500 orgasmos (Marta y el sexo 2)

Buf! Qué calor leyendo vuestros comentarios. Mil gracias. Aquí tenéis la continuación de las andanzas de Iván, Marta, Bea... Y una pequeña presentación de los personajes principales para ir calentando motores.

500 orgasmos (Marta y el sexo. 2)

Hola, soy Sandra. Acabo de regresar de Barcelona después de haber pasado tres semanas maravillosas con mi hijita Fanny. Como estaba previsto, volví a encontrarme con Iván. Y como él lo había previsto, fue en su casa y en compañía de su adorable mujer, Marta y de un invitado sorpresa, Esteban. Lo que sucedió aquellas horas que pasamos juntos os lo contaré en el próximo capítulo pues merece ser explicado con tranquilidad y detenimiento. Dicho de otra manera, todavía me estoy recuperando del maremoto de sensaciones que tuve la ocasión de vivir... ¡y gozar!

Me ha parecido acertado hacer una presentación de los personajes principales de esta nueva serie de relatos. Principalmente para todos aquellos que me lean por primera vez. Así que empiezo por una servidora, como autora (y os invito a leer, si no lo habéis hecho ya, mis series: La fiesta, La orgía, El cortijo, La boda y El internado) y después las diferentes personas que van apareciendo en los capítulos de 500 orgasmos. Vamos allá:

Sandra. Sandra Menéndez (nombre de guerra: Sandralove). 35 años. 1.65 m. de alto por 50 kilos de peso. Complexión delgada (talla de sujetador: 85A -85C durante el embarazo, 85B actualmente; talla de pantalón: 36-38 ). Rubia (actualmente, pelo corto, ligeramente ondulado). Ojos azules. Casada y divorciada (Carlos) y vuelta a casar (Stéphane). Una hija de 10 meses, Fanny. Mi marido dice que con el embarazo y lo que vino después estoy mucho más guapa y que se me ha puesto un culo para perder la razón. ¡Qué mono que es!

Soy una mujer muy ardiente, sin tabúes; generosa en el amor y en el sexo. Soy esencialmente heterosexual pero no me importa hacerlo, si se tercia, con una buena hembra. He practicado (una docena de veces, más o menos) la zoofilia, felación y penetración, con perros (pastor alemán, gran danés y dogo) y sólo la felación con un burro y un caballo francés. No me dice nada todo lo que es SM, BDSM ni la escatología. Sin embargo, encuentro muy excitante una buena "lluvia dorada".

A pesar de preferir conocer bien a mis "partenaires", abandonarse a una multitud de desconocidos en una orgía o en un "gang bang"  improvisados, es una de las experiencias más excitantes que pueda una realizar en esta vida. Palabra de Sandrita.

Marta. 55 años. Morena, pelo lacio, castaño, media melena. Yo la encuentro muy guapa, siempre sonriente y muy agradable. 1.58 m. de alto. 55 kilos (o más, pero muy bien puestos). Regordita. Talla de sujetador: 95 F (o más, porque si se las vierais os saldrían los ojos de las cuencas). Un culo impresionante, con algo de celulitis, pero que con los años ha sabido poner en valor, al igual que sus pechos, vistiéndose de manera provocativa (escotes generosos, pantalones negros muy ceñidos) pero en ningún caso ordinaria.

Madre de dos hijos (Vicente y Julián, de 25 y 24 años respectivamente). Esposa fiel (ya no tanto, ultimamente) y enamorada (eso sí, como pude constatarlo).

A pesar de los comentarios negativos de Iván, su marido, a propósito de su pérdida de apetito sexual, sigo teniendo la impresión de que Marta es una de las mujeres más calientes que jamás haya conocido. Además, es inteligente, culta, con un gran sentido del humor y de una gran generosidad. ¡Me gusta esta mujer!

Iván. 53 años. Profesor de Psicología Evolutiva (hoy catedrático; y todo gracias a su mujer, aunque él no lo admita). 1.78m por 70 kilos de peso. Pelo castaño claro, muy poco velludo. Guapo u con una sonrisa que te deshace todas las barreras. Complexión delgada (para mi gusto, está como un tren... ¡Y folla como los ángeles!). Con los años, se ha ido volviendo cada vez más obseso y vicioso. Aunque conmigo se ha comportado siempre como un auténtico gentleman.

Beatriz (Bea). La hermana de Marta. Hoy tiene 65 años y es viuda. De momento, sólo la conozco por lo que Iván me ha contado y por una larga serie de fotos que me envió hace unos meses. No se parece en nada a su hermana (bueno, sí, tienen unos rasgos parecidos). Bea es más alta, más esbelta...un cuerpazo de auténtico figurín. Se casó muy joven, tuvo dos hijos y permaneció siempre al lado de su marido, siéndole fiel espiritualmente...sólo espiritualmente. Dice Iván que Bea le confesó que a lo largo de su vida había tenido más de 200 amantes, muchos de ellos compartidos con su marido. Una máquina de follar. Y siempre con mucha clase.

Robert. El marido banquero de Bea. Un apasionado de la literatura y el buen vivir. Bisexual confirmado. Me recuerda mucho a mi Carlos (mi primer marido), abierto a toda práctica sexual y con tendencias masoquistas. Pero un hombre encantador, parece. Físicamente era de complexión fuerte, algo entrado en carnes, de ahí que su Beíta le apodara "porky" en la intimidad. El la amaba con locura, cierto, pero en más de una ocasión la utilizó (con su consentimiento tácito) como moneda de cambio en oscuras transacciones bancarias con magnates de todo el mundo, principalmente árabes y asiáticos.

Esteban. El amigo del alma de Iván. Amigos desde la adolescencia, sus caminos bifurcaron a partir del día en que conocieron a Bea y Marta. Poco tiempo después, Esteban conoció a Conchita y se casaron. Pero duró poco. Esteban ha ido coleccionando mujeres sin que ninguna le durara demasiado. Ahora me ha conocido a mí y se ha encaprichado tontamente (incluso dice que va a venir a verme). Tiene un cuerpo muy atlético para sus años; el cabrón se cuida mucho. Y una polla que más de un negro envidiaría. Me pareció captar que en los últimos años se cepilla a Marta regularmente. ¡Buen provecho, amiga!

Elena. La amante esclava de Iván. La que según él tuvo 500 orgasmos en un año de relación. No sé si voy a conocerla, ni si me atrae esa idea. Pero la verdad es que Iván consiguió en poco tiempo transformar a una chica insignificante, tímida y retraída en un ser depravado y lujurioso hasta límites insospechados. He visto algunas fotos de Elena antes y después de la metamorfosis. No parece la misma persona. Pero prefiero que lo descubráis en los capítulos venideros.

Venga. Y ahora, a seguir con la historia de Iván, Marta, Bea y lo que vaya saliendo (tengo material para llenar un disco duro):

Marta y el sexo (segunda parte) (leer al menos el final del capítulo anterior, para situaros un poco, digo)

Entré en el baño, cerré la puerta y encendí la luz. Mi cara en el espejo reflejaba las pocas horas que había dormido. Sin embargo, tenía una sonrisa de payaso alegre y una erección de campeonato. Me toqué complacido. Intenté mear en la taza pero me salían chorrillos en todas direcciones así que oriné en el lavabo, como lo hacía en casa de mis padres; ahora ésta iba a ser mi casa. Aliviada mi bufeta, me dispuse a tomar un baño. Puse el tapón y abrí el grifo del agua caliente. Fui a la cocina, abrí la nevera y me serví un gran vaso de zumo de naranja que me bebí de un trago. Tenía una sed de resaca.

Volví al baño pero antes me acerqué a la cama. Marta dormía profundamente, con la cara hundida en la almohada. Levanté la colcha por el lateral hasta dejar al descubierto sus piernas. La luz del cuarto de baño me permitía apreciar sus pantorrillas de campesina gallega, sus pequeños pies de deditos regordetes... La destapé un poco más hasta poder llegar a ver su trasero. Hizo un ligero movimiento sin despertarse, doblando una de las piernas, ladeándose un poco. Me llegó a las narices un fuerte olor de sexo femenino, sucio pero extremadamente excitante. Acerqué la nariz a su raja y aspiré profundamente aquellos efluvios afrodisíacos. Marta no tenía ningún problema de lubrificación vaginal, siempre estaba húmeda y abierta. Su vulva tenía unos labios menores muy finos y pequeños y unos mayores poco voluminosos, lo que hacía que su raja estuviera siempre entreabierta, aunque escondida bajo su frondoso matorral. Se la lamí un poquito. Me encantaba ese gusto salado, algo ácido y un pelín amargo de su caldito íntimo. Parecía que le gustaba, así que seguí con mis lengüetazos hasta que me fui concentrando en su clítoris:

  • Hummm... Déjame dormir un poquito más... -refunfuñó medio dormida.

  • Vaya, pensaba que te gustaba...

  • Mucho, amor... mucho... Pero ahora quiero dormir... Más tarde...

La dejé tranquila. Volví al baño, cerré la puerta y me senté en el váter. Con el zumo de naranja me habían entrado unas ganas enormes de ir de vientre. Me alivié y acto seguido me metí en la bañera. Y me puse a pensar en Bea...

"Sólo la había visto un par de veces desde el día en que nos conocimos. Una, yendo de compras con las dos y en la que gracias a ella Marta se compró el vestido que llevaba esta noche y las botas de caña. Y algo de lencería fina, que ya le hacía falta.

Bea estaba casada con un hombre mayor que ella, banquero de profesión, que se ganaba muy bien la vida, con lo que ella dejó de trabajar para dedicarse exclusivamente a su marido, la casa y a los dos niños que le dió. El ritmo de vida que llevaba Bea no tenía nada que ver con el de Marta. Eso lo comprendí enseguida cuando se metieron en una tienda de lencería de lujo del Paseo de Gracia. Cuando hice ademán de quedarme fuera esperándolas fumando tranquilamente un cigarrillo, Bea me cogió de la mano:

  • Entra con nosotras, tonto. Quiero que me des tu opinión de hombre.

Me miré a Marta que hizo un gesto con los hombros bien elocuente y que significaba que a ella le daba igual. Fue un auténtico suplicio lo que viví ahí dentro... Pero terminó bien, vaya si terminó bien...

Si Marta tenía ese lado provocativo y un tanto libertino, lo de Bea era puro sadismo. Para empezar, Bea conocía muy bien a la patrona de la "boutique" -una madame entradita en años pero con mucha clase- y como era una muy buena clienta, las dejó tranquilas en los probadores, con un montón de lencería para probarse:

  • Cómo no, señora Riudor -le dijo con aires serviles- Tómese todo el tiempo que necesite... Esta es su casa, señora.

Me hicieron acompañarlas, me sentaron en un mullido sofá a la entrada de las cabinas y se metieron las dos en una de ellas. Marta refunfuñaba pues no quería probarse nada pero su hermana insistió tanto, "ya va siendo hora que renueves tu vestuario íntimo, sister" le repetía sin cesar. "¿No es verdad, Iván, que la niña está un poco pasada de moda?... Yo sonreía tontamente y Marta me miraba con una pizca de severidad...Pero acabó aceptando. Y comenzó el desfile, sólo para mis ojos:

  • ¿Qué te parece "cuñado"? -Bea se plantó ante mí con un conjunto de satén rosa pálido y se puso a desfilar sobre sus zapatos de tacón de aguja balanceando las caderas lascívamente. -¿Crees que le gustará a mi "rockefeller"? -preguntó dándose media vuelta y dejándome el culo sedoso a un palmo de mis narices.

  • Me... Me... parece que... que sí -acerté a decir más atontado que Carlos IV.

  • Toca la tela, Iván... ¿Has visto alguna vez algo más suave? -le acaricié las nalgas por encima de aquel calzón sedoso.

  • No, nunca...

Y entonces, se apartaba riendo para meterse de nuevo en la cabina, dejándome bien calentito. Marta seguía en el probador, sacando la cabeza de vez en cuando, guiñándome un ojo, o enseñándome una pierna. El bulto de mi paquete se hacía cada vez más evidente.

Bea volvió a salir tres veces más, repitiendo su numerito de "Mata-Hari". Cada vez me pedía que comprobara la calidad de la tela, dejando que le metiera mano tranquilamente, para acto seguido preguntarme qué pensaba y si le quedaba bien. La última vez le dije sin tapujos mientras se dejaba acariciar las tetas:

  • Me gustas más desnuda, Bea.

  • Ya lo veo, cuñado... -dijo risueña. Se inclinó hacia adelante y puso una de sus manos sobre mi paquete apretándolo con delicadeza. Eres un sol. -se dió media vuelta, me meneó el trasero y concluyó: Ahora verás a tu Martita...

La siguiente en salir, pues,  fue Marta. Tímidamente salió de la cabina, descalza... Se había probado un sujetador negro transparente que le aprisionaba y levantaba las tetas de tal manera que parecía que le iban a salir disparadas. Y llevaba las bragas de conjunto... Unas diminutas bragas de seda negra igual de transparentes que el sostén, y de las que sobresalían a ambos lados los pelillos negros de su matorral indómito. Desde la puerta de la cabina, Bea la instaba a que se contorneara como ella lo había hecho. Pero a Marta no le iba este tipo de demostraciones cabareteras. Caminó lentamente hacía mí y cuando la tuve a medio metro la observé con detenimiento.

  • ¿Te gusto así? -me preguntó. Alargué una mano y le pasé un dedo por el canalillo de sus tetas. Me fijé que tenía el vello de los brazos erizado y los pezones erguidos.

  • Mucho. ¿Tienes frío? -pregunté a la vez que le pellizcaba la punta de uno de sus senos.

  • No... Estoy excitada... ¡Tócame! -separó un poco las piernas y metí la mano entre sus muslos. Parte de la tela de la braga se había insertado en su vulva. Con el dedo mayor comprobé que estaba empapada.

  • Marta, por Dios... ¡Cómo estás!

  • Caliente... ¡Como tú! -exclamó repitiendo el mismo gesto que su hermana (agarrarme el paquete) pero a lo bruto. -¿Follamos?

En esas, Bea salió de la cabina, vestida y se vino rauda a nosotros.

  • ¡Huy, huy, huy! Cómo está el patio... ¿Qué? ¿Te quedas el conjunto?

  • No sé... Es muy caro...

  • ¡No te preocupes por eso, te he dicho! ¡Paga "rockefeller"! Además... je, je, je... ya lo has "usado".

  • Bueno...Pero... No sé cómo puedes llevar estas bragas, Bea... - se giró completamente para mostrarme la parte de atrás. Sólo se veía culo, el hilo del tanga perdido entre sus nalgas.

  • ¡Uauh, me encantan! -exclamé dándole una sonora palmada en uno de sus enormes cachetes. - ¡Ideal para darte unos buenos azotes!

Marta se fue caminando deprisa hasta la cabina y me quedé fascinado viendo sus carnes rollizas y trémulas.

  • ¿Vienes, conejito? - me lanzó sin girarse. Me levanté raudo.

  • Ni hablar, sister... Este se viene conmigo...-cogiéndome por la muñeca- ¡Ya jugaréis a papás y mamás más tarde!

  • ¡Vaaa... hermanitaaa! -Marta desde el probador, sacándose las bragas. - ¡Un kiki rápido! ¡Porfa, porfa, porfa!

  • ¡Ay, esta juventud! -Bea comprobando la turgencia de mi polla por encima del pantalón. -¡Anda, ves! Yo me quedo en la puerta por si viene la "madame".

Entré en la cabina y Marta me agarró por el cinturón, atrayéndome hacia ella con fuerza, desabrochándome los pantalones y tirando de ellos, calzoncillos incluidos, hacia abajo. Me sentó de un empujón en el taburete forrado de terciopelo y sin más preámbulos se empaló sobre mí:

  • ¡Sííí... Sííí! ¡Qué ganas teníaaa, conejiiitoooo! -gritó moviendo sus caderas como una batidora. Una de las tetas se le había medio salido de la copa y el pezón rojizo e hinchado aparecía tentador ante mi vista. Se lo mordí con ganas. -¡Sííí...Asííí...Fuerteee!

  • ¡Diosss, Martaaa! ¡Qué caliente estásss! ¡Se me está fundiendo la pollaaa!

Desde el otro lado de la puerta del probador, Bea montaba guardia. Al oir el griterio que estaba armando su hermanita, metió la cabeza dentro, me miró a la cara, me guiñó un ojo, echó un vistazo al culazo de Marta que se estremecía como un tocinillo de cielo gigante y exclamó:

-  ¡Niños! ¡Un poco de decoro! ¡Que se me va al carajo la reputación!

Y me corrí. Muy a gusto, mirando fíjamente a Bea como si fuera en ella que descargara mi ración de esperma. Y Bea mordiéndose el labio inferior, muy seria, muy callada, perforándome el espíritu con su mirada abrasadora.

  • ¡Póntela! -le soltó Bea a su hermana acercándole la braguita negra. -Mira de no manchar el suelo...

  • ¡Va ser difícil! ¡Ji, ji, ji! -se levantó poniendo rápidamente una mano en su entrepierna, a manera de compresa. -¡Este chiquillo suelta una de leche que no veas!

Yo seguía sentado, con los pantalones en los tobillos y la verga goteando. Me las miraba a las dos, feliz como un niño con zapatos nuevos. Marta se puso las bragas y antes de terminar de subírselas le mostró a su hermana el charco de lefa blanca que mancillaba la fina tela negra:

  • ¿Lo ves, Bea? -se las acabó de subir y por ambos lados rebosaron hilillos de semen que le mojaron los muslos. -¡Una pasada, este tío!

  • Ya veo... -y mirándome la polla descarádamente: - ¿Qué esperas, Iván? ¿Que te la limpie con la boca?

"Limpie", pensé, ¿tú? ¿Por qué no? Pero Marta intervino mientras se ponía los pantalones:

  • Anda, bichito... Vístete que ya la hemos calentado bastante a mi hermanita... ¿Eh, síster?

Así fue la primera vez (primera sin contar la primera, digo). Un calentamiento de cojones, un morbo para ir de cabeza al infierno y una buena follada con Marta en los probadores de una de las tiendas más "fisnas" de la ciudad condal. Un hombre feliz, eso es lo que era yo.

La segunda vez fue en casa de Bea. Nos invitaron a cenar, a mí y a Marta, cuestión de hacer oficial nuestro "noviazgo". Los niños estaban con los abuelos paternos puesto que el padre de Marta y Bea había fallecido tres años atrás y su madre se había quedado en Lugo, donde seguía trabajando en una pequeña mercería.

Fue una cena muy agradable. Robert Riudor, el marido de Bea, tenía por entonces unos 40 años y aunque era muy sociable, amable y todo lo que tú quieras, no dejó de sorprenderme de verlo con una mujer tan guapa y tan "erótica" pues la naturaleza, a él, no le había agraciado demasiado, que pudiera decirse: calvo, feucho, un poco barrigón... Eso sí, impecablemente vestido, traje y corbata italianos y unos modales exquisitos...

Me pasé buena parte de la cena preguntándome qué le habría visto Bea para "enamorarse" de ese hombre, para acostarse con él, para follar con él... A eso de la medianoche, me puse a ayudar a Bea a sacar la mesa. Robert y Marta se quedaron charlando en el sofá. Robert era un buen lector y parecía que sintiera mucha admiración por Marta, recién licenciada en Filología Hispánica y, a su vez, devoradora de libros. En la cocina, Bea me interpeló:

  • Sé lo que estás pensando, Iván...

  • Vaya... ¿y qué estoy pensando, si puede saberse?

Estábamos junto al salpicadero doble lavando los platos, muy juntos. Yo los enjabonaba y ella los enjuagaba. Nuestras caderas se rozaban y nuestras manos se encontraban cada dos por tres.

  • Estás pensando que me he casado con Robert por el dinero... ¿me equivoco?

  • No me atrevería a llegar hasta ahí... pero, me sorprende, sí...No sé... Perdona. Estoy juzgando sin conocerlo...

  • Eso me parece. Miras sólo el físico. Pero es un hombre inteligente, dulce y atento... Atractivo a mis ojos. Y, además... ¡tiene pasta!

  • Y...

Me cogió las manos entre las suyas y me miró fijamente.

  • ¿Quieres saber cómo es en la cama? ¿Si me hace el amor cómo me merezco? -joder, qué ganas de tirármela ahí mismo, contra el salpicadero, mientras los otros dos hablaban del Salón del Libro.

  • Pues sí. Siento curiosidad.-me pegué a ella para que sintiera lo mucho que me gustaba. Se dió cuenta, hizo una mueca divertida y se separó un poco:

  • ¿Sabes? Sólo tenéis que quedaros a dormir aquí, esta noche, y tendrás la respuesta.

Cuando Bea propuso a Marta que nos quedáramos a pasar la noche, vi en el rostro de Robert un breve centelleo de malicia. Marta protestó pero no sirvió de nada pues Robert se levantó y dirigiéndose a mí me pidió que lo acompañara a la habitación de los invitados para hacer con él las camas. Pasamos junto a la habitación de matrimonio. La luz estaba encendida, la puerta abierta. No pude evitar echar un vistazo dentro. Me llamaron la atención dos cosas. La primera, las dimensiones de la cama, enormes, y la segunda, los dos armarios a ambos lados del lecho con las puertas acristaladas... Me entró un sofoco sólo con imaginar a Bea cabalgando a su "rockefeller" y mirándose por todos los ángulos. Uf.

Nuestra habitación era más discreta. Con dos camas. Cuando fuimos a acostarnos y que sugerí a Marta juntarlas para estar juntitos, me dijo que por una noche no valía la pena y que, además, se sentía un poco mareada, le había venido la regla, le dolía un montón el vientre, etc, etc. Nos desnudamos; yo del todo, ella se quedó en bragas y con una camiseta que Robert le había prestado a modo de pijama. Se metió en la cama, cogió el libro que le había prestado su cuñado, lo abrió y se puso a leerlo. Yo me quedé plantado a su lado. Entonces, se fijó que mi verga estaba en posición de ataque. Con una sonrisa algo fatigada, me dijo:

  • Hoy no, cielo... No estoy para eso. Mañana, ¿vale?

  • No sé si podré dormirme... Me duele un montón. -le dije acercándole el miembro y golpeando con él las tapas del libro.

  • Eres un obseso, Iván.

Me senté sobre su vientre pero sin aplastarla y con la polla en la mano le iba dando golpecitos al libro. Cuando se hartó, lo bajó y lo dejó abierto hacia arriba sobre su esternón. Lo interpreté como un gesto de asentimiento y le acerqué el capullo a sus labios. Cuando me pensaba que me la iba a chupar, agarró el libro por las tapas y lo cerró de golpe sobre mi verga:

  • ¡Ayyy, bestia! -apretó con todas sus fuerzas- ¡Ayyyy!

  • Iván... Cuando digo que no... ¡Es que no! ¿Te enteras?

Malhumorado, humillado y dolorido, bajé de su cama y me estiré en la mía. Marta siguió leyendo como si nada. Al cabo de un par de minutos, recordando lo que me había dicho Bea, me levanté, me pusé el pantalón y el jersey y me fui para fuera.

  • ¿Dónde vas? -me cuestionó Marta con indiferencia.

  • A cascármela.

Le contesté esperando que mi grosería la hiciera reaccionar y pedirme, al menos, lo que me pidió a los pocos días de conocerla. Le hacía ilusión, me dijo ese día, ver cómo me la pelaba delante de ella. Me hizo medio tumbarme en la cama, en pelotas; ella se sentó a los pies, vestida. Le rogué que me enseñara al menos las tetas, el culo, cualquier parte erógena de su cuerpo... Nada... pero me instó a que me imaginara lo que quisiera y que se lo fuera contando, detalládamente. Se hizo un porro y se lo fumó todito ella sola, mientras yo le daba al manubrio explicándole todas las guarradas que me gustaría hacerle...Tuve una corrida bestial. Tanto que llegó a salpicarme la cara. Me sentía orgulloso de la cantidad de semen que era capaz de eyacular. Y Marta también... Por eso Marta no dejó nunca de elogiar mi "lanzallamas", desde el primer día. En realidad, era lo único que me elogiaba, lo único por lo cual parecía que yo fuera superior a los otros con los que había estado.

Volví a repetirlo algunas veces más pero con la diferencia de que ella se masturbaba simultáneamente, con esa manera tan suya de acariciarse, frotándose con furia la zona del clítoris y sin meterse nunca los dedos en la vagina o en el culo. Siempre me corría yo antes que ella, y cuando estaba a punto, me rogaba que lo hiciera sobre su coño, que se abría con ambas manos, para, a continuación, con los dedos pringosos de lefa seguir masturbándose hasta alcanzar el clímax. Nunca gritaba. Simplemente gozaba con un "ooohhh" y algun "aaahhh" de corta duración y baja intensidad. Acto seguido, se levantaba y se iba a lavar las manos. Punto.

  • Como quieras. Pero procura no despertarlos que Robert se levanta muy temprano. dijo sécamente Marta sin levantar la vista de su libro.

Me fui para la cocina. Me serví un poco de vino y me senté a fumar un cigarrillo. Me sentía alicaído y todo rastro de erección había desaparecido. Entonces la oí. No podía ser otra cosa. De la habitación de Bea, me llegaban lancinantes sus aullidos de placer. Qué música celestial. Debía verla, necesitaba verla de cerca. Me acerqué sigilósamente hasta su habitación. No hay nada como ser rico, pensé ante aquel pasillo inacabable, ante aquel piso inmenso del barrio de La Bonanova, ante la puerta de la que provenían aquellos dolorosos sonidos... Era él, el feo y barrigudo Robert, el que se la estaba tirando, el que se la follaba todos los días del año... Mierda.

Pegué mi oreja a la puerta. Me llegó con claridad la voz de Bea:

  • Me mataaaasss... Oooohhh... Dale, dale, dale... ¡SIIIIIIII!!!

Mierda, mierda, mierda... No podía pelármela ahí, en mitad del pasillo. Y si salía Marta... Y si abrían de repente la puerta. Y no había cerradura por la que mirar. De golpe, se me iluminó el cerebro. Cuando me habían enseñado la casa -un ático del Paseo de San Gervasio- me mostraron el amplio balcón-terraza que la rodeaba en su práctica totalidad. Volví a la cocina y salí afuera, algo desorientado. Como iba descalzo y poco abrigado, sentí mucho frio. Daba igual; era capaz de coger una pulmonía con tal de ver a Bea. La primera ventana que vi era la nuestra. A pesar de la cortina, podía ver perfectamente la cabeza de Marta. Seguía leyendo imperturbable. Porqué no había querido aliviar mis ansias, me dije; me hubiera conformado con una delicadeza de su mano...Otras noches lo había hecho sin rechistar y sin dejar de leer, cojones. Dejé de mirarla pues me estaba poniendo de malhumor y no había para tanto.

Continúe caminando por el balcón, diez, quince metros más, hasta llegar a la luz que provenía de otra habitación. No era una ventana sino toda una puerta acristalada, sin cortina ni nada. Y los vi. Joder, si los vi. Pero nada de lo que me esperaba ver...

Robert estaba sobre la cama, desnudo y a cuatro patas, abriéndose sus nalgotas rosas y depiladas -después me fijé que todo él iba rasurado- con ambas manos, con la cara aplastada contra las sábanas. Bea llevaba medias blancas y un liguero y uno de estos sujetadores que levantan el pecho pero sin cubrirlo. Pero lo que atrajo toda mi atención fue el harnés que llevaba entorno a su cintura que sujetaba un enorme rabo de plástico color carne, un consolador gigante, vaya. No podía oir nada, entre el ruido del tráfico y la puerta de doble cristal, pero me bastaba de sobras...

Bea le untaba el ojete con grandes cantidades de vaselina y le iba metiendo suavemente, primero un dedo y después dos, dilatándole el ano. Robert sudaba como un cerdo. Entonces, Bea se dirigió a la puerta corredera y la abrió medio metro. Al hacerlo, me vió. Di un paso para atrás, pero fue demasiado tarde. Ella sacó la cabeza, me miró fijamente y me hizo un gesto para que me acercara. Lo hice. Como en la tienda de lenceria había hecho, me sobó la polla por encima del pantalón y sonrió al comprobar que estaba dura.  Chasqueó los labios y movió la cara de un lado a otro como si me regañara. Pero no dijo nada y se volvió para adentro dejándome a las claras que me podía quedar a ver el espectáculo...

  • ¿Estás listo, Porky? ¡Zasss! -preguntó a su marido arreándole una sonora torta en las nalgas. A continuación se puso a untar de vaselina el falo postizo, mirándome con una sonrisa lúbrica.

  • ¡Ssssiiii, mi ama! ¡Rómpeme!

  • ¿Quieres que te rompa el culo, eh, cerdito? -preguntó Bea poniéndose en posición de ataque. -¿Cómo tú me lo has roto a mí?

  • ¡Sssííí... por favooor! ¡AAAAGGGG! -gritó Robert a la primera embestida.

  • ¿Te gusta, eh? ¿Te gusta que te partan el culo, Porky?

  • ¡OOOOHHH! ¡AAAJJJJ!

Robert movía la cabeza de un lado a otro, cochiqueando, gruñendo como puerca parturienta. El tráfico de la calle se hacía cada vez más difuso. Ya no sentía el frío, ni la vergüenza. Como vivían en el último piso (un séptimo, creo) no había ningún edificio en frente desde el que pudieran divisar lo que allí estaba pasando. Me saqué la polla y me puse a cascármela de manera que Bea pudiera verme.

  • ¡OINK-OINK-OINK! -chillaba Robert.

  • ¡Así me gusta, Porky! -Bea se acostó sobre la espalda de su marido; deslizó una mano bajo su vientre y... - ¡Uauuuhhh! - exclamó justo al mismo tiempo que de reojo contemplaba mi paja clandestina. - ¡Qué pollón se te está poniendo!

  • ¡Ven, cielo! ¡Dame tu culo otra vez! -profirió Robert dándose la vuelta.

Di un brinco hacia el lado para salir de su campo de visión. Esperé unos segundos y volví a asomarme. Bea, conciente de la jugada, se había sentado sobre él, de cara a mí, haciendo que su espalda privara a Robert de la posibilidad de verme. Magnífico, pensé, lo hace por mí. Bea se desató el harnés para poder ofrecerme una panorámica completa de su sexo. Antes de verlo en todo su esplendor, pude percatarme de las dimensiones de la herramienta de su esposo: una polla corta, no muy gruesa, nada del otro mundo. Bea se apoyó en los muslos de Robert, levantó las caderas y se dejó empalar directamente por el ano.

  • ¡DIOOOOSSSS! ¡CARIÑOOOOHHHH! -gritó Bea de puro gozo y sin sacarme el ojo de encima.

Entonces, ella se fue arqueando lentamente hacia atrás y con una mano se abrió el coño. La ausencia total de vello lo hacía aparecer ante mí como un higo abierto y rebosante de jugo. Bea se frotaba el clítoris con dos dedos y pronto inicio su peculiar concierto orgásmico, dedicado a mí:

  • ¡HAAAAAAAAAAAAAAAJJJJJJJJJJ! ¡VIDAAAAAA MIAAAAAAAAA!

Y yo con ella. Su mirada se clavó en la explosión yaculatoria que le ofrecí. Uno, dos, tres, hasta cuatro potentísimos cordeles de lefa espesa salieron propulsados de mi verga cayendo sobre el gres oscuro de la habitación.  Sus ojos, clavados en mi polla, lanzaban llamaradas de lujuria. Su lengua se relamía los labios teatralmente. Su boca abierta vociferaba el placer sublime que la inundaba:

  • ¡AMORRRRRRR, ME MUEROOOOOOOOOHHHHHH!

Me metí la polla de nuevo en su guarida y sin esperar más, me di media vuelta. Pasé por delante de nuestra habitación. Marta había apagado la luz. Volví a la cocina. Me senté a fumar otro cigarrillo, esperando que Bea apareciera... Pero no apareció. Me fui a la habitación, cinco minutos más tarde. Encendí la lucecita de mi mesilla. Me desnudé pensando en Bea, en las hermosas tetas de Bea, en el culo de Bea, en el coño rezumante de Bea... No me apetecía dormir solo. Me metí en la cama de Marta. Me acurruqué contra su espalda, contra sus nalgas y con la mano que me quedaba libre fui acariciándole los muslos hasta llegar al lindar de su sexo. Estaba muy caliente.

  • Hummm... -murmulló desperezándose- Qué frío que estás...

Movió el trasero contra mi vientre. Deslicé un dedo por debajo de las bragas hasta que tocó el cordelito del tampón. Lo reseguí hasta los pequeños labios de su vulva. Estaban muy húmedos. Con la yema de mi dedo corazón comencé a acariciar su clítoris, temiendo que acabara de despertarse y me echara de su cama.

  • Mmmmm... ¿Qué hora es? -preguntó sin disimular un bostezo.

  • No sé... La una... Más o menos. -Marta se había ladeado un poco con lo que su coño me quedó más accesible. Intensifiqué la presión sobre su botoncito.

  • La unaaa... Mmmm... Me has despertado... Mmmmm.

Bueno, me dije, aunque no se lo merezca le voy a dar gustito. Le quité las bragas y me dediqué al buceo. Cuando Marta, medio dormida, se dió cuenta de lo que estaba haciendo, puso las manos en mi cabeza y protestó:

  • No, amor... Estoy sucia... No me he lavado en todo el día... ¡Mmmm! ¡Nooo...mmm!

Era cierto. El chocho le olía muy fuerte. Pero un olor muy excitante. Un perfume incomparable, de hembra caliente... de mujer en celo. Marta fue abandonándose al placer de mi lengua y se fue preparando como siempre hacía para alcanzar el clímax:

  • Ahhh... las tetas... Acariciame las tetas... Así... Ahhh

Sin dejar de lamerle el clítoris, alargaba los brazos y le acariciaba ambos pechos a la vez. No exactamente. Le pellizcaba los pezones, cada vez más fuerte a medida que sentía que su orgasmo se acercaba. Pero esa noche, inspirado por lo que acababa de ver y vivir con Bea, decidí cambiar de estrategia.

  • No... Tómame las tetas... ¡Hazme gozar, Iván!

El sexo anal era algo que no le iba mucho a Marta, por aquel entonces. Ya lo había probado con varios tíos pero no le resultaba una práctica agradable. Yo, todavía no lo había intentado...Sin embargo, por muy paradójico que pueda parecer, de vez en cuando le gustaba lamerme el ojete y meterme un dedo mientras me comía la polla. Y cuando yo intentaba hacerle lo mismo, aguantaba unos segundos y acto seguido me estiraba suavemente del pelo indicándome donde debía lamerla y me cogía la mano para que le pellizcara los pezones...

Cuando sentí que estaba al borde del orgasmo, desplacé mi punto de mira lingual a su ojete rodeado de pelillos negruzcos, me llené de saliva la boca y le lamí el culo como nunca antes se lo había hecho. Su primera reacción fue de rechazo, echando el culo hacia abajo para que mi lengua perdiera el control del epicentro de mis deseos:

  • ¡Iván, nooo! Ya sabes que no me gusta...¡Mmm...no, por fa...mmm...!

Había algo distinto en su voz. Sentí que su control, su autoridad en estas lides hacía aguas.

  • Relájate, mi amor... relájate y disfruta... -fui yo quien le cogió la mano y se la llevé a su sexo- ... Acaríciate, mi amor... -le dije guiando sus dedos sobre su clítoris. ... Así, muy bien... Ya verás cómo vas a gozar...

Hice que se girara, quedando acostada con la cara hacia abajo y su enorme trasero a mi merced y le pedí que siguiera tocándose. Marta tenía uno de esos culos de gordos cachetes como sandías partidos en dos por una raja vertical de un buen palmo de larga. En esa posición no se le podía ver el ojete, de tan prietas, duras y rollizas que eran sus nalgas. Se las separé, acerqué la boca al orificio y deposité en él toda la saliva que pude. Le introduje lentamente el pulgar. Su esfínter se contraía como si fuera una escotilla que se cerrara:

  • ¡Chhh! Mi vida... Relájate... No pares de masturbarte... Sigue, sigue...

Le volví a meter y a sacar el pulgar unos segundos, viendo satisfecho como el ojo del culo se iba dilatando; viendo como Marta se iba abandonando, como sus gemidos guturales se iban haciendo más graves... Estaba preparada.

Me mojé el cipote tanto como pude y lo dirigí sin más preámbulos a su entrada trasera. Marta al sentir la inminente penetración dejó de tocarse y utilizó sus dos manos para abrirme las puertas de su culazo.

  • Vamos, conejito... ¡Soy tu cosita! ¡Tómame! ¡Dale fuerte a mi culito!

Cuando no se tiene mucha práctica en estas cosas -y yo no tenía ninguna-, las primeras veces uno actúa torpemente y eso puede anular el efecto excitante para ambas partes. Pero no fue así. No obstante mi torpeza, mi polla entró en aquel recinto hasta entonces desconocido con extrema facilidad, quedando totalmente alojada en su recto hasta que mi pelvis chocó contra sus nalgas. Marta me correspondió con un bufido plañidero.

  • ¡FFFFUUUUFFFF!

  • ¿Te duele, amor? - la besé en el cuello, en la cabeza, en la mejilla... busqué su boca con mi lengua... me dió la suya.

No osaba moverme. Permanecí clavado en su culo unos segundos. Había conseguido realizar uno de mis sueños, con una chica estupenda, con la mujer que quería. Y había dejado de pensar en Bea.

  • ¡Aggg! ¡Qué gorda la siento! -había deslizado de nuevo su mano entre sus piernas y ahora sentía como con la punta de sus dedos me acariciaba los cojones. - Y a ti ¿te gusta darme por el culo?

  • Me encanta, amor... Eres increíble.

  • ¡Mmmm! ¡Fffff! ¡Mmmm! -Marta se estaba masturbando otra vez y sus jadeos empezaron a llenar el aire de la habitación. -¡Muévete, Iván! ¡Fóllame el culo! ¡Fuerte!

No me hice rogar. Le taladré su agujerito sin compasión. Marta abrió sus muslos y acomodo la cadencia de sus caderas al vaivén de mi verga.

  • Aguanta un poco, aguanta un poco... ¡Aaaagggg...fffff...uantaaaa!

El habitual temblequeo anunciador de su orgasmo, se estaba transformando en un temblor electrizante de sus caderas, sus nalgas y sus muslos. Literalmente, estaba botando sobre la cama:

  • ¡Me corrooo, Marta! ¡Aaaaajjjjj! ¡Juntos, juntos... JUNTOOOOOSSS!

  • ¡SIIIIIIIIIIII! ¡AMOOOOOOOOORRRR!

Descargué en sus entrañas todo el semen que mis huevos habían podido fabricar en tan poco tiempo. Extenuado, me extirpe de su ano, observando como éste se contraía y dilataba en espasmos frenéticos, expulsando un reguerillo de lefa aguada que resbalando hacía abajo se introducía en la raja de su sexo hirviente.

  • ¿Iván... Qué me has hecho? ¡Fffff! Es el orgasmo más bueno que he tenido en mi vida...

Se dió la vuelta para besarme y al hacerlo descubrimos al mismo tiempo en la sábana, a la altura de donde se apoyaba su coño, una mancha transparente de un palmo de diámetro.

  • ¡Ji, ji, ji! Se me ha escapado un poco de pis... La próxima vez pondremos una toalla.

  • Eres increíble, Marta.

  • ¡Ja, ja, ja! Eso ya me lo has dicho... Podrías ser más original...

  • ¿Y?

  • Y decir, por ejemplo, que me quieres con locura.

Se lo dije, alto y fuerte. Nos abrazamos, nos besamos y decidimos dormir en la otra cama, bien pegaditos. Al levantarme de la suya, Marta se fijo en mi verga:

  • Deberías lavarla un poco, ¿no crees?

  • ¡La hostia! -mi verga estaba mancillada desde el capullo hasta la base. -Voy enseguida.

  • Vale... Pero esta vez, ¡no tardes!.

Salí al pasillo sin tomar la precaución de ponerme algo encima. Entré en los aseos. Primero, eché una meadita y acto seguido me dirigí al lavabo para lavarme la verga. Cuando me la estaba enjabonando, se abrió la puerta. Miré al espejo sobresaltado:

  • ¡Bea! ¿Qué... qué demonios...? -la interpelé a través del espejo, no quería girarme.

  • ¡Chis! -me pidió silencio llevándose el índice a los labios.

Llevaba un camisón de satén transparente color turquesa, de tirantes y muy cortito.  Se fue acercando sigilosamente al lavabo. Estaba petrificado. Cuando llegó a mi altura, recorrió mi espalda desde el cuello hasta mis nalgas arañándola con todos los dedos pero sin apretar:

  • Vaya, vaya... Si tenemos aquí al "eyaculador enmascarado"...

Se pegó a mi espalda y me rodeó con sus brazos, pasando sus delicadas manos por mi pecho, por mi abdomen, hasta llegar a mi pubis, repitiendo el gesto de arañarme con sus largas uñas rojas.

  • Te he estado esperando en la cocina... -me dijo, subiendo de nuevo las manos y dejándolas sobre mi vientre.

  • Yo también, Bea... Un buen rato... Sería mejor que volvieras a tu habitación... Robert...

  • Robert ... -esta vez su abrazo se deslizó hasta mi miembro inerte; con una mano, me acarició los testículos y con la otra me tiró suavemente el pellejo hacia abajo.- ... duerme como un angelito... Hum... Le caes muy bien, además...

  • Bea... ¡Oh, Dios mío! ¡Bea!

  • Me ha gustado mucho que me vieras antes... -seguía subiendo y bajando la piel de mi polla y ésta le respondió enderezándose un poquito.

  • Lo siento, Bea... Pero ésta ya ha rendido bastante por hoy... -repliqué pero dejando que siguiera intentándolo. -Si hubieras venido un rato antes...

  • Me hubieras hecho lo mismo que le has hecho a mi hermana... ¿no?

  • Hey... ¿cómo lo sabes?

  • Hum... He salido al balcón, como tú. ¡Ven! Déjame que te lave...

  • Marta me está esperando...

  • Conozco a mi hermana mejor que tú... Seguro que ya está en brazos de Morfeo. La has dejado satisfecha, bandido.

Me hizo ponerme en la bañera, de pie. Primero me enjuagó el jabón de manos que me había puesto en la polla. A continuación, me enjabonó de nuevo con un gel de almendras. Lo hacía todo con mucha parsimonia, como si quisiera hacer durar eternamente aquel instante fugaz e irrepetible. Yo me dejaba hacer como un niño pequeño por su madre. Sólo que sus caricias no tenían nada que ver con las de una madre: me enjabonaba los huevos sopesándolos cálidamente, el tronquito de mi falo de arriba a abajo y de abajo a arriba; recorría con la yema de sus dedos ese espacio erógeno entre los cojones y el ojo del culo... Pura delicia.

  • ¡Gírate! Separa un poco las piernas...

  • Bea... Yo no soy Robert.

  • Calla... Mi hermana me lo cuenta todo...

  • ¿Todo?

  • Todo... Y sé que te encanta...

Cogió el pomo de la ducha, lo giró en posición de chorro único, me hizo inclinarme hacia delante y me lo aplicó unos segundos en el ano. A continuación, me lo enjabonó delicadamente haciendo círculos concéntricos desde el exterior hacia el centro. Me metió lentamente un dedo. Sentía como su uña afilada me rasgaba ligeramente la mucosa del esfínter. Me relajé para facilitar la dilatación del músculo anal. Con el dedo hundido en mi culo, empezó a hacer un movimiento con el nudillo que me produjo un estremecimiento agradabilísimo:

  • ¿Te encanta, eh, majadero? - con la otra mano me agarró la polla y se puso a masturbarla. Comenzaba a reaccionar. - ¡Oh que sí! ¡Mira, mira cómo crece!

A pesar de que Marta me lo hacía a menudo, la manera no era la misma. Bea conocía a la perfección los secretos del sexo anal y la importancia de tomarse el tiempo necesario para gozarlo y hacerlo gozar. En sus manos, me sentía un objeto sexual y eso colmaba todas mis expectativas...

  • Me gustas mucho, Iván... Mucho... Quiero que te lo metas en la cabeza...

  • ¡Aaaammm! Tú también, Bea... ¡Muchísimooo!

Me metió un segundo dedo en el ano y aceleró el ritmo de la paja.

  • ¿Sabes, Iván? Me he corrido sólo de ver cómo te corrías tú... ¡Ja, ja, ja! Me has dejado el suelo de la habitación hecho un asco.

  • Lo siento... ¡Ooohhh! ¡Mmmm! Ha sido extraordinario verte.

  • ¿Y ahora? ¿No es extraordinario lo que te hace tu cuñadita?

  • ¡Sigue, sigue, sigueee!

  • ¡Jesús! ¡Otra vez dura! ¡Me encanta! -follándome el culo cada vez más profundamente, masturbándome deliciosamente.

Un minuto, dos quizás... ¡Qué gozada! Intenté ahogar mis alaridos poniéndome la mano en la boca y mordiéndola. Y volví a soltar una buena cantidad de esperma. Y esta vez, de la mano de mi adorada Bea.

  • ¡Wuauuu! ¡Chico, no sé de dónde sacas tanta leche! Me has puesto bien cachonda...

Me enjuagó, me secó y me dió un besito en el capullo. Salí de la bañera con la intención de hacerle lo que quisiera. Se dejó sobar entre risas y gemiditos. Pero cuando le metí un dedo en su coño bañado de fluídos, me rechazó:

  • Ya está bien por hoy, cuñado... Vamos a dormir.

  • ¿Por hoy? Eso debo tomármelo como una promesa... ¿verdad? - y la abracé metiéndole mano en ese culito abombado que tenía por entonces.

  • Ya veremos... Depende de tu relación con Marta... Si seguís... Si se vuelve seria la cosa...

Era una situación curiosa, por tanto. Allí estábamos los dos abrazados, con nuestros sexos frotándose el uno contra el otro, con mis manos en sus nalgas y las suyas en las mías... Con su boca a cinco centímetros...

  • Quieres decir que si por ejemplo acabo siendo el "marido" de Marta... ¿lo de hoy no se repetirá más?

  • Eso es... -hizo un gesto para desengancharse de mí, pero poco convincente.

  • ¿Y tu marido? ¿Pinta algo?

  • Claro que pinta... Es mi marido y el padre de mis hijos. Lo quiero...

  • Ya...

  • Iván... Somos una pareja liberal... El tiene sus historias y yo las mías... Nos respetamos...

Me inundó una triste sensación. Pensé que quizás esa estaba siendo mi última oportunidad. Acerqué mis labios a los suyos y la besé. Ante mi sorpresa, me correspondió... y de qué manera. El tacto de su lengua era exquisito. ¡Dios, qué morreo nos pegamos!

Nos apoyamos contra el lavabo. Levantó una pierna envolviéndome con ella, frotándose el coño contra mi muslo, gimiendo en mi boca. Su sexo ardía y estaba chorreando de jugo afrodisíaco. Me entraron unas ganas irrefrenables de beber de esa fuente. Me arrodillé y le ensarté la lengua con furia entre los labios vaginales. Tenía un gusto muy ácido, pero para mí fue el mejor de los néctares. Además, aquella almeja totalmente rasurada triplicaba mi excitación:

  • ¡OOORRRGGGG! ¡OOOOHHHH! ¡Siiiiii! -gritó Bea- ¡SIIIIII! ¡AAAAAAAAAAAAAAJJJJJJJJ!!!

Chilló, gritó, aulló tan fuerte como la vez en la que la escuché y la vi follando con Esteban. Y era yo el causante de aquel delirio. Pero me asusté, temí que nos descubrieran. Por eso, me levanté raudo y le tapé la boca con una mano mientras tres dedos de la otra se insertaban sin contemplaciones en su esplendorosa cueva pelada. Me mordió la mano hasta dejarme los dientes marcados. Pero no me importaba, la estaba transportando al séptimo cielo...

De repente, le quedaron los ojos en blanco, dejó de morderme la mano abriendo la boca, mostrándome su hermosa dentición como una loba hambrienta; sus muslos se cerraron como tenazas sobre mis dedos y su pelvis se puso a temblar en brutales espasmos como si le diera un ataque de epilepsia.

  • ¡JJJAAAAAAAAAAAAA! -le apliqué la mano en la boca para silenciar su alarido- ¡ggggggg  rrrrrrrrrrr   jjjjjjjjjj! - los tres dedos de la otra le martilleaban la rugosidad de la pared superior de su coño.

Y entonces dejó de chillar. Se le quedó la boca abierta como un pez fuera del agua. Sus ojos, sus maravillosos ojos color avellana, centelleaban atónitos, fijos en los míos y un par de lágrimas brotaban de sus comisuras... Y sentí como del interior de su coño brotaban mares de líquido, chorreos calientes que me empaparon la mano, resbalando entre sus muslos... Bea se estaba corriendo brutalmente.

Emocionado ante tal demostración de goce, la besé por toda la cara, sin dejar de hacer trabajar a mis dedos en su interior. Su orgasmo duplicó en intensidad pero seguía siendo incapaz de manifestarlo gritando. Su mirada pasó a ser suplicante y por fin pudo desahogarse emitiendo un langoroso e interminable bufido que fue recogido por mi boca:

  • ¡Ffffffuuuuuuuuuuuuuuuu! ¡Ffffffffffffoooooooooo!

Me sacó la mano de su entrepierna y tambaleando se abrazó a mí. Me pareció que sollozaba, con la cara pegada a mi pecho. Inhalé el suave perfume de su pelo mientras la apretaba fuerte contra mí:

  • ¿Qué pasa Bea? ¿Por qué lloras?

  • Lloro de placer, idiota... Hace siglos que no me corría tan a gusto... -miró el suelo; un pequeño charco del líquido que había expelido su chochito lucía brillante entre sus pies- ¡je, je, je! Me he corrido como tú... Me ha pasado muy pocas veces...

Cogió una esponja y se agachó para limpiarlo. Me quedé pensando hasta qué punto esa mujer me gustaba.

  • Anda, por favor... Vuelve a la cama...

  • ¿Contigo?

Me dió un besito en los labios y me empujó hacia la puerta:

  • Estoy muy contenta de haberte conocido, Iván. Pero no olvides que tú estás con Marta.

  • Sí... Y muy a gusto. ¿Puedo pedirte una cosa?

  • Habla... Y ya veremos...

  • ¿Podrías convencerla de que se depilara como tú? ¿Podríais ir juntas al mismo sitio donde te lo haces?

  • ¡Ja, ja, ja! Esta sí que es buena... ¿Sabes quién me depila, a mí?

  • ¿Tú misma?

  • ¡Qué va! ¡Mi marido! ¿Quieres que le pida que depile a tu novia?

  • ¡Hum! ¿Por qué no?

  • Me parece que Martita ha encontrado la horma de su zapato contigo...

  • Puede...

Marta me despertó de mi viaje al país de los recuerdos abriendo la mampara. La bañera se había llenado desde hacía un buen rato y yo estaba sumergido en el agua caliente, adormilado y con mi polla iniesta y reluciente.

  • ¿Todavía estás aquí? Vas a llegar tarde... ¡Uf, qué calor que hace aquí! -desnuda, se sentó en la taza del váter para orinar.

  • Ven... Hazlo en la bañera, amor.

  • ¡Qué guarro eres! ¡Déjame mear tranquila!

  • ¡Vaaa... porfiii!¡Dale gusto a tu futuro maridito! -mirándola con cara de niño bueno.

  • Me vas a volver loca, burro -levantándose y viniendo para la bañera.

Me acurruqué a un lado para dejarle sitio. Se metió en ella, separó las piernas y me acercó su coño a la boca abriéndoselo como solía hacerlo, como si partiera un higo en dos, dejándome a la vista el chocho más suculento que ningún hombre haya visto jamás. Ante aquella visión, tuve mis dudas sobre mis ganas de vérselo sin toda aquella pelambrera oscura:

  • ¿Preparado?

  • Cuando Usted guste, señora.

Su uretra se dilató y soltó un potente chorro de pis que fue directo a mi cara haciendo que cerrara los ojos de inmediato.

  • ¿No querías verme haciendo pis? ¡Pues, toma! ¡Abre la boca, conejito!¡Bébetelo!

  • ¡App, apppp, appppp! -abriendo la boca y bebiéndomelo a lengüetadas, como los conejos.

¡Dios, qué sensación más rara! Marta se meaba en mi boca, me la llenaba de litros de orina que iba escupiendo como podía... El paladar reconocía la acidez de sus meados, pero en lugar de producirme asco, lo apreciaba como si de un néctar divino se tratara. Marta fue arqueándose, dejando que mi lengua acogiera aquella lluvia dorada... Y me puse a lamerle el coño con todas mis ganas:

  • ¡Dios, Iván! ¡Sí, joderrrr! ¡Síiii! ¡Cómeme, cómeme, cómemeeee!!! -y mientras le chupaba el clítoris, continuaba meándose sobre mi barbilla, mi cuello y mi pecho.

Como no podía ser de otra manera, Marta no tardó en tener un breve pero intenso orgasmo. Y como le solía pasar al correrse, me pidió que la follara muy fuerte, como si de una urgencia se tratara. Como era yo él que estaba sentado en la bañera, fue ella la que se empaló sobre mi verga. La brusquedad del movimiento hizo que, siguiendo la teoria de Arquímides, una buena cantidad de agua rebosara por el borde superior cayendo en cascada sobre el linóleo del cuarto de baño. Mi polla había entrado en ella con la facilidad con la que un cuchillo caliente corta la mantequilla y Marta me follaba con toda su energía matutina, profiriendo unos grititos de placer que me sobrexcitaban en cantidad.

  • ¡Otroooo... Me viene otroooo! ¡Qué buenoooooo!

  • ¡Joder Marta! ¡Estamos provocando una inundación!

  • ¿Qué... Mmmm? ¡Qué gusto, por Dios! ¡Qué gustoooohhh!

Ya no se movía. Se abrazó a mí y me besó, de esa manera cómo besaba aquellos primeros meses, moviendo su lengua en mi boca como una serpiente, mordiéndome la lengua, chupándome los labios. Cuando se separó se dió cuenta de que yo seguía trempado y con una risita burlona me dijo:

  • ¡Ostras tú, el mundo al revés!

  • Ya... Tú te has corrido dos veces y yo me he quedado a las puertas... Y ahora tengo que irme así al trabajo...

  • Pero... -haciendo morritos- ... si ya te he dado lo que querías... ¡Qué marranada, mi vida!

  • Pues a mí me ha gustado mucho... -cogiéndome la verga para demostrárselo. -Si quieres, lo probamos al revés...

  • No sé, no sé... Quizás...

  • Bueno... Me conformo por hoy... Pero no me voy hasta que te tomes tus vitaminas...

  • ¡Ji, ji, ji! Pídeselo a esa a la que llamas "Ana Belén" ...que te haga una mamadita...

  • ¡Joder, qué mala que eres! -me levanté acercándole la polla a la boca. -No se te puede explicar nada. -me la agarró con ambas manos y se la acercó a los labios. Sacó la puntita de la lengua y me lamió la rajita del capullo.

  • Tú te crees que lo que me cuentas me deja indiferente... Que si se parece un montón a la "Belén"... Que si está delgadita... Que si tiene un par de timbres que se le marcan a pesar de llevar sujetador...

-¡Mmm... Chúpamela, cielo... Mmmm!

  • No... Que si tiene una boca perfecta... ¡De mamona! -y me mordió el capullo.

  • ¡Ayyy! Pero si no me la mamó a mí...

  • Eso es lo que dices tú... ¡Mientes como respiras! Anda, vístete que vas a llegar tarde.

  • Mierda, Marta... Sólo un minuto... Ya sabes que soy rápido, yo...

No hubo manera. Salí del baño, me sequé, pasé el mocho para arreglar un poco el desastre de la inundación y me fui al cuarto a vestirme. Recordé el "incidente" con Paqui (la compañera de trabajo del departamento de recambios que se parecía un montón a la Belén). Cómo me hubiera gustado que me hiciera lo mismo que le hizo a su jefe, el señor José, entre los estantes del almacén. Sólo una vez aceptó salir conmigo. Fuimos al cine, a ver "El último tango en París". Pero no pasó nada; yo me calenté como una mala cosa, se lo confesé y al salir del cine, me aconsejó que me echara una novia lo más pronto posible. La de pajas que llegué a hacerme pensando en esa putilla que, a pesar de estar casada y con hijos, no dudaba  en mamársela al cabrón de su jefe...Seguro que cobraba más que yo...

Mientras tanto, Marta canturreaba en la bañera y cada vez que me la miraba hacía lo posible para calentarme aún más si cabía:

  • Tráeme un cafetito, conejito...porfa. - poniendo una cara de vicio que me electrizaba mientras se enjabonaba por enésima vez las tetazas.

  • Sí, claro... ¿con leche?

  • ¿La tuya? ¡Qué cerdo que eres, Iván! Ya sabes que a mí el café me gusta bien negro... ¡je, je, je!

  • ¿Te gustaría chupársela a un negro, eh? Igual ya lo has hecho y todo...

  • ¡Qué tonto que eres, conejito! -exclamó poniéndose de rodillas y metiéndose una mano entre los muslos.

  • ¿Y...?

  • No... No lo he hecho... Bea, sí que se lo montó una vez con un senegalés...

  • Vaya con tu hermanita... Y...¿cuándo pasó?

  • Qué curioso que eres... En Senegal, durante su viaje de boda...

  • ¿Se folló a un negro durante su viaje de boda? ¿Y Robert?

  • ¡Ja, ja, ja! Vas a hacer tarde, cielo... ¡Y te van a regañar!-se había dado la vuelta y poniendo el culo en pompa, se lo frotaba con ambas manos.

  • Da igual... No me voy sin que me lo cuentes.

  • Trae el teléfono...

  • ¿Por...?

Le llevé a la bañera el teléfono inalámbrico. Se secó las manos y se puso a llamar:

  • ¡Hola! Sí... Soy la mujer de Iván

  • ...

  • Llamaba porque no podrá venir a trabajar hoy... Ha tenido un cólico esta noche...

  • ...

  • Sí, sí... Ahora está durmiendo. Le han dado unos calmantes...

  • ...

  • Gracias, se lo diré... Adiós.

Me pasó el teléfono mirándome de esa manera tan peculiar que tenía de mirarme. Y se me puso dura en el acto.

  • Pero yo sí que voy a la librería... Que conste en acta.

Me empecé a desnudar de nuevo. Se puso a reir y me cortó:

  • Ni hablar del peluquín. Tú ves a prepararme el desayuno. Tengo un hambre de lobo. Y el café, claro.

  • ¡Jope! ¡Me llevas por el camino de la amargura!

  • Ya... Si soy una santa contigo...

Me fui para la cocina a preparar todo lo que me pidió. Ibamos a desayunar juntos y eso era algo a lo que todavía no estábamos acostumbrados. Estaba contento, colmado de sexo pero me picaba muchísimo la curiosidad... De hecho, todo lo que tenía que ver con Bea me excitaba muchísimo. Tenía que contármelo.

Se reunió conmigo para desayunar. Llevaba una toalla cubriéndole el pelo y un albornoz. Descorrió las cortinas del comedor para que entrara la primera luz de la mañana. Me levanté y la abracé por detrás, deslizando mis manos dentro del albornoz, comprobando que estaba bien desnudita. Olía a lavanda. Se dejó sobar mirando al frente, gimiendo suavemente:

  • ¡Mmmm... conejito...mmm! -le pellizqué un pezón a la vez que le hundía la mano entre sus muslos. - ¡Mmm... sí... mmm!

  • ¿Marta? -un dedo perdiéndose en su coño.

  • ¿Mmmm...qué...mmmm?

  • Te quiero. -acariciándole el clítoris como más le gustaba.

  • Y yo... ooohhh... ahhhh... ¡mmmm! Me parece que nos está mirando...

  • ¿Quién? -abriéndole completamente el albornoz.

Miré hacia los pisos de enfrente, a unos 30 metros de distancia. Efectívamente, a la misma altura del piso de Marta, un poco más hacia la derecha, se podía distinguir con claridad la silueta de un hombre, apoyado en la barandilla del balcón y mirando hacia nuestra ventana.

  • Ya veo... Pobre, no debe ver nada. -dije magreándole los pechos a dos manos.

  • Mmm... Ya verás como no tarda nada en ir a buscar los prismáticos... Pero... Mmm... Vamos a desayunar, ¿vale?

  • ¿Eres un pelín exhibicionista, no?

  • ¿Esto piensas de mí?

  • Bueno... A mí me va que seas así...

Un rayito de sol iluminaba ténuamente el salón. Marta se recompuso el albornoz y abrió la puerta corredera para que el vecino, me dijo con vicio, pudiera alegrarse la vista... "Aunque ya me tiene muy vista, je, je, je" concluyó en una carcajada. A continuación, nos sentamos junto al balcón y desayunamos con mucho apetito. Me fue contando con todo lujo de detalles la aventura "negra" de su hermana, echando una ojeada, de tanto en tanto, al vecinito voyeur.

"Brevemente, lo que pasó fue que en el hotel en el que estaban, al borde del océano, se organizaban todas las noches unas fiestas de campeonato, regadas con mucho alcohol, al ritmo de la música tropical. Los camareros tenían la costumbre de dar clases de baile y eran muchas las mujeres maduritas que iban a pasar unos dias de sol y sexo. No era el caso de Bea, claro. Pero lo que pasó es que Robert no bailaba ni a la de tres y Bea iba pedorra perdida y no paraba de bailar sola en mitad de la pista, más guapa que nunca y con un vestidito corto y escotado que estaba poniendo muy cachondo a todo el personal . Una tentación diabólica. Además, era la última noche...

Se le acercó uno de los camareros, más negro que el carbón, alto y esbelto como un adonis griego y se ofreció para bailar con ella. Bea miró a su marido y éste asintió con la cabeza: permiso concedido. Se pusieron a bailar una especie de lambada y el escultural mozo no tardó ni medio minuto en cogerla por la cintura y en zarandearla voluptuosamente. Bea iba sintiendo como las manos del negro bajaban cada vez más sobre sus nalgas, como cada vez que su vientre chocaba con el del negro su coñito le enviaba mensajes inequívocos... Había estado follando toda la tarde con Robert pero ahora, no sabía bien porqué, si por los cuatro cócteles que se había trincado, por la cantidad de vitamina B que las largas horas de bronceado le habían dado o por la sexualidad explícita de aquel bailoteo impúdico, pero la cuestión era que Bea estaba ardiendo y con unas ganas enormes de catar un buen "black cock".

Terminado el baile, Bea se acercó a la mesa donde estaba un Robert que se la miraba sin asomo de enfado ni de celos:

  • Cariño... Me parece que este tio quiere guerra conmigo. -el nombrado, a dos metros de ellos.- Pero habla muy raro...

  • Coño, Beíta... Habla francés... ¿No aprendiste francés en la escuela?

  • Ni puta idea... Yo aprendí inglés, poco y mal.

  • Ya...

Entonces Robert lo llamó. Hablaron medio minuto y Robert le tradujo a Bea:

  • Dice que eres una diosa blanca y que le encantaría ofrecerte su ébano.

  • Jo... Y tú... ¿qué le has dicho?

  • Que yo no soy tu dueño y que si a ti te apetece... -la miró derechito a los ojos, sin pestañear.

  • Si me apetece... -contestó Bea pensativa. -No sé, cielo...

  • No se tienen todos los días oportunidades como esta. Sólo es sexo... Y tú estás enamorada de mí, ¿verdad amor?

  • ¿Qué vas a hacer, tú? -le preguntó Bea abrazándolo y besándolo.

  • No te preocupes por mí... ¿vale? -y llamando al negro- ¡Pascal! ¡Ven aquí!

Bea pasó la mitad de la noche con aquel negro, hasta que Robert subió bien entrada la madrugada (lo que hizo Robert no quiso contármelo, pero me lo imagino) y se la encontró ya sola, tumbada en mitad de la cama, durmiendo empapada de sudor y con el sexo rebosante de lefa. Robert no la despertó, pero unas horas más tarde, mientras se la follaba por el culo, le pidió que se lo explicara todo, hasta el mínimo detalle.

Bea le confesó, corriéndose sólo de rememorarlo, que había tenido un montón de orgasmos, que Pascal era un amante divino (cómo no, se follaba una media de siete europeas a la semana; tenía práctica el chico), con un pollón que te quitaba el hipo y un culito de nalgas durísimas y esféricas como globos negros. Sin embargo, no quiso que la sodomizara, a pesar de que el Pascual ese no paraba de intentarlo; pero ella le explicó una y otra vez que su culo era propiedad privada de su Robert (y Robert lo estaba comprobando embistiéndola brutalmente, sea por el subidón de celos, sea por el calentón que le producía saber que tenía una mujer tan zorra, sea por las dos cosas...) y que sólo él tenía derecho a encularla (y Robert gritaba al correrse: ¡Este culo es mío! ¡Sólo míoooo!).

En realidad, Bea lo que tuvo fue pánico...Ella ya lo iba viendo venir. Pascal le comía el coño con esa lengua rosada que tenía y la bajaba como una alfombra desplegada hasta su ojete, lamiéndoselo como si fuera un caramelo de leche, preparándoselo para la hincada final... La giró y la puso a cuatro patas. Se la metió por el coño cuan larga y gruesa era, hasta el fondo. Bea no recuerda haber gritado tanto en su vida. Pascal la bombeaba a ritmo africano, eso es, frenético ¡No me cabía en la boca, sister! me decía... Cómo quieres que le dejara meterme eso por el culo... "

  • ¿Más gorda que la de Esteban? -le pregunté sirviéndole un poquito más de café.

  • ¡Qué pesado con Esteban! No sé, tontín... No vi la del negro para comparar... ¿Y la tuya? ¿Cómo va?

  • ¡Lista para tu café-crème! -exclamé tocándome el paquete.

  • ¡A ver si es verdad! ¿Y el vecino?

  • Preparado también... Con sus prismáticos...

  • Pues, ¡vamos allá!

Me puse de pie, me abrí la bragueta y me saqué la pija, dura y reluciente como un pilón de cobre. Marta me la cogió con una mano y se puso a hacerme una paja mirándome con cara de felicidad:

  • Creo que estoy muy enamorada, Iván. -abriéndose el albornoz.

  • ¡Uh, uh, uh, uh!

  • Dime cosas bonitas, cariño. -dejando que se vieran bien sus tetas.

  • ¡Ah, uh, ah, ffff!

  • Dime que nadie te hace las "carlotas" como yo...- separando ostensiblemente los muslos.

  • ¡Nadie, nadie, naaaa...uffff!

  • Dime que nadie te la come como yo...- metiéndose un dedo en el coño, sacándolo bien mojadito y levantándolo hasta mi boca para que se lo chupara.

  • ¡Nnn...aaaaahhh...fffuuu, síii...gueee!

  • Dime que me amarás toda tu vida...- acercando la tacita a mi capullo.

  • ¡Siiii! ¡Te querrééé...ffff... SIEMPREEEEEEHHHH!

¡Qué corrida, Dios mío! Y toda dentro de la taza. Cuatro, cinco, hasta seis chorros de espesa lefa, blanca como la leche, se depositaron en el café. Marta soltó mi verga, cogió delicadamente la tacita, se levantó, se giró hacia la calle y se bebió todo el contenido. Hasta la última gota. Mirando derechito al vecino. Me temblaban las piernas de gusto:

  • ¡Ven! ¡Ponte aquí! ¡Que te vea bien!

Se puso en cuclillas, se metió mi polla en la boca y me la chupó hasta dejarme seco.

  • ¡Martaaa! ¡Se la está cascando! ¡Joderrr!

Marta se incorporó. Se abrochó de nuevo el albornoz, le sacó la lengua al vecino y yéndose para adentro exclamó:

  • ¡Qué café más rico, cielo!

Ese mismo día me trasladé a su casa. Estuvimos algunas semanas más viviendo en ese piso escualido pero terminamos por encontrar un viejo piso en el ensanche, mucho más grande, con un montón de reparaciones y trabajo para hacer pero que nos ofrecía una calidad de vida infinitamente mayor. La noche antes de la mudanza, robamos el espejo del asecensor. Y ese fue el segundo objeto que instalamos en la nueva casa, después de montar la cama. Y ahí fue cuando enculé por segunda vez a mi futura esposa, de cara al espejo, viéndola gozar como nunca, con ese par de melones bamboleándose como péndulos gémelos y su boca pidiéndome:

¡ Dale fuerte, conejito! ¡Rómpele el culito a tu cosita!

Hasta pronto, amigos...