5ª parte. Cualquier método es válido para recupera
Siguen las vivencias de Carmen. No hay marcha atrás.
Esa noche comencé mi nueva vida. Tal y como me ordenó Sara fui a que me dijera que me tenía que poner de ropa para ir a trabajar. Eligió un vestido, claro. Cenamos tranquilamente y charlamos sobre lo ocurrido. Me gustaba mucho poder hablar sobre ello. La naturalidad con la que lo hacíamos me maravillaba. Quien me lo iba a decir hace unas semanas…
Esa noche y antes de ir a dormir me dio crema en mis maltratadas posaderas. Tenían unas gruesas líneas que cruzaban horizontalmente y ya iban cogiendo un color violáceo. Y lejos de asustarme u horrorizarme, me excito mucho verlas.
Mientras que iba dándome la crema comenzó Sara a extender la misma paulatinamente por todo mi cuerpo. Y una cosa llevo a la otra.
Esa noche fue la primera vez que hice el amor con una mujer. No sería la última, ya que me no me disgustó, pero no era lo mismo que con un hombre.
A partir de ese día fui experimentando un sinfín de cosas. Participé en un montón de situaciones distintas, de las cuales algunas contaré. Pero mi objetivo final no se me olvidaba. Y era volver a recuperar mi familia.
Desde esa mañana todo cambio. Ese día comencé castigada. Sara no olvidó mi problema con el vigilante de seguridad del día anterior. Y me impuso un castigo. Una vez que estaba prepara para irme al trabajo me ordeno ponerme cara a la pared, quitarme las bragas y subirme la falta. Pensaba que volvería a azotarme. Estuve asi un rato, mirando a la pared y quieta. No me atrevía a mirar, ya sabía las consecuencias de no obedecer.
Cuando me di cuenta, Sara había untado algo en mi sexo (ya estaba mojado por la situación) y me lo metió de un golpe en mi ano.
La sorpresa y el dolor me cortaron por un momento la respiración. Mi agujero trasero era virgen. Jamás había dejado a mi marido que lo usase. Si acaso alguna vez juego con un dedo y como máximo dos, pero nada más. Y eso en contadas ocasiones.
El dolor de hizo que unas lágrimas corrieran por mi cara. Iba a tocarme el culo pero Sara lo evitó con una amenaza.
Ese día fui al trabajo sin bragas y con un plug violándome el culo. Me había ordenado que no me quitará el plug hasta que llegara al vestuario.
El ir sin bragas y con el culo taponado me llenó de sensaciones contrapuestas. Vergüenza. Expectación. Angustia. Excitación. Humillación. Obediencia. Dolor. Placer. Ese día me hizo buscar al vigilante de seguridad y pedirle perdón. No le encontré. Sara me advirtió que hasta que no le encontrará y le pidiera perdón iría todos los días así a trabajar. Y así fue. Tarde varios días encontrarle. Le pedí perdón como me ordenó Sara. Según las instrucciones de Sara le indiqué al vigilante que tenía cierta enfermedad que a veces provocaba ataques de furia y mal humor, y que mi psicóloga me había pedido que le encontrará y me disculpara. Él con cierto desdén me dijo que le dejará en paz, que no quería mis disculpas ya que había sido muy desagradable.
Y así se lo conté por la tarde a Sara.
Todos esos días aparte del castigo mañanero y hasta que encontré al vigilante, sufrí por las tardes los castigos correspondientes. No hubo ninguna de esas tardes que no cobrara a base de bien.
Me acostumbre esos días a dormir boca abajo, ya que la situación de mi culo no me permitía hacerlo boca arriba. Descubrí que Sara tenía unas manos terribles y que mi culo no se acostumbraba a ellas. Y no solo probé sus manos. A lo largo de esas semanas probé muchas más cosas. Y no solo azotes.
Esa semana adquirí bajo las directrices y guía de Sara nuevo vestuario acorde con sus instrucciones y preferencias. Quitando algún conjunto atrevido, la ropa era de buen gusto con cierto toque tradicional, y muy femenina. Me gustaba.
Y también compró algunas otras cosas que descubrí poco a poco. Si el plug me sorprendió, lo que más adelante fue utilizando me sorprendió más. Había cosas que no había oído hablar, y menos probar. Unas me gustaron más que otras, pero en general seguí disfrutando de la experiencia.
Una vez que encontré al vigilante cesaron los castigos. Aunque por las tardes después del trabajo Sara me utilizaba a su antojo. Mi sumisión y entrega según ella eran cada día más y mejores. Sobre todo explorábamos en el terreno sexual. En el fondo y menos cuando me castigaba era muy sensual y cariñosa conmigo. Exploré mucho mi sexualidad y descubrí nuevas formas de gozar. Sobre todo cuando me ordenaba hacer cosas, fueran las que fuera. Esa sensación de obediencia y de agradar me llenaba. Aunque no se olvidaba del cada vez más deseado dolor.
Después de varios días de tranquilidad, y de que no presentara ningún episodio de mal humor, comencé de nuevo y a diario a mantener conversaciones telefónicas con mi esposo. Éste se dio cuenta de que algo había cambiado. Por supuesto que no le conté lo que estaba haciendo para “recuperarme”, pero notó el cambio, le gustó y me lo dijo. Poco a poco fuimos retomando una relación cordial. Era el principio.
Ahora Sara me obligaba a ir al trabajo en transporte público, ya que me venía mejor desde su casa y decía que me venía bien para mi salud. Y también para perder algún que otro kilo que me sobraba.
Desde que estaba con Sara no había vuelto a tener ningún episodio de mal humor. Ya llevábamos cerca de dos semanas y no había tenido que volver a castigarme. Yo aprendí muy rápido y bien las normas que me iba imponiendo. Resultó ser ella una muy buena Ama. Fuimos aprendiendo y experimentando juntas. Y casi todos los días me sorprendía con algo nuevo. Cada día me llevaba un poco más lejos y transformaba el dolor en un exquisito placer. El día que utilizó cera sobre mi cuerpo pasé miedo al principio, pero resultó ser una delicia. Tanto al aplicarme la cera como al quitarla. Ya había probado una vez un látigo de varias colas en mi culo como castigo. Ese día le probé en mi cuerpo para quitarme todas las gotas y pegotes de cera. Fue uno de los dolores más placenteros que había probado. Cierto que me tuvo que atar, práctica que cada vez utilizaba más, pero me encantó.
Al día siguiente tuve que ponerme medias para que no se notarán las finas líneas y ronchones que me había dejado el látigo en mis piernas. Cada vez me gustaba más ver marcas sobre mi cuerpo.
En la tercera semana de convivencia Sara me dejo tres días sola en casa. Ella se marchó a un congreso fuera de la ciudad.
Cierto que la eche de menos, pero no mucho, ya que el primer día que se fue quedé con mi marido por primera vez en muchas semanas. Y todo marchó muy bien. Nos tomamos un par de cervezas y charlamos animadamente como hacía mucho tiempo. A mi hijo le veía todas las semanas, pero a él no. Fue un rato que valió por meses. Descubrimos sin decirnos nada, que aún teníamos los sentimientos que nos hicieron enamorarnos años atrás. Fue una sensación muy intensa, aunque los dos no dijimos nada, supongo que por precaución.
Los dos días siguientes pasaron un tanto despacio. Había roto mi rutina de estar bajo la mano de Sara. Me sentía un poco perdida, y no por falta de recursos, sino por esa sensación de tranquilidad y paz que me embargaba cuando me encontraba bajo sus cuidados y órdenes. No era tampoco aburrimiento, no, era esa sensación de sentirme dominada, guiada.
El tercer día por la noche, a la hora acordada y tal como me ordenó Sara, me encontró en el salón, de rodillas en el suelo, solamente con los zapatos rojos de tacón que me compró y que tanto la gustan, mirando a la puerta, con una sonrisa en mis labios y completamente mojada. Y un plug en mi ano y un consolador en mi sexo.
Si, en esas semanas alguna que otra vez había utilizado algún plug anal, de distintos tamaños. No me había todavía a acostumbrado a ellos, aunque un día me hizo tener un gigantesco orgasmo mientras me hizo un llamado “beso negro”. Hasta el nombre me tuve que aprender. Poco a poco fui descubriendo el sexo anal, algo de lo que después no podría pasar.
Y me enseñó a utilizar los consoladores. Yo ya sabía lo que eran, pero no los había utilizado nunca. Ya os lo dije, era un poco mojigata en cuanto al sexo. Aunque eso ella lo había ya cambiado.
Pues en esa posición me encontraba cuando entró en casa. Se la veía cansada, pero una mirada perversa y animal cruzó su cara cuando me vio. Hoy no os voy a contar lo que pasó a continuación, pero fueron dos horas maravillosas.
Le conté que había quedado con mi marido y lo bien que salió. Se puso muy contenta, aunque vi un cierto deje de tristeza en sus ojos.
Después le conté lo que en un principio evite decirle. El retrasar habérselo dicho me costó un castigo extra. Y fue el incidente que tuve esa mañana.
Resumiendo. Ese día por la mañana cuando regresaba de trabajar volví a encontrarme con el vigilante de seguridad con el que tuve el altercado anteriormente. Y no sé qué me pasó, supongo que se mezcló un poco la rabia que me dio que no aceptara mis disculpas con unos de mis ataques de mal genio, y la volví a liar otra vez. Voces, gritos y poco más. Una situación un tanto bochornosa, ciertamente, pero no llegó a mayores.
Sara cambió su semblante cuando se lo conté.
- Vaya Carmencita, así que no se te puede dejar sola. Ya veo por dónde van los tiros. Ya tenemos la solución y el remedio, aunque hay que insistir un poco más. Te prometí que te curaría o daría con una solución, y eso voy a hacer. Lo que sirve contigo es la disciplina, la autoridad y los castigos. Y así va a ser.
Me llamaba Carmencita cuando iba a castigarme. Se me pusieron los pelos de punta, tanto por el temor al castigo como por la excitación del mismo.
- Debido a la repetición de una falta tan grave, faltar seriamente al respecto a una persona, esta vez el castigo será ejemplar. Para empezar ahora recibirás una buena zurra, que es lo que se ganan las niñas mal habladas y mal educadas. Durante los próximos días recibirás una azotaina por las mañana y otra por la noche. Eso solo es el principio. El resto de tu castigo, la parte mas importante del mismo, la tendrás a lo largo de la semana. Ya te diré en que consiste cuando llegue el momento. ¿entendido?
- Si Señora. – dije como no podía ser de otra manera.
Esa noche visité su cuarto de castigo, ese del que os hablé. En los días que llevábamos juntas había ido creciendo exponencialmente. Había ya muchos artilugios y complementos.
Esa noche me hizo llorar como nunca lo había hecho. Me colgó por las manos a un gancho que había instalado en el techo. Desde el inicio comprobé que iba a ser duro. No empezó la azotaina con sus manos ni en sus rodillas. Eso era mala señal. El castigo iba a ser severo. Comenzó utilizando una gran pala de madera. Solo la había probado una vez y con solo 5 azotes me sacó gritos desesperados de dolor (aunque no sería justo si no dijera que también hizo que por mis muslos se deslizara toda la humedad que emanó de mi sexo). Ese día fueron 20 azotes con la terrible tabla. No cejó en su castigo por mucho que a partir del número 10 supliqué piedad.
En el fondo sabía que me los merecía y que era por mi bien. Pero en esos momentos y aunque volvía a mojar mi entrepierna, quería que parase.
Me dejo colgada después de los azotes un largo tiempo. Se me hizo largo sobre todo porque no pude aliviar el escozor de mis nalgas con mis manos.
Creía que me iba a dejar colgada toda la noche, pero nada más lejos de su intención. Volvió y me desato. Me tumbo bocarriba sobre una camilla, me ató las manos y los pies a ella y me introdujo un vibrador inalámbrico de varias velocidades. El dolor de mi culo, que era mucho, se me olvidó casi al instante. Me ordenó que no me corriera. Si desobedecía me volvería a azotar con la pala de madera 50 veces y me dejaría colgada toda la noche. Eso me asustó parcialmente. ¿No sería capaz, no? De todas formas no estaba dispuesta a comprobarlo.
Comenzó a jugar con vibrador, subiendo y bajando la intensidad y velocidad. Si los azotes habían sido “terribles” el no poder correrme estando tan excitada fue otra tortura aún más grande si cabe. Varias veces me tuvo al borde del precipicio, pero no me dejó llegar. No sé el tiempo que estuve así, pero me pareció una eternidad. Cuando creía que no iba a ser capaz de contenerme, me desató, me dio un beso y me tapo con una manta. La sensación era terrible y maravillosa a la vez. Estaba muy cansada y me quedé dormida rápidamente. Después de las dos horas de sexo, la zurra y el no haberme dejado llegar al orgasmo pudieron conmigo.
Ese día amanecí con el desayuno hecho (era yo la que lo solía hacer). Me tenía la ropa preparada y me mandó a la ducha. Y así lo hice. Me duché, desayuné, me vestí, fui azotada en la cocina rápida y dolorosamente y me envió a trabajar. Ese día nuevamente sin bragas, mojada y con en plug en mi culo.
Ese día por la tarde, cuando llegué a casa y siguiendo sus órdenes, me fui a la ducha y seguidamente al cuarto de los castigos. Allí esperé con un vestido de colegiala que me producía mucha vergüenza. Pensaba que iba a volver a ser azotada. Aunque ni en un millón de años me hubiera imaginado lo que ocurrió. Me quedé muda cuando vi entrar por la puerta del cuarto de castigo a Sara con el vigilante de seguridad…