4.1. Descendiendo (primera parte)

Sé que he tardado... pero a veces las palabras se atraviesan. Jorge me tiene un poco abandonada, ¿qué demonios estará pasando?

“Genial pequeña. Mónica acaba de llegar. Hablamos el lunes. Besos”

Trece días habían pasado desde aquel mensaje. Trece. No podía evitar contarlos.

Trece días sin noticia ninguna de Jorge… y no me atrevía a escribirle, no fuera a ser que tuviera compañía.

La verdad es que la situación me estaba empezando a afectar. No soy una persona especialmente segura de mí misma, y cuando por fin me había venido arriba, ¡pum! la magia desaparece y te deja colgada. No llegaba al extremo de preguntarme qué había hecho mal, pero no podía dejar de dar vueltas a qué estaría sucediendo para que no se dignara ni a mandar un puto whatsapp.

Volvía a ser viernes por la mañana. Marta y yo desayunábamos café y hablábamos de chorradas del trabajo. Esta chica tiene un sexto sentido, o algo, para no meter el dedo en la llaga si ve que va a doler más de la cuenta.

Nos arreglamos y salimos para el trabajo. Mentalmente, intentaba prepararme para otro fin de semana de reclusión y series, de recuperar horas de sueño y comer chocolate en cantidades insalubres. Pasar la práctica totalidad de mi tiempo libre sola no me resultaba muy apetecible, pero… no había más opción.

El día se pasó sin pena ni gloria, llegaron las cinco, despedí a mi compañera, hice compra (doritos, cerveza y tres tabletas de milka de 300g) y aparqué a la puerta de casa. Debí cruzar la puerta como quien entra a la cárcel.

Coloqué cada cosa en su sitio y decidí darme una ducha. “Si estás triste, ponte más pintalabios y ataca”, dijo Coco Chanel; y aunque yo no iba a atacar a nadie, pensé que invertir tiempo en verme bien me ayudaría a no pensar.

Una vez duchada, exfoliada, depilada, con las cejas arregladas, las uñas pintadas y enfundada en el pijama más peludo de toda mi colección de pijamas peludos, me acurruqué en el sofá con una bolsa de doritos, una cerveza y El Cuento de la Criada puesto en mi portátil. A mitad del segundo capítulo y tras varias latas de cerveza ya estaba un poquito mareada, así que cogí el teléfono. Leí que las chicas querían comer al día siguiente en la capital, y me pareció buen plan, así que me apunté. Y los ojos se me fueron a la conversación con Jorge.

“Eh, ¿qué coño está pasando que no das señales de vida? ¿Estás bien?”

Dos segundos después, el teléfono vibraba en mi mano.

“Sí, pequeña. ¿Estás en casa?”

“Claro.”

“Mándame la ubicación y te cuento dentro de un rato”.

A cuadros me quedé. ¡Si lo llego a saber, le escribo antes!

Rápidamente, recogí el piso (cuando me quedo sola tiendo al caos más absoluto), me quité el pijama y me enfundé en unas mallas y una camiseta ajustada. No le iba a dar el gusto de que pareciera que me había arreglado por él, después de tantos días sin saber nada, pero tampoco era plan de que al verme se le quitaran las ganas. Me tapé las ojeras, me solté el pelo y… ¿ahora qué? Jorge tardaría una hora y pico, me sobraba tiempo. ¿Qué hacer? Me encogí de hombros, abrí otra cerveza y seguí viendo mi serie sin enterarme de nada.

Al cabo de un rato, bastante más corto de lo que esperaba, sonó un coche aparcando en la calle, y segundos después, el telefonillo. Serían poco más de las diez de la noche.

“¿Sí?”

“Soy yo.”

“Sube”.

Apareció en mi puerta con unos vaqueros rotos, una sudadera de Hugo Boss y una bolsa de plástico enorme. Joder, a nada que se arregla se saca partido… qué desgraciadito, ya podía esforzarse un poco más a menudo. Dejó la bolsa en el suelo y directamente me cogió la cara y me besó, sin decir nada.

“Pasa, anda” dije, cogiendo la bolsa. “¿Qué traes aquí?”

“Conociéndote, lo mismo no tenías ni cena. Y yo pasaba de quedarme sin cenar. Enciende el horno”

Mandón como él solo. Saqué una cerveza y unas patatas y le dejé en el salón mientras metía la pizza en el horno y sacaba el resto de cosas de la bolsa. Dos botellas de vino blanco, doce latas de cerveza, una botella de whisky y otra de cocacola. Santo dios, ¿pero qué pretende este tío? Si nos bebemos todo esto entre los dos, la resaca va a ser de órdago.

Con todo colocado, volví al salón y me senté en mi sofá, con la cerveza en una mano y un cigarro de la otra.

“Bueno, ¿me vas a contar qué pasa?”

“Claro. A ver, no es muy largo de contar, pero necesito que me des tu opinión sobre esto” dijo, bebiéndose después casi media lata de un trago. “Después de que te fueras, ese fin de semana estuve con Mónica. Todo fenomenal. La verdad es que estoy muy pillado por ella, ya lo sabes, y decidí que ya estaba bien de hacer el tonto quedando contigo. Follas muy bien, me encanta hablar contigo, pero quiero centrarme y no me gusta tener que sentirme culpable.”

Le miré de hito en hito. ¿Qué coño hacía en mi casa, entonces?

“Espera. Resulta que el sábado pasado era su cumpleaños. Reservé un hotel para ese fin de semana, el viernes nos fuimos a cenar, echamos un polvo increíble, incluso acabamos haciendo planes de irnos a vivir juntos. Pues resulta que el sábado, al despertarse, debió de cambiar el chip. Ni me tocaba, ni se acercaba, ni me dejaba acercarme a mí. Claro, tú imagínate, a mí eso me dejó descolocao, y se lo dije. Total, que me montó un pollo increíble porque ‘no respeto su espacio’, y se fue, dejándome a mí con otra noche de hotel pagada y sin tener ni puta idea de qué coño acababa de pasar”

“Ostrás. Qué fuerte”

“La cosa es que me ha bloqueado de todas partes y no me coge el teléfono. No entiendo nada”

“Joder, no me extraña”

Se le veía mal al contarlo. No quise acercarme y darle un abrazo por no agobiarle, pero me salía de dentro al ver la pena con la que me lo decía. Me encogí de hombros y di un trago a la cerveza.

“¿Y no sabes nada más?”

“Nada.”

“Pues te falta información, chico. Una reacción así no es normal, siento decírtelo. O tiene problemas mentales o hay algo que no sabemos por ahí.”

“Pues eso me parecía a mí. Por lo menos me quedo más tranquilo viendo que no soy el único que lo piensa. Voy a por la pizza”

En menos de un minuto traía la pizza, una botella de vino y dos vasos. En mi casa no hay copas, es lo que tiene vivir de alquiler.

“¿Tienes dados?” Preguntó.

“Sí, ¿para qué?”

“Sácalos y ahora te lo cuento”.

Saqué los dados y nos comimos la pizza en un santiamén.

“Tira los dados” dijo mirándome.

De repente, la atmósfera en la habitación había cambiado del todo.

“Cinco” dije, sin saber qué leches quería.

“Dos, mierda. Ahora me bebo un trago de vino.”

Me entró la risa. Era todo bastante surrealista, a ver, el tío al que me tiro no da señales de vida en dos semanas, aparece de repente en mi casa, me cuenta sus movidas con la novia y ¿quiere jugar a un juego de beber?

Tiré los dados, volvió a tirar y esta vez perdí yo.

Seguimos así hasta acabar la primera botella de vino. Sumado eso a las cervezas anteriores, yo iba un poquito mecedora ya.

“Anita… estoy jodido. Y estamos en confianza, ¿no?”

“Claro” ¿por qué nunca sabía dónde quería ir a parar?

Se levantó al oír mi respuesta, sacó la cartera y fue hacia la mesa de cristal del comedor.

“Supongo que no te importa que me haga una raya. Me apetece mogollón”

“Estás en tu casa. Además, ya sabes que no te voy a liar drama, que no lo haga yo no quiere decir que te vaya a echar la bronca… ya te lo dije, si no lo he probado es por miedo a que me guste”

“¿Lo dices en serio?”

“¿Qué parte? Da igual, sí, lo digo todo en serio”

“Joder, esa no es razón para no probarlo. Hay más razones, pero esa no me vale”

“Pues es la que tengo”

Se quedó parado a medio movimiento, y tras cambiar rápidamente la expresión de su cara un par de veces, se inclinó sobre la mesa y preparó tres rayas.

“Dos son para mí y la otra, si la quieres, para ti. Si no la quieres, ya caerá luego” añadió riéndose.

Tuve un momento de indecisión, pero supongo que el alcohol espolea mi parte estúpida, así que cogí el billete que me tendía, me retiré el pelo de la cara y me incliné yo también sobre la mesa, metiéndome aquello para dentro.

Aparte del sabor medio dulce medio amargo en el fondo de la nariz… no noté nada. Me esperaba algo más espectacular, la verdad, ¿tanto jaleo para esto?

“¿Qué te parece?” preguntó Jorge.

“No noto nada” Mi cara debía de ser un poema.

“Ya te darás cuenta, ya. No te preocupes. De todas formas, me tienes que prometer que si vuelves a probarlo, solo será conmigo.”

“¿Eh?”

“No quiero que te enganches a esta mierda. Con lo que yo me he metido por la nariz, tendría para un par de pisos en la capital o un chalet decente… y ese es el menor de mis problemas”

“Bueno. No creo que lo haga, me parece que es algo demasiado caro para lo que aporta”.

“Seguro” dijo con una sonrisa sardónica.

Me senté en el sofá y se sentó conmigo, en vez de ponerse en el otro.

“La verdad es que estos días no han sido buenos. Joder, Ana, tú sabes que se me da bien leer las intenciones de la gente, pero llevo fatal entender a Mónica. No sabes cómo me jode. Hay muy poquitas personas que me importen hasta ese punto, y no entender nada… mal”

Mi parte maternal salió a la superficie de nuevo y le abracé como pude. Me daba lástima ver a Jorge, que siempre iba tan subidito, tan de capa caída.

Pasó su brazo alrededor de mi cintura y me atrajo más hacia sí.

“Por lo menos tú escuchas y estás ahí. Y sabes que también eres muy importante para mí, ¿no? No es solo llegar y echar un polvo, es que con nadie puedo hablar de esta manera sabiendo que no me va a juzgar y que encima puede aportar algo. Y encima, la chupas de muerte… podías recordármelo, que a este paso se me olvida”

Me pareció una buena idea. No, miento, la verdad es que no me paré a analizarlo, simplemente metí las manos bajo su ropa, liberé su herramienta y me dediqué a pasar mi lengua por toda su longitud. Jorge me llevó a arrodillarme en el suelo, se la cogió con una mano mientras empujaba mi cabeza con la otra.

“Chupa con ganas, Anita. Te quiero follar la boca hasta que se te salga mi semen por la nariz. Dios… aprieta un poquito más los labios… joder, pequeña, o tengo muy mala memoria o has practicado estos días, buffff, me encanta. Coge aire, no te asfixies…”

Saqué casi toda la extensión de su polla de mi boca y cogí aire un par de veces, pero rápidamente volví al ataque intentando que me cupiera entera en la boca y a la vez presionar con los labios y con la lengua. Jorge seguía empujando, marcando un ritmo brutal, y yo iba luchando contra las arcadas, la dificultad para respirar y buscando su placer… aunque cada vez se me hacía más complicado.

“Joder, Anita, cómo la chupas… sigue así… uf no voy a tardar nada en correrme…”

Y justo cuando pensaba que iba a tener que morderle para poder respirar, en medio de una de mis arcadas, se corrió, llenándome la garganta de semen. Me retiré tosiendo, jadeando y con los ojos llenos de lágrimas, pero riéndome.

“Sí que tenías ganas ¿eh?”

“Llevo queriendo hacerte esto ni sé los días. Ufffff… qué bien.”

Seguía empalmado. Lo de este chico es otro mundo.

Comencé a levantarme para recoger un poco los restos de pizza y la botella de vino de la mesa, y en el viaje de vuelta, puse la otra botella de vino sobre la mesa.

“Vamos a dejarnos de dados. Bebe y ven”

Bebí medio vaso de golpe y anduve hacia él, que seguía sentado en el sofá. Me agarró del culo y me obligó a acercarme más. Subió mi camiseta con una mano mientras me besaba justo por debajo del ombligo.

“Me parece que te has quedado con ganas… y joder, te lo has ganado, ¿no? No todos los días te la chupan tan bien…”

Yo seguía de pie, extrañamente sin ningún tipo de pudor. Bajó mis mallas hasta quitármelas junto con las braguitas y los calcetines, y metió la mano entre mis muslos.

“Vas a estar de pie y te voy a masturbar. No puedes sentarte, no puedes tumbarte y no puedes retirarte hasta que te corras. Procura no moverte. Ah, y no cierres los ojos. Mírame.”

Empezó con suavidad, explorando mi carne sensible hasta dar con el punto… justo ahí. Me temblaron un poquito las piernas y se me cerraron los ojos.

“No te muevas, ¡MÍRAME! Quiero ver la cara de guarra que se te pone. Y quiero que lo veas”

Con cada frase me acometió con dos dedos, bruscamente. Me dolió un poco menos de lo que era esperable, notaba lo mojada que estaba y eso me ponía más cachonda.

“Buah pequeña estás empapada. Lo estás disfrutando, mírate. ¿No te da vergüenza, medio desnuda, ahí de pie, recibiendo?”

“No”

“Ya veo que no, guarra. Me estás empapando la mano… ¿y si te meto otro dedo?”

La pregunta fue acompañada de la acción correspondiente. Mi coño no ofreció ninguna resistencia… joder. Cogí aire y lo solté en un gemido contenido.

“No hagas ruido… ni siquiera hemos puesto la tele, los vecinos te van a oír. ¿No querrás que sepan que eres una guarrilla que se folla a alguien que no es su novio, no?”

Jorge iba acelerando el movimiento de su mano. A mí me estaba costando dios y ayuda seguir manteniéndole la mirada, controlar el temblor de mis rodillas y encima no hacer ruido. Se me olvidó respirar. Cada vez era más rápido, más brusco, más bestia; cada movimiento que hacían esos tres dedos en mi interior me llevaba un pelín más cerca de la caída al vacío.

“Si vieras cómo entra… te encanta que te esté mirando. Tendrías que verte. Tienes una pinta de puta increíble. Espera…”

Sacó los tres dedos de mi interior solamente para añadir uno más. Joder, su mano era más grande que la mía.

“Ni un ruido, Anita…”

Comenzó a mover la mano de nuevo. No iba a poder aguantar mucho más, estaba intentando controlarme por miedo a caerme, pero cuando noté un dedo de su otra mano abrirse camino por mi culo, fue demasiado, se me escapó un gemido, se me entrecerraron los ojos y me temblaron las rodillas hasta que caí al suelo.

“Brutal” dijo dándome un beso.

“Y tanto” convine intentando recuperar la respiración.

Continuará...