5. en el restaurante de carretera
Cansados del viaje, deciden parar a comer en un restaurante de camioneros. Uno de ellos no pararía de mirarla hasta...
5 EN EL RESTAURANTE DE CARRETERA. Aún quedaban muchos km para llegar al Parador así que decidieron parar a comer en un restaurante de carretera. De esos con enormes camiones aparcados. Hacía calor. Ella hizo bien en ponerse aquel vestidito blanco que dejaba entrever su ropa interior, insinuándolo todo pero sin enseñar nada. Su generoso escote dejaba ver unos pechos pequeños pero bonitos. Y sus pezones, pequeños pero bien marcados, atravesaban la tela del vestido. La parte de abajo del mismo era muy corta. Sus piernas estaban morenas por el sol. Marcaba unas braguitas también blancas pero nada ordinarias.
Al entrar, ella notó como las miradas de aquellos hombres rudos y posiblemente sucios se clavaban en ella. Le gustó ser el centro de atención de todas las miradas. Su marido no reparó en ello y fue directo a la barra para pedir mesa. Llevaban muchos años casados y la monotonía y la rutina les había vencido. De vez en cuando hacían una escapada pero ella se aburría enormemente. Él era bastante mayor que ella y ya no tenía ni la misma fuerza ni las ganas de años pasados, había perdido todo el atractivo de años atrás. Siempre bien vestido y tratando de que los años no hicieran demasiada mella en su hombría.
Ella en cambio, se sentía en plena efervescencia, era un volcán en erupción y se veía con ganas de experimentar muchas cosas aún. Algo más bajita que él, pero con un cuerpo bonito, piernas torneadas que llamaban la atención, un culo apretado que pedía guerra y unas tetas aún en su sitio a pesar de sus embarazos.
Sentados a la mesa, él sacó su tablet y se puso a leer las noticias. Ella se entretenía mirando disimuladamente aquellos hombres que tan lejos estaban de casa. Fantaseó pensando cuántos días llevarían muchos de ellos sin tener sexo con sus esposas y lo salidos que seguramente irían. De entre todo ellos destacaba uno en particular pues no parecía español. Era más bien rubio, de ojos claros, más delgado y seguramente más alto que los demás. En su menú no había carne.
-Será polaco o de algún país del este.-pensó.
De pronto, mientras lo observaba, el polaco la miró fijamente sin apartar la mirada. Claramente la estaba desnudando con los ojos. Llegó a incomodarla hasta tal punto que ella tuvo que apartar la mirada. Pero aquel detalle de sinvergüenza, le gustó.
Mientras traían la bebida y los platos la comida transcurrió con intercambio de miradas y alguna que otra leve sonrisa. Habían establecido una comunicación sutil a espaldas de su marido que seguia ajeno a ella y a cualquier cosa que sucediese a su alrededor.
Ella se mojó los labios con la lengua y dejó caer un tirante del vestido de forma que uno de sus pechos estaba casi al descubierto. Quería ver cómo reaccionaba el polaco a eso. Y no la decepcionó. Haciendo honor a su profesión, se llevó inmediatamente la mano a sus huevos y se dió un ligero apretón colocándose la polla de manera que pudiera seguir creciendo dentro del pantalón.
Ella empezó a ponerse caliente y dió por seguro que el polaco llevaba muchos días fuera de casa e iba loco por follársela allí mismo.
No se equivocaba. De un modo muy discreto él le señaló los lavabos de caballero y ella asintió bajando ligeramente la cabeza. Iban a follar y no se iba a enterar nadie y su marido el primero. Seguía leyendo las noticias mientras tomaba el postre.
El polaco se levantó y se dirigió lentamente al lavabo. Justo antes de entrar, se aseguró de que ella estuviese detrás. Y allí estaba, a dos pasos de él. Al llegar a su altura la cogió de la mano y la introdujo rápidamente dentro de uno de los lavabos.
Sin mediar palabra empezaron a comerse la boca. A ella le sorprendió el sabor fresco de su aliento. El polaco se había metido un chicle en la boca y ahora aquel frescor pasaba de su boca a la suya. Sus lenguas se buscaron y se cruzaron intercambiándo saliva. Las manos de él recorrían el cuerpo de ella con desespero. Le sobaba las tetas por encima del vestido y le apretaba el culo fuertemente. Ella se quitó el sostén para que él pudiera magrearla mejor. Él no desaprovechó la oportunidad y volvió a sobárselas bien, metiéndoselas en la boca. Ella se apretó contra él y notó todo el paquete en su vientre . Echó mano a su bragueta y liberó aquel pollón. Estaba bien caliente y duro. Claramente lleno de semen por tantos días fuera de casa lejos de su mujer. Le gustaba pensar que ella iba a ser quien disfrutaría de toda aquella leche antes que su propia mujer. La ponía bien cachonda. Él acercó la polla a sus bragas y notó como ella le ardía el coño. Ella quiso bajar a meterse aquella polla en la boca pero el polaco la giró contra la pared y de un tirón le bajó las bragas hasta las rodillas. La agarró de la cintura con una mano y con la otra le aguantó el vestido . Su polla entró de un solo golpe hasta el fondo. Ella estaba tan mojada que aquel pollón no encontró resistencia alguna. Empezó a darle pollazos con fuerza y ella sintió ganas de gritar pero en el lavabo se oía un entrar y salir otros hombres y tuvo que contenerse. Pudiera ser incluso que uno de ellos fuese su marido. Siguieron follando como perros en silencio. Ella sabía que el polaco no aguantaría mucho, y ella con toda aquella situación tampoco. Así que para acelerar las cosas le pidió que la agarrara del pelo como a una puta. Él la sujetó con fuerza y siguió metiéndole polla tan adentro como podía. La leche estaba a punto de brotarle por el capullo. Le soltó el pelo y volvió a apretarla por las tetas, se iba a correr. Ella lo notó enseguida y se corrió con él. El semen entró a chorro en el coño de ella calentando su coño más aún de lo que ya estaba . Se corrió como hacía años que no se corría con su marido. Se espero unos segundos y él retiró su polla poco a poco dejándole a ella una sensación de vacío que odiaba. Pero ya llevaban un rato allí metidos y su marido podía sospechar. El polaco salió primero y se aseguró de que no hubiese nadie. Facilitando la salida a ella.
Una vez fuera, él se dirigió a la barra y ella de nuevo a la mesa.
El marido le preguntó si se encontraba bien.
-Estoy un poco indispuesta. Déjame descansar 5mn. - dijo ella mientras la leche del polaco recorría su entrepierna.
No olvidaría aquel polvo en mucho tiempo.