4ª parte cualquier método es válido para recupera

Carmen continua con su tratamiento especial que pronto se transforma en algo más que un método. Sigue descubriendo y descubriéndose.

Me levante con una calentura como no recordaba. Tenía mi sexo completamente mojado. No me dio mucho tiempo a pensar porqué, pero el roce de mi culo con las sabanas y el recordatorio del castigo del día anterior me hicieron tener otro orgasmo brutal. Apenas toque mis labios y ya me había corrido.

Me duche y vi en el espejo como mis dos cachetes del culo tenían un color violáceo. Eso, lejos de escandalizarme volvió a excitar. ¿Pero que me estaba pasando? ¿Cómo podía esa situación tenerme tan caliente? ¿y cómo fue posible que ayer tuviera me corriera en las manos de Sara?

Pensar en su templanza a la hora de castigarme, en su severidad y firmeza hizo nuevamente que volviera a mastúrbame en la cocina mientras tomaba café. Parecía una perra en celo. Jamás en mi vida me había pasado esto. Y me sentía de maravilla.

Ese día en el trabajo todo fue fenomenal. Volví a ser yo, la misma eficiente y agradable mujer. Tuve algún comentario al respecto, comentarios amables del tipo “dime que cenaste ayer que yo también quiero”. Yo pensaba que si realmente supieran lo que me tiene tan contenta me tomarían por loca.

Esa tarde quede con Sara y  hablamos. Se centró nuestra primera parte de la charla en cómo me había sentado el “tratamiento”. Y le dije la verdad. Y todo lo que me estaba pasando. No era el momento de esconder nada, ni los sentimientos tampoco. Le dije hasta las veces que me había masturbado.

Ella también me confesó que disfrutó azotándome y humillándome. De hecho me dijo que no había parado de pensar sobre ello desde que pasó. Jamás había tenido esas sensaciones y sentimientos.

Había consultado a un amigo suyo también psicólogo con el que tenía mucha confianza, estaba preocupada por su implicación con una paciente, y por lo que había despertado en su interior. Si, ya sabían ambas que Carmen era algo más que una paciente, ese podía ser el problema.

Sara contó que su amigo le había entendido y le había dado su opinión. A nivel profesional no debería preocuparse, ya que la relación entre ambas era algo excepcional y no tenía por qué influir para nada con el resto de sus pacientes. Sara en ese sentido se quedó bastante tranquila. Y respecto de las sensaciones nuevas que estaba teniendo Sara también le dio su opinión. Su amigo le dijo que lo que sentía eran tendencias de dominación. Sara ya sabía algo del tema de cuando estuvo documentándose sobre la disciplina doméstica para aplicársela a Carmen.

Le dijo su amigo que, por lo que Sara le contó, tenía una vena de dominante muy clara, aunque estaba todavía por descubrir y desarrollar. Éste le remitió a varias páginas de internet para conocer más sobre el tema, aunque donde más aprendió fue de la charla que éste le dio. La sorpresa fue cuando su amigo le confesó que él era practicante del BDSM desde hacía bastantes años y su condición era la de dominante.

Sara me explicó que la noche fue larga, ya que las explicaciones, comentarios y descubrimientos que hizo fueron muchos y turbadores. Se encontraba echa un lío. Aunque también era una mujer valiente y se me abrió a mí.

Sara era bisexual, o por lo menos me contó que había tenido algún encuentro sexual con alguna que otra mujer, aunque muy esporádico. También me dijo que tenía que explorar ese nuevo lado suyo de dominación. Se había documentado y en base a lo que ocurrió ayer quería ser un Ama. A mi esta palabra me dejo un poco descolocada, ya que no sabía nada del tema. Aunque la dejé seguir hasta el final sin interrumpirla. Me dijo que la sobreexcitaba pensar en humillarme, en ordenarme, en castigarme, en un palabra, en dominarme. No tenía otra cosa en la cabeza. Entendía que yo quería recuperar mi vida, curarme de mis ataques de mal humor y volver con mi familia, con mi hijo y mi marido. Y me aseguro que lo conseguiría, pero quería hacerlo desde una relación ya no de psicóloga paciente, sino desde una relación de dominación, como Ama-sumisa.

¿Sumisa? ¿Era una proposición, verdad? Vaya, he de decir que por aquel entonces apenas sabía nada sobre eso, aunque sabía lo que en líneas generales significaba. Aunque lejos de lo que era en realidad el ser sumisa.

Aunque no entendía mucho, sí que fui consciente de estar encharcando mis bragas. No hacía falta tocarlas para saber que estaba muy húmeda. La conversación me puso a mil. Estaba claro que la idea no me disgustaba para nada, aunque no sabía muy bien porqué ni que significaba. Solo sabía que sentirme humillada y castigaba hacia que mi cuerpo se encendiera. ¿Pero yo lesbiana? No, no podía ser.

La hora pasó en tuvimos que despedirnos, otro paciente estaba fuera esperando. Quedamos en pensar en todo esto, sobre todo yo.

El resto del día me pasé buceando por la internet buscando información. Había demasiada. Vi de todo. Comprobé como había muchísimas personas que disfrutaban del BDSM de cientos de formas y variantes distintas. Algunas no me entraban en la cabeza, pero otras… uuffff, me ponían a mil. Al final terminé volviendo a masturbarme. Imágenes varias se mezclaban en mi cabeza, de sexo, de humillación, de sumisión, de castigo. Y seguía estando excitada.

Estaba claro que eso que me pasaba era un antes y un después en mi vida. Yo, una mujer moderna pero tradicional en el sexo, con problemas de conducta y con su familia prácticamente perdida. Y ahora descubría que podía ser una sumisa. ¿Podía ser todo algo más sencillo? Parecía que no.

No tardó mucho en decidirse. Había comenzado un camino para volver a estar con su familia, y haría todo lo necesario. Y si por el camino tenía que experimentar y probar cosas nuevas, lo haría. Y si encima disfrutaba, pues mejor. Los últimos meses habían sido demasiado asquerosos y parecía que eso estaba cambiando.

Si, iba a seguir con ese nuevo método de disciplina doméstica, ya que parecía que la iba bastante bien. Pero lo iba a mejorar. Iba a entregarse voluntariamente a una persona para decidir sobre su vida, su comportamiento, su sexualidad, sobre su conducta y su vida diaria. Quería abandonarse a ese placer que estaba descubriendo de entregarse y no pensar, entregarse a alguien, que por qué no decirle, le gustaba y le proporcionaba paz y tranquilidad. Aunque no olvidada a su marido.

Eso la provocó una punzada de inquietud y malestar. Pero estaba decidida. Lo haría.

Esa noche durmió inquieta, demasiada cosas en la cabeza. Y tuvo otro enfrentamiento, pero esta vez con un vigilante de seguridad del Metro. No llegó a mayores, pero perdió los papeles nuevamente.

Esa tarde Sara había cancelado todas sus citas. Carmen le trasladó su intención de probar lo que ésta le proponía. Hablaron sobre confianza, términos, palabra de seguridad, instrumentos, castigos, entrega…

Hablaron de todo lo que se les ocurrió. Su entrega iba a ser total, también sexual. Esa parte era la que más costaba a Carmen. Pero finalmente accedió.

Los términos del contrato de sumisión, ya que hubo uno, eran los de una relación de sumisión, no de esclavitud. Digamos que eras unos términos estándar. El contrato inicialmente tenía una duración de un par de semanas. A prueba. Luego verían. Ambas eran novatas y tenían que probar.

Sentada en la mesa de su despacho Sara me tendió el contrato y me lo ofreció. Yo la miré. Vi en su semblante seriedad, nerviosismo y expectación. Yo estaba como un flan. Y firmé.

La primera medida fue que yo viviría desde esos momentos con Sara. No sé si os conté que en ese piso era donde se encontraba su despacho.  Como luego comprobaría, Sara ya había hecho sus primeros deberes y había modificado una de las habitaciones que tenía en el amplio piso. Se dio prisa. Supuso acertadamente que yo aceptaría.

-          A partir de este momento y para que seas consciente de tu nueva situación, te dirigirás a mi como Señora o Ama. – Sara estudió mucho sobre los dominantes y había aprendido como se solían comportar. Tenía más unas ligeras nociones. Ahora las pondría en práctica.

-          Si no te comportas como es debido, si cometes alguna falta sea del tipo que sea, si no obedeces, o no cumples con las normas, serás castigada. Te seguiré llamando Carmencita, ya que hasta que no te comportes como una mujer responsable y adulta, para mi serás una niña malcriada ¿entendido?

-          Si Sara.

Rápidamente Sara se levantó del sillón y cruzó la cara de Carmen con un fuerte bofetón.

-          Pronto empezamos Carmencita. ¿no te acabo de decir como tienes que dirigirte a mí?. – decía Sara mientras agarraba por el pelo a Carmen.

-          Si perdón, no me di cuenta…

Con la mano derecha sujetaba el pelo, y con la izquierda volvió a dar otra fuerte bofetada a Carmen.

-          ¿no se te olvida algo, Carmencita?

Carmen pensó rápidamente y se dio cuenta.

-          Si Señora, perdone por mi descuido.

Carmen pensaba que bien se había metido en su papel Sara, pero ciertamente no estaba actuando, al parecer tenía genes dominadores. Por su lado Carmen se dio cuenta cómo aunque las bofetadas la dolieron, no hizo amago de quitarse o apartarse. Había aceptado inmediatamente los cachetes sin preguntarse el porqué. ¿Tendría ella condición sumisa?

-          Muy bien Carmencita, veo que aprendes pronto. Mejor para ti, eso te salvará de muchos disgustos. Aunque te adelanto que cuando me apetezca te castigaré sin motivo alguno. ¿Qué te parece?

-          Pues no sé qué decir, ya que quedamos que solo se me castigarías si hacia algo incorrecto. Aunque si tú crees que así tiene que ser, lo aceptaré.

Otra bofetada voló hacia la cara de Carmen.

-vaya, se te olvida pronto lo aprendido. ¿Cómo deben una niñata como tu tratar a su Señora? ¿Tú crees que es correcto que me tutees?

  • No perdón, perdón Señora, no volverá a pasar.

La asimilación de ambas posiciones fue increíblemente rápida. Parecía que llevaban meses comportándose así.

-          Bien, a partir de ahora no podrás vestir pantalones, solo faltas, vestidos y similares. Las niñas solo visten vestidos. Todas las noches vendrás a solicitar permiso y aprobación para ponerte la ropa que llevarás al día siguiente. ¿alguna pregunta?

-          Si Señora. ¿Qué hago con todos mis pantalones y trajes?

-          Dónalos a la parroquia. No los volverás a utilizar. Ya saldremos de compras, en los próximos días renovaremos tu vestuario y añadiremos algunas cosas.

-          Si Señora.

Toda la conversación transcurrió mientras seguía sentada en el sillón, agarrada de los pelos y mirándola a la cara.

-          Levanta Carmencita. Quítate las bragas y dámelas.

Me levante, pero me la quedé mirando. No reaccioné a tiempo, me quedé parada.

-          Vaya, veo que te cuesta obedecer. Pues nada, yo te ayudaré.

Me cogió del pelo nuevamente y tiró de mí hacia el escritorio. Me tumbó boca abajo apoyando mis pechos en la superficie del mismo. Ya imaginaba que iba a volver a ser azotada. Pero mi culo estaba hecho unos zorros. No podía aguantar más azotes.

-          Agárrate con las manos a los bordes del escritorio y nos las muevas de ahí. La mirada al frente y no se te ocurra moverte.

Note como levantaba la falda. Se encontraba detrás. No pasaba nada y me encontraba nerviosa. ¿Qué me iba a hacer? Pasaron los minutos y cada vez estaba más ansiosa. No escuchaba nada. ¿Estaría mirándome?

Apareció en mi campo de visión. Se acercó a mi cara y me susurró:

-          ¿estas nerviosa cielo?

-          Si Señora, siento…

-          Silencio (me cortó rápidamente). ¿te encuentras bien?

-          Si Señora.

-          Sabes que voy a castigarte, ¿verdad?

-          Si Señora.

-          ¿Confías en mí?

-          Si Señora

-          ¿sabes que lo hago por tu bien?

Eso sí que estaba poniendo nerviosa, y excitada. Se acercó y me beso. Un beso largo, dulce al principio, casi inocente.

Se incorporó y vi como del armario de oficina sacaba una gran regla de madera. Eso me hizo empezar a sudar. Delante de mí blandió la regla, se la veía muy gruesa. Dos veces chocó la regla con su mano. El ruido me hizo dar sendos respingos. ¿Más azotes?

Se dio la vuelta y desapareció. Un fuerte silbido cruzó el aire, pero no pasó nada. Y no pude reprimir girar la cabeza. No me dio tiempo a girar del todo la cabeza cuando un dolor tremendo comenzó en mis nalgas y se desplazó hasta mi cabeza.

La regla dolía una barbaridad. No era capaz de procesar ese dolor. Aunque poco a poco lo fui aceptado. Tuve que hacer un verdadero esfuerzo para no levantarme. No me atrevía, ya que seguro que eso enfadaría a Sara y me haría cobrar más.

No dijo nada. Solo silencio. Mis pequeños lamentos y una lágrima rodando por la mejilla. Nada más. Y nada menos. De pronto Sara tiró de mis bragas y me las quitó. Un fresco recorrió mi sexo. Un escalofrió paso por mi espalda. No me moví.

-          Lo siento Señora, no quería girarme pero no lo pude evitar.

-          Mientras que estés en un castigo, si no te pregunto no podrás hablar. ¿entendido?

-          Si Señora. -  pasaron unos segundos y volví a hablar: Pero de verdad que lo siento…

Otro tremendo reglazo volvió a cruzar mis posaderas. El grito fue más fuerte que el trallazo de la regla. Dolía muchísimo.

-          No aprendes Carmencita. Si no te pregunto, no hables. Vaya, pero que veo. Nuevamente tienes las braguitas mojadas. En fin, ya hablaremos de eso más tarde.

Se dio la vuelta y me introdujo las bragas mojadas en la boca. No me lo esperaba. Estaban realmente mojadas. Para mi sorpresa no me disgusto mi sabor. Ahora ya no podía hablar aunque quisiera.

-          Carmencita cielo, ahora ya no podrás desobedecerme.

Se volvió a situar detrás de mí. Me temía lo peor.

-          Carmencita, tu Señora tiene que ser severa contigo, ya que tiene la obligación de enseñarte. ¿lo entiendes verdad? Va a ser duro, pero tiene que ser así. No te de vergüenza en llorar, ya que eso es lo que hacen las niñas mal educadas. Solo preocuparte en aceptar tu castigo y aprender de él. Te voy a dar 10 azotes. Siempre y cuando no te muevas de tu posición. Si no empezaré de nuevo. ¿entendido?

Solo moví la cabeza.

Y cayeron uno detrás de otro. Fueron terribles. Pensaba que me iba a destrozar el culo. Fueron unos minutos largos, ya que los azotes volvieron a ser espaciados. Las lágrimas empañaban mis ojos. Apenas podía ver. Aunque no había nada que ver.

Cuando llegó al diez de detuvo. Fui capaz, no sé cómo, de aguantarlos sin levantarme. Pero es lo que se me había ordenado y tenía que cumplir. No quería que Sara pensara que no era capaz de cumplir con sus órdenes. En esos momentos comenzó a importarme mucho lo que ella pensara de mí.

Me sobresalté al sentir una mano en mi sexo. Me dolían mucho los cachetes del culo, pero esa sensación de placer me embargó.

-          Carmencita, a partir de este momento tu placer es solo mío y para mí. No podrás tener ningún orgasmo si no lo permito y autorizo yo.

Comenzó a rozar mis labios vaginales con delicadeza, en contraposición de la dureza con que me había azotado. Metió un dedo o dos, no recuerdo, dentro de mí.

-          Cielo, hoy por ser el primer día, te dejaré que te corras, aunque no te acostumbres.

Me sentía en el cielo, y si con los azotes pude evitar moverme, con las caricias no. Cuando giré mi cabeza vi como Sara tenía la mano por dentro de sus pantalones.

El resto, ya podréis haceros una idea.

Después me quedé sin fuerzas encima del escritorio. Pasaron en esa posición muchos minutos. Estaba derrotada. Muchas sensaciones nuevas. Otra vez azotada. Otra vez humillada. Otra vez usada.

-          ¿Qué tal estas Carmencita?

-          Bien mi Señora. Me duele mucho el culo. Y me da un poco de vergüenza que me vea medio desnuda. Y toda la situación en general… Pero estoy bien. No sé si podré sentarme.

-          Me alegro mi pequeña.

Me cogió de la mano y me llevó hasta el sillón. Me hizo sentarme encima de sus rodillas. Y me abrazó. Me volví a sentir como esa niña pequeña. Castigada, sí. Pero querida, protegida y cuidada. Me gustaba esa nueva situación. En esos momentos ya pensé que no podría pasar en adelante si ello. Quedaba mucho por delante, y apenas había probado ese mundo, pero estaba convencida.

Después de largos minutos hablé:

-          ¿puedo contarle algo, Señora?

-          Si, dime.

-          Me dijo que si tenía algún problema o me daba alguno de mis ataques se lo contará. Y esta mañana he tenido uno. – Y le conté lo ocurrido –

-          Vaya Carmencita, veo que hay que seguir con tu educación. Mañana te impondré un nuevo castigo, pequeña. Ya verás como no se te olvida comportarte la próxima vez. Te lo aseguro

Continuará?