500 Orgasmos (Marta y el sexo)

Soy Sandra. Sigo contando la historia de Iván, su mujer, Marta, su cuñada, Bea... Y una pequeña introducción "marca de la casa". No dudéis en comentarlo. Os echo en falta.

500 orgasmos (Marta y el sexo)

Extracto del diálogo (via "chat") que mantuve hace unos días con Iván, justo después de la publicación en "Todorelatos" de la primera parte de "500 orgasmos".

Sandra- ¿Qué te ha parecido?

Iván- Muy bueno. Se nota mucho que lo ha escrito una mujer, pero. Yo no decía las cosas con tanta finura. De hecho, yo no decía ni la mitad de las cosas que explicas.

Sandra- ¿Y te sabe mal?

Iván - No, al contrario. En realidad, eres muy fiel a los hechos y añades muchos detalles que a mí se me hubieran escapado o no hubiera sabido decirlos igual de bien. Tienes mucha imaginación, Sandra... Una imaginación muy calenturienta...

...

Sandra- Oye. Algunos lectores me han escrito preguntándome por el título. ¿Qué les puedo decir?

Iván - Ja, ja, ja... Es muy fácil. Hice un cálculo rápido y 500 orgasmos son los que alcanzaron las dos... Marta, en 30 años de vida sexual conmigo y Elena... ¡en un año! Simple estadística.

Sandra - ¿Tú crees que a las mujeres se nos puede clasificar así de fácil?

Iván - Bueno... No te ofendas... Ya sabes que a los hombres se nos dan mejor las matemáticas... Cambiando de tema... Me he leído tus relatos, Sandra.

Sandra- ¿Ah? ¿Te han puesto caliente?

Iván - Sí... Y ¿sabes qué? Pienso que tú eres un compendio de las dos. Bueno... de las tres.

Sandra - No creo, Iván... Lo único que veo de igual a mí en Elena es que era multiorgásmica.

Iván - Era, no. Es. La sigo viendo de vez en cuando.

Sandra - ¡Qué cerdo eres, Iván! ¿Sabes una cosa? Acepté escribir que Elena te dejó porque quería tener contigo una vida de familia, pero sabes muy bien que no fue por eso.

Iván - ¿Ah, no? ¿Y por qué fue, pues?

Sandra - Porque se hartó de tanta vejación, de tanta humillación... De que la trataras como a una perrita, como a una puta sumisa... De que le hicieras todo aquello que no habías podido hacerle a Marta.

Iván - Ay, Sandrita... Defensora de las causas perdidas. Cuéntalo como quieras pero quiero que sepas que Marta no fue, no es ninguna santa... Me ha hecho mucho daño...

Sandra - Pero también te ha querido y te quiere como el primer día... Y, además, ha aceptado tus devaneos con su hermana...¿Eso no cuenta para ti?

Iván - Claro, claro... ¿Y cuándo volvemos a vernos, tú y yo? Me encantaría repetir lo del año pasado... ¿No te lo pasaste bien? Yo mucho. Hacía años que no me follaba a una preñada... Con esa barriguita tan mona...¡Y tan caliente!   Eh... ¿no te lo pasaste bien?

(Unos instantes de duda. ¡Mierda! Ya me estaba mojando.)

Sandra - Hum, creo que ya lo viste... Pero va a ser difícil repetirlo...

Iván - ¿Por qué? Me pareciste una mujer muy ardiente... No creo que se te hayan pasado las ganas de follar con la maternidad...

(¡Qué cabrón! Si supiera que lejos de írseme, se me han redoblado)

Sandra - Ya te lo dije. Bajo a Barcelona en 10 dias, pero con mi hija, Fanny. Por cierto, tengo que dejarte ahora. Me toca darle el pecho.

Iván - ¿Todavía? ¿Cuánto tiempo tiene? Déjame ver... 8 meses...

Sandra - Sólo le doy un poco cuando estoy en casa. El resto, biberón y papillas.

Iván - Tu niña no es un problema. Lo he hablado con Marta y ella se ofrece a cuidarte a la niña para que podamos salir...Incluso es capaz de prepararnos una cena exquisita... ¡Es una auténtica "cordon bleu"!

Sandra - Eres un sinvergüenza, Iván... ¿Está al tanto de todo ésto?

Iván - De lo mío con Elena, sí... Sin los detalles, claro. Ja, ja, ja. ¿Por qué no conectas la cam? Me encantaría verte dando el pecho a tu hija... Joder, Sandra... Sólo de pensarlo se me pone dura.

(Segundo momento de duda. Stéphane, mi marido, no está en casa. Puede ser divertido. Voy a subir la calefacción.)

Iván - ¿Sigues ahí?

(Llamada del MSN. Aceptar invitación. Clic. Aparece la cara de Iván en la pantalla. Aparece la mía. Tengo a la niña en brazos.)

Iván - ¿puedes poner un poco más de luz? Te veo apenas...

(Enciendo el aplique de la mesa del despacho. Me instalo confortablemente y me levanto el jersey hasta dejar una teta al aire. Fanny conoce de memoria el ritual. Sólo cambian los lugares. Escribo una última línea de texto:)

Sandra - No escribas nada. No digas nada. Sólo mira... ¿vale?

(Asiente con la cabeza. Fanny se ha aferrado a mi pezón y ya está succionándomelo con avidez. Aún me queda mucha leche. Una sensación agradabilísima me recosquillea todo el cuerpo. Entorno los ojos, me muerdo el labio inferior y canturreo una nana, acariciando los caracóles dorados de mi dulce hijita. Fanny parece adormilarse. La miro beata. Tengo el pezón hinchado como la ubre de una vaca. Ahora hace mucha calor en la habitación. Dejo a la niña un instante sobre el sillón de cuero negro y me saco el jersey. Vuelvo a tomarla en brazos y le ofrezco la otra teta. Hasta ahora no he mirado a la pantalla. Fanny juega con mi pezón, lo mordisquea con sus primeros dientes y se pone a mamar de nuevo, en un gorgoteo placentero. ¡Qué locura! Soy consciente de lo que estoy haciendo. Y me gusta. Observo la pantalla para ver qué cara pone Iván. Y no veo su cara sino su polla tiesa, con ese prepucio morado y de grosor doble al de su tranca. Se está masturbando. Pienso en dejar a la niña en su camita, quitarme los pantalones y hacer como él. Fanny protesta, quiere seguir mamando. Mi otro pezón gotea. Tengo un subidón hormonal. Estoy muy caliente. Empiezo a contraer los músculos vaginales. Me lo enseñaron en el cursillo "post-parto", para que mi vagina recuperara su elasticidad inicial. La monitora y las mamás que había en la sala se quedaron de piedra cuando vieron que me estaba corriendo... Como ahora.)

Sandra - ¡Aaahhh, AAahhh, AAAhhh, AAAAAAAAAAAHHHHH!!!

(¡La puta madre que me parió! ¡Me he corrido! Fanny no comprende qué le pasa a su madre y se echa a llorar. La abrazó con toda la dulzura del mundo.)

Sandra - ¡Chut, chut, chut! No es nada, vidita... Mamá está bien, Mamá está bien!

(Claro que está bien... Está como una puta cabra...Fanny se va calmando calmando. La arrullo contra mi pecho. Miro la pantalla. El cabrón de Iván debe tener una webcam de alta fidelidad porque veo con exquisita precisión como su capullo se abre y comienza a soltar manguerazos de esperma. Unos segundos más tarde, desplaza la cámara para mostrarme la pantalla de su ordenador embadurnada de lefa.)

Iván - ¡Joder, nena! ¡Eres lo que no hay! Lo ves... ¡Estamos hechos el uno para el otro!

(Corto la sesión a lo bruto. Este hombre es un peligro, pienso. Pongo a la niña en su cuna. Llamo a mi marido)

  • Stéphane... ¿te falta mucho? -oigo voces a su alrededor.

  • Un poco, cielo... ¿Qué pasa? Me has pillado en pleno consejo de administración del hospital.

  • Ven pronto, amor... Tengo una urgencia que sólo tú puedes curarme...

Paso a contaros la segunda entrega. Recordad que es el relato autobiográfico de Iván. Aunque hay mucho de mí. Este lo he titulado:

Marta y el sexo

Las primeras semanas fueron maravillosas. Aunque seguía viviendo oficialmente en casa de mis padres solamente pasaba por su casa un ratito, cada dia, al salir del trabajo, para ducharme, cambiarme y salir corriendo para ir a buscar a Marta a la librería donde trabajaba, en la calle Balmes. Abrazados y felices, nos pateábamos toda la ciudad, besándonos y toqueteándonos sin decoro; cenábamos en cualquier parte y corríamos a su casa para desatar las ganas de sexo acumuladas a lo largo de la jornada. Hacíamos el amor todos los días. Nos dormíamos tarde y por la mañana, cuando sonaba el despertador, era un auténtico calvario levantarse, sobretodo para mí, pues Marta empezaba dos horas más tarde. Para más inri, le encantaba provocarme para que me quedara un poquito más, diciéndome cosas como:

  • ¿Ya te vas? Con lo calentita que está la cama...

  • Martaaa... Que voy a llegar tarde otra vez...

Entonces, levantaba la sábana y se acariciaba el coño bien impregnado de nuestro caldito de la víspera y añadía con voz de colegiala perversa:

  • Cielito... ¿me vas a dejar así? Ven, tócalo...

  • No, Marta...

  • ¿Tendré que llamar al fontanero?

Y esto, ya podéis imaginar cómo terminaba. Así era al menos tres de cada cinco días laborables.

En el trabajo ya empezaban a estar algo hartos de mis retrasos y de mis lapsus debidos a la fatiga acumulada. Y mis padres también se hartaron de que sólo apareciera por casa  para pedir a mi madre que me lavara la ropa... Así, un día, tras una cena de larga conversación, les dije que me iba a vivir con Marta. No hubo lágrimas. Creo que, en el fondo, se sintieron aliviados; mi hermano mayor hacía cinco años que había levantado el vuelo y ahora, con mi marcha, podrían ver su sueño de tranquilidad tipo "tercera edad" plenamente realizado.

Marta acogió la noticia con entusiasmo. Se la dije al final de la cena. La invité para decírselo a un buen restaurante del Casco Antiguo, un lugar bastante particular en aquella época pues era el único que hacía "fondues de queso" y también porque no se veía un pimiento, con dos velas en la mesa como única iluminación. Iba a pagar la nota con las cinco mil pesetas que la revista LIB me pagó por la foto que les envié...

En aquella época, antes de conocer a Marta, me compraba cada semana esa revista y una de las secciones que más morbo me daba era la de las fotos de mujeres "anónimas", totalmente amateurs. La idea de enviar una foto de Marta me vino pocos dias después de haberla conocido, cuando me enseñó parte de sus fotos "privadas". A pesar del ataque de celos que sufrí al verlas -la mayoría de gran calidad habían sido tomadas por Jaime, fotógrafo de profesión, su anterior compañero, bastante mayor que ella, con el que se fue a vivir con apenas 16 años-, no por eso dejaron de parecerme muy excitantes. El problema con Marta es que no podía evitar hacerme comentarios como:

  • Ves, ésta... dieciocho añitos tenía... -me decía mostrándome una en la que aparecía tumbada en la playa, desnuda con las piernas bien abiertas y abriéndose el coño con dos dedos de ambas manos-... ésta me la hizo en Formentera... Pasamos una semana de fábula... La playa estaba desierta y las sesiones de fotografía terminaban siempre igual...

  • No hace falta que me lo expliques... -le decía malhumorado pero sin poder ocultar la erección que me dominaba.

  • Eres un bobo, conejito... -nunca conseguí que dejara de llamarme así- No sirve de nada que estés celoso por algo que ya pasó... Además -y entonces me agarraba la verga a su manera, desprovista de toda delicadeza- los celos no impiden que se te ponga dura.

  • No es tanto las fotos como la manera que tienes de hablar de aquellos mmm momentos mmm... -Marta era toda una artista del "handjob", como le llaman ahora- Parece como si los echaras de menos...

Nunca me dijo que estaba equivocado. Simplemente, ella sabía que me tenía dominado y que le bastaba con deleitarme con una buena paja, con una sabrosa mamada o incluso con una escandalosa cubana para que se me pasara el enfado, el malhumor y los celos...

Hasta que un día, cogí una de las fotos -una de la serie de Formentera, la que más morbo me daba y en la que Marta, a cuatro patas, mostraba todo cuanto se puede mostrar en esta indecente posición- y la envié a la revista con un sugerente comentario ("¿En qué estáis pensando?"). Dos semanas más tarde, recibí un talón de cinco mil pesetas y una carta del director de la revista en la que alababa sin tapujos la belleza de la modelo (obviamente, se refería a la hermosura de su trasero, pues la cara de Marta quedaba totalmente escondida) y proponía, si nos interesaba, una sesión de "casting" de la que podríamos sacar una buena "recompensa" pecunaria. Ya os explicaré en otra ocasión cuál fue su reacción cuando se lo conté... Por ahora, volvamos al restaurante...

  • ¡Me haces muy feliz, Iván! -exclamó levantándose para besarme por encima de la mesa. Se había puesto una blusa escotada y me quedé complacido con la vista que me ofrecía.

Nos besamos con pasión y no pude evitar sobarle las tetas como le gustaba que lo hiciera, con fuerza y buscando con mis dedos sus pezones para pellizcárselos.

  • Los tienes bien duritos, cielo... y eso que llevas sostén...

Se volvió a sentar y me cogió las manos entre las suyas. Me miró intensamente y me dijo:

  • ¿Sabes que me gustaría ahora?

  • Me lo imagino... Pago la cuenta y nos vamos volando a tu casa...

  • No... No quiero esperar...

  • ¿Qué?

Se levantó, cogió su bolso y se fue al servicio. La miré alejarse, contorneándose, y me sentí, una vez más, terriblemente excitado. Aquel día, Marta llevaba falda -algo inhabitual en ella, a pesar de que yo se lo pedía constantemente-. Una falda larga y sedosa. Y unas botas negras de caña con un señor pedazo de talón. Un conjunto que la hacía parecer mucho más sexy de lo que en realidad era. Y yo estaba encantado...

Durante su ausencia, el camarero nos trajo los cafés y dos chupitos de licor de manzana. Marta llegó mientras los dejaba sobre la mesa. Se sentó y espero a que el camarero se hubiera alejado lo suficiente:

  • Tócalos... A ver si ahora están más duritos -dijo con voz melosa, desabrochándose un par de botones de la blusa.

Miré a derecha y a izquierda. No se veía un alma. Me levanté y por encima de la mesa, deslicé una mano en el interior de su escote. Se había quitado el sujetador. Hice lo que tanto le gustaba...

  • Ven... Chúpalos un poquito...-volví a mirar en todas direcciones. Marta terminó de abrirse la blusa dejando sus dos pechos al aire. Los tomó bajo las palmas de sus manos, se los miró y volvió a repetirme: -¡Chúpalos!

  • Martaaa...

Ella era así: espontánea y de un natural sinvergüenza. Di la vuelta a la mesa y me incliné sobre su busto. Con los dedos de una mano hacía pelotillas con el pezón de una teta mientras mi boca succionaba ávidamente el otro; segundos más tarde, intercambiaba el trato dado a cada uno. Marta gemía discretamente, con los ojos cerrados. Y yo notando como el corazón me salía por la boca, de miedo y de excitación...

  • ¡Qué bien me chupas, conejito! ¡Qué feliz me haces!

  • ¡Chittt! No tan alto, Marta...

  • Mmm... Cómeme un poquito, amor... Estoy muy caliente... Mucho...

Cuando Marta decía "cómeme" me estaba pidiendo que le comiera el coño; pero, ahí, en el restaurante...

  • Estás loca... Vámonos a casa y te como lo que quieras...

Puso la mano en el bolso y sacó las bragas que se había sacado minutos antes. Me las dió. Se levantó la falda, separó las piernas y echando el culo para adelante, se abrió la vulva como en la foto, como lo hacía siempre que quería un trabajito de lengua:

  • Mira cómo están... Empapadas. ¡Anda, conejito, cómete a tu conejita!

Pensé: ¿qué puede pasar si llega el camarero de repente?... Me vino a la mente la imagen, todavía reciente, de Marta acercando golosa la boca a la polla de mi amigo la noche en que nos conocimos... Pues que venga, me dije. Y me arrodillé para comerle el coño a mi futura esposa:

  • ¡Así, así, así! ¡Amoooohhhhrrr!

Esta fue una de las primeras cosas que aprendí de ella: era clitoroidal. Sólo alcanzaba el orgasmo mediante la excitación de su botoncito mágico. La penetración, por muy larga que fuera, aunque le proporcionaba mucho placer no era suficiente para alcanzar el clímax. Me pidió que no me lo tomara a mal si se acariciaba el clítoris mientras la follaba. Claro que no me importaba, le dije, al revés, eso nos permitía de vez en cuando llegar al séptimo cielo simultáneamente. Sin embargo, cuando le comía el coño, el orgasmo le llegaba muy rápido. Incluso diría demasiado rápido para mi gusto pues me encantaba pasear mi lengua por todas sus cavidades, largo y tendido, bebiendo sus fluídos incesantes, apreciando su sabor fuerte, de mujer ardiente...

  • ¡Así, así, así... aaaaaahhhh!

Un minuto, quizás dos, no más... y un ligero temblequeo de sus muslos y un hilillo blanquecino escapándose de su sexo abierto, me anunciaban que se había corrido. Marta era mujer de un sólo orgasmo, breve y discreto. Para ella, confesaba, era suficiente.

Parecía que se hubiera sincronizado con el camarero pues éste llegó segundos después para traernos la cuenta. Habíamos tenido el tiempo justo para recomponer la escena; yo, sentado de nuevo en mi silla y Marta... Bueno, ella era distinto... Se le había quedado la cara de goce que la embellecía un montón (como a toda mujer cuando goza) y un escote demasiado abierto. El camarero -un hombre de unos cuarenta años, alto y moreno- se percató de la situación, lanzó una mirada lúbrica a las tetas de Marta y a las bragas que reposaban sobre la mesa:

  • ¡Uy, perdón! -exclamó riendo Marta, cogiendo las bragas y metiéndolas en su bolso.

  • ¿Les ha gustado la "fondue"? -preguntó el camarero sin dejar de mirar su escote.

  • Sí, gracias. -dije yo, sacando el dinero de mi cartera para pagar la cuenta.

Hubo un instante curioso. Yo intentaba llamar la atención del camarero para que dejara de echar el ojo a la opulenta pechera de Marta pero ni ella hacía nada para disimularla, ni él para dejar de observarla. Fue ella la que rompió el silencio diciendo con aquella expresión tan suya de niña traviesa y un pelín viciosa:

  • ¡Mmm... sí... todo estaba muy bueno!

El camarero nos dio las gracias y se despidió de nosotros, insistiendo en que nos tomáramos el tiempo necesario para bebernos los cafés y las copitas, pues también se había dado cuenta de que estaban intactas.

  • ¡Uf, Marta! ¡Qué morbo! -le dije mirándomela imitando al camarero.

  • ¿Qué pasa? Una cosa es mirar y la otra tocar... Y tocar... está reservado para mi Iván.

  • Ya... Pero has visto cómo lo has dejado, al pobre.

  • ¿Te da pena? ¿Quieres que lo llame para consolarlo?

  • No, joder... Claro que no...

  • Sabes, cielo... Si el hombre se hace una paja pensando en mis tetas... No hace daño a nadie, ¿no?

  • Y a ti... Te encanta la idea, ¿no?

  • ¡Tsssé! A mi lo que me gustaría ahora -se bebió de un trago el licor de manzana y se abrió de nuevo la blusa dejando sus pechos esplendidos ante mi vista- es hacerte una paja con mis tetas y que me las llenaras de tu rica leche caliente.

  • Pero qué bruta eres, Marta.

  • Bueno... si no te gusta la idea... ¡Bajo el telón! -exclamó riendo y escondiéndoselas, se abrochó la blusa.

  • ... Podrías dejarle una propinita... -dije inocentemente.

  • ¿Quién? ¿Yo? Si eres tú el que has pagado la cuenta...

  • Ya... Me refería a otro tipo de propina -como me miraba extrañada, no quise añadir suspense ni que se pensara que le proponía algo indecente-... Déjale las bragas...

  • Pero... ¡Qué guarro que eres! -pero las sacó de su bolso y las dejó bien plegaditas sobre el platillo de la cuenta. - ¡Me encanta! -exclamó besándome en la boca.

Nos quedamos con las ganas de saber la cara que puso el camarero al descubrir la propina. Pero me la puedo imaginar...Minutos después estábamos en la calle. Caminamos unos metros con dificultad pues nos habíamos bebido una botella de vino de aguja y los dos chupitos; pero sobretodo porque íbamos tan agarrados que era muy difícil coordinar nuestros movimientos. Era un día entre semana y a esa hora, las calles estrechas del barrio gótico estaban desiertas. Sentí como Marta se estremecía:

  • ¿Tienes frío, cariño? -le pregunté apretándola aun más contra mí.

  • Un poco... Aquí -y me señaló su sexo- ¡Se me está helando el kiki! ¡Necesito un lanzallamas urgentemente!

  • ¡Jajaja! Pronto llegamos a la calle Comercio, pillamos un taxi y para casita...

  • No me has entendido, cielo... ¡Lo quiero ahora!

Marta se zafó de mi abrazo y echó a correr por aquel callejón oscuro, riendo como una loca. Se paró a la altura de un portalón vetusto. Al instante llegué a su altura:

  • Te has portado muy bien, chavalote... ¡Te mereces un premio!

En aquella época, todavía había muchas casas que no tenían portero automático y algunas, como esa, que ni siquiera tenían cerradura. Marta abrió la puerta y cogiéndome de la mano me metió para adentro. ¡Qué subidón de adrenalina!

Dejamos la puerta entreabierta para no encender la luz de la escalera. Olía a suciedad, a humedad, a orines... Pero Marta parecía ajena a la insalubridad del escenario. Me agarró el cinturón, lo deshizo, me desabrochó el botón de los tejanos, me bajó la bragueta, me bajó los calzoncillos, se puso en cuclillas y, en menos de lo que canta un gallo, se metió mi verga en la boca, chupándomela deliciosamente.

Cuando se dio cuenta de que estaba a punto de eyacular -la primera vez, al dia siguiente de nuestro encuentro, la había avisado de la llegada inminente de la corrida para que hiciera como las dos novias que había tenido (la primera casi vomita ante la cantidad de esperma que eyaculaba normalmente), es decir, dejar de chupar y terminar la faena manualmente; pero a Marta le encantaba tragarse el semen- dejó de mamármela, se levantó la falda por encima de la cintura y se apoyó contra el pasamanos de la escalera, separando las piernas:

  • ¡Méteme tu lanzallamas!

Cogiéndome el rabo con una mano, busqué a tientas la humedad de su raja y deposité suavemente el capullo en aquella segunda boca. Ante la mansuetud de mi gesto, Marta replicó encendida:

  • ¡Fuerte! ¡Hasta el fondo! -y correspondiendo a sus deseos, se la clavé de una sola estocada- ¡AHHHH! ¡Asíííí! ¡Fuerteeee!

No sé cuantas arremetidas le endiñé, no muchas supongo, pero en cualquier caso si que fueron del gusto de Marta: animales, violentas, viriles. En el rellano, resonaban los "flop-flop" de nuestros sexos, uniéndose a los "crac-crac" metálicos del pasamanos, a los lúbricos "sí-sí-sí" de Marta, a los "ffff-ffff-ffff" de un servidor al borde del colapso...

  • ¡AAAAAJJJJJJ! ¡Diosssssss! ¡Martaaaaa...me corrooooo!

  • ¡Sí, amor... asííí...! ¡Córrete! ¡LLENAME!

Unos segundos después, se encendió la luz de la escalera y la voz grave y pastosa de un hombre nos despertó de aquel estado letárgico en el que nos habíamos quedado:

  • ¡Me cago en la ostia! ¡Esto no es un burdel, joder!

Salimos a la calle corriendo, riendo locamente, cogidos de la mano como la pareja de enamorados que éramos. No tardamos en divisar un taxi con la luz verde:

  • ¡Taxiii! -grité levantando la mano.

  • ¡Te quierooooooo! -gritó a su vez Marta.

Nos sentamos en el asiento de atrás. Le dimos la dirección al taxista y nos quedamos en silencio contemplando las luces de la ciudad, cogidos de la mano... felices. En un momento dado, Marta se acercó a mi oído y me susurró:

  • Le estoy dejando el asiento empapado de tu semen...

  • Tsss... -me fijé que el taxista miraba a menudo por el retrovisor y acercándome a su oído le murmuré: - ¿Quieres que le pase como al camarero?

  • ¿Hummm?

  • Acércate...

Marta tenía un sexto sentido para estas cosas. Comprendió enseguida lo que pretendía y se prestó voluntaria al juego. Se pegó a mí de tal manera que el taxista podía divisar sin problema lo que íbamos a hacer por el retrovisor central. Calculé que todavía nos faltaban unos cinco minutos de recorrido. Suficientes para que aquel buen padre de familia (encima del taximetro, lucía una de aquellas horribles fotos con el retrato de la mujer y los tres hijos y la frase lapidaria "papá, no corras") regresara a su casa con un buen calentamiento testicular...

Nos dimos un morreo espectacular, de éstos que parecen más un duelo de espadachines en el que las espadas son sustituidas por las lenguas. De reojo iba viendo como el chófer no se perdía detalle. Nos paramos en un semáforo y aproveché, como quien no quiere la cosa, para desabotonarle la blusa y magrearla ostensiblemente. A "papá no corras" le costó darse cuenta de que se había puesto verde para él, hasta que las luces del coche que teníamos detrás le alertaron:

  • ¡Ya vaaa, joderrr! - soltó el taxista fuera de si.

Pegó un brusco acelerón que me hizo desplazar la mano de tal manera que le quedó la teta izquierda totalmente al descubierto. Una vez más, Marta me dió una prueba palpable de su desvergüenza desmesurada. Se quedó mirando fijamente al bigotudo taxista por el retrovisor y se agarró la teta con ambas manos para que pudiera contemplarla a gusto en toda su magnitud... Le metí la lengua en la oreja -le encantaba que se la llenara de saliva- y una de mis manos se adentró entre sus muslos. Marta puso una de sus piernas sobre las mías dejándome el camino libre hasta su pelambrera rebosante de jugos. Cuando mis dedos empezaban a hundirse en ella, a acariciarle su sensible clítoris, a sentir como le temblaba el coño de pura excitación, el taxi se paró mansamente y el chófer se giró hacia nosotros, con una cara que era todo un poema:

  • Hemos llegado...Son 250 pesetas.

Nos recompusimos préstamente. Saqué el dinero de mi cartera para pagarle el trayecto y Marta sacó su sujetador del bolso:

  • ¡Tenga la propina! - exclamó bajo una sonrisa entre pícara y viciosa, entregándole su sostén de color beige y aros metálicos.

  • Señorita... -el pobre no sabía ni adónde mirar ni qué decir.

  • ¡Vamos a casarnos! -soltó Marta ante la sorpresa del taxista y la mía.

  • Felicidades... Es usted muy afortunado, joven.

  • Gracias. -dije compungido. Marta al ver mi reacción se echó a reir y dirigiéndose al taxista, dijo:

  • ¡Ja, ja, ja! Me parece que tendré que explicárselo de otra manera...

No creo que, por su parte, el taxista le explicara, al llegar a casa, a su mujer lo que le había pasado esa noche, pero de lo que sí estaba seguro es que se la iba a follar sin contemplaciones pensando en mi futura esposa. Por mi parte, a pesar de que estaba otra vez caliente como un burro, necesitaba una explicación, clara y rápida:

  • ¿Qué significa eso de que vamos a casarnos, Marta?

Al salir del taxí, se me había pegado como una lapa, acaramelada como nunca. Al oir la pregunta, a diez metros del portal de su casa, se paró en seco, se plantó ante mí y me dijo:

  • Eres el hombre de mi vida. Lo sé. Me haces el amor como un dios. Eres inteligente, dulce, amable... Me encanta tu cuerpo, tu boca, tus manos, tu pecho, tu culo... ¿Qué quieres más?

  • ¿No tienes bastante viviendo juntos?

  • No... Quiero casarme contigo... No hace falta hacerlo por la Iglesia... Mi abuelo es el alcalde del pueblo... -me dijo mientras seguía caminando.

  • ¿En Galicia?

  • Sí... Ya le he llamado y dice que nos puede casar el día de Reyes...-me contestó abriendo el portal.

  • ¡Ostia, Marta! Podrías haberme consultado antes...

  • Lo estoy haciendo ahora, conejito... -me aclaró entrando en el ascensor.

  • Ya veo como...

  • No te apetece disfrutar de tu mujercita toda la vida... -apretó el botón del segundo piso, se quitó la chaqueta, se desabotonó el vestido y lo dejó caer a sus pies.

Se dió la vuelta y apoyó las manos contra el espejo que cubría por completo una de las paredes de la cabina. Al llegar al segundo, pulsó el botón "stop", separó las piernas y arqueó su cintura dejándome su trasero a mi disposición:

  • ¡Fóllame, Iván! ¡Fóllame otra vez! -profirió mirándose al espejo

No me hice de rogar. Me bajé los pantalones y me maravillé al ver que mi cipote estaba en guardia de nuevo, duro como una piedra. Se lo inserté a la primera; su coño era un auténtico manantial de aguas termales:

  • ¡Oh, Diossss! ¡Cómo me encanta que me tomes así... a lo bestiaaaa!

Ella no cerraba los ojos, al contrario... Su mirada, como la mía, clavada en la imagen de nosotros que nos devolvía el espejo... Y así, veíamos nuestros rostros desencajados de placer, veíamos mis manos magreando salvajemente sus tetazas, veíamos las carnes de su vientre y de sus muslos ondularse al compás de mis embestidas...

  • Me encanta este espejooo... ¡Aggg! Te imaginas si lo tuvieramos en la habitación ¡Ammm!

  • ¡Me corro, me corro, me corroooooo!

  • Sí, amor... ¡Córrete! ¡Vacíate en mí! ¡Soy tuya, tuya, tuyaaaa!

Segunda corrida de la noche. Segunda en un lugar inesperado. Segunda tomándola por detrás... Iba conociendo sus preferencias, sus gustos... lo que más la excitaba. Iba a ser feliz con aquella mujer, me dije... Y le sonreí al espejo.

  • ¿Por qué pones esta cara de pavo? -preguntó - ¡Uy, se sale! -exclamó al sentir que mi pene,  reducido tristemente a su dimensión de gusanillo, abandonaba su adorada morada. Los dos nos quedamos mirando como un riachuelo de esperma brotaba de su entrepierna cayendo lentamente sobre el suelo emmoquetado del ascensor.

  • Te quiero, golfilla.

  • ¿Yo? ¿Golfa, yo? -y haciendo una mueca divertida, añadió: -¡Uf, me estoy meando que no veas!

Cogió en su brazo su vestido y su chaqueta y pulsó de nuevo el botón del segundo piso. Ahora podía contemplar su cuerpo desnudo en el espejo: su espalda de líneas esbeltas, su fina cintura en contraste con sus opulentas caderas que se desplegaban como una capa a partir de los dos hoyitos de sus riñones...  y sus voluminosas nalgas, sus gruesos muslos y sus piernas enfundadas en el cuero brillante de sus botas... Marta, viendo que me había quedado pasmado, me cogió la barbilla y la sacudió:

  • Te gusto un montón... ¿Eh, bribonzuelo?

Llegamos al segundo, abrimos la puerta del ascensor y entre risas y "chittt" para pedir silencio nos dirigimos presurosos al apartamento, yo con los pantalones medio bajados y Marta en porretas:

  • ¡Mierda! ¡Se me ha quedado el bolso en el ascensor!

Volví corriendo hacia él pero alguien lo había llamado y el ascensor había iniciado su descenso.

  • ¿Qué hacemos? -pregunté medio en serio.

  • ¡Llámalo! ¡Rápido! -exclamó Marta con la voz entrecortada por sus risotadas. -¡Me estoy meeeando! -y se quedó en esa posición ridícula, apretando fuerte los muslos para que no se le escapara a la puerta de su casa. -¡Deprisa, deprisa!

Dejé el dedo apoyado en el botón de la puerta y a la que se detuvo volvió a subir. Por suerte, subió vacio.

  • ¡Rápidoooo! ¡No aguanto mááássss! -chilló desesperada viéndome buscar las llaves en su bolso sin encontrarlas; pero seguía partiéndose de risa.

  • ¡Ju, ju, ju, ju! ¿Dónde están las llaves? Matarile, matarile...

  • ¡Burro! ¡Qué me meooo!

Y ocurrió. Se apagó la luz y aquello fue la gota que hizo desbordar el vaso.

  • ¡Lo qué faltaba! - maldije, solté el bolso y me puse a buscar a tientas la luz de la escalera.

Cuando la encontré y la encendí casi se me salen los ojos de sus cuencas. Marta, en cuclillas orinaba sobre las baldosas color marfil, justo al lado de su puerta. Ya la había visto mear un montón de veces, pero siempre sobre la taza del váter; y con ese muslamen que se gastaba (y que se gasta) me contentaba con verle la pelambrera oscura y oir el ruído del torrente que eran sus meadas. Pero ahora la tenía ante mí en aquella posición indecente, con su coño convertido en un surtidor de caliente lluvia dorada... y su orina repiqueteando contra la fría superficie del rellano... Y las palabras de Bea al referirse a su hermana, "Marta es mucho más guarra que yo", me vinieron a la mente.

Me miró con los ojos entornados, mordiéndose el labio inferior:

  • ¡Ffffffff! ¡Affff! -una especie de silbido de alivio brotó de su boca.

  • Lo siento... -dije, sin dejar de observar aquel chorreo amarillento que parecía interminable. - No las encuentro.

  • ¡Trae!

Le acerqué el bolso que cogió al mismo tiempo que en un rápido movimiento de caderas se sacudía las últimas gotas de orina:

  • ¡Toma! - me dió las llaves. - ¡Hay que fregar esto enseguida!

Cogí el cubo y la fregona y salí de nuevo al rellano. Marta se había puesto el vestido sin abrochar y la chaqueta por encima. El charco que se había formado empezaba a desplazarse hacia el hueco de la escalera:

  • ¡Qué meada, cariño! -le dije en un tono exaltado, poniéndome a fregar.

Se apoyó en la puerta y se quedó mirando cómo limpiaba su "travesura", con una sonrisa que decía mucho sobre su falta de arrepentimiento:

  • ¿Lo has hecho adrede, eh, capullo?

  • ¿El qué?

  • No te hagas el longuis... Las llaves... Querías que me meara encima...

  • ¿Yo?

  • Sí... ¡Tú! ¿Quién va a ser, sino? Desde que te conozco que no pierdes una ocasión para mirarme cuando meo... ¿Tanto te gusta?

  • No lo sabes bien... No puedo explicar porqué... Pero me vuelve loco...

  • Bien... Tomo nota... Me voy para adentro que me estoy helando...

  • Sí, yo también... Esto ya está.

  • No. Vacía el cubo y dale otra vez con agua limpia y caliente... Sino, va a apestar toda la escalera.

Cumplí sus órdenes en un estado de satisfacción angelical,  pensando en todas las cosas que habían sucedido desde que la conocía y en especial en las de esta noche... ¡Cómo me calentaba esta mujer! Yo que hasta entonces no me había considerado un hombre especialmente viril, me sentía en ese momento un verdadero semental... Mi polla volvía a pedir guerra.

Mientras tanto, Marta ya se había metido en la cama y cuando volví para vaciar el cubo y guardar los trastos, la luz de la habitación ya estaba apagada y no había movimiento alguno bajo las sábanas. Un poco frustado, me lavé los dientes, me desnudé y me eché a su lado... No se había puesto el pijama y el contacto de su piel contra la mía, despertó el deseo de manera fulgurante. Me acurruqué contra su espalda y mi verga iniesta -ella solita- se emplazó entre sus nalgas. Al sentir la dureza de mi pene, deslizó una mano hasta asirme los cojones y murmuró como una gata:

  • ¡Qué caliente estás! ¿Quieres follarte a tu mujercita otra vez, conejito?

  • Y a mi mujercita... ¿No le encanta que se la folle su...? -me quedé sin terminar la frase.

  • ¡Su marido! -encendió la luz de su mesita, se giró y mirándome alegre, prosiguió: -¡Ibas a decir "marido"!

  • Yo...

Y se puso a besuquearme por toda la cara y a repetirme que era un sol, un amor y que la estaba haciendo la mujer más feliz de la tierra... Y fue besándome y lamiéndome el cuello, el pecho, el vientre...

  • Si no tienes ganas podemos esperar a mañana... Aaaahhh! -le dije cuando empezó a mamármela. Se paró y sonriendo me contestó:

  • No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy -y volvió a la faena.

Sus habilidades bucales eran extraordinariamente eficaces. Cierto que mi polla no tiene nada de espectacular pero aun así, algunas de las mujeres que me la han chupado en la vida no podían evitar rozarme el capullo con sus dientes, mientras que Marta era toda suavidad y sólo sentía el tacto húmedo de su lengua. Pero también en esto era ella la que mandaba y las veces que yo intentaba que se la comiera entera -como Linda Lovelace en "Garganta profunda"- ella me lo impedía agarrándola por la base y haciendo que su mano sirviera de tope. De todos modos, en aquella lejana época, las mamadas de Marta eran siempre bien recibidas y yo nunca me hacía el difícil...

  • Amor... Te faltaba tu ración de lechecita, ¿eh?

  • ¡Ammm, ammm, ammm!

  • ¡Ahhh! ¡Aaaaquí la tieneeessss! ¡Ffuuuuuuuuuuu!

  • ¡Ammm, ammm, ammm!

  • ¡Qué bien la mamas, amor!

  • Sí... Ya lo decía tu amigo...

  • ¿Eh? -no me esperaba que me saliera con eso.

  • Sí... no pongas esa cara... -se la volvió a meter en la boca para limpiarle las últimas gotitas de la noche- ... Esteban...

  • ¿Qué decía Esteban?

Recordaba perfectamente lo que había dicho Esteban. De hecho, éste estuvo repitiéndomelo durante los días que siguieron a nuestro primer encuentro. Cuando vio que con Bea no iba a ser posible revivir su noche de lujuria y desenfreno (y mira que se puso pesado, pero Marta me lo dejó bien claro: Bea se lo había pasado bomba pero ella era muy feliz con su marido y con sus hijos y por nada del mundo quería embarcarse en una aventura de este tipo), empezó a retomar la idea de hacerlo con Marta, los tres, insistiendo sobre el hecho de que le había parecido una tía muy "abierta"...

  • ¡Que tengo cara de mamona! -dijo haciéndose la ofendida, pero siguiendo con la chupada, ahora dándole unos deliciosos lametones.

  • ¡Hum, no sé, no sé...! A él le pareció que te habías quedado con las ganas...

  • ¡Ja, ja, ja! ¿Ya vuelves con eso?

  • No... ¡perdona! Es una tontería...

  • Mira, Iván... -se incorporó hasta quedar a mi altura y me dijo con preocupante seriedad: - No te niego que la noche en que nos conocimos, en la discoteca, me fijé en Esteban... Lo encontré muy guapete y pensé que estaba para tirárselo...

  • Agradezco tu sinceridad -dije herido en mi amor propio. Encendí un cigarrillo y le pedí que prosiguiera.

  • No tengo secretos para ti y prefiero decirte las cosas como las siento...Además, se te olvida algo muy importante...

  • ¿Ah, sí? ¿El qué?

  • Bea. Al menos yo... yo digo lo que pienso.

Se levantó y fue al salón. Volvió con su cajita de "maria". Se sentó en la cama y se puso a prepararse un porrito. Esperé pacientemente a que continuara su explicación.

  • A ti te vi de otra manera. Más comedido, más timido, más poquita cosa... Más rubito... y a mí siempre me han gustado los hombres morenos y fuertes... Ibamos muy puestas, mi hermana y yo, muy borrachas... No teníamos la intención de terminar follando con desconocidos. Sólo queríamos pegarnos un buen bailoteo y calentar un poco al personal... Tú no sabes lo que es que te miren un montón de tíos con la baba cayéndosele literalmente... Y vosotros no erais los que menos miraban. En un momento dado, Bea me pidió que la acompañara a los aseos. Una vez allí, me dijo con esa voz que se nos pone cuando estamos pedorros: "Sister, estoy mojadísima... ¿Qué hacemos?". Yo le dije que yo también me estaba poniendo caliente pero que si quería volver a casa que yo la acompañaría. "¿Has visto a esos dos? me preguntó refiriéndose a vosotros. Y entonces comprendí que Bea ya le había echado el ojo a Esteban y que no tenía la intención de dejarlo escapar...

  • Total. Que tú te conformaste con las sobras...

  • ¡Qué tonto eres! A mí me daba lo mismo... Cuando empecé a hablar contigo, cuando nos besamos... Uf, me gustaste un montón...

  • Ya...

  • ¿Ya qué? Cuando Esteban se acercó a la cama y vi el "arma" que se gastaba... para qué engañarte... me entraron unas enormes ganas de comérsela...

  • Y que te follara...

  • Sí... Y que me follara, también. Nunca lo he hecho con un tio tan bien dotado... Nunca lo he hecho con dos tíos a la vez...

Compartimos el porro. Marta se puso el pijama (cuando empezaba a refrescar, le gustaba ponerse mi pijama, clásico... sólo la parte de arriba). Yo me sentía algo mareado pero, por suerte, la droga hacía su efecto desinhibidor y lo que ella me iba contando, yo lo iba encajando con una medio sonrisa inocente. Sin embargo, Marta parecía que le iba tomando placer a explicarme aquellas cosas, como si supiera perfectamente que me estaba hiriendo...

  • Si me dijiste que lo habías probado todo. Le dije para picarla.

  • No. Te dije que me gustaría probarlo todo. Hay muchas cosas que nunca he hecho.

  • ¿Y con una tía... ya te lo has montado?

  • ¿Qué preguntas son esas? Y tú, con un tío?

  • Hum, no... no...

  • Has dudado...

  • Bueno... Cosas de crio, supongo... Pero, no me has contestado...

  • Vale. Sí... Sí lo he hecho con una chica... Hace muchos años. Cosas de crio, supongo.

Marta miró el despertador. Se metió de nuevo en la cama y apagó la luz. Se acurrucó contra mi espalda y con una mano me acarició mis genitales.

  • No te enfades si me duermo.

  • Claro que no... pero sigue contando...

" Tenía una amiguita que se llamaba Clara. Venía a menudo a nuestra casa, cuando aún vivíamos todos juntos, mis hermanas y mis padres, en el piso de Lugo. Era ella hija única y le encantaba venir a nuestra casa porque decía que nosotros éramos una auténtica familia. Nos encerrábamos en mi habitación para hacer los deberes y escuchar algunos discos en el "comediscos" de mi hermana mayor. Un día, mientras hacíamos el idiota bailando con no sé qué disco, me dijo:

  • ¿Tú ya se la has visto a algún chico?

(¿Cuántos años teníais? la interrumpí. Catorce o quince, no me acuerdo bien, me contestó. No, menos... Trece... Ay, no sé...)

  • No. Nunca. -le respondí.

  • ¿Ni la de tu papá?

  • No. Mis padres siempre cierran con balde. ¿Tú sí? -le pregunté curiosa.

  • Sí... La de mi papá...

  • Pero... ¿se la has visto...? Quiero decir... ¿cómo se la has visto?

  • ¡Je, je, je! ¿Quieres decir si se la he visto cuando se le pone dura y gorda?

  • Claro... No soy tonta. Mis hermanas ya me han contado alguna cosa.

  • Pues sí... Se la he visto muy muy gorda.

Yo empezaba a sentir un calor extraño en mi cara, en mi vientre, en mi sexo. Clara también. Nos sentamos en la cama.

  • ¿Cómo...? ¿Cómo lo hiciste para vérsela?

  • Nada... Los vi a los dos... Haciendo el amor.

  • ¡Oh! ¿En su habitación? -le pregunté incrédula.

  • No. En el comedor. Debían ser las doce o la una de la madrugada. Yo estaba en mi habitación durmiendo tranquilamente pero me despertó un ruído extraño. Me levanté y fui a ver qué pasaba. Y los pillé haciéndolo, Marta.

  • ¿Y no te descubrieron? ¡Qué miedo!

  • ¡Qué va! Estaban los dos muy concentrados. ¿Quieres que te lo cuente?

  • Por supuesto. ¿Somos amigas, no? Y... ¿pudiste verlo todo...todo?

  • Todo. Mi padre tenía los pantalones bajados y mi madre arrodillada delante de él le estaba haciendo algo con la boca...

  • Bea, mi hermana mayor (bueno, las otras dos son mayores que ella pero no me cuentan estas cosas) me ha dicho que eso se llama "felación".

  • Cómo se llame... Pero a mí casi me da un ataque... Ver la cosa esa, gorda y tiesa como una porra de poli... Y la cara de mi madre... Ya conoces a mi madre, toda finolis ella... Yo no sabía dónde mirar. ¡Qué guarrada!

  • ¿Y tu padre?

  • Mi padre... No veas cómo estaba... No paraba de moverse de atrás para adelante, y aquella cachiporra desapareciendo en la boca de mi mamá... Y las cosas que le decía... Sí, mi papá que siempre está hablando como si fuera Cervantes en persona...

  • ¡Jo, chica...! ¿Qué le decía?

  • Le decía... "Pili, Pili, Pili... ¡Qué boca tienes, Pili! ¡Qué bien que me la chupas!"

  • Chupas... ¡Chupa-Chups! ¡Ji, ji, ji! Y tu madre... ¿no decía nada?

  • Mamá no podía hablar... Pero en un momento dado le dijo: "Ahora te toca a ti, querido". Se levantó, se abrió la bata de estar por casa, se quitó las bragas, se estiró encima de la mesa, separó las piernas dejando su "cuevita" bien a la vista... Y mi papá acercó su boca a...

  • Bea me ha dicho que eso se llama "cunnilingus"...

Todavía no era consciente de lo que significaba "estar caliente" pero sí que sentía un escozor cada vez más acuciante en mi virginal coñito.

  • ... y que es muy agradable... Dice que te hace ver las estrellas -concluí mirándomela encendida del sofoco que me consumía.

  • Debe serlo, sí... porque mi mamá se puso casi de inmediato a gemir de una manera extraña, a dar botes encima de la mesa y a decirle cosas muy sucias a mi papá... a pedirle que se la metiera... a rogarle que se la clavara hasta el fondo...

  • ¡Ufff, Clara! ¡Qué calor que me está entrando!

Hubo unos segundos de tenso silencio que yo rompí decidida a franquear la puerta de una nueva experiencia.

  • Clara... ¿Tu eres mi mejor amiga, verdad?

  • Claro que sí... Y tú la mía, ¿no? ¿Por qué lo preguntas?

  • Por... Por nada... Me da mucho corte. Y era cierto. Me daba mucha vergüenza confesarle lo que le iba a confesar.

  • ¿Qué, Marta?

  • Ay, no sé... No te enfades... por favor.

  • ¡Que no, tontina! Anda, dímelo...

  • Que... Que me gustaría que lo probáramos... Tú y yo.

  • ¿Eso? ¿Lo que mi papá le hacía a mi mamá? El cuni...

Hice un gesto de asentimiento. Temblábamos las dos como hojarasca. Me dejé caer sobre la cama. Clara hizo lo mismo. Nos abrazamos y nos dimos un beso muy púdico en la boca. Ella tomó la iniciativa...

( Caramba, la interrumpí, por una vez no fuiste tú quien la tomara... Dime, ¿tú ya estabas desarrollada? Sí, pero aún no era consciente del valor seductor de mis senos; más bien todo lo contrario. ¿Y Clara? ¿Cómo era, físicamente? Clara era muy poquita cosa, bajita, delgadita y plana como una tabla de planchar... Pero era muy mona...)

Me volvió a besar y esta vez con la lengua. Yo acepté su beso.

(Aunque te cueste creerlo, fue mi primer morreo. Y me gustó. Me gustó mucho. No he olvidado el gusto de su boca... Sabía a regaliz.)

  • ¿Nos desnudamos? -me preguntó Clara.

  • Espera... Voy a cerrar la puerta.

Nos sacamos la ropa riendo (aquel día, íbamos las dos con vestidos floreados) como para cortar el nerviosismo que nos inundaba. Nos quedamos con el sujetador y las bragas. Clara llevaba sostén pero no lo necesitaba para nada: no tenía pecho. Sin embargo, me llamaron la atención sus pezoncitos, que parecían querer atravesar la tela del sujetador, duros y puntiagudos como dardos; extraño para una niña. Ella me miraba las tetas, casi boquiabierta. Físicamente, no teníamos nada que ver. Yo era más bien como un botijo y ella, un palillo. Pero no nos importaba nada porque íbamos a descubrirnos como mujeres, íbamos a abandonar la infancia.

  • ¡Qué pechos más grandes tienes! -me dijo Clara con admiración. -Sácate el sujetador, por favor. La obedecí pero me tapé con ambas manos, muerta de vergüenza. -¡Tontilla! Si estamos entre mujeres... ¡Mira, yo también me lo saco!

Nunca en mi vida había visto un pecho tan inexistente, como el de una niña... Pero muy diferente a la vez. Sus tetillas despuntaban altivas. Se abrazó a mí y su boca volvió a encontrar la mía. Sus pezones se clavaban duros en la esponjosidad de mis mamas. Sentí como de ellos nacía un potente caudal eléctrico. La estrujé contra mí, nuestros dientes chocaron, nuestras lenguas se peleaban para abrirse paso y descubrir todos los rincones de nuestras bocas. No sabíamos besar, no sabíamos nada de sexo... Y no obstante, ardíamos en deseo.

Nos acostamos abrazadas. Nos tocamos, nos acariciamos, nos besamos una y mil veces... Clara me magreó las tetas, me las chupó, me las lamió, me las mordió, sin cesar de repetir que eran magníficas. Yo hice lo mismo con sus pezones, pellizcándolos hasta hacerla gemir de dolor, mordisqueándolos hasta casi sentir el sabor de su sangre. Y cada vez que me paraba creyendo que me había pasado, ella me pedía -con esa carita pecosa y aniñada- que siguiera, que le gustaba muchísimo, que su papá también se lo hacía a su mamá -plana como ella, con dos espléndidos pezones como ella- y que ésta le suplicaba que se los maltratara, que se los arrancara...

Creo que Clara tuvo un orgasmo con mi simple dedicación a sus pechitos. Al menos, así es como lo recuerdo... Todo su cuerpecito se puso a estremecerse repentinamente, abrió muchísimo los ojos y la boca se le quedó fija en un rictus que en aquel momento no pude clasificar en mi todavía escasa base de datos de sensaciones de este tipo. Parecía como si quisiera gritar pero su grito se hubiera quedado ahogado en su garganta:

  • ¡Clara, Clara! ¿Qué te pasa? Di algo, por favor.

Volvió a respirar lentamente. Me miró y una sonrisa distinta, su primera sonrisa orgásmica, se fue dibujando en su rostro... Dedicada a mí.

  • Creo que he visto las estrellas, Marta... Pensaba que me explotaba la cabeza.

  • ¡Chicas! -la voz de mi madre nos devolvió a la cruda realidad. - ¿Queréis merendar? -el ruído de la puerta nos cortó las ganas de reir- ¿Por qué os habéis encerrado?

  • ¡Oh, lo he hecho sin querer, mamá! ¡Ahora vamos!

Cuando estuvimos seguras que mi madre ya no estaba detrás de la puerta, nos levantamos y nos apresuramos a vestirnos de nuevo. Clara se detuvo un instante y me dijo:

  • Mira, Marta -enseñándome la parte íntima de sus braguitas rosas- Parece que me haya hecho pipi.

Observé lo que me mostraba y pude comprobar que efectivamente una mancha de humedad le cubría toda su vulvita. Instintivamente, se la toqué con las yemas de los dedos, muy suavemente. Clara gimió dulcemente. Me los llevé a la nariz y los olí:

  • No es pipi. Huele raro, pero no es pipi... Pero... ¡ji, ji, ji! sí que parece que se te haya escapado... ¡ji, ji, ji!

Francamente, creo que Clara, a pesar de tener un cuerpo de niña púber, psicológicamente me llevaba algo de ventaja. Sin que yo se lo pidiera, repitió el mismo gesto pero metiendo los dedos por dentro de mis bragas. Cuando uno de ellos me rozó el clítoris, hice un gesto brusco doblándome un poco hacia adelante y echando el culo hacia atrás. Clara sacó la mano en el acto y me sonrió con mucha picardía:

  • ¿Te he hecho daño? Lo siento... Quería ver si tú también te habías hecho pipi...

  • No... No. -no sabía qué decir; estaba roja como un tomate.

  • ¡Ji, ji, ji! Creo que sí... ¡Tienes todos los pelillos mojados! ¿Me lo enseñas?

  • ¿Eh? ¿El qué?

  • Tu "chichi". Me ha parecido que lo tienes "muyyy" "peluuudooo" . Y se echó a reir por los descosidos.

  • No. Otro día. Mi madre nos está esperando.

  • ¡Snif, snif i requetesnif!

Mi madre nos miró algo extrañada cuando bajamos pero nunca hizo ningún comentario. Debió pensar que no había nada peligroso entre dos niñas que se encierran en su habitación y que quizás lo único que queríamos era estar tranquilas para hablar de nuestras cosas. Cosas de adolescentes.

( Qué frustre, ¿no? -le dije. Marta seguía pegada a mi espalda y su mano no había dejado de acariciarme suavemente los huevos y la polla. Esta iba recobrando lentamente una cierta turgencia. Le pedí que se quitara el pijama, que prefería sentir su piel contra la mía. Accedió pero al volver a abrazarse a mí, dejó su mano sobre mi vientre. Protesté y se la cogí para indicarle lo mucho que me gustaba lo que me hacía con ella. Me mordisqueó el cuello, la nuca y siguió masturbándome a cámara lenta.)

Esa noche, sola en mi habitación, me acaricié pensando en Clara, pensando en su boca, en su respiración entrecortada, en el sabor de su piel, en sus deditos en mi "chichi". Y tuve mi primer orgasmo. Un orgasmo cortito, extraño, insuficiente.

Tardamos más de dos semanas en poder repetir nuestra experiencia. Entre tanto, nos veíamos en el cole, nos sentábamos juntas y nos contábamos lo que habíamos sentido y lo que hacíamos en la oscuridad de nuestras habitaciones. En un par de ocasiones nos castigaron porque no parábamos de charlar y reir. Pero nunca hicimos nada "malo" en la escuela. Teníamos mucho miedo a que nos sorprendieran.

Clara estaba transformada. Venía a clase maquillada (nada espectacular, pero era casi la única que a esa edad y en esa época se atrevía a hacerlo) y enseguida me fijé que se hacía las uñas. Su madre tenía una peluquería y cada vez que la hija pasaba a verla al trabajo le hacía un peinado o la manicura. Yo en cambio era mucho menos "sexy", me comía las uñas y me gustaba jugar con los chicos. Y a ellos también... Aprovechaban la mínima ocasión para meterme mano..."

(- Y tú te dejabas, claro.

En todo ese rato, no habíamos cambiado de posición, ella abrazada a mi espalda, hablándome al oído con una voz llena de sensualidad premeditada y su mano masturbándome al ralentí. Yo estaba de nuevo en estado de ebullición.

  • Ja, ja, ja... Más de uno se llevó un buen tortazo. -me contestó y apretándome con fuerza la verga, añadió: -Esto me parece que está a punto de caramelo.

  • Creo que sí, amor... ¿Me acabas con la boca? -le insinué girándome de su lado.

  • No... Ya está bien por hoy... -encendí la luz de la mesita. Marta se tapó la cara con la mano. - Apágala, por favor.

  • ¡Mmm! ¡Déjame verte! -le acaricié las tetas y me vinieron ganas de otra cosa: -¿Y una cubanita?

  • ¡Qué pesadooo! ¡No, que me pones perdida! -se giró para mirar la hora en el despertador- ¡Joderrr, si son casi las tres! ¡Ya verás mañana!

Así era Marta. Capaz de calentarte hasta lo inimaginable y, de repente, dejarte frustrado. Se volvió a poner el pijama y apagó la luz. Melosa, se abrazó de nuevo a mí y no tardé en sentir sus dientes apresando las puntitas de mi pecho y su mano asiéndome la polla:

  • Si quieres... termino mi trabajito manual para que te duermas contento... ¿vale?

  • Valensss... Pero sigue contándome con Clara... No sabía que iba a tener una mujercita lesbiana.

Me mordió el pezón arrancándome un grito de dolor.

  • ¡Burro! Que lo haya hecho con una chica no significa nada. Me gusta mil veces más hacerlo con un hombre... ¡Con un hombre de verdad! -la pica era directa; se me clavó en el corazón. Sin embargo, no se detuvo y siguió con la paja, acelerando el ritmo - Un hombre musculoso, viril y bien dotado. Capaz de follarme una noche entera sin correrse como un conejo...Qué débiles que somos, los hombres. A pesar de que me estaba ofendiendo en mi más íntimo orgullo masculino, no quise evitar que terminara el trabajo. Y siguió contándome...).

"Como decía, más o menos un mes más tarde, un sábado por la mañana, fui yo la que fue a su casa, para hacer los deberes... Clara me abrió la puerta, en pijama (lo recuerdo perfectamente: un pijama blanco, con ositos mimosos de todos los colores; un pijama de niña) con una sonrisa de oreja a oreja. Entré y sin dejarme tiempo a que dejara la cartera en el suelo, se me abrazó y me besó en la boca:

  • No hay nadie en casa, Marta... ¡Nadie!

Me llevó directamente a su habitación. Me saqué la chaqueta o el abrigo y se me quedó mirando con cara divertida:

  • ¡Hay que ver, qué mal gusto tienes, Marta!

  • ¿Y eso? llevaba unos pantalones de pana verdes y un jersei que me venía muy holgado. Un conjunto un poco hippy, cierto.

  • ¡Sácate eso! -se adelantó hacia mí y me sacó el jersei; la ayudé sin decir nada, levantando los brazos. Debajo, sólo llevaba el sujetador, uno horrible que parecía ortopédico. Se fijó en el vello de mis sobacos y exclamó: ¡Virgen María, si pareces un chico! -alargó la mano y con dos dedos me tiró de los pelillos.- ¡Y qué sostén más feo! -poniendo sus manitas sobre mis tetas.

  • ¡Pues mira que tu pijama! ¡Pareces una parvulita! -le respondí ofendida.

  • ¡Ji, ji, ji! ¡Tienes razón! ¡Fuera pijama! -en un tristrás se sacó el pijama, por arriba y por abajo. -¿Que te parezco? -dando un par de vueltas sobre si misma.

Esta vez, la tenía ante mí completamente desnuda: los mismos pechitos insignificantes, sin apenas aureola, con dos pezoncitos turgentes y puntiagudos; con las costillas que se marcaban de tan delgadita que estaba, un vientre plano como una pared, un ombligo que era como un puntito violeta... y un pubis cubierto de una finísima capa de vello clarito que no podía disimular el nacimiento de su rajita rosada; unas piernas finas como alambres y un culito pequeño y respingón. Un cuerpo de niña. Pero una cara llena de malicia de mujer..."

(-¡Hummm, qué manitas tienes! Poco a poco, Marta... Suavecito, que la tengo dolorida...

  • Uy, pobrecito... ¿Quieres que te la pele suavecito? ¿Así? -se puso a acariciarme la polla casi sin tocarla, a masajearme los huevos delicadamente. Separé los muslos. -¿Quieres que te meta un dedito? ¿Aquí? -buscó mi ojete y sentí como la yema de su dedo lo contorneaba.

  • ¡Mmm... me encanta, sí! ¡Ohhh, Ahhhh! -gemí cuando me penetró con él. -¿Era guapa? ¿Qué cara tenía...mmm!

  • Era muy pecosilla, de ojos verdes y nariz pequeñísima... ¿Te gusta, eh? -removiendo su dedo en mi culo. -Estoy segura que tus "novias" no te lo hacían tan bien...

  • ¡Mmmmm... Y ¿cómmmo tenía el pelo...mmm?

  • Larguito, rubito... ¿Sabes? Uno de estos días te follaré...)

"-Eres como una muñequita, Clara -le contesté desabrochándome el sujetador y sacándome las bragas. Clara las recogió del suelo y se las llevó a la cara:

  • ¡Qué bien huelen, Martita! -me cogió la mano y añadió: -Ven... Tumbémonos en la cama...

Lo que vino después, lo tengo algo confuso en la mente. No recuerdo si fue ella o yo, la que empezó. No importa. Sólo sé que me comió el chochín divinamente... Que nos montamos un maravilloso sesenta y nueve... Que su sexo era como una fuente del que no paraba de manar un jugo transparente y casi inoloro... Que me gusto muchísimo comérselo y beberme aquel néctar... Que se corría en unos largos y estruendosos orgasmos que no tenían nada de infantiles... Que jugamos a meternos un dedito, con cuidado para no romper nuestros hímenes y que luego nos los dábamos para chuparlos como si fueran pichitas... Que nos pasamos un buen rato mamándonos las tetas, jugando a bebés, chupándonos y mordiéndonos los pezones hasta lanzar grititos de dolor... Que me sentí muy rara cuando me lamió el culo y me metió un dedito y luego dos... Que sentí algo de vergüenza cuando los sacó y me los mostró manchados de caca y una sensación indescriptible cuando se los llevó a su propia boca para limpiarlos... Que me negué a besarla después hasta que no se limpiara la boca...Que me negué a lamerle el ojete porque me daba asco... Que terminé haciéndolo y me encantó... Que su culo olía a Nenuco... Que conseguí meterle media lengua dentro y hasta tres dedos... Que se corrió como la cerdita que era, gritando y berreando como lo había visto hacer a su madre... Que terminamos exhaustas, morreándonos impúdicamente, saboreando todos aquellos efluvios íntimos que nuestros cuerpos no pararon de soltar en aquellas tres horas inolvidables..."

Ya no aguanté más...Me corrí en silencio, sin ver nada, sintiendo como la lefa caía a borbotones sobre mi vientre. Eso era lo único que tenía de viril: cuatro, cinco, hasta seis eyaculaciones al día y siempre copiosas. Marta me la sacudió dos o tres veces más y se paró. Después hizo lo que no me esperaba. Se puso a lamer a ciegas los regueros de esperma que iba encontrando su lengua aqui y allá entre los pelillos de mi abdomen, se lleno la boca con mi simiente y me la entregó para compartirla conmigo en un beso apasionado como nunca antes me habían dado.

  • ¡Qué vicio tienes, Marta!

  • ¡Eres tú el que me hace ser así! ¡Te quiero, idiota! ¿No lo ves?

  • ¿Lo repetiste?

  • ¿Con Clara? -asentí- No... Pasó algo muy heavy en el colegio y dejó de venir. Perdí el contacto porque sus padres se mudaron enseguida. A La Coruña, creo.

  • ¿Qué pasó? -Marta bostezó exagerádamente.

  • Parece que la directora de la escuela la pilló "in fraganti" en los aseos, con uno de los chicos de bachillerato...

  • ¡Buau! ¿Se la chupaba?

  • Peor... ¡Se lo follaba!

Qué bien dormí esa noche. Otro cantar fue cuando sonó el despertador a las 7. No podía levantarme. Marta seguía pegadita a mí, roncando suavemente. Apagué el despertador e intenté deshacerme de su abrazo. Protestó en sueños y su mano se deslizó instintivamente hasta mi polla. Incluso dormida seguía ejerciendo en mí un enorme poder de atracción, de excitación, de sumisión. Tenía que levantarme, ahora o nunca. Las ganas de orinar me obligaron a forzar mi despertar.

Continuará...