5 No entiendo nada.
¿Como te enteraste de la infidelidad de tu pareja? Relatos basados en hechos reales que fueron contados por sus propios protagonistas y tienen un denominador común: cómo se enteraron que su pareja les estaba siendo infiel.
No entiendo nada.
Marta descargó el archivo del dispositivo electrónico a su portátil.
Casi dos horas de grabación. Lo había programado de dos a cuatro de la tarde. Antes, estaba segura que su marido no llegaría, y después de las cuatro, era poco probable que siguiera en casa porque retomaba la jornada partida a partir de las 16:30.
El archivo tardó un rato en descargar. Casi un giga de tamaño. Luego, lo abrió con un reproductor de vídeo. En el último instante, justo antes de darle al play, el dedo se quedó rígido, sin llegar a pulsar el botón del ratón. Marta dudaba. ¿De verdad quería ver el contenido de ese vídeo?
Sí allí no había nada que inculpara a su marido, se sentiría mal por haber dudado de él. O bien, ¿significaría eso que simplemente que se había equivocado de día y persistirían las dudas?
Y si no se equivocaba... Bueno, en ese caso peor aún.
Sea como fuera, si le daba al play perdía... Marta suspiró. La decisión ya estaba tomada de antemano y el problema al que se enfrentaba, sabía perfectamente que no era si pulsar o no ese botón, si no lo que haría después, según fuera el contenido que se encontrara.
El dedo presionó el ratón y el vídeo empezó a reproducirse. Simplemente una mancha oscura. La cámara estaba escondida en la lámpara de la mesita de noche. Marta la había comprado por internet. Venían dos lámparas a juego para disimular, pero solo una de ellas con cámara incorporada. La dirección de entrega, la había puesto en su trabajo. Cuando llamó a la página web especializada, le aseguraron que el paquete venía envuelto de forma discreta y así había sido.
La había probado antes y daba buena calidad de imagen. Lo que sucedía en este momento, es que lógicamente, la luz de la habitación estaba apagada. Si corría el cursor hacia delante, seguramente, vería un destello luminoso en el momento en que su marido pulsara el interruptor del dormitorio. A partir de ahí, empezaría lo interesante...
Efectivamente, así lo hizo. Aproximadamente media hora después de las dos, se formó algo de claridad: alguien había encendido la lámpara del pasillo.
Después se hizo completamente la luz. Su marido entraba al dormitorio. Le llamó la atención que no subiera las persianas. Era lo lógico, si estaba solo. Se le empezó a formar un nudo en el estómago, que se acentúo, cuando vio reflejadas dos sombras sobre el edredón de la cama.
No estaba solo. En el fondo lo esperaba, pero no por ello dejo de sentir furia y dolor. Y más aún, cuando vio las sombras de las dos personas, aún fuera de cámara, fundirse en una sola. Se estaban abrazando.
Paró un instante el vídeo. Necesitaba respirar, tragarse la bola de bilis que amenazaba con provocar el vómito. Se dijo a sí misma que tenía que tranquilizarse. Se había preparado para el momento. Los indicios no dejaban lugar a dudas, para una esposa veterana que conocía bien los hábitos de su marido.
El primer indicio, la falta de sexo entre ellos, lo que hacía aún más visible la contradicción de estas señales. Al principio, lo achacó a la depresión sufrida por su marido cuando se quedó en paro. Su falta de ganas, iba pareja a la ansiedad de perder ese agarre vital. Al miedo a no volver a encontrar otro empleo, al menos, tan bueno. A la sensación, típicamente machista, de no soportar ver a su mujer mantenerlo, teniendo en cuenta que además, Marta, como galerista, ganaba bastante menos que él y eso suponía hacer ajustes en la economía familiar. Pero luego, cuando el humor mejoró, la sequía continuó. Y desde hacía un mes, tenía ya un nuevo empleo, sin que el deseo hubiera vuelto a manifestarse. Al menos en casa, porque su pareja a veces, venía oliendo a un nuevo e indefinido perfume. Muy tenue pero que ella era capaz de reconocer, especialmente cuando se trataba de algo repetido. A veces también, le llegaba olor a algo que le costó identificar. Un olor acre, que se iba disolviendo apenas lo notaba y que le resultaba vagamente familiar. Finalmente cayó. Olía a sexo. A una mezcla de sudor y feromonas, que venía a indicar la reciente lucha de dos cuerpos. Lo tenía tan olvidado que apenas lo reconocía.
Mas indicios: había días que su marido cuidaba especialmente su imagen. Procuraba conjuntarse e ir bien afeitado y duchado. Lo de la ducha era hasta cierto punto normal, lo hacía muchas mañanas, aunque solo fuera para espabilarse, pero cuando vio que esa en concreto, volvía a rasurarse después de haberlo hecho la tarde anterior, y además, procuraba ponerse ropa conjuntada mirándose en el espejo a ver cómo quedaba, supo que era uno de esos días.
Para más señas, no le había preguntado qué comida le iba a dejar preparada, a pesar de que sabía que ese día venía a comer a casa en la pausa del trabajo. Siempre le preguntaba que le iba a poner de comer. Pero ese día no parecía preocupado por eso, como si le diera igual la comida, o pensara picar algo fuera y pasar del almuerzo que se encontrara en la nevera.
Y por último, el tema de la cama. Ella era la última en salir casa y no volvía hasta las cinco. Siempre se dejaba la cama hecha. En un par de ocasiones, se la había encontrado distinta, como si la hubieran deshecho y vuelto a hacer. Si le preguntaba su marido, le decía que ese día se había echado la siesta un poco, cosa extraña, porque su marido nunca se echaba en la cama y menos entre semana. Como mucho, se quedaba 15 minutos o 20 en el sofá del salón, traspuesto.
En fin, que algo olía mal. Su instinto le decía, que este era uno de los días idóneos para poner la cámara a funcionar.
Y mira por donde, allí había una sombra que reflejaba a dos personas unidas. Es lo que parecía: un abrazo total y absolutamente fuera de lugar. Su marido con otra persona en su dormitorio.
Sintió que se tranquilizaba y comenzaba a recuperar el control. Bien, era necesario porque ahora tocaba saber quién era la intrusa. Necesitaba saber qué tipo de mujer le había robado a su marido. ¿Sería más hermosa que ella? ¿Mejor en la cama? O simplemente ¿alguien diferente, la novedad de un cuerpo distinto?
Y ¿qué pasaría si era alguien conocida? Todo era posible, pero Marta lo dudaba. Su marido no había mostrado interés por ninguna de las mujeres que ella conocía. Esas cosas no pasan desapercibidas. No para una mujer. Los hombres son demasiado transparentes y se les nota enseguida, cuando alguien les llama la atención. Lo veía constantemente entre sus compañeros de trabajo, sus familiares, etc... Bastaba una gallina nueva en el corral, para que rápidamente le hicieran el reconocimiento físico. Unos eran más disimulados que otros. Pero a todos se les notaba.
Si al final resultaba ser una conocida, sería una gran sorpresa para ella.
Respiró hondo y volvió a darle al play. Vamos a salir de dudas de una vez por todas, Marta...
La sombra se fue agrandando, conforme los tortolitos se acercaban a la cama sobre la que finalmente cayeron, abrazados y revueltos, provocando cierta confusión en Marta, que trataba de distinguirlos. Entornó los párpados fijando la vista. No lo entendía. Sus ojos le mandaban una imagen que su celebro se negaba a procesar.
- Pero, qué mierda...
Se quedó con la boca abierta. Seguía sin entender lo que estaba observando. Finalmente, se forzó a razonar y las imágenes adquirieron sentido, un sentido que la dejo pasmada y en shock.
- Ostiaputa... No es posible...
Se dejó caer hacia atrás en la silla, cerró los ojos y los volvió a abrir, mientras echaba el aire muy lentamente por la boca. No estaba muy segura de haber visto bien, pero cuando fijó de nuevo la mirada, las imágenes seguían ahí, confirmando la realidad, la inesperada realidad.
¡Su marido estaba con otro hombre! No era una amante, sino ¡un amante!
Giró la cabeza a uno y otro lado, como tratando de negar la evidencia, pero fue inútil. Su marido era homosexual, o bisexual, o ¡mierda, Dios sabe que...!
¿Cómo era posible? Ella jamás había notado nada extraño. Bueno, ahora que lo pensaba bajo esta nueva perspectiva, lo cierto es que nunca le habían llamado la atención otras mujeres. Pero, como había funcionado bien en la cama con ella, siempre pensó que era porque tenía la suerte de tener un marido amante y bien educado.
¡Joder! su vida acababa de dar un vuelco en una dirección, aún más inesperada de lo que se imaginaba.
Volvió a fijarse en la pantalla. Apenas había pasado un par de minutos digiriendo la sorpresa, pero ellos no habían perdido el tiempo. El hombre, aparentemente de la misma edad que su esposo, tenía la camisa abierta. Su marido le besaba el pecho, a la vez que le desabrochaba el pantalón. Su cuerpo se interponía entre Marta y el otro hombre, pero no le quedó ninguna duda de los manejos que estaba llevando a cabo, para liberar el pene de su amante. Como tampoco quedó mucho espacio a la imaginación, cuando vio como movía la cabeza arriba y abajo lentamente. Estaba claro lo que hacía, o más bien, lo que chupaba con aparente deleite.
Marta apartó la vista. Suficiente para ella. No estaba preparada para ver más. Quizás, si fuera una mujer hubiera tenido la curiosidad, o la necesidad, de saber cómo era en la cama. Si le hacía cosas a su marido que ella no practicaba. Si le ponían pasión y gestos de cariño a sus polvos, señal de que había una relación más profunda.
Pero se sentía incapaz de compararse con un hombre. No, no era así cómo iba a responder a todas las preguntas que le bullían en la cabeza.
¿La quería todavía su marido? ¿La había querido alguna vez? ¿Era bisexual? ¿Prefería a los hombres, a las mujeres, o le daba lo mismo? ¿Cómo es que ella no se había dado cuenta de su atracción por los hombres? ¿Realmente conocía a su marido?
¿Era algo que ella había hecho mal? Porque es evidente que, cuando lo conoció y en sus primeros años de relación, en ningún momento se le pasó por la cabeza que pudiera ser homosexual. No, no se echaría la culpa a sí misma. Si esto llegara a saberse, no quedaría ella como la mala de la película.
Había pensado en refugiarse en su amiga Petra. Era la única persona con la que tenía la suficiente confianza para desahogarse en un asunto así, pero ahora, estaba tan avergonzada y confundida que decidió quedárselo para ella sola. ¿Cómo explicarle que la otra, era el otro? ¿Cómo decirle que su marido le ponía los cuernos con otro hombre?
Joder, que humillada se sentía...
¿Cómo enfrentar a su marido? Había previsto casi palabra por palabra todo lo que le iba a decir. Todos los reproches, todos los insultos, todas las amenazas... y ahora... No sabía qué hacer, estaba descolocada.
Pensó en decirle que sabía que le era infiel, pero hacerse la loca respecto a que estaba con otro hombre. Montarle la misma escenita que había previsto, como si fuera una mujer la que le había puesto los cuernos. Y hacer lo mismo con su amiga y de cara a la galería si llegaba a saberse. Incluso llegó a pensar en dejarlo correr. Si quería estar con otro tío, que estuviera. Ya se buscaría ella otro rollo por su cuenta para compensar. No había porque montar un escándalo.
¡Pero qué narices estaba pensando! Es como si estuviera drogada: no se reconocía a sí misma.
Finalmente, tres horas después, había llegado a un punto razonable de calma. Su marido estaba a punto de llegar y ella ya había tomado su decisión. Afortunadamente, esperaba, era la decisión menos loca y menos mala de todas las que le se le habían pasado por la cabeza.
Trataría de mantener la discreción de puertas para afuera, pero ella no se iba a callar en casa. No tenía por qué estar allí, pasando un mal rato, cuando la culpa de todo esto no era en absoluto suya. Ella era la víctima, tenía todo el derecho a pedir explicaciones, a acusar y a vengarse de su marido. Era él, el que tenía que cargar con la responsabilidad y la culpa; era él, el que se tenía que sentir mal; era él, el que tenía que avergonzarse.
Así que allí estaba, sentada en el sofá, con la espalda rígida y las piernas muy juntas frente al portátil encendido, tratando de mantenerse fría. El vídeo, continuaba detenido justo en el momento en el que su marido le practicaba la felación a su acompañante. Pues bien, esa sería su venganza: a ver qué cara ponía su marido cuando le diera al play.
Cuando llego a casa, venía de buen humor. En vez del gesto aburrido y cansado que solía traer tras una jornada de trabajo, parecía irradiar optimismo. Nada más entrar le dedicó una sonrisa a Marta y se acercó a darle un beso. El muy hijo de puta , pensó ella mientras apartaba la cara.
Se sintió aún más dolida, así que antes que se le pasara el cabreo, que cambiara de idea, le espetó:
- ¡Siéntate! tengo algo que enseñarte.
Él obedeció, confuso ante un recibimiento que no esperaba. Puso una cara como de: pero ¿qué coño le pasa a ésta hoy?
- Hija, vaya bienvenida…
Ella lo miró como si pudiera atravesarlo con su ira.
- Cállate y mira esto…
Reprodujo el vídeo a partir del mismo instante en que lo había dejado.
Marta no miraba la pantalla, sino a la cara de su marido y pudo comprobar cómo se iba transfigurando, conforme aparecían las imágenes. Si no fuera por lo fuerte de la situación, hubiera sonreído al ver que en él, se repetían los sentimientos que ella misma había experimentado unas horas antes: primero confusión; luego incredulidad: más tarde ira...
Si, ira. Increíblemente, su marido, reaccionó con furia una vez que asimiló lo que estaban viendo sus ojos.
Fue él, el que la cubrió de improperios y de reproches.
- ¿Cómo te has atrevido? Es una falta de respeto, es una cabronada, es... Te voy a demandar. No puedes hacerme esto, no puedes hacérselo a nadie. Has violado mi intimidad...
- ¡Y una puta mierda me vas a denunciar!, pero ¿qué coño es esto? ¿No vamos a hablar del pequeño detalle, de que me estabas poniendo los cuernos con un hombre?
- No tenías derecho.
¿Y tú sí a serme infiel?
Joder, es una cabronada.
No te entiendo, no entiendo nada: ¿tú… me estás echando la bronca a mí?
Si sospechabas algo, habérmelo dicho: lo hubiésemos hablado…
- Usted perdone. Si hubiera sabido que te ibas a sentir más ofendido que yo misma, hubiera sido mucho más delicada al tratar este asunto.
Volvió a coger la gabardina, que había dejado en el perchero, y se dirigió a la puerta.
- ¿Dónde coño vas?
- A la calle.
¿Es que no vamos a hablar?
Hablaremos cuando me tranquilice.
Igual entonces yo ya no quiero hablar; igual te encuentras la maleta en la puerta…
Haz lo que quieras.
Cuando su marido cerró de un portazo, Marta no podía creer nada de lo que había sucedido. Era todo tan absurdo...