4.-An end has an start
Filial-Gay. Cuarto capítulo del libro On the play, cuenta la historia de Néstor, un joven que junto con su padre vive momentos de máxima pasión, disciplina y referencias en un mundo en el que tiene que aprender deprisa. Relaciones con amigos, primos, y desconocidos, rebeldía y chispas de vida en una serie que no te dejará indiferente.
"Yo elegí este tipo de vida y de nada me arrepiento, me siento plenamente complacido y agradezco cada uno de los minutos que me ha deparado compartir mi tiempo a tu lado."
Continuación del libro On the Play.
Capítulo anterior: Make no mistake
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4.- An end has an start
Mi primo venía más buenorro que ningún año, de verdad, pero a la vez venía espacialmente empeñado en hacerme rabiar y atacarme sin reservas cada vez que tenía ocasión, además mi tío estaba en estado caramelizado con su hijo, lo que no era para menos, porque era un verdadero modelo de revista gay, y nada de lo que yo podía denunciar de mi desafortunada situación parecía que mostrara un atisbo de apoyo por su parte. Todo lo contrario, podía ser incluso contraproducente acusar a mi primo una vez más de su obstinación en hacerme más difícil mi vida diaria a su lado, por lo que rápidamente supe que tendría que buscarme la vida por mi cuenta y resolver mis pequeños problemas como pudiera, y por si aquello no fuera poco tenía también la comparsa de Antonio, el hijo de Alberto amigo de mi padre que también compartía las vacaciones con todos nosotros y que era íntimo de Ezequiel, mi querido primo.
Pero como bien dicen The editors que sonaban en aquel momento por algún rincón de mi memoria, an end has an start y si bien todo final tiene un principio, ese fue el martes de aquella tarde de julio de un calor horrible, en esas horas donde el sol cae a plomo y toda persona medianamente inteligente duerme la siesta, menos yo, que nunca he conseguido dormir la siesta y estaba en el suelo, apoyado en la puerta del vestidor, al lado de la cama donde dormía mi padre plácidamente tal como lo demostraban sus ronquidos. Tenía que hacer unos ejercicios, tarea obligatoria impuesta por mi padre antes de dejarse caer en aquel sueño, y yo sólo quería salir de allí y que algún duende mágico se encargara de aquella pesadilla de ciencias naturales, donde todas las preguntas son del tipo dibuja y explica ni sé dibujar, ni estaba con disposición de explicar nunca nada y mi padre puede atestiguar que la explicación más larga que he dado nunca ha sido no sé cómo ha pasado. Así que aprovechando que mi mentor amado dormía como un lirón y que podía burlar más que fácilmente su vigilancia, me arrastré fuera de la habitación para coger mi mp3.
Y allí estaban.
Mi primo Ezequiel y su amigo se desnudaban en el césped y mientras Antonio se tumbaba apoyando su cara contra el césped, Ezequiel empezaba un masaje de toda su espalda y su culo sin dejar ni un solo centímetro. No soy de mirar nunca nada, suelo estar en todos los asuntos o no, pero el espacio intermedio del observador no lo había probado nunca, pero en ese momento me quedé paralizado. Dos cuerpos hercúleos, sobre los que puedes hacer una clase de anatomía en la que no haría falta ningún dibuja y explica, con un leve dorado y sobre los que el sol sigue proyectando un arco iris de cobrizos, morenos y bronceados reflejos sobre sus torsos. Un espectáculo más que digno, y entonces mi primo pasó del masaje con las manos a una sucesión de lengüetazos que iban avanzando peligrosamente hacia el culo de su compañero y empezaban a taladrar con su lengua rosa y hábil el agujerito de un estremecido Antonio que apretaba ahora los puños arrancando algunas briznas de césped, que volaban con un tímido aire de costa. Y allí metía la lengua sin detenerse, encajando su naricilla en la rajita que formaban los dos cachetes duros de Antonio, que se dejaba clavar con total entrega, alzando su culete para permitir una exploración más concienzuda y cómoda.
Se me puso como una barra de acero. Y mi mano se fue a ella para poder compensar tan soberbio empalme de alguna manera, entrecerré los ojos y como en un sueño deslicé mis dedos con rapidez sobre mi contundente pene.
Y debí gemir.
O hacer algún ruido, o simplemente la suerte no se alió conmigo porque Ezequiel subió como una gacela a mi lado despertándome de mi trance voyeurístico particular, más basado en la imaginación que en la observación real:
-¿qué estás haciendo mojito?
Fue como un cubo de agua fría, pero lo peor es que apareció ante mi desnudo como un salvaje, con su cuerpo elástico tenso, con un olor de macho hormonado impresionante, con unos ojos oliváceos que agudizaban la mirada sobre los míos, y aquello no ayudó para nada a bajar el calentón que yo tenía. Encima me atenazaron dos miedos inmediatos: el primero que se despertara mi padre, las siestas de mi querido progenitor son sagradas, y nada, es decir nada, puede interrumpir ese descanso si no es absolutamente de importancia suprema, y lo segundo que se despertara y además me pillara pajilleándome a la vez que miraba a mi primo y su amigo, eso rompía la regla número uno, mejor dicho, número cero, establecida desde que tengo memoria de que nunca jamás podía tocarme sin su expreso consentimiento y finalmente podía levantar ciertos celos no deseados en mi padre que sabía que serían contraproducentes, no está bien mirar otros culitos, ni otras cositas, esa es la regla número uno.
-por favor, no grites, están todos dormidos- no quería traslucir el miedo que me daba que mi padre especialmente se despertara, encima estudiando ciencias lo que se dice estudiando, no estaba, ¿se podía entender como una clase práctica?, pero era evidente que el hecho de no estar estudiando también era un condicionante a tener en cuenta dadas las circunstancias...
Pero mi querido Ezequiel me supera en más de diez años y era un zorrito viejo y supo usar aquella situación embarazosa en su provecho.
-¿y por qué no voy a gritar?, ¿acaso no puedo llamar a Alberto, a mi padre o al tuyo y contarles lo que estabas haciendo? Mirón, y encima pajillero. Eso no está bien mojito, sabes que hay unas reglas.
-Por favor, no lo hagas, por favor, te lo ruego.- me corría el sudor por la espalda, pero lo peor es que aquel miedo no ayudaba para nada en que se me redujera el pene de caballo que se me había puesto, y que estaba allí como un testigo de la conversación tan embarazosa que tenía lugar, todo lo contrario, las situaciones de presión me han puesto siempre al borde de la excitación sin poder evitarlo.
-vamos,- me subió el pantalón y me arrastró abajo, por la escalera, al baño de esa planta.-espera aquí quietecito.
¡Uff!, ¿quietecito? ¿Estaba de coña? ¡¡Si tenía entre mis piernas el instrumento al borde de la explosión nuclear!!
Llegó al poco con Antonio, ambos desnudos, enormes a mi lado:
-verás primo, ven aquí, se sentó en el borde de la bañera y me cogió de ambas muñecas- vas a hacernos un par de cosas y se nos olvidará que estabas mirando desde arriba, y nadie se enterará de nada, y sin quejarte, ¿vale?, de todas formas no serán desagradables para una putita chica como tú.
Putita chica humm. Miró a Antonio y se dibujaron unas sonrisas amplias de perlas blancas muy bien alineadas.
Me quitó el pantalón y el calzoncillo apretado de lycra que me pone mi padre, esos son los que le gustan, los que me marcan el culo y el paquete bien, salieron de mis pies ambas prendas y me dejó la camisa, una camisa de manga corta de color azul muy claro. Me puso a cuatro patas, con las rodillas clavadas y las palmas de las manos delante de ellas y él se arrodilló a mi lado, me separó las piernas y quedó mi culo bien abierto, con los testículos duretes colgando, el pene lo tenía muy erecto y no colgaba nada, de hecho me rozaba el michelín de mi barriga. Y empezó a pajearme sin piedad, entonces Antonio se puso detrás y comenzó un trabajo bastante bueno con su dedo en mi agujerito.
No esperaba nada de esto, así que mi organismo recibió aquellas caricias repentinas con sumo gusto y el placer corrió a apoderarse de mí sin considerar nada más:
-ayy, ay más despacio
Pero no fue así, les escuchaba reír, entonces el dedo de Antonio desapareció para que llegara su lengua de manera inmediata y mi primo se especializó con saña en mi pene que estaba a punto de reventar sin dilación y entregar toda la leche almacenada en los últimos días.
Gemía, sudaba y pedí que me quitaran la camisa, me moví un poco cuando la lengua de Antonio dio paso a dos de sus dedos que como una pinza de escorpión se retorcía y giraban en mi interior provocándome unas sensaciones de placer inconmensurables a la vez que Eze se concentraba en mi anillo del glande para que ninguna posibilidad de escape de aquel mar de placer se disipara para mí.
-¿te vas a correr primito?
-sssí.. sí.. no puedo más- y allí estaba yo aullando como un animal porque ya no podía aguantar más con aquellas caricias, las bocas, los cuerpos, como un nido de hormigas corriendo sobre cada espacio de mi cuerpo y provocándome un temporal de sentimientos incapaz de abarcar en palabras.
Y se detuvieron.
Pararon en seco.
Abrí los ojos cuando noté un plug bien grande colarse con un golpe seco y contundente en mi agujerito y como mi primo me ponía de rodillas y me ataba con el cinturón de un albornoz las manos a la espalda.
-¿qué es esto?, por favor, ¿qué pasa?
-vamos a trabajar, ¿no mojito?, ya está bien de no hacer nada.
Y me ofrecieron sus dos miembros que tenían una talla considerable, el mío estaba más duro que el de ambos, pero no tan grande, tenía ante mi boca un pene enorme y otro de postre, pero lo que tenía era una erección incontenible que precisaba de una atención inmediata para conseguir que se calmara.
Y palmeándome mi duro y desesperado falo, cosa que no resulto nada agradable, me dijo:
-estás tardando demasiado.
Entonces inicié la penitencia sin más demora, aquello fue duro, muy humillante, me habían puesto al borde del encantamiento para arrojarme a la realidad dura y ruin de tener que mamarles sus miembros mientras que empezaba a notar un cosquilleo muy desagradable en mi zona testicular.
Y chupé con mala ostia al principio, lo que contribuyó a que Antonio a una señal de Eze, girara una vuelta más el plug y yo me encaminara en la senda de hacerlo mejor porque me temía que un apretón más hiciera romperse mi culito porque aquello se había convertido en una bola gorda y molesta, que hacía que olvidara el dolor de huevos para recordar un nuevo dolor que iba apareciendo como una puesta de sol, poco a poco pero con determinación.
Y chupé con cuidado y con toda la pasión que me dejaba el dolor evidente de mis testículos y de mi culete ocupado, lleno sin escapatoria alguna. Lo peor es que esta tarea hacía que mi preciado falo no decayera en su intento desesperado de que alguien le hiciera caso y allí abajo lo notaba erguido pidiendo ayuda a voces inaudibles para que alguien lo liberara de aquella tensión palpitante que le hacía gotear líquidos previos a un derrame enorme de esperma juvenil y salvaje.
Luego me arrebató su pene Ezequiel para que ocupara mi boca Antonio y tuve que concentrarme mucho en no ahogarme porque la tenía muy gorda y grande y le gustaba notar mi velo palatino golpeando su glande, lo que me producía una sensación de ahogo y a veces de nausea que contenía, pero mi falo corroboraba que no era desagradable, lo de verdad ingrato era la ignorancia a la que estaba sometido, la soledad en su enormidad y seguía esperando que alguien llegara a compadecerse y acabar un gran trabajo empezado y duramente continuado, pero suspendido en el aire truncado, pendiente.
Y Antonio explotó en mi boca, y le acompañó Ezequiel a la vez sobre mis labios que yo abrí para él también. Y tuve que tragar con eficiencia, mucha más leche de la que en mi vida me ha tocado tomar. Eran dos buenos sementales en su mejor momento y aquello lo garantizaban aquellos estallidos infinitos de esperma, que yo notaba salir eyectados sobre el paladar, la garganta...
La leche caía a borbotones por mi cara, yo hacía muchos esfuerzos para tragar, pero era mucha. Y nunca acababan, notaba como era espesa y caliente, con un sabor intenso, con un olor penetrante que reconocería sin problema.
Y cuando ya no podía aguantar más sin ahogarme, acabaron, casi tan a la vez como empezaron. Hubo unos segundos de pausa, Antonio me acarició el pelo con mucho cuidado, mirándome a los ojos, tenía una barba de varios días que le daba carisma a su rostro y era de piel blanca que contrastaba con unos ojos negros enormes, y yo estaba allí, con toda la cara mojada con su esperma, pero fue Ezequiel quien me dio la vuelta y apoyándome en el borde de la bañera me lavó la cara como a un bebé, mientras noté como Antonio con sumo cuidado y sin muchas prisas aparentemente me sacaba el tapón que me había llenado el culo un buen rato, y el esfínter se relajaba sin saber jamás si volvería a su tamaño normal, mucho más pequeño.
Como recuerdo final de su incursión en mis partes más íntimas me apretó las pelotas, lo que contribuyó a que me encogiera porque las tenía muy duras y estaba muy caliente y aquello me hizo contraerme en una mueca mientras me secaba la cara Ezequiel. No había alternativa, estaba absolutamente dispuesto a hacerme una paja en cuanto me soltaran las manos. Antonio salió del baño.
Ezequiel me vistió con sumo tacto, volvió a ponerme mis calzoncillos, ahora sí que marcaban, porque tenía un paquetón del quince, y lo hizo con un especial cuidado en no proveerme de un roce genial que me hiciera estallar, aquello era como manejar nitroglicerina, pero los explosivos se le dan muy bien a mi primo querido, luego me subió los pantalones con el mismo cuidado:
-eres un hijoputa cabrón, lo sabes ¿no?, el dolor de pelotas que me toca aguantar no es justo, no es justo. Suéltame las manos, mamón
Miró hacia mi cara encendida y dibujó su sonrisa más picarona, pestañeó con placer inmenso y me lanzó un beso desde sus labios tersos y carnosos:
-cabrón, hijo de puta, suéltam
-Holaaaa, ¿Néstor?, ¿dónde estáis chicos?
Mi padre estaba en la cocina, nos buscaba, me llamaba.
Mi primo se elevó y se dispuso a salir:
-Ezequiel, suéltame,-le rogué intentando correr tras él.
En un hábil giro dio un tirón del cinturón que cayó al suelo mientras él ya se había escabullido del baño y le hablaba a voces a mi padre.
Recogí a toda prisa el cinturón y cualquier otra muestra que diera alguna explicación de lo que allí había sucedido, y salí con prisa del baño. Me topé con mi padre que salía de la cocina, detrás de él, sentados, mi tío y Alberto tomando un café en la mesa de la cocina, con la cara de recién levantados. Mi padre me cogió por la barbilla y me estampó un beso que abarcó todos mis labios y me dejó sin aliento.
-¿te preparo un vaso de leche fresquita de merienda?
¿más leche? Pensé yo, y relampaguearon miles de imágenes de los dos machos soltando su lefa en mi boca, y de su olor y de sus gemidos, de los dos modelos griegos que me habían hecho mamárselas como un poseso mientras abandonaban una vez más el mundo de los vivos para endiosarse un poco más y volar sobre una pulga como yo, de los dos arrogantes hombres que me habían dado un poco de placer para castigarme con él mismo y me corrí, sin más, como si me hiciera un pis, fue una corrida enorme y larga, aspiré aire hasta que no cabía nada más en mis pulmones y fue exhalándose de mi interior como lo hizo todo mi esperma dejando una mancha más que evidente en el pantaloncito negro delante de mi atónito padre que clavó sus ojos azules en mi entrepierna
-Pero, ¿Qué es esto?, - mi padre se quedó petrificado, mi tío se estaba descojonando de la risa detrás, Alberto igual. Yo estaba allí sin poder moverme, con un corridón enorme.
-Sube a la habitación, lávate y espérame allí
-papá, es que
-sube inmediatamente, ¡¡de cara a la pared!!.
Sólo quedaron mis murmullos flotando en el aire, mientras subía cabizbajo las escaleras y notaba el roce húmedo de mi ropa en la entrepierna:
-hijo putas, cabrones, os enteraréis .