30 Años
Tuvieron que pasar como 30 años para que la historia pudiera volver a salir a tema y completar una travesura que quedó a medias.
Una travesura que tuvo una niña de ocho años mientras esperaba que saliera su amiguita de casa. Jugueteaba en el patio con el cachorro de su amiga, un simpático perrito que brincoteaba alrededor de ella en el pasillo que formaba la pared lateral de la casa y la barda alta que divide la propiedad con la del vecino. El perrito era pequeño y ella quería jugar con él. Así que tuvo que sentarse, recargada en la barda, con las piernas abiertas y las rodillas en alto para tenerlo mas cerca y acariciarlo. Inocentemente hasta entonces.
Algo tuvo que haber pasado para que el perrito anduviera especialmente ‘inquieto’ . Combinado con el despertar sexual, algo prematuro de una niña que esperaba a que su amiga terminara de bañarse para jugar juntas.
Mientras jugueteaban, en la posición que estaban, el perrito empezó a hacer movimientos de vaivén contra la entrepierna de la niña. En un principio, ella lo separó, pero al momento siguiente algo dentro de su mente y su cuerpo le pidió dejarlo que continuara y así lo hizo por varios minutos. Sintiendo en todo su cuerpo un cosquilleo novedoso que le producía un calor especial en la cara e incluso le impedía pensar con claridad .
Regresó a su casa sin siquiera haber visto a su amiga. Con los pensamientos confundidos por haber hecho aquello, pecaminoso, sucio, indecente, pervertido, pero al mismo tiempo placentero .
Aquella niña creció sin volver siquiera a intentar nada por el estilo, por el contrario, sus prejuicios la forzaron a desarrollar una aversión por las mascotas en general, al grado que no se atrevía ni siquiera a tocar ninguna siquiera con la mano. De esa manera se casó, tuvo hijos. Logró crear una relación muy sólida y bastante abierta y muy satisfactoria respecto al sexo. Duraban, en ocasiones haciendo el amor hasta el amanecer, ambos se susurraban palabras al oído durante su contacto. No había límites para que sus cuerpos experimentaran placer uno con el otro.
Un día, a uno de ellos se le ocurrió preguntar sobre la experiencia mas atrevida que hubiera vivido, y, en su turno, ella le confesó a él su travesura de niña con aquel cachorrito. Terminaron la noche con los orgasmos mas intensos en mucho tiempo de parte de ambos. El tema quedó en el olvido porque pronto fue reemplazado con otra historia, con la confesión de otra fantasía con los planes de alguna travesura sexual.
Años después, a insistencia de su marido y sus hijos, aceptó adoptar un cachorro Boxer a quien llamaron Orión, blanco con manchas doradas, simpático, travieso, muy inteligente. Llegó a casa de unos dos meses y fue compañía de todos durante un para de años, al grado de que ella superó su aversión y se animó a acariciarlo, apenas tocarlo con la palma de su mano en el lomo.
Una noche en la que se quedaron solos en casa, se dispusieron a disfrutarse tan intensamente como lo habían hecho durante tantos años. Prepararon tragos, bajaron la intensidad de la luz en casa, se vistieron con ropa ligera y seductora. Sentados en la sala, tomando un trago y escuchando música suave, platicando. Empezaron los besos y las caricias suaves y tiernas por un largo rato, lo que hizo que la temperatura subiera en sus cuerpos y los besos y caricias suaves se tornaron en besos furiosos y caricias ardientes, imposible precisar en que momento se despojaron de la ropa tan cuidadosamente escogida para la noche o cuándo pasaron de los besos en la boca, las orejas, el cuello, el pecho, se besaron y acariciaron absolutamente toda la piel hasta terminar dándose placer uno al otro en un candente sesenta y nueve que los hizo temblar y gemir de placer durante un largo rato, humedeciéndola a ella al grado de escurrir jugos hacia sus muslos y nalgas y a él obtener una erección tremendamente dura.
Permanecieron así un largo rato, pero no querían que terminara pronto la noche, se frenaron y trataron de tranquilizarse volviendo a besarse en la boca y el cuello. No funcionó, seguían calientes y empezaron a susurrarse cosas en el oído, preguntando y contestándose si les estaban gustando las caricias del otro, respondiéndose con gemidos y suspiros.
- Tengo que confesarte algo. Dijo ella con la voz entrecortada.
Entonces le contó lo que había hecho tantos años atrás con el perrito en el patio de la casa de su amiga de la infancia. Sorprendido por el peso de la confesión, no alcanzó a emitir ninguna palabra, pero no hubo necesidad, porque ella continúo.
- Es que hay mas. Ahora que hemos criado a Orión y que he empezado a tocarlo, he recordado aquella travesura y se me ha antojado hacer lo mismo, dejarlo que me lama “allá abajo”, que saboree mis jugos y al final ponerme en cuatro para ver si se me monta.
Acordaron tomar las cosas con calma, esa noche, llamaron a Orión hasta donde estaban ellos y ella lo acarició ‘un poco mas’, dejando que se volteara sobre su lomo y rascarle la barriga, dando ligeros roces a su miembro. Por esa noche fue todo, pero siguieron tocando el tema, acerca de que seguía, cómo y cuándo. Terminaron con una penetración prolongada, y muy complaciente, coronada de orgasmos prolongados (mas de lo usual), y gritos de placer que invadieron toda la casa.
Entre esa ocasión y la siguiente, -no era muy frecuente que se quedaran solos en casa- ella se dedicó a ‘entrenar’ a Orión, untándose mermelada en la palma de la mano y dejando que se la lamiera para quitarle la intención de morder, que se acostumbrara sólo a lamer. Llegado el momento de la próxima vez, después de besarse y acariciarse hasta subir la temperatura hasta el grado de que ninguno de los dos podía siquiera pensar con claridad, ella volvió a susurrarle al oído:
- Llama a Orión para darte una pequeña sorpresa que te he estado preparando. Quieres?
Cuando llegó ella lo acarició como aquella vez, rozando mas, mucho mas frecuentemente el miembro de la mascota, lo dejó echado en la sala, con su marido sentado en un sillón, esperando, tratando de adivinar cuál sería el siguiente movimiento. Fué a la cocina y cuando regresó, tenía en la mano una taza con mermelada, acomodó una toalla en el taburete, se deshizo de las pocas prendas de vestir que le quedaban, abrió las piernas, se untó dulce entre las piernas y llamó a Orión, quien, después de un par de rápidos olfateos empezó a dar lengüetazos como si en ello le fuera la vida, como si fuera la última vez que probaría aquel dulce que habían estado dándole poco a poco. Era un espectáculo completamente nuevo para el par de ojos que los observaban. Nuevo y sensual… pornográfico pero al mismo tiempo muy estimulante. De pronto Orión parecía perder interés, pero otros tres dedos de dulce untado entre aquellos labios vaginales llenos de jugos, que ahora mezclados con mermelada debían tener un sabor celestial, lo hacían volver a concentrarse en despojar de todo sabor esa área que se le ofrecía. Desde el sillón él encontraba tratando de coordinar sus pensamientos con lo que veían sus ojos, haciendo esfuerzos incluso para respirar acompasadamente. Volvía la mirada de la entrepierna que su mascota trataba de limpiar de todo rastro de dulce hacia el rostro de su mujer, que ahora reflejaba un placer que quizá había estado tratando de disfrutar durante tantos años. Treinta años mas o menos. Tanto placer reprimido durante tanto tiempo, tanta mermelada y tanta lengua la hicieron literalmente explotar en un orgasmo que pareció durar para siempre y un grito de placer que tal vez escucharon los vecinos. A quien le importaba?.
Orión tuvo que regresar al lugar donde dormía, ella se levantó y se acercó al sillón
- Te gustó? Porqué no te acercaste? Ni siquiera dijiste nada.
- Qué si me gustó? Me gustó casi al grado de babear, no me acerqué ni dije nada porque francamente fué tanta la sorpresa y la excitación que no alcancé ni siquiera a parpadear, menos a levantarme. O hablar.
- Deja darme un baño y seguimos platicando. Si?
- Claro.
Empezó a caminar hacia el baño, ofreciéndole el espectáculo de sus nalgas desnudas contoneándose al ritmo de sus pasos. Las admiró mientras daba un trago largo a sus bebida y encendía un cigarrillo para tratar de poner un poco de dirección a sus pensamientos, recuperar el aliento y tratar de controlar aquella erección que ahora casi era dolorosa.
Regresó y entonces ella, antes de preguntar o decir nada, se dedicó a besarlo, empezó por el cuello, el pecho y se detuvo un largo rato a disfrutar de su erección, aún sin decir nada, le rodeó el cuello con las manos y se sentó sobre su miembro, provocando una penetración rápida, profunda, excitante. Logró obtener otros dos orgasmos antes de que él también le inundara las entrañas con jugos calientes y espesos.
- De qué íbamos a platicar? Le preguntó.
- De lo que acabo de presenciar. Cómo lograste hacer eso?
- Con paciencia, poco a poco. Tengo las mañanas libres y tenía mucho tiempo queriendo hacer esto para complacerte, pero principalmente para complacerme a mí misma.
- Lo lograste. Que sigue?
- Ya lo sabes, intentar que me monte, y de ser posible, que me penetre.
- Por favor, no vayas a practicar sola esta vez, quiero ser testigo de todo.
- Claro, ya sabes. Vas a seguir teniendo asiento de primera fila.
Con algunas variantes, la escena se repitió en varias ocasiones a lo largo de algunos meses. Al final de cada una de ellas había una excitación en los dos y una acción en la cama, sillones, alfombras, regadera, tina de baño dignos de la mejor película porno. En ese tiempo fueron aun mas los prejuicios que se superaban, mas fuertes los gritos, mas insuficientes las horas de la noche… y mas prolongados los orgasmos.
La primera noche con ‘final feliz’ –porque se ha repetido varias veces desde entonces-, empezó todo como al principio, besos, caricias, poca ropa, algo de alcohol, luces tenues y música suave. En el momento de la calentura mas intensa, ella le vuelve a pedir que llame a Orión. Lo acaricia en el lomo, la barriga, roza mas frecuente y lentamente el miembro, hasta quedarse acariciando solo esa parte por un largo rato tanto que el miembro asoma su punta delgada y rosada. En ese momento se detiene de acariciarlo. Se levanta y se despoja de la poca ropa que le queda, se unta tres dedos de mermelada en la entrepierna. Una y otra vez, por un larguísimo rato. Orión parecía ya saber de que se trataba, porque, a juzgar con la velocidad y el ritmo tal parecía que lo estaba disfrutando. O quería hacerla disfrutar a ella. O tal vez ambas cosas, porque seguía haciéndolo acompasadamente a pesar de los gritos y jadeos de placer que daba ella en cada lengüetazo que le daba. Incluso se le volvió a asomar la punta picuda y rosada de su miembro.
Ella se hinca para quedar a un lado de su mascota y vuelve a rascarle la barriga para invitarlo a echarse sobre su propio lomo, acariciarle otra vez el miembro, que en esta vez sale del prepucio completamente, se agacha y se lo besa tímidamente, otra vez. Lo roza suavemente con los labios por un rato corto, se mete una pequeña parte a la boca, pero sin cerrarla completamente, casi una mamada.
Se separó del miembro y se colocó en cuatro, volteando a ver a su mascota primero y a su marido después, el estaba atónito porque ni en sus mas atrevidas fantasías se había llegado a imaginar que las cosas pudieran llegar hasta ese punto. Mucho menos lo que estaba a punto de ocurrir.
Orión se incorporó y al principio parecía estar confundido, pero su olfato encontró el camino a seguir, olió por unos momentos la entrada aquella que se encontraba llena de jugos endulzados con mermelada, le dio unos lengüetazos que fueron correspondidos con gemidos, mas bien con gritos de placer. Al desprenderse empieza a tratar de montarse, torpemente, sin lograr penetrarla, pero haciendo el movimiento de vaivén de todos modos. Ella voltea a ver al testigo mudo –y caliente- de la escena y lo invita a acercarse.
- No. Déjame seguir disfrutando del show.
No había terminado del todo la frase cuando lo interrumpió un grito largo, mezcla de dolor, pasión y placer. Orión acelera sus movimientos de vaivén al mismo ritmo que ella eleva el tono de sus gritos. La cara estaba francamente desfigurada en una mueca de placer novedoso, intenso, prohibido, pervertido. Tal vez se dio cuenta porque ahogó un grito con los ojos cerrados, se le notaba el cuerpo tenso, respiraba profusamente por la nariz, sus manos se aferraron a la alfombra. Obtuvo el que, según ella misma fue el orgasmo mas intenso de su vida. Casi al mismo tiempo que Orión se desprendía de ella, dejando correr semen libremente al suelo y otro tanto escurriendo por los muslos aún tensos.
Se quedó en la misma posición, sin siquiera fuerzas para recostarse o levantarse. Orión aprovechó para lamer su propio semen, le tomó unos momentos que ella aprovechó para volver a invitar a sus esposo a unirse a la acción, él se recostó bajo la cara de ella ofreciéndole su erección, se la metió en la boca muy suavemente, pero por el otro extremo había sido penetrada nuevamente y la mamada se volvió muy rápida, mas profunda de lo normal. Al rato sucedió algo increíble. Los tres terminaron casi al mismo tiempo, tal vez el primero provocó una reacción en cadena con los otros dos. Era imposible darse cuenta.
Orión se fue al lugar en el que dormía y, en esta ocasión, los amantes humanos no pudieron continuar la noche haciendo el amor.
Habían agotado todas sus fuerzas.