500 orgasmos (El imperio de los sentidos)

Sigo con las andanzas de Marta e Iván. Pero también con los recuerdos de la adolescencia de él. Y alguna cosilla más. Como siempre, espero que lo disfrutéis y que me comentéis qué os ha parecido. Un besazo.

500 orgasmos (El imperio de los sentidos. Versión ibérica)

Soy Sandra. Hoy, la introducción será muy corta. Tengo que ir a buscar al aeropuerto a un par de estúpidos que no se quedaron contentos con la noche que pasamos juntos hace un par de meses. Iván y Esteban. Han cogido un vuelo "low -coast" y una habitación en el mismo hotel del aeropuerto. Les he dicho que estaban locos de remate, que no se pensaran que iba a ser "llegar y follar". No, no, me contestaron, primero, te invitamos a almorzar y después subimos a la habitación. Cógete un día de fiesta, Sandra, añadieron con alevosía.

Caray, qué débil que es una. A Stéphane, mi marido, le he dicho que me iba dos días a Estrasburgo, una formación sobre asistencia geriátrica. Claro, ambos tienen 20 años más que yo...un verdadero par de viejos verdes. La verdad es que desde que me lo dijeron -hece apenas tres días-, voy como una olla a presión, con el chichi chorreando, con sólo recordar los momentos sublimes que pasé con ellos tres. Tres, sí... Me sabe mal que no venga Marta con ellos. Me lo pasé tan bien con ella...Y ella conmigo, creo...

Volvamos a la historia. A los recuerdos. Al imperio de los sentidos...

Recordad. Marta e Iván han conocido a un camionero español, Paco. Están en la cabina de su camión, un enorme Mack americano. Concretamente, en la litera -casi igual de grande que su propia cama de matrimonio-. Paco y Marta, desnudos, se estaban pegando un lote monumental ante la mirada resignada pero también manifiestamente excitada de Iván. La fantasia de Marta, hacer el amor con dos hombres a la vez, iba a realizarse...

Marta acababa de descubrir la curiosa forma del pene de Paco: un cilindro compacto, curvado hacia arriba como un boomerang. Sin ser de dimensiones descomunales, era bastante más grueso y largo que el miembro de su marido. Se moría de ganas de chuparlo, de engullirlo hasta la campanilla...pero sobretodo, se moría de ganas de empalarse en él...

Sus sentidos estaban sobreexcitados. La mezcla de droga y alcohol, sedante y soporífera para la mayoría de mujeres,  en ella le despertaba sus instintos más primarios, le quintuplicaba la líbido y la hacía sentirse lista para cualquier práctica sexual... Lo sentía en su coño, que seguía lubrificándose sin cesar, en su clítoris abultado y prominente, en los labios de su vulva que al hincharse tomaban una coloración escarlata, en sus pezones endurecidos, en sus aureolas arrugadas, en las contracciones espasmódicas de su ano... Lo había sentido ya en la frontera, cuando aquel bestia le estaba dando por culo. Le había dicho a su marido que no se había corrido. No era cierto. Le había gustado tanto que se unió al goce del gendarme tocándose hasta alcanzar casi al mismo tiempo el orgasmo. No se lo podía explicar así a su Iván...No se lo podía explicar ni a sí misma.

Cuando Paco corrió las cortinas de la cabina para que nadie pudiera verlos, sintió incluso una pequeña decepción. Segundos antes, mientras Paco la masturbaba deliciosamente, con media mano en su vagina, se imaginó entregándose a él bajo la mirada lasciva de una decena de camioneros y como éstos, sacándose sus miembros, se los pelaban esperando su turno. Marta sabía que la mayoría de las mujeres sueñan con ser el centro de una orgía multitudinaria... Hoy iba a ser el primer capítulo, con dos hombres a la vez. Se sintió más que satisfecha.

Por todo ello, cuando tuvo en sus manos aquella polla y vio cómo se la miraba su marido, le vino el recuerdo de lo que éste un día le contó... Y quiso comprobar hasta que punto aquellos escarceos homosexuales de su Iván le habían dejado alguna huella... Por eso le invitó a unirse a ella en aquel festín de verga...


Sigue el relato de Iván:

Tener aquella verga en mis manos conmutó el interruptor de mis recuerdos. Marta se encargó de ponerlo en la posición "play":

  • Tu amiguito... ¿cómo se llamaba? -me susurró al oído- ¿la tenía tan gorda?

  • No... ya sabes que no... éramos niños... Casi ni me acuerdo.

  • ¡Ostia! -espetó el camionero, interesado en que acabaramos aquel debate.

Marta empezó. Se la engulló de entrada hasta medio mástil, con la boca muy abierta, con la lengua lamiéndole el tronco. Yo con una mano seguía asiéndosela por la base y con la otra le manoseaba los cojones. Una de las manos de Marta se dirigió a mis calzoncillos. Me los bajó y se puso a hacerme una paja simultánea a la felación. La otra, recorría arriba y abajo el interior de los muslos del camionero -cada uno de ellos del grosor de tres de los míos-.  Aquello era tan excitante que temí correrme en breve si Marta no cesaba en sus zambombazos frenéticos. Fue Paco el que cortó el final inminente. Se dejó caer sobre la cama, cansado de estar en esa posición incómoda, quedándonos ella y yo, de rodillas, uno frente a la otra.

  • Ahora tú, coni... ¡Chúpasela!

Mis ojos buscaron los de Paco. Quería contar con el consentimiento de aquel animal. No fuera que le diese por estrangularme...

  • ¡Adelante, amigo! -entornando los ojos- ¡Mientras no se entere mi Mari!

Fue mi segunda polla. Y, honestamente, creo que se la mamé muy ricamente. Marta me alentaba diciéndome guarradas, sacándomela de la boca para chupársela ella, volviéndomela a ofrecer, bajando la cabeza para chupar la mía...

  • ¡No os corráis, campeones! -soltó mi mujer en un momento dado.

  • ¡Tranquila,  ricura! -Paco se agarró las piernas por debajo de las rodillas y las levantó hasta dejarnos su culo a la merced de nuestras lenguas. -¡Tienes polla para rato!!!

  • Tú eres muy malo... -los ojos de mi mujer soltaban destellos de lujuria.

  • No lo sabes bien... -completó Paco.

Agradecí que fuera mi Marta la que iniciara el beso negro. Y de qué manera. Le recorría el ano con toda la superficie gustativa de su lengua, subía hasta sus huevos, se los metía en la boca succionándolos ruidosamente y volvía a buscar su ojete para dardearlo con la punta de la lengua... Cuando se cansó, se levantó y sin saber cómo se lo hizo, se puso sobre él de tal manera que le quedó el culo -el de Marta- pegado a la cara del navarro, sus tetas aplastadas contra sus abdominales... Y la suya, de carita, entre los muslos de Paco.

  • ¡Chúpamelo todo, valiente! Pero suavecito... que lo tengo todo muy irritadito.

Ante mí, a dos niveles, el culo de Paco -planta baja- y la cara de Marta -primera planta-. Entonces, ella abrió y cerró la boca y se puso a salivar copiosamente entre sus labios...Y a derramar su saliva sobre los cojones del afortunado, terminando por deslizarse hasta su ojete... Su mirada transformada en puro vicio me indicaba lo que debía hacer... Su lengua restregaba sus labios:

  • ¡Mmm, siii... Paco, así, así! ¡Tu lenguaaa, síiii! ¡Mmm...como la notoooo!

Marta terminó por mamársela de nuevo y yo por chuparle el culo a ese cabrón, por meterle un dedo, dos y hasta tres, viendo como se retorcía de gusto:

  • ¡Por todos los sanfermines! ¡Aaahhh! ¡Qué pareja de mamooohhh...nessss!

Marta me miró, con media polla metida en la boca. Vi aparecer sus dedos abriéndole las nalgas al coloso navarro. Y sus ojos, de puro vicio, incitándome a que le acercara la mía. Me levanté y le ofrecí el cipote para que me lo chupara también a mí. Cerró los ojos, abrió de par en par su boquita de mamona y ¡glups! ...se tragó las dos pollas, lamiéndonos los capullos como si su lengua fuera una alfombra mágica...

Conociendo a mi mujer, lo tragona que era, estaba convencido que nos iba a conducir directos al clímax... convencido que lo que perseguía era que le llenáramos la tripita con nuestra leche... Convencido y equivocado:

  • ¡Fóllatelo, Iván! -soltó tras desprenderse de nuestras pollas- ¡Cómo me encantaría ver cómo se la metes por el culo!

  • ¡Marta, por Dios! -objeté con la falsa esperanza de verme acompañado por Paco en mi objeción.

  • ¡Soy todo vuestro, queridos! -exclamó el camionero haciendo añicos mi esperanza.

Acepté la propuesta. Busqué un condón en el bolso de Marta. Volví a palpar el que había usado el gendarme. Lo saqué y me lo miré a la luz: la lefa se había licuado. Me vino a la mente lo que hacía Marta algunas veces que le daba por el culo -cuando lo hacía con un condón-: me lo sacaba ella misma y se lo metía en la boca por el lado abierto, exprimiéndolo todito en el interior de su boca.

  • ¿Qué quieres hacer con este? -le pregunté blandiéndolo ante sus narices. Como respuesta, le volvió a chupar el rabo a Paco. - Un recuerdo...¿no?

Terminé callándome y poniéndome uno. Mi mujer, generosa que era, me ayudó a darle de nuevo a mi polla la dureza necesaria para tal menester. Mamándomela. Paco seguía comiéndole el culo a Marta, ajeno a lo que se le avecinaba, preparándoselo para una próxima cogida.

Mi esposa me guió la verga hasta la entrada posterior del navarro. Su ojete se contrajo al sentir la presencia del supositorio gigante de látex que intentaba adentrarse en su recto.

  • ¡Fuerte, Coni! ¡Métesela hasta el fondo! -me increpó ella.

Con la rabia acumulada de las últimas horas, más trempado que un burro pirenáico en época de celo, hundí hasta el fondo el cipote en aquel culo masculino -culo, al fin y al cabo- ante los ojazos admirativos de Marta.

  • ¡Uuuuaaauuuuu! ¡So cabrón! ¡Me lo estás partiendoooo! se lamentó mister universo.

  • ¡Fuerte, Coni, fuerte, fuerteeee! -a mí- ¡Sí, sí, sí.... cómeme, cómeme el clítooooo! -a él-.

Me fijé en la cara de Marta y comprendí que se iba a correr muy pronto. Comenzó a jadear estrepitosamente y a lanzar al aire unos gemidos super agudos, lancinantes, entrecortados por la nota "SI" repetida hasta el infinito.

Acojonado por la potencia auditiva de su orgasmo, Paco me pidió que dejara de culearlo y subiera rápidamente las ventanillas del camión que había dejado abiertas. Me desenganché raudo, justo cuando Marta sustituía los "sí" por una especie de gorgorismo lleno de "O" y de "A"... Sabía lo que iba a venir después...

Descorrí la cortina y me quedé de piedra al ver las caras de dos tipos que asomaban por la ventanilla del conductor. El estridente SOS de Marta llegó al unísono:

  • ¡¡¡FOLLADDDDMEEEEEE!!!

Giré la cabeza a tiempo de ver como Paco levantaba los 50 kilos de mujer con la facilidad que lo haría el campeón albanés de haltereofilia, la desplazaba hasta la altura de su polla -que Marta enderezaba verticalmente- y ¡Zas!, al primer intento, hincada hasta el fondo:

  • ¡OUUUUAAAAAHHHHH!!! -un alarido monstruoso, un cocktel de dolor y goce. Y sus ojazos marrones mirándome sin verme.

Volví a girarme hacia los desconocidos. No los vi. Pero las dos  puertas se abrieron -y con ellas, la luz de la cabina, ofreciendo a los visitantes todo el show en technicolor- ...y sí que vi que se subían al camión:

  • ¿Qué hagooo, Pacooo? ¡Dos tipos se están subiendo! ¡Mierdaaaa!

El pobre Paco no estaba para contestar, sólo jadeaba. Marta, con sus manos como garras sobre sus potentes muslos, movía el culo como una batidora, profiriendo unos chillidos afirmativos que no dejaban duda alguna sobre su estado nirvánico:

  • Parece que la chiquilla nos estaba llamando, ¿eh, Felipe? - dijo el que montaba por la derecha a su compañero que subía por la izquierda.

  • ¡ALTOOO! -chillé. - ¡Bajen ahora mismo de aquí!

  • ¡Tranquilo, muchacho...-habló el de la izquierda ya enteramente metido en la cabina, con una acento andaluz repleto de seseos- ... somos amigos de Paco!

Nunca he sido una persona violenta. Y aunque lo hubiera sido, mi corpulencia dejaba mucho que desear ante ma masa corporal de esos hombres. Además, era consciente que me había metido yo solito en aquel lío y que, desnudo y empalmado como estaba, no ofrecía ningún argumento convincente a aquellos dos cazurros.

Entonces, busqué en Marta algún signo de alarma o de desaprobación que me diera fuerzas para echarlos o, mejor aún, para pillar a Marta, la ropa, el bolso y salir corriendo. Pero la muy furcia seguía cabalgando a su semental navarro en aquella indecente postura, con sus tetazas balanceándose al son de sus embestidas:

  • ¡Coniii, cooooniiii! ¡Déjalos...DIOSSSS! ¡QUE GUSTOOOO!!!

La cabeza de Paco asomó por encima de los hombros de Marta:

  • ¡Hombre, paísanos! ¡Uníos a la fiesta! - exclamó sacándose de encima a mi mujer y estirándola delicadamente sobre la cama. Y dirigiéndose a mí, que ya me había sentado sobre el asiento plegado del conductor: -¿Qué te parece, amigo? ¿Les invitamos?

  • Eso deberías preguntárselo a ella...-dije aturdido. Los dos paísanos ya se estaban sacando toda la ropa.

  • ¡Ja, ja, ja! ¡Todo un caballero! -le acarició el coño con la palma de la mano y Marta reaccionó abriéndose de piernas. - ¿Qué, niña? ¿Les dejamos que prueben lo que es una jodida hembra? -le preguntó insertándole media mano en su sexo.

Tumbada en la cama, agarrándose las tetas con ambas manos, Marta levantó la cabeza y la dirigió hacia los recién llegados. Ojalá hubiera podido plasmar en una foto la expresión de Marta. Era de auténtica zorra lasciva... Tras ojear a los dos, su vista se centró en el más alto, el que parecía más joven también. Felipe era un hombre maduro, de tez muy morena y cuerpo fibroso, recubierto de vello hasta las uñas de los pies. Tenía una cara de facciones muy marcadas, agitanadas y lucía un bigote espeso que se prolongaba hasta la barbilla a ambos lados de la boca. Parecía Curro Jiménez (el famoso bandolero) pero en versión X. Su miembro colgaba entre sus piernas como una anguila...un largo pellejo tan oscuro como la polla de un negro:

  • ¡Ven aquí, torito! -se ofreció mi princesa extendiendo hacia él los brazos.

  • ¡Ozú, mi alma! ¿De dónde has sacao esta putilla, Paquillo? -soltó el otro.

  • ¡Ja,ja,ja! ¡Es la señora del aquí presente! -respondió señalándome con la mirada. Juan Ramón, que así se llamaba el otro; terminó de desnudarse y me dijo:

  • ¡Joé, chiquillo! ¿Que no le da(s) sufisiente caña a la niña, o qué?

  • ...

  • ¡Pué vamo a echale una manita a la señora! ¿Eh, Felipón?

Juan Ramón era todo lo contrario de Felipe. De entrada, mucho más viejo... Bajito, medio calvo, panzudo, paticorto...pero igual de peludo o más. Y con una pilila, regordeta como él y tiesa ya como un mamporrillo. Marta siempre me decía que este tipo de hombres, velludos y gordos, le daba asco...que sería incapaz de follar con ellos. Ya veis: puta y mentirosa:

  • ¡Ven aquí tú también, gordinflón! -acertó a decir antes de que la verga de Felipe le fuera presentada ante sus labios y ella la acogiera abriendo la boca y dejando de hablar.

A partir de ese momento, terminó toda conversación. Me saqué el preservativo, atrapé lo que quedaba de la botella de tequila y asumí mi rol de espectador pasivo. Poco a poco, por los efectos de los 48° de alcohol de aquel brebaje, se me fue nublando la vista y las náuseas se fueron haciendo más presentes. Sin embargo, tuve tiempo de contemplar la orgía más cachonda a la que mi mujer participó en toda su vida. Claro que esto lo digo sin ningún conocimiento de causa. A estas alturas, igual me entero de que las ha coleccionado...las orgías, digo.

Para empezar, Paco, sentado sobre sus pantorrilas,  la tomó por las caderas y se la folló en esa confortable posición un buen rato. Mientras, el bajito le comía los pezones, amasándole las tetas como si estuviera ordeñándola. El otro, Felipe, le follaba la boca -no puedo decirlo de otra manera, de tan explícito y violento que me parecía-, sacando la polla de vez en cuando para que Marta pudiera tomar aire. Cuando vio que estaba a punto de correrse, pidió permiso a Paco para sustituirlo, cosa que Juan Ramón aprovechó para olvidarse de las tetas y meterle el cipote en la boca. Tuvo que esperar unos segundos porque Felipe forzó a mi mujer para que se metiera a cuatro patas. Paco se dio un descanso, arrancándome la botella de la mano y bebiendo un largo trago de tequila. Sin siquiera mirarme.

Pronto, el ruído del golpeo brutal de los muslos de Felipe contra las nalgas de Marta se hizo ensordecedor. Las tetas le colgaban como cencerros y le bailaban como las campanas tocando matines. Juan Ramón sudaba como un cerdo y hacía unas muecas ridículas que traducían sus esfuerzos para no vaciarse todavía en la boca de mi Martita. Creo que ahí, Marta volvió a correrse porque oí salir de su boca un rugido agudo sofocado por la verga del gordo... La vi arquearse, vi como le temblaban las nalgotas como flanes...

  • ¡Qué mujer tienes, cabronazo! -Paco se había sentado a mi lado, con la botella en una mano y con la otra manipulando su rabo para que no perdiera dureza.

  • Sí... qué suerte... -dije tristemente. Y bajito para que nadie pudiera oirnos (aunque no hacia falta porque los tres actores del show porno, cada uno a su manera, llenaban sobradamente de decibelios la cabina) le confesé: - Gracias.

  • ¿Gracias? Tiene huevos la cosa... ¿de qué?

  • Por no haberme tratado de maricón ante tus amigos...

  • No digas chorradas... Si es por eso, yo también debo darte las gracias... -discretamente, una de sus manos me asió la verga y me la pajeó unos instantes. -No somos maricones... ¿vale?

Felipe seguía bombeándola a cámara lenta, sacando la polla completamente y metiéndosela de nuevo hasta la mitad, mientras que con ambas manos le separaba los cachetes del culo. Sabía perfectamente qué es lo que miraba con insistencia el gitano. Una nueva intervención oral de Marta cortó nuestro idilio pajero. Juan Ramón se había desprendido de la ventosa bucal y se bruñía el morcillón ante la boca abierta de la reina de las mamonas:

  • ¡Sí, sí... DAME TU LECHE! ¡VAAAA! -Marta gritaba poseída por una fuerza lujuriosa, grotesca. Y con la lengua fuera iba intentando captar la dirección que la lefa iba a tomar al salir del caño.

  • ¡JJJJOOOOOOOOOOOOOOHHHHHHHHHHH! - un ronquido porcino abrió las compuertas del surtidor.

Marta fue sorprendida por la cantidad de leche que soltó Juan Ramón. Ella quería que se corriera en su boca, quería llenarse el paladar con su esperma para engullirlo y sentir como le cosquilleaba el gaznate. Le encantaba. Pero no fue posible. Aquel tío se apartó lo suficiente para que la boca de Marta no pudiera envolverle el carajo.  Quería llenarle la cara de lefa, quería hacer lo que nunca pudo hacerle a su mujer y lo que rara vez consiguió que las putas de El Egido (provincia de Almería) le consintieran. Y... ¡Dios si lo consiguió!

  • ¿No querías leche, niña? Pué... ¡Toma leshe!

  • ¡La madre que te parió! -prorrumpió ella, olvidando que Felipe el gitano le seguía trajinando la almeja. Se deshizo de él y se sentó de cara a nosotros. - ¡Santo Dios, qué corrida! -su rostro era un mar de mocos, como si media docena de tíos se le hubieran corrido en la cara simultáneamente; con la yema de los dedos se sacaba el semen de los ojos para poder abrirlos- ¡Qué pringada!

  • ¡Nena! ¡Que un servidor todavía no ha terminado! -protestó Felipe.

  • Un momento, coño... -objetó Marta. -¡Pasadme un kleenex! -y viendo que me la miraba como si no la reconociera: - ¿Qué pasa, coni? ¿Te pensabas que eras el "number one" de la corrida? -buscando a  Juan Ramón con la poca vista que le quedaba; éste se había sentado sobre el otro asiento, contra la puerta opuesta a la del conductor. -¡Joder, cabronazo! ¡Podías haberme avisado de que eras una central lechera!

  • Mi niña... -comentó el aludido, muy relajado- ¡Es muy buena para la piel!

Buena parte de la lefa resbalaba por su mentón e iba cayendo en goterones sobre sus tetas. Consciente de que los cuatro nos la mirábamos y que nadie le pasaba ningún pañuelo para limpiarse, se dedicó a masajearse las tetas voluptuosamente, embadurnándolas con la lefa que iba recogiendo de su cara, de su cuello... De vez en cuando, se llevaba los dedos a la boca y los relamía exclamando lo buena que estaba esa lechecita. O bien, se agarraba una teta con ambas manos, la estiraba hacia arriba y se mordisqueaba y lamía el pezón con su propia lengua, con sus propios dientes.

Paco tomó las riendas. Pidió a Felipe y Marta que se levantaran un momento. A continuación, él se estiró sobre la cama. Comprendí enseguida lo que pretendía. La traca final. El sueño de Marta iba a hacerse realidad:

  • ¡Ven aquí, Marta! -ordenó Paco. Ella comprendió también automáticamente.

  • ¡Volaaandooo! -proclamó mi mujer insaciable, a la vez que se limpiaba como podía con un borde de sábana,  parte de la lefa que tenía por toda la cara, cuello y pecho.

  • ¡Qué pedasso de puta, compadres! -subrayó el gordo encendiéndose un "ducados".

Marta se puso a horcajadas sobre él, le asió la verga y se la restregó entre los labios de su coño:

  • ¡Esto está como agua para chocolate! -y se sentó sobre su miembro hundiéndolo hasta el fondo. -¡Guauuuu! ¡Qué buenooooo!

Paco la atrajo contra su pecho, impidiéndole que se moviera. Marta quería cabalgarlo pero él la sujetó firmemente, con sus manazas sobre las caderas.

-  ¡Shhh! ¡Tranqui, fiera! ¡Te vamos a llenar como Dios manda! ¡Felipe!

El bigotudo acudió raudo. Se colocó de pie, con las piernas flexionadas, se escupió copiosamente de saliva la mano, se pringó el capullo con ella y fue descendiendo hasta que su polla se posicionó entre las nalgas de Marta. Esta, viendo la que se avecinaba, extendió para atrás sus brazos y con la punta de los dedos crispados sobre sus glúteos se los abrió tanto como pudo:

  • Con cuidado, por favor... -se oyó decir a si misma. - Untamelo de vaselina, por favor...

  • ¡A buena hora..! -repliqué yo- ¡No queda ni una gota!

  • ¡Que tengo el culito muy estrechiiito! - Qué voz de puta le salió, qué voz...

  • ¡No problem! -Felipe, el gitano políglota, le lanzó un certero salivazo en todo el ojete, acomodó la punta de su pija en el ano de Marta y sentenció: -Y ahora... ¡Pa dentro! ¡UAAAAAHHHH! - el bruto se la hundió hasta los cojones.

  • ¡OOOOOOOOAAAAAAAAAUUUUUUUUUUUUUHHHHHHHHHHH!!! -un terrible grito de... ¿dolor?... Lo dudo.

Unos segundos de imagen parada. Los tres cuerpos inmóviles. Las dos pollas insertadas en toda su longitud en sendos orificios. Los ojos de Marta llorando de goce. La piel de la cara brillante y pegajosa. Los labios humedecidos, la boca abierta mostrando su perfecta y blanca dentición. Marta era la más bella representación de la diosa Afrodita. Versión puta gallega.

Poco a poco, los pistones de aquel motor de doble combustión fueron sincronizándose. Cuando uno subía, el otro bajaba. Y viceversa. Paulatínamente fueron acrecentando el ritmo copulador hasta alcanzar una velocidad de crucero suficiente para catapultarlos al orgasmo.

Eché un vistazo a  Juan Ramón. Se lo miraba todo como si estuviera viendo una peli porno en el sofá de su casa, cascándosela en un vano intento de recuperar la rigidez perdida de su miembro. Felipe y Paco resollaban como potros encabritados y Marta jadeaba y bufaba como si fuera un neumático al que estuvieran hinchando. Me levanté, me acerqué a ella. Sin decirle nada, le golpeé la cara con la polla, proponiéndole subtilmente que me la mamara. Levantó la vista hacia mí y entre gemidos me confesó:

  • ¡Coni, Coni... Me estoy muriendo de gusto! ¡Es increíbleeehhh!

  • ¡Chúpamela, amor, chúpamela!

  • ¡Ahhhh, sííí...cariño! ¡Dame tú también tu leche! -y se la tragó casi enterita.

Los recuerdos se confunden en mi mente. Lo único que sé es que el primero en vaciarse los huevos fue Felipe. A diferencia de las pelis porno en la que los actores la sacan para correrse a la vista de la cámara, el gitano, tras avisar a mi esposa con un romántico "te voy a llenar el culo de lefa, japuta!" le hundió el palmo de verga en el recto y eyaculó entre  animales estertores.

El siguiente fui yo. Y quise obsequiarla con una merecida corrida facial. Algo que ella me negaba casi siempre -pues prefería bebérsela toda, no por nada- y que, como bien sabéis, a todo hombre le encanta. Aunque intentó que me vaciara en su boca, conseguí retirarme a tiempo e incluso hacer puntería:

  • ¡Tomaaaa, amor! -el primer caño, espeso y consistente como un cordel de esparto, la percutó por encima del labio superior entrándole en buena dosis en las narices, lo que la hizo carraspear y toser como cuando te entra agua por la nariz.- ¡Es buena para la piel! -exclamé orgulloso de hacerle la competencia al de la central lechera.

Marta cerró los ojos para protegerse de la ráfaga seminal que le regaba la cara; pero no la boca. La complací proyectando sobre su lengua las últimas rociadas de esperma. Me lo agradeció continuando la felación hasta beberse la última gota.

  • ¡Mmm, mmm, mmm! ¡Qué sabrosa, Coni! ¡Te quieroooohhh!

Hasta ese momento, super Paco se había comportado en mero "hombre-objeto". Pero una vez comprobó que su compadre Felipe y su "amigo" Iván habíamos concluído la faena, se apoderó de la situación, es decir, del cuerpo de Marta, para hacer las cosas a su manera:

  • ¡Reina, ahora nos toca a nosotros!

Marta, cómplice absoluta, apoyó las palmas de sus manos sobre los hombros robustos del navarro y separó aun más las rodillas para que éste pudiera bombearla a placer.  Paco inició un brutal mete-saca, espaciado, profundo, utilizando toda la potencia muscular de sus abdominales de acero. Marta se cimbreó, irguiendo el busto y el cuello como una oca, echando la cabeza hacia atrás. Paco elevó una mano hacia el delicado cuello de Marta. Lo atenazó como si quisiera estrangularla lo que produjo en ella un inmediato subidón orgásmico:

  • ¡GGGRRRRGGGG! ¡Paco, Paco...gggrrrggg! ¡Me...aggg... me ahogaaaaassss! -Paco le metió un dedo en la boca, aflojando la presión gutural. Marta se lo agradeció chupándeselo y corriéndose al mismo tiempo: -¡Agggg... YAAAAAAAAAAAAHHHH!

Marta parecía que se hubiera sentado sobre un  martillo hidráulico, propulsado por la energía atómica de la sangre navarra de aquel ejemplar de toro humano.

  • ¡Plop, plop, plop, plop... PLOP! -resonaban las embestidas

  • ¡Plop, plop, plop, plop...PLOP! -resonaban las tetas de Marta entrechocando, subiendo, bajando como globos en un estand de tiro de una feria.

  • ¿Has visto qué melones, la zorranca? -se expresó poéticamente Juan Ramón, que ya se había vestido pero que no quería perderse el final del partido.

  • ¡Ozú! ¡Qué tetas! ¡Y qué culazo! -Felipe también terminando de vestirse: -¡Mira, mira, Juanra! ¡Mira cómo le sale la leche del culo!

  • ¡AAAAAGGGGGGGGGGG! ¡SIIIIIIIIIIIIIIIII! -Marta seguía corriéndose en un interminable clímax.

Le dolían sus tres orificios: la boca de tanto abrirla, de tanto mamar polla, ¡Mierda! pensó, ¡soy una auténtica mamona!... Disfruto como una loca, comiendo polla...Mmm, la del gendarme... ; el culo, de haber sido sodomizada dos veces en poco tiempo y sin demasiada finura -qué gozada...dos pollas dentro de mí!-; el coño, irritadísimo, los labios de su vulvita hinchados, el clítoris salido e hipersensible... Y este tio que no se corre nunca... me va a matar...¡qué potencia! ¡qué polla!

  • ¡Córrete yaaaahhhh! ¡Llénameeeee!!!

  • ¡Plop, plop, plop, plop... PLOP!!! -Paco seguía martilleando con precisión suiza.

Marta decidió utilizar sus últimas fuerzas para llevar al toro de Pamplona al redil de la corrida. Se dejó caer sobre él -tuvo durante un segundo la impresión que la verga de Paco le perforaba el útero-, apoyó sus manos abiertas sobre los pectorales del apolo navarro y comenzó a zarandearse como una centrifugadora.

  • ¡Ogggg! -gemía Paco- ¡Niñaaaaa, siiiii, asiiiiii! -chillaba Paco. -¡Yaaaaaaaaahhhh! -exultaba Paco.

  • ¡OTROOOOOOOOOOO! ¡AAAAAAJJJJJJJ! -Marta se corría de nuevo con el rostro descompuesto, entre gemidos brutales y risas incontroladas. -¡OTROOOOOHHHH!!!

  • ¡YAAAAAAAAAAAAAAAAJJJJJJJJJJ!!!

  • ¡DIOSSSSSSSS! ¡LA SIENTOOOOO! ¡SIENTO TU LECHEEEEEEEEEEEE!!!

  • ¡SIIIIIIIII!

  • ¡ME LLENAAAAAA! ¡ME QUEMAAAAAHHHH!!!

Se rindieron los dos. Se quedaron fundidos en un abrazo inacabable. Se besaron de nuevo como amantes,  ajenos al resto del mundo.

  • La sigo sintiendo, Paco... La sigo sintiendo muy dura dentro de mí...

  • Niña... ¡Eres estupenda! ¡Vente conmigo!

  • No me tientes, no me tientes...Ya sabes que no puedo, encanto... Estoy casada, ¿recuerdas? -sin mirarme y moviendo las caderas para evitar que la verga de Paco saliera de su madriguera.

  • Sí, claro... Yo también...

  • No te me pongas triste, bombón - le cogió la cara con ambas manos y le besó en la boca. - ¡Dios, qué bueno que estás! ¡Y cómo follas!

  • Quédate conmigo hasta el amanecer...-ahora era él el que le sobaba las tetas con sus manazas de levantador de piedras. - ¡Dios, qué buena estás! -y con la exclamación, un par de embestidas de su pilón barrenero todavía en estado operacional.

  • ¡Mmmm! Mi navarro sigue en pie de guerra... -me buscó con la mirada y dijo: -Coni... mmm... ¿me dejas que me quedé a dormir con él...mmm?

Juan Ramón y Felipe me miraron como si les diera pena. Me dieron la mano y se eclipsaron arguyendo que en breves horas tenían que transportar dos camiones de fresas y que debían estar en París antes del anochecer. Abrieron la puerta y mientras bajaban, Felipe exclamó:

  • ¡Paquillo! ¡Es la mejor putilla que me he tirado en mi vida!

  • ¡Y gratis! -añadió el gordo. -¡Ja, ja, ja!

Que trataran a mi mujer de puta debería haberme ofendido. Cualquier hombre medianamente orgulloso debería haber reaccionado violentamente ante tal ofensa. Pero lo que vi aquella noche, en aquel camión...ver como Marta se entregaba a esos hombres, como los provocaba, como los gozaba con pleno consentimiento... hizo que simplemente lo aceptara, admitiera la veracidad de los hechos: Marta era una jodida zorra.

Hice como los dos camioneros andaluces. Me vestí y me dispuse a pasar la noche en el Ford Fiesta. Solo. No les dije ni adiós. Ellos, sí:

  • Apaga la luz, amigo, antes de irte.

Apenas pegué ojo en toda la noche. No me encontraba nada bien. Una serie de pensamientos oscuros me inundaban la mente. ¿Significaba todo aquello que había perdido a Marta? Era posible. En cualquier caso, yo no podría volver a verla nunca más con los mismos ojos.

Al final, tuve que vomitar para que mi estómago recobrara algo parecido a la normalidad. Después, recliné el asiento, me comí una manzana, cogí una mantita de viaje para taparme y me acosté como pude. Y me puse a pensar en lo que Marta me había recordado un rato antes. Me puse a evocar lo que en cierta manera podría definirse como mi despertar a la sexualidad...


Marta era la única persona que conocía esta parte de mi historial sexual. Se lo conté todo tras escuchar de su boca los devaneos lésbicos con Clara, su compañera del colegio. Al principio, no quería contárselo pues me sentía algo avergonzado y temeroso de que al hacerlo mi "masculinidad" se viera comprometida. Pero me convenció retándome a que la calentara explicándoselo todo con sumo detalle... Si lo conseguía, ella me deleitaría con una sesión "solo para mis ojos" de auto masturbación. Se desnudó completamente, se tumbó en el sofá, me pidió que me desnudara yo también y que me sentara; reposó los pies sobre mis piernas y me pidió que se los fuera acariciando mientras le narraba la historia. Empecé por explicar lo que ella quería pero no tardé en cambiar el objeto de mi relato:

No recuerdo exactamente cuando fue la primera vez que me masturbé. Sólo sé que todavía no me habían salido pelillos en el pubis y que cuando me corría no salía nada. Debía tener unos doce años. En la escuela me sentaba al lado de un chico, delgaducho e imberbe como yo. Se llamaba Pedro. Eramos muy amigos. Creo que despertamos al mismo tiempo a la sexualidad por culpa de la misma chica: Yolanda. Todos los chicos la llamaban "Yoyo" y tenía para su edad unas mamas impresionantes. En clase, nos habían llamado la atención un sinfín de veces ya que nos quedábamos como pasmarotes mirando aquellas misteriosas protuberancias. Y luego en el recreo, íbamos como locos para meterle mano...No sé qué habrá sido de esa chica. Si la encuentro por el "facebook" le confesaré la de pajas que me hice pensando en sus tetas...

Iba muy a menudo a su casa. Nos encerrábamos en su habitación para hacer los deberes, jugar al monopoly o simplemente charlar. Y siempre acabábamos jugando a peleas... No sé quién de los dos empezó, pero durante esos combates simulados, nuestras manos buscaban la entrepierna del otro para tocarnos por encima del pantalón nuestros sexos que respondían tensándose bajo la tela de nuestros calzoncillos. No íbamos más allá. Ni hablábamos del asunto.

Muchas veces, mientras  jugábamos a esas mariconadas, la madre de Pedro -Estrella, se llamaba- entraba en la habitación y nos reñía afectuosamente con un:

  • ¡Venga niños, dejad de pelearos! Venid a la cocina que os he preparado la merienda...

Entonces,  yo pasaba a la segunda fase. Me olvidaba de mi amigo Pedro y me extasiaba contemplando a su madre. Estrella era la típica ama de casa de aquella época. Siempre la vi con una bata de colores claros: gris perla, azul celeste... Lo único que hacía cuando salía a la calle a comprar era cambiarse las zapatillas por unos zapatitos de talón bajo. De todas las madres de mis amiguitos, ella era la única a la que veía como mujer. Es casi paradójico porque ni era una mujer exhuberante -más bien delgadita y de poco pecho-, ni especialmente guapa y de ninguna manera provocativa. No obstante, se me quedaron dos imágenes grabadas en mi mente infantil.

La primera, sus manos. Me quedaba embobado viendo sus largos dedos y sus uñas largas, afiladas, limpias -nunca pintadas- moverse armoniosamente mientras nos untaba las galletas María de mantequilla. Me parecían manos de ángel.  Cuando me encerraba en el baño para hacerme una pajita, me imaginaba que era la señora Estrella la que me tocaba con sus manos. Y cuando empecé a eyacular, fantaseaba que eran sus manos que lo recogían y que sus largas uñas se pintaban con aquella substancia tan mía.

La segunda, mucho más percutante, si bien en ningún caso fue esa su intención. Una de esas tardes, dejé un momento a Pedro para ir a hacer pis. Cuando abrí la puerta del cuarto de baño, Estrella estaba sentada en la taza, con los codos sobre las rodillas y las manos juntas aguantándose el mentón. Podía verle los muslos desnudos, muy blancos, porque para orinar debía desabrocharse unos cuantos botones de abajo de la bata...Al verme tuvo una reacción muy normal de mujer madura ante la presencia de un niño: no se sintió cortada, ni avergonzada, ni enfadada. Pedí disculpas en el acto y me disponía a salir para afuera cuando me dijo que no pasaba nada y que enseguida me dejaba el sitio. Fueron sólo unos segundos...Un instante que marcó en mí la obsesión por ver a las mujeres meando. Y todo porque Estrella, sin prestar atención a mi presencia, cogió un pedazo de papel higiénico y levantándose ligeramente se limpió el chocho con él. Llegué a vislumbrar en un instante fugaz, la negrura de su intimidad. Luego, se subió rápidamente las bragas y se abrochó decentemente la bata.

Pedro tenía una hermana de 18 años, Nuria, a la que sólo había visto en un par de ocasiones. Era, por así decirlo, una copia de su madre: delgadita, rubita, blanquita... siempre vestida con minifalda y zapatos de talón...Y las mismas uñas, pero pintadas...Un bomboncito al que yo no prestaba ninguna atención...Había empezado a estudiar Derecho y se había echado un novio. Ella fue, sin embargo, la causa de que Pedro y yo, pasáramos a la velocidad superior.

Un día, su madre nos dejó solos toda la tarde aludiendo que debía ir al centro a hacer unas compras importantes. Pedro me llevó a la habitación de su hermana y empezamos a registrar los cajones de su sinfonier, a husmear en su armario y en su mesita de noche. Ante la lencería de su hermana -que no tenía nada de especial- vi que mi amigo se calentaba más de la cuenta... Cuando le pregunté que qué le pasaba, me confesó que quería mucho a su hermana y que se tocaba pensando en ella... Yo me ruboricé pero no quise confesarle que yo me pajeaba pensando en las manos de su madre, ni en el cuerpo desnudo de mi propia madre. Pero Pedro tenía ganas de hablar:

  • ¿Sabes, Iván? Nuria y yo tenemos un secreto...

  • ¿Ah, sí...?

  • Sí... Muy reciente... Necesito contártelo... ¿Lo guardarás, verdad?

  • Somos amigos, ¿no? Soy una tumba, Pedro.

  • El fin de semana pasado, el sábado por la noche, mis padres fueron al cine... Nuria no estaba... Entré en su habitación. Yo ya llevaba el pijama puesto. Me fui directo al cajón de sus bragas. Cogí una y me empecé a tocar con ella. Y de repente...

  • ¿Qué... ? ¿No me digas...?

  • Sí, Pedro... Mi hermana me sorprendió masturbándome con sus bragas... Creí morirme...

  • Y... ¿se lo dijo a tus padres?

  • No... Ni creo que se lo diga nunca...Verás...Te cuento:

" Primero gritó. Se acercó a mí y me dio un par de tortazos. Me insultó, me trato de degenerado y no sé cuántas cosas más. Me puse a llorar, le dije que no sabía lo que me había pasado por la cabeza, que lo sentía mucho, que no lo haría nunca más, que la quería muchísimo... Se sentó en la cama mirándome enrabiada... Yo seguía con el pantalón del pijama bajado. Y la cuca como un gusano...

  • ¡Mírate! No eres más que un mocoso... -quise subirme los pantalones, pero me interrumpió: - ¡Quieto! ¡Esto no va a quedar así! ¡Desnúdate por completo! ¡Venga!

  • Nuria... no...perdo...naaa -yo sollozando como un crío.

Mi querida hermana, mi adorada Nuria, se quitó las bragas y me las echó a la cara:

  • ¡Hazlo con estas, mocoso! ¡Aquí, ahora! -se estiró en la cama con el torso erguido, apoyada en sus codos, abriendo bien sus muslos para que pudiera verle la cosa.

Con sus bragas en la mano, temblando de frío y de vergüenza, mirando de refilón su sexo, acerté a preguntarle:

  • ¿Qué quieres que haga, Nuria?

  • ¿No lo sabes? ¿Qué estabas haciendo con las otras sino?

  • Pero... Ya te he perdido perdón...

  • Te perdonaré cuando yo lo quiera...¿entendido?

Me las llevé a mi pene, totalmente flácido. Estaban empapadas:

  • Nuria...están muy sucias...

  • Eres tú el sucio, Pedrito... ¡Huélelas! A ver si sabes porqué están sucias...

La obedecí. Olían a semen, como el mío. Puse cara de asco. Nuria se rió:

  • ¿Te da asco, eh? -bajó la cremallera lateral de su mini falda, abriéndola como las páginas de un libro- ¡Es de mi Ricky (Ricardo, su novio)! Acabamos justo de echar un polvo en el portal...

  • ¿Un polvo? -pregunté con cara de tonto; no sabía qué significaba eso.

  • ¡Ay, perdona! Me olvidaba que tenías sólo 13 años... Aunque viendo esa cosita tan pequeña que tienes...

Era evidente que mi hermana pretendía darme un escarmiento, humillándome de una manera que me hería profundamente pues hasta ese día se había comportado conmigo con mucho cariño.

  • Un polvo, hermanito, es cuando el hombre introduce su pene en la vagina - y señaló con un dedo su coñito- de la mujer y ... la saca...y la mete... y la saca -mimaba el gesto de follar con el mismo dedo, metiéndoselo un poco, sancándolo y volviéndolo a meter. - ¿comprendes ahora, tontainas?

  • Sí... ¿puedo irme ya? -pregunté con la respiración entrecortada por el llanto que no quería pararse.

No me gustaba nada ver a mi hermana de aquella manera. Parecía como si empezara a cogerle gusto a la cosa. Aunque había concluído su explicación de lo que era un polvo, su mano seguía acariciándose suavemente el sexo. Su cara había perdido ese rictus de cólera que tanto miedo me había dado. Ahora, me observaba con curiosidad malsana. Y yo... No podía quitar los ojos de su coño.

  • ¡Uy, uy, uy! Ni hablar, hermanito... Todavía te quedan muchas cosas por hacer antes de que me olvide de ti y de lo que estabas haciendo... ¡Y suelta mis bragas de una vez!

  • Tú...tú me habías dicho que querías...

  • ¡Lo decía en broma, pedazo de alcornoque! -junto sus piernas y se enderezó: -¡Ven, acercate, hermanito!

  • ¿No me vas a pegar? -todavía me escocían las mejillas de sus dos tortazos. Con las yemas de su índice y su pulgar, Nuria me estiró el pellejo de mi pene, retorciéndolo como si me pellizcara el brazo. - ¡Ayyy!

-  ¿Por qué? ¿No te lo mereces? ¿Quieres una zurrita en el pompis? -se le iluminaron los ojos, puso cara de malvada y cambiando a grave la voz : -  Este niño travieso se merece una buena azotaina...

  • Es verdad, Nuria... me merezco un castigo...-yo fui el primer sorprendido al oirme decir estas palabras.

  • ¡Jopeta, con el niño! ¡Hala, túmbate aquí! -dandose unas palmaditas sobre sus muslos desnudos.

Se avanzó hasta el borde de la cama. Yo me arrodillé primero a su lado y apoyé mis costillas sobre sus piernas. El contacto con su piel fue muy agradable. No para ella:

  • ¡Ostras, Pedrín! ¡Se me clavan tus huesos! ¡Muévete hacia un lado! -lo hice hasta que fue mi vientre el que quedó sobre sus muslos. - ¡Así, mucho mejor!

Me fue acariciando toda la espalda, desde el cuello hasta las nalgas, pero no con la mano. Lo hacía con la punta afilada de sus uñas, como si quisiera arañarme pero sin hacerlo.

  • ¡Qué piel más suave tienes, Pedrito! ¡Y qué culito de bebé! - Y, de repente: -¡Zasss! ¡Zasss! ¡Zasss! -tres azotes resonaron en su habitación.

  • ¡Auuuu! ¡Auuuuu! -grité sorprendido de la fuerza que había imprimido a la zurra.

  • ¡Esto por entrar en mi habitación sin mi permiso! ¡Zasss! ¡Zasss! ¡Zasss!

  • ¡Ayyyy, tan fuerte no!

  • Esto por regirarme los cajones: ¡Zasss! ¡Zasss! ¡Zasss!

  • ¡Para, para, para! -lloraba de nuevo, pataleando al aire pero sin renunciar a que siguiera.

  • ¡Quejica! ¡Zasss! ¡Zasss! ... Y esto por ser un guarro y por masturbarte con mis bragas... ¡Zasss!

  • ¡Me has hecho mucho daño, Nuria!

  • ¡Shhhh! ¡Ya está, ya pasó! -esta vez me acariciaba el culo escocido con la palma de la mano- ¡Uf! ¡Qué a gustito me he quedado, hermanito! ¡Ji, ji, ji! ¡Se te ha quedado el culito como un tomate!

Me levanté enfurruñado, harto de tanta vejación gratuita. Pero al hacerlo puse en evidencia que a pesar del dolor causado por sus azotes también me había gustado... Mi polla estaba tiesa. Una verguita de un niño de 13 años, cierto, pero bien trempada. Seguro que no tenía nada que hacer comparada con la de su Ricky. Pero...

  • ¡Recojones! ¡Qué sorpresa, Pedrín! -clamó repitiendo el gesto de prensión, índice y pulgar atenazando el pellojo que cubría mi glande. -¡Cómo te han puesto mis azotes! -y me tiró con fuerza la piel de la cuca hacia abajo.

  • ¡Ayyyy! -protesté- ¡Me haces daño, tonta!

  • ¿Te hago daño, hermanito? -repitiendo su gesto con mayor brusquedad aun.- ¿Te duele mucho mucho?

  • Sí... ¡Eres mala, Nuria!

Quise zafarme pero me tenía la polla bien agarrada. Me la estiró con fuerza atrayéndome hacia ella:

  • Así que soy mala... ¿eh?... Pues a mi Ricky le encanta que se la toque así... -volviendo a la carga, pero más suavemente. Cerré los ojos y gemí levemente. -¡Hummm, Pedrín! ¿Todavía te parezco muy mala?

Volví a abrir los ojos y miré lo que estaba haciendo. Su mano, blanca, suave como el terciopelo... La manita de mi hermana adorada haciendo una paja a su propio hermanito..."

Pedro dejó de hablar. Se fijó en que yo me estaba tocando mientras él me contaba esta historia. Avanzó su mano hasta mi paquete, apartó la mía y me apretó la polla como lo hacíamos jugando a peleas. Yo hice lo propio y enseguida verifiqué complacido su tremenda erección. Nos dejamos caer sobre la cama y nos masturbamos mútuamente unos minutos, así, por encima de nuestros pantalones...

  • ¿Pedro?

  • ¿Sí?

  • ¿Te gustó que te lo hiciera tu hermana?

  • ¿La verdad?

  • Sí, claro...

  • Me gustó muchísimo Iván, muchísimo.

  • Y... ¿lo ha vuelto a repetir?

  • ¡Qué preguntón que eres! Déjame que te cuente el final...

  • ¡Ah, yo pensaba que...!

"...Te decía que ver a mi hermana pajeándome fue como un electrochoc para mí. No pude contenerme y sin que ella pudiera evitarlo empecé a eyacular... Mucho... Tanto,  que la cogió por sorpresa y únicamente tuvo tiempo de poner las manos delante de su cara, después de que el primer cordón de leche le impactara en la frente:

  • Pero... pero...¡Esto qué es! ¡Paraaaa! ¡Paraaa, guarrooo! -las palmas de sus manos iban llenándose de semen. Un chorrito se coló entre sus dedos depositándose mansamente en su pelo.

¿Cómo quería que parase? Ella ya no me acariciaba, yo no me tocaba y mi polla, ella solita, iba soltando leche hasta que, imagino, se quedó vacío el depósito. Mi hermana estaba petrificada, con las dos manos delante de su cara cubiertas de semen... Y la lefa que iba deslizándose hacia abajo, cayéndole como mocos encima de sus muslos. Cuando percibió que la tempestad láctea había dejado de arreciar, fue separando las manos, mirándoselas incrédulas, contemplando estupefacta las manchas de esperma sobre su blusita blanca, examinando pasmada la lefa que le mojaba los muslos... El chorro que se había estrellado en su frente, resbalaba por la cuenca de sus ojos, resiguiendo nariz abajo hasta entrar en contacto con sus labios. Nuria, en un acto reflejo, recogió esa leche con la lengua y se relamió los bigotes con ella, como hacen los gatitos.

  • Perdóname, Nuria... -le dije lleno de desolación, cabizbajo y avergonzado- Yo... yo no quería...

  • Pedro... -me miraba muy seria-  ¿has visto cómo me has puesto?

  • ¡Oh, perdona...!  Lo siento tanto... -y me eché a llorar de nuevo.

Y allí, ella cambió radicalmente de comportamiento. Se levantó, se desabrochó la blusa, se secó con ella las manos, la cara y las piernas... La tenía allí, de pie ante mí, totalmente desnuda. Igual que mi madre, el mismo cuerpo, las mismas tetitas, casi inexistentes, pero con unos pezones muy salidos, muy gordos, el mismo triángulo púbico, con muy poco vello y muy clarito... Me sonrió dulcemente y me dijo:

-  Hermanito... ¡Tu no eres normal!

-  ¿Có... -ahogándome en mi llanto-...cómo que...que no soy normal?

  • Déjalo... Voy a la ducha, que me has dejado hecha un pringue... Los papás están a punto de llegar.

  • No les vas a decir nada, ¿verdad?

  • Claro que no, tonto... Vete a la cama. Más tarde vendré a explicarte porqué no eres normal...-se agachó para coger su camisón de debajo de la almohada...Nuria tiene un culito pequeñito y respingón. Al girarse y ver que me la miraba con interés "masculino", observó: -¡Pedrín, Pedrín! Te pone cachondo tu hermanita, ¿eh que sí? -y como no decía nada, continuó: -¡Va, ponte el pijama y a la cama! "

Pedro dejó de hablar. Se me quedó mirando, observando la mano que seguía tocándole la polla...la mía. Y habló:

  • ¿Sabes que me gustaría ahora, Iván?

  • Me lo imagino... Te gustaría que te tocara como lo hizo tu hermana...

  • ¿Cómo lo has adivinado?

  • ¡Bah! Si me parece que te lo estás inventando todo para poderlo hacer así...

  • No me invento nada -ofendido, dejó de tocarme a mí.

  • No te enfades, Pedro -le recoloqué la mano en su sitio-. Te creo.

  • Entonces... ¿lo harás? -Pedro me sobaba el cipote cada vez más fuerte y rápido.

  • Mmm... Sí, te lo haré... -ahora era yo quien le apartaba la mano de mi paquete-...Espera un poco...Estoy a punto, yo... Y quiero que me cuentes lo que pasó... ¿Llegó a venir a tu habitación?

" La espera se me hizo eterna. Fui pasando una a una las imágenes de lo sucedido con Nuria por mi mente. Empecé a tocarme bajo las sábanas. No tardé nada en tenerla otra vez empinada. Una voz interior me decía que valía la pena esperar, que no debía correrme. Me calmé un poco. Entonces oí el ruido de la puerta de entrada. Mis padres estaban de vuelta. Reían. Estaban contentos. Me pareció discernir las risitas de mi madre y la voz grave de mi padre diciéndole algo que semejaba a un "tengo muchas ganas". Después, silencio. Nada de Nuria. Igual ya estaba durmiendo...

Encendí la luz de la mesita. Mi polla sobresalía de la bragueta desbotonada del pantalón de mi pijama,  tiesa a más no poder. Retiré la sabana y me dispuse a masturbarme. De repente, la puerta se abrió de par en par. No tuve tiempo de hacer otra cosa que ladear la cabeza y fingir que dormía. Era mi madre:

  • ¡Ay, este niño! ¡Siempre destapado! Y con la luz encendida...

Tragué saliva. Escuché como mi madre emitía una especie de suspiro. Volví a tragar saliva...Oí sus pasos acercándose a la cama. Hubiera deseado que mi erección desapareciera por completo, pero era todo lo contrario:

  • ¿Duerme, mi bebé? -susurró lánguidamente. Sentí como sus labios mullidos me daban un cálido beso en la frente.

Entorné los ojos justo un segundo. Mi madre llevaba una camisola de tirantes de satén cremoso, casi transparente. Su cuello de cisne era atravesado por los ríos azules de sus venas. Inclinada sobre mí, pude divisar sus pequeños senos...sus pezones, color chocolate, despuntando erguidos. Noté una punzada de excitación en la polla.

  • Diablillo... -su mano se deslizó hasta mi polla, rozándome la piel con la punta de los dedos. - Te nos estás haciendo un hombre...¿eh, mi bebé?

Ya sé que no vas a creerme, Iván, pero es la pura verdad. Mi madre se agachó y depositó un besito muy suave en la puntita. Mi polla, como el resorte de una caja sorpresa al ser descomprimido, se puso a dar saltitos incontrolados. Sus labios seguían rozándome el capullo, cubierto a medias por el pellejo cada vez más tenso. Y entonces, sentí la humedad de su lengua, el dardo de su puntita picoteándome el capullo, sus labios maternos besándome el glande.

Me quedé rígido como un cadáver, conteniendo la respiración, mirando -sin que viera que miraba-  el suave perfil de mi madre, su boca pegada a mi verga, lamiéndola... Unos segundos. Sólo fueron unos seguendos.

  • ¿Qué estoy haciendo? -se preguntó a si misma en un murmullo. -¿Estás loca, Estrella?

Se levantó, me cubrió con la sabana hasta el cuello, apagó la luz y se marchó. Me quedé pasmado, con el espíritu totalmente perturbado. Maldije mil veces a mi padre por robarme la presencia erótica de mi madre. Maldije a mi madre por haberme insinuado tal delicia e ir ahora  a prodigársela a su marido. Unos minutos desesperantes.

Cinco minutos después, la puerta volvió a abrirse sigilósamente. Por si se trataba de mi madre, seguí haciéndome el dormido. Pero era Nuria:

  • ¿Ya duermes, hermanito? -preferí no contestar, a ver lo que hacía.

A tientas, llegó hasta el borde la cama, la rodeó tocando con las manos la posición de mi cuerpo y levantando la sábana se metió dentro. La cama era estrechita y Nuria iba con prisas. Se me pegó como una garrapata y no tardé nada en sentir como sus manos buscaban el objeto de sus deseos. Cuando me asió la polla y comprobó lo dura que estaba, buscó mi oreja y me susurró al oído:

  • ¡Pillín, pillín! ¡Aquí no duerme nadie! -metiendo la mano dentro de la bragueta, apretándome los testículos, lamiéndome el pabellón auricular.

  • ¡Hiii! Me haces cosquillasss -ella seguía mordisqueándome la oreja y desplazando la mano hasta mi estómago, se puso a hacerme cosquillas entre las costillas. -¡Paraaaa! ¡No, cosquillas...hiiii...noooo!

Estuvimos un momento jugando a este juego pueril e inocente, toqueteándonos en la oscuridad, riendo a carcajada limpia, como hacía mucho tiempo que no lo hacíamos... Claro que nunca lo habíamos hecho así, medio en bolas, buscando con nuestros dedos hacer algo más que cosquillas:

  • ¡Basta, basta, Nuria...! Nos van a oir... -le pedí medio llorando de risa. Nuria se había puesto a horcajadas sobre mi vientre, su camisón suficientemente arremangado para que su húmedo coño pudiera restregarse sobre mi sexo mientras seguía urgándome las axilas para hacerme morir de risa.

  • ¡No creo, Pedrín! ¡Los viejos se están pegando un polvo de campeonato! ¡Como cada sábado!

Su mano buscó el interruptor de la lamparilla. Encendió la luz. Sentada sobre mí, me miraba impúdica:

  • ¡Ya está bien de cosquillas, hermanito! -exclamó sacándose por encima de la cabeza el camisón que la cubría. -No me mires con esos ojos... ¡Pareces un sapo baboso!

  • Es que eres muy bonita...Nuria

  • ¿Te gustan mis pechitos? -me hizo tocárselos, mostrándome cómo debía pellizcarle los botones. Los tenía gordotes y muy duros. Inclinó el busto hacia mi cara. -¡Mámamelos, venga! ¡Chúpamelos bien, Pedrín!

Qué gustosos eran. Como dos garbanzos de gordos. Estuve un buen rato sorbiéndoselos, mordiéndoselos, mamándoselos. Y Nuria gemía cada vez más fuerte, frotándose el coño contra mi bajo vientre:

  • ¡Offf, offf...espera...offf! -se deshizo de mi mamada pectoral, se llevó la mano a su sexo, se hundió varios dedos en él, los sacó relucientes de su baba y me los llevó a mis labios: -¡Mira cómo estoy, brother!

Lamí sus dedos. Un gustito salado y ácido un poco desagradable. Hice una mueca que debió parecerle divertida porque se rió.

  • ¡Ja, ja, ja! No te gusta, ¿eh? -se levantó y me tendió la mano para que yo me levantara a su vez. A continuación, se tumbó ella en la cama, se espatarró... - A mi Ricardito le encanta comerme el conejito...Dice que sabe a gloria bendita...

  • Nuria... Tú y yo somos hermanos... No está bien que hagamos estas cosas...

  • ¡Mentiroso! -sus dedos abrían su sexo, rosado y brillante, ofrecido a mi boca como un higo maduro. -¿Y eso que te cuelga, eh? ¿Eso está bien? Trempar como un moro sólo con oler las bragas de su hermana... ¿Eso está bien?

  • Yo...

  • Tú... ¡Nada! ¡Quítate este ridículo pijama y cómele de una puta vez el chocho a tu hermana!

Tenía razón, Nuria. Era un cerdo, un guarro "anormal". Quería que yo le comiera el coño...pero si no tenía ni idea...Además, su apariencia me daba asco...Me recordaba aquellos mejillones enormes que mamá ponía en la paella y que papá se deleitaba en abrirlos delante de ella guiñándole un ojo...Ahora comprendía porqué... Era como un mejillón gigante, apestoso y peludo...¡Qué asco!

No obstante, terminé arrodillándome entre las piernas de mi hermana y apliqué mi lengua en aquella raja caliente y empapada de una sustancia gelatinosa y resbaladiza:

  • ¡Fffuuu! ¡Sí, mucho mejor...ffff...hermanito! ¡Así, asíiii! ¡Dale lengua al ffffff conejito!!!

A pesar del desagradable sabor, quería darle gusto a mi hermana...Le metí la lengua dentro de su coño, tan profundamente como pude, moviéndola como si fuera la lengua de un áspid. Nuria se retorcía cada vez más, con gestos bruscos de sus caderas, como si mi lengua la quemara viva:

  • ¡Ffffuuuuuuuuu! -resoplaba de gusto- ¡Síiiii, siiiii...Pedrínnnnnn!

Levanté mi vista hacia ella. Mis ojos divisaron entre la mullida alfombra de pelillos dorados de su pubis, sus manos pellizcándose los pezones:

  • ¡Oh, qué buenoooo! ¡El clítoris... cómeme el clítoris!

  • ¡Hum...! ¿Qué es? -le pregunté con absoluta sinceridad. Se enderezó y con la yema de su índice se frotó una especie de minúsculo prepucio que despuntaba en lo alto de su rajita.

  • ¡Aquí, hermanito! ¡Chúpalo delicádamente que es un botoncito ultra sensible!

Aquello me gustó mucho más. Primero, porque no sabía tan fuerte como su coñito y segundo...Segundo, porque fue empezar a lamerle el clítoris que mi hermana comenzó a dar brincos,  a retorcerse de mala manera y a maullar como una gata.

  • ¡Mmmm... auuuuuuuhhhh! ¡Qué fuerteeeee! ¡No pares, no pares, no paressssss!

Me atenazaba la cara entre sus muslos, hundiendo sus dedos en mi pelo, arañándome el cuero cabelludo, haciendo que me escocieran los labios de tanto frotarlos contra su vulva... Pero me sentía muy orgulloso de mí mismo: era obvio que le estaba dando a mi hermanita mucho, pero que mucho placer:

  • ¡Peeee... Aaahhhh...yaaaaa.... ME VIENEEEEEEEHHHHH!

¿Y sabes qué ocurrió, Iván? Sí, sí... tuvo un orgasmo, ella me lo explicó más tarde... Fue más que un orgasmo. Sus caderas se alzaron, se convulsionaron como lo vi una vez a una niña de la escuela (La Paqui, ¿te acuerdas? Cuando le dio el ataque de epilepsia...) y su coño se puso a soltar chorritos de un líquido transparente que me dejó la cara empapada y la cama hecha un asco. Me quedé de piedra, convencido de que se acababa de mear en mi cara:

-  ¡Marranaaa! -le grité- ¡Te has meado! ¡No me lo puedo creer!

Tardó unos segundos en reaccionar y contestarme. Seguía retorciéndose, gimiendo en espasmos entrecortados, de lado y con una mano entre sus piernas apretadas, como si quisiera taponarse el surtidor... Tras este lapsus en el que no dejé de mirarla asombrado, ni hice nada para secarme aquel pringue, esperando una explicación a lo que acababa de ver, Nuria se sentó y me dedicó la más dulce sonrisa que jamás le había visto:

  • ¡Eres un fiera, hermanito! ¡Qué orgasmo! ¡Me has dejado muerta de gusto, peque!

  • ¿Eso es todo? ¿Y el pipi?

  • ¡Qué pipi ni que ocho cuartos! ¡Ven, acércate que te limpie la cara! -recogiendo su camisón del suelo. Me acerqué y con él me secó la cara,  el cuello y el pecho. Me acarició los testículos y me asió el pene por su base tirando suavemente del pellejo, sin hacerme daño esta vez: -¿Sabes por qué te he dicho que no eras normal?

  • Sí... creo que sí...

  • A ver... ¡dime! - intercambiamos las posiciones. Ella se levantó, me hizo sentarme en el borde de la cama que estaba seco y se arrodilló a continuación entre mis piernas.

  • Creo que es... porque no he aguantado nada... mmm...antes... -con una mano me sostenía la polla bien tiesa y vertical y con la punta de la lengua me lamía el frenillo. Como un flechazo, la imagen de mi madre haciendo lo que hizo, me fustigó la mente.

  • ¡Ji, ji, ji! Eso también... Pero en eso eres más normal de lo que te piensas...-su lengua bajaba por todo mi miembro, muy lentamente. -Separa bien las piernas... Así, bien... Ponte más al borde...No...un poco más... así... saca el culito para fuera... Bien.

  • ¿Entonces... en qué soy anormal, Nuria? ¡Aaahhh! -su lengua recorría mis pelotas, su mano me masturbaba suavemente.

  • Pues...en cierta manera...-los silencios correspondían a cuando se metía uno de mis huevos en la boca, sorbiéndolo como si fuera la nata de un "suizo".- ...en lo mismo que yo... No era pis, hermanito... No era pis... Acuéstate, vamos... -me ordenó empujándome con una mano sobre mi vientre.

  • Quieres decir... ¿que tú también eres anormal?

  • No, yo soy muy normalita... Lo que me ha pasado hoy contigo es la segunda vez que me pasa... ¡Uf, qué culito más tierno! Cógete las piernas y levántamelo para que le pueda dar un besito...

  • Un poco marrana sí que eres... -pero la obedecí y doblé las piernas dejándole el culo a su entera disposición. -... la otra vez que te pasó...¿fue con Ricardo, supongo?

  • ¡Jo...no, que va! Con Ricky me lo paso bomba y me corro muchas veces...

  • ¿Te corres? ¿Se dice así para una chica? -me había abierto las nalgas con las manos y ahora sentía como con la punta de la uña iba contorneando mi ojete.- ...¿Qué vas a hacerme, Nuria?

  • ¿Quieres que te lo explique o que te lo haga? -acercó sus labios a mi agujerito, le dio un beso y se apartó: - Creo que lo que has visto, Pedrito, demuestra que las mujeres también nos corremos... Aunque una corrida como la de hoy, con Ricardo... Nunca...Y Ricardo una corrida como la tuya de esta noche, nunca tampoco... Y ahora...

  • ¡Uauuu! ¡Me gustaaa! -expresé airádamente mi alegría al sentir su lengua lamiéndome el ojete.

  • Y está bien limpito... Se nota que tú también has pasado por la ducha... Hueles muy bien, Pedrín. Venga, basta de palabras... ¡Te mereces un premio!

De entrada, me metió un dedo en el ano, muy suavemente. Lo fue insertando hasta que lo tuvo metido hasta el fondo. Me cogió la polla con la otra mano y me masturbó lentamente. Poco a poco fue sintonizando el vaivén de su mano con el de su dedo. Me preguntó un par de veces si me dolía. Le dije que no, que me gustaba mucho. Pero quería algo más, yo...Quería que me la chupara...

  • ¿Nuria?

  • Díme, bomboncito...

  • Me gustaría mucho que...Hum...que me lo hicieras con la boca...

  • ¿Sí? ¿Te gustaría que hiciera lo mismo que mamá?

  • ¡Eh! ¿Cómo mamá con papá, quieres decir?

  • No te hagas el tonto, Pedro (era la primera vez que me llamaba por mi nombre sin diminutivos)... He visto cómo mamá te deseaba buenas noches...

  • ¡Oh, qué vergüenza!

  • ¡Bah, tonterías! Tú no debes avergonzarte de nada... Es ella la que te...

Ya no habló más. Me la chupó, Iván...Me la chupó. Sin sacarme el dedo del culo. Me pareció que me explotaba la cabeza de tanto gusto. Me olvidé de mi madre, de todo lo que había pasado un rato antes, me olvidé que era mi propia hermana la que me comía el nabo... Y me dediqué en cuerpo y alma a saborear aquel instante... Observando su cara, su boca tragándose mi verga, su lengua rosada succionándola sin descanso, se me aceleró al máximo el proceso altamente excitante de preparación al acto eyaculatorio... Irreversible:

  • ¡Nuuuuu...riaaa! ¡Me va a salir laaaa...jjjjjaaaaaaaa...la leche! ¡Ooooaaaaahhhh!

Mi hermanita abrió la boca, sacó medio palmo de lengua y con la polla bien agarrada la orientó para que los manguerazos hicieran diana:

  • ¡Sí, Pedro...Dámela toda! - y con el primer chorro, directo sobre su lengua, empezó a gemir como si fuera ella la que se corriera: -¡Uuuuaaaaauuuuuuuuu! ¡Aaaammmmm!

Le regué la boca, Iván, con una corrida aún más copiosa que la anterior. Nuria cerró los ojos instintivamente pero no la boca, y fue tragando con dificultad, carraspeando de vez en cuando, emitiendo una especie de gargarismos placenteros y haciendo muecas como las que hacemos al probar una comida que tiene un gusto diferente, sorprendente. Cuando vió que había terminado de fluir mi fuente de leche, me la chupó unos segundos... me sacó el dedo del culo...abrió los ojos y me miró embelesada:

  • ¡Niño... tu no eres normal! -exclamó bebiendo de un trago el vaso de agua que había sobre mi mesita.

Se levantó, se pusó de nuevo su camisón, me dió un besito en los labios y deseándome dulces sueños, se fue para su habitación..."

Hacía un buen rato que ya no nos tocábamos. El relato que Pedro estaba contándome atraía toda mi atención. Me fui preguntando qué iba a pasar ahora. Después de aquello, nuestros juegos y toqueteos me aparecían como memeces. ¿Debíamos pasar a otra cosa? O olvidarnos de todo...

Pedro tomó la iniciativa, sacándome todas las dudas que pudiera tener. Me desabrochó los pantalones, bajó la bragueta, me tocó unos instantes la verga por encima de los calzoncillos... me bajó los pantalones (le ayudé levantando el culo), deslizó hasta sacármelos mis calzoncillos... me saqué la samarreta... Me quedé ante él, estirado en la cama, completamente desnudo...

  • Me gustas mucho, Iván.

Cerré los ojos y dejé que Pedro me demostrara cuánto le gustaba. Fueron unos minutos extraños. Hasta ese día, cada vez que me masturbaba lo hacía fantaseando en cuerpos de mujeres, en situaciones calientes, eróticas en las que siempre eran las manos o la boca de una mujer las que me procuraban placer. Y ahora, estaba ahí, a la merced de las manos de Pedro, de la boca de Pedro...

Lo primero que descubrí fue el gusto de su boca. Sabía a "nocilla" y a leche...No rechacé su beso, al contrario. Fue un morreo increíble. Pedro no cesaba de tocarme. Yo estaba en la gloria. Y cuando empezó a descender su boca, sus labios y su lengua por todo mi cuerpo... Eso fue el delirio.

  • Me encanta el sabor de tu piel, Iván. -me dijo justo antes de meterse mi polla en la boca.

No sentía ninguna vergüenza. Solo gusto. Mi mejor amigo me estaba chupando la polla y me gustaba tanto, tanto... No tardé nada en sentir que iba a correrme. Quise prevenirle. Le acaricié la cabeza y le avisé de mi inminente corrida:

  • Pedro... estoy a punto... Si no quieres... acaba con la mano...

  • Quiero, Iván... Me apetece muchísimo...

Me corrí copiosamente en su boca. Creo que mi amigo se sorprendió de la cantidad de esperma que le entraba por la boca porque hizo un gesto como de rechazo...Pero fue muy breve. Enseguida, sus labios se cerraron sobre mi glande y sorbieron todo cuánto mi polla le ofrecía. Siguió bombeando mi falo y la leche, desbordando de su boca, fue perdiéndose sobre el tronco, llenando los pelillos de mi pubis de su caliente mucosidad.

  • Iván... Tu leche está muy rica... -me dijo abriendo la boca y mostrándome como en su interior, bajo la lengua, una buena cantidad de lefa esperaba para ser expulsada o engullida. Pedro se la tragó. - ...Mmm! Muy rica.

  • ¿Quieres que yo...?

  • ¡Me encantaría! -y como vió que me lo miraba con mucho interés, añadió: -Y a ti también, ¿verdad?

Pedro se desnudó e intercambiamos nuestras posiciones. El tenía algo más de vello que yo en el pubis y en las piernas. Pero el tamaño y el grosor de su polla era muy similar. Nos parecíamos bastante físicamente. Fui directamente al encuentro de su miembro. Lo así en mis manos. Después de tanto toqueteo furtivo, me moría de ganas de masturbarlo sin ninguna oposición...

  • Yo no me he atrevido a meterte un dedo en el culo... pero tú si quieres puedes hacerlo... -me dijo, separando sus piernas y echándolas hacia atrás.

Y así fue como pasó. Así fue como repetí los gestos de Nuria tal como Pedro me lo había contado. Así fue como hice mi primera felación a mi mejor amigo, no sin antes comerle el culo y penetrárselo con uno de mis dedos... Así fue como un poco más y me ahogo cuando vertió todo su semen en mi boca... Y aunque sólo me tragara una pequeña parte de su lefa, fue suficiente para saber que me gustaba...Mucho.

Todavía estaba tragándome los restos de su leche, cuando oimos el ruido de la puerta y la voz de Estrella invitándonos a encontrarla en la cocina. Nos vestimos deprisa y fuimos a su encuentro como si no hubiera pasado nada entre los dos.

  • ¿Habéis merendado, granujillas? ¿Queréis que os prepare un vaso de leche?

Tanto Pedro como yo, nos la miramos con una cara risueña y divertida, haciendo "no-no" con la cabeza. Tanto él como yo, pienso, ya no veíamos igual a aquella señora...

  • ¡Qué guapa está, señora Estrella! -la piropeé sinceramente, mirándomela como un hombre mira a una mujer que le gusta.

  • Tiene razón, mamá... Estás chulísima. -le dijo su hijo abrazándose a ella un pelín demasiado fogoso.

  • ¡Uyyy! ¿Qué han comido estos niños hoy? -atrayéndome hacia ella para compartir el abrazo.

Fueron unos segundos en que estuvimos unidos los tres, sintiendo el contacto cálido de nuestros cuerpos. Con los años, me dije que la señora Estrella en aquel momento debió sentir como su coñito se ponía a manar como una fuente. Estoy seguro.

Al año siguiente, Pedro y yo empezamos primero de bachillerato. En institutos diferentes. Y ya no nos vimos más. Nos quedaron para el recuerdo, una media docena de felaciones, siempre en el mismo orden, y el relato, sin final pero que imagino que tampoco duró una eternidad, de las visitas de su hermana a su habitación en plena noche...

La última vez que le comí la polla, tras haberse corrido en mi boca, me confesó que se había enamorado de su hermana y que ésta quería follar con él...O él con ella. Pero nunca supe si llegó a pasar o no.


Paralelamente, fui descubriendo otros objetos que alimentaron mis fantasías en el momento de masturbarme. Mi propia madre, un día que entré en el baño mientras ella se estaba lavando. La visión de su cuerpo desnudo y enjabonado por un guante de esparto que pasaba y repasaba por sus hermosos senos y su triángulo peludo, se me quedó grabada durante muchos meses. Cuando me corría imaginando que yo era quien la lavaba, me entraba una especie de sentimiento de culpabilidad que me dejaba amodarrado. Para colmo, mi padre se pasaba el rato metiéndole mano y verlos así, me dejaba con una sensación muy extraña. Nunca los vi follar. Aunque estoy seguro de que se lo pasaban bien juntos porque todos los sábados por la tarde... después de comer, se iban a hacer la siesta juntos y en más de una ocasión, al salir a jugar a la calle y pasar delante de su puerta, oía sus risas, el rechinar de la cama y los jadeos discretos de mi madre...

Pronto me orienté a crear un nuevo fantasma que disipara los pensamientos obscenos y reiterados sobre mi madre, la señora Estrella, la boca de Pedro, su hermana viciosa, la señora Marisa del colmado, la profe de ciencias naturales y sus mini faldas... Y así engendré un nuevo tema masturbatorio: mi tía Azucena, la hermana de mi padre, diez años mayor que él, que vivía a dos manzanas de nuestra casa.

Tenía unos pechos magníficos, de un blanco lechoso, enormes si los comparaba a los únicos que había visto, los de mi madre. Además, siempre llevaba unos vestiditos estampados, con unos escotes que le dejaban a la vista mucha más carne de lo que la decencia de la época permitía. Su marido, mi tío, era un calzonazos y se pasaba todo el santo día entre la fábrica y el bar. Yo subía a verla muy a menudo, desde bien pequeño. Nada más entrar, me abrazaba contra su pecho y después me daba cien besos que me dejaban la cara llena de lápiz de labios carmín. Y cómo olía... A lavanda, a hierbabuena, a limpio... Me daba merienda y cada dos por tres unas pesetas para que me comprara golosinas. La adoraba.

Y casi estoy seguro que se dio cuenta de mi cambio -de cuando empecé a verla ante todo como una mujer excitante- porque si bien suprimió aquellos abrazos maternales, acrecentó la profundidad de sus escotes y cualquier situación le era propicia para embelesarme con la visión de su maravilloso busto... Cuando veía que mi vista se clavaba en sus tetas, mi tía me sonreía con dulzor y una de las veces, cogiéndome la cara entre sus manos, me dijo con una pizca de malicia: "¡Ay, Iván! Te nos estás haciendo un hombre". Y yo me quedaba mirando sus ojazos, sus labios, su pelo... con una cara de pavo que la hacía reir a carcajada limpia.

Tardé un par de años en suprimirla de mi listado de imágenes masturbatorias. Fui espaciando mis visitas y éstas se iban haciendo cada vez más breves. Con 14 añitos, empecé a interesarme mucho más de cerca de las niñas de mi edad. Pero llevaba yo mucho retraso con respecto a ellas; la mayoría no querían saber nada de mí y preferían salir y pegarse el lote con chicos mayores. Claro, tenían razón. La verdad es que lo ignoraba todo del ente femenino, de su anatomía y de su personalidad. Todo. Sólo conocía de segunda mano algunos detalles de Núria. Pero era mi tía la que me obsesionaba por aquel entonces...

El día de mi cumpleaños -de mis 15 años-, subí a media tarde a ver a mi tía Azucena, pensando en el dinero que seguro me iba a regalar y en el disco de Santana que me iba a comprar con él. Me recibió como siempre, efusiva, cariñosa. Además estaba guapísima, maquillada y enjoyada como para ir a una boda, con un vestido de color azul cielo que no le conocía, con un corpiño muy ceñido a la cintura y un escote de balcón rectangular por el que asomaban ufanos sus pechos, más blancos que nunca, y una falda de volantes con lunares de azul marino, que le tapaba las rodillas. Exclamé alucinado:

  • ¡Tata! ¡Qué guapa estás!

  • ¿Eh que sí? -dijo dando una vuelta rápida sobre si misma que levantó hasta medio muslo los volantes de su vestido.

  • Pero... Igual ibas a salir, Tata... ¿Quieres que suba en otro momento?

  • ¡Qué tontín que eres! Hoy quería ponerme más guapa que nunca... ¡Mira! Si me he hecho la manicura y todo... -observó mostrándome las dos manos, palmas hacia abajo y dedos abiertos. -¿Te gustan? Así,  de rojo clavel... quedan muy bien, ¿no?

Creo que muchas de las obsesiones y fetichismos que desarrollé de adulto fueron inspirados por mi tía Azucena. Entre otros, sus manos. De dedos largos y finos, de piel suave, blanquísima y de uñas largas y siempre bien recortadas, siempre pintadas de colores suaves... Tuve que esperar a conocer a Bea, la hermana de Marta, para volver a tener una fijación enfermiza por esta parte del cuerpo que mi mujer no cuidaba en absoluto. Me quedé pues como un zombie, encantado viendo sus manos y sus uñas. Hasta que conseguí decir una tontería:

  • ¿Vas a salir con el Tío? ¿Os vais de fiesta?

Le cambió la cara unos segundos. Frunció el ceño y chasqueó la lengua:

  • ¿Ese? -volviendo a sonreirme- Ese seguro que ya debe estar en el bar bebiendo coñac tras coñac y gastándose la paga jugando al remigio...

  • ¡Oh! -exclamé y me quedé cabizbajo, pensativo. Me levantó el mentón con la mano y sus ojos azules me miraron profundamente:

  • No digas más bobadas, Iván... Me he puesto así de guapa por ti...

  • ¿Por mí? -pregunté incrédulo.

  • Sí, por ti...-moviendo la cabeza de un lado a otro como queriendo decir "este niño es tonto"- ¡Feliz cumpleaños, Iván! -clamó abrazándome.

Yo había crecido un montón los últimos meses y ya era un poco más alto que ella. Su cara se pegó a la mía. Su olor me inundó las narices y explotó en mi cerebro como un cohete de San Juan. El abrazo fue muy caluroso, pero breve. Azucena se separó unos centímetros y me cogió de los antebrazos:

  • ¡Todo un hombrecito, si señor!

  • Gracias, Tata -comenté con voz tímida. Ella seguía mirándome a los ojos, sin soltar sus manos de mis muñecas:

  • ¡Y muy guapo! ¡Un guaperas, sí señor! -y antes de que yo pudiera decir cualquier tontería más, añadió: -¡Rápido, siéntate en el sofá! ¿Vas a querer tu regalo, no?

Estaba aturdido. Mientras estábamos abrazados, oliendo su pelo, sintiendo sus senos contra mi pecho, llegué a pensar que su regalo era ella, que me iba a hacer un hombre. Y me iba muy bien, pues no acababa de digerir los escarceos homosexuales con Pedro y eso seguía perturbando la afirmación de mi identidad sexual, tan importante en ese periodo de la adolescencia.

Pero ahora, sentado en el sofá esperando que mi tía me trajera el regalo, me repetía a mi mismo: "Pero qué iluso eres, Iván. ¿Qué va querer de ti esta señora? ¿Qué va a querer de un niñato como tú? Catorce años... Y ella... ¿qué edad debe tener? ¿Cuarenta? No, más... Si tiene diez más que papá y él tiene treinta y ocho...

  • ¡Toma, Iván! Espero que sea de tu gusto... Que yo soy muy vieja y no estoy al loro...-se inclinó hacia mí con un paquete cuadrado y plano entre las manos.

Unos segundos mágicos. El balcón de su vestido obsequiándome una vista panorámica de sus dos tetas. Asomándose soberbias, a punto de saltar al vacio de mi mirada excitada. No lleva sostén, me dije contemplando el inicio del redondel rosado de sus aureolas, intentando apartar mi vista de aquella tentación:

  • ¿No vas a abrirlo? -me preguntó, sin inmutarse, sin enderezarse, sabiendo a ciencia cierta lo que estaba mirando.

La forma del envoltorio no ofrecía dudas: era un disco. Sorprendido por aquel inesperado obsequió, tardé unos segundos en reaccionar. Ella se sentó a mi lado, pegada su pierna a la mía. Yo empezaba a sudar, a sentir los látidos de mi corazón cada vez más acelerado. Lo abrí. Era el disco de Santana que quería comprarme: Abraxas. Casi llorando de emoción, dejé el disco en su regazo y me abracé a ella:

  • ¡Oh, Tata, Tata! ¡Qué sorpresa! ¡Qué ilusión! -la besé fuerte en las mejillas; sentí como sus manos me envolvían, como ella también se abrazaba a mí, como mi cara se iba pegando a su cuello. Y yo la iba besando, besando, besando...

  • ¡Uf, qué fogoso! -cautelósamente se separó de mí, cogiendo el disco y mostrándome la portada: -¿He acertado, Iván? ¿Era éste?

  • Sí, Tata... ¡Es fantástico! ¿No lo conoces?

  • No, hijo... Tu tía es una anticuada... -se rió picarónamente. - Y ¡hay que ver la portada!

  • Es bonita, ¿no?

  • ¡Ja,ja,ja! -uno de sus dedos manicurados se paseó sobre la imagen de la mulata desnuda que tanto me gustaba de la portada de "Abraxas". - Sí, muy bonita, pillín! -exclamó desgreñándome el cabello. -¿Lo ponemos?

Mi tía fue a buscar un viejo tocadiscos. Me pidió que lo instalara mientras ella iba a la cocina a buscar unas cositas. Era uno de esos tocadiscos maleta; solamente tenía que abrirlo y buscar un enchufe. Ella regresó enseguida. Sostenía una bandeja con un mini pastel con dos velas clavadas (un uno y un cinco), dos copas de champán y una botellita, un benjamín "Carta Nevada":

  • ¡Anda, ayúdame!

  • ¡Champán! Yo nunca he bebido...

  • Siempre hay un primer día para todo... -lo dijo mirándome a los ojos, sonriendo sus labios rojos...y sentí como me temblaban las piernas y como se me enderezaba el rabo. -... además... ya no eres un niño, ¿verdad?

Abrí la botella, llené las copas...Mientras, mi tía, bajó las persianas y encendió las velas. Nos quedamos en la penumbra:

  • Es nuestra fiesta... -dijo para justificar el haber bajado las persianas. -... no la de los vecinos, ¿no?. Y ahora: ¡A soplar las velas!

Me cantó el "cumpleaños feliz" (versión super breve), apagué las velas de un soplido, me aplaudió el gesto y me besó en la boca. Un beso suave, sin lengua. Con la yema de su índice me secó el carmín de mis labios.

  • ¡Brindemos! -dijo más guapa que nunca.

Ambos cogimos sendas copas, brindamos y Azucena se bebió la suya en un largo e ininterrumpido trago. La imité como pude. El champán me picoteaba la nariz y enseguida sentí sus efectos etílicos.

  • ¡Ponlo! -señalándome el disco- ¡Tengo unas ganas locas de bailar!

Puse el disco. "Black magic woman". Mi tía se sacó los zapatos de tacón y se puso a bailar ante mí, como una adolescente hippie, moviendo la cabeza de un lado a otro, balanceando voluptuosamente las caderas. Sentado en el sofá, me la miraba boquiabierto, babeando ante su prestación llena de sensualidad. Ella era conciente del fulgor de mis miradas...muy conciente. Sus brazos se zarandeaban como aspas de molino y la falda de su vestido volaba dejándome entrever la robustez de sus muslos. Sus manos se paseaban por todo su cuerpo, desde el pelo hasta su vientre, a la manera de Marilyn Monroe en aquella escena en la calle, de pie sobre la salida de aire del metro.

  • ¡Fantástica! -exclamó refiriéndose a la música- ¡Ven, baila conmigo!

  • ¡No, no, Tata! ¡Yo no sé bailar!

  • ¡Anda, no seas bobo!

No sé si puede llamar baile a aquello, pero fue muy divertido y excitante. Mi tía estaba cada vez más desenfrenada. Yo, más rígido que el palo de un gallinero, la veía voltear y danzar a mi alrededor sintiendo como los efectos del alcohol me iban mareando. "Oye como va", "Incident at Neshabur"... cambio de cara... "Se acabó"... y..."Samba pa ti", la lenta.

Mi tía se abrazó a mí y bailamos agarrados aquella hermosa canción. Ella estaba muy sudada. Pero lejos de importarme, me pegué a ella como una lapa, oliéndole el pelo y los efluvios afrodisiacos de su transpiración. Sus caderas pegadísimas a mi entrepierna...Era imposible que no sintiera la dureza de mi excitación...

Sus manos, hasta entonces apoyadas en mis hombros, se deslizaron por mi nuca, acariciándome el pelo. Su mejilla pegada a mi cuello, su boca exhalando un cálido aliento me cosquilleaba el cuello. Mis manos se pusieron a recorrer su espalda, a palparla delicadamente.

  • ¡Lo ves, amorcito! ¡Bailas muy bien! -exclamó Azucena melosamente. Su pelvis se frotaba contra el bulto hinchado entre mis piernas. Una de sus manos no paraba de acariciarme el cuero cabelludo. La otra, descendió hasta mis caderas.

  • Tata...-murmullé sin osar mirarla a la cara, gozando de aquel momento mágico.

  • ¡Hummm! ¿Sí...? -ahora me presionaba una nalga, invitándome a que yo hiciera lo mismo, supuse.

  • Me gustas mucho, Tata.-susurré, deslizando una de mis manos sobre su culo, temeroso de que reaccionara enfadada. No fue así.

  • ¡Je, je, je! ¡Ya se nota! -acentuando la obviedad de su frotamiento.- Tú también, Iván... Eres mi sobrinito preferido...

Mi tía Azucena me estaba procurando un tal grado de excitación que creí que iba a correrme antes de que terminara la canción. Los dos sudábamos la gota gorda, pegados como estábamos, sintiendo la tela de su vestido y de mi polo embeberse de humedad. Cerré los ojos y dejé que la palma de mi mano me transmitiera todas las sensaciones táctiles que produce el hecho de meter mano a un culo de mujer. Divinas sensaciones.

"Samba pa ti" llegó a su fin. Nos quedamos estrechamente enlazados, sin movernos, con nuestras manos pegadas a nuestros culos y nuestras mejillas apenas rozándose. Me moría de ganas de besar aquellos labios rojos, de saborear su lengua, de comprobar si tenía un sabor distinto a la de Pedro, una textura diferente...Pero no me atrevía. Mi tía captó mi deseo y me ofreció sus labios...

Aquel beso me propulsó hacia el paraíso. No tenía nada que ver con el morreo infantil y torpe entre dos niños... Nada. La boca de Azucena tenía un gusto diferente, dulzón, ligeramente alcoholizado por las burbujas del champán. Y su lengua era hábil, esponjosa, caliente...Su beso era ardiente, inquieto, frugal... Más tarde comprendí que mi tía hacia mucho tiempo que no besaba de esa manera a nadie...Que lo necesitaba más que nunca...

Mientras nos besábamos, sus manos no pararon de acariciar, de apretujar, de sobar, de palpar mi piel... Toda mi espalda fue recorrida por el suave tacto de sus manos... Su boca no cesó de emitir gemiditos lúbricos que morían en la mía... Cuando una de sus manos buscó mi bragueta, pensé que me iba a dar un ataque al corazón...

  • ¡Ooohhh, Tata! -logré expresar mientras una gruesa gota de sudor me resbalaba por la frente.

  • ¡Ummm, Iván! -su mano apretujando mi sexo- Ya te lo decía yo... ¡Todo un hombre!

¡Cielos! Mi sueño iba a convertirse en realidad. No estaba soñando. Mi adorada tía me estaba metiendo mano descarádamente. Me estaba diciendo que era un hombre y que me deseaba...

  • ¡Ven, potrillo! ¡Vamos a mi habitación! -me pidió justo cuando el tocadiscos se acababa de parar.

¡DING-DONG! ¡DING-DONG! Sonó el timbre de la puerta. Mi gozo en un pozo, pensé para mis adentros.

  • ¿Quién debe ser? -se preguntó a si misma. Me miró algo seria y al ver mi cara descompuesta, agregó: - Voy a ver... No te preocupes. Sólo será un minuto.

  • Vale, Tata...No pasa nada...

Pero no fue un minuto. Pronto iba a descubrirlo...


Y vosotros también, queridos lectores: pronto vais a descubrirlo:

  • ¿Quién era el misterioso e inoportuno visitante?

  • ¿Llegó Iván a consumir su fantasía de adolescente con su tía Azucena?

Y también os voy a revelar:

  • ¿Cómo terminó la noche en el área de descanso de la autopista?

  • ¿Cómo fueron aquellos tres días con la pareja de amigos de Lyon?

Además, os contaré:

  • Las vacaciones (eróticas, por supuesto) de Marta e Iván en el camping nudista "Nature et liberté", al que iban todos los años Bea, su marido Robert y sus dos hijos.

Y para terminar, quizás os explique:

  • ¿cómo se portaron conmigo los maduritos Iván y Esteban en el hotel del aeropuerto de Estrasburgo?

Un besazo,

Sandra.