaqueta cruzada y minifalda, con medias claras que realzaban sus largas piernas. Zapatos de tacón de marca y complementos caros. Nada de bisutería, una gargantilla y unos pendientes a juego de oro, completaban el conjunto.

Decididamente, no tenía aspecto de comercial que viniera a vender nada, pensó Julia.

- Perdona, dices que conoces a José pero no me suenas, creo que no nos hemos visto nunca.

  • Si correcto. Tú y yo no nos conocemos. Bueno ahora sí, contestó a la vez que se le escapaba una risita nerviosa para celebrar la broma tonta que acaba de hacer.

  • Bien, pues tú dirás...

  • Pues mira, mejor que vayamos directos al grano, así no perdemos tiempo ninguna. Me llamo Victoria y soy la amante de José.

Hizo una breve pausa para que Julia asimilara lo que acababa de escuchar. A ella se le abrieron los ojos como platos y se puso completamente rígida. No dijo nada, simplemente se limitó a negar con la cabeza.

- Mira, sé que te pillo de improviso, pero debes saber que nos acostamos juntos desde hace unos meses. No se atreve a contártelo, así que al final he tenido que venir yo misma.

Pero ¿que decía ésta loca? ¿Cómo se atrevía a venir a su casa y a llamarla cornuda su cara?

Julia quiso replicar pero no le salía la voz del cuerpo. Aquella zorra se limitaba a esperar su reacción, con esa especie de mueca que tenía por sonrisa. Cuando por fin pudo articular palabra, levanto el brazo y señaló la puerta:

- Vete de mi casa.

  • Muy bien Julia, yo me voy, solo quería que lo supieras. Creo que tienes derecho a conocer la verdad.

  • ¡Que te largues! gritó una Julia que empezaba a descontrolarse.

- Bueno, bueno, no hay que ponerse violentas, estamos hablando…

  • Sal de aquí o llamo ahora mismo a la policía, o, o…

- O ¿qué más? la retó ella burlona.

- Fuera de mi casa, loca de mierda...

A Victoria no le pasó desapercibido el cambio de expresión en el rostro de Julia.

La sangre parecía haber huido de su cara, que se había quedado blanca. Había entornado los párpados y solo dos rayas amenazantes con un brillo siniestro, la observaban. El cuerpo rígido y los puños apretados. Las últimas palabras que había pronunciado, sonaban a ronca advertencia. Parecían pronunciadas por una persona diferente. La furia había reemplazado al desconcierto.

- Yo no estoy loca, pregúntale a tu novio...

Julia apretó los dientes hasta casi hacerlos crujir. Dio un paso hacia ella. Sintió ganas de abofetearla, pero se contuvo. Sin duda estaba tratando de hacerla perder los papeles y posiblemente, esa furcia esperaba que la golpeara. Sabe Dios lo que estaría tramando, incluso puede que la denunciara o la presentara a ella como una agresora.

No le daría ese gusto. Sea lo que fuese lo que había venido a hacer, no le haría el juego.

Julia cogió el móvil...

- ¿Vas a llamarle? la desafío ella: perfecto, así hablamos los tres.

- No, yo ya no tengo nada más que hablar contigo, voy a llamar al 112 y le voy a decir que hay un intruso en mi casa que ha venido a amenazarme. Las llamadas al 112 se quedan grabadas... Con quién vamos a hablar las dos es con la policía.

La tal victoria supo entonces, que Julia se había rehecho y recobrado el control. Se defendía bien. Bueno, ya le había dado la noticia y poco más podía sacar de la situación, así que tocaba retirada.

- Muy bien, adiós. Me voy pero que sepas que te he hecho un favor contándotelo. Es mejor que enterarte más tarde y por otros...

Victoria se dirigió a la salida sin volver la mirada. Salió y cerró ella misma la puerta.

Julia se dejó caer en la silla. Como una marioneta a la que se le aflojan las cuerdas. Estuvo un par de minutos con un nudo en la garganta, que finalmente pudo deshacer en un acceso de llanto.  Lloró y lloró durante un tiempo que no fue capaz de determinar. Cuando consiguió levantarse, cogió un paquete de kleenex y se fue al sofá. Otra vez llanto. Sin poder contenerse, se sumió en un mar de lágrimas.

¿Quién era esa tipa? ¿Porque le había dicho eso? Daba igual, algo le decía que era cierto. Aquella mujer era su rival y había venido a quitarle a José.

Cuando consiguió recuperarse marcó el número de su novio.

- José, acaba de estar aquí en casa, en nuestra casa, una tal Victoria...

El silencio al otro lado de la línea resultó significativo para ella

- ¡Joder! José, esa tía dice que se acuesta contigo...

  • Cariño...

  • ¿Cariño? ¡No me llames cariño, ostia puta! ¡Dime qué es mentira!

  • Esa chica está loca, Julia, es una desequilibrada...

  • O sea, que la conoces...

Lo oyó tragar saliva... Mira, yo... (Nueva pausa embarazosa), José parecía estar buscando las palabras adecuadas.

- ¡Me cago en la puta! ¡Es verdad! ¡Te has acostado con ella!... De nuevo los sollozos brotaron de su garganta... Eres un miserable... Fue lo único que consiguió articular...

José, por fin consiguió arrancarse y aprovechó que su pareja no podía hablar, para tratar de disculparse.

-Julia, es verdad, no te lo puedo negar. He sido un cabrón y he metido la pata. Te aseguro que estoy muy avergonzado, por eso no te dije nada. Bueno por eso y porque temía perderte. Esta tía no significa nada, pero tú lo eres todo para mí. Fue un lío de apenas un mes. Cuando me di cuenta de la tontería que había hecho, corté enseguida con ella, pero no lo acepta y me sigue persiguiendo. Te aseguro que ya no hay nada, ni la he vuelto a ver. Si ha ido a verte es por eso, porque está desesperada. ¿No te das cuenta? Trata de romper nuestra relación, a ver si así me voy con ella.Pero yo ya nunca volveré a cometer ese error. No volveré con ella, ni jamás te volveré a engañar. Julia por favor tienes que creerme...

- ¿Cómo quieres que te crea? acaba de presentarse aquí tu querida…

  • No es mi querida, nunca lo ha sido, ha sido el mayor error de mi vida.

- No tienes ni idea de cómo me siento en este momento, José. Me acabas de arruinar la vida.

- Por favor Julia, tranquilízate. Mira, cierro y me voy corriendo para casa. Por favor espérame, llego en 20 minutos. Lo hablamos y te lo cuento todo. Haré lo que sea para que me perdones.

  • No sé si quiero que me lo cuentes. Ahora mismo no sé lo que quiero, lo único que deseo es que esto jamás hubiera pasado, despertarme y que sea un mal sueño.

A continuación colgó. Tenía la garganta seca de tanto llanto. Miró la taza de té que continuaba semi llena sobre la mesa. La tomo y se mojó los labios. Se había enfriado...


Tres meses después, Julia había conseguido recuperar su rutina de trabajo por las tardes. Una taza de té humeaba junto a ella.  Hizo su paréntesis, y recordó aquella tarde en qué la zorra que había estado con su marido, se presentó en casa.

La cosa no había resultado fácil. Ella había insistido con llamadas, e incluso dejándose ver en la calle, junto a su local. Mirándola desde detrás del escaparate, cruzándose con ella por la acera de enfrente. No habían vuelto a intercambiar palabras, a la segunda llamada, bloqueó el número tras dejarle un mensaje diciendo que, si volvía a intentar ponerse en contacto con ella, la denunciaba.

El gesto serio que presentaba, la última vez que ella intentó dejarse ver para presionarla, le indicaba que era consciente de haber perdido la partida. En eso José tenía razón: la tía era una desequilibrada que llevaba fatal, el saber que no había podido romper la pareja y que no se iba a salir con la suya. José nunca iba a ser para ella. Lo habían hablado y estaba decidida a denunciarla si volvía a molestarla. Costara lo que costara, aunque tuviera que recurrir a un detective privado para reunir pruebas que demostraran su acoso.

Otro tema, era el perdón temporal que había dado a su marido. Finalmente, decidió continuar, más por su hijo que por otra cosa. Habían perdido la confianza y no sabía si alguna vez podría perdonarlo de verdad. De momento habían firmado una tregua para quitarse aquella loca de encima.

Pero en definitiva, no sabía si al final su relación sobreviviría una vez acabara todo. No tenía nada claro que pudieran superarlo.