500 orgasmos (Marta y el sexo 3)

Vais a ir descubriendo de mi pluma en los próximos capítulos, la verdadera naturaleza sexual de nuestros personajes principales: Marta y su esposo Iván. No olvidéis de valorarlo y comentarlo. Siempre es un placer para mí. Os quiero.

500 orgasmos (Marta y el sexo. 3)

En estas últimas semanas, desde mi visita a Barcelona y mi estancia en casa de Marta e Iván, han ocurrido tantas cosas que necesitaría un relato entero para contaroslas...

Lo más importante de estos hechos es que me han permitido conocer mucho mejor la verdadera naturaleza de Marta, la verdadera personalidad de Iván y con ello, describir con mucha más precisión los diferentes acontecimientos que Iván me ha ido narrando. Y en cierta manera también, me ha permitido hacer justicia a la verdad, pudiendo, con mi pluma, moldearla a mi gusto sin inventar nada.

Tengo tanto que contar que lo mejor que puedo hacer es ponerme a la faena enseguida. Vamos allá. No olvidéis que quien habla es Iván. Y que nos habla de sus experiencias con Marta, unos treinta años atrás...


Esto ocurrió a los cuatro años de casados. Justo antes de que Marta se quedara embarazada del primero.

Empezaba a anochecer en aquel viernes de principios de junio, Marta y yo en el coche, camino de Lyon, para pasar el fin de semana con una pareja de amigos -Javier y Maite, hijos de emigrantes españoles que ya habían nacido en Francia pero que se sentían más catalanes que franceses- y llevarles "la mercancia" solicitada. Aunque yo no estaba al corriente, como siempre. Ni siquiera eran mis amigos.:

  • ¿Tú estás loca? -le pregunté casi gritando.

  • Pero si son dos barritas de nada... -mostrándome en la palma de su mano dos rectángulos envueltos en papel de plata, más o menos del tamaño de medio paquete de cigarrillos.

  • ¡Dos barritas de nada! -con la mirada enfurecida, iba buscando un área de servicio para pararme. -¡La madre que te parió, Marta! Si nos pillan con esto... ¡Nos caen 10 años! ¡Como mínimo!

  • ¡Qué exagerado que eres! Pero si nunca nos paran, en la frontera.

La había ido a buscar a las ocho, a la salida de la librería donde trabajaba. Yo llevaba un tiempo que había dejado mi trabajo de auxiliar contable y me había puesto a estudiar psicología, gracias a Marta y su insistencia para que hiciera algo en la vida que me gustara. Para ganar algo de dinero, trabajaba como comercial de una empresa de sistemas de seguridad. Por suerte, iba a durar poco: detestaba mi trabajo.

Esa tarde, me había ocupado de preparar nuestras bolsas de viaje, me había duchado y cambiado y hecho un par de bocatas para comérnoslos por el camino.

Marta no pudo cambiarse y llevaba puesto el mismo sueter de mallas de algodón azul marino de la mañana (tenía una obsesión con aquel jersey y a menudo se lo ponía sin sujetador, para calentarme ya que le sobresalían los dos pezones por entre las mallas y se distinguía claramente el color oscuro de sus grandes aureolas; no me gustaba tanto cuando se lo ponía teniendo invitados...) con un escote en forma de uve que le dejaba a la vista el canalillo de sus senos y la tela negra del sujetador por poco que se inclinara hacia delante. Y unos tejanos tipo bermudas cortados en flecos  por encima de la rodilla. Hacía un tiempo que se había cortado el pelo -decía que estaba harta de pasarse media hora para desenredarlo- y llevaba por aquel entonces una media melena que le iba la mar de bien. Estaba guapísima y muy excitada...

  • ¡Joder, Marta! -aparqué al lado de una estación de servicio, cerca de Figueras. Me la miré muy serio. Desde que habíamos salido de Barcelona, se había fumado un par de porros ella solita y tenía los ojos brillantitos y las pupilas muy dilatadas.

  • Ehmm... ¿Qué pasa, coni (abreviación de conejito)? -poniendo unos morritos encantadores, inclinándose hacia mí y metiendo mano a mi paquete, apretándomelo: -¿Te me has enfadado, amorcito?

Paré el motor. Le cogí las dos plaquetas de "chocolate" y las puse en su bolso. Marta buscó la colilla del porro, se la llevó a los labios y la encendió. Un fuerte olor de cannabis me inundó los pulmones:

  • ¡Deja de fumar, ostia! ¿Has visto lo colocada que vas? -se echó a reir con esa risa tonta que te entra cuando vas colocado. Y a ella, más todavía.

  • Sí...sí... Pero... -se levantó la parte de arriba del suéter dejando a la vista sus majestuosas tetas semi escondidas por un sujetador negro y opaco. -... ¿A que te gusto un montón, eh?

  • ¡Vale ya, Marta! Hay dos mil personas en esta área...

  • ¡Uhu, Uhu! ¡Qué miedo! -volvió a sacar la droga del bolso e insertó cada una de las tabletas en sendas copas del sujetador. - Ves, así pasamos sin que se den cuenta de nada. -concluyó bajándose el suéter y echando una nueva calada a la colilla del porro.

  • ¿Bromeas? ¿Y si te registran, eh, listilla?

  • ¿Si me cachean? ¿Así? -se agarró los pechos por encima del jersey y se los apretó sacándome la lengua. -¡No, no puede ser! -se sacó las tabletas e hizo ademán de meterselas en el bermuda. -¡Aquí! ¿Qué te parece?

  • ¿Y si tienen uno de esos chuchos que te huelen hasta el ojete?

  • ¡Uy, sí! -puso cara de preocupación fingida y a continuación soltó una carcajada que retumbó en todo el habitáculo: -¡Ja, ja, ja! ¿Te acuerdas conejito? ¿Cuándo fue?

  • ¡Ostia, Marta! ¡Hablo en serio! -claro que me acordaba; cómo olvidar aquella noche...Y las que vinieron después...


"Ocurrió unos meses después de casados, aproximadamente tres años antes de los hechos que estoy narrando. Era también una noche de junio, un viernes -o quizás no, un jueves, no sé, no importa-. Habíamos cenado juntos, viendo la tele y nos habíamos trincado una botella y media de Rioja y para postre, un par de petardos de maria de la buena. Total que íbamos más que pedorros y con unas ganas de sexo impresionantes.

Tras un sesenta y nueve monumental, sobre las baldosas de nuestro nuevo piso, frente al espejo que chorizamos del ascensor del piso anterior, viendo por turnos como nuestras lenguas lamían simultáneamente todo cuanto había por lamer, arrancándonos el uno al otro aullidos de placer interminable pero sin conseguir -por los efectos combinados de alcohol y droga- corrernos, ni yo ni ella, a Marta se le ocurrió una genial idea.

  • ¿Subimos a la azotea, conejito? Tenemos la llave y ...

  • Y... ¿qué? ¿lo hacemos en el suelo?

  • No, burro... Súbete los colchones del cámping... Yo me subo la cajita...

  • ¿Otro peta?

  • Sí... ¿por qué no? ¿Sabes? Me apetece mucho mucho que... -se giró y se agarró las nalgas para que viera de qué estaba hablando.- ¡Me lo has estado chupando muy bien, lengua del demonio!

  • ¡Bufff, cielo! ¡Cómo me pones! -me agaché y le lamí de nuevo con toda mi lengua ese agujero que me volvía loco y que, poco a poco, iba consiguiendo moldear al diámetro de mi polla.

  • ¡Qué lengua tienes, conejito! -se giró en seco y riendo, sentenció: -¡Rápido! ¡A follar bajo las estrellas!

Vivíamos en un viejo inmueble del casco antiguo. Era un edificio estrecho, de cuatro plantas y con sólo dos pisos por rellano. De los ocho apartamentos, dos estaban inhabitados y los otros, eran viejitas o parejas mayores sin niños. Una ganga, nos dijimos el día que el de la Agencia nos lo mostró. Y tirado de precio. Además, como los depósitos del agua estaban en el terrado, nos dieron las llaves por si acaso había que cortar el agua. Marta, enseguida, se dió cuenta de las posibilidades que ofrecía esa azotea, como "solarium" (en pelota picada, por supuesto, pues no había "voyeurs" que pudieran acceder visualmente a la zona) y como "terraza de verano" (para montarnos fiestas y barbacoas los domingos).

Nos medio pusimos algo encima (yo, ni lo recuerdo y Marta su eterna samarreta que le llegaba hasta las rodillas) y subimos arriba. Hacía una noche espléndida, de luna llena y en la que, a pesar de las luces de la ciudad, se podía contemplar una infinitud de estrellas. Pusimos los dos colchones en el suelo y nos tumbamos sin desvestirnos, de cara al cielo, prestos a reiniciar un buen calentamiento:

  • Me he subido esto... -le dije mostrándole un frasco de aceite corporal que cumplía a la perfección el rol de lubrificante anal.

  • ¡Hurraaa! Me vas a dar un masaje.

  • Hummm... Sí, un buen masaje...

  • Empieza por los pies, amor, mientras yo hago el peta, ¿vale?

Acostumbrado a obedecerla, dejé par    a más tarde mi obsesión por su culo y me senté al lado de sus pies. Estuve unos buenos minutos masajeándolos, dedito a dedito, las plantas, los tobillos, el empeine y otra vez los deditos. Me gustaban mucho sus pies... y a ella le encantaba que se los sobara, se los masajeara y, cuando estaban limpios, que se los chupara...

Encendió el porro y le dió una profunda calada. Me puse de rodillas frente a ella, entre sus pies. Se había apoyado contra la pared de la terraza y me miraba con cara de vicio:

  • ¡Dios, Iván! ¡Qué manos tienes! -exclamó pasándome el cigarrillo de maria.

Me saqué la camiseta y el pantalón corto del pijama. Ella seguía con su camiseta extra larga arremangada a medio muslamen. Me dirigí hacia ella e hice que mi polla le quedara a la altura de la cara. Me apoyé en la baranda del terrado y me incliné hacia delante. Marta se puso a chupármela mientras yo iba observando el escaso tráfico de la calle Princesa a esa hora de la madrugada y echando caladitas al porro. Qué agradable sensación, sentir su boca engulléndome la verga, su lengua lamiéndome el capullo, sus dedos acariciándome los huevos:

  • Y tú... ¡Qué boca tienes!

  • Gracias... ¿Y mi culo? ¿Qué me dices de mi culito? -recorriendo con la lengua todo el falo- Me has prometido que le darías un buen masaje -metiéndose un huevo en la boca, succionándolo.

Cuando me giré para demostrarle lo que pensaba de su trasero, me asusté al ver venir hacia nosotros un perro, de tamaño considerable -algo más pequeño que un gran danés, o no, que yo de perros no entiendo nada-, negro como la noche, de pelaje ralo:

  • ¡Mierda! ¿Qué hace este perro aquí! ¡Mierda! -exclamé entre asustado y enfadado por lo inoportuno de su llegada.

  • ¡Puskas! ¡Puskas! -Marta lo llamaba por su nombre, chasqueando la lengua. -¡Ven!

  • ¿Puskas? -ya lo teníamos a nuestros pies, moviendo la cola de contento.

  • Tranquilo, Iván... Es el perro de Doña Amalia...-y acariciéndole la cabeza: -... ¿Eh que eres un perro muy bueno, eh, Puskas?

  • ¿Doña Amalia? ¿La viuda del 4°? -el perro le lamía los pies, atraído por el olor y el gusto del aceite, imagino, arrancando risitas nerviosas a Marta. - ¿La vieja esa que siempre va de luto?

  • ¡Hiii! ¡Mmm! Sí, la misma... No es tan vieja...

  • No sé, Marta... Vieja o no vieja... Este perro... ¿Qué demonios hace aquí?

  • Es verdad que un día me dijo que lo dejaba por las noches en la azotea... ¡Ji, ji, ji! Perrito... -acariciándole la cabeza- ... que me haces cosquillasss!

Yo me había sentado a su lado, con las rodillas dobladas entre mis brazos y el mentón apoyado en ellas, mirando aquel chucho "mil leches" con cara de bonachón, entre las piernas de Marta, que no paraba de sacar una lengua rosada, babeante, de palmo y medio y que no cesaba de mover la cola frenéticamente. Mirando como ella le obsequiaba con un concierto de caricias que el puskas ese de los cojones agradecía dando lametones por doquier. Marta seguía con su juego de carantoñas, inclinándose hacia delante y con la cabeza del chucho cada vez más cerca de...

  • ¿Has visto qué contento se pone?

  • Cómo no va a ponerse contento... ¡Venga, para ya de sobar al chucho! -en un último intento infructuoso de desviar la atención del perro... o de Marta...

Entonces, Puskas, como si viera que si no actuaba pronto se iba a terminar la sesión de caricias, metió el hocico entre las piernas de Marta... y quien dice el hocico, dice su lengua de palmo y medio, rosada y babosa:

  • ¡Ahhh! ¿Qué haces? ¡Noooo! ¡Quietoooo! -sorprendida, Marta intentaba apartar la cabeza del perro de su coño. - ¡Ivánnn!

  • ¡Joder con el Puskas! ¡Puskas, Puskas! ¡Fueraaaa!

  • ¡Iváaaannn! ¡Oohhhh! ¡Mierdaaa... me está lamiendo el... Puskaaaassss!

  • ¿Qué quieres que haga, joder?

  • ¡Aaahhhh! ¡Sácamelo de encimaaahhh!

A mí, los perros no me han gustado nunca. Siempre me han dado miedo. Miedo y asco. Siempre babeando, con la lengua colgando... Y Puskas, además, era enorme. Intenté sacárselo de encima, pero aquel bicho parecía tener más fuerza que Marta y yo juntos y continuaba dándole lengua al chocho de mi mujer.

  • ¡Por favooorrr, Iváaannn! ¡Ahhhh! ¡Ohhhhhh! ¡Ahhhh!

  • Me parece, cielo... que este perro sabe lo que se hace... Y tú...¡también!

  • ¡Quietooo! ¡No, Puskasss, noooo! -la voz de Marta se entrecortaba y su rostro empezó a tomar el color y el calor del placer.

  • ¿Marta? ¿Marta? Te estás dejando comer... ¡Martaaa!

  • Pusss...Pusss...Pusss -una letanía de lamentos delataban la confusión que se apoderaba de la mente de mi mujer. - ¡Hhhmmm! ¡Ogggh! ¡Nooohhh! Pusss, pusss, pusss...

Cuando vi lo que hacían las manos de Marta -crispándose sobre la cabeza del chucho, inmovilizándosela entre sus muslos- comprendí que aquella noche no iba a ser yo la que la llevara al séptimo cielo. Así, los ruidosos lamidos de Puskas se fueron sintonizando con los gemidos de Marta.

  • ¡Lap, lap, lap, lap, lap! -hablaba la lengua de Puskas.-¡Ah, ah, ah, aaaaajjjj! -resollaba, Marta, la perra en celo.

Me convertí en mirón pasivo de la primera incursión zoofílica de mi esposa... En cómplice consentido...La ayudé a levantarse la camiseta hasta la altura de su vientre, cosa que conseguimos sin que Puskas dejara de lamer y más que nada porque así podía ver de cerca el espectáculo increíble del cunnilingus canido-homínido. Puskas era un perro bien amaestrado, sin duda, pero perro al fin y al cabo. Por eso, sus lametones no eran lo acompasados ni precisos para llevarla al orgasmo con la rapidez que sí lo hacía mi lengua.

Así, cuando el chucho dejó de lamer, y pensé que aquel número había concluído, mi mujer me sorprendió gritando:

  • ¡No te vayas, Puskasss!!! ¡Iván, no dejes que se vaya!

El perro, sin embargo, seguía merodeando entre sus muslos, hociqueando en busca de algo que le excitara el olfato. Marta lo agarraba del pescuezo y lo atraía hacia su coño. Sin éxito. El animal terminó por darse la vuelta y se dirigió de nuevo a sus pies. De inmediato se puso a lamerlos otra vez. El instinto de mi esposa -iba a decir: el instinto animal- la hizo reaccionar ipso facto:

  • ¡Pásame el aceite, rápido!

  • ¿Estás segura de lo que haces?

  • ¡Pásame el aceite, joderrrr!

Eso hice. Marta, con las manos temblorosas, se derramó en el coño medio frasco del ungüento mágico, tendió las palmas de sus manos hacia el chucho, que no tardó en apreciar el gesto de generosidad humana de ella. Atrajo pronto su atención hacia sus manos y de ellas a su coño...Y ya teníamos de nuevo a "super puskas" comiendo conejo.

Marta me miró con los ojos vidriosos, como si me estuviera pidiendo perdón; no comprendía lo que le estaba pasando, pero se lo estaba pasando en grande. La mirada que le devolví debió ser de consentimiento porque me agarró con fuerza el antebrazo y se abandonó a aquel goce extraño, inhumano, terriblemente animal:

  • ¡Diossssssss! ¡Qué buenoooooooooo! -se dejó caer para atrás, aullando de placer como nunca antes lo había hecho conmigo, arqueándose en espasmos voluntarios que pretendían hundir su coño en el hocico del animal. -¡Qué buenooooo! ¡Diossssss!

  • ¡Lap, lap, lap, lap! ¡Borrrfff! ¡Borrrfff! -resoplaba incansable el chucho.

Mecagoendiós, sí. Y mecagoenpuskas, también. ¡Qué espectáculo! ¡Qué bestia! Yo tenía un brazo inmovilizado y con la otra mano me la cascaba con rabia y con ganas, las dos a la vez. Y entonces, Marta comenzó a mover las caderas como a cámara rápida y a chillar una docena de:

  • ¡Siii, siii, siii, siii, siii, siii...!!!

que siguieron con media docena de:

-  ¡Ahhh, ahhh, ahhh...!!!

y terminaron con un solo, potente, inacabable rugido:

  • ¡AAAARRRRRGGGGG...!!!

Unos segundos de flotación. Y la reacción  post-orgasmum- típica de Marta:

  • ¡FOLLAAAAMEEEEE!!!

Sólo que esta vez, hubo tres coordenadas distintas:

  • La primera: un servidor ya se había corrido (muy a gusto, eso sí; dejándole la camiseta pringosa de lefa...aunque creo que esto me lo estoy inventando...en realidad, no tengo ni idea de dónde fueron a parar los chorreos de esperma)... Sin que Marta se hubiera dado cuenta, eso lo tengo claro. Creo, sinceramente, que se había olvidado de mi existencia.

  • La segunda: Marta se dió la vuelta -en general, cuando soy yo quien acude a la llamada uterina, o la monto a lo misionero o me cabalga a lo amazona- y se puso a cuatro patas con el culazo abierto y mirando a la luna.

  • La tercera: Puskas tenía hambre de perra y aquello que se le presentaba delante era, ni más ni menos, un magnífico coño de perra.

Como los canidos, a pesar de ser muy inteligentes, no tienen el encéfalo suficientemente desarrollado como para distinguir la diferencia entre dos coños (en el caso que nos ocupa, tres: el de una perra hembra cualquiera, el de Doña Marta, mi esposa perra y el de Doña Amalia, mi vecina vieja perra, de toda evidencia), y como Puskas estaba perfectamente adiestrado para saber qué debía lamer y qué debía joder, cuándo, dónde y cómo; pues no tardo el jodido en montar sobre mi dulce esposa y emperrarla sin ninguna oposición humana.

  • ¡NOOOOOO! ¡Puskasssss! ¡NOOOOOOOOOOHHHH! -aulló Marta al sentirse insertada por aquel pene canino... Al tercer intento, que siempre les cuesta un poco encontrar la entrada principal.

Qué suerte que tuve de que hubiera luna llena. No tengo palabras para explicar lo que sentía en ese momento. ¿Celos? ¿Celos de un perro? Ni hablar... La verdad es que me estaba encantando ver cómo mi querida esposa era fornicada por aquel animal... Y cómo le correspondía con una especie de gemido-aullido gutural:

  • ¡AU-AU-AU-AUUUU! -mirándome con los ojos entornados, la boca abierta, los labios retraídos mostrando las encías y los dientes brillantes de saliva... exactamente igual que Puskas, salvo que a él la lengua le colgaba soltando un hilillo constante de baba sobre el cuello y la espalda de Marta.

No fue muy largo aquel polvo interanimal, pero yo lo viví como a cámara lenta. En un momento dado, me arrodillé delante de Marta y le cogí la cara entre mis manos. La tenía hirviendo y empapada de sudor:

  • ¿Disfrutas, amor? -le pregunté y como toda respuesta cerró los ojos y profirió un alarido bestial:

  • ¡Aaaaagggggggggggjjjjjjjjjjjj!

  • ¿Te duele, vidita? ¿Quieres que te lo saque de encima? -me hizo que no con la cabeza y de repente, ella y perro se quedaron inmóviles. Tuve un poco de miedo y le pregunté: - ¿Qué pasa, Marta, qué pasa?

  • ¡Se me...ohhh... se me está... ohhh... corriendo dentro... OOOHHHH!!! ¡YOOOO, YOOO... también... YOOO... AAAAHHHH... Meee CORROOOOOHHH!

En tres minutos, más o menos, ese pedazo de chucho apestoso, había conseguido lo que yo no iba a conseguir en treinta años. Pero, entonces no lo sabía todavía, claro. Me desplacé hasta poder divisar el bizarro espectáculo del bombeo eyaculatorio de Puskas en el coño de Marta. Sólo veía sus huevos negros, rebotar i rebotar contra la vulva de mi mujer. Y el animal que intentaba salirse sin conseguirlo...

  • ¿Estás bien, amor? ¿Estás bien?

  • ¡Aaajjj! ¡Me arde! ¡Fffiii! -pero sin mover el culo hacia adelante para ayudar al chucho a desacoplarse. Al contrario, lo zarandeaba voluptuosamente, como si quisiera más.

Hasta que se salió... ¡Plofff! Y entonces vi su rabo rojizo (un pedazo de rabo, una especie de zanahoria gigante, con esa bola extraña que se les hincha en su base), soltar chorrillos de un líquido transparente. Y enseguida vi brotar del coño de Marta una ingente cantidad de lefa perruna que fue formando un moco en forma de estalactita (o estalagmita, que nunca he sabido del todo cual es la que va para abajo y cual la que va para arriba)...

Marta se quedó inmóvil en esa misma posición con medio cuerpo -la parte de arriba- pegado al colchón, los dos brazos extendidos hacia delante y el culo en pompa. De la pelambrera de su chocho no cesaba de brotar lefa perruna. Sus muslos estaban maculados de aquel líquido. Un olor desconocido, un efluvio profundamente animal emanaba de las entrañas de mi dulce esposa.

Puskas, acostado a sus pies, se lamía la verga, satisfecho del trabajo realizado. Era tal el grado de excitación perversa que sentía en ese momento que me puse a imaginarla a ella comiéndole el nabo a él. Mi polla resucitó ante tal pensamiento y me dije que Marta, al menos, debería aliviarme la tensión genital con una buena mamada. Me puse de rodillas delante de su cara. Tenía los ojos cerrados, como si durmiera. Le acerqué el cipote a la boca:

  • ¡Chúpamela, cielo! ¡Cómetela!

  • Hummm... Me he quedado frita... Perdóname, vida... -enderezó levemente la cabeza y me besó la punta del capullo- ... me he olvidado completamente de ti.

  • No importa, cariño... Ha sido fantás... Aaahhh! ...tico verte así... Ummm! -qué manera más sabrosa de hacerse perdonar, qué manera más guarra de mamármela.

  • Verme como una perra... ¿Te ha excitado mucho verme gozar como una perra?

  • ¡Ohhh, sííí, muchísimoooo! -no le dije que estaba viendo como Puskas volvía a la carga.

  • ¡Arrrggg! ¡Noooo, otra vez, noooo! -gritó Marta con las fauces abiertas como la boca del metro y mi polla a punto de estallar.

Puskas había vuelto a comenzar su ritual de lengüetazos, lamiendo su propia lefa, primero de los muslos de Marta y enseguida de su coño:

  • ¡Aaammmm! ¡Arrrggg!

Mi esposa se debatía entre el deseo de terminar la felación a su maridito como mandan los cánones y el ansía de abandonarse de nuevo a los placeres que el chucho le estaba procurando. Le hundí la polla hasta la garganta y le dije:

  • ¡Prepárate, amor! ¡Puskas quiere follarse de nuevo a su perrita!

La pobre no tuvo tiempo de protestar. Ni creo que quisiera hacerlo porque bajó aún más la espalda arqueándola profundamente, levantando las caderas y mirando hacia el animal por encima del hombro. Puskas entendió el mensaje y la montó con extremada facilidad y rápidez. Se puso a bombearla velozmente, salvajemente. El cuerpo de Marta se estremecía violentamente. Le sujeté la cabeza con ambas manos para que no cayera hacia delante, con mi verga alojada en su boca:

  • ¡Guarrrffff, guarrrfff, guarrrffff! -ladraba el afortunado chucho.

  • ¡Ffffffuuuu! ¡Fffffaaaa! ¡Fffffff! -Marta resollaba, incapaz de respirar.

Aunque parezca mentira, en un momento dado el perro y yo intercambiamos nuestras miradas. Y en ella, en la suya, leí que como macho perruno que era, estaba tomando posesión de su nueva perra. Le sonreí y de mi boca salieron estas palabras:

  • ¡Fóllatela, Puskas! ¡Es toda tuya!

Como si me hubiera comprendido, agradeciendo mi consentimiento, acrecentó el vaivén fornicador, dejó de ladrar y se puso a respirar convulsivamente con la lengua fuera, babeando litros de saliva sobre la camiseta y sobre el pelo de Marta. Saqué mi polla de su boca para que pudiera dar rienda suelta a su goce. Y así lo hizo:

  • ¡Gggggrrrrrrrrrrraaaajjjjjjjjjj! ¡Me muerooooooooohhhh! ¡Gggrrrrrrrrrrrrrr! ¡Me está partiendooooo! ¡Me...AAARRRRJJJJJJ... está matand...OOOOOJJJJJJJ!

Creo que nos corrimos los tres a la vez. Desgraciadamente, en aquella ocasión y por haberme ya corrido minutos antes, mi eyaculación no fue lo copiosa que hubiera deseado. A pesar de ello, me encantó ver como unos chorrillos de lefa blanquecina se estrellaban contra su cara. Y como, lejos de disgustarle, Marta me miraba agradecida, buscando con la boca abierta y la lengua serpenteante, los restos de mi simiente esparcida por sus mejillas.

  • ¡Martaaaa... te quieroooohhh! -grité al correrme sobre su rostro.

  • ¡Sí... Ajjjj... yooooohhhh....tammmmbiénnnn! ¡Arrrrgggggg! ¡Diossssssss! -gritó al correrse.

  • ¡Guarrrfff, guarrrfff, guarrrfff! -aulló Puskas al correrse.

Y entonces oimos la voz cazallosa de Doña Amalia llamando a su peculiar sustituto del difunto Don Andrés que en paz descanse:

  • ¡Puskyyy! ¡Puskyyy! -gritó la voz de su ama.

Marta ni se inmutó. Estaba en estado catatónico. Pero Puskas, sí. Sin decirnos nada (ya se sabe que los perros, debido a su escaso desarrollo encefálico, desconocen las normas elementales de cortesía que exigen a todo caballero que se despida educadamente tras haber copulado con una hembra tan receptiva como mi Martita), se desenganchó a trancas y barrancas, se dio media vuelta y se largo raudo al encuentro de su perra ama.

Y yo también. Me levanté asustado, con el rabo entre las piernas (donde lo tengo siempre; es una manera de hablar), ligeramente morcillón, y allí la ví, a cinco metros de nosotros, como un espectro en su camisón blanco que le llegaba hasta los pies y con la boca y los ojos abiertos, con la mirada clavada en el culo de mi amada. Puskas llegó a sus pies y se puso a husmearla. Yo me interpuse en su campo de visión para proteger la retaguardia de Marta. No sé lo que fue peor. Doña Amalia se fijó en mis partes nobles y su cara se transformó en un rictus de avidez que no me pasó, para nada, desapercibido.

  • ¡Ya hablaremos! -dijo. Se dió media vuelta y añadió: - ¡Vamos Pusky! ¡Perro infiel! -perdiéndose escaleras abajo.

Un minuto más tarde, en completo silencio, Marta se levantó, se secó la cara con la camiseta y bajó hacia el piso sin mirarme. Aquella noche, Marta y yo no durmimos juntos. Le pedí que se duchara antes de meterse en la cama, pero no me escuchó. Cuando bajé diez minutos más tarde, tras recogerlo todo y fumarme un cigarrillo a la luz de la luna, y entré en la habitación, un fuerte olor a perro me golpeó las narices. Marta dormía sobre las sábanas. Ni siquiera se había quitado la camiseta.


(Nota de la autora: Esta parte del relato os la resumo brevemente porque no quiero que perdamos el hilo de la historia. En fin, la señora Amalia habló con Marta al dia siguiente y le pidió, ni más ni menos, que le prestara a su marido para desembozarle las cañerías. Marta, que era más larga que un dia sin pan, comprendió enseguida de qué se trataba y se negó. Pero la vieja les amenazó con montar un escándalo ante el propietario para que los echaran del piso. Así, durante tres semanas, el pobre Iván se convirtió en el amante de aquella mujer, sedienta de sexo, viciosa hasta límites insospechados (Bah, os dejo que penséis en todo lo más guarro que se os ocurra), que lo dejó seco hasta el tuétano.

Marta rechazó el cambio que le propuso la vecina, Puskas por Iván, a pesar de que en más de una ocasión, en la soledad de sus noches (Iván las pasó todas sin excepción follando durmiendo follando y vuelta a follar con Amalia) pensó que no le importaría repetir con el perrito...Y entonces, se masturbaba violentamente hasta quedarse tranquila. Eso es lo que dice Iván. Vete a saber.

A las tres semanas, Iván se hartó de tirarse a la vieja -que por mucho que Marta dijera que no era tan vieja, Iván la encontraba más arrugada que una pasa de Corinto-  y ésta les denunció por exhibicionismo y no sé cuántas cosas más. Una vez más, tuvieron que buscarse otro piso...

Segunda nota de la autora: No hace muchos días, tuve ocasión de conocer la versión de Marta de los hechos. En general es muy similar a la de Iván. Pero...

Según Marta, la decisión de dejar aquel piso y mudarse no vino por la denuncia de la señora Amalia, ni mucho menos. La señora encontró en Iván el complemento ideal a su líbido desenfrenada, cierto... Pero estaba muy enganchada a su perro... Y se volvió loca cuando tres semanas más tarde se encontró al bueno de Puskas agonizando en el rellano de su piso.

"Tuvimos que llevarlo al veterinario quien dictaminó que no podía hacer nada por él. Doña Amalía decía que si su Pusky se moría ella no quería seguir viviendo. Tuvimos que sedarla. Unos días más tarde, cerró el piso y se fue a vivir a casa de su hermana.

Iván y yo nos dimos cuenta de que si queríamos recuperar el fulgor de nuestra relación debíamos abandonar aquella casa.

Nos costó mucho. Sobretodo,( y en eso Iván te mintió, Sandra) porque yo también me había enganchado a Puskas. El sexo con Iván dejó de interesarme... La señora Amalia fue muy buena conmigo y en ningún momento se sintió ofendida al descubrir que su amante perro había encontrado en mí una excelente amante perra. Incluso me confesó que había seguido, escondida detrás de los depósitos del agua, mi primera experiencia y que debía admitir que lo había hecho muy bien.

Me tomé dos días de baja y me los pasé con ella y Puskas. Me enseñó todo cuanto debía saber de esta práctica que hasta entonces creía contra natura: cómo lavarlo, cómo masturbarlo con las manos, con la boca... cómo ponerme para que me lamiera el sexo como yo quisiera... cómo hacer para que me follara sin lastimarme, para abotonarme con él, para que durara más tiempo... Incluso me enseñó cómo debía preparar mi ano para que me montara por el culo sin que fuera doloroso. Aprendí a saborear su verga, a beberme su esperma... A conseguir una sintonía perfecta con él.

El primer día, Amalia quiso que lo hiciéramos en su casa. Cuestión de darle confianza al perro. Me dejó que fumara cuantos porros quisiera con tal de desinhibirme al máximo para poder comportarme como una perrita sumisa. Me pidió que me desnudara, que me tumbara en el suelo, que rodara por él como un cachorro juguetón, que jugara con él, que me abrazara a él para impregnarlo de mi aroma...Que no tuviera nunca prisa... Que me adaptara al animal...Que creara en él el ansia de tomarme.

Amalia lo observaba todo con sumo interés. De ves en cuando, me daba algún consejo o me pedía que la dejara hacer a ella. Me enseñó también a encontrar la buena posición, a levantar mis caderas a la altura que mejor convenía al acoplamiento. Me explicó cómo ponerle unas medias en las patas delanteras para poder copular desnuda y que no me arañara, para poder sentir su vientre contra mi espalda...

El segundo día de adiestramiento fue en mi casa. Antes, lo subimos a la azotea y Amelia me mostró cómo debía lavarlo. Entre bromas y risas, terminamos las dos empapadas y Puskas retozaba secándose al sol, más feliz que unas pascuas. Mientras esperábamos que el animal se secara me contó su vida (*que no voy a contar aquí, pero que tampoco tenía desperdicio) y también me explicó lo bien que se lo había pasado con Iván. Es increíble, pero no sentí nada, ni celos, ni nada. Le dije que me alegraba por ella y bajamos a mi casa para dedicarme en cuerpo y alma a Puskas.

Cuando Iván regresaba del trabajo, se encontraba a la señora Amalia que lo invitaba a subir enseguida a su casa. Como yo regresaba más tarde, Puskas les hacía compañía mientras. Iván descubrió rápidamente que Amalia era una mujer llena de atenciones, delicada y de trato exquisito. Y que, a pesar de las apariencias, tenía, para su edad -58 años- un cuerpo esbelto, una piel suave y sensible y algo que le recordó a su pasión permanente, mi hermana Beatriz: el coño totalmente rasurado.

Cuando yo llegaba del trabajo, a las ocho de la tarde pasadas, subía corriendo a buscar a mi amante. Amalia me había dejado una copia de sus llaves y por eso entraba sin llamar. Sólo al oir el ruído de la puerta, Puskas corría hacia mí, moviendo la cola de contento, lamiendo mis manos, mis pies, mis piernas, tumbándose de espaldas dejando que le acariciara el vientre, viendo como de inmediato su fino pene rosado despuntaba del prepucio...

Me pasaba los días pensando en él...Excitada hasta un punto que nunca más volvería a alcanzar. Mojada y caliente a todas horas. Iba cada dos por tres a los servicios, me sentaba en la taza del váter y comprobaba como la compresa de mis bragas seguía empapándose del semen de Puskas. Me untaba los dedos con su simiente y me masturbaba silenciosamente hasta alcanzar el orgasmo que me liberaría unas horas del ansía que me consumía...

Por curiosidad, antes de bajar con el perro a mi casa, buscaba a mi marido y mi vecina, simplemente para decirles que me llevaba a Puskas y que no se preocuparan por mí. La mayoría de las veces, me los encontraba follando. Iván sudando como un albañil en pleno mes de agosto me miraba con ojos turbios y me pedía que me quedara con ellos; y yo me negaba siempre... Otras veces, me los encontré en la bañera, lavándose el uno al otro... En la cocina, preparando la cena... Amalia decía que Iván era un excelente cocinero.

A Iván, durante esos maravillosos días, sólo lo vi a ratos perdidos. Todas las noches las pasé con Puskas, todas las noches las durmió en mi cama, todas las madrugadas me ofrecí a él, a su lengua sinpar, a su fabulosa verga, a su simiente caliente y exquisita...

Cuando tuvimos que eutanasiarlo, creí que me moría de pena... No me había sentido en ningún momento ni sucia ni depravada ni nada... Hubiera sido capaz de dejarlo todo por Puskas. Me hizo tan feliz... Pero la vida da muchas vueltas y el sentido común impuso su ley. Con la desaparición de Puskas y el exilio voluntario de Amalia, fuimos regresando lentamente a una vida normal... Para recuperar al hombre que quería, mi Iván, y para recuperarme a mi misma como mujer "normal", me ofrecía a él como nunca antes lo había hecho, cuando él lo quería, como lo quisiera... Muchas veces, sin darme cuenta, en el fragor de nuestras noches de sexo, me veía reflejada en el espejo, a cuatro patas, arqueando mi espalda hacia abajo, levantando las caderas, girando la cabeza de lado, por encima del hombro, chasqueando la lengua y dándome palmaditas en las nalgas para mostrarle el camino a mi macho..." )


  • ¡Tengo una idea! -exclamó Marta, cogiendo el bolso y abriendo la puerta del coche.

  • Tus ideas me acojonan, cielo...-respondí preocupado.

  • Tranquilo... Ya verás... Tú ves a llenar el depósito que mientras soluciono el problema.

Diez minutos más tarde, estábamos los dos de nuevo en el coche. Marta estaba radiante, sus ojos centelleaban:

  • ¿Qué has hecho todo este rato? -le pregunté.

  • Solucionar el problema... -entornó los ojos y se relamió los labios lascivamente.

  • ¿Cómo? Me parece que tengo derecho a saberlo, ¿no?

  • La he metido en un lugar seguro, Coni -y se miró el bermuda tejano que llevaba puesto.

  • ¿Quééé?

  • Sí, cielo, aquí dentro -explicó cogiéndome una mano y llevándola a su entrepierna.

  • Pero...

  • He comprado unos preservativos y he metido el "chocolate" en uno, he hecho un nudo y... Uf... todo dentro... -quise apartar la mano pero me lo impidió-  ¡Tócame, cariño! ¡Estoy mojadísima!

Se desabrochó el botón del bermuda, se bajó la bragueta...

  • ¡La ostia, Marta! ¡Te has puesto el tanga  que te regaló tu hermana!

  • Sí, cariñín... ¿no te gusta? -se bajó los pantalones hasta medio muslo.

  • Claro que me gusta... No es eso... Pero dijiste que no te lo pondrías hasta que te depilaras el...

  • ¡Ju, ju, ju! El coñito... Si que te cuesta llamar las cosas por su nombre...-dijo riendo y estirando los pelillos rizados y negros que le sobresalían por los tres laterales delanteros del tanga. - ¡Anda, tócalo!

Y le metí la mano dentro. Enseguida me di cuenta del estado de excitación de mi mujer: el clítoris erecto, la vulva empapada...Y el cordelito de un tampón...

  • ¿Lo ves? Estoy ca-chon-dí-si-ma.

  • ¿Y el tampax? ¿A qué viene?

  • Por si acaso... Diré que tengo la regla... ¡ja, ja, ja! ¡Estoy en plena ovulación! Y tengo un subidón hormonal que no veas...Qué lista soy, ¿eh?

  • Sí, muy lista...

  • ¡Anda, arranca! Que en cuanto pasemos la frontera voy a necesitar que me violes...Por delante y por detrás... ¿querrás?

Un cuarto de hora más tarde, llegamos a La Junquera. En el puesto de aduana español no había nadie. Desgraciadamente, en el francés sí. Nos hicieron parar el coche y bajarnos de él. Nos pidieron la documentación y nos hicieron abrir el maletero. La rutina, vamos. Eran dos gendarmes, uno joven, algo enclenque y con cara de bonachón y otro más mayor, alto y ancho como un armario, con pinta de neonazi y mucha mala leche. Los dos hablaban español bastante bien. Cuando el joven nos devolvió los papeles y estaba a punto de dejarnos continuar el viaje, el otro nos interpeló:

  • ¿De qué se ríe, señorita?

Me quedé helado. Marta, por el efecto de la droga, la excitación y el miedo, no había podido evitar que se le escapase un risita nerviosa.

  • Mmm, por nada, por nada, señor... mmm... agente. -intentó disimular pero fue demasiado tarde.

  • Coja su bolso y acompáñeme. -tajante. Y a su compañero: -Quédate con el señor y registra bien el coche. Y a él también.

  • ¿Y eso? -protesté atemorizado. Pero no obtuve respuesta.

Veinte minutos más tarde (veinte minutos de auténtico calvario), el gendarme joven recibió una llamada por el walkie talkie. Al principio parecía sorprendido pero, de repente, se le dibujó una sonrisa satisfecha en el rostro y se fue para las oficinas de la aduana diciéndome que esperara allí, sin moverme, que sólo serían unos minutos.

Regresaron los tres al cabo de cinco minutos que se me hicieron eternos. Marta ya no sonreía pero tampoco parecía preocupada. Más bien tenía cara... de...  Yo estaba impaciente para saber qué había pasado.

Los dos gendarmes no paraban de echarse miradas cómplices y tras un breve intercambio de palabras entre ellos, nos dejaron continuar sin ningún comentario. Pregunté a Marta qué había pasado, si había conseguido pasar la droga. Me sonrió, me dijo que todo había ido muy bien y se calló. Estuvimos unos minutos sin decir nada. Esperé haber pasado el peaje y me detuve en una área de descanso en la que sólo había camiones. Lleno de camiones. Me metí entre dos de estos monstruos, paré el motor y bajé el cristal de mi ventanilla...

  • Voy al baño, cielo...-dijo Marta dándome un beso en los morros. -Y a sacarme todo lo que llevo dentro...¡je,je,je!

  • Date prisa... Tienes muchas cosas que contarme.

Salí del coche para tomar el aire. Encendí un cigarrillo y me alejé un poco. El parking estaba repleto de camiones de gran tonelaje, pero parecía tranquilo. Los camioneros debían estar descansando en sus literas, pensé, prestos a empezar un nuevo día al amanecer... Caminé un poco más hasta divisar la cabaña de los aseos. Vi salir a Marta de uno de aquellos compartimentos (W.C a la turca). Se lavó las manos en el lavabo y entonces vi que se le acercaba un camionero y se ponía a hablar con ella. A su lado, Marta parecía una enana. El camionero no debía ser español porque me recordó a aquel boxeador soviético que pelea con Stallone en Rocky IV... Además, el cabrón iba desnudo de cintura para arriba. Y casi de cintura para abajo, pues llevaba un pantaloncito de deporte... Todo músculo, el hijoputa.

No eran alucinaciones mias, no. Marta se estaba poniendo las botas, mirándole les pectorales, los abdominales, los bíceps y los tríceps y riendo como una descosida de las cosas que aquel gigante le contaba. Y en una de esas, vi como ella le tocaba los brazos, palpando su musculatura, a lo que ambos respondieron con una sonora carcajada. Luego vi como él le tomaba la mano y se la pasaba por sus pectorales y Marta asentía con la cabeza (debía decirle "qué bueno estás, jodido!"). Sin soltársela, la bajo hasta los abdominales. Marta le palpó descaradamente esa tableta de chocolate que tenía por vientre y observé como ahora iba haciendo "no, no, no" con la cabeza. Qué coño debía estar pidiéndole el hijoputa ese.

Marta le dijo algo, le dió un beso discreto en los labios y se volvió para el coche. Y yo también, deprisa para que no viera que la había estado espiando. Se metió dentro, se sentó y exclamó:

  • ¡Qué calorazo que me ha entrado, cariño!

  • Y eso...

  • Mientras me lavaba las manos se me ha acercado un camionero... super simpático...

  • ¿Ah, sí...?

  • Ha empezado a bromear conmigo... que qué hace una chica tan guapa y tan sexy como yo sola en un lugar donde hay tanto hombre suelto... -Joder, pensé, el tio no es un guiri, a menos que se lo haya dicho por gestos. - Le he dado las gracias por el piropo y le he dicho, no sé porqué, que muchos hombres me encuentran gorda...

  • ¡Ostia, Marta... Eso es provocar!

  • ¡Hummm! -poniendo morritos de colegiala mamona. Y como no decía nada más, la interpelé:

  • ¿Eso es todo? ¿Por eso, el calorazo?

  • No te me enfades, conejito... Que luego quiero que me ayudes a sacarme el paquete de mi chichi...

  • Pero... ¿No has podido sacártelo tú solita?

  • No, cari, no he podido... Va, que te cuento el resto... Cuando me ha dicho lo de guapa, buena y sexy, me lo he mirado de arriba a abajo...sólo me había fijado en su cara y en que iba con el torso desnudo y en que me pasaba medio metro de altura y en que estaba tope tope cachas...¡Qué muslos!

  • Eres un caso, Marta...

  • ¡Ji, ji, ji! Sí... Total que le he dicho que él también estaba como para parar un tren y, ni corto ni perozoso, me ha invitado a que lo tocara... los músculos quiero decir...

  • Y como eres una esposa decente y decorosa, te has negado en rotundo...

  • Ni hablar... Conejito, me gusta mucho tu cuerpo pero... ¡Qué brazos, madre mía! ¡Qué pectorales! ¡Qué abdominales!

  • ¿Se los tocaste...?

  • Pues claro, tonto... ¡Una gozada! Pero el espabilado ya me estaba cogiendo la mano para que siguiera comprobando la mercancia... Y ahí sí que le dije que nanai...

  • Aunque te morías de ganas, ¿no, cielo?

En lugar de contestarme, Marta reclinó al máximo el asiento, se acostó y se sacó los bermudas y las bragas; apoyó su pierna derecha en la ventanilla y dobló la izquierda hasta quedar completamente despatarrada:

  • ¡Anda, cariño! ¡Méteme tus deditos hasta el fondo... que tú lo sabes hacer muy bien!

Santo Dios, esa mujer me volvía loco. Mi cerebro tuvo una especie de colapso y en un santiamén me olvide del camionero, de los gendarmes y de la puta que los parió a todos. Me deslicé en el espacio exhiguo entre el asiento del copiloto y el salpicadero y me arrodillé dispuesto a hacerle un exhaustivo examen ginecológico a la cachonda de mi mujer.

No se veía un pimiento, pero no quería encender la luz del coche pues dejaría en evidencia el coño de mi mujer a toda una jauría de camioneros sedientos de sexo. Así que, a tientas le separé los labios de su vulva y le hundí un dedo en aquel mar de pelos mojados y  fluidos ardientes:

  • ¡Mmmm! ¡Me moría de ganas, amor! -llevó sus manos hasta su coño, abriéndoselo como ella hacía. - ¡Cómetelo, amor! ¡Hazme gozar!

Marta se había duchado por la mañana y su sexo no olía a rosas precisamente. Pero a mí, lejos de molestarme, ese perfume de hembra caliente enaltecía mis sentidos.

  • ¡Adoro tu coño! -le di varios lengüetazos que me dejaron la lengua empapada de su ácido néctar. Después, me concentré en su clítoris prominente, atenezándolo entre mis dientes y martilleándolo con la punta de la lengua.

  • ¡Amorrr! ¡Me mataaaasss!

Entre los efluvios líquidos que manaban sin cesar de su chocho y mi abundante saliva, estábamos dejando el asiento embebido. En ese momento, con Marta al borde del orgasmo, recordé que tenía en su vagina el preservativo con la droga. La penetré con dos dedos, hurgando en su interior y sin dejar de lamerle su botoncito:

  • Aquí no hay nada, cielo.

  • ¡Ahhh! ¡Másss adentrooohhh! ¡Busca, buscahhh!

Le metí los otros dos ensanchándole la entrada como nunca antes había hecho. Aun así, no fue suficiente para que las puntas de mis dedos alcanzaran la profundidad deseada... Y ni rastro del preservativo.

  • Espera -le dije, dejándola en ascuas unos breves instantes.

  • ¡Ohhhh! Estaba a puntito... ¿Me vas a follar? Sí, ¿eh? ...

  • Sí... espera... No seas impaciente...

Busqué en su bolso el tubo de vaselina. Mis dedos toparon con lo que parecía un condón usado. Preferí no preguntar. Cogí el tubo y lo apliqué todito -me pareció que estaba lleno al salir de casa y ahora medio vacío... da igual- sobre mi mano, especialmente sobre los nudillos y volví a arrodillarme entre sus muslos. Marta seguía ofreciéndome su coño, abondonada a lo que fuera. Sin embargo preguntó:

  • ¿Ummm...Qué vas a hacerme?

  • Buscar la mercancia, querida -le contesté metiéndole los cinco dedos pegados por sus yemas hasta que los nudillos toparon contra la entrada de su vagina.

  • ¡Aaahhhh! No vas a poder... ¡Ahhhh!

  • Si puede la doctora Del Puente (su ginecóloga), también puedo yo, ¿no, querida? -iba moviendo la mano lentamente como si se tratara de un sacacorchos, avanzando milímetro a milímetro.

  • ¡Jjjjaaahhh! ¡Oooaaahhhh! Ellaaaa... tieneee... la mano más... aaaahhh... pequeñaaajjj...

  • Claro... Pero bien te gusta que la tortillera esa te explore el chochito con su manita... ¿no, cariño?

  • ¡Siiii...siii...SIIIIII!

Salvado el último obstáculo, mi mano entera se encontró alojada en su cavidad vaginal. Mis dedos palparon las paredes de su coño, se hundieron hasta topar con el fondo, con el útero, supongo... Y ahí no había nada. Sólo un océano de lava incandescente que me quemaba la mano.

  • ¡Estás como una puta cabra, Marta!

  • ¿No...jjjj... la encuen...gggg...trasss?

Marta se frotaba el clítoris con una violencia que raras veces se la había visto. Estaba gozando como nunca. Cerré los dedos y mi puño se transformó en un émbolo que se la folló hasta que corriéndose como una ninfómana, gritó:

  • ¡Me mataaaaaaaaaaaaaaaasssssssssssss! ¡Stop, stop, sto...agggggggggg!

Se quedó unos segundos en estado catatónico. Le saqué lentamente la mano de su coño. Curiosamente, a pesar de la excitación del momento, no me apetecía follármela. Sabía que se había quedado saciada para un buen rato. Yo mismo le puse las bragas -palpando lo húmedas que estaban- y el bermuda:

  • ¡Oh, Dios...Iván! ¿Qué me has hecho?

  • ¿Te gustó?

  • ¿Si me gustó? Me ha encantado, amor... Me he sentido tan llena... Sentía tan bien tu mano... ¡Tan profundo! ¡Dios, qué buenooo!

  • Y... ¿con la doctora sientes lo mismo?

  • Con Raquel... ¡uf! ... con la doctora Del Puente... Es menos bestia... Y ella se pone un guante de látex.

  • Bueno, dejémoslo...¿Y la mercancia? -buscó en su bolso y extrajo el preservativo con las dos tabletas de "chocolate" intactas en su interior.

  • Se lo daremos así, tal cual, ¿vale?... Y ahora, un porrito para celebrarlo.

  • ¡Como una puta cabra! Te lo digo yo.

Y Marta, tras tomarse el tiempo necesario para liarse otro petardo (pues, los gendarmes a pesar de todo el número se habían olvidado de confiscarle la chinita)  me contó lo que había sucedido, no sin antes advertirme que no me iba a gustar... Pero insistí:


"Me hizo pasar a un despachito. Me pidió que vaciara todo lo que tenía en los bolsillos y en el bolso. Vió el papel de liar y se mosqueó. Me preguntó si llevábamos droga. Le dije que no. Siguió husmeando hasta dar con la chinita de droga que estaba en el fondo del paquete de Fortuna. Sí, ya sé, debería haberla tirado, sí...pero no lo hice. Vale, déjame seguir contando...

  • Sabe que esto es un delito... ¿verdad? -con la "chinita" entre sus dedos.

  • No, no lo sabía... es muy poquita cosa... para nuestro consumo ocasional. -le contesté lo más seria que pude.

  • Poquita cosa... Sólo con esto le puede caer un año en Francia... -sentenció mirándome de arriba a abajo.

Siguió rebuscando y entonces se fijó en la caja de preservativos y en el tubito de lubrificante, ese que va tan bien cuando me tomas por detrás...Bueno, bueno, no te enfades...sigo. Pues se fijó en eso y le cambió la cara:

  • Voy a tener que registrarla, señorita.

  • Sí, hombre... y ¿qué más?

  • No discuta. No olvide que aquí la autoridad soy yo y que la he cogido ocultando una sustancia ilícita...

  • Ya, ya... Pero ¿no debería hacerlo un agente femenino?

Salió un momento enfurismado. Volvió al cabo de dos minutos. Cerró la puerta y giró la llave:

  • El agente "Brigitte" está ocupada. Levántese, por favor.

Aquello se estaba complicando. Lo sentía cada vez más encolerizado. Pero su mala leche tomaba un giro obsceno. Yo no tenía la cabeza muy clara, pero empecé a pensar que había sido mejor que la Brigitte esa no viniera. Y ya sabes porqué. Me levanté obediente. Me pidió que me desnudara. Protesté y me amenazó de malas maneras con llevarnos al cuartelillo y que lo íbamos a pasar muy mal. Pensé en ti, pensé en mí y en lo que llevaba dentro de mí... Y decidí colaborar...

Me saqué el suéter y me quedé un momento frente a él, con el sujetador puesto. Si hubieses visto cómo me miraba las tetas mientras palpaba la tela del suéter. No encontró nada, por supuesto. Pensaba que me iba a pedir que me sacara el sostén, pero no. Se puso detrás mío, me hizo levantar los brazos, me palpó los sobacos y soltó un reniego:

  • ¡Qué marrana! ¡Estás toda sudada! ¡Y peluda! ¡Qué asco!

  • Oiga, sin faltar... que vengo de currar todo el santo día...-le respondí y quise bajar los brazos, pero se negó:

  • Los brazos en alto... ¡Merde!

Y empezó a magrearme las tetas. Sí, por encima del sujetador...Me iba diciendo guarradas, medio en francés, medio en español...¿Qué? ¿Quieres saber qué me decía?...

  • ¿Qué escondes aquí, eh? -sacándomelas de su copa y pellizcándome los pezones. -¡Vaya par de "mamelles"! Un poco fofas pero bien llenas...-agarrándolas salvajemente, mientras me mordía el cuello y me tiraba del pelo. Mira, mira (Marta le muestra a Iván un par de chupetones bien marcados en su cuello).

Me desabrochó el sostén y sus manazas volvieron a sobarme por todas partes, siempre desde atrás y yo con los brazos levantados...En un momento dado, se paró y se volvió a sentar. Se puso a tocarse el paquete por encima del uniforme.

  • Sácate el resto -como vió que dudaba, insistió:-¿Eres sorda, gordita? (¡Maricón, mira que llamarme gordita!) ¡Vamos!

Me saqué los pantalones y me quedé en bragas. En ese momento me arrepentí de haberme puesto este tanguita. Aquel nazi me miraba el coño, la pelambrera que sobresalía del exigüo triángulo de tela negra, la mancha de humedad que envolvía mi vulvita...Me estaba entrando mucho miedo. Pánico. ¡No, cojones! ¡Gusto, no! No soy una puta, yo...

  • ¡Date la vuelta, vamos! -obedecí- ¡Qué culo que te gastas, "salope" (que en francés significa puta, como lo sabría más tarde)! ¡Allez! ¡Fuera el string!

Me giré hacia él, tapándome el pecho con los brazos. Me lo miré con todo el odio del mundo... ¿No me crees? ... Me mostró con la mirada las bragas... Me las saqué.

  • ¡Gorda y peluda! -exclamó, y volvió a repetir: -¡Une vraie salope! (una auténtica zorra)

Con el índice me hizo ademán para que me acercara. Una de sus manazas me agarró el vello del pubis y lo estiró hacia él. Grité.

  • ¡No grites, zorra! -gritó a su vez, hundiendo un dedo en mi pelambrera y exclamando: ¡Pero si estás chorreando!

Su dedo acarició mi clítoris. Me alarmé e hice un gesto brusco hacia atrás. Pero con la otra mano, agarrándome una nalga, me inmovilizó y atrajo de nuevo hacia él:

  • ¡Chut! ¡No hagas nada extraño, gordita! -y volvió a sobarme el coño hasta dar con el hilo del tampón. -¡Merrrde!

El pánico se había apoderado totalmente de mí. Aquel energúmeno podía de un momento al otro querer follárseme y descubrir el pastel. Pensé lo más rápido que pude y decidí atacar -la mejor defensa es el ataque, me dices tú siempre-:

  • Creo que podemos llegar a un acuerdo, usted y yo... -le dije arrodillándome entre sus piernas.

  • ¿Un acuerdo? - Se desabrochó la bragueta y se sacó la polla, blandiéndola ante mí: -Este es mi argumento... ¿Y el tuyo?

No, no me opuse, Iván. ¿Qué querías que hiciera? ¿Qué hubieras hecho tú en mi lugar? Bien te follaste a la señora Amalia, la del perro...¿Qué... que cómo la tiene? ¡Qué cabrón que eres, Iván! No insistas... Para... Valeeee... Pues sí, tenía una señora polla... Dura como el mármol, gruesa y larga como una porra... Ehh... Pues claro que se la mamé... ¿Qué querías que hiciera? ¿Que se la mordiera?

  • ¡Mon Dieuuuu! ¡Qué putaaa! -gimoteaba el armario- Un poco entre las "mamelles" ¡Así, así! ¡Mon Dieuuu! -le hice una buena cubana cruzando los dedos para que se me corriera enseguida. Pero el tio tenía mucho aguante.

  • ¡Sácate el tampón! ¡Quiero joderte este coño peludo que tienes!

  • No, por favor... Tengo la regla -intenté volver a chupársela pero cuando un gendarme tiene una idea en la cabeza no hay dios que se la saque.

  • No es un problema para mí. Pongo un condón. No sea que me pilles una enfermedad o algo peor...(su gramática española era muy aproximativa pero lo comprendía perfectamente)

De nuevo estaba yo entre la espada y la pared. Sí... eso hice... Vale... No vale la pena que te lo cuente, pues... ¿Sí? Tú eres un poco masoquista, nene...

  • ¿Qué le parece si le ofrezco esto? -me di la vuelta para que viera que le estaba ofreciendo mi otro agujerito.

No pongas esa cara, Iván... Tenía que actuar rápido: ese tio no se conformaba con una simple mamada, joder!

  • ¡Pónmelo, tú! -exclamó pasándome uno de los preservativos y agarrando el tubito de vaselina. -Así que la "cochonne veut se faire enculer" (la cerda quiere que le den por culo)... Bien, bien...

Se lo puse y le supliqué que me untara bien el ojete con la pomada:

  • No te preocupes, "cochonne"... -me dió un sonoro cachete en las nalgas-... Ya verás qué bien te lo pasas.

Me hizo dar la vuelta y apoyarme sobre la mesa. Entonces, me inyectó casi todo el tubo de vaselina en el ano y lo fue esparciendo con uno de sus dedos, metiéndolo y sacándolo. Cuando lo tuvo bien dilatadito, acercó la punta de su verga y la fue hundiendo paulatinamente. Me contuve de gritar pues no quería darle el placer añadido de verme sufrir... Hasta que la tuvo metida hasta el fondo y sentí como si me partiera en dos:

  • ¡Aaaarrrrgggg! -mi grito desgarrador fue interpretado como un grito de placer por el gendarme que se puso a bombearme el culo en un frenético mete y saca.

  • ¡Uau, uau, uau! ¡Me gusta tu culo, "cochonne"! -sacaba el cipote y me lo volvía a insertar - Je vais te faire jouir, salope! (voy a hacer que te corras, puta)"

  • ¿Y te corriste, Marta? -le pregunté timidamente, con miedo a obtener una respuesta afirmativa.

  • No... Pero le di lo que quería... Le ayudé a que él se corriera y así terminar con aquello... -Marta me puso la mano sobre el bulto que despuntaba bajo mi bragueta, comprobando lo dura que se me había puesto. Lo dura que la seguía teniendo...Ya me dolían los huevos de tanta jodida espera. Y añadió burlona:

  • Vaya, te pone cachondo que violen a tu esposa, ¿eh?

  • No te han violado. Te dejaste con pleno consentimiento...

  • ¿Eso piensas de mí? -agarrándome con fuerza el paquete- ... Esto te delata, coni... Estoy segura que te hubiera gustado verlo en directo...

  • Marta... comprende... -ya la tenía desabrochando mi bragueta y sacando el pájaro al aire libre.

  • ¿Sigo contando? -acariciándome el falo erecto hasta llegar a los huevos y extraerlos de los calzoncillos.

  • Sí, porfa... Quiero saberlo todo...

"- ¡Sí, sí... síiiii! ¡Me gusta, me gusta, me gustaaaaahhhh! -con su vaivén salvaje, iba sintiendo como el condón con la droga se iba desplazando cada vez más hacia afuera; desplacé una mano hacia mi coño y hundí en él dos dedos para remeterlo hasta el fondo: - ¡Ohhhh, Ahhhh, Ohhhh, Ahhhh! -fingí que me corria.

Empezó a resoplar como una morsa hasta que él sí que se corrió. Se dejó caer sobre mí, aplastándome las tetas sobre la máquina de escribir:

  • ¡Mon Dieu, qué bueno!

  • Me está aplastando, agente...

  • Pardon... -se levantó y con el gesto su polla salió de mi culo y éste, agradecido, liberó una sonora ventosidad. -¡Qué culo que tenéis las españolas! ¡Qué guarras que sois!

  • ¿Puedo vestirme ahora, agente? -pregunté agarrando mi ropa del suelo.

  • Soy capitán... Agente, no...Capitán -dijo cogiéndome del brazo- ...Primero, límpiame la polla...

Se sacó el preservativo, le hizo un nudo, me lo colocó frente a las narices para que viera como lo había llenado de lefa gavacha y lo metió en mi bolso. No podía contradecirlo... Ya no...

  • ¡Qué bien la mamas! -el cabrón la tenía aun medio empalmada y empapada de lefa. -¿Dupont, me recibes? (Oui, patron! se oyó por el walkie talkie) ¡Vente para acá! ¡Rápido! (Pourquoi, patron?) Tienes que tomar declaración a la señorita...

  • ¡Capitán...! ¿No pretenderá...?

  • ¡Tú sigue mamando! ¡Que lo haces muy bien!

Toc-toc-toc. El agente Dupont pedía permiso para entrar. El capitán Gomes (de origen portugués, como muchos franceses de aquella región) tuvo que ir a abrirle la puerta. Aproveché para levantarme pero no me dió tiempo a vestirme. Cuando el joven entró y me vió en pelotas se le pusieron unos ojos como platos soperos:

  • Aquí la señorita quiere enseñarte como la chupan las españolas... ¿no es cierto, "cochonne"?

Tanto el agente Dupont como yo misma permanecíamos inmóviles. El joven gendarme me miraba alucinado y en sus ojos se leía algo similar a la avidez pero sin que osara dar el paso. El capitán seguía con la polla al aire, bastante morcillona. Se acercó a mí y se puso a sobarme las tetas, como si pesara melones:

  • ¿Has visto que buenorra que està la zorrita? ¡Ven, carajo! ¡Tócalas!

  • Monsieur...Je...

  • ¡Ja, ja, ja! Nuestro duponcito se nos acaba de casar y va servido... ¡ja, ja, ja!

  • ¡Ayyy! ¡Me hace daño! -protesté ante el magreo bestial que le estaba procurando a mis tetas y a mis pezones.

  • No protestes, gordita... -y dirigiéndose a su subalterno: - Anda, aprovecha la ocasión... Tu Fabienne no tiene estas "mamelles"... y seguro que no "suce" (sucer=chupar) como esta gorda.

El agente Dupont terminó por bajarse la bragueta y sacar su trasto al aire. Como no estaba trempado, el capitán me invitó a que me la metiera entera en la boca y que le demostrara lo bien que la chupan las ibéricas. Me puse en cuclillas y ejecuté lo que se me pedía. No tardó nada en hinchársele en mi boca. Gomes me cogió una mano para que pajeara la suya al mismo tiempo. Dupont, con la vista levantada al cielo, iba temblando de gusto... Hasta que, en menos de dos minutos, sentí toda su leche caliente llenarme la boca...y...claro, me la tragué...Caray, Iván... que qué gusto tenía...que gusto va a tener...de Pastís, no te jode.

  • ¿Has visto cómo traga, la mamona? -exclamó el capitán. -¡Déjasela bien limpia! Y a ver si tu Fabienne aprende a mamártela como Dios manda.

El comentario no le hizo mucha gracia al joven gendarme que se levantó airado -yo que ya estaba con la lengua preparada-, se metió la polla en el pantalón y casi gritando espetó:

  • ¡Mi esposa no es una puta!

  • ¡Ja, ja, ja! ¡Todas las mujeres son unas putas, Dupont! ¡Ya te enterarás!"


  • ¿Y así terminó todo, Marta?

  • ¿Qué quieres más?

  • No sé... el capitán... lo estabas pajeando, ¿no?

  • Sí... Ya la tenía dura otra vez... Quería que se la chupara de nuevo...Quería metérmela de nuevo por el culo...Quería mostrarle a su subalterno lo hombre que era...

  • ¿Y...?

  • Sonó el teléfono. Al capitán le cambió la cara. Parece que les llamaban del puesto de aduanas de Le Perthus porque aparentemente un coche matriculado en Alemania había dado una media vuelta muy sospechosa al llegar al puesto y temían que quisiera cruzar la frontera por La Jonquera.

  • Vale, ahora lo entiendo... Sino, todavía estarían dándote por culo, ¿eh, querida?

  • ¡Qué cerdo eres, Iván! Tú hubieras hecho lo mismo o peor aún...

  • Con lo caliente que ibas al llegar a la frontera... Seguro que el gendarme tenía razón...

  • ¿En qué, conejito? ¿En lo de que estoy gorda...?

  • No, en eso no... Estás maciza, pero gorda, no...

  • ¿Entonces?

  • En lo de que te lo ibas a pasar en grande... No me pareces muy traumatizada...

  • Tú tampoco, coni... -volviendo a agarrarme la polla. -Además, conseguí engañarlos, ¿no?

  • Sí, claro...

La puerta del camión que teníamos al lado se abrió y un tipo con pinta patibularia y una camiseta blanca sin mangas bajó y se quedó de pie muy cerca de la ventanilla del Ford Fiesta... de mi ventanilla. Encendió un cigarrillo y levantó ambos brazos para desentumecerse. Tenía los bíceps cubiertos de tatuajes y parecía estar más cachas que el terminator ese, swchazejeje o algo así... Marta no me había soltado la polla ni un instante y no se dió cuenta de que aquel camionero tenía ahora, y a pesar de la poca luz que había, una excelente visión de mi verga en su mano.

  • ¡Para, Marta! ¡Tenemos compañía! -exclamé, a la vez que empezaba a reconocer al tipo. Era el mismo que antes había estado ligando con Marta.

Se inclinó totalmente sobre mí para poder ver de qué le estaba hablando, de tal manera que sus pechos quedaron sobre mi pantalón, aplastándome la verga. Levantó la cabeza en dirección del camionero y éste al verla se agachó un poco más:

  • ¡Hola! -exclamó risueña Marta, frotándome a conciencia sus tetas contra la polla.

  • ¡Hola! -respondió el camionero poniendo sus manos sobre la puerta e inclinándose hacia delante hasta casi meter la cabeza dentro del habitáculo.-¿Qué, parejita, pasando un buen rato?

  • ¡Es español! -exclamó Marta contenta como si eso fuera un motivo para alegrarse.

  • Navarro, para más señas... ¡Que no es lo mismo!

  • ¡Mmm! Y tanto que no es lo mismo... -Marta se dio cuenta de que su comentario me había herido, por lo que soltó una de sus risitas: -¡Uy, se me ha escapado!

El camionero navarro que pensaba que era sueco ni me miraba. Se le habían clavado las pupilas en el escote generoso de Marta... y en la punta de mi verga que sobresalía indiscrétamente. Estaba claro que a él le apetecía comprobar si lo que había bajo el suéter de mi esposa merecía quitarle un par de horas de sueño. Y estaba alarmantemente claro también, que Marta tenía ganas de pasarse por la piedra al "ytantoquenoeslomismo".

  • Me llamo Paco -dijo alargando la mano que Marta tomó antes que yo pudiera hacerlo.

  • Yo Marta -se estiró todavía más sobre mí, apoyó su mano izquierda sobre mi pierna y se enderezó hasta poder darle un par de besos, muy cerca de la boca. Aproveché la ocasión para esconderme la verga y le dije:

  • Iván -dije, ofreciéndole mi mano, que apretujó con tanta fuerza que pensé que me había roto un par de falanges.

  • Tengo café en un termo. ¿Os apetece?

  • No, gracias -respondí algo brusco. -Nos vamos. Nos están esperando unos amigos...Y aun nos quedan 400 kms por hacer... ¿verdad, Marta? ¿Marta?

Algo en su mirada me recordó nuestro primer encuentro, en su cama, comiéndose con los ojos la polla de mi amigo Esteban.

  • Es verdad, Paco. -terminó diciendo y se sentó de nuevo en su asiento.-

  • ¿Y no podéis hacerles una llamada? Aquí hay una cabina...

  • No insistas... Llevamos ya mucho retraso. -mi tono no ofrecía dudas de mi estado de enfado.

  • Yo un café, no... pero a una cervecita bien fresca, no le diría que no. -Marta con una sonrisa de lo más sugestiva.

Me la miré con cara de Clint Eastwood, negando con una mueca elocuente, pero ella me respondió poniendo los labios besucones, ladeando la cabeza como para decir "venga, va!". Paco dio la vuelta por delante al coche y se asomó por la otra ventanilla:

  • Tengo lo que te hace falta, monada. Tengo una nevera en la cabina. ¿Vamos? -y riendo a carcajada limpia, subrayó: -¡Y para ti también, hombre! No pongas esa cara, que no me la voy a comer.

  • ¿Y la llamada? -le pregunté a Marta que ya iba saliendo del coche.

  • Luego, amor... Vamos a refrescarnos...

  • Sí, claro...

Fue todo bastante rápido. Paco abrió la puerta de su camión y nos invitó a subir. Subí primero yo, con alguna dificultad pues el acceso a la cabina requería levantar medio metro la pierna para alzarse sobre el escalón abatible. A continuación, Marta lo intentó pero le entró la risa y no lo conseguía. Paco, amablemente, la cogió por la cintura, la alzó un poco y terminó la maniobra metiéndole mano en las nalgas de manera más que descarada. Y me pareció que a ella le encantaba pues le costó más de lo normal izarse hasta el asiento.

Paco nos pidió que nos pusieramos cómodos. Descorrimos una cortina que había detrás de los asientos y apareció ante nosotros una litera de más de un metro de ancha. Joder, pensé, a la cama directos.

  • ¡Qué bien que te lo tienes montado! -exclamó Marta, sacándose las sandalias y sentándose a lo yoga sobre el colchón.

  • Es un camión americano... Es más ancho que los europeos...-comentó orgulloso el camionero cachas.

  • Hace mucho calor aquí -dije para distraer la atención- ...podríamos tomarlas fuera...

Paco, sin prestar atención a mi comentario, sacó tres latas de cerveza y nos pasó dos a nosotros. El se quedó sentado en el asiento del copiloto. Me estaba entrando la desagradable sensación de que yo estorbaba.

  • ¿Estás casado? -pregunté

  • Sí... Hace 25 años. Me casé con 20... Y tengo tres hijos...¿Y vosotros?

  • Nos casamos hace cuatro y medio. -dijo Marta- No tenemos hijos y yo voy a cumplir los treinta el mes que viene. -dio un sorbo a la cerveza y se la pasó por el cuello bajándola contra su piel hasta el inicio de sus tetas. -¡Qué fresquita!

A pesar de que Paco había bajado las ventanillas, hacía un calor sofocante, bochornoso. Notaba como el sudor me empapaba el polo Lacoste que llevaba:

  • ¡Qué calor! -dije.

  • Sácate el polo, tonto... Ponte fresco, ¿no, Paco?

  • Claro... Haz como si estuvieras en tu casa -respondió él. -Y tú también, Marta... ¡Ponte cómoda!

Marta no se cortó. Primero me ayudó a sacarme el polo a pesar de que yo le iba diciendo que no. Me avergoncé de mi propio cuerpo, raquítico y enclenque al lado de aquel mister músculo. Marta captó mi malestar y me hizo una mueca que significaba "no te preocupes, Iván, yo te quiero a ti". A continuación, se sacó el suéter ella. El camionero la observaba con suma atención:

  • ¡Anda, la ostia! ¡No te afeitas los sobacos! ¡Como mi Mari!

  • ¿Te gusta? -pregunté Marta levantando de nuevo los brazos para que se pudieran apreciar sus dos matas de vello negruzco. Y mirándome desdeñosa añadió: -A mi Iván, no le gusta nada... El quisiera que me depilara todita... ¿eh, cariño?

No contesté. Paco tampoco dijo nada. Sólo se la comía con los ojos. Entonces Marta rompió el silencio dándose unas palmadas en el vientre -porque algo de vientre siempre ha tenido-... Y poniendo cara de traviesilla dijo:

  • ¡No miréis, que estoy muy gorda! -bebió de nuevo, sacando pecho...- ¡Uy, se ha terminado!

  • ¡Estás muy buena, Marta! -Paco le puso una mano sobre el vientre, acariciándoselo. - Muy buena, de verdad. ¿Quieres otra cerveza? -y siguió manipulando los asientos.

  • ¿No tienes algo más...fuerte? -ahora, cambiando de tema: - ¿Te importa si me quito los pantalones? Es que me aprietan un montón la barriga...

Qué le iba a importar, al contrario. Marta le estaba poniendo las cosas en bandeja de plata.

  • Claro que no me importa... Mira, yo también voy a quitármelos... -hizo el gesto de desabrocharse la bragueta pero se echó a reir. - Tequila... tengo tequila.

Mi mujer se bajó el bermuda sin levantarse. La posición no le permitió evitar que el tanga bajara al mismo tiempo que los pantalones. El camionero, en plan oficial y caballero, se apresuró a ofrecerle sus servicios. Marta, sin ningún pudor, le dejó ayudarle a sacárselo, entre risas y más risas, subiéndose al mismo momento el tanga y dejarlo, por ahora, en su lugar inicial:

  • Donde hay pelo, hay alegría, ¿eh, princesa? -soltó el trobador navarro.

Paco terminó su instalación con los asientos. Los avanzó tanto como pudo y plegó los respaldos. Sacó una botella de tequila y nos la fuimos pasando, bebiendo a morro. Paco se había sentado frente a Marta y hablaba por los codos, contando mil anécdotas de sus viajes por toda Europa. Cada dos por tres, puntuaba sus frases poniendo sus manos, una o las dos, sobre las rodillas de Marta. Lejos de molestarla, ella daba muestras de estar cada vez más cerca de pasar a otra cosa. Ella también se lo comía con los ojos.

Marta propuso de hacerse un petardo. Paco no fumaba pero no se opuso, incluso dijo que le daría una caladita. Hubo unos instantes de silencio mientras ella manipulaba habilmente el papel de liar, el tabaco y el resto de chocolate que le quedaba. Mientras lo hacía, Paco se sacó la samarreta. Marta le echó una ojeada, embelesada y silbó complacida. Yo me fui apartando poco a poco. Me saqué los pantalones y me quedé en calzoncillos apoyado contra la pared opuesta a la que estaba apoyada ella...Se podía palpar la excitación creciente entre ellos dos...Entre ellos dos. La mía, seguía allí, como el llanero solitario.

Marta encendió el porro, aspiró una larga calada y dio una palmada al colchón para indicarle a Paco que podía sentarse a su lado. Antes de hacerlo, apagó una de las dos luces que estaban encendidas, la del parabrisas y dejó la pequeña de la litera con su luz amarillenta... Paco se sentó pegado a los pies de Marta y ésta levantó las piernas y las deposito sobre las suyas. El no tardó nada en rodearla con uno de aquellos biceps, triceps, cuadriceps, y otra manaza sobre sus muslos. Ella dio una nueva calada y se lo pasó a él. Yo me había quedado con la botella y no paraba de echar traguitos... Marta me miró a los ojos y moviendo los dedos de los pies me pidió:

  • Hazme "guilis", cielo

A Marta le encantaba que le masajeara, cosquilleara, chupara, lamiera... lo que fuera los pies. La ponía muy acaramelada. Salvo que en ese momento estaba en brazos de terminator de navarra. Muy acaramelada...

  • No, cielo. Mejor os dejo solos. Te espero en el coche. -dije buscando mis pantalones para ponermelos de nuevo.

A pesar de ir medio borracho, mis ojos no me engañaban: una mano de camionero estaba sopesando la teta izquierda de Marta y una segunda mano, del mismo camionero, se adentraba entre sus muslos que ella abría complacida.

  • Porfa, cariño... Quédate...Ya sabes que me gusta mucho...

  • Sí, quédate... -repitió Paco, cuya manaza se había colado bajo las bragas de Marta. -Tu mujer está mojadísima, amigo...

  • Ya... Pues a disfrutarlo... Yo me voy... -concluí tristemente.

  • ¡Cielo, quédate! Lo vamos a pasar muy bien... ¡Estoy segura!

Me quedé, por supuesto. Convencido de que íbamos a hacer algo de lo que quizás nos arrepintieramos. O tal vez no. Y me dispuse a masajearle los pies; mi silencio como signo de consentimiento...

Como entrante, Paco y Marta se dieron un morreo de película. Veía sus lenguas entrelazarse, desaparecer y reaparecer en sus bocas. Sabía que en alguna ocasión, saliendo con las amigas, se había enrollado con algún tío...Ella me lo explicaba todo y en general no pasaba de pegarse un buen lote... Y, tras contármelo, teníamos una sesión de sexo de lo más pornográfica... Pero nunca la había visto en acción. Estaba descubriendo a mi mujer. Una mujer que en el espacio de dos horas había sido sodomizada por un gendarme, se había comido la polla de otro, se lo había montado para que la follara con la mano, se había corrido como una marrana...Y ahora, estaba lista para ser jodida por un individuo que acababa de conocer... Con el cornudo de su marido como simple espectador... ¡Me cago en la puta madre que la parió!

Dejé estar sus pies y fui subiendo mis caricias por sus pantorrillas y por el cálido interior de sus muslos. Seguían besándose... y tocándose. Marta le arañaba las tetillas con los dedos de una mano y con la otra le iba acariciando todo músculo que encontraba a su paso. Marta levantó el trasero y comprendí que quería liberarse del tanga. Se lo bajé y pudo espatarrarse. La mano del camionero le trabajaba magistralmente el coño, con dos o tres dedos bien metidos. Con la otra seguía magreándole las tetas que ya aparecían fuera de las copas del sujetador.

  • ¡Ammmm! ¡Qué delicia! ¡Mmmmm! -jadeaba mi esposa, empapada de sudor, tomándose un respiro y volviendo a darle lengua a su nuevo amante.

Me hice a un lado, doblé las piernas y apoyé los codos sobre las rodillas. A pesar de mi estado de confusión, seguía alucinado ante el espectáculo ofrecido. Y tremendamente excitado. Quien no haya visto a su pareja gozar en brazos de otro hombre, no puede comprender la brutalidad de las sensaciones que le inundan a uno... Y aquello que veía, sólo era un principio.

Marta se llevó las manos a la espalda y se desabrochó el sujetador dejándolo caer lentamente hacia abajo. Sus tetas se desplomaron por su propio peso y Paco Terminator no tardó en beber de sus pezones, agarrándoselas con ambas manos como si fueran botijos.

  • ¡Qué bien me las mamas! ¡Mmm, qué biennn! -gemía mi adorable esposa acariciándo su pelo y llevando lentamente su cabeza hacia latitudes más tropicales.

Entonces, Paco se levantó y pudimos ver como su calzón escondía una tremenda erección. No le dio tiempo a bajarse los pantalones porque Marta lo hizo por él.

  • ¡Guauuu! -soltó efusiva mi mujer- ¡Qué hermosura! ¡Ven, Iván, acércate!

Paco se inclinó hacia delante y corrió la cortina de la cabina hasta donde le llegó el brazo. Marta se puso en cuclillas a su lado quedándole la cara a medio palmo de su miembro. No me hacia falta acercarme para comprender la exclamación admirativa de mi esposa. Aquello que el navarro se gastaba no era una polla, era una cimitarra. Como las espadas de los moros, su miembro describía una parábola convexa, mirando su prepucio descubierto hacia el techo de la cabina. En ese momento pensé que Marta, unicamente imaginándose penetrada por aquel pedazo de carne, triplicó la lubrificación de su vagina. Lo que no podía imaginarme era el giro que iban a tomar las cosas...

  • ¡Qué hermosura! -repitió extasiada. La asió fuerte por la base y la zarandeó. -¡Dios, qué dura está! ¡Ven, Iván! ¡Tócala!

Mis oídos no daban crédito a lo que me estaba diciendo. Me quedé boquiabierto, indignado. Sin embargo, Paco me sorprendió mirándome con una sonrisa amistosa y diciendo ahogando una carcajada:

  • ¡Marta es nuestra reina. Sus deseos son órdenes!

  • Cielo... ¡Ven! -cuanto vicio en su voz, cuanta lascivia en su mirada.

Me acerqué. Me arrodillé junto a mi esposa. Busqué en sus ojos algo que me hiciera despertar de lo que me parecía una pesadilla. Pero sólo encontré deseo... Me tomó la mano e hizo que agarrara la polla de Paco. La apreté con todas mis fuerzas. ¡Santo Dios! Estaba caliente y dura como un hierro candente. Me miré a Marta y descubrí gratitud en sus ojos. Mi mujer quería que compartiera con ella el placer de aquel encuentro. Me besó apasionadamente y en su boca me pareció descubrir el sabor de otra boca, la del camionero.

  • ¡Hey, no os olvidéis de mí! -exclamó Paco.

Lo que vino a continuación os lo contaré muy pronto. Prometido.

Continuará...