4.2. Descendiendo (segunda parte).
La visita de Jorge no había acabado, los dos seguíamos con ganas. Y no es por nada, pero dejar cosas a medias... está feo.
“Y tanto”, convine intentando recuperar la respiración.
Cuando lo hube conseguido me levanté del suelo, me encendí un cigarro y apuré el vaso de vino. A mí personalmente el vino no me gusta, pero la verdad es que éste entraba bien, no sé si porque estaba rico de verdad, por las cervezas anteriores o por mis experimentos de química.
Jorge encendió otro y me imitó. La noche había empezado de una forma un tanto extraña, para lo que había comenzado a prever por su parte, pero parecía que habíamos encaminado la cosa.
Puso la televisión y la conversación, como siempre, fluyó con facilidad. Aun con los jaleos sentimentales en mente, Jorge tenía nuevos proyectos que llevar a cabo para complementar el dinero que entraba del bar, casi todos bastante turbios, y me estuvo poniendo al día. Yo me debatía entre la fascinación por cómo funcionaba su cabeza y el horror absoluto de pensar lo mal que lo pasaría yo si hiciera la mitad de las cosas que me estaba contando. Solo las consecuencias que podía traerle que la guardia civil le parase en un momento inoportuno…. Uf.
La botella de vino iba bajando poquito a poco, mientras seguíamos hablando de todo lo divino y lo humano.
“Me dijiste que habías hecho un trío. ¿Cómo fue?”
“Uf… genial.” Contesté con una sonrisilla de medio lado.
“Cuenta, joder”
“Pues yo tenía dieciocho años… y estaba saliendo con un gilipollas que estudiaba en mi universidad. Ese verano conseguí apañármelas para escaparme a verle un fin de semana que se quedó solo en casa. Hicimos botellón con sus amigos, nos fumamos un par de porros, y cuando fuimos a un bar se le ocurrió decirme que su amiga Aida era lesbiana”
“¿Y qué pasó?”
“Pues que a costa de un ‘no hay huevos’, acabé diciéndole a la chica que me acompañase a mear al baño. Estábamos todos bastante borrachos, así que me atreví a decirle que si le apetecía acompañarnos al piso de este chico cuando cerraran el bar.”
“¿Y te dijo que sí?” Preguntó Jorge con los ojos como platos.
“No, me dijo que no, que ella era lesbiana, no bisexual, y no le llamaba la atención liarse con mi ex. Y como vi la puerta abierta, pues le comí la boca y acabé convenciéndola”
“Venga, no me jodas”
“Te lo juro”
Pude ver cómo no acababa de creerse la historia. A ver, es normal, en los últimos años yo me había moderado muchísimo, no le cuadraba.
“¿Y luego?”
“¿Quieres detalles?” Pregunté a mi vez, riéndome.
“Joder, pues claro”
“Bueno, pues fue una de las mejores noches de mi vida. Llegamos a casa de mi ex, la desnudamos entre los dos e hicimos todo lo que se te pueda ocurrir entre los tres. No creo que se me olvide nunca”
“¿Te comió el coño?”
“Sí. Incluso mientras Rober me la metía.”
“¿Y tú a ella?”
“También. Joder, no voy a llevarme solo yo la parte divertida…”
“¿Y lo volverías a hacer?” Ya había visto yo por dónde iba tanta preguntita…
“Claro. Pero no con mi pareja. Aquello fue el punto de inflexión, desde entonces mi relación se fue a la mierda.”
“¿Conmigo?” preguntó sonriendo.
“No se me ocurre nadie mejor” respondí, envalentonada.
“Joooder… cómo me estás poniendo. Mira”
Se quitó de un golpe pantalón y calzoncillos, y su polla hinchada rebotó hacia arriba, desafiante.
“Ya veo, ya”
“Ven aquí, anda, y siéntate encima.” Dijo mientras cogía un vaso lleno de vino hasta el borde.
No me gustaba nada follar así, porque mi forma física es bastante mala y rápido me empezaban a doler las piernas. Pero no sabía decirle que no.
Al haber pasado un buen rato desde que me abrió con la mano, mi sexo había vuelto a su ser. Pude notar cómo volvía a abrirme, esta vez con su polla, centímetro a centímetro, hasta que entró entera y di un suspiro.
“Con lo que te gusta tenerme dentro y no me lo pides nunca…”
“Me gusta todavía más saber qué tienes tú en mente” ¿Qué pasaba? Normalmente habría suspirado y me habría callado.
“Eres una guarrilla sumisa. Y me encanta” dijo, quitándome por fin la camiseta. “Muévete un poquito, pequeña, quiero que disfrutes lo que te he puesto entre las piernas”
Eso hice. Comencé a moverme con lentitud, con los pies firmemente plantados en el suelo y las piernas bastante abiertas. No era una postura cómoda, pero me estaba gustando.
“Así que harías un trío conmigo. ¿Con una chica o con otro chico?”
“Con una chica” respondí entre jadeos, manteniendo el ritmo mientras me movía.
“¿Y no te llama la atención hacerlo con otro tío? Piénsalo, dos pollas para ti, tú chupándome la mía mientras el otro te revienta ese chochito que tienes… bebe un poquito antes de contestarme” le hice caso y bebí.
“Apenas…” me estaba empezando a mover más rápido y comenzaba a costarme hablar. “Apenas te puedo seguir el ritmo a ti solo, como para meter a otro tío de por medio” respondí.
“Eres muy buena putita… seguro que no tendrías ningún problema. ¿O es que prefieres con otra chica?”
“Sí”
“¿En serio? Eres una guarrilla viciosa. ¿Le comerías el coño?”
“Sí”
“¿Y te lo dejarías comer?”
“Claro”
En ese momento, Jorge puso su mano directamente sobre mi clítoris. Yo llevaba ya un rato cabalgando, notaba que empezaba a sudar, pero aún no había ni rastro de dolor de piernas… y sin embargo, estaba gozando como en mi vida.
“¿Te gustaría que tal y como estás ahora hubiera otra chica entre tus piernas, lamiendo este chochito tuyo?”
“Me encantaría”
“¿Y qué más te gustaría?”
“Comértela entre las dos… uf me pone mucho imaginarme eso” respondí, con dificultad aunque sin cohibirme.
“Joder, y a mí. ¿Y cómo sería ella?”
“Delgada” contesté entre resuellos, apoyándome en sus rodillas y moviéndome más deprisa.
“¿Delgada? Hmmm déjame adivinar. Así que quieres una chica delgadita, ¿joven?”
“Sí”
“¿Con buenas tetas?” aceleró el movimiento de su mano, dificultándome más la tarea de respirar y contestar.
“Sí”
“¿Rubia o morena?”
No pude responder. El placer que estaba dándome notar el roce de su polla contra puntos no demasiado aprovechados en mi interior se había ido cebando, electrizante, recorriendo mi cuerpo entero y acabando en tal orgasmo que quedé desmadejada sobre su regazo, con su polla durísima dentro de mí y notando sus huevos empapados de mis fluidos.
“Cómo te has corrido, cabrona…” dijo tras besarme en la nuca y alzarme con cuidado para salirse de mí. “No hemos acabado, voy a coger fuerzas”
Se levantó con lentitud, se encendió un cigarro y me pasó el paquete para que hiciera lo propio. En cuanto se giró hacia la mesa supe lo que iba a hacer… y sonreí para mí.
“Ahí tienes algo en la mesa que creo que te va a sentar bien. Ahora vengo”
Desapareció hacia la cocina llevándose la botella de vino vacía mientras volvía a dudar un milisegundo. Un ‘a tomar por culo’ después, aspiraba con fuerza la más pequeña de las tres líneas de polvito blanco. La verdad es que había bebido muchísimo, pero no me notaba en malas condiciones, así que algo sí que debía hacer aquella cosa.
Le oí trastear en la cocina mientras yo volvía al sofá. Me sentía bien, despierta, con la cabeza rápida. Y con menos vergüenza. Jorge siempre me había intimidado un poco aunque intentase no dejarlo traslucir, quizá porque era muy rápido en analizar las cosas aunque no siempre acertase.
Estaba perdida en esas reflexiones cuando volvió a aparecer con la botella de whisky y un vaso de chupito en la mano.
“¿Ya te has sentado? No, no, ven acá.” Dijo mientras llenaba el vasito.
Me acerqué a él hiperconsciente de los movimientos de mi cuerpo, y cuando estuve a su altura, me agarró del culo y me apretó contra él. Seguía durísimo. Pasó su lengua y sus labios por ese punto tan sensible donde se unen el cuello y los hombros, y deslizó su beso hasta debajo de mi oreja.
“¿Sabes lo que me apetece ahora? Que me la comas mientras me meto estas dos rayas. Luego te follaré hasta que me corra… y sabes que eso puede ser muuucho tiempo.”
Con esa voz cualquier propuesta sonaba bien, menudo cabrón. Ahogué un gemido contra su cuello y disfruté del escalofrío que me recorrió entera mientras le mordía con suavidad.
Vi cómo se le cerraban los ojos y me salió una sonrisa de medio lado, casi lobuna. Mis manos cobraron vida propia y fueron directas a agarrar su polla mientras me arrodillaba delante de él, llenándole la piel de mordisquitos en mi viaje.
Acaricié su glande con mis labios y me encantó oír cómo cogía aire. Ver a una persona tan dominante ceder un poquito el control de sí misma… uf. Ensalivé a conciencia la cabeza de su pene antes de introducírmelo entre los labios y acariciarlo firmemente con la lengua.
“joder, enana, me estás matando”
Acarició un momento mi pelo y se inclinó sobre la mesa mientras yo no dejaba de intentar desconcentrarle. Cómo me estaba poniendo todo aquello, joder. Tuve que ponerme en una postura un tanto extraña para no limitar sus movimientos, pero seguí sorbiendo, lamiendo, chupando y acariciando aquella parte de su cuerpo a la que empezaba a estar más que agradecida.
Jorge se incorporó, inspiró fuerte con la cabeza hacia atrás y tiró de mi pelo para separarme de él y hacer que me levantase.
“Ven aquí”
Metió su lengua en mi boca y me empujó hacia el sofá, haciéndome caer de culo. Apenas me dio tiempo a reaccionar antes de que subiera mis piernas sobre sus hombros y se metiera en mí de un empujón, besándome e inmovilizándome con su cuerpo. Dios… llegaba tan hondo que casi lo hacía doloroso, pero en ese casi había un placer inmenso. Volvió a cogerme del pelo, forzando mi cabeza hacia atrás y tapándome la boca con la otra mano. No podía moverme, no podía apenas respirar, no podía hacer otra cosa que abandonarme al roce de su pubis contra mi clítoris y a la sensación de estar completamente llena y sometida… y disfrutar.
“Vaya chochito que tienes… mírate, te está encantando, te gusta no poder moverte, que te haga estar incómoda, que te maneje… te gusta que te haga sentir tan puta, pequeña; te pone súper cachonda que te trate así…”
Jorge seguía follándome, buscando su placer y obviando el mío, y tenía razón: aquello me encantaba.
“Cómo…” fue acompañando cada palabra con una embestida, y sin querer noté tensarse mis entrañas. “Cómo… puedes… ser… tan… sumisa… jodeeeer…”
Con la última palabra, se le cerraron los ojos y descargó dentro de mí, desplomándose. Le acaricié el pelo sin moverme, observando cómo recuperaba la respiración.
Abrió un ojo y me miró.
“Pues no ha sido tan largo… luego seguimos. Uf, te odio”
Solté una risita tonta. Aún seguía teniéndole dentro, aunque (¡por fin!) se iba deshinchando poco a poco.
Seguimos de aquella guisa unos cuantos minutos, no sé cuántos, hasta que empezaron a dolerme las caderas y le empujé con cuidado para quitarle de encima y encenderme un cigarro.
Jorge cogió el mando de la tele y se puso a zapear. Yo me sumí en mis pensamientos. Estábamos en el mismo sofá, desnudos, en silencio; apenas había contacto entre nosotros, pero en aquellos momentos estaba tan a gusto que me daba igual. Ni siquiera me planteé qué podía estar pasando por su cabeza, solo estaba disfrutando del momento posterior a ser follada con tal intensidad, de notar mi sexo resentido y aún húmedo con la mezcla de sus flujos y los míos, recordando los momentos de esa noche en los que me había hecho temblar y la sensación tan placentera de saberme totalmente suya por unos momentos. Pensar eso me asustó un poco.
“¿Qué piensas?” me dijo Jorge justo en aquel momento. “Te ha cambiado la cara”.
“Estaba repasando la noche” respondí.
“¿Y…?”
“Lo he pasado de miedo”
“No hemos acabado” apostilló. “Pero la cara que has puesto no era de eso.”
“En realidad, sí. Eres muy bueno, Jorge, eso me preocupa”
“¿Sí?”
“Estás pillado por otra persona. No quiero engancharme. Solo es eso”
“Anita… ya estás enganchada. Te encanta mi polla y te encanta lo que te hago con ella. Te gusta cómo te follo y lo guarra que te hago ser, y que paremos y hablemos de ello o de cualquier otra cosa y luego volvamos al tema.”
No respondí, porque en realidad tenía razón. Miré por la ventana y vi cómo comenzaba a despuntar el día.
“Y lo peor de todo… te gusta la situación que tenemos. Los dos con pareja, quedando a escondidas, el riesgo de que nos puedan pillar. Te da morbo. A mí también. Y sabes que no vas a encontrar a nadie que consiga lo mismo que yo.”
“Será difícil, sí.” Respondí en un murmullo.
“¿Ves? Pero a mí me pasa lo mismo. ¿Qué problema hay?”
“No sé. Me gusta lo que hacemos”
“Pues ya está… Si arreglo las cosas con Mónica ¿tú crees que me voy a olvidar de ti? ¿que renunciaría a tener tu chochito para mí una o dos veces al mes? No seas tonta.”
“No es eso, no es eso…”
“Bien, me alegro.” Dijo con chulería. “Para que se te pase el mal rollo, ponte de rodillas.”
Obedecí.
“Cierra los ojos. Bien. Las manos atrás… perfecto. Ya sabes lo que tienes que hacer.”
Y lo sabía. En aquellos momentos, su pene estaba reducido a la mínima expresión, así que me dediqué a besar, acariciar, lamer y chupar para notar cómo, efectivamente, aquello volvía a desperezarse. Aquel chico era insaciable…
Oí un sonidito electrónico, pero no le di importancia. Jorge había vuelto a poner la mano en mi cabeza y dirigía mis movimientos. Me encantaba notar cómo se estremecía cuando recorría la extensión de su sexo con mi lengua, me encantaba la textura de su piel en mi boca, el sabor de mis flujos diluidos con mi saliva, la presión de su mano y su respiración acelerada. Retrocedí hasta situar la punta de su polla en mis labios y abrí los ojos para encontrarme, de frente, con su teléfono puesto en horizontal.
Cogí su polla con mi mano.
“Que no me grabes, cabrón con pintas” farfullé.
“Te gusta”
“Sí, pero no quiero que se me vea la cara” dije, para olvidarme al momento y meterla entera en mi boca, golosa.
“Pero si te encanta que te grabe… te pone súper cachonda”
“Ya, pero me da mal rollo” contesté, siguiendo al segundo con la tarea.
“Joder, pequeña, cómo la chupas… buah…” añadió empujando más fuerte. Mi mano se fue sola hacia mi entrepierna. “Míralo, te pone súper cachonda que te esté grabando mientras me la chupas”
“Ya, pero que no me gusta que se me vea la cara” respondí.
“Deja de quejarte.” Paró la grabación y me alzó en un solo movimiento, poniéndome de rodillas sobre el sofá y volviendo a meterme su polla sin compasión ninguna. “A… ver… cuándo… aprendes… a… no… quejarte… y… hacer… lo… que… te diga, joder”
Cada empujón que daba me hacía empotrarme más contra el respaldo del sofá. Tuve que hacer fuerza con los brazos para evitar desplomarme.
“Eres mi putita, eres la puta de un traficante, y tienes que aprender a obedecer” dijo en mi oído mientras me agarraba del pelo. “Eres mía, puedo hacer contigo lo que quiera, y como eres tan guarra, te va a encantar” acompañó sus penetraciones con caricias bruscas en mi clítoris que hicieron que volvieran a temblarme las piernas. “¿Eh?”
“Sí” musité.
“No te he oído, habla más alto.”
“SÍ” grité.
“Me encanta. Agáchate.” Empujó mi cabeza con brusquedad hasta que apoyé la cara en el asiento, me cogió de las caderas y comenzó a darme aún más fuerte, tanto que me dolía la espalda. Soltó un cachete en mi nalga derecha… y gemí. No me había dolido, ardía, con un ardor que conectaba directamente con el centro del placer en mi cerebro.
“Más” pedí.
“¿Qué dices?”
“Más, por favor”
“Joder si eres puta…” añadió, dándome otra vez. “No solo te gusta lo que te doy sino que encima pides más… mira lo abierta de piernas que estás, estás chorreando, joder, guarra, me estás poniendo perdido… ¿Tanto te gusta lo que te estoy dando?”
“Me encanta” volví a farfullar contra el sofá mientras él seguía alternando sus penetraciones con golpes cada vez más fuertes en mi trasero.
“Y a mí, enana…” rodeó mi cintura con su brazo y dio varias estocadas más, rápidas, secas, bruscas, hasta relajarse de nuevo sobre mí besando mi espalda. “Somos brutales juntos”
“Y tanto”.
Tras relajarnos un poco, nos fuimos a la cama. Jorge me abrazó por la espalda y se quedó dormido en segundos. Yo recordé los planes que había hecho, mandé un whatsapp a las chicas diciendo que me encontraba fatal, y me quedé despierta un par de horas más, repasando todo en mi cabeza, tratando de no moverme y no despertar a la joyita que dormía conmigo.
¿Qué coño pasaría después? ¿Mónica volvería a su vida? ¿Cuándo iba yo a dejar a Chema? ¿Por qué me esquivaba el sueño?
Todo eso y un poco más me daba vueltas, hasta que, agotada, caí en la dulce inconsciencia del sueño.