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Se acerco por detrás. Ella, distraída, revisaba el montón de libros viejos buscando algo interesante para añadir a su extensa biblioteca. Pudo oler su perfume, ese perfume que recordaba desde la primera vez, hacía nueve días, en que ella entró

Se acerco por detrás. Ella, distraída, revisaba el montón de libros viejos buscando algo interesante para añadir a su extensa biblioteca. Pudo oler su perfume, ese perfume que recordaba desde la primera vez, hacía nueve días, en que ella entró en la tienda de libros de segunda mano. Tan poca gente entraba ya en el desvencijado tenducho que, comido por el polvo y el olor a papel raído, la bocanada de embriagador aroma que aspiró aquel día le obsesionó desde el primer momento, aquel olor de diosa, mezcla de almizcle y mujer sofisticada. Quedó seducido por las suaves curvas de ella, suaves pero firmes curvas de veinteañera encerradas en la rotundidad de un cuerpo de mujer, conseguidas con horas de gimnasio y los habituales paseos a caballo.

Ella sabía de su atractivo, lo notaba cuando, trotando el caballo, los hombres quedaban embobados con la suave oscilación de sus pechos, cuando el mozo del establo la ayudaba a desmontar y sus manos rudas asían sus caderas y se deslizaban un poco mas allá de donde el deber le permitía. Le gustaba gustar y hacía por ello, buscando cada día la forma de sentirse admirada, deseada.

La primera vez que entró en la tienda fue por casualidad, la torrencial lluvia otoñal la sorprendió en medio de la calle y, sin otro refugio mas cercano en el que guarecerse, entró en la primera tienda que encontró abierta. Esperando que terminara de llover se entretuvo mirando por encima los montones de libros mal apilados y sin ninguna organización y se sorprendió al ver un pequeño libro, una antigua edición de uno de los primeros cuentos que recordaba haber leído en su niñez. Tan rápidamente como empezó a llover terminó y al percatarse de ello abandonó rápidamente el establecimiento pues no tenía tiempo que perder, llegaba ya tardísimo a la reunión con el consejo de administración de la empresa que, con mano firme, dirigía desde hacía seis años, cuando su marido decidió irse tras el trasero de una bailarina brasileña a la que conoció fortuitamente en una "cena de negocios" y que lo enloqueció desde el primer momento, dejándola sola y sin idea de qué hacer con una empresa que, por intereses fiscales, resultó estar a su nombre sin ella saberlo. Al salir de la tienda se prometió sin embargo volver ya que le encantaban esos libros gastados y con los bordes comidos por el tiempo, la hacían pensar en las personas que los habían leído y disfrutado y esa sensación de conocimiento repartido la embrujaba.

Había vuelto tres veces más y había comprado, aparte del cuento recuerdo de su niñez, otros dos libros que había devorado en la soledad de sus noches, en la inmensa y triste cama de su gran dormitorio. En todas las ocasiones, al pagar, se limitó a esbozar una tenue sonrisa de compromiso al anodino hombre tras el mostrador, triste y gris como los libros que vendía e incapaz de despertar el más mínimo interés en cualquiera que lo mirase más allá de los dos segundos que merecía su aspecto.

Él vaciló, no estaba seguro de lo que hacía pero no podía detenerse. Cogió el libro más grande que tenía a mano, uno de los pesados tomos de la desgastada enciclopedia que había en la segunda mesa tras el mostrador, se acercó silenciosamente a ella y golpeó, muy fuerte, justo por encima de su nuca...

La tienda de repente se levantó, las paredes y el suelo se elevaron como impulsadas por un cíclope todopoderoso, el libro que sostenía entre las manos se alejo de ella y parecía volar, abriendo sus hojas como una mariposa vuelta a la vida y después la oscuridad lo invadió todo, poco a poco se hizo más espesa hasta ocultar incluso los pensamientos.

La cogió por los brazos y la arrastró, como pudo, hasta el cuartucho de la trastienda, donde tenía una pequeña cama en la que un colchón con más muelles que relleno destrozaba su espalda todas las noches. Le costó trabajo subirla, su cuerpo no era precisamente atlético, pero con un último esfuerzo la depositó sobre el camastro y se alejó unos pasos para contemplarla.

No podía creer que lo había hecho, su mísera vida solo se veía compensada por sus negros sueños de dominación, su enfermiza mente había recreado la escena muchas veces y ver ahora ese magnífico cuerpo tendido en su cama no hacía mas que devolverlo a un estado de semi ensoñación del que no sabía que parte era real y cual imaginada. Cuando, pasado un rato, fue consciente de que todo era real, no dudó ya y empezó a poner en práctica lo que había soñado una y otra vez. Su mente repasó los pasos tantas veces previstos

La resaca era insoportable, ¡Dios, como podía dolerle tanto la cabeza!, no podía ni moverse, no recordaba haber bebido tanto desde hacía mucho tiempo, es mas, ni siquiera recordaba haber bebido, de hecho no recordaba nada. La boca le dolía horrores, la tenía como adormecida, no podía cerrarla. Poco a poco la consciencia entraba en su cabeza, algo impedía el paso de aire, no podía respirar por la boca, solo por la nariz, su mandíbula abierta estaba bloqueada por algo gomoso que, por más que lo intentaba, no podía expulsar. Además sus manos… no podía llevarlas a la boca para extraer ese objeto extraño, ni podía mover sus piernas, algo en los tobillos las sujetaba abiertas. Abrió los ojos, pero una luz que al principio la cegó le impedía ver nada. Poco a poco sus pupilas se contrajeron y empezó a distinguir borrosas formas al principio que poco a poco fueron definiéndose. La bombilla, una bombilla enroscada en un portalámparas de latón casi negro de suciedad y corrosión colgando de unos cables de color imposible de distinguir por el polvo que los cubría y cuyo deslumbrante resplandor se volvió un brillo mortecino al acostumbrarse sus ojos a ella. Necesitaba desesperadamente cerrar la boca. Los músculos faciales, forzados durante tanto tiempo, hacían que su cara estuviese adormecida a la vez que irritantemente dolorida.

Empezó a preguntarse que ocurría, por qué sus manos y piernas estaban inmovilizadas, se fijó en más detalles, el techo de viejas vigas de madera carcomida y sobre ellas cañas cubiertas por yeso. Las paredes, pintadas de un azul empalidecido por el tiempo, con grandes desconchones en los que se veía también un amarillento yeso de fondo. Más abajo, hasta casi un metro del suelo, restos de la pintura azul convertidos en polvillo blanquecino por la humedad que comía la pared.

Oyó un ruido de fondo, una persiana chirriando al bajar y el golpe seco al llegar al suelo. Otro ruido metálico al cerrarse una cerradura y una puerta de madera que, al rozar contra el marco, se resistía a ser cerrada hasta que una patada en el mismo sitio de otras muchas patadas hizo que encajase definitivamente. Un pestillo se quejó finalmente al ser forzado contra su cierre en el marco de la puerta.

Los pasos se acercaron y, al arquear la espalda todo lo que sus ataduras se lo permitieron a la vez que forzaba su cabeza y su vista hacia atrás, vio un rostro borrosamente familiar. No sabía quién era ese hombre mal afeitado, con algunas canas sobre las orejas y un rostro que, siendo desconocido, no le resultaba extraño. Sus ojos azules eran lo único que destacaba de su cara, unos ojos brillantes de excitación y extrañamente perdidos en el tesoro que se tendía sobre su cama. Recordó los libros, la tienda, ¡el librero!, el rostro era de ese hombre tras el mostrador al que alguna vez había tendido algún billete pequeño para recoger unas monedas sueltas y al que no había prestado más atención que a cualquiera de los conductores de los cientos de taxis que había tomado en los últimos años.

Algo sin embargo hacía distinto a este hombre, lo vio en su mirada, el fondo de sus ojos se endureció y esta expresión se extendió por su rostro como si una extraña enfermedad atacase el mismo hasta cubrirlo por completo.

El hombre se acercó, la contempló, la excitación que una hora antes había llenado su cabeza corrió por su cuerpo y la invasión de adrenalina le hizo sentir una agitación hasta entonces desconocida.

Se sentó en el borde de la cama y, sin mediar palabra, apretó uno de sus senos, la sensación era indescriptible, su mano presionaba el pecho de la mujer sobre su ropa y la suavidad que adivinaba le hizo excitarse de inmediato.

La mujer cambió, su inconsciencia inicial dio paso al estupor y después al miedo. No sabía que hacía allí, no podía moverse y finalmente vio al extraño conocido tomar su cuerpo sin vacilar y eso la aterrorizó. Sentía como la mano del hombre apretaba su pecho cada vez más fuerte hasta hacerle daño. La mano se entretuvo con el segundo botón de su camisa hasta que el mismo cedió y se introdujo bajo la misma. El sujetador no cubrió su seno durante mucho más tiempo y sintió esa mano extraña sobre su piel, la áspera piel de la mano rozaba su pezón y lo apretaba cada vez con más fuerza hasta hacerla gritar de dolor, pero el grito murió en su boca, la bola de goma de su boca, atravesada por una sucia cuerda que rodeaba su cabeza, impidió que el aire saliese.

Sintió la otra mano del hombre posarse en su muslo derecho, sobre la tela de su pantalón de sastre y ascender rápidamente hasta su entrepierna. Frotaba con desesperación su sexo por encima de la tela hasta que pareció no tener bastante e intentó meter la mano bajo la cintura del mismo.

No podía, por más que lo intentaba no conseguía meter más de media mano bajo el ajustado pantalón y se puso entonces a buscar los botones o la cremallera del mismo. No sabía como acceder a ese sexo que ansiaba desesperadamente. Finalmente vio la apertura lateral, tiró violentamente hasta que dobló el corchete que cerraba la cintura y la cremallera cedió hasta el inicio de su muslo. La fina lencería negra quedó a la vista y el hombre, ya sin impedimentos, introdujo la mano bajo el elástico de su ropa interior y llegó directamente a su cálido sexo. Al igual que hizo anteriormente con su pecho, frotó rudamente el sexo de la mujer como si temiese perderlo en breve y no quisiese desperdiciar un solo momento de disfrutarlo. Obsesionado, siguió bajando la mano hasta que sus dedos pudieron introducirse en la húmeda vagina de la mujer, primero uno, dos, tres, cuando los cuatro dedos entraban y salían de la mujer, que se agitó con desesperación.

Este es mi primer relato, os ruego me escribáis y me digáis si me molesto en seguirlo o mejor me estoy quieto. Si os interesa que siga por favor decidme lo que os parece mal o lo que cambiaríais para intentar mejorar en el futuro.

Gracias a todos