500 orgasmos

Voy a iniciar una serie de relatos en los que los protagonistas -sus historias- no tienen nada que ver conmigo. Para ello, empezaré contándo cómo conocí a Iván y porqué me he puesto a escribir su historia.

500 ORGASMOS

Voy a iniciar una serie de relatos en los que los protagonistas -sus historias- no tienen nada que ver conmigo. Para ello, empezaré contándo cómo conocí a Iván y porqué me he puesto a escribir su historia.

Para los que no me conozcan, me llamo Sandra, tengo 34 años y desde hace unos meses soy madre de una adorable niña a la que hemos llamado Fanny. Desde hace 7 años, vivo en Francia, cerca de Strasburgo y trabajo como enfermera en una clínica geriátrica. Me separé de Carlos (mi marido y co-protagonista de muchos de mis relatos) y me vine a vivir a Francia aprovechando una oferta que un hospital lanzó reclamando urgentemente enfermeras para ocupar puestos vacantes. Allí conocí a Stéphane, mi compañero y padre de Fanny.

Mido 1.65 m., peso 50 kilos. Soy, pues, delgadita y con muy poco pecho. Mi compañero dice que tengo un cuerpo de maniquí. Con el embarazo y el parto se me han puesto algunos gramos de más en las caderas -y he pasado de una 85A a una 85B-, para mayor deleite de él. También dice que tengo un culito que te saca el hipo. De hecho, lo que más le gusta de mí es, simplemente, que soy una mujer muy caliente. Para qué negarlo: es la pura verdad.

El pasado mes de abril, embarazada de seis meses, bajé a Barcelona (donde vivía con Carlos y donde dejé muchos amigos) sola, pues Stéphane no pudo cogerse vacaciones. Pasé dos semanas maravillosas, viendo a un montón de gente a la que quiero mucho. Aunque os cueste creerlo, desde que estoy con Stéphane, me he calmado mucho. No sólo porque como amante me colma al máximo, sino también porque he ido madurando y me siento más serena y tranquila. Pero... "quien tuvo, retuvo" que dice el refrán popular...

En una fiesta a la que me invitaron, antiguos alumnos de la facultad de medicina, conocí a Iván, un madurito profesor de Psicología Evolutiva, muy atractivo, muy bien conservado y con una de esas sonrisas -de pilluelo- que, a nosotras, las mujeres sensibles nos derrite el corazón y nos moja la braguita. Había ido a la fiesta acompañado de su mujer, Marta, una cincuentona muy agradable, simpatiquísima, con una de esas caras que parece que estén siempre riendo y vestida totalmente de negro, con unos pantalones holgados y una blusa muy escotada que realzaba un busto impresionante. No estaba gorda pero sí que tenía un cuerpo bien relleno. Estuvo charlando unos minutos con nosotros y luego nos dejó para irse con otros invitados. Me di cuenta de que los hombres no solamente le miraban el escote sino también el trasero: un culo de proporciones más que considerables.

Fue Celia (una amiga de la época de la universidad) la que me lo presentó advirtiéndome de que fuera con cuidado con él porque era un mujeriego de primera. Sin embargo, a mí me pareció correcto en todo momento; conmigo y con las demás invitadas. Es cierto que me sentí atraída por él enseguida... Me hacía reir y tenía una conversación muy interesante, muy culta pero sin vanidad superflua. Y me gustaba...

No sé por qué razón, en un momento dado me puse a decirle que me gustaba escribir y que mi especialidad eran los relatos eróticos. Mis palabras dieron un giro a nuestra conversación... Un giro morboso. Nos encontramos, como quien no quiere la cosa, hablando de nuestras intimidades, de nuestras experiencias sexuales. Y nos fuimos, poco a poco, aislando del resto de invitados. A pesar de que nuestro encuentro seguía desarrollándose por cauces de total respeto, era obvio que Iván me iba mirando de otra manera... Me empezaba a ver como un objeto de deseo... Sus ojos de predador me fulminaban como las flechas de un cazador abaten a su cándida presa. Y como yo, de cándida no tengo ni un pelo, me decidí a facilitarle la caza.

Le dije que estaba muy cansada, que me dolían los pies, que me pesaba la barriga y que me encantaría continuar aquella agradable conversación en un lugar más tranquilo. Se me acercó peligrosamente para susurrarme al oído que le dejara cinco minutos para deshacerse de su mujer. Una corriente de 380 voltios me sacudió el cuerpo al sentir sus labios y su respiración tintineándome la oreja. Y, ¡zas!... mi almejita se puso a hacer aguas.

Marta pareció no enfadarse ante la retirada de su marido. Incluso diría que no le hizo mucho caso. Volvió a mi lado, con su sonrisa seductora y me preguntó si quería que me acompañara a casa de Celia (que era donde dormía esos días). Le dije que no, que era muy pronto para irse a dormir. Me miró profundamente, frunciendo el ceño, sin sonreir; pero sus ojos centelleaban... Y mi fufunilla chorreaba.

Nos despedimos a la francesa, es decir, sin decir nada a nadie. Celia me regañó con la mirada y yo le hice el gesto de que ya la llamaría. Una vez en la calle, Iván me enlazó por la cintura. El gesto no me sorprendió en absoluto; de hecho, lo esperaba desde hacía un buen rato. Nos paramos al llegar a la altura de su coche. Acercó su cara a la mía y me besó. Le correspondí con sumo placer y nuestras lenguas se babearon como babosas mellizas. Si me hubiera metido mano, juro que me hubiera corrido en el acto. Pero no me tocó. Parecía como si mi estado de buena esperanza le diera corte. Pronto iba a enterarse de que Sandra encinta era un auténtico volcán en erupción permanente.

Me llevó a un hostal, cerca de la Ronda de San Antonio donde alquilaban habitaciones por horas. Entró en el párking. Un señor vestido de mayordomo vino a abrirnos la puerta del coche. Iván, antes de salir, cogió un dictáfono de la guantera. El recepcionista nos condujo a una salita de espera. Sin mirar mi barriga ni que fuera de refilón. Todo un profesional.

¿Tú ya has estado aquí, verdad? le pregunté sabiendo de antemano la respuesta. Sí, muchas veces. Son muy discretos, aquí, respondió. Y no me contó nada más. Otro individuo vestido de traje negro, nos pidió que le siguiéramos sin mirarnos a la cara. Nos condujo hasta una habitación que abrió con una targeta magnética. De las otras habitaciones, nos llegaban leves ruídos, murmullos apagados por las paredes bien aisladas, de otras parejas disfrutando de unos momentos de intimidad. Lejos de parar el derrame de fluídos vaginales, aquel contexto de sexo y lujuria clandestinos, lo acrecentó. Me moría de ganas de unirme a la fiesta con mis propias composiciones musicales. Y estaba segura que aquel hombre me iba a dar mucho placer.

Iván le pagó la habitación. El hombre le dio las gracias y desapareció. Iván me pidió, entonces, que guardara el dictáfono en mi bolso. Me dijo que le gustaría muchísimo que le escribiera su historia, que él no sabía escribir pero que estaba seguro que yo podría sacar un buen relato de sus vivencias. Acepté el encargo, pero antes me cobré mi salario de secretaria en especies...

Fue uno de los mejores polvos de toda mi vida. Durante tres largas horas, aquel hombre maduro y apuesto -con una virilidad sin falla-, me hizo de todo, le hice de todo. Tres horas de dicha infinita que grité a grito pelado, dejando ir al viento y sin pudor alguno mis ansias irrefrenables, mi goce absoluto. Perdí la cuenta de mis orgasmos y dejé de insistir para que nos corriéramos juntos... Si quiere matarme de gusto, pues que me mate, pensé. Y casi lo consigue.

Al final logré que se corriera. Sentada sobre él, con su verga clavada hasta el fondo, le sometí a una de mis mejores especialidades: la batidora Sandra. Con mis manos sobre su pecho, pellizcándole -¡Fuerte, Sandra, fuerte!, no paraba de pedirme- los pezones, terminó deleitándome con una extraordinaria corrida que sentí, como un maremoto, inundarme las entrañas.

Extenuados, nos quedamos adormilados unos minutos, tras los cuales Iván se levantó y me pidió que nos vistieramos, que debía volver a casa.

Así lo hicimos. Salimos del hostal y me acompañó hasta la casa de Celia. Al llegar a su portal, quise devolverle el dictáfono pero insistió en que me lo quedara, que ya se lo devolvería la próxima vez que nos viéramos.

Dentro de un mes, viajo de nuevo a Barcelona, con mi hija. No sé si volveré a verlo. Como os decía, ahora vivo más serena y no quiero estropearlo volviéndome adicta de un hombre que no es el mío y por el que no siento nada más que atracción física. No obstante, el haber escuchado la narración de sus hazañas pasadas y de haber disfrutado las presentes, deja en mí alguna sombra de duda. Como decía la protagonista de "Lo que el viento se llevó"... Mañana será otro día.

Os dejo con el primer capítulo de un relato que espero que os guste y os excite tanto como me gustó y me excitó a mí. Por cierto, Iván me pidió que lo titulara "500 orgasmos". Me pareció sugestivo. ¡Mmm!

Capítulo 1 . El encuentro con Marta.

Me llamo Iván. Acabo de cumplir 52 años. Llevo 30 años casado con Marta. Ahora tiene 52 y a pesar de que sigue siendo para mí una mujer muy apetitosa -entrada en carnes, vale, pero con unas tetas impresionantes (95 F) y un culo XL por el que más de uno daría su sueldo entero por poseerlo en primicia- su líbido está desde hace tiempo bajo mínimos y no follamos que de uvas a peras; poco y mal.

Bueno, quizás ahora, que mi explosiva y joven amante -a la que doblo en edad, que no en vicio- me ha dejado (cansada la pobre de esperar que dejara a mi mujer para irme con ella, hacerle un bebé, crear una familia, etc. etc.) volveré a acosarla para que me prodigue más a menudo sus buenas artes eróticas... A pesar de la menopausia, de que ya no se siente una mujer atractiva, de que hace lustros que no me dedico a ella como tanto le había gustado, a pesar de todo sé se dejará hacer por mí, porque me quiere, porque como dice ella, yo soy su hombre... Aunque sé también que si fuera por ella no lo haríamos más...

Marta nunca fue una mujer muy caliente. Miento. Debería decirlo de otra manera: nunca decía que no a una buena sesión de sexo; pero siempre me quedé con la sensación de que no gozaba plenamente. Pero, en cambio, sí que era muy desvergonzada. Aunque parezca contradictorio lo que acabo de decir, veréis que no lo es a medida que os vaya contando diferentes momentos de nuestra vida sexual. Comprenderéis que con respecto a Elena, mi amante -muy comedida y pudorosa en apariencia y modales pero un auténtico volcán en la cama y fuera de ella-, Marta me sorprendió enseguida por su falta de pudor y su insolencia lúbrica...

La conocí en una discoteca, una noche de verano de hace, pues eso, 30 años. Yo tenía 22 y ella 24. Yo acababa de volver de la mili y hacía un mundo que no me comía un rosco. Había ido a la discoteca con mi amigo Esteban y los dos, campeones del desastre total a la hora de ligar, consumiamos nuestros cubatas observando tristemente las evoluciones sensuales de las chicas en la pista de baile. En un momento dado, nos fijamos en un par de muchachas que bailaban de manera voluptuosa, riendo a carcajada limpia. Nos miramos, Esteban y yo, y nos dijimos que aquellas dos locuelas llevaban una buena cogorza encima, pero que no estaban nada mal. Nos acercamos discrétamente para poder observarlas detenidamente y ver si nuestras miradas de buitre carroñero les producían algún efecto.

Esteban me comentó que las dos se parecían bastante. Era cierto. Un rato más tarde descubrimos que eran hermanas.

Marta era una chica de mediana estatura, con una larga melena de color castaño. De cerca, no me pareció muy guapa, pero había algo en su mirada -como burbujitas descaradas- que hizo que me quedara prendado al instante. La realidad es que lo que más me llamó la atención de ella fueron ese par de cántaros que adivinaba divinos bajo la tela de la blusa -escotada y provocativa... y ni rastro de sujetador- y que se bamboleaban bajo el ritmo frenético que ella les imprimía. Llevaba unos tejanos descoloridos y super ceñidos. Tenía unos muslos macizos y un culo que me pareció de proporciones celestiales. También me llamó la atención que bailara descalza. Me fijé en sus pies, pequeñitos y con las uñas pintadas de azul eléctrico. Una delicia de hembra...

Su hermana llevaba un vestido floreado -también con muchos botones abiertos, eso es, indecentemente escotado- con una falda a medio muslo. Me pareció que tenía menos pecho y que estaba algo más delgada que su hermana. Pero lo que más las diferenciaba era que Beatriz iba muy maquillada -no como una putona, ni mucho menos- y tenía las uñas de las manos largas y perfectamente manicuradas, de color rosa pálido, mientras que Marta las tenía cortas y en su cara no había ningún rastro de maquillage.

Beatriz, la hermana mayor, con 33 añitos muy bien puestos -enseguida nos dijo que la llamásemos Bea-, estaba casada y tenía ya, por aquel entonces, dos crios. Nos dijeron que habían salido aquella noche a festejar que Marta había encontrado un curro en una librería del centro pero que ninguna de las dos tenía la costumbre de ir a las discotecas. Todo esto y mucho más nos lo contaron, sentados los cuatro, en uno de los reservados oscuros de aquel antro de perdición.

Aquella noche, mi amigo y yo triunfamos. Fueron ellas las que vinieron a sentarse a nuestro lado. Sorprendidos por su osadía, las recibimos como si fueran Cleopatra y la Reina de Saba. Tras las presentaciones de rigor, Marta se sentó a mi lado y entabló la conversación rápidamente:

  • No parabas de mirarme... -dijo maliciosamente mientras sorbía sedienta el cubata que le había pasado.

  • ¿Ah, sí...? - pregunté tontamente fijándome en sus labios húmedos y en la punta rosada de su lengua.

  • Bueno... la verdad es que mirabas más mi escote que otra cosa... ¡Ja, ja, ja! - sus ojos marrones brillaban maliciosamente.

  • ¡Ostras! Lo siento... ¿Te ha molestado?

  • ¡No seas tonto, hombre! Todos los tíos sois iguales... Ya lo decía mi abuela...

  • ¿El qué...?

  • ¡Que tiran más dos tetas que dos carretas! -exclamó riendo a carcajada limpia.

  • Eres un poco bestia...No todos somos así de primarios... -mi boca decía esto mientras mis ojos traicioneros se habían clavado de nuevo en aquella cuña mortal en la que aparecía el canalillo protuberante de sus senos.

  • ¡Qué calor que hace aquí! ¿Se les ha estropeado el aire o qué? -dijo agarrándose con ambas manos el cuello de la blusa y abriéndolo y cerrándolo como si quisiera abanicarse.

  • Me gustas mucho, Marta. -dije en un acceso de romanticismo.

  • ¿Te gustan mucho, dices? - preguntó de nuevo con malicia perversa.

  • Ya me has oido bien... -contesté algo ofendido de tanta provocación.

Entonces, se abalanzó sobre mí y me besó. Más que besarme, me devoró. Su lengua zarpó hacia los confines del mar de mi boca y navegó en ella hasta que nos quedamos sin respiración:

  • ¡Uauuu! ¡Qué manera de besar! -exclamé sofocado de tanto ardor.

  • Un poco bestia... ¿no? - dijo malévola mientras me iba acariciando la nuca y con la otra mano el interior de mi muslo, acercándose y alejándose de la tensión perceptible de mi bragueta.

En ese momento mágico, dirigí la mirada hacia mi amigo y Bea. Esteban siempre había sido más osado y raudo que yo. No me defraudó. Se estaban pegando un lote de escándalo. Ella se había medio sentado sobre él y se dejaba sobar con alevosía:

  • ¡Joder, con tu hermanita! ¿No decías que estaba casada y eso?

  • ¡Ja, ja, ja! No la conoces tú, a mi hermana... ¡Bea! ¡Acompáñame al servicio!

Las dos hermanas se levantaron y se dirigieron a los lavabos. Esteban me miró y con una sonrisa de satisfacción de oreja a oreja, me dijo:

  • Iván... ¡Hoy follamos!

  • Tú seguro que sí... ¡Joder, tío, qué manera de meterle mano!

  • ¡Ja, ja, ja! Ya sabes cómo soy... Pero te aseguro que ella no ha ofrecido la mínima resistencia... ¡Tiene las bragas empapadas! -exclamó oliéndose los dedos. - Y estoy seguro que la tuya las tiene igual de mojadas... ¡Vaya morreo, cabrón!

Las chicas volvieron a nuestro lado. Pero ya no se sentaron:

  • ¿Venís a mi casa a tomar la última copa? -preguntó Marta con aquella mirada tan suya, entre divertida y lúbrica; y añadió con sorna: - Es que en la de ésta hay demasiada gente... ¡je, je, je!

Y nos fuimos los cuatro en el coche de Marta. Bea quiso conducir porque decía que su hermana aun estaba más puesta que ella. Esteban se sentó delante con ella y nosotros dos detrás. En cuanto arrancó, Marta se me acarameló y su boca no tardó nada en encontrar la mia. Su boca tenía un gusto dulzón altamente alcoholizado. Un regalo de los dioses para mis pápilas gustativas. Deslicé una mano en su escote y casi me corro al contacto de su teta, que apenas me cabía en la mano, pesada y esponjosa. Con la yema de los dedos le acaricié las arrugas de su aureola y el pétreo grosor de su pezón. Ella me correspondió con una especie de maullido gutural y me mordió suavemente la lengua.

  • ¡Para, fogoso! -Bea suplicó entre risitas que Esteban dejara de meterle mano mientras conducía. -¡Que nos la vamos a pegar! Y vosotros... ¡No me manchéis la tapicería!

Pensé para mis adentros que si no llegábamos pronto lo que iba a manchar serían mis pantalones: Marta me estaba sobando el paquete con el mismo descaro con que yo le magreaba las tetas. En un momento dado, me bajó la bragueta y metiendo la mano entera en su interior, me agarró el miembro con bastante brusquedad:

  • Este pajarito tiene muchas ganas de salir de su jaula... -dijo, desabrochando el botón de mis tejanos y liberando mi verga de la opresión sofocante a la que estaba sometida desde hacía unos largos minutos.

  • ¡Uf, Marta! -exclamé al borde de la corrida.

  • No sabía que los pajaritos babeasen... -dijo, al tiempo que me bajaba la piel de la verga dejando al descubierto el cascabel violáceo y con la yema de su dedo recogía las gotitas de líquido seminal que de él se escapaban.

No acababa de creer lo que estaba ocurriendo. Hacía casi dos años que mi polla no recibía otra atención que la que mis manos le procuraban. Y ahora, una tía a la que acababa de conocer me la estaba pelando deliciosamente. Cerré los ojos un instante y me puse a pensar en la cara de mi jefe para intentar parar lo que en ese momento me parecía imparable. Al volver a abrirlos, vi que Esteban nos miraba con esa cara que ponemos los tíos al ver una peli porno. Por mi parte, le había desabrochado casi por completo la blusa y una de sus tetas, firmemente agarrada por mi mano, se mostraba rotunda a la vista de mi amigo:

  • ¡Hey, tú... mirón! -le dijo Marta sin mostrar el más mínimo pudor y aferrando con más fuerza mi verga. - ¡Gírate y ayuda a que la borracha de mi hermana nos lleve a buen puerto!

  • ¡Me cagoendiez! ¡Hay una pareja de polis en el semáforo! -exclamó alarmada Bea.

Tuvimos suerte. No nos pararon. Y gracias a aquella aparición de la autoridad municipal, pudieron calmarse momentáneamente nuestros ardores.

Marta vivía en un apartamento de 25 metros cuadrados: una habitación con cuarto de baño, una minúscula cocina y un pequeño salón comedor con un sofá cama. Como tenía alquilada una plaza de parking, Bea no tuvo problemas para aparcar y en un santiamén ya estábamos los cuatro en su piso.

  • Esta es mi morada... Al que se burle, lo hecho a patadas. -sentenció con una cara de seriedad que nadie se creyó.

  • No... Si está muy bien. -dijo Esteban, sentándose en el sofá junto a Bea. - ¿Vives sola?

  • Sí. -respondió quitándose enseguida las sandalias. - Hasta hace poco vivía con un hombre... pero lo largué... ¿Qué queréis tomar?

  • Como cambias de tema, sister... -dijo Bea sacándose a su vez los zapatos de tacón y poniendo los pies sobre las piernas de Esteban. -¡Anda, monín, hazme un buen masaje! Los tengo destrozados.

Yo seguía de pie, al lado de Marta. Me quedé unos instantes observando como mi amigo le masajeaba los pies. Los tenía igual de pequeños que su hermana pero con las uñas de rojo. Al sentarse, se había remangado la falda y desde mi posición no sólo podía divisar sus pies sino también sus tobillos, sus pantorrillas, sus rodillas, sus muslos... sus bragas blancas, metida la delicada tela en su húmeda raja...

  • ¿Está buena, eh? - me preguntó Marta dándome un sopapo en la cabeza. Y añadió: -Voy a cerrar las cortinas que seguro que el viejo de enfrente ya está con los prismáticos...

Pronto, Esteban se puso a acariciar las piernas de Bea. Esta las separó ostensiblemente para facilitar la tarea a mi amigo:

  • ¡Eh, frescales! ¡Que te he dicho los pies! -exclamó Bea al sentir que las manos de Esteban subían y subían.

  • Esperad un poco, ¡cojones! -Marta, fingiendo estar enfadada, se dirigió a la cocina. - ¿Vienes? -dirigiéndose a mí- Tengo una botellita de cava en la nevera...

Acompañé a Marta hasta la cocina. Era de tipo americano, con una barra y taburetes a ambos lados, y desde ella se podía ver todo el salón... Esteban y Bea se habían calmado un poco y esperaban sentados a que les trajeramos la bebida. Me fijé en la hermana de Marta. Sólo de mirarla, me ponía muy caliente. Era tan femenina, tan felina, tan mujer... Bea se dió cuenta que la miraba con ardiente deseo e hizo un gesto que se me quedó grabado de por vida... Puso los labios carmesí en forma de beso y me sacó la lengua, sólo la puntita... Suficiente para que mi verga se enderazara de nuevo, dura como la piedra. Marta percibió mi interés por su hermana -que para esto las mujeres tienen un sexto sentido- y lo corroboró abrazándome por detrás y deslizando una mano hasta mi paquete. Lo apretó y me susurró al oido:

  • Te gusta más ella que yo... ¿eh?

  • No, no... Tú me gustas mucho... -le dije girándome, y abrazándola por la cintura me dispuse a besarla de nuevo.

Esta vez, el morreo duró una eternidad y el sobeo mútuo fue espectacular. Justo cuando estaba desabrochándole el botón del tejano, nos llegaron las voces de Bea y Esteban:

  • ¡Heee, que tenemos mucha sed aquí!

Los siguientes minutos fueron relativamente tranquilos. Cada uno de nosotros explicó lo que hacía en la vida y en poco tiempo dejamos seca la botella de cava... La señal de salida la dió mi futura esposa:

  • Bueno, reina... Ya sabes cómo va el sofá...

  • Sí, claro... Aunque, por esta vez, podrías dejarnos tu cama...

  • ¿Y qué más?

Marta me tomó de la mano y me llevó a su cuarto, sin cerrar la puerta. Encendió la luz y cerró la persiana. Le gustaba hacer el amor con mucha luz, me dijo. ¡Qué bien!, me dije. Me senté a los pies de la cama, presto a contemplarla sin perder detalle, con una cara de tonto que le duplicaba -me confesó más tarde- las ganas de follarme vivo...

Se quitó la blusa con mucha naturalidad. Sus hermosos pechos aparecieron en todo su esplendor, voluminosos, perfectamente simétricos y muy poco caídos; con unas aureolas muy oscuras y en su centro unos pezones erguidos como las velas en un pastel. Y su vientre, mullido y excitante, con ese ombligo perfecto... Observé también que estaba toda ella muy morena pero que no tenía la marca del bikini... ¡Mmm! Todo su cuerpo respiraba sexo...Me miró penetrante; sus ojos soltaban chispas de deseo...

  • ¿Tomamos una ducha? -me preguntó quitándose con alguna dificultad los pantalones dado su avanzado estado de ebriedad y lo apretado de sus carnes; pero lo consiguió sin sacarse las bragas.

Entonces se dió la vuelta y levantó los brazos buscando algo en el armario -una toalla, creo recordar-. Me faltaban ojos para atisbar toda esa geografía erógena que se me ofrecía. Primero, esas bragas que llevaba, rojas, estampadas en las nalgas con la frase en blanco "No tocar" y que dificilmente llegaban a tapar dos esplendorosas nalgas. Y unos muslos, ya por entonces, bien rechonchos, de campesina gallega (le venían de parte de la abuela materna, de Becerriá, provincia de Lugo)... También me fijé en un detalle que no esperaba que iba a atizar mis ganas de ella como lo hizo: una frondosa pelambrera anidaba en cada una de sus axilas. Las dos novias que había tenido llevaban los sobacos más imberbes que el culito de un bebé. Aquello era toda una novedad para mí. Cuando se dió la vuelta, percibió en mi mirada el objeto de mi sorpresa:

  • Todavía estás a tiempo de marcharte -dijo, poniendo ambas manos detrás de su cabeza para que los sobacos le quedaran plenamente expuestos.

  • ... -le miré atónito, sin saber qué decir.

  • O... ir a la habitación de al lado a seguir comiéndote a mi hermana con los ojos -murmulló inclinándose hacia mí, con las dos manos sobre mis rodillas, y las tetas balanceándose jocosamente. -¡Ella no tiene ni uno! -exclamó riendo como una loca.

No contesté y decidí gozar de lo que se me ofrecía. Le agarré ambas tetas, acerqué mi boca y me dediqué a comerme aquellos jugosos melones con pecaminosa gula. Ella me correspondió con una serie de gemidos que me alentaban sobremanera. Se incorporó y yo con ella. Me sacó la camiseta por encima de la cabeza. Me desabrochó los pantalones, me bajó la bragueta, deslizó con ambas manos los pantalones hacia abajo, me bajó los calzoncillos desgarrándolos casi y se abrazó a mí mordiéndome los labios, buscando mi lengua con la suya, clavándomela hasta el fondo del paladar, mientras sus manos me acariciaban la espalda, bajaban hasta mis nalgas, las estrujaban, volvían a subir; su boca dejaba de besarme, buscaba mi cuello, lo mordía, subía hasta una oreja, me hundía la lengua en ella, me dordisqueaba el lóbulo, volvía al cuello, bajaba hasta mi pecho, jugueteaba con la punta de la lengua con mis pezoncitos, me los pellizcaba con los dientes, me los chupaba...

Del salón, nos llegaban como si estuvieran a nuestro lado, los jadeos guturales y roncos de Esteban y Bea gozando en una especie de grito animal y persistente que mezclaba los "¡oh!" y los "ah!" en una cadencia rítmica y progresiva y en un volumen tan alto que estaba convencido que medio barrio estaba enterándose... Aquella jubilación de éxtasis no sólo me excitó en cantidad sino que alumbró una llamita de esperanza en poder disfrutar con Marta del mismo placer sonoro que mi amigo con Bea. Mis dos anteriores "novias" eran muy discretas y sus orgasmos casi inalcanzables, breves y silenciosos... Total, que no tenía yo la autoconfianza sexual en su mejor momento... Quizás todo iba a cambiar...

Aunque en ese momento no sabía que nuestras vidas iban a estar unidas desde ese día, sí que comprendí varias cosas: la primera, que Marta llevaba mucha hambre atrasada (me contó que hacía seis meses que lo había dejado con su pareja, quince años mayor que ella, y con quien estaban viviendo juntos desde hacía cinco años); la segunda, que tenía mucha más experiencia que yo, en todos los aspectos (no por nada llevaba un montón de años, desde los quince, probándolo todo -le encantaba contármelo con pelos y señales y ponerme a cien, de celos y de calentura.) y la tercera, más difícil de comprender para mí entonces, es que le gustaba tomar la iniciativa, ser ella la que decidía cuándo, dónde y cómo.

Por eso, cuando estaba convencido de que seguiría bajando su boca hasta llegar a mi miembro babeante, me susurró al oído:

  • ¡Tómame, Iván! -exclamó al dejarse caer sobre la cama, sacándose las bragas y alargando hacia mí los brazos con las palmas de la mano en señal de acogida.

Mi vista se clavó un instante fugaz en su sexo, en el triángulo hirsuto de su pubis, en los pequeños labios vermellones de su vulva abierta, en el vello oscuro que la contorneaba y descendía hasta sus nalgas, hasta su ano... Y las piernas bien rasuradas...Me fijé en que todo estaba bronceado, no como yo, no como la mayoría de las chicas de aquella época... ¿Dónde tomaba el sol? Debía preguntárselo... En cualquier caso era obvio que aquella chica no sentía ningún pudor en mostrarse desnuda...

Entré en ella con suma facilidad. Su vagina chorreaba magma caliente. Soltó un "¡Oh!" al sentirse penetrada y sin tomarse el tiempo para más preámbulos, me asió la riñonada con ambas manos, arqueó su pelvis contra la mía, frotando salvajemente su pubis contra el mío...

  • ¿Tomas precauciones? - yo era un chico serio y precavido.

  • ¡Sí! ¡Mmm! ¡Haaa! Tranquilo... ¡Haaa! ¡Tómame fuerte! ¡Sí, así! -era obvio que estaba disfrutando pero de manera muy discreta, como un arrullo, como un ronroneo. Me daba igual; yo estaba en la gloria bendita.

Su piel estaba ardiendo. Le sudaba la frente y un hilillo de transpiración le bajaba cuello abajo perdiéndose en el profundo valle de sus montañas. Yo tenía la espalda empapada y se me estaba acabando el aire para respirar. Los gritos, gemidos y jadeos de Bea eran espeluznantes, terriblemente eróticos. No sé qué le estaba haciendo Esteban pero aquella mujer se lo estaba pasando en grande. Y sentí envidia, una envidia que me iba a durar algunos meses más, hasta que terminé por aceptar que me había equivocado de hermana... Pero esa es otra historia que ya os iré contando.

  • ¡No puedo aguantar más! -le dije con más pena que alegría, frustrado por no haber podido arrancarle a ella los mismos gritos de placer que a su hermana.

Pero a Marta pareció no importarle. Me asió con fuerza los glúteos y me atrajo aun más hacia ella. Entorno los ojos y profirió un quejido rauco a la vez que me decía:

  • ¡Bien, bien, mmm, así, bien fuerte!

  • ¡Ffffuuuuu, fffuuuu, fffuuuu! -resoplando como un cetáceo, eyaculé con todas mis fuerzas en sus entrañas.

Estuvimos un tiempo así, en la misma postura, sin decirnos nada, hasta que mi verga, empequeñecida, se salió de ella. Me estiré a su lado y ella, de costado, con una pierna sobre las mías, me acarició el vello del pubis y terminó posando su mano sobre mi pene y la cabeza sobre mi torso:

  • ¿Tú también te...? -le pregunté tímidamente con aquella tristeza feliz propia del post-coito y con la esperanza de una respuesta afirmativa.

  • No... Pero me lo he pasado muy bien... Apaga la luz, por favor... Creo que se me están cerrando los ojos...

Alargué el brazo hasta el interruptor situado en la cabecera de la cama y apagué la luz. Creo que diez segundos más tarde, Marta ya dormía. Un haz de tenue luz entraba por la puerta. Vi que sobre la mesita de noche había un cenicero y un paquete de Marlboro. Intenté encender un cigarrillo sin molestarla en su sueño pero no lo conseguí. Emitió una ligera queja y se dio media vuelta. Me incorporé a medias, puse la almohada como respaldo y me dispuse a fumar tranquilamente. No tenía nada de sueño, yo.

En la habitación anexa, en el salón, los ruidos de intensa fornicación habían cesado. Ahora, se oían sus voces y sus risas. Mejor. Encendí la lamparilla de la mesita y la observé. Tenía un pelo muy bonito que le caía ondulado hasta media espalda. Rápidamente, mis ojos se fijaron en su culo. Dormía de lado, con una pierna doblada lo que me ofrecía una magnífica perspectiva de su trasero, todo él moreno. Se lo acaricié suavemente con una mano... Mi semen se escaba de su coño, resbalando entre sus nalgas, abrillantando sus pelitos...

  • ¡Me estoy meaaaando! - Bea entró en la habitación como una exhalación y se fue directa al baño, dejando, como no, la puerta abierta. Apenas había tiempo de verla desnuda.

Unos segundos después oí como orinaba copiosamente. Me entraron ganas de levantarme para verlo de cerca. Un estímulo erógeno sacudió mi flácido pene.

  • ¡Huff, no aguantaba más! -exclamó mi futura cuñada acercándose a la cama. - ¿Me das una caladita?

¡Qué situación más alucinante! Bea en pelota picada a medio metro de mí, desnudito como un gusano y con su hermana recién follada roncando a mi lado. Me pareció aun más hermosa. Más esbelta, ni pizca de vientre, con el pubis perfectamente depilado y partido en dos por una rajita de labios saltones y entreabiertos... Unas piernas más largas, unas rodillas más finas... Y unos pechos muy especiales, más pequeños que los melones de Marta, en forma de pera curvada hacia arriba (nunca había visto nada similar y nunca tuve ocasión de ver otros iguales) y unos pezones que hacían el doble de los de Marta. En resumen, unas tetas que invitaban a ser mamadas a toda hora, un cuerpo por el que hubiera vendido el alma...

  • ¿Qué? ¿Ya me has hecho la radiografía? -me dijo a media voz, sentándose a mi lado, de cara a mí y cogiéndome el cigarrillo de la mano.

  • Estáis las dos muy morenitas... por todos lados... -dije tontamente para cambiar de tema.

  • ¡Je, je! Sí... Nos gusta tomar el sol desnudas -volvió a dar una calada al pitillo y me lo pasó de nuevo. -Bueno...

Pasaron unos segundos -que me parecieron eternos- en los que nos quedamos mirándonos el uno al otro, sin decir nada. Creo que mi mirada lo decía todo. La suya, no sé, nunca he sabido lo que le pasó por la cabeza en ese momento, nunca quiso decírmelo.

  • ¡Mmmm! -ronroneó Marta girándose de cara a mí, medio despierta por la luz y nuestra charla. - ¡Mmm, qué bien, todavía estás aquí! -y sin hacer caso de la presencia de su hermana, que se había levantado y nos miraba intensamente, se abrazó a mí quedándole la cara sobre mi vientre.

La visión del apetitoso cuerpo de Bea, su mirada llena de sobrentendidos, el contacto de la piel caliente de Marta, de sus manos tocándome, de su boca tan cercana a mi verga, tuvieron como resultado la resurrección de mi virilidad. Hice un barrido visual de la escena. Bea, de pie junto a la cama, ya no miraba mis ojos; mordiéndose el labio inferior, su mirada estaba clavada en mi pene, que Marta agarraba por su base, huevos incluídos, como queriéndole decir "esta polla es mía":

  • ¿Te has quedado con hambre, sister? -le preguntó Marta con un tono que me pareció muy lejos de ser "posesivo".

La vida te da sorpresas, diréis. Pero lamento defraudaros. No me follé a Bea. Y nunca más tuve una ocasión tan clara de haberlo hecho. Verla desnuda, sí, muchísimas veces más, en su casa, en la playa o en el camping naturista al que íbamos todos los años. Tocarla, también, pasándole por todo el cuerpo la leche bronceadora o enjabonándole la espalda... Oirla gritar de placer, montones de veces... En fin, no nos desviemos del tema.

  • Ni hablar, hermanita... ¡Estebannn! ¡Vennn!

  • ¡Estás como una cabra, Bea!

A pesar del comentario sobre la locura de la hermana, Marta no hizo ademán de taparse, ni de soltar mi pija. Me pregunté hasta que punto sería capaz de hacerlo -lo que fuera- delante de ellos.

Y Esteban tampoco se cortó. Ni un pelo. Llegó como un cohete, empalmado como un semental de cría, dispuesto a lo que se le pidiera. Se plantó ante nosotros tres y haciendo el saludo militar, dijo:

  • ¡A sus órdenes, mi generala!

Me quedé de piedra. ¡Qué rabo que se gastaba el cabrón! No me extraña que la otra se corriera como una histérica... Y cómo se lo miraba Marta; hubiera jurado que en ese momento no le hubiera importado nada dejarse taladrar por aquel calabacín. Y a mí tampoco me hubiera importado en absoluto hacer un cambio de parejas. Todos salíamos ganando, ¿no?

  • ¡Ja, ja, ja! -se rió Bea- ¿Tú crees que con esto me voy a quedar con hambre? ¡Si este hombre es una máquina! Igual planto al atontado de mi marido y me voy con él... ¡contigo! -concluyó abrazándose a Esteban y besándolo en la mejilla.

Entonces, Marta hizo algo que me demostró su naturaleza dominante, desvorganzada y libertina. Se incorporó un poco, dejó de sujetar mi polla y alargó el brazo hasta tocar la de Esteban. Este se sobresaltó ligeramente, me miró a mí primero, a Bea, a Marta y como vio que no decíamos ni mu, se avanzó hasta quedar pegado a la cama:

  • ¿Me dejas? - preguntó Marta, resiguiendo el contorno fálico con la punta de su índice. Se había estirado sobre mí y sus tetas se aplastaban contra mis partes nobles; con la cabeza levantada y dirigida hacia aquella mega verga que quería "probar".

Esteban se la acercó hasta su cara. Marta la agarró con toda su mano apretándola con fuerza. Sus dedos, mayor y pulgar, no se tocaban, tal era el grosor de aquel miembro inhumano. Vi como sacaba la punta de la lengua y la acercaba ceremoniosamente al capullo. Vi como abría lentamente la boca, como separaba los labios...

Me dije que ya que no podía competir con aquel pedazo de carne, al menos iba a aprovechar la coyuntura para cepillarme a la hermana. Busqué su mirada pero no la encontré. Sus ojos miraban aquella escena como si no se produjera ahí mismo, delante de ella:

  • ¡Bea! -la llamé despertándola de su ensueño. - ¡Ven, acércate!

  • ¡Marta, suéltalo! -mi gozo en un pozo y el de Marta, también- Y tú... ¡Déjate de ostias y termina lo que has dejado a medias! -dirigiéndose a Esteban.

  • ¡Ji, ji, ji! Tranqui, tranqui... Sólo quería probar la herramienta de tu soldadito. -y le dió un besito en la punta del nabo. - ¡Anda, id, id...!

Volvieron al salón y no tardamos ni cinco segundos en volver a regalarnos con los alaridos -aun más exagerados que antes- de la hermana de Marta.

Yo me había quedado algo tocado. En mi orgullo de macho, en mi pundonor... Comprendí más tarde que mi carácter sumiso es lo que iba a hacer que Marta se enamorara de mí. Podría hacer conmigo lo que quisiera. Como así fue.

Como vio que hacía cara de estar decepcionado y un poco enfadado, se estiró de nuevo a mi lado y me cogió la cara con ambas manos:

  • ¿Qué pasa, Iván? No se tiene todos los días la suerte de probar un dulce tan sabroso...

  • ¿Quieres decir que estabas dispuesta a... ?

  • ¿A chupársela? Por supuesto... Y a que me la metiera por donde quisiera... No... Ja, ja, ja... ¡Por el culo, no! ¡Qué daño!

  • Te estás burlando de mí, ¿no? -yo estaba cada vez más confundido.

  • ¡Uy, se te ha vuelto gusanillo! -exclamó risueña al acariciar mi miembro que había perdido toda su turgencia. - ¡Esto no puede ser! Habrá que hacer algo para levantarle la moral...

Y vaya si lo hizo. ¡Qué mamada! ¡Qué manera más salvaje de chupar! Se notaba que la chica tenía experiencia. Se notaba que lo hacía con sumo placer. No me dio tiempo a decirle si quería que me lavara un poco antes. No estaba acostumbrado pues con la novia que tenía antes, me pedía siempre-cuando conseguía convencerla de que me la mamara, que ya era dificil- que me la limpiara bien limpia y nunca quería chupármela si antes se la había metido. Marta, en cambio, no tenía manías.

  • ¡Esperaaa, esperaaa!

  • ¿No te gusta? -preguntó con sarna.

  • ¡Me encanta! Pero quiero verte mejor...

  • ¡Ah, todos los tíos sois iguales! -exclamó recogiéndose el pelo hacia atrás. - Pásame la goma que hay al lado del despertador.

Ese comentario me produjo una ligera punzada de celos. ¿Con cuántos hombres había estado? ¿Cuántos la habían visto como yo la veía ahora?... Con el tiempo me fui enterando que tampoco fueron tantos, pero también que Marta era una chica sin prejuicios ni tabúes, que se entregaba con suma facilidad si se lo pedía el cuerpo... Y, por aquel entonces, se lo pedía muy a menudo.

  • ¿Te parece mejor así? - había recogido su pelo en una larga cola que dejaba toda su cara perfectamente contorneada.

Aproveché para encender la luz. Pulsé otro interruptor que encendió el aplique situado en la pared, encima de la cabecera de la cama. Hizo una mueca de disgusto cerrando los ojos y arrugando la nariz.

  • ¿Te molesta? Si quieres, la apago.

  • Me da igual... -respondió sonriendo. - Ya me habéis despertado...

No es guapa, pensé. Sus rasgos son más bien duros -excepto la mirada-, rectilíneos, en contraste marcado con el resto del cuerpo, lleno de redondeces... Saltó de la cama, por el otro lado... Vaya, me dije, ¿qué pasa ahora?

"¡Trac-trac-trac-trac-trac...TRAC-TRAC-TRAC...!" . El ruído del sofá-cama del salón llegaba a nuestros oídos con su rechinar creciente. Todo el edificio debía estar al corriente de la orgía que se desarrollaba en el 2°3 a las cinco de la madrugada del sábado.

Marta se dirigió a la puerta contigua. Los "arrrggg-ohhhh-ahhh" de Bea competían en intensidad con los crujidos metálicos del torturado sofá-cama. Esta vez, yo me levanté volando; no quería desperdiciar la ocasión de ver a Bea en acción... Tenía ganas desde el principio, pero no había osado levantarme para que Marta no se ofendiera. Aunque pienso sinceramente que no se hubiera ofendido.

Marta se quedó en el lindar de la puerta, mirando. Yo me pegué a ella por detrás, emplazando mi verga entre sus nalgotas, abrazando sus hermosas tetas... y mirando, también...

Esteban la estaba tomando por detrás, con las manos agarrándola por la cintura, a lo perro... Estaban los dos de cara a nosotros. Y qué caras. La de Bea no iba a olvidarla nunca más: su rostro reflejaba placer en estado puro; sus ojos desorbitados, su mirada perdida en el paraíso del éxtasis, su boca desmesurádamente abierta, su lengua relamiéndose los labios... Nunca llegué a ver en la cara de Marta la misma expresión de goce infinito. Tendría que esperar casi 30 años para encontrarla en Elena, dia a dia, noche a noche... durante un año...

  • Pero... ¡qué brutos sois! -Marta exclamó entre risitas- ¡Os vais a cargar el sofá!

  • ¡Aaaaaahhhhh! ¡Siiiiii! ¡Oooogggg! -Bea seguía gritando ajena a nosotros en su locura de orgasmo perpetuo.

Esteban nos miraba, orgulloso de su prestación a la John Holmes, con una sonrisa de oreja a oreja, sudando como un cerdo. Yo le sobaba las tetas a Marta de manera que mi amigo pudiera admirarlas a voluntad. Ella se dejaba hacer, sin vergüenza alguna. Aun más, separó sus piernas lo suficiente para que pudiera penetrarla por detrás. El coño de Marta era un manantial de fluídos hirvientes, una caldera infernal. La incliné un poco hacia delante para poder clavársela hasta el fondo. Soltó un quejido gutural, apenas audible, y dejó que la follara así, ante su hermana y mi amigo. Esteban disfrutaba como un enano del espectáculo, sin sacar ojo a las tetas de Marta que se balanceaban espectacularmente, lanzándome miradas de aprobación permanentes.

  • ¡Dioooooooooooosssssssssssssssssss! ¡SIIIII, SIIII, SI.... SIIIIIIIIIIIIIIIIII!

Bea se estaba corriendo espectacularmente. Nuestras miradas se cruzaron un instante. Parecía que con la suya me estaba agradeciendo el haberle proporcionado tanto placer. ¡Qué más hubiera querido yo!

  • ¡Yooooohhhh, yaaaaaahhhhggggg!

El clímax de Bea propulsó a Esteban al suyo. Se corrieron al unísono en un concierto de alaridos que inundaron aquel reducto espacio de vapores sonoros de intensidad sexual insoportable. Para mí, al menos. No podía ver la cara de Marta, no podía oirla, no sabía si se lo estaba pasando bien, si disfrutaba...

  • ¡Marta! ¡Marta! ¡Martaaaaahhhhh!

Volví a correrme en ella. Se enderezó y ladeó la cabeza buscando mi boca. Me ofreció su lengua. Nos fundimos en un profundo y cálido morreo. Nuestras pieles empapadas de sudor se unían, se pegaban... Olíamos a transpiración y a sexo. Todo el piso olía a sexo. La química de nuestros cuerpos había provocado una subida impresionante de la temperatura ambiente:

  • ¡Me muero de sed! -soltó Marta liberándose de mi abrazo. - Pero antes tengo que ir urgentemente al baño.

  • Yo tampoco me aguanto más... -le dije y la seguí sin esperar que ella lo hiciera primero. Antes, pero, eché una ojeada a la otra pareja. Por fin estaban tranquilos, besándose acarameladamente.

Me la encontré sentada en la taza, las piernas pegadas y los codos apoyados sobre sus rodillas; me miró con picardía:

  • ¿Quieres que espere fuera? -le pregunté sin acabar de entrar.

  • A mí me da igual... ¡Hummm! -le cambió la cara al salirle el primer chorrillo de orina. - Meo como cualquier tía, ¿no? ¡Hum, qué alivio! Llevaba horas aguantándome.

Como su hermana un rato antes, Marta orinó copiosamente durante un buen rato. Me hubiera gustado que abriera los muslos y poder ver el chorro dorado salir de su coño.

  • No sé... Supongo. Es la primera vez que veo mear a una mujer tan de cerca. -dije sin apartar la vista de su escondida fuente.

  • ¿No? -preguntó sorprendida a la vez que agarraba un pedazo de papel higiénico. -No me lo puedo creer... Si estáis todos obsesionados con esto... -se lo pasó por la vulva dejándolo todo empapado y tuvo que coger un segundo papel para terminar de secarse: - ¡Joder, sí que tienes! ¡Ja, ja, ja!

  • ¿Eh?

  • ¡Semen, bobo, semen! ¡No para de borbollar! -levantándose, añadió: - Su turno, caballero... Mee despacio, mee contento pero, por favor, mee dentro... ja, ja, ja...

Salió del baño. Me hubiera gustado que se quedara allí para mirar como yo lo había hecho pero no lo hizo. Vi enseguida que apagaba las luces de su habitación. Me quedé algo confundido, de pie ante la taza del váter, con la pilila entre los dedos de mi mano, pensando en ese "todos" que había vuelto a emplear, en su falta total de pudor y vergüenza. Al mismo tiempo, sin embargo, tuve la impresión que con aquella chica iba a pasar momentos extraordinarios. Todo en ella me daba mucho morbo.

  • ¡Ahhhh! -me sobresalté al sentir un objeto muy frío en la espalda.

Me giré. Bea reía como una niña traviesa, con una botella de agua en la mano. Me la miré sonriendo. Estaba hermosísima, con una cara que reflejaba hasta que punto había sido colmada. Completamente desnuda, con sus senos turgentes apuntándome directo al corazón.

  • ¿No tenías sed? -preguntó risueña alargándome la botella. Afirmé con la cabeza. - Voy a ducharme -dijo, metiéndose en la bañera y cerrando la mámpara transparente- No quiero que mi marido "se lo huela".

Si Marta me daba morbo, Beatriz me daba morbo y medio. Se me pasaron las ganas de mear y me vinieron las de ducharme con ella:

  • Yo también debería lavarme... Podríamos hacerlo juntos... ¿qué te parece? -pregunté abriendo de nuevo la mampara.

Me miró con una mezcla de deseo y de tristeza. Y, antes de abrir el grifo del agua, me dijo:

  • Le gustas mucho a mi hermana... Mucho.

  • ¿Y a ti... no te gusto?

  • Eres un bomboncito, cielo... Pero yo estoy casada y bien casada...

  • ¿Y Esteban?

  • De vez en cuando, una cana al aire le va bien a cualquiera -había abierto el agua y palpaba su temperatura con la palma de la mano.

  • Me ha parecido que te lo pasabas muy bien con él. -dije con cierta tristeza ante la frialdad de sus réplicas.

  • Ha sido un polvo extraordinario. -dirigió el teléfono de la ducha, primero a su cabeza, después a su pecho, a su vientre y mirándome con cara de vicio, a su entrepierna. -Tu amigo es una máquina de follar. ¡Me he corrido cinco veces!

Tenía la vista clavada en su coño depilado, en la vulva abierta por sus largos y manicurados dedos, por aquellas decenas de chorrillos de agua que se estrellaban contra los pétalos de su vagina. ¡Cómo envidié a Esteban en ese momento!

  • ¿Y? -ella se dispuso a enjabonarse tranquilamente, con tranquilo descaro. Debía ser propio a la familia, pensé.

  • Pues que eso es todo. -sentenció y cerrando la mampara de nuevo me dijo: - Mi hermana te hará muy feliz, Iván... Muy feliz. Se giró y se puso a enjabonarse el culo acercándolo al vidrio para que no perdiera detalle.

  • ¿Y eso?

  • Porque todavía es más guarra que yo... ¡ja, ja, ja! -Se giró de nuevo y me hizo ademán para que me fuera para fuera.

  • ¿De verdad no quieres que te enjabone la espalda? -pregunté abriendo de nuevo el cristal corredero de la bañera

  • ¡Anda, ve corriendo a buscarla! Los he dejado a los dos en el salón... Y con Marta, nunca se sabe.

  • ¡Sólo la espalda! -dije poniendo cara de niño bueno.

  • ¡Qué tozudo que eres! No me haces caso y ya verás... ya verás.

Bea se giró una vez más ofreciéndome su espalda, mostrándola con un dedo:

  • Aquí y sólo aquí, ¿entendido?

  • ¡Youpi! -solté eufórico metiéndome dentro de la bañera.

  • ¿Dónde vas, listillo? No hace falta que te metas dentro.

  • Es que sino, vamos a dejar esto hecho un desastre

  • Calla, calla... ¡Sal de aquí inmediatamente!

  • Vale, vale... Sólo era para coger el jabón.

Bea ,con los brazos extendidos hacia arriba y las manos apoyadas sobre la pared enracholada, me ofreció su cuerpo. Le enjaboné la espalda, le enjaboné las axilas rasuradas -provocando su risa pues le hacía cosquillas-, le enjaboné las tetas -provocando su protesta airada aunque también un ligero murmullo placentero-...Pero no pude evitar deslizar mis manos hacia su trasero...

  • Iván... Para, por favor... ¡Para! -algo había en su voz que decía lo contrario.

Si en ese momento hubiera sabido que Beatriz iba a convertirse en mi cuñada para el resto de mi vida hubiera parado. Pero no era el caso. Aquella mujer me gustaba muchísimo. E incluso hoy que ya es una abuelita de 63 añitos, la sigo viendo como un permanente objeto de deseo... Total, no sé qué me pasó por la cabeza, la cuestión es que no hice caso de sus protestas:

  • ¿Qué haces, loco? ¡Mmm! ¡Para, joderrr! ¡Ammm!

Le separé bien separados los cachetes de su culo y sin tomarme el tiempo para contemplar como se debe aquel oscuro orificio, dirigí veloz mi boca hacia él y se lo lamí como si fuera un bombón suizo. Y Bea dejó de protestar.

  • ¡Mmmm! ¡Qué buenooohhh! ¡Sííí! - gemía mi futura cuñada acariciándome el pelo con una de sus manos.

Mientras le chupaba golosamente aquel cráter, notando como iba dilatándose poco a poco, percibiendo como mi polla volvía lentamente a la vida, sonó el teléfono. Unos segundos más tarde, la voz de Marta rompió el sortilegio:

  • ¡Beaaaaa! ¡Es tu maridoooo!

Dejé mis ocupaciones placenteras y disimulé como pude haciendo ver que me lavaba la cara en el lavabo. Por el espejo vi como Marta le acercaba el teléfono inalámbrico y me miraba con curiosidad. Cerré el grifo y me giré. Se había puesto una camiseta blanca estampada con una enorme hoja de marihuana que le venía tres tallas más grandes y que le llegaba hasta media pierna.

  • ¿Qué haces aquí todavía, cochino? -me preguntó con un deje de mala leche. -Deja tranquila a mi hermana...

  • ¡Tsss! -le indiqué silencio mostrando con la vista a Bea - Hago un pis y vengo enseguida. Hizo un gesto negativo con la cabeza y prosiguió:

  • ¿Y qué has estado haciendo hasta ahora?

  • ¡Tsss!

Se dió media vuelta y se fue de nuevo para el salón. Me dispuse a orinar y a escuchar lo que le decía Bea a su marido:

  • Sí, cielo... Muy bien... -Bea salió de la bañera y cogió la toalla del perchero.

  • ...

  • No... Bueno, un poco sí... Un par de copas...- con el teléfono apoyado contra su hombro, se secaba como podía.

  • ...

  • ¿Que si estoy caliente? -Bea me miró y me sacó la lengua. Con la cabeza me indicó su espalda y me pasó la toalla.

  • ...

  • No me hagas decir estas cosas... No estoy sola... -me dediqué a secarle las piernas. Las separó para que pudiera secarla mejor.

  • ...

  • ¡No, bobo! Marta y unas amigas... Estamos... mmm...-con sumo placer, le hundí un dedito en su divina raja.

  • ...

  • No me pasa nada... -me sacó la mano entrometida y me miró con cara de decir que la fiesta se había terminado. -Me acabó el café y llego enseguida.

Tapó con la palma de la mano el altavoz del teléfono y me dijo:

  • ¡Vale ya! ¡Ve con ellos! Vengo enseguida... Ah... Tráeme mi ropa, por favor.

Fui a la habitación de Marta y me puse los calzoncillos, los pantalones y la camiseta. Al llegar al salón, el sofá cama era de nuevo sofá. Esteban se había vestido como yo y hablaba animadamente con Marta. Estaban sentados uno al lado del otro, Marta en esa posición típicamente feminina, con una pierna doblada y un pie bajo las nalgas, que le dejaba la entrepierna a la vista, las bragas mejor dicho; y Esteban muy cerquita y con una mano sobre la rodilla de ella le contaba... vete a saber lo que le contaba, pero la tenía encandilada, subyugada, hipnotizada...

  • Bea quiere su ropa... Se va a casa, con su maridito...- Les dije intentando captar su atención.

  • Aquí, en la silla. -Marta me miró entonces y al verme vestido, añadió: -Tú te quedas, espero... -no era una pregunta, era una orden; pronto iba a acostumbrarme a su tono autoritario.

Es curioso como los destinos de toda una vida se deciden en tan breves momentos. Lo que más deseaba en el mundo era acompañar a Bea a su casa y conseguir una cita con ella, los dos solos, para poder realizar todas mis fantasias. Incluso estaba convencido que si Esteban se quedaba en mi lugar, Marta se sentiría colmada hasta la saciedad. ¿Por qué no diremos las cosas abiertamente antes de que sea demasiado tarde?

  • Claro... Si tú quieres... -respondí con una sonrisa hipócrita.

  • Por supuesto que quiero... Tenemos muchas cosas de qué hablar...

  • Y muchas más qué hacer... -concluyó Esteban acariciándole el muslo como si fuera él el que iba a quedarse.

Marta, en lugar de enojarse o de contestarle por peteneras, se echó a reir y le cogió la mano que la estaba sobando y se la puso de nuevo sobre la rodilla:

  • ¡Ja, ja, ja! ¡Con uno tengo bastante!

Había recogido la ropa de Bea en un atillo y me disponía a llevársela al baño cuando Marta me interrumpió:

  • Se la llevo yo, obseso.

Se levantó, me cogió la ropa de su hermana y me dio un beso en la boca:

  • ¡Me gustas! -y un segundo beso en el que sentí la punta de su lengua abriéndose paso entre mis dientes.

Me senté junto a Esteban. Nos miramos y debía ser tan bestia nuestra cara de felicidad que nos echamos a reir como dos tontos:

  • ¡Qué pasada! ¡Qué pasada! ¡No me lo acabo de creer! -exclamó Esteban.

  • ¡Ni que lo jures! ... La tuya... ¡Qué manera de gritar, joder!

  • Pues no creas... ¡Yo no le he hecho nada!

  • Ya...

  • Te lo juro... ¡Debía llevar hambre atrasada! No me ha dado tiempo ni a comerle el coño... Se ha subido encima y en tres segundos ya estaba delirando...

  • Pues yo diría que ha estado "delirando" una hora entera...

  • ¡Ja, ja, ja! ¡Qué pasada, la ostia, qué pasada! Además, es tope guarra... No paraba de decirme guarradas, la tía... -como vio que me lo miraba un poco alicaído, dedujo: - ¿Te gusta Bea, eh, cabrón?

  • Mucho...

  • ¡Va! Que la tuya no está nada mal...¡Macizorra, la tía! ¡No veas la cara de vicio que ponía mientras te la estabas tirando! ¡Y qué par de tetazas!

  • Sí, eso sí...

  • ¡La de cubanas que te va a hacer! -me miró con cara de chiste y añadió: ¡A mí me encantaría!

  • Seguro que le gustaría... Si no hubiera sido por su hermana, seguro que ya te la habría comido...

  • ¡Ja, ja, ja! ¡Si que tiene cara de mamona...! ¡Uf, Dios, me encantaría! ¿Le proponemos un "menage à trois"?

Bea y Marta volvieron del baño. Descubrí enseguida que Marta tenía el oído muy fino:

  • ¿Qué me queriáis proponer?

El ratito que pasaron juntas, me contó más tarde Marta, lo dedicaron a confesarse sin ningún tapujo lo que pensaban de nosotros. Bea se deshizo en elogios sobre la extrema virilidad de Esteban y Marta, como no sabía ni quería mentir, ídem de ídem, que tenía un cuerpo que era un pecado y que no le importaría nada pasárselo por la piedra. Por lo que vi, Bea se abstuvo de contarle el placer que tuve en comerle el ojete; al contrario, le dijo que yo me había pasado aquellos minutos elogiando las formas voluptuosas de su hermana, lo maravillosa que me parecía en la cama, lo que me gustaba... En fin, lo que decíamos del destino...

  • Si me dejas que me quede, te lo explico... -dijo Esteban.

Marta se acercó y se sentó entre nosotros, poniendo una mano sobre mi pierna y la otra sobre la de Esteban. Pero sólo lo miraba a él...En ese momento, sólo tenía ojos para él. Se me quedó cara de perro apaleado. Pero Bea estaba decidida a jugar su papel de Celestina y a impedir que su hermana cumpliera una de sus fantasías más lúbricas: follarse a dos tíos a la vez.:

  • ¿No quieres acompañarme, Esteban?

Estaba radiante, Bea... Guapísima y tremendamente apetitosa. Una vez más, ella y yo nos miramos de una manera muy especial... Unos segundos de duda...

  • Sí, claro... -respondió mi amigo.

Nos levantamos los tres. Bea cogió su bolso, las llaves del coche y se despidió en primer lugar de mí dándome un beso en la boca que me supo a gloria:

  • Ha sido un placer conocerte -dijo cogiéndome las manos entre las suyas- Espero que volvamos a vernos pronto.

  • Sí... Yo también lo espero... -me quedé como un pasmarote.

Marta hizo lo propio con Esteban, pero su beso me pareció mucho más osado, por decirlo de alguna manera. Mi amigo seguía sin tenerlas todas consigo. Lo estaban obligando a marcharse dejando a una chica que de toda evidencia se moría de ganas de joder con él:

  • Tranquilo, amigo... -le dije, desanganchándolo de Marta- ... que no se queda sola.

Marta se dió por aludida y soltó a su apolo para ir hasta la puerta principal:

  • ¡Venga, sister! ¡Marchaos de una vez antes de que me arrepienta!

Justo antes de salir y cerrar la puerta, las dos hermanas se besaron y me pareció oir que Bea le decía algo referente a mí al oído. Cuando se lo pregunté a Marta, no quiso decírmelo.

El sol empezaba a colarse por entre las cortinas inundando de tenue luz el salón. Hacía mucho calor y el ambiente estaba cargado, muy cargado de humedad. Marta abrió la puerta del balcón y una suave brisa revoloteó entre los mechones de su larga cabellera. Se giró, estiró los brazos hacia arriba con los puños cerrados y bostezó:

  • ¡Vamos a la cama, bomboncito! ¡Hum... no, espera...!

  • ¿Quieres que me quede... pues?

  • ¡Claro que sí, idiota! Pero te quiero desnudo... ¡Va! ¿A qué esperas?

  • ¿Aquí o en la cama?

Se sentó en el sofá, abrió el cajón de la mesa rectangular del salón y sacó una bolsita de cuero:

  • Yo me hago un petardito y tú me haces un streaptease... ¿vale?

  • ¡Okey! ¿Sin música?

  • Ponla tú mismo. Detrás tuyo... Sí... El radio-cassette... Bien...

Sonó una música que identifiqué enseguida. Rock del bueno, del duro... Led Zeppelin. Me gustaba el ambiente; era prometedor. Marta estaba muy concentrada haciendo el porro. Me acerqué bailando torpemente, sin quitarme la ropa. Se notaba que también tenía práctica en esos menesteres. Le habían quedado los muslos al descubierto. Sonreí al acariciárselos en su interior: su piel era suave y estaban calientes. Los separó expresamente y cuando el dorso de mi mano tocó el algodón empapado de sus bragas, los cerró brutalmente y se echó a reir:

  • ¡Te pillé!

  • ¡Uf, está muy caliente!

  • ¡Bah! ¿Tú crees?

Come seguía atenazándome la mano, no podía hacer otra cosa que frotarla contra su vulva. Hice el gesto de separarle las piernas de nuevo pero se negó:

  • Primero el streaptease, bombón.

  • De acuerdooo...

Me desnudé muy lentamente. Marta no perdía ojo. Iba echando caladitas al porro y mirándome muy seria. Me quedé en calzoncillos e hice un par de movimientos que se pretendían sexys. No tenía una erección completa pero sabía que no tardaría. Me puse a menearle las caderas delante de ella, a la altura de su cara y fue bajando los calzoncillos:

  • ¿Sigo?

  • Tú verás... -con indiferencia fingida, sin tocarme.

Le cogí el porro y le di una profunda calada para devolvérselo justo después. Me separé un poco de ella, me di la vuelta y me bajé los calzoncillos. Entonces, Marta reaccionó:

  • ¡Uauuu! ¡Qué culito! ¡Ven, déjame tocarlo!

Obedecí y volví a ponérselo a mano. Me hizo separar las piernas y me acarició el interior de los muslos, primero con una mano y después, tras pasarme el petardo para que le diera la última calada, con las dos. Subía y bajaba las manos suavemente. No eran las manos de Bea pero sabían lo que se hacían... Mi verga se endureció de nuevo. Y más cuando sentí como sus labios me besuqueaban las nalgas, me las mordisqueaban, me las chupaban... Ninguna de las dos novias que había tenido había ido más allá de tocármelas... Aquello era algo totalmente nuevo para mí.

De repente, sentí como sus manos me asían la polla con fuerza -una fija, por la base, incluyendo los huevos; la otra móvil- y se ponían a masturbarla. Un electrochoc me sacudió el espinazo cuando su lengua me cosquilleó el ano:

  • ¡Gggg! ¡Mmmarta...Aaaggg! -casi me rompo el cuello girando la cabeza como la niña del exorcista para ver lo que me estaba haciendo. -¡Mmmaaaarrrtaaa! ¡Auufff!

Cuánta razón tenía su hermana. ¡Qué guarra era Marta! Nunca me habían comido el culo... ¡Qué bueno, por Dios, qué bueno!

Marta debió sentir que ya estaba a punto de explotar porque me apretó aun con más fuerza la verga y hundió tanto como pudo su lengua en mi ojete. Como un fotograma fijo, en mi mente apareció la imagen vivida un rato antes en el baño cuando era yo quien le comía el culo a su hermana... Y exploté:

  • ¡OOOOOHHHHHHH! ¡FFFFFFFFFF! ¡AJJJJJJJJJJ!

Tuve un orgasmo brutal. Un par de chorrillos de lefa casi transparente cayeron sobre la mesa. El resto -unas gotas más pues era mi tercera eyaculación en poco tiempo- lo recogió la mano de Marta que seguía dándole a la manivela, aunque ya había dejado de comerse mi bombón de chocolate negro.

  • ¡Caray! ¡Eres como los conejos! -exclamó risueña, tomando un kleenex y secándose con él el semen que se le había esparcido por la mano. Yo tomé otro y limpié el que había caído en la mesa.

  • ¿Cómo los conejos? -le pregunté girándome hacia ella.

Se levantó, se abrazó a mí y me besó fogosamente:

  • Sí, hombre... Como los conejos... ¡Rápido, rápido! ¡Ja,ja,ja!

No me sentó muy bien el comentario, pero no quise hacerme el humillado. En realidad, me lo había pasado pipa... Y, además, parecía que no me lo recriminaba...

  • Ahora... Me gustaría ocuparme de ti... - le propuse de todo corazón.

Me sonrió, me tomó de la mano y me llevó como a un perrito faldero hasta su habitación:

  • Tenemos todo el tiempo del mundo, Iván... Pero ahora quiero dormir un rato...

  • ...

  • Sólo tengo un cepillo de dientes... ¿No te importa compartirlo, verdad?

Nos lavamos los dientes en silencio y nos metimos en la cama, yo desnudo, ella con la camiseta y las bragas:

  • Me gustaría que te desnudaras también... -le insinué.

  • Hum... No me gusta dormir desnuda... Anda, ven, abrázate a mí, conejito mío...

Obedecí sin rechistar. Me abracé a ella, la envolví con mis brazos y se durmió plácidamente.

Un mes más tarde, vivíamos juntos y a principios de Enero, nos casamos. En el próximo capítulo os contaré cómo fueron mis primeros años de vida conyugal.

Hasta pronto.