3ª parte corregido cualquier método es válido para
En esta tercera parte la protagonista va a comprobar en sus propias carnes como es la terapia que dicta la psicóloga. (corregido)
Supongo que lo tendría medio planeado y me invitó a cenar en su casa. Digo que lo tendría ya pensado porque mis ataques de mal genio cada vez se producían con menos intervalo de tiempo. Y eso ella lo sabía. Quería estar presente cuando eso ocurriera y en un sitio privado. Yo la verdad que cuando acepté en su invitación no pensé en ello.
Según llegamos a su casa me invitó a tomar una copa. Ya había estado una vez antes y conocía le distribución. Me dijo que mientras que se ponía cómoda que fuera a la cocina a servirme lo que quisiera y que a ella la sacara una cerveza.
Me senté en el salón a esperarla. Cuando llegó había cambiado su aspecto de eficiente psicóloga por el de una especie de ama de casa moderna. Vestía una bata tipo japonesa corta y se había hecho una coleta. Se la veía muy relajada. La verdad que llevaba sus treinta y tantos años muy bien.
- Carmen, veo que no te has descalzado. ¿podrías hacerlo por favor?.-
La primera vez que estuve me dijo que me descalzara, ya que el piso de tarima que tiene y mis zapatos de tacón no hacían buen juego, que se podrían estropear. No me importó la primera vez, y está tampoco, aunque se me había olvidado.
Dejé los zapatos a la entrada y mientras hacia el pequeño recorrido empecé a enfadarme. Si, a enfadarme. No me di cuenta en ese momento, pero estaba presentado uno de mis “prontos” de mal genio. Cuando llegué al salón la dije algo así…
- Joder, Sara, no me parece bien que te pongas tan borde porque no me haya quitado mis zapatos. ¿no será que te gustan demasiado y te da rabia vérmelos puestos?
Era una absurdez por mi parte, pero eso es lo que le solté. Me dijo Sara que me tranquilizase, que no pasaba nada, que eso lo hacía con todo el mundo. Pero en vez de tranquilizarme, continué alterándome. Me “calenté” yo sola y en muy pocos segundos. Y no tardé en que se me escapase un improperio contra Sara.
Atisbé como Sara cambió su semblante. Se puso sería y se levantó del sillón.
- Veo que no aprendes a comportarte como es debido. Eres como una chiquilla mal criada y mal hablada. Y eso no es aceptable. Pero yo tengo el remedio para descaradas como tú.
Lejos de parar en mi comportamiento, comencé a reírme de ella y la volví a insultar. No era capaz de parar de hacerlo.
Y Sara hizo algo que me dejo como una estatua. En un ágil movimiento, doblando la rodilla y echando el pie derecho para atrás, alcanzó la zapatilla que tenía puesta a su mano derecha. Y la agarró por el talón con mucha facilidad, como si hubiera estado haciéndolo toda la vida. No me había dado cuenta, pero cuando se cambió de ropa, se había puesto unas zapatillas de andar por casa de esas antiguas, de las que tenían la suela de goma dura. Una suela gruesa y rígida que de niña había probado más de una vez.
En ese momento me di cuenta de la situación, aunque no me dio mucho tiempo a pensar en ello.
- Ven aquí ahora mismo – me dijo Sara con la zapatilla en la mano y con cara de pocos amigos. – vas a tener el castigo que hace mucho tenían que haberte dado.
No pude, seguía inmóvil, aunque atine a decir otra frase despectiva hacia ella. Eso fue lo que en puso en movimiento a Sara. Con gracia y agilidad felina se puso a mi altura, frente a frente. Lo que ocurrió a continuación me desarmó completamente y me dejo totalmente alucinada.
Sara acercó sus labios a los míos, me dio un suave beso y me dijo al oído:
- Cielo, esto me va a doler a mi más que a ti, pero es necesario – y seguidamente su dulce cara se volvió a transformar en la de una mujer severa.
Inmóvil no es la palabra, petrificada sí. Así me quedé ¿Me había dado un beso en los labios? Jamás me había besado con una mujer, pero no me disgustó el beso. Aunque no entendí que clase de beso era, me pareció un beso maternal, o eso es lo que en esos momentos quise entender.
Seguidamente Sara y con una fuerza que no me esperaba, me agarró por la cintura, me agachó y posó boca abajo en el respaldo de la parte trasera del sillón. De esa manera no tocaban mis pies en el suelo y mis manos estaban apoyadas en el asiento del sofá. Seguía con la zapatilla en la mano, se la veía terrible. Lo poco que se fija una en las zapatillas cuantos están en su correspondiente sitio, y lo que llama la atención si la ves en la mano de alguien que te está amenazando con usarla en tu culo.
Era todo muy rápido. Iba a decir algo, no sé el qué, pero un fuerte ruido seco seguido de un gran dolor en mi nalga derecha me hizo callar. Pude escucharme dando un grito mezcla de sorpresa y aullido de dolor.
- Ya verás, te voy a dejar como nueva – estas palabras me hicieron poner la piel de gallina.
Me acababa de dar un fuerte zapatillazo en mi posadera derecha. Y se volvió a producir esa transformación en mi interior similar a cuando me dio días anterior la bofetada. Inmediatamente acepté mi situación. No dude. No me hice preguntas. No quise escapar. Fue todo muy rápido y concentrado. Solo me deje llevar.
Y comenzaron a caerme en mi querido culo azote tras azote. No eran ni muy rápidos ni muy lentos, pero picaban horrores. No me di cuenta de que estaba gritando hasta que Sara se detuvo unos momentos. En ese momento oí como salían de mi boca. Solo eran gritos, nada de frases o palabras.
- Cielo puedes gritar y chillar todo lo que quieras, aquí no te va a oír nadie. Ni yo pienso parar hasta que hayas aprendido la lección.
No sé los zapatillazos que me había dado hasta ese momento, no serían muchos, pero sentía mis nalgas palpitar. Seguro que ya estarían muy enrojecidas.
Una mezcla de sensaciones me inundó desde el principio, pero en ese momento fui más consciente. Por un lado sentí una paz interior que hacía años que no sentía. Por otro el dolor de mi culo era insoportable, no era agradable… pero por alguna razón que no atisbaba a comprender, en el fondo quería más. Una mezcla de vergüenza por mis actos, la comprensión de saberme merecedora de una buena azotaina por comportarme mal, la serenidad que me daba saber encontrarme en las manos de una persona adecuada y querida, el placer de abandonarme a todo sin pensar en nada, la expiación de mi mal comportamiento... supongo que más de uno y una me entenderéis. Era un tío vivo de sensaciones y sentimientos. Lo que si os puedo decir que desde el primer azote, mi ataque de mal genio desapareció. Como por arte de magia.
Cuando acabo la frase volvió a iniciar sus azotes. Serían cerca de veinte azotes repartidos entre las dos nalgas los que me propinó sin parar. Fueron rápidos. Algunos iban al centro de ambas. Y paró.
Yo me quedé en la posición en la que estaba esperando a ver que pasaba. Suponía que ya había terminado todo. Estaba con la respiración muy acelerada. La blusa que llevaba se le había desatado un botón y mis pechos, tengo bastantes aunque bien conservado, pugnaban por salir presa de la fuerza de la gravedad. No sé cómo me fije en mis pechos, pero en la posición en la que estaba era lo que tenía más a la vista
La falda parecía que aun aguantaba en su posición inicial. Llevaba una falta tipo ejecutiva de tubo, aunque ligeramente abierta. No os comenté pero me gusta mucho la ropa interior y suelo utilizarla a diario.
Me encontraba como en un sueño. Estaba pasando de verdad. Estaba recibiendo una verdadera azotaina, yo con algo más de cuarenta, y con el culo seguramente que colorado.
- Veo que ya se han cortado tus frases despectivas. Eso está bien. Es un buen comienzo. ¿Carmen, tienes algo que decir?.
- Uuufff si, que me pica mucho el culo. Ya está bien Sara, ya está bien. No aguanto ni un azote más. Ya es hora de que lo dejes, ¿vale?
- Pues no, no vale. Esto solo es comienzo. Creo que aún es pronto para saber si has aprendido o no la lección. Todavía me queda mucho trabajo por hacer. Así que no te relajes que todavía tienes mucho culo para recibir.
No me lo podía creer, ¿me iba a seguir pegando? Creo que era excesivo… bueno la verdad que no sé muy bien ya que pasaba por mi cabeza, porqué al momento de pensar eso ya no pensaba nada, seguía flotando entre mi estado interior de paz y mi dolor de culo.
Sara me cogió y me incorporó. Me dejo de pie plantada delante de ella. Yo eche mis manos para atrás a tocarme mis posaderas. Sara cruzo sus brazos y me dijo:
- Ni se te ocurra tocarte. Tienes que sentir bien las consecuencias de tus malos actos. Aunque esto no ha hecho más que empezar. Mientras que preparo unas cosas, te vas al rincón, te quedas de pie mirando a la pared y cruzas los brazos por detrás de la nuca. Y no quiero que digas ni hagas nada hasta nueva orden.
Me cogió de la mano y con una dulzura diametralmente opuesta a la severidad y dureza con que me había dado hace unos instantes unos buenos zapatillazos, me acompañó hasta el rincón. Ahí me quedé un rato, no sé muy bien cuanto tiempo. Mientras que pasaba el tiempo hoy cierto ruidos y me giré para mirar. Y vi como Sara me pilló. Me miraba fijamente con cara de pocos amigos.
- No te dije que no te movieras. Ahora tendrás diez azotes especiales extras de castigo por desobediente.
Rápidamente volví mi cara a la pared. ¿Cómo que azotes especiales? ¿Cómo que extras? ¿Es que iba a seguir azotándome?
Aunque todas estas preguntas se me pasaban por la cabeza, por contraposición me encontraba tranquila, y porque no decirlo, a gusto. Que cosas más raras pasan por las cabezas.
- Ya puedes volverte. Y ven aquí. – Sara había apartado varios muebles del salón y en medio había puesto una silla. Estaba sentada en ella. Comprobé como las zapatillas estaban en sus respectivos pies y respire con cierto alivio. Aunque ví como en la mesita que al lado había un montón de utensilios que no albergaban nada bueno.
Yo fui sumisamente, sin rechistar. Me quede frente a ella. En esos momentos me pareció la imagen más normal del mundo… ¡¡¡en que estaba pensando¡¡¡
- Bien Carmencita. A partir de ahora y cada vez que te comportes como una cría mal educada te llamaré así. Tienes mucho que aprender todavía, pero no te preocupes que yo te enseñaré todo lo que necesario, aunque me tenga que tirar las próximas semanas castigándote.
Vaya, que bien se había metido en su papel Sara.
- Ahora túmbate boca abajo sobre mis piernas y ponte cómoda, ya que voy a tardar un rato en “explicarte” como funciona esto – ¿vaya, ahora dar una buena azotaina se llamaba así?
No se me ocurrió decir algo, o revelarme o algo similar. Para mi propia sorpresa aceptaba esa situación sin ningún reparo.
Y me tumbé en las piernas de Sara. Eso me hizo estremecerme. Supongo que el contacto directo lo provocó.
- Ahora Carmencita, voy a darte una buena zurra por tu comportamiento de hoy y de los últimos días. Lo voy a hacer con la mano para empezar.
Bien, iba a utilizar la mano, eso tenía que doler bastante menos.
Y comenzaron a caer los manotazos. Pero rápidamente me giré a ver con que me estaba atizando, ya que dolía bastante. Eran azotes rápidos y duros. Y tal y como me había dicho me los estaba dando con la mano. Como dolía la condenada. Desde el principio esta vez solté pequeño gritos, ya que ahora era algo más consciente y evitaba que se me oyera. Los golpes resonaban en el salón y era algo hipnotizador.
Después de un rato, no sé cuánto pero el culo me picaba mucho, Sara me mandó levantarme. Por fin, pensé, que se había acabado todo. Nada más lejos de la verdad.
- súbete la falta y bájate las bragas hasta las rodillas, y que no se te caigan o te ganaras otros diez azotes especiales extras. – dijo Sara sin inmutarse.
Y seguí obedeciendo sin rechistar. Sentí como la cara se me ponía como un tomate. Era muy humillante y vergonzoso hacer lo que me acaban de ordenar, pero lo hice. Me subí lentamente la falda hasta la cintura y se quedó allí sujeta. Y baje mis braguitas de encaje blanco que llevaba ese día hasta las rodillas. Las medias a medio muslo a juego se quedaron dónde estaban, no me dijo nada de ellas.
No podía mirar a Sara a la cara. Me sentía muy pequeña. Pero las palabras que siguieron a continuación y lo que pasó no me lo esperaría ni en mil años.
- ¿Carmencita, cómo es que tienes las bragas mojadas?
No me lo podía creer. ¿Qué había dicho? ¿Era verdad? Miré hacia abajo y vi como la parte baja de las braguitas estaban empapadas. Por dios, ¿qué estaba pasando? Nada más decirlo supe lo que era. No era posible que todo aquello me hubiera provocado una reacción en mi cuerpo de ese calibre. Ahora sí que tenía la cara roja. Y me quedé sin palabras. No había sido consciente de ello hasta ese momento. ¿por ese me sentía bien mientras me azotaba?
- ¿Será posible que te hayas orinado encima? ¿quieres contestarme? Como te hayas orinado encima te vas enterar… espero tu respuesta.
No podía articular palabra. Otra vez mi cabeza a mas mil por hora. ¿Es que me excitaba que me azotarán, que me castigaran?, no, no, no podía ser. ¿Era por Sara? Menos, jamás tuve una experiencia lésbica, no me gustan las mujeres. De hecho soy un poco mojigata respecto al sexo. ¡¡Vaya papeleta¡¡¡ ¿Qué hago? ¿Qué digo?
Y lo que hizo Sara sí que no me lo esperaba. Pasó su mano por mi sexo. Y cuando la sacó la tenía empapada de mi esencia de mujer. Se la llevó a la nariz y olio. Se quedó mirando, me agarró fuertemente la mano y con una mirada asesina me empujó hacia sus rodillas diciéndome:
- ¡¡¡Carmencita serás cochina¡¡¡ - ¡¡¡y yo que creía que te habías hecho pis encima¡¡¡ ¡¡¡ y lo que has hecho es excitarte como una niña guarra¡¡¡¡
Y comenzó a azotarte con una fuerza inusitada. No me podía creer lo que dolían esos azotes. Ahora sí que echaba en falta la falda y las braguitas. Los azotes eran tremendos y el ruido que hacían casi era tan fuerte como mis gritos y lamentos. Me siguió regañando y azotando duramente. Fueron varios minutos. Y mis gritos dieron paso a gruesas y redondas lágrimas. No eran muchas, pero corrían por mis mejillas hacia el suelo.
- Eso, tu excitación, es porque no te he azotado debidamente. Creo que he sido muy blanda contigo, pero no te preocupes, que ahora lo soluciono.
- No Sara, no es eso. Para ya, me duele mucho, de verdad. No volverá a pasar, no sé qué me ha pasado…
Y siguió zurrándome con aquella mano que parecía de hierro. ¿Cómo podía doler tanto? Tenía que tener el culo al rojo vivo. Así estuvo cerca de cinco minutos que me parecieron horas. Y aparte del dolor, me fue provocando nuevamente ese sentimiento de paz y sosiego.
Paro un instante. Tomé aire. Estaba congestionada por la situación y por un momento me olvidé de todo. Pero Sara volvió a la carga.
- Bien, ahora que veo que esto va cogiendo un color medianamente aceptable, vamos a terminar de pintar tu culo correctamente.
Me plantó delante de la cara otra vez una de sus zapatillas. Y empezó a atizarme con ella. Ahora el dolor era muy grande. No creía que lo fuera a soportar. Aunque en el fondo sabía que sí. No me preguntes porqué, pero lo sabía.
- Te aseguro que esta lección no se te va a olvidar en varios días. Y te adelanto que te costará sentarte bien.
Cuando ya creía que no podía más Sara paró. Me ayudó a levantarme y con mucho mimo me llevó otra vez hasta el rincón. Parecía mentira la seriedad que ponía en zurrarme y la sensibilidad para tratarme. No salían de mi boca ni una sola palabra. Solo un par de lágrimas recorrían mi cara.
- ¿Tienes algo que decir?. Me dijo Sara. Pero las palabras no me salían.
- Bien pues ponte en posición.
Siguiendo sus indicaciones, me quite la blusa y la falda. Las braguitas las dejé a un lado también. Solo tenía las medias y el sujetador. Me sentía más pequeñita aun si cabe. Estaba de pie, con las manos a la altura de la cara y extendidas en la pared. El torso ligeramente doblado y separado de la pared. Así quedaba mi culo a su disposición. ¿Pero no había terminado ya? No me entraba ningún azote más… o eso era lo yo que creía.
Una de las veces que pude mirar, vi como el color de mis posaderas tiraban de un rojo fuerte a un ligero morado. Vaya paliza estaba recibiendo.
- Carmencita, no creas que me he olvidado de los azotes especiales extras. Lo prometido es deuda. Quiero que los cuentes en alto y me des las gracias.
No sabía cómo iban a ser, hasta que la dura suela de la zapatilla impacto con la parte alta de mis muslos, o dicho de otra manera, en la parte baja de mis nalgas. ¡¡¡¡ eso sí que dolía¡¡¡¡
Fueron cinco minutos terribles. No recuerdo muy bien los detalles, me encontraba en como en una especia de nube flotando. Me los dio muy despacio, demasiado despacio.
Sara me dio todos y cada uno de ellos. En los últimos me ayudo para no caerme y me agarró de la cintura. No sentía el culo. O lo sentía demasiado. No iba a poder sentarme en meses. O eso pensaba en esos momentos.
Me dejó de rodillas, de cara a la pared y con los brazos detrás de la nuca. No sé el tiempo que estuve, pero ahí rompí a llorar como una niña. Ya no eran solo lágrimas, sino una verdadera llantina. Sentía como me quedaba vacía y limpia por dentro. ¿Cómo era eso posible? No lo sé, pero así era. Un torrente de lágrimas me impedía ver. Todo lo que estaba echando con las lágrimas me impedía hablar. Era una limpia de cuerpo (por los azotes) y del alma (por las lágrimas que me depuraban).
En un momento dado sentí como Sara se arrodillaba a mi lado, me agarraba tiernamente y me abrazaba contra su pecho. Eso fue el detonante para soltar lo poco que me quedaba. Creía que ya no me quedaban más lágrimas, pero seguía equivocada.
- Sara, lo siento mucho, de verdad. Me he portado fatal y te he tratado peor. Merecía todos y cada uno de los azotes que me has dado. De verdad. No sé qué habría hecho sin ti… Muchas gracias, gracias… gracias….
Así, en esa posición, estuvimos un tiempo indeterminado. Hacia muchos meses, o incluso años, que no me sentía tan bien. Cierto que el culo me palpitaba y me dolía una barbaridad, pero se compensaba sobradamente con mi estado anímico. En una palabra estaba en la gloria.
Según se fue calmando mi llanto y se acabaron mis lágrimas, noté como Sara estaba acariciándome el cabello. No sé ni cómo, ni porque, ni en qué momento se precipitó todo, pero cuando me quise dar cuenta, giré la cabeza y estaba dando un beso a Sara. No duro mucho. En ese momento no sé porque lo hice, ni porque me respondió. Supuse que era por todos los meses de aislamiento sentimental por el que había pasado, que tenía falta de cariño y por la felicidad aportada por azotaina dada instantes antes. No sé. Pero lo que si sabía es que me encontraba en esos instantes a las mil maravillas. Y en ese mismo momento me di cuenta de lo excitada que estaba. No recuerdo haber estado nunca tan excitada. ¿Qué me pasaba? Estaba como embrujada. Y para rematar ese extraño día paso lo siguiente:
Yo imperceptiblemente, empecé a rozarme con la rodilla de Sara. No fue consciente hasta que escuche mis leves gemidos. Mi sexo estaba frotando con Sara. Aunque apenas fueron unos pequeños roces leves. No sé por qué, ni yo me opuse, sentí los dedos de Sara jugando con mi sexo, tocando mi clítoris. Me encontraba en el cielo. Tuve un orgasmo increíble en tan solo unos segundos.
Cuando me repuso de todo, Sara me ayudo a levantarme, nos miramos sin decirnos nada. Me acompaño al baño y allí me di una larga y purificadora ducha. Solo el sentir el agua en mis nalgas me hacía ver las estrellas.
Pero no me encontraba así de bien desde no recuerdo cuando.
Me vestí y salí de la casa de Sara sin cruzar palabra con ella. No hacía falta. No era necesario. Ya hablaríamos sobre lo ocurrido.
Quedamos en vernos mañana. La vida seguía y este había sido el primer paso para recuperar mi normalidad. No me olvidaba de mi trabajo, de mis amigos, de mi hijo y sobre todo de mi marido J.
Todavía quedaba un duro camino para mi recuperación. Habría que ver cómo me afectaría realmente mi nueva terapia. Tendría que comprobarlo en la vida real.
Mañana sería otro día. Esa noche dormí como una bendita.