50 centímetros
50 centímetros puede ser mucha distancia.
Ella apareció marcando huella en su estómago. Dejó tras de si un raro aroma dulce y él no pudo hacer nada. Ella se mueve por la nieve como el viento, asciende por la ladera como el aire caliente. Su cara lleva el sello de lo imposible y su corazón de acero no le deja paso. En sus ojos brilla la luna de cada noche de jueves, iluminando el gris del asfalto con su pequeño cuerpo. Algunos kilogramos de magnetismo femenino que le arrastran sin remedio. Ella escribió en su alma la frase perfecta que hizo que él siempre quisiera estar allí. Sonrisa suave de labios enrojecidos, bronce aterciopelado, extraño animal que le hace olvidar el futuro.
Sólo su alma lo sabe, ilusiones irreales que le aturden el cerebro, palabras mudas para su almohada blanca, las lágrimas de cada noche que nadie ha visto caer.
Él se llama Aitor, ella se llama María. Aitor quiere a María, la quiere por dentro y también quiere follar con ella. María ya no quiere saber nada, es feliz en su soledad.
Cada mañana, los dos están sentados juntos delante de sus ordenadores. Los días van pasando así, insoportables, y eso hace que por la noche Aitor se emborrache de ron y maldiga su suerte. En el trabajo, sólo les separan 50 centímetros, pero, a veces, medio metro puede ser una distancia infinita.
Hubo un tiempo en el que todo fue más fácil. Hubo cariño y hubo sexo. Juntaron durante dos noches sus cuerpos, sintieron cada uno el calor del otro, sus sexos abultados. Se besaron, se acariciaron, se lamieron, se mordieron, follaron y se amaron por un instante. Aitor pensó que lo tenía hecho, que ya sería feliz. Aquello se torció, acabó. María lo sabe y piensa que es mucho mejor para todos, sobre todo para ella; es bueno no complicarse la vida.
Aitor no quiere entender que no hay vuelta atrás. No sabe que el camino de regreso está cerrado y que sólo queda la amistad. No lo quiere aceptar, no puede soportar que sólo sea un amigo más de María. Él quiere encontrarla cada noche a su lado en la cama. Se equivoca, porque nunca encontrará una mujer, una amiga, tan valiosa como María. Sigue insistiendo cada día. Cada uno de esos días en los que sólo están separados por esos eternos 50 centímetros.