44 dias
Cuando recobré el conocimiento me aterroricé. Estaba tumbada en una cama. Mis extremidades estaban atadas a las cuatro esquinas de la cama. Mis piernas separadas. Y estaba desnuda.
44 DÍAS
Vivo en una urbanización de gente de clase media. Cerca de un complejo empresarial. Allí es donde trabajo. En unas oficinas pertenecientes a una gran multinacional. Todas las mañanas camino hasta mi lugar de trabajo. Me dirijo por una carretera estrecha llena de árboles a ambos lados. No suelo cruzarme con nadie y menos a esas horas, las 7,30 de la mañana. Era miércoles y la mañana estaba oscura, como corresponde al final del otoño.
Pero ese miércoles estaba marcado en el calendario y yo no lo olvidaría de ninguna manera. Un vehículo se aproximaba lentamente por mi espalda. Al llegar a mi altura hizo sonar su claxon. Me giré. Era el. No había duda. ¿Pero qué hacía allí? Bajó el cristal de su puerta y el rostro amable de Ricardo me saludó.
-¡Sonia! Sube, te llevo.
-¿Qué haces aquí? Pregunté confusa.
-Había atascos en la general y me he venido dando un rodeo. Dijo algo ronco.
Crucé la carretera y subí en el coche con él. Ricardo es un compañero de trabajo. Un "alto" compañero de trabajo, no en vano es el cuarto de a bordo del departamento de contabilidad. No es que tenga mucha relación con el. La normal diría yo. Pero me extrañó que anduviera por esa carretera. El justificaba su presencia diciendo que había atascos en la autovía. Normal por otra parte, siempre los había. Monté en su vehículo y en menos de 5 minutos estaríamos en el parque empresarial donde trabajamos.
Llegamos a nuestro centro de trabajo y después de estacionar el vehículo, ascendimos las escaleras que nos llevaban al interior de las oficinas. El día transcurrió como casi todos los días, estresante a más no poder. Me encontraba cansada y deseosa que llegara la hora de salir. Ricardo me visitó en mi lugar de trabajo tres veces. Las dos primeras no quería nada especial, solo flirtear. La tercera si solicitó algo de mí. Deseaba que le echara una mano con un trabajo que se le estaba retrasando. Comenté con él que estaba "muerta" y tenías ganas de irme a casa. Pero soy tonta. Una tonta demasiado buena. Al final accedí a quedarme después de nuestro horario para ayudarle.
A las 4 de la tarde me encaminé a su despacho y lo encontré tonteando con un clip entre sus dedos. Me extrañó su distracción, pues si tenía tanto trabajo, no sabía que hacía perdiendo el tiempo.
-¡Ah Sonia! ¿Estás aquí? ¡Qué bien!
-¿No dices que tienes mucho trabajo?
-Así es Sonia. Así es. Dijo con la mirada perdida sobre el clip.
-Pues no veo que estés con ello. Dije mirando sobre la mesa.
-Estaba meditando. Contestó el.
-¿En como empezar a trabajar no?
-¡Oh no! Meditaba en como llevaré a cabo mi plan. Si me saldrá bien. Estaba analizando los efectos colaterales del asunto.
-¿A qué te refieres? ¿Al trabajo que te tiene atrasado?
-A la causa. Dijo sin más mientras lanzaba el clip a la papelera y sacaba de un cajón un montón de papeles y los dejaba sobre la mesa.
-Bueno ¿Por donde empezamos? Pregunté a la vez que tomaba asiento.
-En realidad, no lo sé. Contestó el. ¡Hay tanto!
El trabajo atrasado no era gran cosa, pero sí cantidad. Había que cotejar facturas con albaranes de entrega. Una vez comprobado, la remesa de recibos iría a parar al banco, el cual se encargaría de su cobro. Y el encargado de enviar esos recibos al banco no era otro que Ricardo.
Pasamos las horas como si nada. Repasando cifras y más cifras. Comprobando albaranes de entrega y facturas. Por fin, y en vista de la hora que era, cerca de las 9 de la noche, decidimos finalizar.
-¡Bien, hemos terminado por hoy! Dijo Ricardo. Gracias a ti he podido quitarme mucho atraso.
-Eso parece. Lo que tienes que hacer ahora es no volver a acumular albaranes en tu cajón. Trata de llevarlo al día. Y no te verás tan agobiado.
-Tienes razón. ¡Es que soy muy vago!
-¡Pues hala! Vámonos. Dije a la vez que me ponía en pie.
-Te acerco a tu casa, de paso y en agradecimiento, te puedo invitar a una copa por tu valiosa ayuda.
-¡No es necesario Ricardo!
-De todas formas te acerco a tu casa.
-¿Si no te viene muy mal ?
-¡Que va! Me iré por el mismo camino que vine esta mañana. Y lo mismo que te recogí, te dejaré.
No tardamos mucho en salir de la oficina. Al bajar al hall de la entrada, me despedí de Rubiales, el vigilante. Bajamos al parking y me subí en su coche. Una vez fuera del edificio, Ricardo tomó la carretera que conduce a mi casa. Durante el breve trayecto cambiamos dos o tres frases únicamente. Intrascendentes. Hasta que ocurrió algo que me sobresaltó.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando al llegar donde se supone que me tenía que dejar, continuó conduciendo.
-¡Te pasas Ricardo! ¡Yo me quedo ahí atrás!
El ni contestó ni me miró. Giré mi cabeza extrañada, pues seguía conduciendo y bastante deprisa.
-¿Qué haces? ¿Dónde vas? ¡Te has pasado! Da la vuelta.
Pero Ricardo no sólo conducía a más velocidad, si no que además bloqueó los seguros de las puertas.
-¿Dónde me llevas? ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué no paras? ¿No ves que te has pasado mi casa?
Por fin se dignó a decir algo. Sin mirarme, sin apartar sus ojos de la carretera estrecha y oscura, sólo alumbrada por los faros de su vehículo, al fin abrió su boca.
-Tranquilízate Sonia. Vámos a tomar una copa. No te pasará nada.
-¿Una copa? ¿Y por que iba a pasarme algo? ¿Qué broma es esta Ricardo? ¿Y para qué vamos a ir a tomar una copa? Estoy cansada y no tengo ganas de bromas. Para el coche y déjame. Volveré andando.
-Será sólo un rato.
-¡Pero yo no quiero tomar nada! ¡Para el coche que me baje Ricardo! ¿Qué estás haciendo?
-Bueno mujer, ahora doy la vuelta. Pensé que podíamos tomar una copa. Pero entiendo que estés cansada. Yo también lo estoy.
Me quedé anonadada. No sabía si aquello era una broma de Ricardo. Pero si lo era no me gustaba.
-¡Para el coche Ricardo! ¡Quiero salir!
Un golpe en mi cabeza y el vacío se hizo en mi mente.
Cuando desperté me encontraba siendo transportada por Ricardo. El se afanaba en sujetar mi cuerpo por la cintura a la vez que mis pies se arrastraban por el suelo. Vagamente recuerdo que por fin entramos en una casa. Me golpeé en la cadera al franquear la puerta. Un olor extraño invadió mi pituitaria. Perdí nuevamente el conocimiento. Sevoflurano. Una especie de anestesia. Rápida. Efectiva.
Cuando recobré el conocimiento me aterroricé. Estaba tumbada en una cama. Mis extremidades estaban atadas a las cuatro esquinas de la cama. Mis piernas separadas. Y estaba desnuda. Sobre mi boca presionaba un pañuelo a modo de mordaza. Revisé la habitación. Estaba sóla. Mis ropas estaban sobre una silla. Sólo una lámpara minúscula alumbraba el interior de mi prisión. Me pregunté si era real lo que estaba pasando. No podía serlo. Probablemente fuera otro de mis sueños. Traté de recordar. El trabajo en el despacho de Ricardo. El coche de él. El regreso a mi casa. Como se pasaba del desvío. Si. Ricardo había continuado a gran velocidad. Luego la oscuridad. ¿Pero que hacía yo allí? ¿Quién me había llevado a ese Lugar? ¿Ricardo? ¿Y dónde estaba él? ¿Y porqué estaba desnuda?......demasiadas preguntas para no tener interlocutor.
Entonces fue cuando apareció la figura de Ricardo. ¿Aquello era real? O ¿Era otro de mis sueños? Encendió la luz de la habitación donde me encontraba y lentamente se dirigió hasta un lado de la cama. Estaba desnudo. Su cuerpo enfermizo, blanquecino y escuálido se arrimó a mí. Pude ver su pene colgando entre sus piernas. Estaba depilado totalmente. Le miré dando bufidos y desencajada. Un mareo se estaba apoderando de mí. Un mareo que me iba a hacer fallecer. Lo presentía. Su mano derecha se puso en mi frente y con su palma de la mano limpió el sudor que había comenzado a brotar de ella. Luego se la llevó a la boca y con su lengua lamió mi sudor.
-Sabes bien. Dijo con voz ronca.
-Hummmm ..hummmm .
-Chisssss .no digas nada ..Chisssss .no podrás. No puedes hablar.
-Hummmm ..hummmm
-Silencio Sonia. No te va a pasar nada. Yo te explicaré. Silencio tranquilízate ..estás conmigo. Soy Ricardo. ¿Me recuerdas?
-Hummmm ..aggggg ..hunmnm.
Me agitaba encima de la cama todo lo que mis ataduras permitían. Que no era mucho. Para mi sorpresa Ricardo dio media vuelta y se alejó de la habitación. Traté de serenarme. Analizar. Había dejado la luz encendida y eso me dio una nueva visión del entorno donde me encontraba. Una mesilla a mi derecha. Una cama con somier de muelles. Sábanas rojas. Un armario a los pies de la cama, separado de esta por un metro o metro y medio. Y ninguna ventana. ¡Oh Dios! ¿Qué estaba ocurriendo? Miré mi cuerpo aún confundida por la realidad. ¡Tenía que estar soñando! Un movimiento brusco despertó un dolor en mi cadera. Traté de ver que me provocaba ese dolor. Distinguí a duras penas una especie de cardenal. Y entonces recordé como me golpeé al ser arrastrada. Dejé caer mi cabeza sobre la almohada y cerré mis ojos a la vez que suspiraba profundamente por la nariz. Fijé la fecha del calendario en mi mente. Recordaba que era día l3 de diciembre. ¿Pero cuanto tiempo llevaba allí? ¿Y que hacía desnuda? ¿Qué pretendía Ricardo? ¿Pero porqué? ¿Por qué yo? Incorporé nuevamente mi cabeza y pude ver las ataduras de mis pies. Mis piernas brillaban de sudor. Mi pubis negro y recortado. Mi piel morena. Mi vientre y mis pechos brillantes por el líquido que emanaba por los poros de mi piel. Me dejé caer de nuevo y volví a cerrar los ojos.
Un golpe contra el cerco de la puerta hizo que los abriera. Allí estaba el. Traía una silla en la mano. Supuse que eso fue lo que golpeó el cerco de la puerta. La acercó hasta mi lado izquierdo y se sentó. Seguía desnudo. No dijo nada. Ni una palabra. Pensé que tomaba asiento para darme alguna charla. Para explicarme algo relacionado con mi presencia allí. ¿Pero Dónde estábamos? Me miraba fijamente con cara de baboso. No era la cara que yo conocía. Era otro rostro. Ido, cambiado. Esperaba ansiosa que abriera su boca. Me hice ilusiones de una explicación. Sentado en la silla, como poseído me miró y sonrió. Su mano derecha se dejó caer hasta su pene y comenzó a acariciarlo. ¡Me va a violar! Pensé. Giré mi cabeza de izquierdas a derechas varias veces hasta que el mareo se hizo presente. Era real. No había dudas. Mis cervicales me recordaban que cuando hacía esos giros, me mareaba.
Ricardo comenzó a masturbarse. Lentamente. Giré mi cabeza hacia la derecha, hacia el lado de la mesilla. No quería verlo. Su mano cadavérica me agarró del pelo e hizo que la girara de nuevo. Abrió su asquerosa boca.
-¡Mírame! ¡Quiero que me veas! Si vuelves a girar la cabeza te estrangularé.
Me asusté más por la forma de decírmelo que por las palabras empleadas. Volvió a tomar aquel cuello de pavo entre su mano y siguió con los movimientos ascendentes y descendente. Lentamente. Demasiado lentamente para el fin que se suponía se había propuesto, que no era otro que se le pusiera dura. Cerré los ojos brevemente pero los abrí de inmediato al notar una sombra sobre mi cara. Cuando los abrí, su puño cerrado con furia iba a golpearme. Giré de nuevo mi cabeza dos o tres veces para intentar parar el impacto. Abrir los ojos me salvó del golpe.
-¡He dicho que me mires golfa! ¡Si vuelves a cerrar los ojos o apartas tu cara de mí, te mato!
Dócilmente giré mi cabeza del lado izquierdo. Mis ojos miraban ese cuerpo enclenque. El traje que vestía a diario, de buena marca, ocultaba las penurias de su cuerpo sombrío. Continuó con su masturbación lenta. Ciertamente se le fue poniendo dura. Su pene no mediría más de 14 o 15 cm. Muy normal, pensé.
Al cabo de un tiempo todo indicaba que ya estaba sintiendo placer. Sus gesto, sus ruidos y su cara así lo reflejaban. Se puso en pie sin soltar aquel cuello de pavo de entre su mano y se acercó a mi cuerpo. Pensé que llegaba lo inevitable. Me iba a violar. Cerré los ojos y lloré a la vez que emitía unos ruidos bajo el pañuelo de la mordaza. Su frente apoyada en mi vientre hizo que los abriera de nuevo.
Allí estaba mi compañero Ricardo. El del traje de marca. El cuarto jefe en el departamento de contabilidad. El alto cargo al que yo creía admirar. Allí estaba mi secuestrador. El del cuerpo blanco y enfermizo. El amarillento Ricardo. El del pene parecido a un cuello de pavo.
Su lengua se paseó por mi vientre provocando que yo lo encogiera. Su saliva embolsada en su boca cayó en mi ombligo. Y el la chupó. La chupó y la absorbió hasta limpiarlo todo. Su excitación era salvaje. Sus ruidos más agudos. Se incorporó bramando algo ininteligible. Sacudiendo con su mano ese pene duro. Su mano izquierda se fue hacia sus culo. Abrió sus piernas y mientras se masturbaba me dio la sensación que se estaba introduciendo un dedo en su ano. Espatarré mis ojos más. No me iba a violar. Sólo se estaba haciendo una paja en mi presencia. Eso me tranquilizó algo.
-Ahhhhhgggggggg ..Ahhhhhgggggggg.
Un quejido de dolor salió de su garganta a la vez que empezaba a eyacular encima de mi vientre. Se dejó caer encima de la silla sin fuerzas aparentes. Su mano derecha seguía abrazando su pene. La mano izquierda se fue a posar con la palma abierta en su frente. Permaneció así cuatro o cinco minutos. Luego se levantó, tomó la silla y como entró se fue. Me dejó allí abandonada con su semen encima de mi vientre.
Mi carcelero volvió, aún desnudo, mucho rato después. Traía una bandeja en las manos. Sobre la bandeja, un bocadillo y un vaso de agua.
-Te voy a quitar el pañuelo para que puedas comer. Si abres la boca para algo que no sea morder y masticar este bocadillo, te estrangulo. Te la cerraré de una vez por todas. ¿OK?
Asentí con la cabeza. No tenía hambre. Si embargo sí tenía sed. El pañuelo fue retirado de mi boca y ante la mirada amenazadora de Ricardo, opté por hacer lo que me dijo. Callarme.
Tomó el bocadillo en sus manos y lo dirigió a mi boca. Negué con la cabeza y miré el vaso de agua. Dejó el bocadillo encima de la bandeja y me acercó el vaso. Pude beber. Al fin. De nuevo repitió con el bocadillo y de nuevo negué.
-¡Esta bien! ¡Para que insistir! No hay hambre. Ya te entrará. Dijo mientras volvía a poner en mi boca aquel pañuelo que ya estaba mojado en la parte que me tocaba en los labios.
Desapareció de la habitación con la bandeja en la mano. Seguía desnudo. No me gustaba aquello. En esa habitación hacía calor. Íbamos a entrar en el invierno, pero allí hacia calor. Y yo sudaba. Probablemente de los nervios.
Al cabo de mucho tiempo me quedé dormida. Transpuesta diría yo. El cansancio se apoderó de mi ser y me venció. Cuando abrí los ojos de nuevo noté que me orinaba. No oía nada. Hice todos los ruidos posibles. Los que estaban a mi alcance, que no eran muchos. Bramé, me agité en la cama, lo que casi provoca que me orinara encima, y me golpeé las manos con el cabecero de la cama. Debió surtir efecto o simplemente fue casualidad. Al poco apareció Ricardo, aún desnudo, sonriente.
-¡Buenos días mi amor! ¿Ya has despertado?
Lo miré desconcertada. Clavé mis pupilas en las suyas tratando de traspasarle todo el desprecio que sentía hacia el.
-Te voy a lavar la cara.
Se ausentó y volvió con una toalla y una palangana de porcelana de color blanco y desconchada por varios sitios. Mojó un trozo de toalla en el agua y me limpió la frente y los ojos. Se olvidó de su semen en mi vientre.
-¿Quieres mear? Me preguntó con desprecio.
Asentí con la cabeza y eso pareció un regalo para el. Salio corriendo de la habitación y volvió con una .cuña. Imagínense. Una cuña que no tardó en colocarme bajo mi culo. Negué con la cabeza varias veces.
-Haz lo que tengas que hacer. De aquí no te moverás.
Cerré mis ojos de nuevo y exhalé aire por mis fosas nasales. Me meaba. Estaba claro. Con los ojos cerrados liberé la orina de mi cuerpo. El sonido del golpeo del líquido contra el plástico de la cuña casi me provoca una taquicardia. Abrí los ojos instintivamente. ¡No me lo podía creer! Allí estaba Ricardo haciéndose una paja de nuevo mientras yo orinaba. Esperó hasta asegurarse que había terminado y retiró la cuña de debajo de mi cuerpo.
-Ahora te limpiaremos. ¿No es eso lo que hacéis las mujeres después de mear? ¿No os limpias con papel?
No hice ningún gesto. Solamente pensar que ese crabrón me iba a limpiar con la toalla me estremecía.
De un salto se hincó de rodillas entre mis piernas. Agachó su cabeza y sacó su lengua que se encontró con mi raja. Lamió y lamió. Como me moví y me agité sobre la cama, el me sujetó por los muslos hasta que acabó de lamer los restos de orín que hubieran quedado mojando mis labios.
Evidentemente no sentí nada más que asco. Los hombros me empezaban a doler. El golpe de mi cadera también. Sentía necesidad de juntar mis piernas. Pero nada de aquello se producía. El salió con la cuña, la palangana y la toalla y me dejó a oscuras.
La angustia que sentía iba creciendo. Y más por que no sabía qué tiempo iba transcurriendo. Ricardo me visitó dos veces más. Y en esas ocasiones no era para flirtear conmigo ni para pedirme que le ayudara con un trabajo pendiente. Eran para ver el estado en que me encontraba. Me daba el visto bueno y se alejaba. Ni agua ni comida.
Creo que debieron pasar dos días en esas condiciones. A lo largo de ese tiempo dormía a ratos. Era cuando más a gusto me encontraba. Despierta sólo pensaba una y otra vez en la manera de poner fin a aquello. Al menos no me había violado. Se había limitado a masturbarse y me había obligado a que lo viera. La tirantez de mi piel me recordaba que su semen seguía encima de mi vientre, pero seco. Había limpiado mi coño con su lengua en 10 ocasiones. Las que había orinado. Y en ninguna de las ocasiones había sentido otra cosa que no fuera asco.
Su cuerpo enfermizo hizo su aparición en la habitación negra. Su mano derecha se escondía tras su espalda. Venía sonriente.
-Traigo buenas nuevas, mi amor. Después de asegurarme bien, creo que ya estoy en condiciones de quitarte el pañuelo de la boca. Pero te aconsejo que no grites. ¡Claro que no podrás! Jajajaja.
Me quitó el pañuelo. Si. Pero antes se encargó de inyectar en mi brazo algo. El estado de relajación en el que me sumí fue increíble. Le miraba plácidamente. Pero al menos ya podía usar mi boca para respirar. Mis pulmones lo agradecieron. Fue instantáneo. Ni siquiera pude preguntar nada.
Le vi alejarse de la habitación mientras iba oliendo el pañuelo que me había quitado. El la otra mano portaba la jeringuilla con la que me había pinchado.
Seguía sin tener referencia del tiempo que llevaba allí. Mi cuerpo demandaba comida. El venía regularmente a verme y si me notaba demasiado agitada me inyectaba otra vez. Momentos en los que aprovechaba para desatarme de pies y manos y tomar mi cuerpo desnudo para llevarme al baño de aquella casa y lavarme con esmero. Después me dejaba sobre la cama y se marchaba. Pero no me ataba. Tenía todo controlado, regularmente volvía y si me notaba más despabilada, me daba de comer y beber y me ataba de nuevo.
Yo no sabía que entonces era 23 de Diciembre. No sabía que llevaba allí 10 días. Estaba sóla en la habitación, como de costumbre. Sin oír nada. Sin ver nada. Un grito aterrador salió de mi garganta pidiendo auxilio. Rápidamente Ricardo, desnudo él, llegó hasta la habitación negra. Encendió la luz y me miró.
-Puedes gritar todo lo que quieras. Nadie te escuchará. Sólo yo. Y no me gustan los ruidos amor. Mañana comenzaremos la tarea que nos ha traído hasta aquí.
Un nuevo pinchazo y a dormir otro rato. Sin ataduras, sin pañuelo en la boca. Era instantáneo. Droga no debía ser, ¿tal vez algún tipo de anestesia?, seguro que no. Seguro que era alguna droga que no creaba dependencia, pues mi cuerpo se mostraba igual, salvo las secuelas que estaban dejando en el, mi cautiverio y la mala alimentación junto con la falta de movilidad.
Y llegó el día de referencia. El día de Nochebuena. El 24 de diciembre. Y lo sé porque Ricardo se encargó de decirme que era el día de Nochebuena y que había preparado algo especial para nosotros.
Aquel día Ricardo se presentó en la habitación con una caja. La dejó encima de la mesilla. Yo estaba atontada. Me ayudó a levantarme y me llevó al baño. Allí se encargo de darme un baño en toda regla. Lavó mi cuerpo entero, sin olvidar mis genitales. Luego me condujo a la habitación. Yo estaba más despabilada gracias al baño.
Me tumbó en la cama y me dijo que me iba a atar las manos y los pies.
-¡Por favor, por favor, no me ates Ricardo!
-Es necesario Sonia.
-¡Por lo que más quieras no lo hagas! Imploré medio llorando.
-Es necesario. Volvió a repetir mientras iniciaba las operaciones de sujeción de mis miembros.
Una vez sujeta por manos y pies a los vértices de la cama comenzó "su juego". Me amordazó de nuevo. Comencé a respirar con fatiga. El como siempre estaba desnudo. De un salto se subió a la cama y se arrodilló entre mis piernas. Sus manos enfermizas, esas que había usado varias veces para masturbarse en mi presencia, se posaron en mis pechos. Tanteó su superficie con delicadeza, hasta con mimo. Luego se encaró con mis pezones y para su sorpresa estos tuvieron una respuesta positiva para el, pues se endurecieron con rapidez. Yo estaba acostumbrada a que me tocara el coño, eso sí, superficialmente. Hasta ese momento el no me había introducido ni un sólo dedo ni mucho menos me había acercado su asqueroso pene. Tocó mi barbilla, mi frente, mi pelo. Bajó su mano a mi vientre. Mis piernas, mis rodillas, mis muslos. Apenas me podía mover. Se las apañó para tomar la caja de encima de la mesilla y sacar algo que un principio no supe que era. Pronto lo descubrí. Con su mano entre mis piernas acercó aquella cosa a mi vulva. Su puntal iba y venía suavemente por mi raja. Con delicadeza, con tiento, con mucho cuidado. Incorporé la cabeza todo lo que pude aprovechando que el miraba hacia mi coño. Si. No había duda. Un vibrador de color rosa. Eso era lo que Ricardo sostenía en su mano y eso era lo que me estaba rozando por mis labios. Le miré a la cara antes de dejarme caer vencida. Sus ojos vidriosos estaban desencajados. Se le notaba una salidez y una satisfacción increíbles en su rostro. Poco a poco comenzó a presionar aquello mientras lo paseaba de arriba hacia abajo. Pensé que de lo malo, al menos no me iba a violar. Y llegó el momento definitivo. Ricardo empujó aquello dentro de mí. Lo hundió hasta la mitad más o menos. Y lo dejó allí, quieto. Se acercó a mi cara y pude ver su saliva saliendo de su boca. Babeaba de excitación.
-¿Te gusta? ¿Te gusta esto Sonia?
Traté por todos los medios de hacer ruidos con mi boca para decirle que me quitara el pañuelo. Todo en vano. Besó mi frente y se agachó otra vez hasta el interior de mis piernas. Tomó el vibrador en la mano y lo hundió un poco más. Y más. Y más. Hasta que al fin quedó alojado por completo en aquella cueva que se le ofrecía. Con el vibrador dentro, accionó un mecanismo y aquello se puso a vibrar. Con sus dedos acariciaba con suavidad mi poco vello. Cerré los ojos. Me sentía como cuando estaba en el ginecólogo para someterme a una citología. Quería que aquello pasara deprisa. Que terminara. Ricardo no estaba por la labor de finiquitar esa experiencia. Se sentó, con sus piernas abiertas, encima de mi pierna y ese pene flácido se posó encima de mi muslo. Sus testículos me rozaban la pierna. Con su mano seguía empujando aquello más y más. Entraba y sacaba. Sacaba y entraba. Sus ojos le hacían chiribitas de placer. Su pene despertaba. Lo noté estirarse. También noté algo en mi interior y no era precisamente el vibrador. ¿Sentía cierto placer? No podía ser. No podía estar sintiendo nada en aquellas condiciones.
Ricardo se levantó de encima de mi muslo y se hincó otra vez de rodillas entre mis piernas. Su pene estaba altivo. Duro. Con su mano izquierda introducía y sacaba aquel vibrador de mi interior. Con su mano derecha se masturbaba. Cerré los ojos.
-¡Abre los ojos! ¡Quiero que lo veas todo!
No hice el menor caso. Apreté mis párpados más.
-¡He dicho que me mires! Si no lo haces será peor para ti. Y para mí.
Los abrí de nuevo. Su expresión cambió. Con sus dos manos masturbaba su cuerpo y el mío. Su cara reflejaba excitación, gana de que se consumara aquello que hacía. Pretensión de ver en mí una señal de gozo. Pero yo no estaba dispuesta a manifestar el placer que ya había comenzado a sentir. El cuerpo a veces no acompaña a la mente.
No es que tuviera mucha experiencia en el sexo. Apenas había follado cinco o seis veces. Y ninguna me dejó satisfecha. Fueron parejas ocasionales. Conocidos de discotecas. Relaciones de "aquí te pillo y aquí te follo". Aceptadas por mí. Pero poco satisfactorias. Pero lo que ahora estaba ocurriendo en aquella habitación, estaba despertando en mí un deseo de "algo más". Un deseo de acabar. De correrme.
La imagen de Ricardo masturbándose a la vez que me masturbaba con el vibrador me excitaba. Me enfadaba conmigo misma ante semejante sensación. Me tenía secuestrada. Me había impedido mi libertad. Me había profanado con sus blanquecinas manos. Con su boca había besado mis genitales. Pensé que tal vez Ricardo me hubiera drogado de nuevo. Pero yo sentía y sentía placer. Bajo el pañuelo me mordí el labio superior y mis párpados iban cayendo lentamente y se abrían de nuevo para volver a caer.
Pero mi carcelero no aguantó. Con un berrido aterrador dejó escapar su semen que se debió estrellar contra la pared que tenía tras mi cabeza. Su cara desencajada hacía presagiar que se había corrido extremadamente bien. Como alma que lleva el diablo se levantó de la cama y salió de la habitación dejándome el vibrador dentro. Y vibrando.
Si bien es cierto que al principio me preocupé más por Ricardo, en vista de su tardanza, opté por centrarme en las sensaciones que notaba abajo. El vibrador seguía alojado dentro de mi vagina. Vibrando. Quieto pero vibrando en mi interior. El placer aumentaba. Lentamente. Llegué a desear correrme Era como un tren al que ves a lo lejos y le esperas en la estación hasta que llegue. Y llegaba. Poco a poco. El placer aumentó y la descarga se produjo. Dos o tres temblores, no recuerdo bien, se apoderaron de mi cuerpo.
Me había corrido. Y lo había gozado como no lo había hecho con mis anteriores parejas. Había sido mejor que con ellos. Con el vibrador rosa había gozado más que con cualquiera de los cuerpos a los que me había entregado. Acepté que la imagen de Ricardo masturbándose también había contribuido al deseo de acabar. Acepté que había estado bien esa forma de correrme. Atada de pies y manos y sin que nadie me tocara la piel. Nadie excepto el vibrador rosa.
Ricardo volvió al rato. Portaba una bandeja con una botella de champán y dos copas. La botella se vislumbraba fría. El vibrador seguía vibrando en mi interior. Me molestaba. Ricardo me lo sacó y me quitó el pañuelo de la boca.
-¿Tienes hambre?
-No. Contesté secamente.
-En ese caso beberemos champán. Hoy es nochebuena.
-No me gusta el champán. Respondí notoriamente enfadada.
-¡Pues lo beberás!
Y claro que lo bebí. El sujetaba la copa y yo absorbía el líquido espumoso. Nos bebimos varias copas y yo me mareé un poco. Me notaba extrañamente alegre. Ida. ¿Agradecida? No. No podía ser. Mi estado contribuyó a que Ricardo desatara mis pies y al fin pudiera encoger las piernas y juntarlas. Y me habló. Una charla que encerraba muchas cosas que aún hoy, no sé descifrar.
-¿Te preguntarás porqué te he traído aquí? ¿Por qué te tengo secuestrada? ¿Por qué estoy desnudo siempre? ¿Por qué te tengo atada? Todo tiene respuesta. ¿Recuerdas cuando hace unos días me ayudaste con el trabajo? ¿Recuerdas que me preguntaste que estaba pensando? Te dije que en los daños colaterales. Mis daños. Esto me va a reportar un sacrifico alto. Voy a pagar por ello. Lo sé. ¿Cuándo? No lo sé. Esperemos que se prolongue en el tiempo. Y que tenga ocasión de llevar a cabo mis planes.
Hizo una breve pausa para servirse más champán y encender un par de cigarrillos. El mío se aproximó a mi boca y después de una calada lo dejó en el cenicero. El siguió a lo suyo. Yo estaba como pasota. Pensé que entre el champán y lo que me hubiera dado .
-Estoy enamorado de ti Sonia. Siempre, desde el primer día que te vi, te quise. Quise que fueras mía. Pero mis trabas y mis taras impidieron actuar de una manera normal. Me obsesioné contigo. Tenía que hacer esto. Necesitaba tenerte. Necesitaba mostrarme desnudo ante ti. Desnudar mi alma para que me entendieras y para que me quieras. Valoré las distintas posibilidades que me ofrecía mi mente. Ninguna me convencía. Y amor mío, opté por la peor. Secuestrarte. Traerte aquí. Urdí mi plan el último día que estuvimos en nuestra oficina. Ahora sé que va a salir mal. Los daños colaterales. Pero esos daños los sufriré yo sólo. Te he traído aquí para que vivas conmigo un tiempo que sólo el destino medirá en cuantía. Estamos más cerca de nuestra oficina de lo que imaginas. Ciertamente, si te digo que me acompañaras aquí, no lo hubieras hecho. Por eso me vi obligado a esto. Te he tenido atada, te he sedado, pero te he cuidado. No puedo correr riesgos. Ciertamente nadie te va a escuchar si gritas. Pero eso me pondría nervioso, y Sonia, estoy muy desquiciado ya. Esto se me ha ido de las manos.
Otra pausa. Otra calada al cigarro. Otro sorbo de champán.
-Estoy desnudo para que veas mi cuerpo. Para que lo admires. Para que te acostumbres a él. Para que lo desees. Y por favor no me interrumpas
Tampoco había pensado hacerlo. Le escuchaba atentamente tratando de averiguar algo que me hiciera albergar algún tipo de esperanza de que todo aquello acabara bien. Sin daños "colaterales" para mí.
- ..no me interrumpas por que lo que te quiero decir es importante para mí. Jamás me he mostrado desnudo ante mujer alguna. Me he reservado para ti. Para que tú fueras la primera que me viera desnudo. Para entregarte mi virginidad. Yo sé que tú no eres virgen. Has sido una puta y te has entregado. No has calculado el daño que esto me ha hecho. Pero te lo perdono. Lo admito. Ahora sólo serás mía. Y yo no tendré a nadie más. Después de ti habrá un final. No, no, no corres peligro. ¿Como te haría daño con lo que te amo?
Estaba loco. Estaba destrozado mentalmente. No coordinaba. Pero me mantuve en silencio. Pensé que aquello me podría servir, no para escapar, al menos de momento, pero sí para tener ciertas libertades. Tenía que dejarle hablar para intentar manejarle y dar la vuelta a la situación.
-Te venero. Serás una estupenda madre. Un esposa fiel. Pasaremos un tiempo prudencial aquí. Hasta que todo se calme. Hasta que dejen de buscarte .
-¿Me están buscando? No pude reprimirme. Esa era una muy buena noticia.
-No. Aún no. Dijo el visiblemente molesto.
-Pero has dicho hasta que dejen de buscarme
-¿Y qué que lo haya dicho? No te están buscando. Al menos aquí.
Y se levantó y me dejó allí. Desatada de pies, con la boca libre y el cigarro encendido en el cenicero.
Al poco rato volvió. Venía de mejor humor. Silbaba. Tomó asiento de nuevo en esa silla del color de su piel, lo cual le daba un aspecto más siniestro.
-No te volveré a dar ningún relajante. No volveré a pincharte. Dejaré tu boca libre. Y te dejare libre de ataduras. ¡Pero si te portas bien y no me causas problemas! ¿Lo entiendes?
Aquello era nuevo. Opté por mantener la mente lo más fría que pude y me callé. Tenía que aprovechar aquello. Aquella nueva situación me podía ofrecer ventajas, ciertas salidas.
-Haré lo que tú quieras. Dije.
-Eso esta bien amor mío. Hoy es nochebuena. Lo celebraremos a lo grande. Como una pareja de recién casados.
Yo alucinaba con Ricardo. Mostraba varias personalidades. Decidí que estaba más loco de lo que demostraba.
-Ven, te enseñaré la casa. Me dijo mientras no daba crédito a la locura por la que atravesaba Ricardo. Estaba desnuda, pero si podía escapar, lo haría.
La casa se limitaba a la habitación donde me tenía encerrada, un cuarto del baño y otra sala pequeña de la cual salían unas escaleras ascendentes. En esa sala había una mesa y dos sillas. Iguales. Y un aparador con platos y algunos adornos. Sobre las paredes había fotos de chicas desnudas ..y de chicos. Eso era todo. La casa de Ricardo. Supuse que las escaleras conducían a una planta superior y se lo pregunté. No me contestó.
-De momento ya has visto bastante. Fue toda su respuesta.
Y llegó la noche. La noche de nochebuena. Yo seguía desnuda al igual que él. Mis ropas habían desaparecido. El se había marchado escaleras arriba y había cerrado una puerta con llave. Me había dejado sóla. Sóla y con las luces encendidas. No tenía idea que hora sería. Rápidamente ascendí aquellas escaleras. Quería inspeccionar lo que había al final. Una puerta cerrada con llave. Eso era el final de aquellos peldaños. Pegué mi cara a la puerta para ver si escuchaba algo. Nada. Me senté en un peldaño y pude notar en mis nalgas la dureza de aquellos escalones. Oí como una llave entraba en aquella cerradura. La puerta se abrió tras de mi. Era el. Desnudo como siempre. Traía un bolso. Bajé las escaleras deprisa. Me senté en el primer peldaño de la escalera. Escuché como cerrada la puerta con llave de nuevo. ¿Pero si venía desnudo donde dejaba la llave? Tenía que descubrirlo. Miré de soslayo hacia arriba. Nada. Fallé en el intento. Pero lo tenía que averiguar. Descendió las escaleras portando aquel bolso de plástico. Se acercó a la mesa y empezó a vaciar el bolso. Dos cervezas, una bandeja de gambas o langostinos, una tarta, dos tuperwares, un paquete del algo y una botella de J.B.
-Cenaremos bien. Es nochebuena. Dijo mientras su pene se balanceaba de un lado hacia el otro. Ven, siéntate en esta silla.
Me levanté de la escalera y me senté en aquella silla enfermiza como su cuerpo.
-Llevamos aquí 11 días. Celebraremos la nochebuena. Son tradiciones que no debemos dejar pasar. ¿Te gusta celebrar la nochebuena? ¡Qué cosas pregunto! ¡Pues claro que sí! Somos un matrimonio tradicionalista.
Estaba loco. No había duda. Ahora llamaba matrimonio a aquella situación. Se sentó en la silla compañera de la mía, tan enfermiza como mi silla, tan enfermiza como su cuerpo. Frente a mí. En dos platos fue depositando embutido que había sacado del paquete de papel. Luego abrió la bandeja de langostinos y los dos botes fríos de cerveza.
Con gestos me conminó a que comiera. Sin pan. Quitó las tapas de los tuperwares y pude ver como contenían carne en salsa.
Comimos y extrañamente comí más de lo que en un principio se suponía que iba a comer. E incluso me tomé la cerveza.
Terminamos de comer y me "obligó a ducharme". El enfermizo me llevó a ese minúsculo cuarto de baño y como siempre hacía me lavó a conciencia. Pero había una novedad. El cuerpo amarillento de él también se remojó. Procuró asearse mientras yo me secaba con la toalla. Luego salí del cuarto de baño y me senté en aquella silla. Urdí un plan. Tenía que averiguar que había hecho con la llave. Me obligué a ser paciente y pensé que debía colaborar con Ricardo en sus locuras. Sólo así averiguaría donde metía esa llave que me podría dar la libertad.
-¿Para que me has obligado a ducharme? ¿Para que me obligas a hacerlo tan asiduamente?
-Es necesario lavar el cuerpo día a día. Todos y cada uno de ellos.
-¿Qué hay en la parte de arriba? Dije señalando con la cabeza el final de las escaleras.
-La casa. Esto es el sótano.
-¿Y no podemos estar arriba?
-No.
Vi como su gesto se endureció. Tal vez se puso nervioso.
-¿Por qué cierras la puerta con llave?
-Para que nadie nos moleste.
-¿Hay alguien en la casa?
-Demasiadas preguntas Sonia. Ve a la cama y recuéstate en ella. Yo recogeré esto.
Como si pudiera disponer de mi mente y no queriendo forzar la situación más, me encaminé a la habitación y me tumbé en la cama. Ricardo llegó enseguida. Traía la botella de J.B. en la mano y dos vasos. Un paquete de tabaco y un mechero. Aquella habitación no tenía ventilación y olía mal, pese a que Ricardo pulverizaba un ambientador de vez en cuando.
Me ató de pies y manos otra vez. Por enésima vez. Y me vendó los ojos de nuevo. Ya sabía que tocaba otra masturbación de su pene de cuello de pavo. Me preparé para ello. Al menos ya no me daba a oler nada ni me pinchaba.
Escuché varios sonidos. La silla. El cenicero. El mechero. Los vasos, La botella de J.B., parece mentira que cuando una persona no puede ver, desarrolle el sentido del oído con tanta brillantez.
Aquella habitación era cálida. Si era el sótano de la casa, no alcanzaba a comprender por que no hacia frío. Estaba preparada para asistir nuevamente a una sesión con el vibrador rosa. Era lo de siempre. Me lo metía dentro de la vagina y mientras me masturbaba con aquel aparato, se masturbaba el. Pero ese día las cosas cambiaron. Dieron un giro inesperado y extraño.
Ricardo me tenía tumbada en la cama. Como siempre. Sujeta por mis manos y mis pies a los vértices del rectángulo de muelles. El vibrador rosa se introdujo en mi vagina como siempre. Antes procuró hacerme sentir algo de placer. Lo suficiente para que yo me lubricara. Era extraño pero ya hasta sentía placer con ese vibrador rosa. Ya comenté antes, que mis experiencias con los hombres se habían reducido a 5 o 6 ocasiones. Y no me dijeron mucho, la verdad. Pero ese aparato conseguía que me corriera. Con ese aparato y con la ayuda de la imagen que me ofrecía Ricardo masturbándose. Y entonces se hizo la luz. Ricardo me quitó el pañuelo con el que cubría mis ojos. Supuse que me tocaba verle masturbarse de nuevo. Lo mismo de siempre. Opté por relajarme y estar tranquila. Pese a que ese pene de Ricardo no me gustaba, ni en su color ni en su forma, lo elevé a la imagen que me haría correrme. A mi referencia visual. No tenía otra.
Con los ojos abiertos, le vi. Le observé atentamente. Sus ojos ídos. Su cara componía un gesto viciado. Sus manos ocupadas. La izquierda en el vibrador rosa. La derecha en su cuello de pavo. Y mirándome a la cara para ver mis gestos.
-Te quiero Sonia. Eres la mujer que me ha hecho más feliz. Este matrimonio durará. Ya lo verás.
Estaba loco. Loco de atar. La libre debía ser yo y el secuestrado él. Pero con una camisa de fuerza. Tal vez así dejara de masturbarse como un mono.
-Te quiero tanto que deseo enormemente que me folles. Quiero sentirte dentro.
Desvariaba. Me hubiera podido penetrar cuando hubiese gustado. Yo no hubiera podido hacer nada para impedirlo. Se hubiera corrido dentro de mí ante mi total y forzada pasividad. Pero me decía que "quería sentirme dentro". En mis desvaríos, que yo también los tenía, pensé que tal vez me quería comer. Sólo de esa manera me tendría dentro.
Pero Ricardo fue más original. Extrajo el vibrador de mi vagina. Brillante y mojado. Lo miró con expectación. Se arrodilló encima de la cama y ese mismo vibrador que acababa de sacar de dentro de mi vagina, lo apuntó a su ano y fue empujando lentamente hasta meter dentro poco mas o menos la mitad de su extensión. Su cara reflejaba una mezcla de dolor y satisfacción. Violentamente con su mano derecha comenzó a masturbarse rápidamente. Mis ojos debieron abrirse más de lo previsto debido a la sorpresa que me llevé. Yo esperaba la violación de mi cuerpo entero en cualquier momento. Pero no sólo esta no se producía, si no que además me estaba ofreciendo una nueva imagen desconocida por mí hasta entonces.
-Te siento Sonia, te siento. Exclamaba mientras con su mano izquierda empujaba ese artilugio rosa dentro de sus entrañas.
Cuando parecía a punto para correrse me apiadé de el. Estaba enfermo. Y aunque no sabía a ciencia cierta cuan peligroso era, lo cierto es que a mí no me había tratado excesivamente mal. Noté un hormigueo, tal vez provocado por la imagen que veía, tal vez por que mi cuerpo respondía a la excitación propia de la situación. Tal vez por que lo deseaba
-¡Oh Sonia! ¡Cómo me gusta que me folles! ¡Oh dios mío, si pudiera librarte de tus ataduras y me ayudaras a sentir!
Decidí dar un paso al frente. Tenía que intentar dominar la situación. Necesitaba recuperar esa"libertad" que Ricardo me daba cuando no estaba atada en la cama.
-¿Qué podría hacer yo?
-Ayudarme a sentir todo. Todo y más.
-Libérame. Quítame estas ataduras.
-¿Lo harías?
-Si. Dije sin convencimiento alguno.
Y dentro de su enajenación mental, ese Ricardo que yo no conocía, ese Ricardo sin traje de medio ejecutivo, ese otro Ricardo, dio una vuelta más a la tuerca.
-Te liberaré de ataduras. Sólo estarás atada a mí de por vida. Me harás el amor como sólo tú sabes hacerlo mi querida Sonia.
Y lo decía con ternura. Con deseo. Con admiración y agradecimiento hacia mí. Al menos eso me parecía. No tardó en liberar mis manos y pies. Me senté encima de la cama. El, hincando sus rodillas sobre el colchón, tomó de nuevo el vibrador y se lo introdujo por el recto. Su pene estaba duro. Ligeramente curvado. Ligeramente "apavado" como el cuello de esos animales. Una vez lo tuvo dentro me miró con descaro. Me sorprendían los cambios de actitud de Ricardo. Pero estaba loco. Sin duda.
-¡Oh Sonia! Exclamo mientras acababa de introducir ese objeto rosa por su ano. ¿No te han follado por detrás alguna vez?
-No.
-Al menos llegas virgen a mí.
Evidentemente no estaba dispuesta a que soliviantara mi ano como había hecho en varias ocasiones con el suyo.
-¡Mastúrbate!
-No hago esas cosas. Contesté muy digna.
-¡Mastúrbate! ¿No decías que me ibas a ayudar? ¡Mastúrbarte que yo te vea como lo haces!
Su voz sonó como el que está dispuesto a todo si no consigue su fin. Sentada encima de la cama, a su lado, llevé mi mano entre mis piernas y la moví sin sentido. Aquello excitó sobremanera a Ricardo, que no sólo empujaba más el vibrador hacia dentro, si no que comenzaba a dar mayor celeridad en sus movimientos sobre esa polla de pavo que tenía.
He de confesar que la escena me excitaba. Me negaba a asimilarlo. Pero me excitaba. Y sin darme cuenta me sentí con la mano acariciando mi clítoris por primera vez en mi vida. Ya dije que yo no había tenido experiencias sexuales satisfactorias. El sexo no ocupaba un lugar destacado en mis deseos primordiales. Estos pasaban por ascender dentro de mi empresa. Ganar dinero. Cuanto más mejor. Y ser respetada por mis compañeros. Obtener un puesto privilegiado y de alta responsabilidad era lo que me ocupaba por aquellas fechas. Ni chicos ni sexo. Ni mucho menos masturbarme. No lo hacía. Simplemente no lo necesitaba. Pero aquellas caricias que yo me estaba reportando me hacían sentir un placer similar al que me proporcionaba Ricardo cuando insertaba dentro de mi vagina ese aparato rosa. Verle con el consolador dentro de su ano y masturbándose a la vez, provocaban en mí una excitación desconocida.
-Tócame Sonia. ¡Tócame por dios!
Sumisa totalmente, y para ganarme su confianza, icé mi mano hasta sus testículos. Aquello casi hace que se corra. Se estremeció y pude notarlo. Aquello terminó de sacarme de las posibles dudas que aún me quedaban. Estaba muy excitada con aquello que estaba ocurriendo. No olvidaba mi situación dentro de aquella habitación, pero estaba muy excitada. Notaba mis pezones duros. Mi cuerpo acalorado. Ricardo, apenas a unos centímetros de mí, me hacía llegar su calor. Seguía con sus masturbaciones particulares. Seguía con su cara extraña. Me miraba desencajado. Hincado de rodillas frente a mí.
-Ahora llegaremos al punto. Llegaremos al final.
Yo había dado rienda suelta a mis deseos y me estaba masturbando sin orden de ningún tipo. Mis dedos frotaban mi clítoris sin seguir una pauta de movimientos. Mi cuerpo necesitaba experimentar una corrida. Un orgasmo. Sólo esperaba que Ricardo no se sacase ese vibrador de su ano y tratara de metérmelo en mi vagina.
-Métete mi polla en tu boca Sonia. ¡Métetela por Dios!
Aún hoy no sé por que lo hice. Supongo que por ganarme su confianza y así poder escapar. Mi boca se abrió y aquel cuello de pavo fue recibido con el calor de mis labios y mi lengua, envuelto en mi saliva y succionado con intriga y calma. Era la primera vez que yo hacía una felación a persona alguna. El placer que comencé a notar se mezcló con el asco que sentía al tener aquello en mi boca. Pero pudo más el placer y terminé por experimentar una corrida como no podía imaginar a la vez que se producía el suceso que cortó mi plena satisfacción.
Aquello lo terminó por hundir en sus miserias y una descarga de semen inundó mi boca. Me daban arcadas. No pude separarme de su miembro pues él me sujetaba la cabeza con firmeza. Sé que tragué aquel semen cuantioso y espeso. Una vez liberada mi boca, al fin vomité. Eso no le gustó demasiado. Y mi recompensa fue atarme de nuevo a la cama, al lado de mis propios vómitos. Pasó un tiempo que no sabría precisar, en el cual oí como abría la puerta del final de la escalera y la dejaba abierta. Traté de soltarme de mis amarras pero no lo conseguía. Otra vez la puerta se cerró y apareció con unas sábanas limpias. También Rojas. Me desató y me dijo que fuera al baño a ducharme. Lo hice sin dilación mientras el cambiaba las sábanas. Me remojé un poco lavando mi vagina y miré en el aparador para ver si descubría la llave por algún lugar. El me sorprendió husmeando por allí.
-¿Buscabas algo Sonia?
-No .no sólo miraba por aquí .
-Vuelve a la cama.
Sus palabras eran órdenes para mí. Subí nuevamente encima de la cama. Sin ataduras. Con las sábanas rojas oliendo a suavizante. Y otro cambio de actitud de Ricardo.
-¿Lo has pasado bien?
No sabía que contestar. Si le decía que sí probablemente experimentaría más en mi cuerpo. Si le decía que no su reacción podía ser impensable debido a la locura instalada en su mente. Opté por lo fácil.
-Si. Me he corrido.
-¡Oh Sonia no sabes cuanto me alegro! ¡Lo pasaremos bien!
Y lo pasamos bien. Cierto. Fueron pasando los días y todo lo que pasaba entre nosotros eran sus masturbaciones, sus penetraciones en mi vagina con el vibrador rosa y algún toqueteo de mis pechos al que me sometía. Ya no me ataba nunca. Excepto cuando quería jugar al sexo. Cosa que hacíamos con frecuencia. No todos los días, pero casi todos. Las duchas eran reguladas con firmeza. Traté de descubrir el día en el que vivía pero mi mente me jugó una mala pasada y como Ricardo no hizo referencia al día de fin de año, terminé por descolocarme. Comía bien. Ricardo se encargaba de ello. E incluso me decía que le dijera que me apetecía. Un día le pedí ostras. Y me las trajo. Comencé a indagar sin prisas el lugar donde guardaba la llave de aquella puerta. La oscuridad presidía mi vida. Pero una sensación muy notoria y extraña se iba apoderando de mí. Me estaba acostumbrando a vivir allí. Con Ricardo. Pero también sentía ganas de escapar. El estaba siempre en la casa. Yo no permanecía más de un rato más o menos prudencial en soledad. El me visitaba regularmente. Nuestros juegos sexuales sólo eran un juego de Ricardo. Se masturbaba en mi presencia. Se introducía el vibrador en el ano, pero no me había obligado a volver a meter aquello en mi boca. Mis vómitos y el cariño y amor que decía sentir por mí, resolvieron que no me gustaba aquello. Lo agradecí. En alguna ocasión lo limpiaba bien, lavándolo, y me masturbaba con ese consolador rosa. Alguna vez me obligaba a masturbarme mientras el me miraba atentamente y también lo hacía. Pero no profanaba mi cuerpo con su cuello de pavo. Yo sentía sensaciones extrañas. Me llegué a preguntar por que no me follaba. Y en realidad no sabía si lo deseaba o no. Y llegó aquel día.
Ricardo quería más. Dio el paso. Se tumbó encima de la cama y me obligó a ponerme encima de su cuerpo. Con mis piernas abiertas. Mi pubis se rozaba con su pene. Supuse que sería como siempre. Ya lo habíamos hecho en alguna ocasión y nunca me había penetrado. Se había limitado a masturbarse mientras obligaba a que yo hiciera lo mismo. Pero ese día no iba a ser igual por muchas razones. Ese día fue el final. Ricardo no aguantó más y mientras se estaba masturbando me sujetó fuertemente y me metió aquello dentro de mi ser. Noté como si una bala se alojara en mis entrañas. Comenzó a moverse dentro de mí. No hice nada que pudiera molestarle. Al contrario, me gustó aquello quizá por lo imprevisto de la situación. Me follaba con fuerza y eso me provocaba placer. El lo notó en mi cara. Me relajé. Y el se envalentonó. Sus manos se apoderaron de mis pechos mientras empujaba dentro de mí. Apoyada con mis manos en su pecho noté como algo me tocaba el ano. Supuse que eran sus dedos. Estaba a punto de correrme. Necesitaba correrme. Era la primera vez que Ricardo me follaba en todo aquel tiempo, eterno para mí, que había pasado allí. La experiencia me estaba resultando agradable. No había sido como las anteriores que tuve. Aquellas habían sido consentidas, esta no. Quizás me gustaba por eso. Seguía empujando su pene con fuerza. Su mano derecha sostenía el vibrador rosa. Eso era lo que me estaba rozando en el ano. Y me gustaba aquello que estaba pasando. El sexo no era lo primordial en mi vida, pero aquello me gustaba. El vibrador se hundió poco a poco, lentamente, dentro de mi ano. Una vez dilatado mi esfínter comenzó con el vaivén de entrar y salir. Sin resistir más, algo desconocido por mí hasta entonces, hizo que me corriera mientras perdía el conocimiento.
Me dejé caer sobre su cuerpo. El acariciaba mi espalda con cierta ternura. Permanecimos unos minutos así hasta que un ruido infernal inundó la habitación. Yo ni me moví hasta que vi al lado de la cama a cuatro policías apuntando con sus rifles. Traté de incorporarme y el vibrador rosa, resbaló de mi cuerpo. Rápidamente uno de los agentes me cubrió con una manta. Me sacaron del sótano por aquellas escaleras. Atravesamos un salón y antes de salir a la calle me cubrieron la cabeza. Pese a eso pude notar la claridad que martirizaba mis ojos. Una ambulancia me transportó con celeridad, en apenas unos minutos, hasta un centro hospitalario. Miré un calendario que había en la sala donde me dejaron los celadores de la ambulancia. Fechaba 26 de Enero. Me puse a echar cuentas. Si Ricardo me había secuestrado el día 13 de diciembre . Una inyección apagó mi consciencia.
Cuando recobré la consciencia, me encontraba tumbada en una cama. Tenía un collarín puesto. Una pierna escayolada. Diversos cortes en mis brazos. Mi cuerpo rodeado de gomas. Una botella de suero daba sombra a mi cara. Unos puntos en mi vientre.
Mi padre se abrazó a mí y mi madre comenzó a llorar. Traté de articular palabra. No podía. Un dolor en mi garganta me hizo estremecer. La traqueotomía a que había sido sometida me recordaba aquella cánula en mi garganta. Mis lagrimas brotaron por la comisura de mis ojos hacia ambos lados. Miré el calendario de la habitación. 26 de Enero.
44 días en coma. Ese es el tiempo que llevaba en ese hospital. ¿Y Ricardo?
Había salido de la oficina con prisas, no en vano eran las 9 de la noche. Tomó la carretera estrecha a gran velocidad. El mal estado del pavimento y un coche de frente hicieron el resto. En el accidente sólo sobreviví yo. Yo entré en coma. ¿Pero y el secuestro? Dicen que cuando uno ve la muerte cercana, su vida pasa rápidamente por su mente. No había sido mi caso ¿o sí? Tal vez hubiera soñado aquello mientras estaba en coma. ¿Qué sabía yo? ¿Tal vez hubieran sido los deseos de tener sexo lo que me habían llevado a imaginar dentro del coma aquella situación? Tampoco lo sé. Supongo que durante mi inconsciencia, interpreté varias cosas confundiéndolas. La tirantez de su semen en mi vientre creo que serían los puntos que me dieron en el corte que me hice. Los pinchazos en mi brazo serían los calmantes que me ponían. La cuña que me puso Ricardo, sería la que me ponía el enfermero o enfermera de turno para que yo pudiera hacer mis necesidades. El vibrador sería la sonda que tenía. Aquella habitación que olía mal, era esa, la del hospital donde me encontraba. En todos los hospitales huele igual. ¿Pero y los agentes de policía? Me rescataron. No. Una mala jugada del coma. Médicos y enfermeros llevándome a otra de las 3 operaciones a las que fui sometida.
La mente juega pasadas difíciles de digerir. No sé a ciencia cierta si alguien abusó de mí en el hospital. No estoy segura. ¿Quién sabe? ¡Tanta gente me vio desnuda! ¡Tanta gente manoseó mi cuerpo! Pero intuyo que alguien abusó de mi estado en aquella cama. Alguien a quien yo veía desnudo masturbándose.
Pero de una cosa estoy segura hoy que estoy recuperada. El sexo ha cobrado una importancia vital en mi vida. Quizás todo se deba a esos 44 días que pasé en ese hospital. Quizás alguien acostumbró mi cuerpo al sexo. Afortunadamente no me han quedado muchas secuelas. Las que quedan las soporto. Y afortunadamente mi vagina no sufrió daño alguno. Al fin y al cabo ¿Qué es la vida? ¿Cuatro días? He nacido de nuevo y aprovecharé al máximo esta nueva oportunidad. Sexo incluido. No lo duden.
Coronelwinston